Desde la caída del sol las calles de Pozo Alcón eran una fiesta que calentaba el ambiente con la alegría del espíritu de una noche sin inhibiciones, sin que las máscaras que se abrazaban sin conocerse en cada plaza, tuvieran otra misión que hacer crecer el clamor al compás del crecimiento de la oscuridad, mientras las casitas del pueblo-ciudad parecían perder el equilibrio bailando en una danza sin ritmo, al ritmo de las canciones de los trasformados lugareños que aumentaban el movimiento de las calles con sus propios movimientos, mientras el cielo se poblaba de mil luces humanas que apagaban la tenue claridad de la luz de las estrellas.
El casino, con sus puertas abiertas de par en par como un convento de luz, había perdido el recato de su quehacer diario y brillaba en la plaza del Generalísimo como una luna de tierra que sirve de referencia a sus propios monjes y a los marinos tambaleantes por las olas del alcohol, mientras el barrio alto encendía sus hogueras en la entrada de las cuevas y competía con su fuego de olivo apegado al suelo, con la luminosidad de las bengalas del pueblo rico.
El edificio del casino había conocido horas mejores cuando era famoso por las tertulias de los ilustrados que reivindicaban libertad y cultura bajo un disfraz de modernidad que ocultaba la sumisión de sus ideas a las ideas de los colonizadores franceses de los que eran una mala fotocopia. En la actualidad, si no fuera por las fiestas pueblerinas no podría justificarse el viejo caserón que no guardaba más historia que las historias que contaban sus socios, ocultos por las paredes de la cárcel de pensamientos en que se había convertido el destartalado palacete.
El conserje, convertido en almirante por una noche gracias a su uniforme galáctico, saludaba con ostentación a los socios-monjes citándolos por sus nombres de pila, acompañados de unos gorrazos de don, que les hacían sentirse pagados de su aportación para costear el vetusto edificio al comprobar la pequeña envidia de los que contemplaban el templo del carnaval desde la fría plaza que la multitud iba calentando para poder admirar los disfraces de los notables con pase.
En un estrado preferente se alojaban el presidente del concurso-baile de este año D. Federico Reche asistido por su secretario el farmaceútico consorte. Tenían el derecho a la popularidad y la obligación de observar a los figurantes para poder elegir el mejor disfraz del año.
Las influencias de una sociedad tan pequeña pesaban sobre la decisión como si esta fuera una pluma sometida al soplo de mil bocas convirtiendo al jurado en una marioneta, a pesar de todo, Reche satisfecho de su carga, saludaba con afectación las chirigotas que las máscaras realizaban intentando llamar su atención, para que el público con sus aplausos hiciera más difícil el inevitable pucherazo a que daba lugar el fallo, que tenía carácter irrevocable.
Los disfraces de moros y cristianos alternaban con los de romanos, con mayor prodigalidad de la conveniente, para el lucimiento personal que llevaba directamente a la selección deseada. Más de doscientos tipos se mezclaban con frivolidad, alegres y sin tensión, con la esperanza perdida de ganar aquella oposición que tenía dueño entre las familias de las llamadas fuerzas vivas de la colectividad.
El Ilusionista, sorprendido consigo mismo, presa de la suave agitación a que da lugar el interés no confesado de ser elegido al menos como finalista, desfilaba con afectación, con la princesa de un brazo y el hada madrina de otro, causando sensación por la sencilla elegancia de sus atuendos tan distintos de los del resto de los participantes. El Presidente se acercó a saludarlos no pudiendo ocultar su interés en galardonar con justicia a los que eran aspirantes en cualquier caso.
Buenas noches hija mía, princesa ningún año he visto un trío como el vuestro, ¿podéis explicarme la idea de vuestra indumentaria ?
Señor, encantado de conocerlo, -exclamó el ingeniero-,en mi chistera de ilusionista he encontrado una varita mágica, que al llegar esta noche de luces, ha engendrado de nuevo a su hija convirtiéndola en el hada madrina que nos acompaña.
Presidente, cuando me vi trasformada de Teresina Reche en hada madrina, me dio pena de mi amiga Isabel, infanta de alcalde vestida de lugareña, y tocándola con la varita mágica apareció la pr
incesa encantada que estáis contemplando.
La satisfacción de Federico, ante la posibilidad de elegir a su hija, era más que notoria y para abundar en la situación preguntó con afecto queriendo afianzar el buen tono del trío.
¿De quién es la idea de tan elegante resultado ?
Las ideas no tienen padre, nacen del pueblo, pero la varita mágica convirtió en doblones unos granos de maíz para poder transformar nuestros trajes de todos los años en atuendos reales.
Sentenció Isabel con el metalenguaje que le había asignado su estancia en la Universidad de Madrid.
Unos aplausos cariñosos, certificaron la exposición tan adecuada de los candidatos al triunfo.
El ingeniero era feliz en el centro de aquella fiesta con pretensiones de imitar la época galante, sin que pudiera ocultar su pobreza pueblerina en la vulgaridad de la mayor parte de los asistentes, no sabía por qué se encontraba en su ambiente, como si hubiera perdido la resistencia a estas actividades de sociedad adocenada sin pensamientos sociales.
¿Podría sacar de su chistera un bayley para saciar la sed de su princesa cautiva ?
Quisiera ser un vaso de whisky para renchirme a mí mismo de ese sospechoso licor de leche de fuego.
Isabel acercó sus labios a la cara del ingeniero y como en el vuelo de una mariposa, los posó con suavidad en su mejilla, dejándolos reposar un poco más del tiempo de una broma y un poco menos de la sensualidad de una caricia.
Perdone, señor mago, debo estar hipnotizada, creí que era usted un vaso.
En aquel momento, un gran murmullo invadió el salón para recibir al Rey de Copas que sonreía satisfecho ante la expectación que causó su entrada triunfal. No creía que su traje pasara de discreto aunque su popularidad era manifiesta en todo el pueblo, para los buenos y los malos. La esposa de Sandalio que estaba en el secreto, al pasar la puerta principal se separó de su marido, permitiendo que penetrara solo con su andar tambaleante de "medio ciego", que daba el realismo necesario a su figura comprada por una noche. En fila india, sin que pudiera apercibirse, se habían colocado los otros tres reyes, tras sus pasos, imitando su caminar vacilante.
Sandalio, saludaba eufórico, contestando a las risas de los allí reunidos, sin que pasara por su cabeza el motivo real del jolgorio de sus convecinos, en una fiesta de disfraces tan cambiante como no había contemplado hacía años la villa y corte de Pozo Alcón. El boticario consorte se vio obligado a llamar la atención de su presidente y ambos se dirigieron hacia la comitiva real que tanta curiosidad había despertado, no exenta de cierto morbo ante la dificultad de la elección que se le había presentado al digno jurado. Reche era un hombre de bien y reconocía al menos en su interior que aquel disfraz y su acompañamiento le iba a poner difícil, por no decir imposible la elección a la hija de su alcalde y a su propia hija.
El Rey de Copas pletórico, llevado del agasajo de sus vasallos, pidió un cubalibre ante lo que creía público rendido ante su porte principesco ; al intentar beber, el Rey de Bastos le sacudió con su porra en el brazo tirándole el vaso al suelo, sólo entonces se dio cuenta de la corte que le seguía y su cara de sorpresa fue recibida con gritos de aprobación entre los asistentes que pensaban era un gran comediante.
Rey de Copas, ¿ Quién firmó la partitura ? Preguntó el Presidente siguiendo la tradición.
¿La partitura ? Estos tíos son unos espías que me han chafado la noche, son unos espías, coño.
Señor mago, está usted como ausente, tomemos una copa en honor del honor del comerciante.
Recitaba con suavidad la princesa, mientras Teresina desaparecía hacia un reservado, después de tocar, con la famosa varita mágica, al Rey de Bastos.
Hipnotizado estoy, porque nunca creí que pasaría una noche de encanto como compañero de una princesa gracias a mi chistera de ilusionista.
Yo creía que las princesas siempre están acompañadas de cortesanos que las diviertan.
¿Quieres que haga de bufón ?
Haz mejor de amante enamorado.
Estoy temblando como si fuera la primera vez que salgo con una chica.
Sin saber como, se vieron cogidos de la mano, envueltos en una nube que los había despegado del suelo para transportarlos al mundo de la fantas&iacut
e;a más real que el bullicio que los rodeaba, no necesitaban vasos ni música, las lámparas del casino no fabricaban luz, la luz salía de unos ojos que como imanes se atraían con la fuera desconocida de los sentimientos incontrolados que desarrollan su potencia en una noche de magia que sabe que hay que consumirse como un ave fénix para renacer de sus cenizas cuando llegue el próximo día. Mañana, mañana será otro día, la luz es de la noche, la luz con brillo propio que deja la oscuridad para la normalidad de la vida cotidiana.
La fiesta había entrado en todo su apogeo, las copas practicaban sus estragos y el elenco se entremezclaba consiguiendo una extraña brillantez más propia de un reparto de actores bajo la batuta de un director profesional que de la charanga sin orden ni concierto en que la improvisación popular convierte este tipo de festivales, mientras el jurado se dedicaba a pasear charlando con unos y otros para intentar provocar un consenso en la necesaria elección, que restara las críticas al acto de mayor brillantez de la dormida sociedad de Pozo Alcón.
D. José se había introducido subrepticiamente en el baile llevando a cada lado a sus dos majas. La propia como maja vestida, con el recato que da la paz de la honesta familia y a Vera la farmaceútica que lo había obligado, abusando de su amistad, a recogerla en su casa bajo el disfraz de aquella marquesa desnuda, de costumbres afrancesadas que inmortalizó un buen español y mal caballero como era el pintor Goya. La boticaria estaba impresionante, con un realismo impropio de su caso y de su casa, la malla de color rosado que tapaba su desnudez provocaba gracias a los rellenos, unas curvas sexuales en su cuerpo delgado, que le proporcionaba una redondez mórbida del gusto de los mirones, los senos desnudos acompañados de un oscurecimiento sospechoso bajo la ingle, obligaban a acercarse para comprobar que era ilusión lo que de lejos ilusionaba a los mal intencionados. El Alcalde pretendiendo pasar lo más desapercibido posible, se había instalado en un rincón, lejos de sus amigos, con la mala fortuna de situar a sus dos acompañantes en el centro de dos marcos de época que hacían de recipiente de sendos espejos antiguos. Ni que decir tiene, que ni buscado a propio intento, se podía buscar mejor púlpito para la maja desnuda. La Vera reflejada por detrás competía con la figura de senos y pubis de delante en un efecto difícil de describir, que no pasó de largo para el lanzado Sandalio y para el jurado itinerante. Seguido de sus dos reyes acompañantes y abriendo paso al presidente del festejo, se lanzó en pos de la figura soñada de su Vera desnuda, prisionera de la paleta del Goya revivido que representaba muy a su pesar el bueno de D. José, mientras el casino asombrado celebraba con aplausos el espectáculo gratuito bajo los espejos del siglo XIX.
El Presidente, consciente del mal momento que pasaba su alcalde, cedió a Sandalio el protagonismo para no obligar a su amigo a un interrogatorio no deseado. Con el desparpajo habitual del comerciante y con el sin dolor que provocan las copas, exclamó sin perturbarse :
Pintor mío, te cambio al rey de oros por tu maja sin vestido.
Calla Sandalio, que bastante vergüenza estoy pasando.
¿Con mi marido no se cuenta para este cambio ?
El secretario del concurso, Paco el consorte sonreía aburrido como si no le fuera nada en el envite, la Quica, la Quica tenía que estar aquí para que pusiera las cosas en su sitio, vaya tontería de disfraces, el sabía de sobra que su mujer no tenía esas formas, que más quisiera ella, si se pasaba la vida siguiendo dietas para conservar la figura que no conservaba para nadie, sólo quería parecer elegante, estar dispuesta como una sílfide para las pocas bodas obligadas en la capital de la provincia, presumir delante de un espejo recoleto de su porte aristocrático, de su sin gracia en la cama, ya no se acordaba cuando fue la última vez.
D. José no contestó al cuestionario, él no quería ningún premio, su hija Isabelita era la ganadora, a ver si se enteraba ese Federico que se estaba haciendo el importante, que no recordaba quién mandaba en el pueblo, que estaba queriendo convertir su oficio de presidente por un día en juez de los destinos de los demás.
Oportunamente, la orquesta de los caireles inició el vals de las mariposas, con más aceptación que ventura, disipando la turbación del alcalde que había pasado p
or un mal momento por culpa de aquella descocada de farmaceútica. El vals daba la posibilidad a los concursantes de lucirse ante el público, para ver si eran capaces de arrancar tantos aplausos que hicieran volver atrás la decisión del jurado, tomada a buen seguro, fuera del ambiente de la fiesta del casino.
Un Sandalio con más copas que fortuna, siguió persiguiendo su objetivo sin objeto :
Maja desnuda, ¿ quiere usted bailar con la majestad de los cubalibres ?
Si tengo que bailar, lo haré con mi artista protector.
Contestó Vera, mientras arrastraba materialmente a la pista al buen alcalde, Goya del momento.
Sandalio confundido, se quedó con el brazo extendido como si le hubiera dado un pasmo, cuando Isabel que se encontraba próxima, para sacarlo de su situación, le dijo con cariño :
Señor Rey, se le ha olvidado que en ausencia de la Reina debe abrir el baile la Princesa.
El ingeniero contagiado de las buenas formas se emparejó con la alcaldesa que no podía disimular su adoración por una hija tan educada.
Sandalio era un consumado valsarín, que trasportaba a su princesa, como si fuera una pluma a los acordes de aquella música tan a propósito para el atuendo que portaban entre la admiración del público asistente, con un resultado tan notorio que sacó al jurado de dudas, dispuesto en cuanto pudiera a declarar reina de las fiestas y mejor disfraz del año a la pareja ortodoxa que destacaba sobremanera, gracias a la natural torpeza de D. José y a la dificultad de lucirse de Vera con una pieza tan poco apropiada para una bailarina desnuda. La situación espinosa del alcalde y su pareja tuvo su final con la misma rapidez con que se había iniciado, al atacar la orquesta el obligatorio compás movido para animar a los concurrentes, este año materializado en un recuerdo de la música de los sesenta con el rock de la puerta verde.
Por arte de magia, una pareja de hermafroditas, atravesó el salón de la entrada del casino, saltando uno en brazos del otro, como si su alegría desbordante emanara en directo de la alegría del pueblo llano. En el centro del salón, bajo la lámpara de araña que había iluminado a todos los ganadores desde que existía el concurso, dieron un recital gratuito de un baile desenfrenado, donde los cuerpos se abrazaban y se separaban sin poder saber, si los bailarines eran cuatro, dos o ninguno. Los socios del casino estaban encadilados y formaron un corro respetuoso para disfrutar del espectáculo, la música de la orquesta no era más que un pretexto que a duras penas seguía las evoluciones pletóricas de gracia y de lujuria de tan singulares artistas. Sandalio aun estando en el secreto no conseguía distinguir quién era la Quica y quién era el Bent, los aplausos eran continuos y la sensualidad de aquellos individuos había contagiado a toda la sala y amenazaba con perturbar el tradicional aplomo aburrido de los festejos del casino. Al cesar la música, agotada la orquesta por la energía de los bailarines, ambos cayeron al suelo formando un aspa como si fueran la cruz y la cara de una moneda simétrica.
El aplauso cerrado de todos los concurrentes indicaba al jurado la imposibilidad de practicar un pucherazo sin el descrédito que hubiera supuesto para organizar futuras puesta en escena de tan señalado evento. Por otra parte la posibilidad de proclamar reina de las fiestas y mejor disfraz del año en el mismo "tipo", a dos personas distintas marcaría un hito para los organizadores del año presente al que no estaban dispuestos a renunciar. ¿ Podría por una vez la calidad contra el chanchullo en oscuros despachos sin intervención de los protagonistas reales ?
No había duda de la decisión pero el público temiendo lo peor, forzó un nuevo lucimiento de la causa singular que estaba dispuesto a defender como masa aunque no se hubieran atrevido individualmente a oponerse a la decisión de las autoridades. A gritos pidieron otra pieza, mientras los dos figurantes dirigiéndose a la banda, solicitaron a coro su preferido y más escandaloso, "la lambada".
Después de los primeros compases, llenos de gracia y de sensualidad que hicieron contener el aliento a todos los asistentes, los dos gemelos saltaron entre los asistentes y como en el vuelo de un águila arrastraron a la pista a Vera y al Sandalio. El rey, convertido en humano perdió en el primer envite la corona, Vera olvidada su desnudez fingida, bailaba como si realmente estuviera desn
uda, abrazada a su pareja se sintió transportada quizás por primera vez en su vida al mundo de los sentidos, consiguiendo transportar con ella a la claque que la seguía entusiasmada sin sentido de la compostura.
Los aplausos reconocieron el trabajo de los cuatro danzantes sin que quedara ninguna duda de cual podía ser el fallo del tribunal por poco objetivo que quisiera ser.
Al finalizar la pieza los tapados permanecían abrazados a sus compañeros ocasionales esperando el fallo del jurado. Este, perplejo por la situación creada, pidió a los extraños que dieran la razón de su comportamiento al obligar a bailar a Vera y a Sandalio, comprometiendo con su actitud su seguro triunfo.
La pareja de Vera, susurró con voz femenina, no pudiendo evitar que escapara su melena rubia de la doble cabeza de su atuendo :
Por su valentía al venir desnuda, la boticaria merece ser la reina del carnaval.
Como en un punto seguido, la voz ronca del Bent, gritó soltando a Sandalio de su abrazo de macho :
El único rey posible es el rey de copas.
La música sonó de nuevo con una dulce balada y a su compás como dos juncos que se mecen en el aire, se fueron retirando hacia la puerta principal despacio, muy despacio, imitando el lento caminar de un ciempiés, como si fueran celebrando con un llanto, la muerte de una ilusión que se va, para dar vida a una causa superior.
Cuando alcanzaron el umbral de la calle, se estiraron de pronto y sus cuerpos agigantados tocaban con el techo del casino desde las sombras que proyectaba la lámpara de araña que decidió fundirse para convertir en una sombra los cuerpos que abandonaban su campo de batalla y de triunfo. En ese momento, Sandalio no pudo más y gritó desde el centro de la sala :
Quica, el premio es tuyo.
Ya tengo mi premio comerciante, yo soy La Amante del Pueblo.
La salida de los hermafroditas devolvió la paz a los socios del casino al evaporarse la nube oscura que había secuestrado las conciencias con su potencia libertina y desbocada. El jurado se apresuró a confirmar a Vera como la reina de los asistentes y a Sandalio como mejor disfraz del año, con la esperanza vana de que se diera el asunto por concluído. Aquellas gentes no tenían en que entretenerse como no fuera con la maledicencia y pronto formaron corrillos prestos a cortarle un traje a los ausentes como era la costumbre. Los asistentes que estaban dispuestos minutos antes a promover un motín si no se les asignaba el premio, se preguntaban ahora unos a otros, quién era el responsable de la entrada en su cenáculo de aquellos farsantes, habían olvidado como solo olvidan las masas, que Bent y la Quica en una postura de nobleza, habían renunciado a su premio a favor de dos socios habituales de aquella gigantesca tertulia de verduleras que solo sabía moverse al amparo del anonimato. Como si nuestros dos personajes necesitaran su apoyo para divertirse en una fiesta, como si no fueran autosuficientes, como si no fuera más rico el que nada necesita que el que todo lo tiene.
Curioso mundo, los colectivos se esfuerzan en crear sus propios mitos para poder destruirlos.
Isabel del brazo del Ilusionista se acercó a Vera y a Sandalio, entre cariacontecida y alegre.
Rey nuestro, ofrece por favor un baile de consolación a la princesa que no llegó a reina por culpa de los agentes exteriores.
Vera ya repuesta contestó con el aplomo de su recién estrenado título nobiliario.
Las jovencitas inexpertas tienen que madurar antes de llegar al trono. ¿No es cierto Ingeniero ?
La hija del alcalde ofendida por el tono de la farmaceútica, dejó escapar su pensamiento, sin dejar de conducir al bueno de Sandalio hasta el centro de la pista.
Si para ganar una pequeña batalla tengo que bailar desnuda con otra mujer que me domine y que me atraiga como si fuera mi hombre, creo que no maduraré nunca.
Mocosa. ¿Señor Ilusionista quiere que le conceda el honor de mi primer baile de Reina del Carnaval ?
El ingeniero no quería bailar, quería buscar a Perinche, quería recomponer su figura con su otro yo, otra vez las musarañas del cerebro le estaban ganando la partida a su ser cortesano secuestrándolo en la dirección autodestructiva, necesitaba sentir el frío de la calle con el calor de la multitud medio bebida que le hiciera reencontrar su camino fuera de aquella prisión sin rejas, tenía que quitarse su uniforme de presidiario disfrazado de niño bien, no podía irse ni quedarse, beber sí, beber
todas las copas del mundo, situarse al nivel de Sandalio. ¿Donde estaban sus compañeros de viaje ? Bent no me abandones, llévame a la cueva de Perinche, busca a la Quica, busca una hembra, este no es mi lugar, me he engañado a mí mismo, amigos escuchadme, guardarme un sitio en vuestro mundo que quiero olvidar que recuerdo.
El vaso que mantenía en la mano cerrada cayó al suelo, como si una fuerza externa se lo hubiera arrebatado y su cara reflejó la palidez de los muertos que no saben que han abandonado la vida que les rodea. El rey de espadas, notario de Calasparra, se apercibió del momento que pasaba su nuevo amigo y acudió al quite como el torero que devuelve el favor de una corrida anterior.
Ingeniero, vamos a tomar un poco de aire fresco que las copas son malas compañeras a estas horas de la noche, cuando no tienen un riche que las empape.
Vera desairada, se quedó sola junta a la pista, sin saber a quién dirigirse. ¿Dónde estaría el imbécil de su marido que siempre aparecía cuando menos lo necesitaba ? Aquel hombre solo servía para heredar, mejor era que se fuera para siempre, a ver si ella podía encontrar lo que se merecía, seguro que estaba borracho o dormido con su aburrimiento habitual en cualquier sillón de la sala de lectura que solo servía para reposar.
Sandalio y la princesa se dirigieron desde el centro de la pista, hacia el resto de sus amigos, una vez que el ambiente se iba perdiendo con la tensión de la escapada de los asistentes hacia lugares más confortables. Las copas no pueden mantener lo que se lleva el alma y el alma de aquella noche pertenecía a la figura de muñeca rubia llena de vida que se había escapado envuelta en su piel de hermafrodita.
Princesa, ¿no se escapará tu acompañante ?
Acabo de ver como mi hermano el príncipe de las espadas se lo llevaba hacia territorios prohibidos.
Te lo van a robar, ¿no te importa ?
Nunca he sido guerrera, prefiero el oro y el vino.
Vamos entonces a buscar al rey del dinero porque conmigo tienes aseguradas todas las uvas que necesites.
Jesús el economista, señor de amarillo, charlaba divertido con D. Fabián, a través de su fonendo, sobre la extraña suciedad que albergaba su blanca bata de médico, después de haber recogido los derrames involuntarios de las copas de su borracho pueblo. Al aproximarse Sandalio con Isabel, el médico propuso con voz de tartaja.
¿Por qué no subimos a la fiesta de Perinche, ya que él no se digna bajar a visitar las clases altas ?
Teresina, el hada buena, intervino con presteza :
Espérame Isabel, voy a buscar a mi rey de bastos.
El rey de oros, dejando escapar un suspiro, le comentó en un privado a la princesa.
Somos pareja para la excursión obligatoria, aunque bien lo sabe Dios, que no vamos a necesitar carabina. Entre el hada y el mago nos van a amargar la noche.
Mientras Goya se quede con sus dos majas yo estaré en la gloria, no aguanto a Vera ni borracha.
Comentó la aludida sin asomo de añoranza por el ingeniero perdido en el naufragio del barril de ron.
El médico se dio buena maña en instalar a su mujer con el bueno del alcalde y su señora, no sin antes prometer que entre Sandalio y él mismo, cuidarían de su hija y de Teresina.
La noche se iba apagando y el resto de comediantes de la opereta que no se acaba nunca, se retiraban en paz hacia sus casas. Todos no, La Reina del Carnaval, sin reinado, descargaba su malhumor en un tonel relleno de vino, en forma de marido.
Datos del autor/a:
Nombre: Full de Ciber
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