Tras el relato de Rosa quedé hecho un mar de dudas. Sabía que no podía pasar de aquella mujer. También sabía que algún día nuestra relación acabaría, y era consciente del riego que corría si Laura, mi mujer, descubría cual era mi relación con la vecina.
Iban pasando los días y siempre que podíamos, buscábamos el momento para vernos a solas y disfrutar de nuestros cuerpos. Una sola mirada o el comentario más intrascendente, llevaba una carga de morbo capaz de descongelar un iceberg.
Había pasado una semana de mi llegada a la sierra, cuando mi suegra anunció la visita de su hermana menor, Clara, y de su cuñado y consorte de la anterior, Mariano. Vivían en Madrid y todos los veranos se dejaban caer por estas tranquilas tierras llenando la casa de impertinencias. Durante su visita había que adelantar la hora del almuerzo. Si tomaba una cerveza, allí estaba la tía Clara para decirte lo malo que es el alcohol, si hacías ruido le molestaba y si estabas en silencio enseguida se preocupaba por si te pasaba algo… Bueno ya la conoceréis. Mariano era todo lo contrario, pasaba su tiempo haciendo pequeñas chapuzas y le gustaba ir a pescar.
El día de su llagada tendríamos que ir, por la tarde, mi suegra y yo a recogerlos a una estación de ferrocarril que dista unos ochenta kilómetros. Una vez en la estación, y tras esperar un rato, bajaron del tren. El pobre Mariano cargado con las maletas y Clara gritando y gesticulando en exceso. Parecía una actriz de revista provinciana. – Estás muy mayor, fue la primera frase que dirigió a mi suegra. – Y tú, dirigiéndose a mí, cuando pasen unos años estarás calvo como una bombilla. Sonreí entre dientes mientras pensaba, yo también te aprecio tonta de los cojones.
Emprendimos el viaje de vuelta que sirvió para la tía Clara me recordara lo viejo que era mi coche, lo mal que estaba la carretera y que las curvas las tomaba muy fuerte. Ya en la casa, la tertulia estaba montada como de costumbre en la mesa grande, junto al televisor. Allí estaban Rosa y Ángel, charlando con mi mujer y con mi suegro. Los recién llegados subieron arriba para dejar el equipaje, les acompañaron Laura y sus padres. – ¡Qué coñazo de tía! Comenté a Rosa, es insoportable. – Bueno, bromeó Rosa, siempre te queda la posibilidad de venirte a vivir con nosotros. Me pasó la mano por la pierna y sacó la lengua de forma lujuriosa. Ángel se levantó y se marchó. Quedamos solos y nos besamos como si llevásemos siglos sin vernos. – Hoy no he saludado a tu pajarito, dijo Rosa en mi oído mientras acariciaba mi miembro por encima del pantalón. -Ahora no podemos, pueden bajar en cualquier momento. -Vámonos a mi casa. – Espera, todo a su tiempo. Cuando bajen, te despides y en vez de ir a tu casa, me esperas fuera. Tengo una idea.
Al poco tiempo comenzaron a llegar Laura, sus padres y los nuevos inquilinos. Rosa se despidió y se marchó. Como habíamos quedado y yo comencé a fingir que me dolía la cabeza. – Voy a tomar una aspirina y me voy a la cama. Subí al dormitorio y volví a bajar por una escalera exterior hasta que pude ver a Rosa esperándome, le hice unas señas y nos abrazamos a nuestro encuentro. En la parte de atrás de la casa, había lo que fue una cochera y ahora servía de almacén de los enseres del antiguo restaurante. Llevé hasta allí a Rosa y nada más entrar, desabroché su camisa y comencé a morrear sus senos. Ella se dejaba hacer disfrutando en cada poro de su piel el roce de mi lengua y de mis manos. – Me tienes loca, eres un ladrón. Se puso de rodillas delante de mí dando besitos en el bulto que marcaba mi pantalón mientras lo desabrochaba. Cuando por fin liberó mi verga, la recorrió entera mojándola con los labios. De repente, la luz de una linterna nos heló la sangre. No podíamos ver quien era. Tras unos segundos, la luz se apagó a la vez que la puerta se cerraba. Salí lo más rá
pido que pude para ver quien era. ¿Se imaginan?, casi corriendo, a la vez que giraba por la esquina de la casa, pude ver la silueta de la tía Clara. –La hemos cagado, dije a Rosa, esa cotorra lo soltará todo. – Ya buscaremos alguna excusa, apuntó Rosa desde la oscuridad.
Rosa consiguió ir a su casa a hurtadillas y yo subí rápidamente a mi cuarto por la escalera exterior. Esperé a que Laura llegara con el chaparrón del siglo, pero pasaba el tiempo y no aparecía. Al rato oí que abría la puerta del cuarto con mucho cuidado. – Estás durmiendo. – No, le contesté más tranquilo. – ¿Y el dolor de cabeza? – Se me ha quitado. Era evidente que la tía no se había ido de la lengua.
A la mañana siguiente temía encontrarme con la tía, pero el pasillo que lleva a los servicios nos reunió cara a cara. Agaché la cabeza al cruzarme con ella pero no surtió efecto. – Veo que te gusta hacer guarradas con la primera que se cruza. – Bueno yo… por favor no cuente nada de lo que vio Laura no lo entendería, podría arruinar nuestra relación. – No diré nada con una condición: en la oscuridad me pareció ver algo verdaderamente hermoso. Nunca he visto un aparato de esa talla. Si me lo enseñas, callaré como una tumba. – No puedo, usted es la tía Clara, sólo tocarla, me produce un respeto inmenso. No me imaginaba yo excitado, ni excitando a solas a la mujer menos sensual que había visto en mi vida. – ¿Qué estas pensando?, no soy de esas que se meten esas guarradas en la boca. Además, ni se te ocurra ponerme una mano encima. – ¿Entonces?, ¿Qué quiere usted que haga? – Quiero ver como te tocas tú solo y como crece. Me estaba pidiendo que me hiciera una paja delante de ella. – Vale, contesté, vamos al servicio. – Ahora no, ya te avisaré yo.
Conté a Rosa lo que me había pasado y la proposición de tía Clara. Casi se pela de la risa. – Pues no tiene gracia, si quería ver mi aparato en su esplendor, que se hubiera acercado anoche, cuando estaba en toda su salsa.
-En una ocasión me comentaste que la tía es una beata de lo último, y que con frecuencia tienes que llevarla a la Aldea del Salto para que oiga misa y se confiese, ¿no?. – Todas las semanas tres veces, contesté con resignación. – Bueno, entonces podíamos… Me contó el plan más disparatado que a persona humana se le puede pasar por la cabeza. Pero acepté.
En la aldea donde llevaba a Clara para oír misa, no tenía un párroco fijo. Dos veces por semana, los jueves por la tarde y los domingos, acudía uno de los pueblos vecinos. El resto del tiempo la iglesia permanecía cerrada, quien quisiera visitarla, tenía que pedir la llave a un señor que hacía las veces de sacristán.
Aquel jueves Rosa y su marido, Ángel, fueron delante, cuando llegamos la tía y yo, la iglesia ya estaba abierta. Clara, que había ido todo el camino sin decir palabra, cerró la puerta del coche de un portazo. – Me voy a confesar, que es lo que tú deberías hacer, guarro. Entró en la iglesia con decisión. Yo quedé cerrando el coche y después la seguí para confirmar que plan seguía según lo previsto. Efectivamente, tía Clara estaba arrodillada en el confesionario y dentro se adivinaba la reluciente cabeza de Ángel vestido con una sotana negra.
-Padre, me confieso que he tenido pensamientos impuros.
– ¿Qué clase de pensamientos, hija? -Verá, desde hace unos días no puedo quitarme de la cabeza una imagen que apenas vi, pues estaba en la oscuridad.
-¿Qué imagen es esa? -La otra noche, sorprendí al marido de una sobrina mía haciendo guarradas con una extraña. La chica estaba de rodillas delante de él, desnuda de medio cuerpo para arriba. Él tenía los pantalones bajados. La mujer se metía el aparato de mi sobrino en la boca y la chupaba como si aquello fuese lo más delicioso del mundo.
-Usted nunca ha probado una buena mamada.
-¿Qué dice usted?, Bueno la verdad es que desde que vi el aparato de ese joven, me gustaría tenerlo para mí. Chuparlo y pajearlo hasta que eyacule en mi boca para saborear hasta la última gota. Sólo con pensarlo me pongo ardiendo.
-Piense que si hace eso con su sobrino, lo está haciendo mal con su sobrina. Trate de desahogarse de otra manera.
-No se como.
-Bueno, los sacerdotes somos también hombres y como no estamos casados, no perjudicamos a nadie. Si usted
quiere… Ángel levantó la sotana dejando al descubierto una tremenda erección. Clara alargó la mano y la empezó a acariciar.
-Aquí no, replicó el que hacía de sacerdote. Detrás de la iglesia hay un pequeño huerto y una valla de setos. Espéreme allí que enseguida voy.
-La tía Clara se adentró en el huerto como si fuera a cometer un asesinato, miraba recelosa a un lado y otro mientras caminaba despacio. Reconoció el seto que le había indicado el cura. En uno de los extremos había una frondosa higuera. Debió pensar que aquel árbol le daría el refugio que necesitaba, y junto a él esperó un momento hasta que, tras ella, Ángel volvió a entrar en escena, esta vez vestido con ropa de calle.
Ahora quiero que te olvides de todo y te dediques a disfrutar, quiero que conviertas tus fantasías en realidad. Diciendo esto, la cogió de las caderas y, pegándola junto él, metió la lengua en su boca. Te voy a follar hasta que pierdas el sentido. Desabrochó el vestido dejando ver un sujetador negro que portaba dos grandes tetas, más blancas si cabe, en contraste con el negro de la lencería. Las apretaba con la mano y pasaba la lengua de una a otra. Cuando puso la mano en la entrepierna de Clara, ya estaba húmeda. – Estás mojada, decía mientras le lamía las ingles y con un dedo presionaba el clítoris, pero no te voy a follar todavía, quiero sacarte loca. Clara arqueaba el cuerpo hacia atrás dejándose hacer.
Ahora vas a probar una cosa, verás que rica que está. Ángel se puso de pié y cogiendo la mano de su compañera, la aproximó hasta su abultado paquete. Clara, tras palpar la erección, desabrochó en cinturón y, como si se tratara de un rito ancestral, bajó despacio la cremallera del pantalón y lo bajó hasta el suelo. Luego besó suavemente la polla que tenía delante. Cogiéndola por la base, la puso apuntando a su cara. Abrió los labios lo justo para que entrara rozándole y muy despacio se la fue metiendo en la boca hasta que sintió el capullo en la garganta. En esta posición intentó mover la cabeza pero Ángel no se lo permitió sujetándosela y comenzando el mismo a bombear. Aquella polla entraba y salía de la boca sin que Clara pudiera hacer otra cosa que babear y gemir. Ángel se retiró un poco para mirar las tetas de aquella beata, relucientes y mojadas por los jugos que salían de su boca. -Dame más. Clara volvió a meterse aquella polla en la boca y a restregarla por su pecho. – ¡Qué rica que está! Ángel hacía esfuerzos para no correrse todavía.
-Ven, ahora voy a follar tu coño. Apoyando a tía Clara en el tronco de la higuera, puso su culo al descubierto quitándole la falda y las bragas. La verdad es que para ser de una mujer metida en años, aquel trasero era apetecible, Ángel, abriéndole las piernas, metió allí su cara y lamió lo más intimo de mi tía.
-No puedo más, métemela ya. Ángel se puso de pié y de un solo golpe la clavó. Tía Clara movía las caderas como si el ritmo que su amante ponía no fuera suficiente y alargaba una mano para tocar su clítoris -Más, más, más… gritaba Clara hasta que un quejido ahogado se le escapó de la boca. El ritmo fue descendiendo, Ángel se separó y continuó pajeándose hasta su compañera pudo volver a ponerse de rodillas delante de él. -Toma, mama mi leche. El primer golpe de semen inundó la boca de Clara. Los siguientes llenaron su cara y sus pechos de aquel líquido viscoso que ella comía con delirio.
Esperé un tiempo hasta que Clara se limpió y dejé que llegara antes al coche. – ¿Dónde has estado?, me preguntó con la cabeza baja. – Haciendo fotos por ahí. Verás lo que te van a gustar cuando las veas. Su rostro se heló de repente y algo profundo se instaló en su mirada. Resignada montó en el coche y emprendimos el camino de vuelta.
Me gustaría tener comentarios de este relato.
CONTINUARÁ…
Autor: Diego tevuelvolocaya (arroba) hotmail.com
Estupendo relato mealludo a pajearme