Miré hacia arriba al oír la voz y tragué saliva. Ante mis narices tenía un fantástico primer plano de un magnífico paquete embutido en unos pantalones de ciclista grises. Y más arriba, la deslumbrante sonrisa de Jorge. Levanté de nuevo la barra y dejé que la cogiera y la dejara en su sitio. Di un bufido y cerré los ojos mientras recobraba el aliento.
– Se agradece.- contesté mientras abría los ojos. Y tanto si se agradecía. La visión, por lo menos. Se había apoyado sobre la barra, y la caída de la camiseta me dejaba entrever ahora todo su estómago, plano como una tabla de planchar y cubierto por una línea de vello que salía de la cinturilla de los ciclistas y subía hacia arriba, y la protuberancia que marcaban la parte baja de los pectorales.
– ¿Desde cuándo vienes a este gimnasio, niño? – Una semana o así. El otro me quedaba demasiado lejos de la facultad y perdía mucho tiempo.- Desde luego, no había ninguna duda de que era carne de gimnasio. De cualquier gimnasio. Cualquiera que tuviese pesas, al menos. Estaba como dios, y lo sabía. Y encima, el cabrón sabía vestirse para resaltarlo.
Tenía a media facultad loca por sus huesos, y a la otra media verde de envidia. En algunos casos, las dos cosas a la vez. Pero si era consciente de ello, no lo demostraba. Iba por la vida con una tranquilidad pasmosa, inconsciente de las cabezas que se giraban a su paso.- ¡Venga, otra serie!- La orden me sacó de mi ensimismamiento y llevé mis manos hacia las pesas para machacar un rato más mis pobres pectorales.
Cuando acabamos la rutina, me dolía todo el cuerpo. Había forzado la máquina más de la cuenta. Él tenía la intención de meterse en la clase de spinning, pero yo no me veía con ánimos, así que quedamos en el bar del gimnasio cuando acabara. Tenía tres cuartos de hora por delante y una erección considerable.
Ese día llevaba unos pantalones de deporte anchos, porque si no hubiese ido dando el cante por todo el gimnasio. Decidí irme al vestuario y meterme en el jacuzzi un rato, para relajar los músculos. Una vez dentro del agua, la imagen de Jorge me volvió a venir a la cabeza.
Nos conocíamos de la facultad. Tenía dos años más que yo, pero compartíamos bastantes clases. De mi altura, moreno, pelo corto, ojos verdes, una sonrisa estremecedora, un culo redondo y duro como una manzana y un cuerpazo, en general, que tumbaba de espaldas. Y hétero. El terror de las nenas. Ese era un pequeño problema. Las probabilidades de que quisiera algo más que alguien con quién hablar mientras hacía ejercicio eran francamente bajas. Sigh.
Me saqué la goma del pelo (lo llevo largo) y me sumergí totalmente en el agua. La sensación se las burbujas en la cara y entre el pelo siempre suele relajarme mucho, pero el olor de su sudor me había excitado demasiado, y salí a la superficie con el mismo calentón que antes. Me puse discretamente la toalla alrededor de la cintura y me dirigí a los cubículos de las duchas.
Nunca me había alegrado tanto (en realidad, nunca me había alegrado) de que tuviesen puertas. Me duché con agua fría, para que se me bajara un poco y no escandalizar a nadie, me vestí rápidamente y fui hacia el bar a tomarme algo mientras le esperaba.
Mientras intentaba entrar en calor otra vez tomándome un café, hice repaso mental de lo que sabía de él. Si tenía novia actualmente, no se le conocía. Pero sí se le conocían relaciones anteriores, todas con mujeres, y una buena amiga me había asegurado que era muy bueno en la cama. No recordaba haberle visto nunca en una disco de ambiente, pero hay suficientes en esta ciudad como para que fuese un habitual y nunca nos hubiésemos cruzado. Y tampoco es que yo me pasara la vida en ellas, iba muy de tanto en tanto.
Posibilidades de que supiese que me va todo, que tanto me da follarme a un tío como a una tía? Bajas, suelo ser muy discreto con mi vida privada -no por nada, simplemente, no me gusta airearla porque s&iacu
te;-, e incluso amigos íntimos no me conocían más relación que la temporada que estuve saliendo con una compañera del instituto. Todo me conducía de nuevo a que detrás de su saludo no había nada más que amistad.
Tan ensimismado estaba en mis cálculos de Sherlock Holmes de todo a cien que no me di cuenta de que había acabado su sesión, se había duchado y lo tenía delante hasta que me dirigió la palabra. Tejanos ajustados, camiseta de lycra, el pelo todavía húmedo y unos ojazos brillantes y verdes. Y la sonrisa de anuncio de dentífrico, por supuesto. Qué polvo tenía el cabrón.
Se pidió una cola light, se sentó enfrente mío y empezamos a hablar un poco de todo. Con la tontería se nos hizo de noche, y como al día siguiente ninguno de los dos tenía clase por la mañana, me propuso ir a cenar por ahí y a tomar algo después.
Aquella semana estaba sólo en casa, así que entre irme a casa, hacerme la cena y hacer zapping hasta quedarme dormido, y emborracharme con buenas vistas, no es que tuviese mucha opción. Cenamos en un self-service de ensaladas y pasta y luego nos fuimos a una taberna a seguir charlando con un par de jarras de litro de cerveza de por medio.
Lo cierto es que no puedo decir que la conversación derivara a temas sexuales, pero sí que los dos aprovechábamos cualquier oportunidad para meter "morcillas" picantes. En varias ocasiones noté sus piernas rozarse con las mías, pero supuse que no era más que se estaba estirando un poco.
Cuando íbamos por la segunda jarra me entraron unas ganas tremendas de ir a mear, así que me levanté y fui al baño. La puerta no tenía pestillo, pero no me preocupé de mantenerla cerrada, supuse que cualquiera que quisiera entrar y se encontrara con alguien dentro daría la vuelta y esperaría a que acabara. Estaba a media meada cuando oí que alguien decía a mi espalda "¡Buen rabo!".
Giré la cabeza sorprendido, para encontrarme con que Jorge había entrado también en el baño y se estaba abriendo la bragueta. La impresión fue tan grande que cuando me quise dar cuenta, lo tenía al lado, meando en la misma taza.
-¿No te importa, verdad? No me había dado cuenta de que estaba a punto de reventar hasta que has dicho que venías a mear, y ahora como me espere fuera me lo voy a hacer encima.- dijo mientras se sobaba aquella polla enorme, de un palmo de longitud y morcillona, intentando hacer puntería.
-Nah. Mientras no me bañes los pies… Apunta bien, coño!- dije, riéndome para intentar disimular que mi propia polla se estaba despertando mientras miraba de reojo la suya.- Lo peor que puede pasar es que si salimos juntos alguien se piense que hemos estado follando.- dejé caer, para ver como reaccionaba.
-¿Aquí? En todo caso se creerán que nos hemos estado metiendo una ralla. ¿Tu crees que alguien sería capaz de empalmarse en un agujero tan guarro?- contestó, riendo, mientras se la sacudía. Y sí, aquel lavabo era un nido de mierda que no tenía más que una taza vieja sin ni siquiera tapa, pero yo me estaba empalmando. Y su nabo también parecía bastante alegre.- Y total, si he de preocuparme por lo que la gente piense de mí… ¿Qué, piensas guardarte la polla, o vas a pasar el resto de la noche con ella al fresco?
Su comentario me hizo despertar de mis fantasías, y me la guardé tan rápidamente como pude, aunque el que se me hubiese puesto como una piedra no ayudó en la tarea. Me di cuenta de que una de las gotas de meado que habían salido despedidas de su capullo mientras se la sacudía había ido a parar al dorso de mi mano, y no pude evitar el lamérmela discretamente mientras volvíamos a la mesa.
Pedimos una tercera jarra, y ahora la conversación si que se dirigió directamente a temas sexuales. La bebida nos había soltado la lengua a los dos. Hablamos sobretodo de mujeres, y, desde luego, si la mitad de lo que explicaba era cierto, estaba sentado frente a un auténtico semental.
Mi experiencia con mujeres era más corta, pero iba ya lo bastante bebido, y se había generado suficiente confianza, como para soltarle a las claras que la compensaba con la experiencia con hombres. Él se rió y dijo que le estaba intentando tomar el pelo, que a otro perro con ese hueso. Me limité a sonreír, sin llevarle la contraria, y a disfrutar del espectáculo
que daba intentando recolocarse el paquete de una manera que intentaba ser discreta, pero que el exceso de alcohol hacía bastante evidente.
Él iba bastante más bebido que yo, y eso se hizo evidente cuando decidimos irnos finalmente a casa. Iba dando tumbos, y tuve que sostenerle y ayudarle a caminar hasta su casa, porque si no hubiese acabado debajo de un camión de la basura.
Eso me obligaba a dar una vuelta importante respecto a la ruta directa a mi casa, pero tampoco tenía mucho más remedio. Para acabarlo de arreglar, a mitad de camino se puso a llover a cántaros, y llegamos a su portal empapados. El agua le había aclarado un poco la cabeza, y me dijo que pasara de ir hasta mi casa, que me quedara a dormir allá y ya me dejaría él ropa seca para mañana.
La verdad es que no me hacía mucha gracia el seguir andando bajo la lluvia y el arrastrar aquel saco de músculos por media ciudad me había cansado bastante y había logrado que me olvidara de la calentura, así que acepté. Subimos al piso (un pisito de estudiante que era apenas una habitación, un cuarto de baño con ducha y una cocina) y él se metió rápidamente al baño a vomitar. Yo mientras tanto me quité la camisa, la escurrí en el fregadero y puse los zapatos debajo del radiador para que se secaran.
Oí sonar la ducha, y a los cinco minutos salió envuelto en una toalla y me dijo que si me quería duchar yo también, que iba a pillar una pulmonía. Me pareció una buena idea, así que me metí en la ducha yo también. Estaba todavía intentando conseguir una temperatura que no me helara ni me escaldara vivo, cuando oí que abría la puerta del cuarto de baño y me decía que me dejaba allí una toalla.
-Me tendrás que dejar también un pijama, o algo para dormir.- le comenté.
-Bueno, la verdad es que pijamas no tengo… suelo dormir en bolas. Te he dejado aquí unos calzoncillos.- contestó.- Y oye, cuando te he dicho que subieras, no pensé en que no tengo más que una cama… Si lo prefieres, te busco algo de ropa ahora y llamo a un taxi.
-Uffff… estoy sin un duro, nen. A mi no me importa, la verdad. Si a ti no te importa compartir la cama por una noche, me harás un favor. -No, por mi ningún problema. Me pondré algo yo también. Venga, me voy ya al sobre, que estoy muerto. Hasta luego.
Cuando acabé de pasarme un poco de agua caliente por encima y salí de la ducha, me encontré con una toalla limpia y perfectamente doblada y unos Calvin Klein. Joder, como se las gastaba el niño. Con la tontería me había vuelto a poner como un burro otra vez, me temía que iba a pasar la noche en blanco intentando no tirarme encima de él. Me los puse y me miré en el espejo. Como un guante. Suspiré y me dirigí a la cama.
Me acosté de espaldas a él, por si acaso. Vale, ese tío me ponía como una moto, pero no tenía ganas de echar a perder una amistad por un polvo. El hacía todo el aspecto de estar ya dormido, pero de pronto se dio la vuelta y me pasó un brazo por encima, abrazándome. Supuse que estaba dormido y soñaba con alguno de sus ligues, hasta que oí su voz susurrando en mi oreja.
-Oye, lo que dijiste antes de que también te lo hacías con tíos… -¿Sí?- contesté, medio temblando. -Nunca me lo he hecho con un tío.
Me lo pensé mucho antes de darme la vuelta, encararme y contestarle. Eso podía acabar de dos maneras: con él partiéndome la cara o con él partiéndome el culo. Al final junté valor y lo hice.
-¿Y? Por toda respuesta, bajó su mano hacia mi culo y empezó a amasarlo, mientras me miraba a los ojos. Yo me apreté bien a él, rabo contra rabo, sólo con la fina tela de los calzoncillos de por medio, y empecé a hacer lo mismo. Seguimos así un rato, hasta que me di cuenta de que él no tenía experiencia y me iba a tocar a mi tomar toda la iniciativa.
Supuse que lo único que quería era vaciar las pelotas usándome a mi como recipiente, pero a esas alturas iba demasiado caliente como para dejar pasar un polvo con un tío de ese calibre, así que de un empujón lo tumbé boca arriba sobre la cama, me senté sobre sus rodillas y empecé a lamerle el cuello y bajar lentamente, mordisqueando los pezones, recorriendo todas las líneas de sus abdominales marcados, bebiendo el sudor que se h
abía acumulado en su ombligo.
Lamí la polla por encima del slip hasta dejarlo empapado de saliva, y noté que estaba a reventar. Lo saqué con los dientes y me metí aquella maravilla de polla en la boca. Tuve que dar lo mejor de mi mismo para que me entrara entera, pero el suspiro de placer que surgió de su boca cuando mi nariz se enterró en su vello púbico compensó con creces. Empecé una mamada, alternando los lametones con la succión y los mordiscos en el tronco, repasando todo el capullo con la punta de la lengua y metiéndome sus enormes huevos depilados en la boca.
De pronto, me sujetó por los sobacos y, de un tirón, me subió hasta su altura y me besó en la boca, metiéndome la lengua hasta las anginas, y mientras con una mano me sujetaba la cabeza, aplastando mi cara contra la suya, con la otra me bajó los calzoncillos y empezó a hurgar en mi esfínter.
Me metió un dedo a palo seco, y yo tuve que separar mi boca de la suya para gemir. Me había hecho daño. Él aprovechó para bajar a mi cuello y mordisquear mi nuez. Mi polla empezó a doler, aprisionada dentro de los calzoncillos y masajeada por su mano libre. Empezó a bombear con su dedo dentro de mi culo mientras bajaba con su lengua por mi cuerpo, siguiendo el mismo camino que había seguido yo antes por el suyo.
Como yo estaba sentado encima de él, tenía que ir subiendo por su cuerpo, y él marcaba el ritmo de mi subida con los empujones en mi esfínter. Finalmente, acabé situado sobre su cuello, con mi paquete justo frente a su boca. Liberó por fin mi polla de su prisión de tela, se la quedó mirando un momento y, lentamente, como con miedo, acercó su lengua y le dio un suave lametón a mi capullo.
El sabor debió gustarle, porque los lametones se siguieron y rápidamente había introducido todo el glande en la boca y lo lamía como si fuera una fresa. En ese momento decidió introducirme un segundo dedo, y, aunque mi esfínter ya se había acostumbrado al primero, la presión me empujó hacia adelante, provocando que mi polla entrase de golpe hasta el fondo, provocándole un ataque de tos.
Tuvimos que parar hasta que se le pasó, pero antes de que pudiese preguntarle que cómo se encontraba me tumbó boca arriba de un empujón y volvió a tragarse mi polla, colocando mis piernas sobre sus hombros para que mi culo quedase más expuesto y seguir follándome con sus dedos.
Era la primera vez que mamaba una polla y se notaba, así que tuve que ir guiándole con mis manos para evitar que me la despellejara con un ritmo demasiado rápido. Aprendió deprisa, y pronto estaba ocupándose también de mis huevos y metiéndome un tercer dedo. Tuve que dar un tirón de su pelo para levantar su cabeza y evitar correrme en su boca tan pronto. Su primera cara fue de sorpresa, pero rápidamente entendió por qué lo había hecho y me sonrió.
Trepó sobre mí, me volvió a besar en la boca y me dijo al oído que tenía condones en el cajón de la mesita. Le dije que a qué esperaba. Cogió uno, se lo puso, se colocó encima de mí de nuevo y me la metió de un solo golpe. Di un grito. Él puso cara de susto y empezó a retirarse, creía que me había hecho daño. Joder, me había hecho daño, pero me encantaba.
-¡Salte ahora y te capo, mamón!- le dije, apretando los dientes por el dolor mientras le atraía hacia mí con los brazos y las piernas. Pilló la indirecta, y empezó a follarme duro, metiéndomela hasta el fondo y sacándola casi del todo para volver a clavármela.
No aguanté más el masaje que su polla estaba haciendo a mi próstata y el roce de sus abdominales contra mi capullo, y me corrí entre su barriga y la mía, soltando trallazos de leche que llegaron a salpicar su barbilla. Eso también fue demasiado para él, y noté como su capullo se hinchaba y rellenaba de semen el condón. Salió de mi, se sacó el condón, le hizo un nudo, lo arrojó al suelo y se dejó caer encima mío, agotados los dos.
Me besó en los labios y me susurró un "gracias" al oído, antes de que los dos cayésemos dormidos, uno sobre otro…
Autor: Azoe