Carolina dejaba su sudor en la pileta de la cocina. Se le hacía difícil mantener el status quo, pasó de estar en el candelero a sufrir privaciones que no acostumbraba. Su familia había caído luego 10 años de pleno ascenso, y las comodidades de otros tiempos se fueron perdiendo. Pasó del gimnasio y del cuidado personal, a realizar las tareas de la casa diariamente, esperando que la moneda vuelva a darse vuelta.
Ya la chica que realizaba los quehaceres domésticos no era parte del combo perfecto. Y su marido no lograba acomodarse a su nuevo puesto de vendedor. La multinacional lo había despedido luego de los cambios a nivel mundial.
Y los ingresos se habían triturado.
Pero Carolina no se doblegaba. Mantenía su porte, y de puertas hacia afuera, el show off se mostraba igual. Fueron años de prepotencia social y económica, su círculo de amistades se había modificado. El club, las salidas entre amigas, el colegio privado de los chicos, los fines de semana embarcados, los viajes.
No quería renunciar a nada, pero los ingresos claramente no estaban alcanzando. Podría haberse bajado y continuar como ama de casa, pero su ego pudo más.
Se decidió a buscar trabajo.
Lo que no sabía era de qué o por dónde buscar. Carolina tenía 40 años, y desde hacía 15 que no trabajaba. Y sus experiencias anteriores fueron menores, administrativa en la empresa donde conoció a su esposo, quien ya tenía un puesto importante, lo que le permitió renunciar. No tenía otra expectativa que disfrutar de sus hijos y de pertenecer.
Tampoco quería mendigar por trabajo entre sus contactos, sentía que se rebajaría. Su marido intentó convencerla, pero ella no claudicó.
Nadie de su entorno debía enterarse
Se anotó en una las redes sociales especializadas en búsquedas laborales, sumó contactos, envió mensajes, y la fueron rechazando uno tras otro. Cuando estaba por abandonar, le escribieron de un call center.
Le quedaba cerca de su casa, eran sólo 6 horas de mañana, ideal para mantener las apariencias. Aspiraba quizás a algo mejor, pero no tenía muchas opciones. Su falta de experiencia sumado a que quería quedar por debajo del radar, no le dejaban casi alternativas.
Se presentó a la entrevista, se sintió grande cuando rindió examen frente a un joven que podría haber sido su hijo, pero lo necesitaba. El trabajo era simple, la empresa daba el soporte telefónico a un importante banco, debía responder con amabilidad a los reclamos, agendar la consulta, y realizar un breve informe a su team leader, una rubia con pinta de trepadora, y un cuerpo digno de vedette. Carolina sólo tenía contacto con ella, era un trato cordial y no más que ello. El resto de la gente eran jóvenes, distintas realidades, con lo cual Carolina se sentaba, trabajaba sus 6 horas, y se retiraba.
De los dueños no sabía nada, le contaron que venían por la tarde, no se los cruzaba, ni le interesaba. No aspiraba a más. So objetivo estaba cumplido, llevaba su dinero a casa, y volvió a su circuito habitual, tardes de té, algo de Gym, y alguna salida. Con excusas, fue evitando gastos mayores
Todo cambió cuando llegó el momento de las vacaciones. la modalidad entre los empleados era cubrirse entre los teams, y a Carolina la cambiaron de turno durante el mes de febrero, por 15 días. Aquel primer lunes de turno tarde modificaría el rumbo de su vida. Y fue cuando reconoció a los dueños.
2 horas después de haber comenzado su turno, entró a la oficina el señor González. Lo reconoció apenas cruzó la puerta de entrada. Bajó su cabeza, él no la vio.
Era el esposo de una de sus mejores amigas del club!!! Carlos González!!! Lo pensó cuando había escuchado su nombre, pero es un nombre extremadamente común. En las reuniones del club nunca hablaba de su trabajo, sabía que tenía una empresa de servicios, y no más que ello. Qué haría? De ninguna manera debía verla. Su pantalla de familia pudiente se caería en minutos, todas sus apariencias tiradas por la borda!!
No podía renunciar, pero tampoco quería que la reconozca. Pensó y pensó, y llegó a la conclusión que sólo serían 15 días, debía evitarlo como fuese durante ese breve lapso.
El primer día González no salió de su oficina, lo único que observó es que la supervisora apenas lo vio llegar, se paró y lo siguió a su oficina. A la hora ella salió, y al cumplirse su horario, se fue. No se lo cruzó, y Carolina pasó su primer día hecha una bola de nervios. Perdió llamados, y hasta contestó mal en algunas de sus charlas con los clientes. El tema le pesaba, aunque estaba convencida de que debía transitar ese tiempo, que todo volvería a la normalidad.
Al otro día, dijo sentirse mal 15 minutos antes de la supuesta llegada del dueño, y se quedó en el baño por una media hora. Evitó cruzarse, cuando volvió la supervisora tampoco estaba, y a los 20 minutos ella salió. Seguía nerviosa, lo que provocaba que su performance siguiera bajando. González no salía de su oficina. Carolina repitió la rutina los días posteriores, y pasó así su primera semana.
El sábado compartió la jornada de club con sus amigos, y González estaba. Se sintió rara, pero evidentemente él aún no sabía que Carolina era una de sus empleadas.
El lunes mientras se duchaba, reflexionaba: «Sólo me queda una semana»
—–
«Qué linda puta que es ésta», pensaba González. La supervisora lo miraba, con los anteojos puestos, se pasaba la lengua por sus labios, y se frotaba su pija entre las tetas, ella arrodillada, él sentado en su silla de director. Hacía ya dos años que Silvina era la supervisora, claramente ella lo hacía por poder, desde que ingresó como Telemarketer fue buscando el contacto con González.
Silvina tenía 30 años recién cumplidos, un cuerpo moldeado, y todo al servicio de su ambición. Esta era su segundo trabajo, apenas salió de la facultad de ciencias económicas, empezó a trabajar en una multinacional como vendedora, y al poco tiempo se convirtió en la amante del jefe. la ascendieron, y se desató el escándalo cuando en Recursos Humanos descubrieron a la pareja. Los dos a la calle, pero Silvina ya había descubierto cómo trepar.
El call center era una pequeña empresa, nadie averiguó antecedentes, cuando le preguntaron por qué la habían echado, ella alegó reducción por crisis, e ingresó.
Pronto descubrió a su nuevo objetivo. Al mes de haber ingresado sorprendió a González mirándole el escote (siempre generoso, siempre dispuesto), cuando se cruzaron en la cocina. «Cómo te llamás» le preguntó él, sin desviar la vista de su tremenda delantera.
«Silvina, entré hace poco, soy una de las telemarketers, un gusto», le contestó.
«Que tengas suerte, espero te vaya bien, yo soy Carlos, uno de los dueños», respondió él, y se fue.
González ya estaba entrando a los 60, y ya más allá de todo. Su matrimonio era rutinario y él se sentía vivo aún. Salía con sus amigos, se mantenía bien físicamente, pero no ponía en riesgo nada. Sólo alguna joda con prostitutas, no más que ello, y no se permitía jugar en el trabajo. Hasta que Silvina le ganó
Ella, como una artesana, fue tejiendo su red. Lo cruzaba en la cocina, camino a los baños, le clavaba la mirada, con una sonrisa a veces, otras sobreactuando el interés, mirándolo y desviando como si no lo quisiera hacer
Lo paso x partes…