Una pareja de novios empieza un viaje, un viaje que les llevará a conocer el sexo sin freno y el extremo deseo sexual de ella. interracial, infidelidad, todos contra una.
Una soleada tarde de verano, una joven pareja de la capital tenían previsto un viaje que les llevaría hacia el sur, para disfrutar de unas merecidas vacaciones. En la estación de ferrocarril, con las moquilas y los billetes en la mano, esperaban la llegada de un tren en el que habrían de pasar la noche viajando. Tenían asignada una cabina de ocho pasajeros pero confiaban en la posibilidad de hacer el trayectos sin compañía para aprovechar el escenario y hacer el amor toda la noche. Cuando el tren llegó a la estación pronto subieron a él en busca de su compartimiento. La chica, llamada Sandra, vestia de forma cómoda. Sólo un delgado vestido de una sola pieza, un fino tanga y unas sandalias de cuña constituían su vestuario. Juan, su acompañante, creía que éste era del todo insuficiente debido al poderío de su amante de 24 añitos. Sus grandes pechos al aire, sin sujetador debajo del vestido, habían sido motivo de discusión de la pareja, sorpresa del recepcionista de la pensión en la que trasnocharon, y víctimas de la libidinosa mirada del taxista que los llevó a la estación.
Ya en el compartimiento del tren, la pareja dejó las mochilas y permaneció expectante al lado de la ventana, hablando, planeando las actividades de los próximos días y intrigados ante posibilidad de recibir la visita de algún desconocido.
En pocos minutos el tren inicio el trayecto hacia Sevilla. Sandra, acomodada en su sillón frente a su pareja, abrió las piernas dejando entreveer un triángulo de color claro, la fina tela del tanga, que no disimulaba la pulcramente recortada mata de pelo rubio que coronaba su concha. Sandra era una chica rubia de ojos azules. Tenía recogido su pelo en una sola trenza que le proporcionaba un aspecto aún más jovial. Unos labios carnosos llamaban la atención en su rostro bello y limpio.
Bruscamente, las piernas de Sandra se cerraron al percatarse de la entrada de unos desconocidos en la cabina. Su mirada se cruzó con la de su compañero para después sostenerla en la entrada, identificando los rostros de tres magrebíes que definitivamente habían dado al traste con los planes de la joven pareja.
Después de unos breves saludos, correspondidos por la pareja, aquellos tomaron asiento. Sólo uno de ellos permaneció de pie para alojar las bolsas en la estantería correspondiente, situada en lado de Sandra. Un instante después de realizar la operación, una de las bolsas de viaje de la joven pareja cayó al suelo. Sandra con naturalidad se agacho a cogerla. El nuevo viajero sentado junto a Juan cruzó la mirada con los demás magrebíes. Sandra, con la misma naturalidad, estiro su cuerpo para colgar la bolsa en la estantería. Con este movimiento, quedó a la vista de Juan y el magreví el hermoso y respingón culo de la niña y la fina linea marcada por el tanga de hilo. Ante el espectáculo, el magreví se llevó la mano a la entrepierna y fijo su mirada en la cabeza de Sandra, esperando que se diera la vuelta. Juan absorto en el paisaje de la ventanilla fue el único que no se percató de la situación. Los otros viajeros no dejaron de observar la escena hasta que Sandra se dio cuenta. Ella, mirando alrededor, sin dejar de sentirse acosada, se sento en su butaca y dirigió su mirada a la ventana.
Paso un largo rato. El silencio en la cabina fue interrumpido por la conversación que iniciaron los extranjeros. Hablando en árabe, Juan y Sandra quedaron aislados. Los dos fijando su mirada en la ventada y cada uno de ellos absortos en sus pensamientos. Sandra se sentia algo incomoda. Acosada, poco a poco empezó a imaginar una situación en la que ella era el centro de atención. Con una sensación extraña, mezcla de angustia y cierta exaltación que no podia entender ni justificar, traducida en un agradable cosquilleo en el vientre y la entrepierna, estaba decidida a compartir sus pensamientos con su compañero. Más aún cuando descubrió la mirada de otro de los extranjeros fijada en sus pechos. Su reacción fue buscar la mirada de su compañero. Juan, debido al ajetreo del tren y el cansancio, reposaba dormido plácidamente y Sandra no tuvo más remedio que volver su mirada hacia
la ventana. Sus sensaciones iban en aumento. Ahora se sentia más sola. Al cosquilleo incesante le siguió una agradable y libidinosa calentura que erizó su piel. Sin poderlo evitar, el calor que sentia y el pensamiento de estar sola con tres desconocidos no cesaba de estimular su imaginación y su apetito. Ella, sin entender el idioma de los extranjeros, intuía que era el centro de su conversación. Sin poderlo evitar se estaba calentando. Sintió curiosidad por conocer detenidamente el rostro de los extranjeros y desvió su rostro de la ventana. El hormigueo incesante aumento súbitamente en el momento que descubrio el rostro de uno de los magrebíes, cuya mirada descarada no dejaba de deborar sus pechos. Unos pechos que ahora se dibujaban duros, enhiestos y coronados por unos pezones estimulados y duros. El fino vestido de tirantes ofrecía una vista esplendida. Al placer de contemplar el pronunciado canalillo le seguia el de imaginar sus definitivas formas y las de sus ahora mayúsculos pezones.
Mezcla de sensaciones, la angústia aún prevalecía en ella pero intuía que no por mucho tiempo. Creía empezar a sentirse mojada. Decidió levantarse de la forma más natural que supo e ir en busca del baño para refrescarse. Mientras Juan seguía durmiendo, los magrebíes no cesaban en sus conversaciones interrumpidas por los movimientos de Sandra en su recorrido hacia la salida. Fuera de la cabina, recorriendo el pasillo, pasó el dorso de su mano izquierda por la frente y soplo largamente. Caminaba y no dejaba de pensar, de interrogarse sobre algunas de las cosas que tan placenteramente la habían invadido en la cabina. Al final del vagón encontró el aseo. Sin darse cuenta o quizás sin importarle, cerró la puerta sin el seguro. Abrió el grifo y refrescó su rostro.
Secándo su cara se miro en el espejo y paró atención en sus pechos. Pensaba que sus pezones aún tardarían algo en relajarse y volver a la normalidad. Sin dejar de mirarse en el espejo, levantó su fino vestido por encima de su cintura. Dirigió su mano derecha a su entrepierna y deslizó suavemente sus dedos entre su piel y la fina tela del tanga. Cerró los ojos y extendió su dedo índice. Al tacto aspero del roce con su bello recortado del pubis siguió la sensación de calentura de los pliegues de sus labios gordezuelos. Ayudada de su otro dedo los separó en busca de su clítoris ya húmedo. Mordiéndose ligeramente el labio inferior y sin abrir los ojos, la placentera operación hizó que su rostro presentarà una morbosa caracterización.
Sin previo aviso, una exaltación interrumpio el trance de la hembra. Uno de los extranjeros había entrado en el reducido lavabo. Sin dejar tiempo a que Sandra quitara la mano de su entrepierna y bajase el vestido, el extranjero pasó por detrás de ella, rozando con su bulto el culo desnudo de Sandra en busca del sanitario situado al lado. La primera reacción de Sandra fue observar que la puerta no estuviese cerrada. Mientras apartaba su mano y caía su vestido, tiró de la puerta y vio con gran alivio que permanecía abierta. Sabía que podia irse, escapar, pero el cosquilleo y las libidinosas sensaciones hicieron que permaneciera quieta. El magrebí, sin dejar de observarla, se desabrochó el pantalón y sacó su miembro para mear. La rubia notaba como su calentura iba ganando a sus temores. Esa extraña mezcla de sensaciones, el morbo, pudieron con ella. Era el momento de descubrir uno de los interrogantes que se había planteado en la cabina y que tan caliente empezaba a ponerla. Sabía que sólo girando su cabeza y dirigiendo la mirada podría descubrir la realidad de lo que había imaginado. El ruido del chorro del fluido salpicando en el fondo del inodoro empujó a Sandra a girar la cabeza y contemplar algo que deseaba. El pollón moreno del moro, de unos veinte centímetros calculaba Sandra, había desvelado más que grátamente la incognita. Sin dejar de mirarla y de mear, el extranjero gustoso observó el rostro de la rubia. Como una hembra hambrienta de polla, Sandra fijó su mirada ardiente en el miembro del hombre. Se relamia los labios inconsciente cuando el sujeto, apurando la meada, pajeaba suavemente su instrumento para vaciarlo de líquido.
Sin dejar de sonreir, el magrebí le dirigió unas palabras.
-Te gusta lo que ves?
Sandra reaccionó. Miró los ojos del hombre. Sin decir nada, dio media vuelta, abrió la puerta y salió de
l baño.
Unos segundos más tarde, habiéndose aseado, el extranjero tiró de la cadena y cerró tras de si la puerta del pequeño habitáculo.
Durante los instantes que el hombre permanecía en el baño, Sandra se asomó a un de las ventanillas del tren. Sabía que había sido un error. Sabía que ahora estaba más cachonda que antes y sabía que no podía hacer nada para evitarlo. Mientras recordaba la escena del baño, se imaginaba de rodillas frente a ese enorme falo, recorriendo con su lengua el largo y ancho tronco. Su tanga estaba ahora más que empapado.
Sin hacer ruido y de vuelta a la cabina, el extranjero se estaba acercando a Sandra. La joven, absorta en sus calientes pensamientos, estaba con los brazos cruzados, apoyados en la ventanilla del tren. Por su buena estatura, el tronco de la mujer quedaba sensualmente flexionado, sus enormes tetas colgando todo lo que el fino vestido permitia y su delicioso culo respingón en pompa.
Situándose detrás de ella, el moro posó sus manos en las caderas de la ninfa. Sandra, sobresaltada, volvió a la realidad. El extranjero deslizó su mano derecha hasta alcanzar el extremo del vestido. Con toda naturalidad subió la fina tela que quedó recogida por encima de los glúteos. Sin desplazar su mano izquierda de la cintura, el pulgar de la otra recorrió el fino hilo del tanga desde arriba hasta la altura de la estrella virgen y rosada de Sandra, y desde allí, a modo de gancho, lo arrastro a un lado, desnudando su culo. La presión de la prenda hizó que parte de la fina tela tensada se introdujera en su raja, descubriendo parte de sus labios rubios y gordezuelos. Totalmente estática, Sandra se dejaba hacer. La presión en su concha aceleró su corazón y humedeció aún más su interior. Sólo reaccionó cuando con el ruido de la cremallera de los pantalones del moro. Mientras giraba su cabeza y observaba el rostro de su asaltante, notó la presión de la mano que había aferrado su cintura, desplazada ahora en su nalga. Con firmeza la mano del hombre apartaba la apetecible cacha, descubrindo casi por completo el agujero trasero de Sandra. Sin dejar de mirar el rostro del hombre trago saliva. La situación tensa la desbordava placenteramente. Los estimulos en su clitoris, duro y palpitante, y el morbo de la sorpresa estaban ganando terreno a la racionalidad. Su coño continuaba segregando el cálido fluido que inequívocamente evidenciaban su hambre de polla. Con su mano derecha, el moro paseo su miembro por el canal semi abierto de su trasero. La piel tensa y el glande descubierto rozó el labió gordezuelo y ascendió hasta encarar la entrada de su estrella virgen. Apuntando el duro falo, sólo la cabeza estaba en contacto con el cuidado y apetecible agujero de la rubia. Sandra continuaba mirando el rostro del hombre y este el culo de ella. Sabia que si no hacía algo al respecto, la enculada sería inevitable. Ante este pensamiento, le invadio un temor que empezó a secar su entrepierna. Estaba temerosa del dolor que una polla ancha y grande podia causarle en su ano virgen. Sin dejar de presionar suavemente la punta desnuda de su rabo, el extranjero levantó su cabeza y posó su mirada en el rostro de la muchacha. La expresión temerosa y expectante de la mujer hizo que la cabeza de su miembro se hinchara aún más. Dirigió su dedo índice a los labios de Sandra y lo introdujo en su boca. Sandra, inexplicablemente, sorprendida de si misma, empezó a mamarlo, dejándolo bien mojado. Segundo después, el hombre dirigió su dedo lubricado al lado de su capullo, presionando su ano, buscando ceder la frigidez y humedecer la gruta que su miembro estaba a punto de ocupar. Un seco y casi mudo quejido broto de la garganta de Sandra, anunciando un movimiento que cerró sus piernas. El moro, sin dejar de apuntar su polla a la entrada del culo, desplazó su otra mano por la parte interior de la pierna derecha de Sandra. Con un movimiento suave y ascendente, dejo a la rubia nuevamente expuesta, bien abierta. La ascensión sólo se detuvo al llegar a su coño semidesnudo, contacto que reanudo su lubricación. El rostro de la niña se mantenia girado, buscando la mirada del asaltante. Cerro los ojos y volvio a tragar saliva. Sabia que iba a quedar a su merced y los pensamientos de ser follada por el culo, en medio de un vagón semidesierto, la proximidad de su novio que reposabaa adormilado en el compartimiento próximo, vencieron al temor del dolor. Un dolor pasajero, como bien le habia exp
licado más de una amiga, para dar paso a un placer distinto y lascivo, que en el mejor de los casos la llevaria a vivir un tremendo orgasmo.
Con medio dedo en el interior del culo de la hembra, el extranjero empezó un suave movimiento de mete y saca y volvia a fijar su mirada en la escena. Sandra no dejaba de tragar saliva. Permanecía con los ojos cerrados y se relamía los labios lascivamente. Pocos segundos después eran ya dos los dedos del moro los que jugaban, estimulando y lubricando el culo de la rubia. La polla del moro, larga y ancha no podia crecer más. Un sobresalto hizo abrir los ojos de la mujer al notar la desaparición de los dedos en su interior. Un instante de relajación fue la sensación que siguió. Este fue el momento que aprovecho el asaltante para desvirgar definitivamente el anhelado culo. Mientras posó su mano izquierda en la nalga derecha de Sandra, agarrándola con fiermeza, tensándola, abriéndola, el ano de la chica semiabierto por el juego digital anterior fue víctima de la presión ascendente de la gorda cabeza del miembro del moro. El corazón de Sandra empezó a acelerarse. Guiada por el dedo índice, media cabeza de la polla del extranjero ya notaba el calor de la gruta virgen. Sandra no se resistio, estaba demasiado caliente y su coño no paraba de empapar su tanga. Con un movimiento seco de cadera, el moro ensartó todo su capullo. La presión de la ancha cabeza en el aro de su culo virgen empezó a transmitirle unos agudos y reiterados dolores punzantes. Sandra creía morir. Pensava que esa polla era demasiado gorda para su entrada trasera pero no hizo ningún movimiento para evitar la enculada. El moro disfutaba, su respiración empezó a acelerarse. Otro movimiento seco fue la embestida definitiva para terminar de penetrar la cabeza de su miembro. Sandra aún no sentia el placer deseado pero una extraña sensación que no conocia la habia invadido por completo, manteniendo sus pezones erectos y duros, suavemente acariciados por la fina tela de su vestido, golpeada por el aire que entraba por la ventanilla donde se hallaban agarradas sus manos. Con el miembro dirigido, las manos del extranjero pasaron a posarse en las nalgas de la rubia. Ahora, su único movimiento era aferrarlas con firmeza. Esperaba que el culo virgen se adaptara al intruso y, acto seguido, proseguir la follada. Unos segundos más tarde, las manos del moro separaron con fuerza las nalgas de Sandra. El espectáculo de la ancha polla enchufada al culo completamente abierto de la rubia encendió aún más al hombre. Sandra se debatia en pensamientos. Las obscenidades que recorrían su mente al analizar la situación le producían una distracción al dolor. Un dolor que estaba remitiendo para dar paso a una nueva, extraña y placentera sensación. Mientras pensaba como estaba ensartada, el moro empujó sus caderas hasta introducir casi medio miembro en su culo ya no tan estrecho. La resistencia inicial quedo reducida de forma considerable, en parte por que la anchura del capullo había abierto camino, también porque Sandra parecía menos rígida. Ella era consciente que estaba a punto de empezar a disfrutar. Su estado de embriaguez lasciva no paso desapercibido. El moro notó que definitivamente ella se entregaba. Esta situación aceleró aún más los latidos del asaltante. Con su mano izquierda pasó a sujetar la rubia coleta de Sandra. Su cara de viciosa confirmaron al moro que estaba deseosa por recibir el resto. Sin dejar de mirarla, un golpe seco acabo de ensartar su dura y ancha polla en el culo de la rubia. Sandra sintió la tremenda envestida y instantes después los huevos del hombre golpeando en sus nalgas abiertas. La culminación de la penetrada le provocó un obsceno y morboso gemido de placer. Con toda la polla dentro, el moro permaneció así unos segundos. Queria deleitarse de la estrechez desconocido y por el culo. El inició del movimiento bombeante hizo bajar a Sandra de su paraiso lascivo. El moro comenzó a penetrarla suavemente. El mete y saca empezó a enloquecer a Sandra que empezaba a gemir sin miramientos ni contemplaciones. El moro aumentó el ritmo y tibo la trenza rubia con mayor fuerza. Sandra parecía una posesa. Disfrutando sin freno, evidenciando un mayor anhelo de polla. Su cabeza ya no miraba al extranjero, simplemente se mantenía al ritmo de las embestidas. Su lengua dejaba de relamer sus labios cuando estaba ocupada en articular algún gemido. El moro resoplaba como un toro. Dejó la rubia trenza y posó su mano en la nalga izquierda
de Sandra. Agarrándolas ámbas fuertemente, el culo de Sandra quedava completamente abierto, a merced de una verga que no dejaba de entrar y salir cada vez más rápido. Sandra no podía creer lo que estaba sintiendo, estaba dibujando en su mente la polla del moro que tan placenteramente estaba perforando su culo. Un culo que nunca más volvería a ser virgen. Este pensamiento le encantaba. Las embestidas del moro eran cada vez más rápidas y fuertes. Sandra creía morir de placer. Con su mano izquierda, el moro empezó a pellizcar el glúteo de la rubia. Los pellizcos fueron sucedidos por una serie de cachetes, palmadas que enrojecieron la blanca piel de la rubia y que le provocaron una serie de gemidos placenteros. La polla del moro empezó a palpitar y Sandra pudo notar que la corrida de su asaltante era inminente. La perspectiva de sentir una corrida en una parte de su anatomia casta hasta esa ocasión no pudo evitar provocarle su primer orgasmo. Mientras ella se corria, el moro continuaba penetrándola. Lejos de quedar exhausta, Sandra celebraba que el extranjero aún no hubiera llegado al límite. Se congratulaba de continuar esa inolvidable follada, a la vez que se reconocía a si misma nuevamente como una guarra que había descubierto el placer del sexo anal. Poco después, el grito ahogado del extranjero dio paso a un manantial de leche tibia depositada en lo más profundo del ano de Sandra. La chica notó la abundante corrida, mientras empujaba su cadera hacia atrás, como temiendo perder el instrumento que tanto placer le estaba proporcionando. Sin mediar palabra, el moro saco su miembro del interior del culo de la rubia y se lo introdujo dentro de sus pantalones. Después se alejó en busca de su compartimiento en el vagón. La imagen que ahora Sandra representaba bien la identificaba con los adjetivos por ella utilizados para definirse y que tanto la llenaban. Reposada en la ventanilla con su cuerpo flexionado y sus piernas completamente abiertas ofrecían su culo desnudo. Su fino vestido subido y el hilo del tanga tenso a un lado dejaban ver claramente su ano aún dilatado, envadurnado del líquido blanco que se deslizaba por la parte interior de su pierna izquierda. Miraba por la ventana. Notaba el aire que acariciaba sus intimidades. Desplazó su mano hacia atrás, deslizó sus dedos por su culo, embadurnándolos de corrida y dirigirlos después hacia sus labios y su boca. Pensaba que había sido una experiencia increible y que jamás se opondría a la voluntad de su novio por penetrarla por detrás.
Bajó su vestido sin arreglarse el tanga y se dirigió al aseo para limpiarse y serenar la calentura que aún la embargaba. Sandra era una mujer de líbido fácil y como bien sabia su novio, además de multiorgásmica, una vez abierto su apetito era mucha su necesidad manifiesta de sexo. Más calmada y arreglada dejó el baño y se dirigió al compartimiento. Su demora de más de veinte minutos la obligaban a buscar una excusa pero la situación le ponía. Más sabiendo que su asaltante se encontraría allí, sentado al lado de su novio. Sus dos hombres pensaba ella.
De pie en la entrada de la cabina pudo observar que Juan continuaba adormilado. El extranjero fijo su mirada en el rostro de ella y los demás en su cuerpo. Mientras se sentaba al lado de la ventana, los comentarios joviales de los extranjeros le confirmaron que su asaltante había explicado la experiencia a sus compañeros. Uno de los extranjeros le dirigió una mirada, acompañada de un gesto insinuante con sus manos. Sandra no notaba dolor en su orificio desvirgado pero sí algo de molestia. Sentia el interior de su recto pegajoso por los restos de la corrida del moro.
Aún pensando en la follada, Sandra fijó su mirada en la ventana de la cabina. Unos instantes bastaron para quedar sumida en un placentero y caliente sueño.
Su imaginación desbordada y estimulada por la experiencia vivida alimentó los anhelos prendados en su subconsciente. Estos quedaron pronto liberados en el espacio hetéreo de unas imágenes erótica borrosas que iban ofreciéndose con mayor nitidez. La escena describia una fantasia en la que ella era la protagonista. Se veia a si misma postrada boca abajo en una mesa, cuyos extremos llegaban a sus hombros, dejando colgar su cabeza, y a su vientre. Sus manos y piernas estaban atadas a las patas de la mesa. Su trenza rubia colgaba por el costado de su cabeza girada y sus piernas abiertas dejaban expuesto su coño y su culo vestidos únicame
nte por unas bragas blancas. Esta era la única prenda que vestia. También la escena describia a dos hombres hablando. Sus palabras no eran comprensibles para Sandra. Pensaba que se trataba de una lengua extraña para ella. Mientras uno de los hombres se dirigio hacia la parte delantera de la mesa, posandose justo delante de ella, el otro quedó detrás. La altura del paquete de los hombres quedaba ahora a la altura de la cara y culo de Sandra. Ella levantó la mirada y pudo observar como el extranjero desabrochaba sus pantalones y liberaba su polla medio erecta. Poco después, éste empezó a acariciar su miembro, consiguiendo una mayor erección. El extraño, sonriente, habló con su compañero mientras hacia este ejercicio. Poco después Sandra sintió como sus bragas eran arrancadas, descubriendo su culo y su coño. Giró su cabeza y vio como su asaltante se mojaba los dedos y los dirigia a su entrepierna. Pronto notó el cálido contacto de dos dedos recorriendo sus gordezuelos labios exteriores, desde su vientre hasta su culo. El suave movimiento ascendente y descendente cambió para describir unas caricias circulares y firmes en busca de sus labios inferiores y su clitoris. Sandra empezó a sentirse mojada por los estimulos. Después de unos instantes en los que la rubia aún creía estar soñando, interrogándose a cerca de la autenticidad de sus sensaciones, el extraño introdujo parte de sus dedos mojados en su cálido coño. Este placentero estímulo la hizo regresar de su fantasía onírica para retomar una realidad igualmente placentera. Sandra abrio sus ojos y sorprendida no podia creer lo que estaba viviendo. A su derecha, uno de los extranjeros se hallaba de pie, frente a ella, acariciándose un miembro aún flácido pero de considerables dimensiones. A su lado, también frente a ella, había otro de los magrebíes que delicadamente desabrochaba sus pantalones. Pero su sorpresa fue contemplar al tercer hombre. Sentado junto a ella, seguia introduciendo y sacando suavemente su dedo índice en el interior de su coño cada vez más mojado, mientras que con la otra mano apartava la fina tela del tanga para descubrir su rubio pubis. De esta manera la entrepierna de la mujer quedaba libre de obstáculos para las calientes maniobras. Abierta de piernas, con el coño al aire y ocupado, no se explicaba como se habia producido esta situación. Su inmediato pensamiento fue localizar a su pareja. Después de observar detenidamente la cabina, no hayó a su acompañante. La puerta cerrada estaba tapada por la cortina. Sandra, caliente, observaba a los tres extranjeros. El dedo índice del moro dejó espacio al corazón. Los dos dedos entraban con mayor facilidad. El coño mojado de Sandra los succionaba, anhelante de algo más gordo que tapara su agujero. Uno de los moros situados frente a ella, con la polla completamente erecta se acercó al rostro de la rubia. Una sonrisa lasciva iluminó la cara de Sandra antes de recibir el contacto del capullo en sus labios. Poco después el moro empezó a penetra Juan apuró el cigarrillo y lo apagó en el cenicero de la barra. Pidio la cuenta y sacándo de su bolsillo un billete de cinco euros, espero tranquilo la vuelta. El tintineo de los centavos sueltos en el bolsillo de su pantalón marcaba el ritmo sonoro de sus pasos hacia la cabina. Frente a su compartimiento, unos lascivos ruidos aumentaron su ritmo cardíaco. La cortina hechada le hizo creer que había equivocado su destino y continuó el trayecto unos pasos más hasta el siguiente compartimiento. Poco después, con el corazón más acelerado, retrocedió sobre sus pasos. De nuevo frente a la puerta tapada por la cortina, prestó atención a los ruidos que no encajaba interpretar. Unos gemidos ahogados se intercalaban con la voz de uno o varios hombres. Hablaban palabras extrañas con entonación excitada. Su mano temblorosa se posó en el asa de la puerta. La presión de su mano cedio el mecanismo y abrio lentamente la puerta. La visión de la escena en el interior de la cabina le provocó una oleada de sensaciones difíciles de describir. Estático, parado, necesitó unos segundos para reconocer lo que estaba viendo. En la imagen, un hombre agarraba fuertemente la cabeza de una rubia que engullía su polla. El falo ancho y largo entraba y salia de la boca de forma rápida y continuada. Otro hombre, situado debajo de la chica, le agarraba los muslos firmemente, penetrando su coño a un ritmo frenético. El ter
cero, detrás de ella, abria sus nalgas completamente mientras observaba como le ensartaba su polla por el culo hasta los huevos. Sus enérgicas envestidas eran combinadas con una serie de cachetes que le propinaba en ambas nálgas.
No podia creer que Sandra fuese la protagonista de esta orgia improvisada. Pensava que no era posible que se hubiera dejado follar por un desconocido y menos por tres a la vez, pero lo que más le dolio fue observar como su novia estaba siendo follada por el culo, como había ofrecido su entrada trasera vírgen que había representado una de sus más calientes fantasias. Egectivamente, la palabras correctas eran cómo había ofrecido, porque a él no le cabia la menor duda de que aquella escena no era la de una violación. La cara de Sandra era la de una puta satisfecha y hambrienta de polla. Una mujer que no podia chillar de placer porque tenia una polla gorda que le tapaba la boca, y aún así se le escapaba algún que otro gemido ahogado y ruido obsceno de chupeteo.
Juan permaneció unos segundos más contemplando la escena. Sólo dos de los hombres se percatarón de su presencia sin que ello interrumpiera su participación en la fiesta. Sandra seguia chupando esa verga morena y gorda. Cerraba los ojos y los abria, deleitando el polo que se estaba tragando. El moro situado debajo de ella, follándole el coño, tenía ahora agarrados sus enormes pechos y no dejaba de chupar sus pezones erectos. La rabia de Juan no llegó a manifestarse. Mudo ante la situación, pensó lo zorra que era su novia. Nunca hubiera imaginado que existiera en ella un apetito tan lascivo y menos que se hubiese manifestado. Tan recatada como la creía el. Sí, le iba el sexo, pensaba, pero nunca más alla de una follada furtiva en un lugar controlado, fantaseando sobre la posibilidad de ser vista. Mientras pensaba en ello Juan comenzó a acariciar su entrepierna por encima del pantalón. El hombre que tenía la cabeza de su novia agarrada sonrio al ver su reacción. Poco después, Juan desabrocho sus pantalones y dejó salir libre su miembro que saltó como un resorte. Cuando se acercó al hombre que agarraba las nalgas de su novia, Sandra se percató por primera vez de su presencia. Observó como su novio cornudo, con cara de lujuria se acercaba a ella con su polla en la mano. Esto hizo calentarla aún más, provocándole otro de los multiples orgasmos que ya habia vivido. Haciendo unas señas al moro que follaba a Sandra por el culo, éste apartó su cuerpo para dejarle espacio. La polla dura de Juan, menos larga pero igual de ancha que la que ocupaba la puerta trasera de la rubia, se dirigió a la entrada de su ano rebosante. Con sus manos, agarró las nalgas ya agarradas por las del moro y empezó a introducir su miembro en el agujero ya ocupado. La presión del otro moro en su cabeza no permitió que Sandra dirigiese su mirada atrás, espectante a las intenciones de su novio. Estaba completamente llena y atada. Parecia como si todos los hombres, intuitivamente se hubieran puesto de acuerdo con las previsibles intenciones del novio cornudo. Con fuerza, el capullo de Juan empezó a penetrar el ano de Sandra junto la ancha polla del moro. De los ojos de Sandra brotaron dos lágrimas, evidencia del dolor causado por la presión en el aro de su ano. Su cara lasciva se torno temerosa por un momento. Sandra no continuaba follando, ahora ella era salvajemente follada. Pensaba que otra polla en su culo seria demasiado. La polla de Juan además era ancha. Empujó con más fuerza e introdujo medio miembro en el culo de su novia. Un grito ahogado por la polla del moro introducida en su boca siguio a otras lágrimas que se derramaban por sus mejillas. Juan estaba ahora invadido por el morbo. Queria ver ensartada toda su polla en el culo de la zorra de su novia, golpeando sus huevos a la vez y junto los del moro en las nalgas abiertas de Sandra. La última envestida logró el objetivo. Juan y el moro tenian su miembro embutido en el culo de Sandra cada vez más abierto. En harmonia, los dos hombres comenzaron un movimiento que les llevaria a introducir y sacar sus respectivos miembros en la entrada trasera de la ninfómana. El hombre que follaba la boca de la rubia no pudo aguantar más y sus espasmos producto del orgasmo liberaron un torrente de liquido tibio que Sandra fue obligada a tragar. Con la boca libre Sandra empezó a chillar. Sentia su mandíbula dolorida. Los tres hombres proseguían la follada. Era ya la segunda vez que los huevos de Juan y del moro topaban con las nalgas abiertas de Sandra, continuan
do la enculada lenta pero firmemente.
Juan..me haces daño!! Callate puta..no querías polla?
Los tres extranjeros rieron. Sandra cerró los ojos. La doble penetración en su ano parecía producirle una sensación de molestia que había sucedido a la del dolor. Pensaba que la situación era similar a la primera vez que la habían penetrado analmente. Pensó que si se relajaba, la molestia pasaría…ofreciéndole un matiz de sensaciones que la llevarían a conseguir otro orgasmo. Las tres pollas en su interior empezaron a provocarle una sensación ascendente de placer. La embriaguez por estas sensaciones le provocaron los primeros gemidos, ahora liberados abiertamente en tener la boca libre.
Sandra empezaba nuevamente a disfrutar por completo. Dirigió su mirada al hombre que poco antes había ocupado su boca. Ver su miembro flácido y su rostro relajado frustraron sus renovadas ánsias de chupar una verga. Los movimientos de los hombres, a veces coordinados, seguían un ritmo ascendente, imprimiendo una mayor violencia al acto. Las penetradas en su culo ya no eran tan suaves. La calentura y la adaptación de su ano al juego de las dos anchas pollas en el insertado culo había liberado una secreción de liquidos que lubricaban bien su agujero. La abertura del culo de la rubia era considerable y los hombres notaron cierta perdida de tibantez. Sandra tenia el culo roto por dos anchas vergas pero sólo pensaba en el gozo que esto le proporcionaba.
El moro que la penetraba vaginalmente estaba a punto de correrse. Ya lo habia hecho anteriormente en su interior. Continuo la follada lentamente como queriendo reservar su nueva descarga. La rubia bamboleaba su cabeza al ritmo de las embestidas. El mayor ritmo de la penetrada anal provocó que Juan y el moro se corrieran casi simultáneamente. Las vergas de los hombres descargaron un abundante chorro de leche, inundando el intestino de la chica. Entre jadeos de los participantes de la orgia, los hombres retiraron sus vergas sin miramientos, descubriendo una manantial de líquido blanco que emanaba de la gran abertura que habían provocado en el culo de Sandra. Ella permanecia aún a cuatro patas. La única polla que taladraba su interior era la del moro que follaba suavemente su coño. Éste, en percatarse de la liberación del culo de la rubia, desalojó su vagina con intención de llenar su vacio trasero. Sorprendida, Sandra cerró sus piernas, provocando que mayor cantidad de espeso liquido saliera de su abierto culo. El moro que aún no se había corrido, agarró salvajemente las nalgas de la chica, abriéndolas y insertando su polla hasta el fondo de su ano abierto. Sandra gemia en notar una nueva polla en su trasero. La polla igual de ancha que las otra pero más larga empezó una follada frenética en busca de un orgasmo que había estado reservando para la ocasión. En unos segundos, las descargas del moro acabaron en su interior. Su culo lleno por la anterior corrida de los dos hombres, no podia albergar más leche. Cada nueva envestida del moro provocaba la evacuación de corrida que se filtraba en las paredes laterales del ano de Sandra, envadurnando completamente la verga y manchando el vientre y los huevos que salvajemente golpeaban sus cachas abiertas. El moro se retiró habiéndo descargado completamente. Juan juzgaba increible el espectáculo. Sandra, exhausta reposaba su cabeza en el suelo, con sus caderas alzádas y el culo en pompa. Le aferró sus nalgas coloradas y las abrió para ver las consecuencias de la salvaje penetrada. Sandra medio gemia, se sentia sucia y observada. A pesar de estar cansada, encontraba la situación tremendamente morbosa y caliente. Los cuatro hombres detrás de ella observaban su puerta trasera. Lo que horas antes habia sido una estrella rosada y estrecha presentaba ahora una abertura considerable, ante la presión de las manos de Juan separando y abriendo las nalgas de su novia. Un agujero capaz de albergar una mano y de la que no dejaba de segregar un chorro de liquido viscoso fruto de las corridas. Lo más profundo del culo de la rubia saltaba a la vista. Apertura que permanecía aunque más reducida cuando soltaron los cachetes de esta mujer que aquella tarde había descubierto su pasión por el sexo sin freno.
Autor: Anonimo