Andar el degradante itinerario
del denegar al otorgar sumiso,
al impudor, desde el candor remiso,
del casto amar al coito mercenario.
Seis meses de experiencia de burdel son media vida, por muy elegante que sea el local. Durante ese tiempo Belle de Jour, aparte del proceso de formación, había prestado más de trescientos servicios, es decir, había participado en más de trescientos coitos mercenarios o cosa semejante. Y ya no cabía excusa alguna, a esas alturas de su singular experiencia era una puta, y punto. Una puta en el sentido propio de esa palabra; una puta cara, pero puta en todo caso. Y una puta por voluntad propia y no como resultado de ninguna coacción. ¿Por gusto?¿por morbo?¿por ambas causas o por otras más complejas? Ni ella misma lo sabía.
En ese tiempo, al servicio de una clientela caprichosa, en que abundaba el deseo de realización de fantasías eróticas, no hubo página del Kamasutra que no se viera inducida a leer, con excepción de las más extremas: coprológicas o de sadismo duro y similares, que Anaïs tenía vedadas. Recibió por los tres orificios y el canalillo de las tetas, y en casos difíciles remató con una labor de mano – lo que más le costó y lo más humillante para ella fue ser penetrada por el ano; porque, aunque había ido dilatando con la ayuda de hormas de varios tamaños, siempre le resultó algo doloroso y sucio. Por el contrario la penetración vaginal la volvía loca y, en consecuencia, hizo del perfeccionamiento de este servicio una de sus metas más buscadas; así, uno de los ejercicios más practicados por la aprendiz de cortesana en la Academia-Taller de Técnicas de Alta Prostitución Marie La Brune, de que se habló en el capítulos anteriores, se había orientado precisamente a adiestrar la musculatura vaginal, de manera que cualquier sección de la misma fuera capaz de dilatarse o contraerse a voluntad y adaptarse, por este arte, a la forma y dimensiones de cualquier miembro viril. Lo cierto es que esta mujer, tan sensual como diestra, estaba consiguiendo una maestría notable en esos movimientos adaptativos de forma que una verga que la penetrara fuera ceñida estrechamente en todo su recorrido y no solo en uno o unos pocos anillos. La sensación era tan intensa que había clientes que se le desmayaban de placer, y esto era hasta tal punto celebrado que ya corría su fama de boca en boca no ya por su toque de clase o su belleza como al principio, que también, sino por su especialísima y poco frecuente manera de joder.
Por lo demás, aprendió los servicios de fantasías, empezando por el masoquismo del Profesor, juego que le forzó a superar su natural timidez y tendencia a la sumisión hasta lograr el rol dominador y despótico que se le exigía, – Belle era muy tesonera y estaba dispuesta a hacer todo lo necesario para cumplir cualquier papel en su carrera vocacional que se le presentara, y este fue para ella de los más difíciles; pero habría que haberla visto en él, terminó bordándolo, no en vano estaba acostumbrada a dominar a su propio servicio doméstico-, o el capricho necrológico del Duque, o las muy frecuentes actuaciones en público para deleite de voyeurs – en una ocasión, ante una comisión de altos y corruptos funcionarios españoles, que andaban por París por cuenta de una empresa informática, que quería colocarles una remesa de máquinas de última generación, y corría con todos los gastos, Charlotte y Belle, ya muy amigas, tuvieron que representar un 69 lésbico, con todos ellos alrededor de la cama o sentados al borde sin perder detalle -; tampoco faltaron las orgías en grupo, para las que Anaïs tuvo que contratar puntualmente personal complementario, hombres y mujeres, para crear ambiente a un grupo de matrimonios dispuestos a experimentar ellos y ellas las delicias de los intercambios de pareja y el desenfreno generalizado; con ocasión de ello Belle se vio obligada a dar servicio a dos y hasta tres clientes simultáneos – ella en especial fue muy demandada – por dos o tres orificios a la vez; o la atención a la costumbre, cada vez más solicitada, de las despedidas de solteros en burdeles si bien, éstas, mucho más sencillas e inocentes en su lubricidad que las anteriores se limitaban a stripteases y juegos mas o menos picantes como hacer limpiar con la lengua al novio o un familiar la espuma de crema esparcida sobre la teta o el coño -depilado, claro- de la puta de turno, o al revés, que fuera ella la encargada de lamer la crema de la punta del pito de alguno.
Y ser hembra lasciva en los procaces
desfiles de indecentes pasarelas,
que desvela, ante turbias clientelas,
su cuerpo impuro, néctar de salaces.
Al cabo de los meses Belle de Jour se había convertido en una bestezuela sexual completamente impúdica a la que tanto le daba andar vestida como semidesnuda o desnuda del todo, en presencia lo mismo de uno que de veinte clientes, y que incluso admitía con indiferencia el exhibicionismo de prestar sus servicios – masturbaciones, coitos, felaciones – ante la mirada de los voyeurs. Es más, una de las cosas que más placer la producía era marcarse un striptease, o practicar contorsiones de barra o desfilar desnuda o ligera de ropa – pero siempre sobre tacones altos – ante los potenciales folladores, y verles excitarse ante sus patentes encantos puestos en oferta por medio de miradas provocativas o lánguidas, o de sensuales contoneos. Ese control indirecto del macho por medio de la seducción, de la insinuación de un fingido deseo, de una aparente ninfomanía hasta hacerle perder la cabeza y pasar por el aro sutilmente humillante de llegar a pagar por algo que, previa conquista, le debiera haber resultado gratis era el verdadero triunfo y la revancha que la hacía persistir en camino tan tortuoso. Para ello habían sido muy importantes las terapias del psiquiatra Msieur. P que la permitieron superar su condición de mero objeto sexual pasivo para pasar a ser sujeto sexual activo según la nomenclatura de aquel: seductora y casi depredadora de hombres. Era como la caza con reclamo o la pesca con cebo, con la diferencia de que en la seducción el señuelo o el cebo eran los atributos sensuales de la bella: los labios carnosos, húmedos y pintados, los ojos resaltados por la cosmética y potenciados por la picardía, los pechos generosos, con los pezones siempre prominentes por la excitación o las pezoneras, las caderas ondulantes, el montículo del pubis, con su lubricada gruta, las poderosas nalgas, y las técnicas de coqueteo … todo un arte de ejercer la atracción irresistible.
En cuanto a la protección de la identidad ante sorpresas indeseadas como la de Husson fue bastante una variada colección de pelucas de fantasía y de lentillas de varios tonos y colores, más el maquillaje y las pestañas alargadas o postizas para hacerla prácticamente irreconocible.
Tras los mimos fingidos de tu boca,
de gata en celo el ronco ronroneo,
ser mera carne al torpe manoseo
del macho, que se enerva y se desboca.
Y al fin dejar que a ti la bestia acceda,
babeante y gimiente en su meneo,
y lograr como gloria el tintineo
de tu precio en sonante y vil moneda.
Ser mera carne, objeto de deseo y de desprecio, contratada por una cantidad de dinero y un tiempo limitados, acantilado de las espumas más sórdidas e inconfesables, sumidero de pasiones oscuras: PUTA, RAMERA, FURCIA, PAICA, MERETRIZ, HETAIRA … eso era Belle de Jour, esa era su gloria.
Por otra parte, el balance entre sus dos personalidades contrapuestas Severine/Belle, que tanto recordaban por su constante y dramática pugna interna a las del Dr. Jeckill/Mr. Hyde, iba venciéndose con el paso de los días de lenocinio del lado lascivo y lujurioso de Belle. La personalidad voluptuosa iba ganando fuerza día a día en detrimento de la mojigatería de Severine, que se veía progresivamente demolida y sustituida por la de la meretriz, incluso en su santuario doméstico.
En varias ocasiones experimentó el deseo morboso de cortocircuitar la distancia y el hermetismo que imponía a su matrimonio el carácter conservador en materia sexual que era innato en su marido (y que en principio había asumido como propio). Una noche, ya en el lecho, creyó advertir cierta disposición en su marido y se atrevió a decirle lo más melosa e insinuantemente que sus costumbres habían nunca permitido:
-Pierre, querido, quizá debiéramos cambiar un poco la manera habitual en que tenemos nuestros contactos … físicos. Quizá debiéramos actuar de manera más abierta, más franca. ¡Esto de hacerlo a oscuras, siempre bajo las sábanas! Quizá debiéramos conocernos mejor, conocer nuestros cuerpos, manifestar nuestros deseos abiertamente, no de manera … clandestina …
-¡¡Severine!! ¿Qué dices? Para mí en el matrimonio el respeto mutuo, la castidad, la pureza en suma son valores superiores. Y esos son los que he preferido cultivar por encima de todo por consideración a tu autoestima y a la mía propia. Cualquier permisividad entre nosotros hacia los bajos instintos nos colocaría al nivel de los animales. No, no, querida; pertenecemos a una clase social que goza de un reconfortante acceso a los más altos placeres del espíritu que compensan de sobra especialmente en la mujer, siempre más fuerte moralmente, la menor delectación en las pasiones ruines. Estamos bien así.
-Pero yo creo, Pierre, que, en seno del matrimonio, esos placeres deberían ser legítimos. Yo, que quieres que te diga, a veces por el contrario el hacerlo así como lo hacemos, solo cuando a ti te aprieta el deseo y lo evacuas sobre mí sin previa seducción, sin conquista, sólo por el derecho del débito conyugal, el acto no sólo no me alegra ni satisface sino, perdóname, esas veces me parece triste y sórdido. Pero podría ser de otra manera; mira, toca lo que me he hecho para ti – y le condujo la mano bajo las sábanas hasta tocar su suave pubis depilado. El retiró la mano bruscamente.
-Pero ¿qué has hecho, Severine?¿te has afeitado el pelo del pubis como una prostituta? No tenías derecho a ello sin contar previamente con mi aprobación. No sé, sin duda te aqueja alguna afección morbosa del espíritu que debería tratarte algún psicólogo; y no me gusta, debes dejar que crezca de nuevo. Dejemos las cosas como han sido siempre.
-No es así, Pierre. Ahora se lo hacen muchas honestas mujeres casadas para gusto de sus maridos; quizá no estamos al día, Pierre. Además el depilado que me he hecho es permanente; y a mi me gusta, como alguna otra cosa que me he hecho, también pensando en ti, y en dar un poco de aire y alegría a nuestro matrimonio, y que, la verdad, sería para mi muy frustrante no podértelo mostrar. Pero ya veo que no te agrada. Lo siento, no pretendo disgustarte, pero deberías pensar, deberíamos pensar algo en nuestra relación. Los hombres tienen o tenéis unas salidas tradicionales para evacuar vuestra fantasía sexual: las amantes o las prostitutas. ¿Qué salidas equivalentes tiene la mujer de buena posición, si incluso en su matrimonio se le niega? ¿La piedad religiosa? ¿Las vacías relaciones sociales? Pensemos, Pierre.
-Las cosas siempre han sido así, Severine. Y su razón habrá para que así sean. Te respeto mucho porque te quiero mucho, y no quiero ofender tu dulcísima imagen rebajándola al nivel de una infame prostituta.
-Pierre, las prostitutas son infames porque existen sus clientes. La mayoría no son sino pobres mujeres que por una razón u otra se han visto encaminadas a dar determinados servicios a hombres, la mayoría casados, que por lo visto no quedan suficientemente satisfechos en su casa. Y el dinero parece darles esa superioridad, pero son más infames que ellas. Al fin y al cabo el que busca es el cliente, que es tan miserable que, incapaz de conquistar, se ve obligado a pagar.
-No te sabía esas extrañas opiniones, Severine. Creo que simplificas mucho el problema, que es mucho más complejo. Buenas noches, querida.
-Buenas noches, Pierre. Medita no obstante sobre lo que te he dicho: me entristecen y disgustan los coitos que hacemos a oscuras y a tu voluntad. Si ha de seguir siendo así nuestra relación mejor nos tomamos un tiempo de reflexión y de pausa; a ver si se nos aclaran a ambos las ideas. Y esto va en serio, Pierre, a partir de mañana cada uno en su cuarto y en su cama, y si cambias de opinión y te apetece algo de mi a las claras y sin tapujos, con alegría y ¿por qué no? con lujuria, me lo planteas con calma y quizá te haga caso. Quizá sea aún tiempo de que enderecemos una relación que no sé lo que te da a ti, pero lo que es a mí, muy poco.
-¿No lo dirás en serio, Severine?¿De donde has sacado ideas tan raras? No te entiendo ni te conozco.
-De muy adentro, Pierre. Y ya es hora de que me vayas conociendo, por encima de ese rol superior y protector que no sé qué fundamento tenga. Buenas noches.
Y así quedó el primer round de este difícil combate. Severine dejó a su esposo a dieta sexual completa. Pierre por su parte no pareció dispuesto a transigir con una línea de conducta de Severine que juzgaba no sólo equivocada sino escandalosa; y la cortés cohabitación se dilató y dilató en el tiempo.
De esa manera el binomio Severine/Belle fue decantándose más y más por la segunda vida, con su sensual atractivo licencioso. Belle había dejado muy atrás aquella timidez burguesa de los primeros tiempos y, sin perder las maneras refinadas de su clase, que tanto caché de cortesana fina le habían proporcionado, iba ganando en aplomo, seguridad y descaro.
[CONTINUARÁ]
EL FILÓSOFO
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