Amor Filial Hetero. Desde que comencé a tener relaciones con mi hermano Jorge y el novio de mi madre Roberto, mi vida ya no es igual. Y el ritmo de la casa también cambió, a todas horas ellos dos me buscan para sesiones de sexo tan fuertes como furtivas, y les recuerdo que ninguno sabe que me acuesto con el otro. Mi madre Marta, por supuesto, tampoco. Ella cree que aún soy virgen.
Roberto y Jorge tienen estilos muy distintos. El novio de mi madre, por ser mayor (tiene más de 40 años) es más sofisticado, más creativo, y está obsesionado con mi trasero. Mi hermano, en cambio, recién se está iniciando. Perdió la virginidad conmigo, pregunta todo, quiere saber, aprender, y yo soy su maestra. Lo que más le gusta es mi boca, quiere que se la mame todo el día.
La otra tarde sucedió algo muy singular, que quiero contarles.
Llegué a casa, no había nadie, y decidí tomar un largo baño. Me quité el jean ajustadísimo que vestía, la camiseta sin mangas y quedé en bragas (casi nunca uso sostén). Frente al espejo recogí mi cabello mientras la bañera se llenaba de agua, esparcí algunas sales para relajarme más. Luego me quité la braguita, la parte posterior estaba metida entre mis nalgas. Volví a mirarme en el espejo, me ví muy bonita. Tengo 19 años, podría decirse que recién estoy saliendo de la adolescencia y tengo la belleza de una chica con el aire de una joven.
Entré en el agua caliente. Hacía mucho que no me masturbaba, y me dieron ganas de hacerlo mientras pasaba jabón por mis pechos. Los acaricié, me los amasé y me dí pellizcos en los pezones, algo que me encanta hacer y que me hagan. Con mis dedos finos estiré mis pezones todo lo que pude, hasta que me dolieron un poquito y gemí de placer, luego clavé mis uñas en mis tetas, como si fueran los dientes de mi amante. Dejé caer un poco de saliva sobre ellas, la desparramé, y cuando mi excitación aumentó descendí mi mano hasta mi concha. Ya la tenía entreabierta y los labios estaban hinchados, apenas rocé el clítoris una corriente como de electricidad recorrió mi cuerpo. Hice la cabeza hacia atrás, estiré las piernas en la bañera, las abrí un poco más y me hundí dos dedos. Justo en ese momento se abrió la puerta del baño y entró mi hermano.
-Hola Antonella, no sabía que estabas acá… ¿te estás masturbando?
Lo preguntó con sencillez e ingenuidad, como preguntaba todo. Mi hermano es un caso perdido… me encuentra en la bañera, con las piernas abiertas, la mano metida en la vagina y todavía pregunta…
-No te detengas… quiero verte… ¿puedo? -¿Vino alguien más con vos, mamá o Roberto? -Nadie, estamos solos.
-Ok, quédate quieto, no hagas ni digas nada. Si querés mirá, pero no hagas nada.
-Te prometo que no hago nada…
Cerré mis ojos y volví a concentrarme en lo mío. Que mi hermano estuviera observándome aumentaba mi excitación, como aquella vez que me vio cuando Roberto me penetraba en el comedor de la casa. Había descubierto cierto costado exhibicionista en mi personalidad.
Recostada en la bañera, cubierta de agua pero con ciertas partes de mi cuerpo emergentes para que viera el espectáculo, la nuca apoyada contra el borde, así estaba yo. La mano derecha sobre mis pechos, los amasaba, le clavaba las uñas, jugaba con los pezones que estaban muy duros. La mano izquierda sobre mi vagina, con tres dedos acariciaba los labios y el clítoris, me los metía adentro muy profundo, hacía un movimiento de mete-saca, volvía a acariciarme por afuera, me los hundía otra vez, y así.
Se me escapaban gemidos, prolongados «mmmm» y «ahhh», pasaba mi lengua por los labios, aumentaba el vigor de la frotación y la penetración digital, levantaba la cadera hasta salir casi toda del agua, las piernas bien abiertas…
Abrí apenas los ojos y observé a Jorge. Estaba boquiabierto, de pie junto a la
bañera, con un bulto notable bajo su bragueta. Quería dedicarle un orgasmo intenso, acabar a los gritos para él que me estaba viendo, pero por alguna extraña razón no podía. Estaba excitada a pleno, y sin embargo no lograba llegar al éxtasis. Entonces sucedió algo que no esperaba. Mi hermano se bajó la bragueta y sacó su verga gruesa que sólo disfrutó una mujer: yo.
-Perdóname Antonella, pero tengo que mear… entré al baño para orinar, y ya no aguanto más.
Se puso de frente a la taza y allí mismo, a centímetros de mi cara, le salió un chorro poderoso de orina. La tenía parada a medias, el glande expuesto, y me maravilló mirarlo. Aunque no lo crean, con toda la experiencia que tengo con hombres (he estado con muchísimos a pesar de mi edad) nunca había visto a uno meando. Jorge terminó de hacer su necesidad. La cabeza le quedó brillante, con algunas gotas color amarillo suave.
-Vení, dámela -le dije.
Hizo el gesto de ir a lavarse, pero yo la quería ya mismo. Deseaba sentir el sabor que tenía en ese momento. Jorge se inclinó hacia mí, yo abrí la boca, saqué la lengua y me devoré la verga de mi hermano que acababa de mear.
Se la chupé con fuerza, con ganas, como si lo estuviera ordeñando. En efecto, no tenía el mismo sabor de siempre. Además del gusto a verga habitual, ese sabor incomparable que tienen el glande y el cuero, se agregaba un toque distinto, nuevo. Aunque nunca había probado orines, ese gusto es inconfundible.
Seguí masturbándome con la verga de mi hermano en la boca, metida hasta más de la mitad, y tardé segundos en explotar en uno de los orgasmos más intensos que había tenido hasta entonces. Grité, gemí, me retorcí en la bañera. Jorge acabó gruesos chorros de leche que me salpicaron el cabello, la cara, los pechos, todo el cuerpo. Junté con los dedos el semen y me lo llevé a la boca para saborearlo.
-¿Te gusta mucho verdad? -preguntó.
-Sí. ¿Querés un poco? -Nooo, gracias. Pero quiero verlo en tu lengua, mostrámelo.
Saqué la lengua, donde tenía una buena cantidad de su acabada. Después la saboreé como el más exquisito licor, me la tragué, sintiéndola pasar espesa y tibia por mi garganta.
-Me excita mucho verte cuando me la estás mamando, veo cómo se te hinchan las mejillas cuando la tenés toda en la boca. Parece que te atragantás.
No dije nada, y seguí lamiendo restos de semen.
-¿Te tomaste la leche de muchos hombres? -De unos cuantos -respondí con una sonrisa pícara.
-¿Cuántos? -No sé, de verdad no tengo idea, no los conté. Además vos dijiste que todos me conocen por la gran chupa pijas, así que imagínate vos la cantidad.
-Es cierto. ¿Y les hacés mamadas cuando recién terminan de mear, como a mí? -No, nunca había hecho eso.
-¿Te gustó? Pregunto porque en la cabeza me quedaban unas gotas de orín…
-Tal vez… -respondí con otra sonrisa y pasándome un dedo por los labios.
En eso escuchamos que estacionaba un vehículo afuera.
-Es Roberto que regresa… salí del baño, lo único que falta que te encuentre acá en este momento…
-Tengo que irme, pero nos vemos a la noche.
Mi hermano se fue a la casa de un amigo. Casi sin secarme el cuerpo me puse una tanga minúscula, una camiseta que apenas cubría mi trasero y salí del baño. El cabello me chorreaba, y la camiseta se adhirió a mi cuerpo húmedo marcando mis curvas, en especial mis tetas redondas, firmes, y mis pezones en punta. Iba caminando hacia mi cuarto cuando Roberto me tomó por sorpresa de la cintura y pegó su cuerpo contra el mío. Me pasó la lengua por la nuca, la oreja y la metió adentro de mi boca. Sus manos subieron hasta mis pechos y los apretaron.
-Hola Antonella, qué deliciosa estás… Recién bañada y sin secarte… estás para un concurso de camisetas mojadas.
Roberto vestía una camiseta deportiva y pantaloncitos cortos. Estaba todo mojado también, pero de transpiración. Apoyó su pecho ancho y fuerte contra mi espalda frágil. Sus manos y su lengua nunca las dejaba quitas, manoseándome y lamiéndome.
-Estuve dos horas jugando tenis, pero estoy seguro que con vos vamos a sudar mucho más lindo… A
provechemos, tu madre va a tardar en venir y tu hermano acaba de irse… tenemos un buen rato para lo nuestro.
La paja que me había hecho delante de Jorge me había dejado preparada para algo más, y el novio de mi madre era ideal para eso.
-Te calentás mucho conmigo, ¿verdad? Me doy cuenta. Te gusta que el macho que se coge a tu madre te prefiera a vos. Mi verga anoche estuvo en la cueva de tu mamita pero pensaba en vos, ¿sabés? Roberto tenía una particular manera de calentarme, más perversa. Besándonos y tocándonos fuimos hasta el comedor.
-Subite arriba de la mesa… eso, eso… ponete en cuatro arriba de la mesa… quiero admirarte.
Caminé como una gata sobre la mesa, la espalda quebrada y el trasero bien parado. La camiseta se deslizó dejando mis nalgas al aire, apenas cubiertas por la tanga metida entre mis glúteos.
Roberto se colocó detrás de mí, separó mis nalgas con sus manos enormes y me enterró la lengua en el agujerito del culo, empujando incluso el hilo de la tanga dentro de mi esfínter.
-Mmmm sabés que esta es mi perdición… qué cola impresionante tenés.. y ese hoyito que se te abre tan hermoso… cuántas pijas gordas entraron en este agujero para dejarlo así… y pensar que tu madre no quiere entregarme el suyo…
Me chupaba el culo de tal manera que hasta me faltaba el aire de puro placer. Sentía su lengua entrar, salir, entrar otra vez y recorrerme por dentro del esfínter. Con la cabeza contra la mesa familiar, en la cual almorzábamos y cenábamos todos los días, yo gemía.
-Te traje un regalito, a ver si te gusta.
De una caja sacó un enorme consolador, con una forma de pene increíblemente real. Cabeza abultada, gruesas venas, color piel, testículos.
-Vamos a ver hasta dónde te entra Antonella.
-Lubrícame -le pedí en un gemido mientras me quitaba la camiseta.
Era la tarde de las masturbaciones para mí. Roberto me echó un chorro de aceite en el ano mientras yo chupaba la cabeza en forma de hongo perfecto del consolador. Después me lo apoyé en el agujerito y empecé a metérmelo.
-Así… así… me encanta verte haciendo eso ahí en cuatro sobre la mesa…
Roberto se acariciaba sobre el pantaloncito mientras yo, con los ojos cerrados y abandonada al placer, me hundía esa tremenda verga en el culo. Él iba poniendo más aceite para aumentar la lubricación, al tiempo que me frotaba el clítoris, y así me entraba más y más.
-Metelo y sacalo… todo completo… ahhh qué maravilla…. el anillo del culo completamente abierto… bájate de la mesa Antonella.
Quedé de pie con mis manos apoyadas sobre el mueble, él se ubicó detrás de mí y me la ensartó de un envión. Yo jadeaba, gemía, gritaba. Roberto se retiraba, tomaba impulso, y me la clavaba de golpe hasta el fondo. Como era más alta que yo, me hacía poner en puntas de pie con sus embestidas.
-¿La sentís? ¿La sentís bien adentro pendeja hermosa? ¿Sentís que te estoy rompiendo el culo? -Ahh la siento toda…. nadie me coge como vos… me matássss….
-Chupá el consolador, pasátelo por la concha, metételo.
Después pegó su cuerpo completamente contra el mío, una mano me sujetaba la frente tirando mi cabeza hacia atrás, la otra las tetas, y así me cogió el culo con golpes rápidos y cortos. Sólo se escuchaba el «plaf, plaf» de su vientre contra mis glúteos, y el sonido jugoso de la penetración.
Pasé una mano entre mis piernas, busqué sus huevos que se hamacaban en cada embestida y se los acaricié. Roberto gruñó de placer. Se quedó quieto, inmóvil, de pie detrás de mí, y era yo la que se movía adelante y atrás, clavándome solita contra su tronco con todas mis fuerzas.
-Así… así… dame pija así…
-Vamos al baño -ordenó.
Sin sacarla, me hizo caminar con su verga plantada en el culo. Es una sensación increíble caminar así ensartada. Mi vagina chorreaba jugos.
Nos metimos bajo la ducha. Yo estaba con mi rostro, manos, antebrazos y pechos apoyados contra los azulejos, la cintura quebrada sacando la cola hacia atrás. Roberto también apoyó sus manos contra la pared, su inmenso cuerpo lanzado contra el mío, pequeño, y su lanza de carne hundiénd
ose con furia en mi agujerito más íntimo. El agua de la ducha nos cubría. Retomó sus embestidas fuertes. En determinado momento la sacó por completo, metió los dedos índices de cada mano y me abrió el culo.
-Ahhh hijo de puta me duele así -protesté.
-Qué agujero increíble… algún día te voy a meter la mano entera ahí.
Sin sacar los dedos me metió otra vez la verga, hasta que estuvo a punto de venirse. Entonces la sacó y me la metió en la concha, siempre tomándome desde atrás.
-Ya sabés Antonella… a las hembras hay que acabarles en la concha… y si es posible dejarlas preñadas.
Se movió rápido, fuerte, y de pronto quedó inmóvil con toda su tronco metido hasta lo más profundo dentro de mí, sólo los huevos afuera. Entonces se vino. Acabó una gran cantidad de leche. Yo también tuve un orgasmo impresionante que parecía no terminar nunca.
-Ahhh, siento las contracciones de tu concha…. estás acabando vos también belleza… ahhh… apretame la verga mmmm…
Nos quedamos jadeando, agotados, su pecho contra mi espalda, aplastándome contra la pared. Fue entonces cuando se me ocurrió una locura.
-Meame -le dije.
-¿Qué? -Meame adentro de la concha. Ahora.
Roberto sonrió.
-Perrita…. estás hecha una perra, una putita muy sucia… Primero vamos a hacer algo…
Se tendió en la bañera, debajo de mí.
-Meame la pija.
Inspiré profundamente, me relajé, y me salió un chorrito que fue directo sobre su pene.
-Ahhh… divina… me encanta ver mear a una chica… y sobre mi verga… hummm…
Roberto se lavó con mi meada. Luego se puso de pie y me ordenó.
-Ponete de rodillas.
Obedecí. Ya me imaginaba lo que se venía, y no estaba segura de querer llevar las cosas tan lejos. Por un segundo pensé si no debía arrepentirme, ponerme de pie y salir del baño. Pero Roberto no me dio tiempo. Con una mano sujetaba su verga algo fláccida a centímetros de mi rostro y con la otra me sostenía la cabeza.
-Ofreceme las tetas.
Las sujeté con mis manos, en actitud de ofrenda. Así arrodillada y en ese gesto parecía una esclava. De la pija de Roberto empezó a salir un chorro color ámbar que fue ganando fuerza e impactó de lleno en mis pechos.
-Ahhh mi amor… te estoy meando las tetas… qué delicia…
Yo lo miraba fijo a los ojos, mientras sentía el líquido tibio bañando mis pechos, bajar por mi vientre y llegar hasta mis muslos. Sonriendo, me preguntó:
-¿Querés más? ¿Querés algo más que esto, verdad? Yo no podía dominar mi voluntad. Sin decir palabra, sin dejar de mirarlo a los ojos, abrí la boca.
Roberto rió de una manera más perversa. Me tenía dominada. Apuntó con el chorro cada vez más arriba, y empezó a mearme la cara.
-Así… ese rostro tan bello de adolescente… así…
Cuando hubo bañado mi cara de orina, apuntó directo a mi boca. Tragué un poco, tosí, escupí. Entonces él me sujetó por la nuca y me obligó a tragarme toda su verga, que aún seguía meando.
-Eso es… zorrita…. Tomate todo lo que te da tu macho.
Fue inútil que intentara salirme. Tiene mucha más fuerza que yo. Tragué bastante más, escupí lo que pude, y tuve un orgasmo bestial mientras luchaba para zafarme.
Roberto quedó de pie, triunfador, victorioso, y yo sentada en el piso del baño, babeando orines, con el semen escurriendo de mi concha y el agujero del culo dilatado como nunca. Vencida como jamás antes, por un macho que había sabido cogerme como ninguno y llevarme hasta más allá del éxtasis.
Me fui a mi cuarto y no salí ni siquiera para la cena. No tenía fuerzas para enfrentar la mirada de mi madre, mi hermano y de Roberto, todos reunidos allí en la mesa familia sobre la cual me había masturbado con un consolador gigante.
Creo que me dormí, y bien avanzada la noche me despertaron gritos desgarradores de mi madre. Asustada, me puse un camisolín transparente que a veces uso para dormir y salí al pasillo que conduce a su dormitorio. En el camino me encontré con mi hermano que también había escuchado. Sólo vestía un bóxer.
La puerta de la habitaci&oacu
te;n de mi madre estaba entreabierta. Me agaché, con mi hermano pegado detrás de mí, a espiar. Y la vimos a ella, en cuatro sobre la cama, aferrada a las barras de bronce del respaldar, gritando de dolor. Roberto estaba detrás, de rodillas, y resultaba evidente lo que le estaba haciendo, o intentando hacer.
-Sacala Robby por favor, no la aguanto -imploraba mi madre, Marta, al borde del llanto. Pero su amante no cedía.
-Vamos Marta, tenés que aguantar… no puede ser…
-¿Se la está metiendo por el culo? -me preguntó mi hermano al oído.
Le hice un gesto para que guardara silencio.
-Qué lindo cuerpo tiene mamá, nunca la había visto desnuda -comentó Jorge.
Es cierto, para sus más de 40 años tiene las carnes firmes. Podíamos verla con toda claridad, su cintura delgada, su trasero redondo, sus pechos bamboleándose rozando las sábanas. Roberto la sujetaba por la nuca con una mano, con la otra guiaba firmemente su verga hacia la entrada de un agujerito que, era notorio, mi madre no tenía dilatado. Quizá nunca se lo había entregado a ningún hombre.
-¿Por qué le duele tanto? -me preguntó mi hermano, siempre hablándome al oído.
-No sé, cállate.
-¿Te gustaría estar en el lugar de ella? No respondí.
-¿Te gustaría que Roberto te cogiera a vos en vez de a mamá? -Shhhh.
La escena me estaba excitando, y era evidente que a Jorge también. Me estaba apoyando cada vez más el bulto que tenía bajo el bóxer contra mis nalgas, apenas cubiertas por una diminuta tanga.
-A vos te entra fácil… -dijo.
Acto seguido se bajó el bóxer, corrió el hilo de mi tanga a un lado y la apoyó en mi agujerito.
-Así no… por favor -rogué en un hilo de voz.
Mi hermano se escupió en una mano, ensalivó la cabeza de su pija y me la empezó a meter por el culo.
-¿Ves? A vos te entra fácil…
Su verga digna de película porno se deslizó toda dentro de mí y se quedó inmóvil. Yo me mordía los labios para no gritar y los ojos se me pusieron en blanco. Contraje y aflojé el esfínter, aprisionando su tronco y soltándolo. Ver a mi madre cogiendo con su novio, que a la vez era mi amante, al mismo tiempo que mi hermano me penetraba, fue demasiado para mí.
-Vamos al baño -le dije.
Lo tomé de la mano, corrimos sin hacer ruido por el pasillo y nos encerramos en el baño. Por suerte la casa tiene dos, y ese era el menos usado así que no había peligro de interrupciones. Me doblé en dos, con las manos apoyadas sobre la taza del inodoro y la cola apuntando hacia arriba.
Mi hermano me penetró en esa posición, se movió un poco y eyaculó mientras yo disfrutaba de un generoso orgasmo. Después me senté en la taza.
-¿Qué estás haciendo? -Estoy expulsando toda la leche que me metiste en el culo.
-¿Esta vez no te la tomás? Me pasé la mano por entre las nalgas, junté una buena cantidad de esperma entre los dedos y la llevé a mi lengua. Dejé que la viera y me la tragué.
-Bueno, apúrate porque tengo ganas de mear.
-¿Y qué esperás? Meá -respondí desafiante.
-Pero… estás vos sentada en la taza…
-¿Y? Jorge tardó un segundo en comprender, y el rostro se le iluminó con una sonrisa.
-Te voy a mojar…
-Depende de hacia dónde apuntes el chorro…
-Elegí vos el lugar -dijo colocando sus manos a la cintura.
Tomé delicadamente su pene con una mano y lo apoyé sobre mis labios, con la boca abierta, como si me pintara los labios con él. Jorge empezó a mearse en mi lengua. Aprisioné la cabeza entre mis labios y dejé que se orinara por completo en mi boca. Cuando se me llenaba de líquido tragaba un poco, expulsaba el resto, y así. Con la otra mano me masturbé hasta gozar un nuevo orgasmo.
Cuando terminó de orinar estaba fuera de sí.
-Seguí chupando… seguí por favor Antonella…
Me abrazó literalmente la cabeza, sus antebrazos en mi nuca y me enterró la verga en la boca. Empezó a sacudirse como un salvaje, cogiéndome la boca sin piedad. La verga le creció, me la hundía hasta la garganta provocándome arcadas, pero nada le importó. Siguió así hasta eyacular otra vez.
-Me vas a hacer engordar si sig
o así tomando leche… -dije chorreando babas, esperma y orines.
Y nos reímos los dos.
Autor: Ladysun
Que relato y la puta madre! quien escribio esto? Estoy en el trabajo y no puedo mas jajajaja Muchas gracias y se ve que disfruto antonella!