Milf, Sexo con Maduras. Todo sucedió cuando yo tenía 29 años.
Por ese entonces trabajaba como jefe de tráfico en una empresa de envases de cartón. Siempre transitando por depósitos, entre obreros y obreras, programando las cargas y planificando las rutas de los camiones que salían a entregar la producción de nuestra empresa. La fábrica tenía una organización familiar y a cargo de la Tesorería estaba la Sra. Lucía, suegra de uno de los dueños.
Lucía tenía 69 años. Era una señora bajita, rellena, sin ser gorda, no ocultaba sus canas, llevaba el pelo corto y aunque no usaba pinturas ni maquillaje, siempre olía bien, a perfumes frescos, levemente mezclados con un olor apiel muy suave y femenino. Ella era un referente para todos allí dentro. Cálida en su trato, recuerdo que cuando me inicié en ese lugar, enseguida acudió a saludarme y recibirme muy cordialmente.
Cada día era frecuente destinar un rato para conversar con ella. Era una mujer amable, pero en su rostro se deslizaba algún dolor. Yo estaba recientemente casado, pero me costaba acostumbrarme al estilo de vida del matrimonio, y ese era tema de nuestras charlas con Lucía. Ella por su parte compartía sus historias de familia, tenía un hijo de 39 años y tres nietos, y aún vivía con su marido, 7 años mayor que ella. El tiempo había generado confianza entre nosotros, y ya no teníamos secretos en nuestras charlas.
Como en todo lugar en donde trabajan hombres y mujeres, siempre había un alto grado de excitación por los corredores de los depósitos. Con Lucía, después del almuerzo, nos resultaban muy divertidas algunas recorridas por los rincones más alejados. Invariablemente encontrábamos alguna o algunas parejas, cogiendo con desenfreno entre cartones desparramados. Nos deteníamos unos metros antes y jugábamos a adivinar, por los ruidos y los jadeos, quienes eran los acreedores a momentos tan calientes. Lucía siempre ganaba. Reprendíamos a los pillos, como para cumplir con las formalidades y nos retirábamos discretamente. (Aclaro que nadie dejó nunca de coger a causa de nuestras recorridas).
Luego de estas inspecciones, yo notaba que Lucía cambiaba de color, alteraba su respiración y encendía su mirada. Sin perder compostura, algo se transformaba en ella. Cierta tarde al volver a su oficina y luego de sorprender a Luis rompiéndolo el culo a María, (encargada de la limpieza, esposa y madre de mellizas), Lucía, después de un suspiro, susurró:- ¡Qué dichosa!…- Qué pasa Lucy, dichosa quién…- le pregunté haciéndome el distraído. -Dichosa María taladrada a toda velocidad por un consolador enorme que, manipulado hábilmente por su propia sobrina, Anahí, entraba en un alocado 3-3-2 alternativamente por el culo y la concha de la agraciada señora. ¡Qué susto se dieron al vernos llegar! Y qué caliente parecía aquella mujer, seguramente necesitada de una verga carnosa, real y escupidora. Salimos enseguida para no incomodar la faena inconclusa de las damas…
Vaya a saber que rara asociación se dibujó en la mente de Lucía… se quedó como pensativa, errante… triste… Después de unos segundos de silencio me dijo: -bueno, he decidido contarte mi secreto-. Nos sentamos en su oficina y lentamente comenzó a confiarme una historia tan alucinante como verdadera, la que me provocaba al mismo tiempo indignación y cachondez.
Resulta que Lucy era de una familia tradicional, única hija, único novio, con el cual compartió una relación de cuatro años antes de casarse. Por supuesto había llegado virgen, inexperta y poco informada al matrimonio. Me contó con algunos detalles como su noche de bodas transcurrió sin demasiadas consecuencias, algún toqueteo que no pasó de los besos, las caricias, un amase de tetas y un leve roce de su vello pubiano al que ella respondió con un pianito de dedos sobre el miembro semiduro de su flamante esposo. No hablaron demasiado… y así transcurrieron las siguientes noches hasta que Ricardo le comentó que irían despacio, para no lastimarla ni causarle impresiones desagradables. Por entonces a Lucy nada le parecía extraño, más bien un gesto de caballerosidad del casto esposo.
Al mes, la cosa había avanzado un poco y Lucía era acreedora a algunos orgasmos que el gentilhombre le provocaba acariciándole el clítoris con los dedos de su mano izquierda, mientras que con la otra se pajeaba él mismo velozmente y al acabar, embadurnaba de semen aquella concha todavía virgen y deseosa…
Lucía, en silencio comenzaba a hacerse algunas preguntas, las que a veces le transcribía a Ricardo, animándolo a que la penetre, cansada ya de tanta masturbeta nocturna.
Las prácticas pajeras se prolongaron durante dos meses, invariablemente todas las noches. Lucía moría de calentura, necesitaba ser enfierrada de una vez, sentía que estallaba de ganas, y ya no le gustaba tanta caballerosidad… Pero, aunque sin pija de por medio, leche va…, leche viene… Lucía entró en falta y a la semana su médico de familia le confirmaba un embarazo: -No ha perdido el tiempo Ricardito-, comentó el Dr. Jaime con el análisis en la mano. Lucía negaba el comentario del médico con su pensamiento. Todo parecía una película… una novela… una fábula inventada para parafrasear vaya a saber que mito arcaico: virgen y madre… pero aún faltaba lo peor.
Esa misma noche, al recostarse en la cama, casi sin prestarle atención, Ricardo, la embistió con su verdad más oscura. Bueno Lucy, ahora que estás embarazada, voy a confesarte la verdad: Soy homosexual, feliz de serlo y pareja de Francisco mi socio y compañero desde hace 15 años… Jamás, Jamás he tocado a otra mujer que no fuera a vos… y te aclaro, que lo he hecho con esfuerzo… me dan asco las mujeres, me repele su olor, sus gemidos… pero… vos sabés yo debo conservar una imagen, mi familia, mi trabajo… y vos has sido la excusa perfecta, la elegida para la farsa. Novia de buena familia, educadita… y desde ahora futura mamá de nuestro bello hijo… ¡Quién podrá dudar de mi hombría? ¿Quién descubrirá a un puto relajado y feliz detrás de esta postal de familia?…
Lucía miraba co mujer por todos sus orificios para que pudiera tener de este mundo el mejor de los recuerdos. Comencé con la gesta instantáneamente.
Sin hablar, tomé la mano de Lucy y la conduje hacia uno de los pasillos del depósito más alejados, la arrinconé, la dejé inmóvil sobre un pallet de cartones. Tomé su cara y le di un largo beso de lengua… a los pocos segundos le metí la mano bajo su falda y con maestría le corrí los calzones. Estaba mojada y caliente, un breve temblor la invadía. Yo me balanceaba como preludiándole una cojida de parados…. -¡Qué estamos haciendo!-, dijo Lucy con apresuramiento y sorpresa. -Recuperando el tiempo perdido- le respondí. La escena la repetimos cada tarde, juntando aún más ganas y calentura. La abuela ya había aprendido a pajearme de parado, aunque nunca llegué a mojarla. (Guardaba mi leche concentrada para estrenar aquella raja). Como a las dos semanas, maduraba el encuentro y le propuse encontrarnos con más tiempo. Lucía no dudó y arreglamos para el otro día.
Al salir del trabajo, aquel jueves de invierno, la subí a mi coche como quien embarca para un viaje de fantasías. Busqué un hotel alejado de la ciudad. Entramos a la habitación…
Lucía no sabía que hacer. Acomodé la iluminación del lugar y la abracé fuerte. La besé plácidamente y con caricias pícaras comencé a desvestirla hasta dejarle sólo el corpiño y el calzón. Ella hizo lo mismo conmigo, y pronto estuvimos piel con piel sentados en el borde de la cama.
Una de mis manos alcanzó su teta izquierda por debajo del corpiño. No estaban tan blandas como me imaginaba. Sentí curiosidad, le saqué el sostén y por primera vez conocí las ubres de una abuela. Blanca la carne y enormes los pezones. Sin detenerme mucho, todavía sentado, pellizqué y chupé instintivamente. Lucy lo recibió con agrado. Con mi otra mano exploré la entrepierna de mi amante, ya sobre la bombacha se percibía el calor y la humedad. Me retiré el slip y la despojé de su bombacha en un solo movimiento que también nos tendió en la cama. Mi miembro la rozó por todos lados, su pierna, su cintura y sus nalgas. Quería que se fuera amigando con aquel artefacto que pronto se conv
ertiría en protagonista.
Frente a mis ojos se exponía una zanja pequeña, resguardada por unos pocos pelos entrecanos y finos, que no eran capaces de ocultar ni un solo centímetro de dos cordones gruesos, rosados, paralelos, húmedos, apetecibles, en los cuales no había manera de distinguir labios menores de mayores. Coronando la unión superior de esos chorizos carnosos y gelatinosos, asomaba un dedito semicircular, retenido por un pliegue tenso. A centímetros nomás, hipercerrado, apenas tonalizado y con media docena de pliegues radiales que se perdían en la estrechez del orificio, estaba su ano, culito también virginal. Le hice un jueguito con el dedo meñique… Lucía se negó instintivamente… Pero en un gesto arisco, aquel culito echó un breve bostezo: se abrió y se cerró por medio segundo. Yo comprendí la señal… le guiñé un ojo y ambos entendimos que algún día nos conoceríamos más a fondo… (bueno… nadie imaginaba que eso ocurriría sólo tres días después).
Todo latía al ritmo cardíaco de Lucía. Jamás había visto una concha así… Tan sexual, tan llena de vida… tan inexplorada. Una concha que durante años había esperado ese momento. Pedía revancha a gritos después de miles de noches depositaba pastoso en el fondo de mi garganta, allí por cerca de las cuerdas vocales.
¡Qué manjar, que placer!. Decidí no usar más mis dedos como cucharas y metí toda mi lengua en el envase. Relamí esa concha O Km. con toda pasión, me sacié de esa gelatina nutriente.
Lucy mientras tanto se dejaba hacer, no emitía palabras, algunas contracciones le tensaban los músculos de la entrepierna. Suspiraba como dibujando un aaaahhhh! interior y sincero. Yo comía hambriento, como si fuera la primera vez, o quizá la última.
Le ofrecí mi palo para que lo lamiera, comenzó con miedo y poca experiencia. Lo tomó en su mano pequeña como si fuera un cucurucho y consecuentemente empezó a lamerme la cabeza como quien se come un helado.
La dejé hacer…, la imagen era simpática, pero pronto necesité más.
Le pedí prestado su dedo índice y le mostré como se debía mamar bien una pija.
¡Qué buena alumna!… Enseguida se reacomodó. Subía y bajaba con sus labios asopapados, frenándose en la costura del glande y sobrepasándolo con mucha presión para bajar hasta la mitad de mi verga… subía con la misma fuerza… y de vuelta el saltito hacia la cúspide de mi cabeza. Dentro de su boca revoleaba la lengua chupando en todas direcciones. Estuvimos así unos tres minutos, yo gozaba a mil… pero de pronto le di un empujón y la saqué de arriba mío. Tuve que contener los espasmos para no acabar. Es que tenía muy claro la urgencia de aquella concha reseca, y mi leche estaba guardada para ella. Su garganta ya tendría otra oportunidad.
Los dos estábamos preparados para un empale con todas las letras. La tendí sobe la cama, le abrí las piernas con delicadeza y allí dirigí mi armamento. Accedí sin inconvenientes, apoyé mis codos para no aplastarla y para que la anciana pudiese respirar y emitir sus comentarios libremente. Comencé a moverme serruchándola con vigor a un ritmo acompasado.
Pronto me sentí abrazado por ese tubo de calamar viviente. Me lo envolvía con justeza y armonía. Era el calor justo, tocaba su fondo cada vez que mi verga golpeaba plena, instante en el cual, el gemido de Lucía se volvía un quejido, como de cierto dolor. Un pequeño sufrimiento aceptado y esperado, como de quien tiene algo que nos es de su tamaño pero no se amedrenta ante al desafío y lo goza plenamente, aunque parezca que las entrañas van a romperse por tanta presión. Así me movía dentro de Lucía. Con lentitud pero con ritmo, haciéndole sentir hasta a pleno cada entrada, desviando la presión hacia su clítoris cuando la sacaba un instante para volver a perforarla.
Lucía se aferraba con sus manos a mis hombros y mi espalda, llegaban a dolerme sus pellizcones. Con sus talones se sujetaba de mis pantorrillas, frotándolos como para descargar tanta energía. Su rostro se comprimía, no dejando escapar placer alguno… Gemía, gozaba y sufría al mismo tiempo. Y de a ratitos me pedía algún beso precedido de un susurro en el que, con esfuerzo, podía distinguirse la palabra -cogeme,… cogeme amor mío.- Yo respondía con un lenguetazo dentro de su boca tibia, la dejaba respirar, y después como anticipándole lo que pasaría en las profundidades de su vagina, le inyectaba una porción de saliva, en una especie de beso a dos tiempos, chancho… pero excitante. Ella tragaba y se relamía como pidiendo más.
El volcán pronto estallaría sin remedios.
Lucy empezó de pronto a mover la cabeza de un lado a otro, como una loca, como resisti& cuidado quirúrgico llevaba sus manos a la boca, chupaba aquel elixir sexual. Parecía prolongar su orgasmo, espasmándose al tragar el jarabe.
Se la veía espléndida, saludable,…feliz. Garchada hasta el ombligo, rociada por dentro y por fuera. Y como para completar, alimentada de aquel variado complejo vitamínico mezcla de sus flujos, mi semen y la calentura de ambos.
Abrazados y sin hablar palabra alguna, creo que nos dormitamos un rato…
Continuará…
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