Infidelidad. Es increíble cómo llegué a involucrarme con un hombre al que al principio miraba de lejos, con todo el respeto y hasta con admiración. Uno de los profesores de mi hijo. Maestro de un área tan compleja como las matemáticas, sutil como el lenguaje e intrincada como las ciencias.
La cosa empezó en cierta ocasión que mi hijo tuvo dificultades con su asignatura y debí suspender mis labores cotidianas para ir a verlo al colegio. Repito que aún en ese entonces, al profesor yo sólo lo miraba como a un joven profesional convencido de su trabajo. Era de un acento firme, una mirada neutral y pocas palabras. La situación era difícil pues mi hijo parecía no adaptarse al nuevo profesor y en consecuencia obraba de un modo que exasperaba a aquel hombre que aunque joven de unos 25 ó 28 años- estaba revestido de una paciencia proba. Así lo noté la primera vez que me entrevisté con él. Todo concluyó en que yo charlaría con mi hijo y buscaría el medio para que cambiara su actitud negativa en las clases. En realidad, mi acción no pasó de un llamado de atención a la salida del colegio, cuestión que mi hijo pareció ignorar, de modo que nuevamente fui llamada al Instituto.
Con un tono mucho más serio el profesor me recibió y luego de recordarme la anterior situación y comentarme la novedad, me enseñó unos formatos que debí firmar, asumiendo las consecuencias de la renuencia al cambio de mi hijo, hecho que ahora le traía problemas académicos serios. Mientras firmaba, noté cómo aquel hombre miraba mi busto fijamente y después cada rasgo de mi rostro, cuando le hablaba para preguntarle qué vendría a continuación. Entonces me contestó mirándome fijamente a los ojos, pero su mirada no concordaba con lo que decía. No sé, era una mirada lujuriosa, como queriendo devorarme y tratando de decirme no sé que suciedades. Cuando crucé mis brazos para cubrirme y evitar más miradas desubicadas me sentí extraña, como entre acosada y halagada; pero el tipo no era de mi gusto, a excepción de unos ojos verdes y saltones, no tenía nada deseable. Terminada la charla no volví al colegio sino después de un mes, cuando la prefectura académica me llamó para avisarme que el caso de mi hijo era muy delicado y que podría reprobar ese ciclo de aprendizaje. Como lo esperaba, el problema seguía con aquel profesor y no había noticias esperanzadoras. Se me sugirió que hablara con él nuevamente, pues de su voluntad dependía una nueva oportunidad para mi chico, ya que todo estaba debi respondió con un rostro ruborizado y palabras entrecortadas. Le dije que notara que le estaba implorando no por un regalo, sino por una nueva oportunidad. Él continuaba intransigente, pero con sus manos sudorosas ahora. Así que se me salió esta expresión: Estoy dispuesta a colaborar de cualquier manera, a lo que él respondió airadamente con un Explíquese. Entonces, sabiendo a lo que me comprometía y todo lo que arriesgaba le dije, acariciando sus manos y mirándolo a los ojos: Mire, señor, hago lo que sea para que mi hijo continúe& lo que sea. Esa antigua mirada libidinosa volvió a sus ojos y recorrió todo el medio cuerpo que alcanzaba a verme& sin embargo, no atinó a decir nada con sentido completo, simplemente afirmó: Así las cosas? eh? hmm? ¿qué hacemos?. Para ir al grano, fui directa: Discutámoslo en otra parte, usted sabe, los dos. A lo que replicó ya más calmado: Es que la situación de su nene es grave y ha de resolverse pronto. Terminada esta entrevista me exigirán una definitiva. Y no vi otra alternativa: Dígales que hay posibilidades y que va a organizar un trabajo de validación. Yo lo espero esta tarde, dígame dónde& ¿quiere que lo recoja o usted llega?.
Por la tarde, luego de una charla tonta sobre el clima y lo rápido que pasa el tiempo, nos subimos a mi camioneta y tomamos rumbo a un lejano motel, que veía siempre al regresar de los paseos con mi familia. Mientras tanto pensaba cómo obrar allí con aquel tipo con quien jamás iría a la cama por voluntad. Para mí era aterrador, puesto que sólo había estado con mi esposo y el sexo con él era rico y gratificante. Pensé entonces en obrar cual prostituta, ordenarle que se subiera, descargara lo suyo y se bajara. De sólo pensarlo me sentí horrible, sucia& quise arrepentirme, pero no sé por qué seguí& tal vez llevada por un cierto temor, no sé a qué, pero ya temblaba al conducir. Pasada la vergüenza de entrar al sitio, llegamos a la habitación y evitando las palabras tontas nos desnudamos, él con una mirada ansiosa y yo con un pudor solemne, casi no le dejé ver nada y me metí bajo las sábanas. Él se acercó e intentó besarme, pero yo no cedí, sin embargo, siguió besando mis mejillas húmedamente y siguió con mi cuello& yo sólo temblaba. Volvió a mi boca, pero le hice saber que no me interesaba, sólo quería que aquello terminara para lavarme mucho y volver a casa, con mi esposo y mi hijo. Aquél hombre pareció notarlo y me dijo: Tranquila, relájate, me gustas. Ahí estaba yo, desnuda, como una puta, en un motel con otro diferente a mi marido, temblorosa y fría, amargada.
Pero igual debía dejarlo hacer lo suyo porque ya era más el camino recorrido que lo que faltaba, pensé. El tipo, unos 10 años menor que yo, ansioso soltó las sábanas de mis manos y fue pasando sus labios por mi pecho, recorriendo la cadena con el dije de ancla que me habían regalado mis padres, su barbilla sin rasurar me agredía un poco, llegó a mis senos y luego de acariciarlos y mirarlos con cierta ternura, los lamió y chupó rápidamente, parecía un perro, pero aún no tocaba la areola ni los pezones de ninguno de los dos, esos los tocó con la punta de sus dedos y luego los rozó con sus dientes. En medio de mi provocada frigidez empecé a sentirme estimulada, pero luché más aún por contenerme. Mientras baboseaba mis senos bajó su mano por mi vientre y me hizo retorcer un poco, como por un reflejo, llegando hasta mi pubis, allí fue muy tierno y delicado con sus dedos que p cosquillas o por la excitación terminó por hacerme desistir, pues ya no tenía fuerza en mis piernas.
Pronto llegó a mi vulva y continuó lamiendo como queriendo limpiarla del todo, yo a esas alturas mordía una almohada para no delatar el placer que sentía, no era nada nuevo, pero sí muy rico, muy candente. Su lengua iba y venía con la rapidez de un motor, a veces la introducía un poco y yo me retorcía. Como pudo, tomó entre sus labios y dientes uno de los labios de mi vulva y lo chupó con firmeza, pero delicadamente apoyado en sus dientes y sus labios, hizo lo mismo, pero durante más tiempo con el otro. Yo ya no pensaba en nada ni en nadie, sólo sentía. Subiendo encontró mi clítoris, que ya estaba duro y haciendo de su boca un pico lo atrapó, con sus labios lamía mi vulva y chupaba mi clítoris como un animal sediento, sin dejar de ser tierno y sin causarme dolor alguno estaba a punto de estallar. Así, lamiendo el rededor de mi clítoris y la parte superior de mi vulva, me llevó uno de sus dedos a la boca, que yo chupé como si fuera un pene, y al momento lo introdujo en mi vagina sin parar de lamer. En ese momento no supe de mí me perdí en un orgasmo abrasador que me hizo temblar y sacudir sobre esa cama, dejándome gritar sólo un aghhhh. No obstante, el hombre siguió chupando la zona de mi clítoris y con su dedo adentro, como tratando de dibujar círculos alrededor de mi vagina, lo que me hizo temblar de nuevo y sentí que algo húmedo corría por mi vagina y refrescaba mi vulva& ¡Vaya! ¡Qué mamada recibía yo! Con mi esposo hacíamos sexo oral con frecuencia, pero no de esa forma, no pasábamos de unas lamidas y a la penetración. Levantando la cara, con la barbilla como babeando y su boca sonriendo, pero sin dejar de mover su dedo, me dijo: ¿Te gustó?. A lo que yo, como la vagabunda que era ya, respondí: ¿Me lo vas a meter ya? Él no afirmó nada y bajando su cabeza de nuevo, me volteó, dejándome culo arriba. Jugó un rato con su pene en mi vulva y volvió a agacharse, sentí su barbilla carrasposa en mi vulva y ¡Oh sorpresa!, empezó a lamerme el ano, no sin antes mojarlo con su saliva.
Sentir su dedo vibrando en mi vagina y su músculo lingual revolcando mi ano me hizo contraer de placer nuevamente y ocurrió otro sabroso orgasmo. Yo estaba toda mojada y lo noté porque al levantar mi vientre de la cama goteaba un líquido viscoso, pero transparente que provenía de mis genitales& ¡Vaya! Aún no me cogía y ya le había dado algunos orgasmos. Pero él nada que se venía, a pesar de su juventud parecía un experto. En el calor del acto, él se acercó a mi cara como pidiendo que le chupara el pene, pero pudorosamente de nuevo lo rechacé& no me imaginaba besando a mi esposo e hijo en la misma boca que hacía unos instantes habría mamado la verga de un desconocido. Volvió atrás y cuando yo me preparaba para ser penetrada me volteó boca arriba, se tendió sobre mí y me besó en la boca, esta vez accedí chupando esos labios que antes me habían enloquecido y probé un sabor ligeramente ácido, el de mis fluidos de amor él me besaba como queriendo arrancarme la boca, con una lengua cálida, experta. Chupaba también mi barbilla mientras sentía su pene caliente y erecto sobre uno de mis muslos y debo confesar que ya mi vagina lo aclamaba. Tomé con una de mis manos su falo por la mitad y puse el glande en la entrada a mi vagina& no lo podía creer& era de tamaño normal, pero lo introdujo fácilmente, sentía esa cabeza ir y venir dentro de mí y más extasiada porque su pene por dentro me enloquecía ayyy, profe, eso es, eso es, ehhgso es, siiii hmmm hmmm, ayyy uuu uuu y hasta una lágrima de dicha bajó de mis ojos, temblaba como una perrita mojada y me recosté sobre ese hombre para sentir su pecho aplanado y besarlo como si lo amara desde siempre.
El bandido aprovechó el momento para, con sus inquietos dedos mojados en mi vulva, toquetearme el ano y empujarlos como si me los fuera a meter y de una u otra manera lo hizo, con mi paciencia me metió la punta de un dedo como formando un anillo en mi culito virgen. Quiso meter el otro dedo, pero me asusté y se lo impedí. Si quieres te meto mejor la ver& alcanzó a decir en voz baja cuando le dije ¡no!, nada. Me seguí moviendo, pero ¡él aún no eyaculaba!. Conmocionada accedí a su otra petición: ponerle mi vagina en su boca. Y me incliné para tomar su pene con mi boca y saborear de nuevo mis propios fluidos de amor, el olor a sexo puro me excitó aún más cuando de nuevo empecé a sentirme lamida y raspadita por su barbilla estimulante. De modo que me dediqué a mamar literalmente su pene como si fuera una teta, tomé su base con mis manos y chupé firmemente su cabeza, lengüeteaba la punta de su pene y jugaba con sus huevos peluditos y sueltos, también mojados por mis jugos hice el esfuerzo por clavármelo todo en la boca, hasta la garganta, dominando el impulso de devolverlo y no sé cómo lo lograba, pero quería ser tan profunda como lo era de nuevo su dedo en mi vagina. Llegué al punto de metérmelo todo y aún así rozar uno de sus huevos con mi labio superior& en ese 69 mi macho se vino. Me avisó y retiré a tiempo la boca para ver ese espectáculo maravilloso de un torrente de leche espesa brotar hasta mi frente ya lejana y mientras tanto le seguí masturbando con mi mano, restregando su semen en la cabeza del pene, subiendo y bajando cariñosamente hasta que sonriendo me dijo que lo dejara.
Luego nos bañamos juntos colmándonos de caricias y besos tímidos, porque misteriosamente íbamos perdiendo la confianza y volvíamos a ser dos extraños. Recuerdo que lo dejé en una esquina y no lo volví a ver sino quince días después, cuando junto a mi marido fui por el informe escolar final de mi hijo y al vernos nos saludamos con un seco buenas noches señora buenas noches, profesor. No puedo negar que lo he pensado varias veces, más no sé si infortunadamente o por fortuna no sé como ubicarlo, ya que estamos en temporada vacacional. Sin embargo, de él aprendí muchas cosas a las que ahora obligo a mi marido. Espero seguir así, feliz, sin tener que volverme a comprometer en ese sentido.
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