Se metió mi cabeza casi entera dentro de su boca. Una de sus manos presionando con mucho placer mis testículos; la otra presionando a lo largo del tronco de mi miembro, cada vez con un ritmo más fuerte; y con su hermosa y sensual boca presionaba gustosamente la cabeza inflamada de mi verga, succionaba con sus pómulos chupados hacia adentro.
Al día siguiente, sábado, nos levantamos casi a la misma hora, cerca de las 10:30hs. Cuando fui a la cocina ella estaba preparando el desayuno. Vestía un short negro de lycra muy cortito, que dejaba al desnudo sus bellas piernas, a la vez que le marcaba su hermoso trasero de una forma maravillosa. Arriba llevaba puesta una remera sin mangas, algo escotada, que cuando se agachaba se le veía parte de sus pechos sin sostén. Llevaba el cabello recogido, lo cual la hacía mucho más excitante con su nuca desnuda. Cuando me vio aparecer en la cocina vino hacia mí y me dio un chupón en la mejilla.
– Discúlpame que insista – continuó ella- , pero de la forma en que me mirás me da la sensación de que no has visto muchas mujeres en tu vida. ¿Es verdad o me equivoco? – y sonrió. – No, no es que no he visto a nadie – no podía creer la baja autoestima de mi tía, no sabía como hacerle entender que era una diosa- , lo que pasa es que… va, si puede ser como decís, pues con una novia que tuve no hicimos casi nada. Era muy chica… muy histérica – explicaba yo tímida pero sinceramente. – Y sí, suele pasar. ¿Y ahora que decís con una mujer así? – su provocación aumentaba desconsideradamente.
– Bueno, que… que nunca vi a nadie así como a ahora, tan de cerca digamos en ropa interior – y no queriendo desaprovechar la ocasión para halagarla más aún, agregué- : lo que pasa también tía, es que son hermosísima, con ese cuerpo volvés loco a cualquiera. – ¿En serio me decís? – Claro que sí.
Ella terminó de beber su vaso de cerveza y lo apoyó en el piso. Luego de un silencio, me miró a los ojos y me dijo pícaramente: – Y decime… ¿te gustaría ver un poco más? Casi se me para el corazón.
– ¿Más…? – atiné a balbucear. – Sí, un poco más. ¿Por qué no te mostraría a vos, que sos mi sobrino, a parte de que me gustaría…? Después de todo lo que hiciste por mí. Sería como un premio…- y se rió como mandándose la parte, pero también algo nerviosa por lo que sabía que me estaba proponiendo. Agregó: – Y también para que corrobores más claramente tu opinión sobre mi cuerpo. – Puede ser, sí, que me guste ver más. – Le dije – A pesar de que tu lencería no deja mucho a la imaginación, me intriga igual… – No dije nada más, y aguardé a que cumpliera con sus palabras.
Pensé que estaba jugando conmigo, y quería confirmar si ello era o no cierto. Dejé que ella manejara la situación. Y me sorprendió como siempre lo hacía. Sin dejar de mirarme a los ojos llevó sus manos hacia atrás de su espalda, desabrochó su sostén, este se aflojó sobre sus pechos. Lo tomó luego por sus tiras de sus hombros, estiró sus brazos hacia adelante y lo dejó correr por ellos, y luego al suelo. No lo podía creer, sus pechos quedaron desnudos frente a mis propios ojos. Eran redondos, grandes, firmes, con unos pezones rozados, algo pequeños, parados. Ella me miraba con las manos en la cintura, posando. Una belleza. Pero no quedó ahí, todavía no había terminado. Pues se puso de perfil a mí, sin dejar de mirarme, calzó sus dedos en las tiritas de su tanga a la altura de sus caderas y las comenzó a bajar lentamente.
Yo veía como corrían por su trasero, por sus muslos, por sus pantorrillas, como caían sobre sus sandalias. Levantó un pie y luego el otro, apartando la tanguita a un costado. Quedó de perfil un segundo, y luego se puso de frente. Otra vez sentí que mi corazón se detenía, no lo podía creer, estaba alucinando. Ahí estaba ella, mi tía, una de las mujeres más hermosas que haya visto, completamente desnuda frente a mí, salvo las sandalias, para mí. Su cuello, sus grandes pechos, su panza plana, su ombligo, su pelvis. Y su vagina, aparentemente toda depiladita en sus labios, embellecida por escasos pelos púbicos cuidadosamente recortados, apretadita entre sus bellísimos muslos y caderas. Y más abajo sus largas y torneadas piernas.
– ¿Y, qué decís? – me dijo con vos dulce. – No… lo puedo creer… tía… – atiné a decir luego de un breve silencio. – ¿Qué no podés creer? – Lo… hermosa que sos. Me fascina tu cuerpo, qué más te puedo decir. – Gracias sobrino. – dijo.
Giró sobre sus pies quedando su hermoso culo desnudo frente a mis ojos. Fue hacia el espejo y dándome la espalda se observaba ella misma. Pasó su mano por sus caderas, luego por su panza y después por sus pechos, los cuales los apretó suavemente, los acarició. Luego se pasó sus manos por el cuello, alzando los brazos. Se dio vuelta de esa forma y sonriéndome me dijo:
– Me veo hermosa, sabés. Este fuiste vos el que me hizo ver así – Ahora giró su cabeza y se vio de espaldas en el espejo. Tomó sus trasero con sus manos, luego sus piernas- . Ahora, me siento más segura con mi cuerpo, sabés, toda una mujer. – Sí, te veo, es que sos hermosa. Sos toda una mujer… excitante – repetía yo, que sentía como mi pene tomaba vigor debajo de mi slip, sin dominio, el cual evidenciaba lo que me estaba sucediendo.
Ella me miró, bajó la vista y advirtió mi evidente bulto.
– Sí, yo también veo que… – me dijo pícaramente- ¡Cómo son los hombres, se vuelven… locos por un cuerpo… desnudo! ¿No te duele? – Si, un poco – le dije. El slip me apretaba que me reventaba por la tremenda erección. Y para seguirle el juego a ella le dije, aunque algo nervioso: – Y esta fuiste vos tía, vos me hacés poner así… – Ya lo creo. Pensar que todos los días me baño y veo mi cuerpo así desnudo, y no le prestaba atención. Y ahora me doy cuenta los estados de ánimo que produce – Luego agregó: – ¿Y te pusiste así por lo que viste? ¿Con mirar mi cuerpo así desnudo se te puso así de…?
– Sí, claro, tía. No te miento si te digo que sos la mujer más linda que he visto y así desnuda. – Y decime, ¿me dejarías verte… ver como se puso así dura?- me preguntó pícaramente. – Y de paso… dejás que se te apriete… y de que te duela.
Y mientras ella terminaba la frase yo ya me estaba sacando mi slip, sin más, pero también lentamente como ella. Necesitaba liberar a mi pene de esa presión. Dejé caer el slip al suelo, y me mostré desnudo frente a ella, al igual que ella. Mi pene no estaba totalmente parado, sino en ese estado de excitación previo, muy venoso. Parado mide más de veinte centímetros, así como estaba serían unos dieciocho o más. Miré a mi tía y noté como tenía clavado sus ojos en mi pene.
– Vaya, sobrinito, qué sorpresa. Sos todo un hombre.
Nos quedamos mirándonos unos segundos así. Y como ninguno decía nada, sino sólo miradas, y como tal vez me vio algo nervioso o tímido (pero ella también lo estaba), ella me preguntó:
– ¿Te sentís incómodo? – No sería incómodo la palabra, no sé en realidad.
Otro corto silencio. Como ninguno decía nada y ni avanzaba, le dije:
– Tía, ¿y los masajes?, ¿querés que te los haga? – Ah. Si dale, claro – me sonrió mientras se acercaba a la cama- Si querés ponete el slip – me dijo en un tono que no supe si era una orden o una sugerencia. No sé si fui un tonto o qué, pero me lo puse nuevamente. Ella se subió a ella y se tendió boca abajo, como el día anterior, pero esta vez completamente desnuda. Era impresionante su culo en pompa, parado, con esas excitantes caderas. Tomé la crema y comencé a masajearle. Me concentré un momento es sus omóplatos, pues esa había sido la causa de toda esta circunstancia.
– ¿Te hace bien tía? – Si, muy bien – Y luego de un breve silencio agregó- Me encantan tus caricias…
Así seguí un momento. Luego acaricié toda su espalda, sus hombros. Luego sus brazos, sus manos. Sabía que todo eso era sumamente relajante. De a poco fui bajando. Me concentré ahora en su cintura. – ¡Qué hermoso que es ahí! – me dijo dulcemente.
Así que ahí también estuve un momento. Tomé más crema en mis dos manos, y sin preguntarle, la esparcí por sus piernas, las cuales masajeé cuidadosamente, desde sus pies, sus dedos (eso también es de lo más excitante), hasta sus pantorrillas, sus muslos. De vez en cuando dirigía mi mirada a su trasero, ahí en pompa, llamándome, despertándome toda suerte de pasiones. Era como un imán. Fui subiendo, como el día anterior. Podía adivinar que mi tía lo esperaba en silencio. Y así lo comprobé cuando puse más crema en ambas manos y sin más comencé a esparcirla primer por sus caderas, y luego directamente en su glúteos. Se sentían firmes. Con mis manos no llegaba a cubrir toda su redondez, jugaba con ellos. Mi tía, comenzó a tener también participación, pues muy suavemente comenzó a mover su culo, y sobre todo a levantarlo, aunque apenas.
– ¿Te gusta mi cola?- me preguntó.
Me despertó como de un sueño. No supe, en principio, muy bien qué responder. Pero luego le dije:
– Sí, es muy linda. – Me doy cuenta. No sólo me acariciás ahora, sino que te he visto mirándomela, ¿o me equivoco? – me dijo con una sonrisa y mirándome por el rabillo del ojo doblando un poco su cuello. – No es para menos – le contesté nada perezoso. – Cualquier hombre (o mujer) le gustaría estar en mi lugar… – Tal vez – dijo con los ojos cerrados y sin dejar de sonreír. Sabía lo que tenía ahí detrás, la cantidad de tipos que podía llegar a calentar, y que de hecho ahora calentaba a uno, su sobrino. Y agregó para seguir el juego, para escuchar mis halagos. – Lástima que sea la cola de una vieja. – Cómo quieras- le dije – pero no deja de ser firme y hermosa – le dije acariciando con más pasión esas nalgas excitantes.
Ella no dijo nada, sólo sonreía. Se dejó hacer con los ojos cerrados. Esto me dio más seguridad, y continué acariciando con más pasión. Iba a su espalda, luego a sus piernas, y volvía a su cola. Comencé a acariciar más en el centro de ésta, sobre el excitante canal, y a pasar los pulgares cada vez más adentro, pero no hasta el fondo. Con el movimiento de mis manos abría sus glúteos, sus redondas cachas, lo más sutil posibles, y pude ver, con mayor nitidez, el agujerito de su ano y más debajo, su vagina, todo depilado, sin ningún pelito, limpio. No lograba ver bien su vagina, pero se adivinaba precisa y húmeda. Pude sentir el aroma que subía desde allí.
Esto era para mí demasiado, por lo cual esa altura mi miembro estaba excitadísimo dentro del slip. Ella no decía nada. Volvía a sus piernas y luego de nuevo a sus nalgas, iba y venía con caricias cada vez más profundas. Ya sin reparos subía mis manos, que resbalaban por su piel humectada y húmeda, por los muslos, por sus partas internas hasta rozar los labios vaginales, y de ahí ascendía por sus glúteos. En un par de veces logré acariciar el hoyito de su ano. Ella no estaba pasiva, pues movía muy leve pero excitada seguramente, su cintura, y hasta abrió un poco sus piernas, por lo cual pude ver su sexo más abierto, más desnudo. En una subida logré rozar sus labios con más descaro, un roce muy lento que llegué a tocarlo de tal manera que hasta sentí su calor, su humedad. Estuve así un rato que duró horas para mí. Todo venía muy bien, por lo cual le propuse si no quería que le masajeara las piernas por delante, insinuando claramente con ello que se diera vuelta.
– Sí, me encantaría – dijo mientras se daba vuelta, acostándose boca arriba. Al hacer ese movimiento de darse vuelta, abrió sus piernas sin consideración, de modo natural, por lo cual tuve una vista bastante generosa de su sexo. Pude comprobar ahora lo preciosa que era su vagina, cerradita, con sus labios vaginales depilados totalmente. Sólo conservaba vellos, como dije, en su parte superior, en la pelvis. Ella me miró a los ojos que sin vergüenza se posaban sobre su sexo. Sonrió, moviendo sus piernas abiertas. Pero luego se acomodó, y las cerró, quedando su vagina presionadita entre sus muslos. Apoyó su cabeza sobre la almohada y cerró los ojos.
Qué bellísima que estaba. Su par de tetas que caían levemente hacia sus costados. Tomé más crema y masajeé sus piernas, ahora por delante. Sus pies, sus pantorrillas, sus muslos. Me detuve en éstos: al igual que por detrás, eran firmes, torneados. En un momento ella abrió un poco las piernas, sugiriendo con ello que le masajeara la parte interna de sus piernas. Así pude ver nuevamente su vagina. Con los ojos cerrados disfrutaba de mis caricias. Repetí mis masajes como lo había hecho antes: subía y bajaba a lo largo de sus piernas, y cuando subía lo hacía hasta el límite, es decir hasta su entrepiernes: rozaba sus labios vaginales y bajaba nuevamente por sus muslos. En es ir y venir rozaba cada vez más sus labios (ahora lo podía comprobar hasta con mis ojos) húmedos.
Luego subí por las caderas hasta su panza plana. Mi misión ahora era conquistar sus pechos. La sentía entregada a mis manos. Cargué crema en ambas manos y la pasé por sus brazos, por sus hombros, por su cuello. Y de ahí fui bajando a su pecho. Me detuve en la parte superior de sus senos, bajando lentamente, apoderándome ahora de ellos. Ella en principio no dijo nada, permaneció con los ojos cerrados, pero con la boca levemente abierta. Luego abrió los ojos y miró como le acariciaba sus tetas. Me miró en silencio, para luego apoyar nuevamente la cabeza en la almohada. Cerró los ojos.
– ¿Te gustan? – me preguntó. – Sí, me encantan, se sienten tan suaves como todo tu cuerpo – le respondí- . ¿Y a vos te gustan mis masajes? – Me encantan – y diciendo me miró de nuevo, pero intensamente, a los ojos mordiéndose apenas el labio inferior. Y apoyó de nuevo la cabeza en la almohada. – ¡Si sobrinito, me encantan tus masajes!
Yo masajeaba sus tetas, pero con más lujuria, sintiendo ahora sus pezones parados como dos piedras. Yo estaba sentado sobre la cama, pegado a ella. Yo apenas con el slip, y ella completamente desnuda. Con mi pierna sentía el tacto de su piel cálida. Luego abrió de nuevos sus ojos y me miró muy excitada. Era una situación que no daba para más. Entonces alargó su brazo, me tomó del cuello y suavemente me inclinó hacia su cara, donde pude sentir su respiración agitada, su aliento. Nos miramos. Miró mis labios, y se acercó a ellos hasta que… nos fundimos en un beso. Sellamos nuestros labios. Comenzamos a darnos un beso cada vez más profundo, nuestras bocas se abrieron, y nuestras lenguas se enredaron apasionadamente. Así estuvimos un instante, en que su lengua casi me llegaba a la garganta. La sentía excitadísima. Luego nos separamos. Se dejó caer de nuevo sobre la cama.
Cerrando sus ojos, tomó una de mis manos (que jamás soltaron sus senos), la acarició con fuerza, para luego llevármela hacia abajo, por sus pechos, su panza, su pelvis, su pelo púbico, hasta… qué momento tan ansiado (y lo digo por los dos, por mí y por ella), qué placer, qué cálida humedad… Su vagina. Mi mano sobre sus labios y la suya sobre la mía, presionando primero suave. Con mis dedos abrí sus labios y uno de ellos, el anular, penetró por esa cueva mojadísima, deseosa de placer. Ella gritó suavemente de placer al momento que alza su pelvis. Presionaba más mi mano y yo penetraba más aún, ahora también con el índice.
– ¡Sssiii! – Susurraba mi tía – ¡Ay, qué hermoso! ¡No pares, sobrinito!
Yo no hubiese parado por nada del mundo. La masturbaba con pasión. Vi sus pechos, cuya hermosura también me llamaban. Me acerqué a ellos y comencé a besarlos. Estaba cumpliendo el sueño de mi vida: besar esos pechos. Luego me concentré en sus pezones. Los succioné, eran riquísimos. Con ello la excité aun más. Me pedía más, así que metí más profundo mis dedos en su vagina. Ella presionaba más mi mano y con su otro brazo mantenía mi cabeza contra sus pechos Yo movía los dedos dentro de su concavidad húmeda y caliente, cada vez más mojada, y succionaba sus pezones alternativamente. Ella subía y bajaba su pelvis, cada vez más rápido. Sus movimientos iban al compás de mi masturbación, hasta que no aguantó más.
– ¡Ayyy! ¡No pares! ¡Qué… me vengo! ¡Aaahhhyyy! ¡Ssiii!
Yo profundicé mis movimientos hasta que le produje un orgasmo impresionante.
– ¡Aaaahhhh! ¡Qué heeerrrmmmoooosssoo! ¡No… pares…! – me gritaba extasiada.
Así estuvimos hasta que se relajó y cayó sobre la cama. Yo me senté nuevamente. Me miraba fijo a los ojos, en silencio. Mi mano seguí jugando en su vagina que latía en mis dedos, y la otra en sus pechos. En eso ella mira en dirección a mi pene, que estaba que reventaba de excitación de bajo del slip. Sin decir nada alargó su brazo y acarició mi pierna, subiendo por mi muslo hasta llegar a mi entrepierna. Se detuvo ahí. Luego avanzó lentamente y acarició mi pene caliente sobre la tela del slip.
– ¿Y vos cómo andás? ¿Te duele, no?- me volvió a preguntar. – Un poco, sí. – ¡Cómo está! Parece que está grande y… muy caliente – dijo ella con picardía.
Yo, cerrando los ojos, acaricié con más lujuria sus tetas y su vagina. Sentía sus pezones duros. Ella acarició mi pene con más firmeza, tratando de abarcar mi montaña con toda la palma de su mano. Lo apretó lentamente hasta que logró una mayor dureza. Y me dijo, con una sonrisa:
– A ver, parate, quiero verte de cuerpo entero.
Dejé de acariciarla e hice como me dijo.
– Vos también sos hermoso – y con su mirada, desde la cama donde seguía recostada como la maja desnuda, recorría todo mi cuerpo. Cosa que me calentó aun más, ser visto por ella. El bulto creció aun más dentro de mi slip que parecía reventar. Ella lo notó. – Pobre, te debe doler mucho- me dijo como preocupada. Yo no dije nada. Sólo la miraba.
Ella se levantó de la cama, y como una gata en celo caminó hacia mí, hermosa y desnudita. Me sonreía muy lujuriosa. ¿Me iría a pagar todo el servicio que yo le estaba prestando? Me tomó de la barbilla y nos besamos nuevamente. Nuestros cuerpos se pegaron. Nos acariciábamos con mucho placer. Ahora era ella la que se apoderaba de mi cuerpo. Acariciaba con sus manos mi espalda, mi nuca, mi trasero, mis brazos. Lo mismo yo a ella, su espalda, su nuca, su trasero. Luego comenzó a darme suaves besos por toda mi cara. Llegó a mis orejas, y muy sensual y sutilmente metió su lengua, sintiendo yo su húmedo aliento.
Nunca había experimentado ese punto que produjo un cosquilleo en todo mi cuerpo. Luego fue bajando con sus besos por el cuello, por mi pecho. Succionó mis tetillas con pasión. Siguió bajando por mi torso, yo la veía descender. Sentía sus besos bajando cada vez más hasta llegar…. Besándome se había puesto en cuclillas frente a mí. Sin decirme nada, tomó con sus manos el elástico del slip y lo bajó lentamente. Le costó un poco hasta que mi verga saltó en todo su esplendor frente a su cara. Ella la miró como sorprendida.
– ¡Está inmensa!- dijo como para sí.
Terminó de sacarme el slip. Luego de mirarlo un momento, tomó mi miembro con sus manos, y lo masajeó de arriba a abajo muy suavemente. Mi cabeza estaba morada, el tronco venoso. Hervía. Luego llevó la otra mano a mis testículos, y también los masajeó. Lo miraba fijamente. Después me miró a mí, siempre sin soltarlo, con ese movimiento pausado, placentero, su mano tierna. Lo cual hizo endurecer mi verga hasta el máximo.
– ¿Te gusta?- me preguntó desde allí abajo. – Muchísimo- le contesté entrecortado. – Es hermosa, me encanta. A parte su tamaño…
Eran más de veinte centímetros de carne caliente, cada vez más venosa, gruesa, morada, brillosa.
– Si es hermosa, grande y muy caliente- repitió presionando un poco más su mano y con una sonrisa muy pícara en esos labios carnosos, rojos, sensuales. – Y eso que fuiste vos, tía, la que me la pusiste así de grande y hermosa. – le dije y sentí como presionó un poco más con la mano sobre el tronco de carne que latía de placer, que explotaba de lujuria. – Nunca me imaginé que podía calentar tanto a alguien de esta manera. En todo caso, vos también me calentaste con tus masajes…
Yo gozaba como un dios. Estaba en el Olimpo. Cerraba los ojos de placer, y luego los abría para verla allí abajo.
– Me volvés loco, tía, me encantas vos y tu cuerpo me fascina. – le solté excitadísimo. La veía como me miraba desde ahí abajo, su cuerpo completamente desnudo, en cuclillas para mí, sus pechos redondos, grandes, que caían sensuales y se bamboleaban sutilmente por el movimiento de su mano sobre mi miembro que no paraba en su suave pero constante ir y venir. Y sus piernas hermosas, su sexo que se adivinaba entre ellas, abierto por la posición en cuclillas, su trasero también abierto, grande, con su ano al desnudo. No daba más, reventaba.
– Espero que esto también te guste- me dijo ese monumento de mujer.
Y comenzó a besar la punta de mi verga. Yo estaba en el paraíso. Besaba mi capullo, beso tras beso, cada vez más lentos, más húmedos con esa bocota de diosa. Mientras tanto me lanzaba miradas que demostraban lo caliente que estaba. Cada vez abría más sus labios, abarcando más mi pene con ellos. Hasta que sin más se metió el grueso trozo de carne en su boca hirviente. Se la engulló con lujuria como desesperada por un miembro viril. Comenzó a chuparlo. Lo chupaba hermosamente. Succionaba mi miembro con movimientos lentos pero cada vez con más presión. Sus labios iban y venían a lo largo del tronco. Cuando llegaba a la punta su lengua se enrocaba alrededor de mi cabeza palpitante unos segundos y nuevamente se perdía casi toda mi verga dentro de su boca que hervía de lo caliente. Todo era tan fuerte, tan inmanejable, excitante. La eyaculación me subía, vertiginosa.
– Tía no doy más- balbuceé. No pensaba en nada, no me imaginaba qué actitud tomaría ella. Mi tía seguía cada vez más rápido. No daba más, y se lo repetí: – Tía, voy a acabar. – Dale, mi amor, dale… dijo con lujuria, sacándose mi miembro ensalivado de su boca- Quiero ver como te venís, quiero sentirte. Te lo merecés después de tanto trabajo – dijo con más lujuria aún, con la mirada fija en mi miembro morado y grande como nunca lo había visto- Estás muy caliente, y yo tengo la culpa de haberte calentado. Dale, sobrinito, acaba, acaba…
Aceleró tiernamente sus movimientos con la mano he hizo algo que me fascinó: apoyó sus carnosos labios abiertos sobre la cabeza de mi miembro. Literalmente me lo abrazó con ellos, y succionó tan fuerte que se metió mi cabeza casi entera dentro de su boca. De esa forma me daba calor, humedad, saliva y mucha presión: una vibración excitante. Su mano no paraba en ese ir y venir maravillosa a lo largo del tronco duro y venoso, desde la base hasta casi sus labios. Con la otra apretaba mis testículos. Un trabajo como nunca me hubiera imaginado que podría hacerme una mujer en la vida. Una de sus manos presionando con mucho placer mis testículos; la otra presionando a lo largo del tronco de mi miembro, cada vez con un ritmo más fuerte; y con su hermosa y sensual boca presionaba gustosamente la cabeza inflamada de mi verga, succionaba con sus pómulos chupados hacia adentro.
Hasta que no aguanté más…me venía en un placer indescriptible… Sentí mis testículos totalmente comprimidos… Y sin más comencé a acabar…
Ella sintió el primer chorro de mi eyaculación en su boca, en sus labios, contra su lengua, su paladar, su garganta. La inundé. Parte se derramó por entre sus labios, como una explosión, pero el resto ella se lo tragó. Entonces, dejó de chuparme y sin dejar de masturbarme fuerte se alejó apenas para ver como devenían los siguientes chorros calientes. La mano que antes presionaba mis testículos la apoyó sobre una de sus piernas para no perder el equilibrio.
Chorros de leche espesa y blanca expulsaba con fuerza mi miembro apretado en su mano, sin cesar, sobre su barbilla, su mano, sus pechos, su abdomen, sus piernas. Me masturbaba hermoso, con firmeza. Sonreía al ver el fruto de sus manos, de su cuerpo caliente que me calentaba.
– ¡Ay! dale sobrinito! – ¡Aaaahhhh… tía!… ¡Dale!… ¡Aaaahhhh!… ¡No pares… por favor…! – ¡No voy a parar! ¡Cuánto placer guardado! ¡Es hermoso! – ¡No… puedo… parar…!
Sentí que acabaría por horas. Mi tía no paraba con sus movimientos rítmicos hasta que hubo salido la última gota. Sin soltarme el miembro palpitante, se miró su cuerpo bañado de mis líquidos. Se acarició sus pechos con la otra mano esparciéndose mi semen por la piel de sus tetas y sus pezones parados y duros, sintiendo su húmedo calor. Era donde más semen se había derramado. Me miró con ojos de lujuria. Luego miró mi miembro colorado envuelto por su mano.
– ¡Qué hermoso mi amorcito! – dijo mi tía. – ¡Ayyy, tía! – Dije casi suspirando- Disculpame por…
– ¡Me encantó, tontito!- me interrumpió. – No te disculpes de algo que disfruté mucho. Sólo pensé que tus chorros de semen me iban a quemar la piel – Luego agregó con una sonrisa – Ahora veo lo caliente que te tenía.
Al ver que yo no paraba de disfrutar de su hermosa masturbación, mi tía apretó más mi miembro con su mano. Y agregó:
– Parece que la calentura no se te ha bajado… Cómo sigue de duro. ¡Sos todo un…!
Entonces, me di cuenta que la cosa no había quedado ahí. Pues comenzó a besarme el glande nuevamente a pesar de mis líquidos.
– Me encanta… y tu semen. Es riquísimo… Me excita…
Y se metió de nuevo mi miembro en su boca. Empezó a chuparlo lentamente, gozando de la longitud de mi tronco que, si bien había perdido un poco de vigor, ahora al sentir nuevamente la humedad y el calor de su boca, se había parado como antes. La sensación era otra, mucho más sensible, entre cosquillas y un profundo placer inigualable que se diseminaba por todo mi cuerpo.
Calentura que aumentaba al verla a mi propia tía, la mujer más hermosa, en cuclillas y toda sucia por mi eyaculación, chupándome el carnoso miembro con una lujuria que jamás se había apagado en su cuerpo hirviente. Fue acelerando su masturbación bucal, y su pasión la llevaba a más lujuria. Me lo chupaba y se lo tragaba hasta casi mis vellos púbicos. Estaba como poseída con mi duro miembro. Pero luego de unos segundos se lo sacó de su boca (sus labios colorados por la fricción contra mi tronco) con un fuerte chupón y sin soltármelo de su mano, se paró.
– Está riquísima, pero me duelen las piernas. Vamos a la cama que vamos a estar más cómodos.
Continuará mis queridas/os amiga/os, espero tus comentarios.
Autor: Josefo
buenisimas las historias