Una mujer nos confiesa su infidelidad con su vecino, por qué, cómo empezó y en qué situación se encuentra ahora mismo.
Me casé hace casi un año. Vivo con Diego, mi marido, en un condominio del D.F. Ha sido una persona muy buena conmigo. Como la gran mayoría de las mujeres, no llegué virgen a mi matrimonio pero a él no le importó. Antes de él tuve una vida sexual un tanto disipada: tuve relaciones sexuales con tres de los cuatro novios anteriores a Diego. Durante nuestro noviazgo deseé y procuré tener relaciones también con él, pero nunca quiso. Decía que quería dejar los mejores momentos para cuando nos casáramos. Duramos 2 años de novios y no sé como, pero pude conformarme con los ligeros arrumacos que de vez en vez llegábamos a tener. Una vez casados, ha procurado satisfacerme en todo, incluyendo el aspecto sexual. Sin embrago, quizá por su falta de experiencia y sus continuos viajes de trabajo, que a menudo llegan a durar 2 o 3 semanas, últimamente había sentido una gran insatisfacción, hasta que me apareció Paco, un vecino divorciado que vive justo frente a nuestro departamento.
Paco siempre había sido un vecino gentil y agradable, pero de unas semanas para atrás, mi mente había fantaseado con la posibilidad de conocerle más, en un terreno íntimo. Desde luego que mi condición de mujer casada y además adoradora de su marido me lo impedían. No obstante, hace varias semanas, regresando del súper, tuvo la amabilidad de ofrecerse a ayudarme con las bolsas. Obviamente le invité a pasar a mi casa y sentí la necesidad de ofrecerle un café, el cual aceptó sonriente.
Al darme cuenta que tenía en mis manos la posibilidad de gozar una aventura, no pude evitar excitarme al máximo. Mientras preparaba su café en la cocina, mi conciencia sostenía una feroz batalla con mi deseo carnal. Mientras analizaba pros y contras, mi excitación crecía. Sin aún haber tomado una decisión, regresé a la sala y, tras servirle su taza de café, tomé asiento junto a él. Platicamos de los temas obligados: clima, inseguridad, crisis económica, etc., para después pasar a temas más agradables. Me platicó que su divorcio, realizado hace año y medio, había sido un duro golpe para él, sincerándose tanto para confesarme que desde aquel entonces no había estado íntimamente con una mujer.
Su comentario tuvo dos efectos en mí: por un lado sentí lástima de él; por el otro, mi excitación creció imaginándomelo descargando sus 18 meses de contención dentro de mí. Supongo que él percibió en mí un profundo nivel de excitación, pues instantes después, simplemente se me acercó y comenzó a acariciarme sensualmente en la rodilla mientras platicábamos. Sin escandalizarme, lejos de apartarme de él, abrí discretamente mis piernas como invitándole a acercarse a mi entrepierna, lo cual hizo deliciosamente metiendo su mano por debajo de mi falda.
En aquel momento ya no me importó la infidelidad, sólo pensaba en Paco y su mano acariciándome. Comenzó a besarme al tiempo que con su mano me frotaba por encima de las pantaletas. Cerré mis ojos y asumí una actitud pasiva deseosa de disfrutar al máximo aquel masaje que duró varios minutos, pero posteriormente mi compañero cesó de acariciarme. Ansiosa, busqué su entrepierna deseosa de motivarlo a reanudar sus caricias. Desde luego, no tuve problemas para encontrar esa protuberancia entre sus muslos, la cual, tras frotarla varias veces, cual lámpara de Aladino, hizo realidad mi deseo de sentir el movimiento de su mano sobre mi entrepierna.
Disfruté plenamente sus favores manuales sin dejar de acariciar aquella carnosidad viril con el doble propósito de agradecer su atención y motivarle a seguírmela brindando. Tras algunos minutos de sabroso agasajo, se decidió a despojarme de mis empapadas pantaletas y, con enorme ansiedad reflejada en su rostro, liberó su hinchado miembro de entre sus ropas, separó mis muslos con impaciencia y penetró a mi ser con incontenible ímpetu. Aferrándose a mi cuerpo como si en ello le fuera la vida, arremetió sobre mi entrepierna una y otra vez hasta llevarme a límites de placer no sentidos por mí desde hacía varios años,
para finalmente derramar dentro lo que parecían "litros" de contenida pasión, dejando sobre mi sofá una imborrable evidencia de mi infidelidad.
Tras varios minutos de relajación en silencio, no pude evitar la aparición de la resaca moral: había sido infiel a mi marido, al cual creía amar profundamente, y había tenido relaciones sexuales irresponsablemente sin protección alguna. Al mismo tiempo, sin embargo, sentía un enorme deseo de que esa fuera la primera de una larga lista de aventuras con Paco.
Finalmente, separamos nuestros cuerpos mientras sus ojos y los míos intercambiaban una mirada de mutuo agradecimiento. Tras recíprocas sonrisas, me avoqué a tratar de limpiar en lo posible el embadurnado mueble mientras mi compañero se abrochaba el pantalón. Plenamente satisfecha, pero aún deseosa de sexo, le invité a quedarse esa noche conmigo, aprovechando la ausencia de mi marido. El aceptó gustoso.
Desde ese día, Paco y yo hemos disfrutado de nuestra sexualidad cada vez que hemos tenido oportunidad, a veces en su casa, a veces en la mía. Son ya dos meses desde que empezamos. Por suerte, mi marido no ha sabido nada del asunto y hasta el momento no le he fallado cuando me ha requerido en la cama. No obstante, los vecinos ya empiezan a murmurar y mi temor es que le vayan con el chisme. He analizado las cosas y estoy convencida de querer a los dos. Después de todo, Paco me provee placer y Diego todo lo demás. Quisiera tener a los dos y no sé que vaya a pasar. Por lo pronto, me desahogo contando mis aventuras aquí. Mis deseos de placer y felicidad para quienes me hayan hecho el favor de leerme. Gracias.
Autor: Mónica
eMail: mm2001 (arroba) starmedia.com
me gusto tu historia. Dwriter.