Me encanto ver que estaba un poco manchada de sangre, era mi virginidad supongo
Apenas era la quinta vez que salía a la calle, me vestía de mujer desde hacía ya mucho tiempo pero no fue sino hasta unos meses atrás en que me animé, por fin, a salir de mi cuarto.
Llevaba ya algunos meses tomando hormonas y cada vez me sentía con más confianza, y aunque los primeros momentos al salir de mi casa eran los más difíciles (me daban unos nervios tremendos) al estar ya caminando por la calle me iba sintiendo mucho más a gusto.
Estaba estrenando la ropa que había comprado el pasado viernes (mi cuarta salida) y en verdad disfrutaba de mi pequeño paseo. Llevaba una mini plateada, una blusita negra de tirantes y unos zapatos de tacón alto y grueso; además de un coqueto y pequeño bolso oscuro (que le tomé «prestado» a mi mamá) en donde puse mis llaves, mi polvo compacto, un labial y un par de identificaciones «hechas en la compu» en las cuales se leía mi nombre: Andrea.
Después de salir de la «zona de peligro» esto es: toda el área contigua a mi casa y mi casa misma, en donde las posibilidades de toparme con alguien conocido eran realmente altas, bajé hasta el centro caminando (por alguna razón aún sentía algo de miedo de tomar un camión) y ahí me entretuve bastante, entre a tres o cuatro tiendas de ropa, me probé uno que otro trapito pero sólo compré un bra y una tanguita negras; al ir caminando permanecía siempre alerta, y en caso de que me «pareciera» que medio reconocía a alguien de inmediato agachaba la cabeza, me echaba el pelo al frente y me daba media vuelta o cruzaba la calle. La verdad era poco probable que a esas horas (entre las 9 y 12 del día) me topara con cualquier conocido, pero no importaba, para esas alturas estaba yo todavía demasiado aprensiva.
Después de ya algunas horas me fui a un pequeño café al aire libre, me tomé un refresquito y de pasó descansé mis pies, todavía no muy acostumbrados a usar tacones por tanto tiempo. Al ver en mi pequeño reloj (un relojito muy mono que algún tiempo atrás le regalara a mi ex novia y que cuando rompimos me devolvió) pagué rápido la cuenta, y andando un poco aprisa, me encaminé de nuevo hacia mi casa. Eran ya casi las doce y media y tardaba casi una hora en llegar caminando, mis papás llegaban a la 1:30 así que luego de pensarlo mucho tomé el camión, al subir sentí como si todas las miradas se confluyeran en mi persona, pero quizá fueron sólo mis nervios, aunque, tal vez no tanto; como no queriendo veía como los hombres, un par de muchachos sentados en el sillón de a lado y alguno que otro señor en los demás asientos, se me quedaban viendo, o por mejor decir, me miraban las piernas. Era algo incomodo, pero al mismo tiempo agradable; siempre, desde que estaba en secundaria, me gustaba imaginarme lo que se sentiría que los chicos se te quedaran viendo las piernas, o que te vieran los chones debajo de la falda, y ahora que, sin proponérmelo mucho, los hombres se fijaban en mis «encantos», me sentía muy bien.
Me bajé del camión sin mayores contratiempos, con pasó sigiloso y siempre lista para esconderme, llegué a mi calle; ya había muchos chiquillos llegando a sus casas de la escuela con los que me topé en el camino, las otras veces había sido un poco más precavida y procuraba llegar antes de la una, pero esta última vez el tiempo se me había pasado volando. Al llegar a mi casa (la última de la cuadra), no sin cierto espanto, vi que mis vecinos de enfrente estaban llegando a su casa, la señora, su esposo y dos de sus hijos. Me quedé esperando un poco en la esquina, el corazón empezaba a latirme con fuerza, hasta sudaba y sentía que me temblaban las manos; mis papás llegarían en cualquier momento y yo tenía que entrar a mi casa sin que nadie me viera. Tal vez sólo pasaron algunos segundos, pero a mí me pareció una eternidad. Después de bajar todo lo que tenían que bajar del auto finalmente se metieron, así que me fui rapidito a mi casa, antes de llegar a la puerta pasó otro de los vecinos de la calle, pero ya sólo me quedó agacharme y hacerme la desentendida, abrí aprisa la puerta y entré.
*
Durante mucho tiempo deseé hacer todo lo que hacía ahora, pero nunca antes me había atrevido, es sólo q
ue, como no estaba estudiando y había renunciado a mi trabajo de mesero algunas semanas antes, tenía ahora la oportunidad que tanto anhelaba. Tenía toda la mañana libre y dinero para comprarme mi ropita y demás cosas.
Me había quedado fuera de la universidad, y como yo estaba necia en que quería intentar de nuevo en Derecho, convencí a mis afligidos padres de que lo intentaría de nuevo el año entrante y de que mientras tanto conseguiría algún trabajillo. Y lo hice, y estuvo bastante bien, y aunque la verdad era una joda (mis respetos para los meseros) gané algo de dinero y hasta me sirvió como un estímulo más para convertirme en Andrea.
Desde que vi los resultados del examen de ingreso a la uni, comencé a planearlo en serio, ya que (como muchas de nosotras supongo) aunque siempre me había sentido bastante niña, antes nunca me lo había tomado tan en serio. Hasta entonces únicamente se había tratado de ponerme ropita en mi cuarto, mirarme horas y horas en el espejo, y finalmente acabar con un buen masaje de clítoris. Me gustaban las mujeres, pero también fantaseaba ya desde hacía mucho con hombres; me gustaba meterme cositas en mi colita e imaginarme como me la metía un bien proporcionado macho. La única «cosa» que había hecho con un chico fue un pequeño «fajecín.» Estaba en la secundaria y, en el último año, nos fuimos de campamento todos los de mi grupo. Nada del otro mundo. A excepción de una noche. Había un muchacho en la clase del que todos los demás se burlaban porque era un poco afeminado (el típico marica que hay siempre en el salón) pero a mí me caía bien (para entonces yo no parecía nada fuera de lo común) y un buen día que nos fuimos caminando por el bosque ya un poco tarde, estuvimos platicando muy a gusto, la cena se servía hasta las nueve y entre los talleres de actividades uno podía hacer lo que mejor le pareciera. En esas andábamos cuando empezó a llover, nos medio escondimos debajo de unos árboles y esperamos hasta que parara. Pero como se podrán imaginar, ya juntitos y calientitos debajo del árbol, nos quedamos viendo, y yo (yo fui la aventada) me le acerqué y le di un beso; no se sorprendió mucho, se sonrió y me lo devolvió, y así estuvimos un buen rato, hasta que dejó de llover y tuvimos que regresarnos. Luego de ese día ya no hubo tiempo de casi nada, y después, cuando regresamos (aunque continuamos juntándonos en el recreo), ya nada más pasó.
Ok, eso sonó medio cursi pero la meritita verdad a mí me gustó mucho. En fin, a eso se reducía mi experiencia con hombres… Y ya me andaba de más.
Mientras estuve trabajando de mesero me pasaron algunas cosillas medio extrañas, aunque hasta cierto punto predecibles: No habían pasado ni dos meses que no estudiaba cuando ya había empezado a tomar hormonas; me dejaba crecer el cabello y (no sin algo de miedo) poco a poco empecé a depilarme las cejas. Así que llegó un momento en que los clientes de repente me llamaban «disculpe, mesera», «oiga señorita» o «oye amiga». El patrón y su señora (los administradores) eran a toda madre, y de los otros meseros ninguno pasaba de 22 años y me llevaba muy bien con todos; y aun cuando mi apariencia ya no podía pasar desapercibida, nunca me recriminaron nada. Eso sobre todo se debió a que era algo de todos los días (o mejor dicho de las noches, ya que trabajaba de 7 a 3 de la mañana) ver parejitas de hombres o de mujeres muy a gusto tomándose su café o su cheve tomados de la mano y disfrutando de la música en vivo. Algo que a mí en lo particular me resultó muy inusual, ya que en una ciudad (digamos mejor pueblote) como esta, hasta hace apenas unos 8 años metían a la cárcel a los travestis nada más por salir a la calle. Pues bien, estaba yo ahí muy a gusto, pero como que me hacía falta algo más; y es que la verdad me estaba haciendo fama de marica (yo no tengo nada en contra de los obvios o maricas, mi amigo Sergio lo es y me cae a toda madre) y yo lo que cada vez más deseaba, era ser completamente una nena.
Así que renuncié, y con el dinero que pude juntar me animé a comprarme todo lo que siempre había querido: ropita íntima, minis, blusas, tops, jeans ajustados, etc., etc. La primera vez que salí estaba muy nerviosa, pero con la experiencia que tuve en el bar se me hizo más fácil, pasé muy bien como
nena y no pasó mucho tiempo antes de que anduviera ya paseándome y probándome ropa de nena como si nada. Un buen día, paseándome como de costumbre, llegué a una callecita medio escondida por el centro, y encontré una pequeña sex-shop; nunca había entrado yo en una cosa de esas, y la verdad me dio mucha pena, pero me animé y entré. No se si habrán entrado a una pero… Hay cada cosa ahí, yo la meritita verdad vi cosas que no sé ni para que serán. Pero como sea, estuve curioseando un poco y encontré cosas que me llamaron la atención: había muñecas inflables, pero no sólo eso sino muñecas «hermafroditas», es decir, nenitas con su verguita bien parada; unas tanguitas como de cuero que tienen abierto por el culito; consoladores de todos los colores, tamaños y gustos; tetas y hasta vaginas postizas… bueno, montonales de cosas. Como ya dije a mí me dio «rete harta vergüenza» así que no compré algunas cosas que (siendo honestos) me hubiera gustado llevarme a mi casita. Me llevé un consolador, una cosa grandota, como de 40 centímetros, flexible, que está bastante cómoda para metérsela acostadita sin necesidad de doblarse mucho; una de las esas tanguitas con hoyito por detrás y un par de videos (que fue lo que más pena me dio comprar al pagarlos, ya que eran, por supuesto, de shemales).
Apenas llegué a mi casa me «probé» mis nuevas cositas: me puse mi tanguita, y, luego de juguetear un rato con mi verga postiza en mi boquita, empecé a metérmela, primero de poquito en poquito, y ya que mi colita se dilató lo suficiente me la metí con más ganas, duro. Como ya dije, desde antes me había metido cosas por atrás, pero sólo cositas pequeñas y no mucho rato, así que está vez fue muy diferente, se sentía súper, casi como una verga de verdad: grande, ancha, durita y, sobre todo, con la forma necesaria. Yo misma me estaba cogiendo, me la metía y me la sacaba, entraba todo lo que podía aguantar, hasta el fondo de mi culo, con una mano me pajeaba y con la otra me cogía. Hasta que me vine, por así decirlo, ya que con casi 7 meses tomando hormonas, a una chica como yo ya casi no le sale nada (lo cual me parece maravilloso) y me quedé tendida en mi cama, todavía con la pija de plástico en mi cola. Al sacármela verdaderamente me sentí vacía, pero tenía que acabar. Me encanto ver que estaba un poco manchada de sangre, era mi virginidad supongo.
*
Como era de esperarse en mi casa también empezaron a darse cuenta, y mis papás trataron de hablar conmigo (la verdad hasta la fecha no entienden pero hasta eso que lo están intentando) pero por supuesto eso no cambió nada. Sólo me dijeron que me comportara, que estaba haciendo cosas incorrectas y que si no me daba vergüenza que hasta en casa de mis tías ya se me quedaban viendo. Y era verdad, ahora cuando había alguna reunión familiar no faltaba alguien que me dijera «oye, no te vas a cortar el cabello, ya hasta pareces mujer», lo cual era algo molesto pero también tuvo sus ventajas.
Tengo un primo, Arturo, hijo de mi tía Rosa, hermana de mi mamá, que es casi de mi misma edad y con el cual me llevaba ahí más o menos; hasta que él también lo notó y de repente se empezó a juntar más conmigo. En una ocasión estábamos en su casa, era el cumpleaños de mi tía y toda la familia estaba ahí (yo, aunque ya mis salidas eran muy frecuentes, todavía tenía que ir bien «presentable» entre mi familia), y, ya entrada la noche, cuando todos estaban borrachos y cantando en el patio, mi primo me invitó a su cuarto (una especie de desván) y nos pusimos a ver la tele; estuvimos así un rato, platicando un poco y viendo también el programa; de repente, poniendo una cara picarona me preguntó:
-¿Quieres ver una película porno? Yo me quedé medio sorprendida y no supe que decirle, me le quedé viendo, pero, ¡total!, al final le dije que sí. Así que se sonrió y sacó de debajo de su cama un video sin ninguna etiqueta.
-Espero que te guste.
Me dijo mientras la metía en la video. Se volvió a sentar en la cama a mi lado, como tratando de no verme. La verdad era un poco incómodo. Y apretó el play.
Seguramente el se sentiría en esos momentos bastante orgulloso de su plan y se estaba sonriendo, pero yo no lo veía a él, sino que estaba verdaderamente asombrada por lo que pasaba en l
a pantalla: Era un video de travestis ¡era un video porno de travestis! Él miso me sacó de mi ensimismamiento tocándome por el hombro, yo estaba muy nerviosa y al principio no quise voltear, pero luego él me habló.
-¿Te gusta? –me preguntó.
Al fin volteé hacia él y una pequeña sonrisa fue todo lo que le pude dar por respuesta.
-Yo no se por qué –siguió diciéndome- pero me gustan los travestis y transexuales, tengo un montón de fotos que bajo de Internet.
Yo no le decía nada, ¿qué iba a decirle?, sólo me le quedaba viendo.
-No te vayas a enojar, pero, la otra vez que fuimos a tu casa… no estabas y, pues, me metí a tu cuarto, y se me ocurrió buscar debajo de la cama, y… encontré unos videos que… Ahí se calló, y ya nada más me vio.
-¿Y para qué te metiste a mi cuarto? –le pregunté yo toda sonrojada.
-No sé, es que se me ocurrió estando ahí, y, como desde hace algún tiempo te veo y… bueno, se me ocurrió que tú… no lo hice a propósito, lo juro… es que…¡puta madre! me pasas un resto.
El video seguía corriendo, yo trataba de ver a la pantalla en ves de mirarlo a él, pero se me acercó y me agarró de la cintura.
-¿No me vas a decir que no eres? –me dijo.
A mí me parecía todo eso un poco incómodo, pero me sentía bien, después de todo, durante las últimas semanas me había empezado a llevar muy bien con él, me daba cuenta de que estaba en confianza. Así que me reacomodé en la cama, me puse enfrente de él, y le sonreí.
-Sí, sí soy, pero no creas que por eso tienes derecho a meterte en mi cuarto a esculcar mis cosas.
-Lo siento, en serio, pero es que tenía que estar seguro, la verdad es que me… no te me vayas a enojar, cada vez que te veo me dan ganas de…
-Se nota –le dije yo (bastante coqueta) al ver su verga paradísima por debajo del pantalón.
Sin dejar de mirarlo acerqué mi mano a su pija y al tocársela le sonreí de nuevo.
-La verdad nunca lo he hecho –le dije.
-No importa, yo tampoco –me contestó.
Pasó una de sus manos por mi pierna, estaba a punto de besarme pero yo me eché para atrás.
-Oye, ¿Qué tal si alguien entra?
-Pues lo invitamos –me dijo riéndose.
-No, en serio –le dije yo dándole una palmadita en el pecho.
-No te apures, aquí no viene nadie nunca, y además no se oye nada con el escándalo que traen allá afuera.
Me quitó la camisa y pudo ver debajo de la playera mi bra, me agarró por debajo de lo hombros (como a un bebe) y me sentó encima de él, pude sentir su palo firme y caliente bajo mis nalgas.
-A veces se te ve el bra debajo de la camisa –me dijo.
-¿En serio? –le pregunté yo, sorprendida en verdad.
-Sí, a veces, aunque no mucho, igual y sólo yo lo he visto porque me fijo.
Eso no me tranquilizó mucho pero no era momento de apurarse, me acerqué al él y le di un besito en la boca, de trompita; pero él me abrazó por la cintura y me plantó un beso tremendo (como yo antes le hubiera dado a mi ex novia), abrí toda la boca, acaricié su lengua con la mía, y comencé a frotar mis nalguitas contra su pito.
Le quité la playera de un tirón y me puse a besarle el cuello, su pecho un poco velludo, y sus hombros, tan grandes y duros que me encantan. Él pasó su mano por mi espalda y poco a poco fue bajándola por la espalda, yo sólo llevaba unos shorts, así que pasó sin problemas su mano por debajo y tocó la piel de mi trasero.
Ya estaba excitadísima, luego de besar su cuello me acerqué y le susurré al oído:
-Cógeme.
Inmediatamente me aventó de espaldas a la cama, apagó la tele y prendió el radio subiéndole al volumen. Yo me quité los tenis y me saqué también la playera, él me ayudó con el short y ya sólo me quedé con mi ropita íntima: un bra color beige, delgadito y con un encaje muy lindo, y la tanguita que le hacia juego.
Luego él se quitó el pantalón y se me vino encima. Estuvimos jugueteando un rato, me besaba en la boca, luego en la mejilla, en el cuello… yo le acariciaba el pecho, sus brazos, le mordisqueaba una oreja… y luego también le agarré allá abajo. Tiene unas bolas y una verga tremendas, no sé s
i hay muchos así, pero lo que es mi primito… Uuy.
Estando yo acostada de espaldas, poco a poco él empezó a subir hacia la cabecera, hasta que prácticamente tuve su verga enfrente de mi cara, entendí enseguida lo que quería y le bajé el calzón. Le di una probadita con la punta de la lengua y ya tenía un poco de lechita, estaba saladita, pero sabía rico. Y me la metí completita, o al menos lo que pudo contener mi boca, pero inmediatamente la saqué porque me dieron naúseas.
-¿Qué cosa? –me preguntó.
-Nada –le dije yo, y me la metí de nuevo.
Supongo que los hombres heteros no entienden como es que a una le puede gustar tanto mamar una verga, pero es que hay que probar para entenderlo; mi consolador no sabe más que a puro plástico, pero el enorme pito de mi primo sabe riquísimo, ese pedazo de carne es lo más sabroso que he probado en toda mi vida. Me encanta agarrarlo por las nalgas y meterme ese monstruo dentro de mi boquita, la meto y la saco con muchísimo gusto, la saboreo, juego con ella con mi lengua, acaricio sus huevos… mmmmh.
Él parecía disfrutarlo mucho, pero ya se estaba alargando demasiado, así que me saqué la verga de mi boca y le hice un puchero.
-¿Qué? –me preguntó.
-¿Y a qué hora me la vas a meter? –le dije.
El se sonrió y me quitó mi tanguita, alzó mis piernas sobre sus hombros y pasó su lengua por mi ano ¡Mmmh! hasta me dieron ñáñaras, se sintió riquísimo, me chupó por las orillitas, luego por dentro, metiendo la lengua lo que pudo, me hizo sacar un quejidito… luego de chuparme la colita un rato me bajó, se acomodó y puse mis pies sobre sus hombros, acercó esa cosita tan rica a mi cola y me la intentó meter, pero apenas lo sentí con mis piernas lo hice para atrás. Luego me le quede viendo y haciendo otro puchero le dije
-Auch.
-¿Te dolió? –me preguntó.
-¿Tú qué crees? –le respondí, y le luego le dije sonriendo- no te pongas tan loco.
Y ya pasado el primer dolorcito se fue más fácil, me penetró poco a poco y mi culito le fue abriendo paso, contento al fin de recibir una verga verdadera de un macho de verdad. Se me salió un grito cuando me entró toda la punta, pero luego luego lo agarré yo de las nalgas y lo empujé hacia mí, dándole a entender que se viniera con todo.
Y lo hizo, mi buen primito lo hizo, su ancha y poderosa pija entró hasta donde le alcanzó y luego se retiró, sólo un momento y luego se dejó venir otra vez, y otra y otra y otra y otra y otra… ¡Mmmmh! me daban ganas de gritar pero me daba miedo que alguien nos oyera y tenía que reprimirme, pero ya no aguantaba, así que agarré una almohada y me la puse enfrente de la boca y descargué mis gritos así. Me tenía agarrada de los tobillos, con mis piernas bien abiertas, y me penetraba como loco, desde esa vez me di cuenta que mi primito tiene bastante energía, y su cadera golpeaba una y otra vez contra mi trasero.
Luego se detuvo, y antes de que me diera tiempo para reclamarle algo, me volteó, y me dijo que me pusiera en cuatro patas. Yo, muy obediente, me acomodé y le puse mis nalgas bien paraditas y listas para cuando quisiera.
Así que me tomó de la cintura, recargó su cosota entre mis nalgas y me la ensartó de nuevo ¡Uyuyuy! ¡Qué delicia! ¡Qué fiesta de cumpleaños tan maravillosa! Ojalá y en todas a las que fuera acabara con un macho dándome por detrás. Mi clítoris estaba también rígido, con la puntita un poco húmeda, y cada que mi primo me daba rebotaba contra mi pubis. Seguía cogiéndome, a mí, a su primita; y estoy segura de que él disfrutaba tanto metiéndomela como yo dejándome coger. ¿Por qué se sentirá tan rico? No sé, pero a mí me encanta, tan sólo de imaginarme el sonido de mis trasero chocando contra él me emociona.
En medio de la cogida sentí un poco de humedad en mi clítoris y un estremecimiento me recorrió por todo el cuerpo: tuve mi primer orgasmo totalmente anal, y de pronto también él empezó a gemir, me apretó más fuerte por las caderas y pude sentir su precioso y calientito jugo introduciéndose dentro de mí, era algo verdaderamente maravilloso, la única forma de entenderlo es probándolo, el hecho de que tu macho te siembre es lo más rico, creo yo, que puede da
rte.
Luego de venirse dentro de mí me soltó, se recostó a mi lado y nos quedamos un rato en silencio.
Se paró al baño y al regresar me dio un beso.
-¿Te gustó? –me preguntó (siempre me pregunta, no se por qué).
-Claro que sí, me encantó –le respondí mientras le acariciaba su mano.
-¿Quieres quedarte otro rato o nos regresamos? –me preguntó.
-Mejor vámonos, segurito ahorita que partan el pastel nos van a andar buscando.
Así que nos vestimos y, antes de abrir la puerta, me agarró por la cintura y me dio el último beso de la noche, y digo de la noche, porque desde aquella vez, hace ya casi dos años, nos vemos casi a diario y me coge dos o tres veces en toda la noche. Ahora vivimos juntos, y aunque las cosas a veces se ponen medio difíciles con el dinero, con mi nuevo empleo de mesera las cosas han mejorado un poco.
Autor: Yuyis
yuyis_a ( arroba ) yahoo.com.mx