Deseaba a toda prisa que te convirtieras en mi dios y yo en tu diosa, tenía la necesidad de calmar ese deseo desenfrenado, necesitaba calmar el instinto más básico que existe, el deseo animal, el deseo de ser follada por un macho, el deseo de hacerlo como dos seres que buscan sólo el placer de follar, el deseo de sentirme como tu puta y el deseo de que tú te sintieras como mi macho cabrón.
Nos conocimos aquí, gracias a esta página. Y digo gracias, porque de no haber sido a través de este medio seguramente nunca nos hubiéramos cruzado en el camino. Y ahora se que conozco a la persona más impresionante y sexualmente morbosa que he conocido jamás.
Yo leo de vez en cuando en esta sección de relatos eróticos, algunos bastante buenos, han conseguido excitarme de verdad. A mí también me gusta escribir sobre experiencias vividas o fantasías que se me ocurren. Pero hasta hace poco no había publicado nada. Un día como otro cualquiera cayó ante mis ojos uno de esos relatos especiales. Su autora, según ponía era una chica. Había conseguido que me sumergiera en su historia, no sabía si real o ficticia en ese momento, aunque después me ha quedado muy claro que era auténtica.
Nunca me había planteado la opción de escribir a alguno de los autores que aquí dejan sus historias, pero ese día y después de haberme masturbado leyendo ese relato, me aventuré a hacerlo. Precisamente la duda de saber si era cierto lo que allí contaba me animó a escribir y también el hecho de haber imaginado en muchas ocasiones, una historia muy similar a la suya. Escribí un email a su dirección, y si os digo la verdad, con ciertas dudas respecto a una posible respuesta. Entre otras cosas porque siempre he pensado que la personalidad de alguien que escribe en un sitio así puede ser totalmente distinta a la real. Pensaba que incluso podía no ser una chica la que escribía esos relatos.
Me contestó y curiosamente ese no sería el único mensaje de ella. Después de ese hubo más, nos hicimos asiduos poco a poco. Intercambiábamos opiniones sobre los relatos que leíamos, yo le mandaba relatos míos, ella me mandaba los suyos antes de publicarlos y así nos fuimos conociendo un poco más cada día.
Lo que más me alucinaba aunque por otro lado asustaba también, era el placer que ella experimentaba al sentirse y actuar como una autentica puta. En sus relatos lo plasmaba perfectamente. Y digo asustaba, porque lo que en un principio pensaba que era una manera de escribir esos relatos, me daba cuenta a través de sus emails personales, que no, que ella misma era así. Hasta ahora la manera que yo tenía de tratar a las mujeres siempre había sido con ternura, delicadeza, entrega y pasión. Pensar que alguien pudiera someterse a mis más ocultos deseos, obedecer, desear ser sometida y sentir placer con ello, no había pasado por mi cabeza. Pero ahora empezaba a despertar ese deseo, ella lo despertó.
Llegó el día que decidimos dar un paso más, hablaríamos por teléfono para quedar en persona y hacer realidad el deseo que había surgido entre los dos. Ser una puta para mí. Así sucedió y así le escribí a ella lo que sentí y viví en esos momentos, al igual que ella también escribió algunas partes de esta historia antes de publicarlo para todos vosotros.
La llamé por teléfono. Era la primera vez que lo hacía. En mi oreja el ruido de la línea, el teléfono marcando. En mi pecho el corazón latiendo acelerado ante la incertidumbre de escuchar una voz al otro lado.
– ¿Si? – Hola. – Hola, cuanto tiempo sin oírte. – Si, toda una vida. – Esperaba tu llamada… me tienes como loca de nervios y muy caliente.
Dejaste esa palabra flotando en el aire. Pasaron unos segundos, quizás menos. Una nueva voz al teléfono nunca es igual a como la hemos podido imaginar. La tuya me sorprendió, me gustaba más que la que yo tenía en mi imaginación.
– Me alegro, es lo que quiero. Pero aún queda mucho por calentar y voy a derretirte. – Uuufff, claro… lo que tú quieras… ya sabes que lo estoy deseando.
Tú corazón también se había acelerado, mi voz acariciaba tus oídos y hacía que la excitación aumentara por momentos.
– Pues te voy a decir donde podemos quedar. (…), es una plaza conocida, no creo que te sea difícil llegar. Hay una salida de metro cerca de una heladería Haägen-Dazs. Verás la cabina azul que ya te comenté, y allí me esperas.
– Oye, ¿no me vas a decir tu nombre? – ¡No!, Eres mi puta y de momento no quiero que lo sepas. Tendrás que ganártelo. – ¡Joder como me tienes! – Si, lo se. Y así quiero tenerte. Vas a saber lo que es ser una puta de verdad. – AAuuuhhh… eehh… ¿a qué hora nos vemos? – Diez y media, ¿te viene bien? – Vale, estupendo. ¿Sugieres algo más? – Si. Me gustaría que llevaras puesta una falda, pero con nada debajo. Quiero que el tanga lo lleves en el bolso. Más tarde te lo pondrás delante de mí. Quiero ver como lo haces y poder contemplar ese fantástico culo con el tanga puesto. – Que cabrón, como me has puesto, me tienes encharcada. – ¡Chiiissss!, calla, no digas nada. Ya me lo contarás luego. – Vale, pues hasta luego. – Hasta luego.
Cuando llegué a las 22:30 ya estabas allí junto a la cabina. A pesar de que era de noche y desde la otra acera solo se apreciaba la figura de una mujer, sabía que eras tú. Solo había visto aquella foto que me enviaste, pero una melena negra como esa es inconfundible. Según me acercaba pude comprobar lo impresionante que estabas. Minifalda blanca, camiseta ajustada de tirantes marcando unas tetas de impresión y un pequeño bolso colgando del hombro. Imaginaba tu sexo dándole el aire, pensando que me habías hecho caso y venías sin nada. Imaginaba como habría sido el viaje hasta allí, sintiendo los pliegues de tu vulva hinchada por el deseo. Me acerqué hasta tu lado.
– Hola. – Holaaa… – ¿Sabes?, Eres mi puta preferida, vas a ser mi esclava, has venido hasta aquí para venderte y me vas a ofrecer tu cuerpo.
(Esta parte está escrita por ella).
Tú no paras de dar vueltas a mi alrededor, observándome a mí de pie, quieta. Veo como miras mi culo, mis tetas. Pasas tus manos por mis nalgas comprobando si la mercancía es de primera, acercas tu cabeza por detrás y te pegas a mí, oliendo mi pelo mientras me dices: «Serás una buena puta para mí, te quiero para mi disfrute personal, para que me hagas correr, para que me hagas gozar». Sigues comprobando el material, levantando un poco la minifalda metes una mano entre mis piernas y la subes hasta mi coño. Un coño que no lleva nada encima excepto los flujos que están saliendo de él. Compruebas el tamaño de mi coño, su tersura, su hinchazón, para ver si tu polla dura se ajustará bien a él, para ver si me podrás dar unas buenas folladas.
Después de comprobarlo me dices: «Sí, tu coño está hecho para mí, el producto me convence». Das la vuelta por detrás de mí observando las curvas de mis caderas. Con uno de tus dedos vas marcando un camino por ellas, bajando hasta el borde de la falda para introducirlo entre mis nalgas y llegar hasta el mismísimo agujero de mi culo, porque con un movimiento de mis caderas te facilité el camino. Entonces dijiste: «Tienes el culo perfecto para que mi polla descargue en él». En último lugar comienzas a mirar mis pechos y me preguntas: «¿Podré mamar de ellos? Yo sigo callada.
Me dices que vas a hacer la prueba final. Vuelves a mi coño y directamente metes un par de dedos en mi abertura. ¡Y si!, soy tu puta, estoy mojada y mucho, tanto que cuando te separas de mí observas como una corriente de deseo se desliza por mis muslos. Me gusta pensar que me follarás, es más, me encanta saber que voy a ser tuya y que mi coño llamará a tu polla a gritos. Después de hacer la prueba me dices que definitivamente soy para ti. Que soy una puta que desea que su cabrón la folle hasta llevarla al éxtasis. ¡Eres mía!
(Yo).
Pensé que estaba flotando, viendo una película. Pero al acercar mis dedos hasta la nariz, supe que no.
– ¿Me acompañas?
Con un gesto de asentimiento de tu cabeza mientras tus ojos se fijaban en los míos y una sonrisa de lujuria se dibuja en tu rostro, aceptaste la invitación. Empecé a andar y seguiste a mi lado hasta llegar a mi coche, entré en él y te abrí la puerta. Una vez acomodada en el asiento pude ver tus largas piernas porque no las cubría la minifalda ni a mitad del muslo. Las dejaste separadas (supongo que aposta). Me preguntaste:
– ¿A donde me vas a llevar? – Ya lo verás. Contesté yo.
Fuimos hasta una sala de cine que no había muy lejos de allí. Era un cine porno.
(Escribe ella).
Llegamos al cine, ambos nerviosos y excitados. El deseo que tenía hacia ti antes no tenía rostro, solo cuerpo, pero ahora, después de habernos visto en la cabina de teléfono ese deseo se localizaba en cada centímetro de tu cuerpo… la expresión de tu cara, tus ojos, tus labios, tus manos, tu olor… todo ello me invitaba a follarte y a que tú me follaras como un auténtico salvaje, ayudados además por la excitación que provoca estar en un cine porno, viendo enormes pollas y tetas en la pantalla y tener a cantidad de hombres sentados en las butacas, excitados y pendientes de cualquier pareja que entrara a la sala. Nosotros íbamos a tener la oportunidad de darnos el gustazo de hacerlo.
Estábamos en la puerta de acceso al cine, estaba nerviosa de no saber lo que allí dentro me esperaba, pero tu mirada me tranquilizaba. Entramos a toda prisa en la sala, nos sentamos en la última fila para así poder divisar bien la sala. No había mucha gente. Solo algunos hombres por el medio de la sala y otros en primera fila. Te sentaste y yo me senté a tu lado. Tus ojos no se apartaban de mi escote. Te animaba a deslizarte por él, pero decidimos esperar a que las luces se apagaran. Mientras eso ocurría comenzaste a provocarme susurrándome: «Imagino ahora tus labios rojos deslizándose por mi polla dura, tus manos recorriendo mi cuerpo, oliendo tu pelo mientras meto mi polla por tu culo y sujeto tus tetas para que no te escapes. Ahora el deseo tiene forma, y esa forma me encanta».
Crucé mis piernas, mi vulva palpitaba por la excitación que me estabas provocando. Tú que lo sabías seguiste excitándome mientras esas malditas luces no se apagaban: «Ya te he follado con mis mails, con mi imaginación, pero ahora seré yo en persona el que te folle, seré yo el que tomará posesión de tu coño, será mi lengua la que recogerá la última gota de tu corrida, seré yo el que sentirá el calor de tu cuerpo, seré yo el que sentirá mi polla dentro de tu boca, ambos seremos dos animales en celo dando rienda suelta a nuestros instintos.»
En ese momento creí que no aguantaría más, deseaba a toda prisa que te convirtieras en mi dios y yo en tu diosa, tenía la necesidad de calmar ese deseo desenfrenado, necesitaba calmar el instinto más básico que existe, el deseo animal, el deseo de ser follada por un macho, el deseo de hacerlo como dos seres que buscan sólo el placer de follar, el deseo de sentirme como tu puta y el deseo de que tú te sintieras como mi macho cabrón.
Las luces se apagaron y comenzó la fiesta. Me tomaste de mi cabeza y me acercaste hasta tu boca, una boca ansiosa por buscar mi lengua, por morder mis labios, por dejarme su humedad, mientras, una de tus manos se deslizó sobre mi camiseta, palpando los pezones sobre la tela, apretándolos con tus dedos…
Mi respiración se hacía más fuerte y mi excitación aumentaba por momentos. Apartaste tu boca de la mía y te levantaste. Te pusiste de pie frente a mí, tomaste mis piernas y las colocaste en los reposa-brazos de la butaca. Mi cuerpo se había abierto para ti, para mi cabrón. Te arrodillaste ante mí y subiste mi falda hasta la cintura. Mi coño estaba completamente a tu merced, era para ti, para que gozaras con él y me hicieras gozar a mí con esa boca que tanto había deseado. Abriste mi coño con tus manos y tu lengua comenzó a deslizarse por mi vulva.
Notaste como me retorcí de placer porque te tomé de tu cabeza y de mis labios se escaparon gemidos de placer, tu lengua recorrió todo mi coño, haciéndolo lubricar y mojarse de deseo y de lujuria. Metiste la lengua dentro de mí y comenzaste a hacer círculos con ella dentro. ¡Joder como me estabas poniendo! Mis gemidos se hacían más intensos mientras intentaba mirar a la pantalla. El protagonista estaba desnudando a una chica y yo esperaba que le comiera el coño como me lo estabas haciendo tú. Así fue, el tío con su lengua estaba recorriendo todos los rincones de la entrepierna de esa chica.
Ver las imágenes y sentirlo en mi cuerpo me hacía gemir como loca. Pero en la sala no solo se escuchaban mis gemidos, unos hombres que había varias filas por delante se habían percatado de lo que ocurría. Me miraban, aunque al principio cuando les miré a la cara intentaron disimular volviendo la mirada a la pantalla, pero después al ver mi cara de lujuria y placer no les importó ocultar los movimientos y los resoplidos que experimentaban mientras se masturbaban. Te levantaste del suelo y te dirigiste a mi boca, querías que saboreara mi excitación y así lo hice.
Nuestras lenguas y nuestras salivas se mezclaron con el sabor de mis flujos, mordía tus labios, mordía tu cuello. Mientras el beso continuaba, comencé a explorarte. Encontré tu polla dentro del pantalón, gorda y dura. Te sentaste en la butaca y ahora la que se agachó fui yo. Bajé tus pantalones y dejé tu polla al aire. Comencé a mamarla como si llevara siglos esperando hacerlo. La recorrí con mi lengua, saboreé tu capullo como si de una golosina se tratara y la ejercité con mis labios. Me pediste entre gemidos que parara, porque si seguía haciéndolo un manantial surgiría de tu polla hacia mi boca.
Me cogiste del pelo y casi me obligaste a levantarme, porque querías, necesitabas clavar tu polla en mi coño. Me senté de espaldas a ti, situé la polla en la entrada de mi coño y fui poco a poco acoplándome a ella, mientras de mi boca se escapaban gemidos, notaba como tu polla recorría todos mis huecos, tus manos se perdían en mis tetas, eché mi cabeza hacia atrás sobre tus hombros y la giré para comenzar a morder tus labios, para buscar tu lengua.
Tus manos ahora se situaron en mis caderas y junto a ellas comencé a subir y bajar. Tu polla recorría mi coño, notando como me desgarraba, contraía mi vagina para sentirla aún más, mi rostro se desencajaba más y más, mis uñas se clavaban en tus piernas y de mi boca solo se escapan jadeos de placer por sentir tu polla dentro de mí. Me obligaste a parar y a levantarme. Tú también lo hiciste porque habías decidido cambiar de postura. Yo seguía mirando hacía la pantalla cuando pasaste un brazo por mi vientre y con la otra mano empujando sobre mis hombros me indicabas que debía inclinarme hacía abajo. Así lo hice apoyando la tripa sobre el respaldo de delante mientras estiraba los brazos para apoyar las manos sobre el asiento. Noté que te inclinabas sobre mí para acercarte a mi oído.
– Quiero ver tus tetas colgando.
Con tus manos subiendo por mi cintura levantaste la camiseta hasta las axilas para dejar mis tetas al aire. También introdujiste tu rodilla entre mis piernas forzándome a que las abriera. Estaba a tu merced, excitadísima, sentirme así me hacía enloquecer. Esperaba con ansia que me embistieras. Separaste mis nalgas con tus manos y sentí como unas gotas de saliva acertaron en mi agujero. Apreté y moví los músculos de la entrada a mi culo queriendo atrapar esas gotas, pero en ese instante sentí la presión de tu capullo como un hierro caliente sobre ellos y lo más que pude hacer fue aflojarlos para dejar que tu polla empezara a taladrar mi culo. Entraba despacio, lentamente, mientras mis caderas te incitaban a meterla hasta el fondo. Y así lo hiciste, porque noté como tus huevos chocaban contra mí.
(Yo).
Mi polla en tu culo se movía como los pistones de un tren a vapor, adelante y atrás, apretada por tus músculos, friccionando con ellos, ardiendo de calor. Me agarré con fuerza a tus caderas y con cada movimiento podía ver como tus tetas chocaban contra el asiento. En la pantalla se acababa de correr un tío en la boca de una chica y sonriendo lo enseñaba a la cámara. Cogí con una mano tu melena y tirando de ella hice que levantaras la cabeza para verlo. Tu boca estaba abierta igual que la de la chica de la pantalla. Me sentía cabalgando una yegua, con las riendas en la mano y mi cuerpo chocando contra el animal.
Aumenté el ritmo y estaba a punto de correrme, pero aún quería que probaras algo más. Inclinándome más sobre ti, bajé mi mano derecha por debajo de tu cuerpo hasta alcanzar la raja de tu coño. Fue bestial la sensación de encontrarme un charco entre mis dedos y un reguero de humedad bajando por los muslos. Empecé a frotar la palma por todo tu sexo e introduje un par de dedos en esa cueva encharcada, consiguiendo que mi mano se empapara con tus jugos. Volviéndome a incorporar tiré de la melena hacía un lado para que ladearas la cabeza, y llevando esa mano hasta tu boca te dije:
– ¡Lámela!
Pasabas tu lengua por la palma de mi mano, como esa yegua en la que te habías convertido bebería de ella. Jadeabas a la vez y con el mismo ritmo que había empezado de nuevo a taladrar tu culo. Cada embestida mía, un «aahhh…», salía de tu garganta, un sonido ahogado, gutural proveniente del fondo de tu cuerpo, mientras con tu lengua estirada terminabas de limpiar toda mi mano. La retiré de tu boca para ponerla en tu cadera. Acerqué mis labios a tu oreja.
– ¿Sabes que voy a hacer? – ¡Nooo!, dijiste en un gemido.
Sin que te diera tiempo a imaginarlo, con mi mano izquierda tapé tu boca, y la otra que permanecía pegada a tu piel, la levanté con energía para dar un fuerte cachete en el culo, ¡plass! Quisiste gritar (de placer seguro), pero no te dejé. Lo que si escuchaste en tu oído fue:
-¡Puta!, me voy a correr en tus entrañas.
Tus manos se agarraron con fuerza al asiento cuando una corriente recorrió mi cuerpo y provocó nuevos movimientos. Sentiste esos golpes como latigazos en tu cuerpo cuando un torrente de placer empezó a inundar tu culo. Levantaste la cabeza hacia arriba al igual que haría ese animal en el que te habías convertido, pero en vez de relinchar un gemido escapó de tu garganta. Las paredes de tu culo se contraían exprimiendo mi polla y sacando toda la leche que aún podía quedar. El orgasmo fue tan bestial que mis piernas flaqueaban.
(Ella).
Caíste exhausto sobre mí y una sensación de placer inmensa me llenó al pensar en todo lo que habías disfrutado de mi cuerpo y a la vez como me habías hecho disfrutar a mí. Era una puta contenta del trabajo que había hecho. En la oscuridad de la sala pude ver como uno de esos hombres que no nos habían quitado el ojo de encima, me estaba sonriendo. Le devolví la sonrisa a la vez que nos incorporábamos y en ese instante pude sentir como escurría de mi culo aún abierto la leche de tu corrida. Relamí mis labios con lujuria e intuí que ese hombre se estaba corriendo, gracias a mí y a lo puta que era.
(Yo).
Sudorosos y fatigados nos colocamos la ropa y salimos de la sala, pasamos antes por el servicio para lavarnos y allí fue donde cumpliste uno de mis deseos.
– ¡Saca el tanga de tu bolso!, quiero ver como te lo pones.
Rebuscaste en el bolso y sacaste esa prenda. Un tanga color burdeos. Me disté la espalda, pero seguí tu mirada en el espejo que tenías frente a ti. Remangaste la minifalda hacía arriba para enseñarme tu culo, allí ante la blanca luz de los fluorescentes era algo esplendido. Vi como te inclinabas con el tanga en tus manos, tu culo me miraba, entre los muslos la prominencia marcada de tu sexo y sobre él ese agujero, colorado aún por el trabajo que había hecho. Vi como introducías los pies por la tela, como la subías lentamente por los tobillos. Como contoneabas las caderas al llegar con ella a la cintura. Y como lo colocaste entre las nalgas del culo y con delicadeza sobre los labios de tu coño.
Estiraste hacía abajo la falda y colocabas tu pelo frente al espejo dándome la espalda todavía, cuando tu mirada buscó la mía para decirme:
– ¿Nos vamos?
Autor: robinblue8