Ama Laura
Eran las nueve de la mañana. Hacía fresco propio del mes de octubre. Era domingo y había quedado en mi casa con uno de mis esclavos. Sin embargo, en esta ocasión, no haríamos nada allí. Aquel día fuimos a visitar una mazmorra particular.
La semana anterior conocí a una Ama como yo en una fiesta particular de una amiga en común. Allí nos presentaron y tras congeniar un rato me ofreció visitar la mazmorra del ‘establo’. Yo no dudé ni un segundo en aceptar semejante proposición. Hacer en una sesión en una mazmorra bien equipada no se puede hacer todos los días. También me comentó que tres esclavos, uno de los cuales era suyo, estarían a mi completa disposición y disfrute. Esto último no me pareció bien al principio ya que me comentó que, seguramente, estaría yo sola. Al final, me convenció y me dio carta blanca con esos tres esclavos. Le agradecí sumamente su ofrecimiento y le dije que pensaría la forma de devolvérselo.
A las nueve y cinco minutos sonó el timbre de la puerta. Abrí y me encontré a mi esclavo.
«Llegas tarde.» – le dije un poco enfadada.
«Lo siento, mi Ama.» – me respondió cabizbajo.
«Anda pasa.» – le dije tirándole de la chaqueta.
Él entró y se puso de rodillas como le tengo enseñado.
«Sabes que no me gusta esperar.» – le dije poniéndome enfrente suya para que me besara las botas.
«Lo sé, mi Ama. No ha sido mi intención hacerla esperar.» – me dijo antes de besarme las botas.
«Ahora no tengo tiempo para castigarte. Lo haré más tarde.» – dije mientras observaba como me besaba las botas.
«Basta.» – le ordené. «Hoy vamos de visita. Coge aquella maleta.»
«Sí, mi Ama.» – respondió
«Cárgala en el coche que nos vamos.» – le ordené mientras recogía las llaves de casa.
Me dirigí al garaje y me situé delante de la puerta trasera. Mi esclavo se apresuró a abrirme la puerta.
«Estás muy lento hoy, eh!» – le dije mientras entraba en el coche.
Él cargó la maleta en el maletero y se subió al coche. Le indiqué el destino, arrancó y nos marchamos.
Me encanta ir en coche y que mi esclavo haga de chofer. Lástima que por la seguridad de los dos no pueda jugar con él mientras conduce. De todas formas, aprovecho cuando está parado para pedirle que me encienda un cigarrillo o cualquier otra cosa. En esta ocasión, no hice una excepción.
Llegamos. Mi esclavo se apresuró a rodear el coche y abrirme la puerta. Una chica que pasaba se fijó y sonrió un poco. Yo salí como una diva y le di un capón a mi esclavo por tardar demasiado. Mi esclavo sacó la maleta y me siguió.
Entramos en el portal y llamamos al ascensor.
Estaba a punto de decirle a mi esclavo que subiera los ocho pisos por la escalera cargando con la maleta cuando se acercó una anciana. Entonces cambié de idea. Mi mente perversa empezaba a funcionar.
Mi esclavo aguantó la puerta abierta para que, caballerosamente, entráramos. Primero entró la anciana. Luego entré yo. Mi esclavo se quedó mirándome oliéndose que tendría que subir a pata.
«Vamos entra» – le dije.
Mi esclavo puso cara de sorpresa y entró.
Yo me puse detrás de la anciana y sin que ella se diera cuenta le di un toque a mi esclavo para que me mirara.
Con gestos le ordené que se bajara los pantalones y se masturbara.
«A que piso van?» – preguntó la anciana.
«Que? …al octavo.» – respondí medio sorprendida. La anciana apretó el ocho y el seis ya que los tenía más a mano.
Mi esclavo me suplicó con la mirada no tener que hacer eso.
Yo le abrí los ojos y le ordené con la mirada que acatara mi orden.
El ascensor empezó a subir.
Mi esclavo sucumbió a mi orden y cabizbajo empezó a bajarse los pantalones.
La anciana no se percató de ese movimiento. Sin embargo, una sonrisa empezó a dibujarse en mi ca
ra.
Cuando mi esclavo se sacó el pene y empezó a masturbarse la anciana se sobresaltó. Yo me hice la sorprendida también.
«Pero que…» – dijo la anciana.
«Será pervertido.» – dije yo con tono enfadado.
Mi esclavo seguía masturbándose pero con miedo a las represalias.
La anciana agarró su bolso y empezó a golpear a mi esclavo. Yo me aguantaba la risa como podía.
«Pero para ya, so guarro!» – decía la anciana golpeándole con el bolso.
Mi esclavo se protegía con una mano y con la otra seguía con su cometido.
Poco a poco, y debido a los bolsazos, mi esclavo fue derrumbándose.
«Y no para, oye!» – dije yo propinándole un puntapié.
La anciana se animó y empezó a patear a mi esclavo.
Yo me estaba partiendo de risa por dentro.
Demasiado pronto llegamos al piso seis. El ascensor paró y la anciana salió alborotada.
Yo cerré la puerta enseguida para no tener que dar explicaciones a la anciana.
Cuando el ascensor volvió a arrancar me fijé en mi esclavo. El muy cerdo estaba aprovechando mi orden para poder eyacular. Pero no iba a dejar que lo hiciera, claro.
«Te he dicho que te masturbes. No te he dado permiso para eyacular.» – le dije sarcásticamente.
Mi esclavo redujo el ritmo hasta parar comprendiendo que no iría a ningún sitio si seguía.
«Vamos. Levanta y súbete los pantalones. Pervertido.» – le ordené con sonrisas incluidas.
«Si, mi Ama.» – me respondió cabizbajo completamente humillado.
El ascensor llegó al piso ocho. Mi esclavo abrió la puerta, sacó la maleta y esperó a que yo saliera.
Salí del ascensor y me dirigí al 8º2ª. Llamé al timbre. No vino nadie a abrir. Volví a llamar.
No había acabado de llamar cuando una voz se oyó del otro lado de la puerta.
«Quien la invitó a venir?» – me preguntaron desde el otro lado.
«La señora Lidia.» – respondí.
Me abrieron enseguida como si de una contraseña se hubiera tratado. Un chico desnudo me abrió la puerta y me ofreció pasar. Mi esclavo pasó detrás mía con la maleta.
Pasé al salón y allí me encontré con otros dos chicos desnudos postrados en el suelo. El que me abrió la puerta, la cerró y vino corriendo a postrarse en el suelo como los demás. Mi esclavo permaneció arrodillado a mi lado.
Menudo subidón de excitación que me recorrió el cuerpo. Nunca antes había tenido cuatro esclavos a mis ordenes. En alguna ocasión había tenido dos a la vez, pero cuatro era una gozada. La mera vista de tres esclavos postrados delante mío era una gozada. Y la verdad es que no estaban nada mal. Disfruté de aquel momento durante un largo minuto.
La casa no era nada del otro mundo. Simple pero confortable. Temía porque la mazmorra fuera de ese nivel. Por lo que me había contado Lidia, era toda una señora mazmorra.
«Me llamó Laura. Y debéis referiros a mi como Ama Laura. Habéis entendido?» – pregunté tras un minuto de silencio.
«Sí, Ama Laura.» – me respondieron casi al unísono.
«Tenéis nombre?» – les pregunté para referirme a ellos.
«Sí, Ama Laura.» – me respondieron.
«Bien. Alzad el brazo y decírmelo.» – les ordené.
Uno a uno me comunicaron sus ‘nombres’. Perro, gusano y putita.
«Excelente.» – dije satisfecha.
«Bien. Perro, muéstrame la mazmorra.» – ordené.
«Si, Ama Laura.» – me contestó. Se levantó y me guió hasta la mazmorra.
Quedé impresionada con aquella mazmorra. No me hubiese imaginado que fuera tan buena. La iluminación era perfecta, y estaba muy bien equipada. Me relamí pensando en lo bien que lo iba a pasar.
«Estará insonorizada, verdad, perro?» – le pregunté mientras daba un garbeo.
«Por supuesto, Ama Laura.» – me respondió.
«Espléndido.» – dije mientras examinaba
algunas fustas colgadas en la pared.
«Volvamos al salón.» – dije de repente.
«Si, Ama Laura.» – dijo perro.
Volvimos al salón y ordené a mi esclavo que se desnudara.
«Bien. La Señora Lidia me dijo que estáis a mi entera disposición. Que me podéis ofrecer a parte de vuestros miserables cuerpos?» – les dije entrando en situación.
«Podemos ofrecerle comida o bebida, Ama Laura.» – dijo gusano.
«Bien. Que más?» – pregunté.
«Podemos darle masajes, Ama Laura.» – dijo putita.
«Bien pensado putita. Que más?» – volví a preguntar.
«Podemos ofrecerle un baño relajante, Ama Laura.» – dijo perro.
«Mmm, suena bien.» – dije yo. «De momento, me conformaré con un Bayle’s. Tráemelo gusano.»
«Enseguida, Ama Laura.» – respondió el gusano.
Gusano me trajo el Bayle’s y mientras me lo tomaba pensé en qué hacer.
Dando vueltas al vaso miraba fijamente a los tres esclavos postrados ante mi.
«Vamos a la mazmorra.» – dije de repente.
Todos me siguieron.
«A cuatro patas y en fila.» – les ordené cuando entraron todos.
Me situé detrás de ellos y cogí un látigo largo de la pared.
«Bien. Vamos a ver. Tú!» – dije a la vez que azotaba el trasero del esclavo situado a la izquierda. «Dame un ‘do’».
El esclavo no entendió bien lo que le había ordenado. Tuve que ‘agilizarle’ la memoria. Le propiné otro latigazo.
«No sabes cantar? Dame un ‘do’!» – le volví a ordenar.
«Do!» – cantó el esclavo.
«Tú! Dame un ‘re’.» – le ordené al siguiente junto con un latigazo.
«Re!» – cantó el siguiente.
Y así hice lo propio con los dos siguientes hasta llegar al ‘fa’.
«Bien. Ahora vamos a tocar alguna canción. Vosotros haréis la melodía y yo tocaré la percusión.» – les dije aguantándome la risa.
Empecé a tocar lentamente notas a base de latigazos. No sabía qué tocar, así que improvisé un rato. Si alguno desafinaba se llevaba un repique de percusión, cosa que, ‘inexplicablemente’, hacía bajar el volumen de la nota. (jejeje)
Cuando empezaba a divertirme tocando una bonita melodía, se me estropeó el instrumento. Los esclavos ya sólo podían quejarse de los latigazos que les propinaba. Sus traseros tenían un color rojo vivo. Cosa que me gustó mucho, por cierto.
Decidí dar descanso…. a mi brazo. Tantos latigazos cansan.
«Esclavo! Un cigarrillo.» – le dije a mi esclavo.
Éste se dirigió a mi bolso como pudo y me trajo un cigarrillo. Me lo encendió y le ordené que volviera a la fila.
Fumé y disfruté de aquella maravillosa vista.
Empecé a caminar por la habitación para que resonaran los tacones. Me encanta su sonido.
Cuando pasaba cerca de los esclavos, aprovechaba para tirarle cenizas en sus espaldas.
Me acabé el cigarrillo y cogí de nuevo el látigo.
Empecé de nuevo a tocar. Pero, en seguida, el perro dejó de tocar su nota. Cosa que provocó repiques en su trasero.
Apenas tenía tiempo de decir su nota en medio de sus quejidos. Realmente me cebé en su trasero. Tuve un ataque de cólera por su ineptitud. Le insultaba y le azotaba sin parar. El empezó a suplicarme clemencia. Yo empecé a azotarle en todo el cuerpo. Él se intentaba proteger con los brazos, con lo que eran estos los que recibían. Al final, paré por cansancio. Todo el cuerpo del esclavo había quedado marcado.
Mientras intentaba coger aire, se me ocurrió una manera de castigar a ese inútil esclavo.
«Esclavo, tráeme la maleta.» – le ordené a mi esclavo.
«Enseguida, mi Ama.» – me respondió.
Mi esclavo me la trajo en seguida y la abrí para coger un par de juguetes. Me puse un arnés con un descomunal dildo, y saqué un pote de vaselina. El perro lo vio y puso cara de terror. A mí se me dibujó una sonrisa maliciosa en la cara.
«Gusano! A cuatro patas en medio de la habitación.» – ordené.
«Enseguida, Ama Laura.» – me respondió aunque se temió que fuera a utilizar el dildo con él. No tendría esa suerte.
«Esclavo! Un cigarrillo.» – ordené a mi esclavo sentándome sobre gusano.
«Sí, mi Ama.» – me respondió.
«Putita! Masaje en el cuello.» – le ordené.
«Enseguida, Ama Laura.» – me contestó.
Estando ya en situación, miré fijamente a perro que me miraba temeroso junto a la pared.
«Ven aquí, perro!»- le ordené de repente.
«Sí, Ama Laura.» – me contestó dubitativo.
Él se acercó lentamente con la mirada fija en mi descomunal dildo.
«Quieras o no, va a pasar. Así que será mejor que colabores.» – le dije mirándole fijamente.
Él me miraba con ojos llorosos. Me lo hubiese comido allí mismo, pero debía controlarme.
«Dime, vas a colaborar, perro?» – le pregunté.
«Sí, Ama Laura.» – me respondió.
«Bien. Vamos a ver que tal trabajas.» – le dije señalándole el dildo.
Él me entendió perfectamente y empezó a lamerlo.
Yo le observaba fumándome el cigarrillo y disfrutando del masaje de putita.
Perro pasó de lamer a chupar. Realmente sabía lo que hacía.
«Parece que tienes experiencia en el tema, eh, perro?» – le dije riéndome. «No serás tu la putita y ella el perro?»
Mis risas lo humillaron. Cosa que provocó un descenso en su ritmo.
«No te pares, perro!» – le recriminé
Pasaron un par de minutos, casi me quedo absorta por la situación de total dominación que ejercía.
«Masajeas muy bien, putita. Puede que reclame tus servicios a tu Señora en un futuro próximo.» – dije rompiendo el silencio.
«Gracias, Ama Laura. Es un placer.» – me respondió.
Perro seguía lamiendo y chupando pero ya a un ritmo cansino.
«Así vas a provocar que me baje la erección, perro!» – le dije enfadada.
«Abre la boca, esclavo!» – le dije a mi esclavo. Éste la abrió y apagué el cigarrillo en su lengua.
«Se hace así!» – dije enfadada cogiendo a perro por la cabeza y agitándolo frenéticamente sobre el dildo.
Sabía que si lo hacía mucho rato provocaría que vomitara. Así que paré.
«No sirves para nada!» – le recriminé echándolo para atrás.
Él intentó coger aire.
«Date la vuelta.» – le ordené.
«Por favor, Ama Laura, me va a romper en dos.» – me suplicó.
«Date la vuelta.» – le volví a ordenar.
«Por favor, se lo suplico, Ama Laura.» – me dijo juntando las manos.
«Me vas a hacer decírtelo por tercera vez?!» – le dije mosqueada.
Al final, entró en razón y se dio la vuelta mostrándome su indefenso trasero.
Primero, palpé sus nalgas rojizas. Luego las arañé para provocarle un poco de dolor. Me relamí.
Me puse de rodillas y masturbé un poco a mi dildo.
«Vaselina, esclavo!» – le dije a mi esclavo.
«Si, mi Ama.» – me respondió.
Mi esclavo me acercó la vaselina y yo la esparcí sobre el dildo y sobre el esfínter.
Agarré a perro por la cintura y toqué su esfínter con la punta de mi dildo.
Noté como cerraba su entrada.
«No hagas que sea más duro para ti.» – le dije.
Poco a poco, fui introduciendo la cabeza del dildo. Me costó un buen rato. Perro empezó a quejarse de dolor. Saqué el dildo de su trasero.
«Mira perro. Yo así no puedo ‘trabajar’. O te callas o te amordazo.» – le dije.
«Es muy doloroso, Ama Laura.» – se excusó.
«Y a mi que? Cállate o te callo yo.» – le dije enfadada.
«Callaré, Ama Laura.» – me respondió con resignación.
Volví a introducir
el glande de mi dildo. Perro apretaba los dientes y soltaba quejidos desde la garganta. No le dije nada.
Ahora que ya había conseguido que el esfínter se acostumbrara al grosor de mi dildo, había que conseguir lo propio con el interior.
Lentamente, empecé a follarme el trasero de perro introduciendo, cada vez más, el dildo en su interior. Sus quejidos eran cada vez más fuertes a pesar de no gritar. Yo disfrutaba de cada embestida que le propinaba.
Cuando ya casi le podía introducir el 80% del dildo ordené a putita que se masturbara. Empecé a follarme a perro frenéticamente. Le ordené a él que se masturbara también.
Cuando vi que putita estaba a punto de llegar al orgasmo saqué el dildo de perro y le ordené que se diera la vuelta y se alzara de rodillas.
«Córrete en su cara, putita.» – ordené.
«Sí, Ama Laura.» – me contestó antes de correrse en la cara de perro.
Putita pringó toda la cara de perro que estaba a punto de eyacular.
«Para ahora mismo, perro!» – le ordené de repente.
Él se lo pensó un poco pero paró resignado.
«No te lo has merecido, perro. Sólo aquellos que se portan bien tienen su premio.» – le dije.
«Mi esclavo y gusano se han portado bien. Así que, se pueden correr en tu cara si lo desean.» – dije.
Mi esclavo no se lo pensó dos veces y empezó a masturbarse. Gusano se lo pensó más pero también cayó en la tentación.
Por otro lado, ordené a putita que me hiciera excitara oralmente mientras observaba a perro.
Putita hizo un buen trabajo y consiguió que tuviera un gran orgasmo.
Cuando recobré el sentido me fijé en perro que tenía toda la cara llena de semen. No pude evitar reírme a carcajada limpia.
«Míralo, si parece un muñeco de nieve!» – fue alguna de mis burlas.
Cuando recobré la tranquilidad me quité el dildo y se lo entregué a mi esclavo.
«Limpiaros y dejad limpio todo esto. Putita, tú ven conmigo.» – ordené.
«Sí, Ama Laura.» – me respondió.
Me llevé a putita al salón donde le ordené que me lamiera las botas.
«Quien es tu Ama?» – le pregunté.
«La Señora Karla, Ama Laura.» – me dijo.
«Mmm, no tengo el placer de conocerla. Crees que tu Señora te dejaría venir a mi casa el fin de semana que viene, puta?» – le pregunté.
«No lo sé, Ama Laura.» – me respondió.
«Entiendo…perro a quien pertenece?» – le pregunté al cabo de un rato.
«A la Señora Lidia, Ama Laura.» – me respondió.
«Ah sí? Creo que alguien lo va a seguir pasando mal…» – pensé en voz alta.
Al cabo de un par de minutos, se presentaron el resto de esclavos en el salón.
«Lo habéis dejado todo limpio?» – pregunté.
«Sí, Ama Laura.» – me respondieron.
«Mmm, espero no tener que ir a comprobarlo.» – les dije.
«Me apetece algo de comer. Que tal un sándwich y una coca-cola? Tráemelo, perro! Demuéstrame que sirves para algo.» – le ordené.
«Enseguida, Ama Laura.» – me respondió con celeridad.
Me quedé mirando a los esclavos pensando en qué hacer con ellos.
«Tenéis hambre?» – les pregunté.
«Sí, Ama Laura.» – me respondieron tras pensárselo.
«Bien, traedme una lata de comida para perros y una palangana.» – les ordené.
«Sí, Ama Laura.» – me respondieron.
Los tres esclavos se marcharon hacia la cocina. Yo dudé de que tuvieran comida para perros pero comprobé que estaban preparados.
Al cabo de un par de minutos, volvieron y mi esclavo me ofreció una palangana y una lata de comida de perros. Abrí la lata y la vertí sobre la palangana.
«Quítame las botas, esclavo.» – le ordené a mi esclavo.
«Enseguida, mi Ama.» – me respondió.
Cuando me quitó las botas metí mis pies en la palangana para unt
arlos con la comida para perros.
«Esclavo! A cuatro patas delante mío.» – le ordené a mi esclavo.
«Sí, mi Ama.» – me dijo.
Apoyé mis piernas sobre la espalda y ordené a gusano y a putita que me dejaran limpios los pies.
Gusano y putita empezaron a lamerme los pies cuando llegó perro con mi desayuno.
«Aquí tiene, Ama Laura.» – me dijo ofreciéndome el sándwich y la coca-cola.
Cogí mi desayuno y vi como perro observaba a sus compañeros como me lamían los pies.
«Tienes hambre, perro?» – le pregunté.
«Sí, Ama Laura.» – me respondió.
«Te gustaría lamerme los pies como lo están haciendo gusano y putita?» – le volví a preguntar.
«Sí, Ama Laura.» – me contestó.
«Crees, sinceramente, que te mereces semejante honor, perro?» – le pregunté.
«No, Ama Laura.» – me contestó con resignación tras pensárselo unos segundos.
«Respuesta correcta.» – dije hincándole el diente al sándwich.
Dejé pasar unos minutos mientras me comía el sándwich y disfrutaba de la vista de los dos esclavos lamiéndome los pies.
«Suficiente.» – les dije mientras bajaba mis piernas de la espalda de mi esclavo.
«Limpia el plato.» – le dije a mi esclavo ofreciéndole los restos del sándwich que me había comido.
Mi esclavo lamió con ganas cualquier resto de comida que hubiera dejado en el plato, que no fue mucha.
«Perro! llévate la palangana y la lata.» – le ordené.
«Enseguida, Ama Laura.» – me respondió.
«Gusano, putita! Ponedme las botas.» – les ordené.
«Sí, Ama Laura.» – me respondieron al unísono.
«Ahora, agradecedme que os haya dejado comer de mis pies lamiéndome las botas.» – les ordené después de que me pusieran las botas.
«Sí, Ama Laura.» – me respondieron.
Me lamieron las botas durante un buen rato.
«Has terminado, esclavo?» – le pregunté a mi esclavo viendo que ya no saboreaba nada nuevo en el plato.
«Sí, mi Ama.» – me respondió.
«Bien, pues llévate el plato y el vaso a la cocina. Los lavas y los pones de nuevo en su sitio.» – le ordené.
«Enseguida, mi Ama.» – me respondió antes de marcharse a la cocina.
Cuando volvió mi esclavo le ordené que trajera mis cosas, cogiera la maleta y se vistiera.
«Bien, nos vamos ya.» – dije en voz alta. «Felicitaré a vuestras Amas por lo bien educados que estáis. Aunque hablaré con Lidia sobre ti, perro.»
«Gusano! Ábreme la puerta.» – le ordené.
«Sí, Ama Laura.» – me respondió.
Gusano se me adelantó para poder abrirme la puerta.
«Adiós.» – dije.
«Adiós, Ama Laura.» – me respondieron tanto perro como putita.
Crucé el umbral de la puerta junto a mi esclavo y llamé al ascensor.
«Adiós, Ama Laura.» – me dijo gusano cerrando la puerta.
Realmente pasé una mañana inolvidable.
Invité a Lidia a pasar una tarde en mi casa. Estuvimos servidas en todo momento por mi esclavo. Tomamos unas pastas y charlamos alegremente. La felicité por la mazmorra y le ofrecí a mi esclavo como muestra de agradecimiento. Ella me lo agradeció y no dudó en probar a mi esclavo allí mismo. Hice una muy buena amiga con Lidia. Desde entonces, nos vemos muy a menudo. Sobre todo en el establo, donde nos lo pasamos realmente bien. Sigo puteando a perro con el beneplácito de Lidia. Nos encanta atormentarlo por los dos lados. Realmente me teme cada vez que me ve entrar. Me lo paso realmente en grande jugando con él. Y cuando estamos Lidia y yo juntas se le ve el miedo en su rostro. Por cierto, Lidia me ha comentado que la semana que viene va a organizar una fiesta en el establo. Con 5 Amas y unos 8 esclavos. No me la pienso perder.
relato escrito por jerkan{DL}, propiedad de DamaLunar
Autor: jerkan23
jerkan23 ( arroba ) yahoo.es