La visita
«Pues si que teneis limpio el piso.» – me dijo mi madre.
«Ay! Si yo te contara…» – pensé. «Intento mantener un nivel de correcto de higiene y limpieza, mamá.»
«Te ayudaran tus compañeros a limpiar, no?» – me preguntó.
«Claro, mamá, no te preocupes.» – le contesté despreocupándola.
«Me vas a enseñar el piso, hijo?» – me preguntó.
«Claro, mamá, ahora después. Primero quiero charlar un poco contigo.» – le dije pensando en cómo evitar que entrara en la mazmorra.
Mi madre había venido a hacerme una visita y a que le enseñara el piso donde estaba viviendo. Tras mucho pedirlo y yo tras mucho negarme consiguió convencerme. No me resultaba fácil encontrar un hueco libre para recibir visitas, pero al tratarse de mi madre hice un esfuerzo.
Le iba a ofrecer unas pastas a mi madre cuando oímos abrirse la puerta.
«Debe ser Juan que viene del trabajo.» – le expliqué a mi madre.
Alguien entró. Pero no era Juan. Era mi Señora.
«Hola perr…» – dijo antes de que viera a mi madre. «Hola Miguel.»
«Hola» – fue lo único que pude decir.
«No me vas a presentar, hijo?» – me preguntó mi madre rompiendo el silencio.
«Sí, claro.» – dije despertando de mi shock.
«Mamá, te presento a la Señora Lidia. Señora Lidia le presentó a Dolores, mi madre.» – dije.
Las dos se estrecharon las manos y se saludaron.
«Hijo, y quién es?» – me dijo por lo ‘bajini’.
«La Señora Lidia es…. es…. la casera, mamá.» – acerté a decir.
Mi Señora me miró con cara de circunstancias.
«Sí, soy la propietaria del edificio y venía a hablar con su hijo sobre un par de temas.» – dijo mi Señora siguiéndome el rollo.
«Ah.» – dijo mi madre asintiendo.
«No nos vas a traer algo para picar, Miguel?» – me dijo mi Señora.
«Si, Señora Lidia, precisamente era lo que iba a hacer ahora.» – respondí.
Me marche a la cocina a preparar unas pastas preocupado por la situación. Preparando el tentempié, pensé en qué decir, cómo actuar, pero me salía nada.
Cuando volví con un bandeja con pastas y un par de licores mi madre y mi Señora charlaban amistosamente. Como si se conocieran de toda la vida. Incluso riéndose a carcajada limpia.
«Tienes una madre excelente, Miguel.» – me dijo mi Señora.
«Anda ya! – le replicó mi madre.
Yo les acerqué la bandeja y me senté al lado de mi madre contagiado del buen ambiente.
«Es un buen inquilino, mi hijo?» – preguntó mi madre a mi Señora degustando una pasta.
«Bueno…. a veces me tengo que enfadar con él.» – respondió riéndose. Mi madre no sospechó nada.
«En serio?» – le preguntó mi madre riéndose.
«Ya sabes. Quejas de vecinos por ruidos, problemas económicos, … lo normal.» – dijo mi Señora.
«Y ya le haces caso, hijo?» – me preguntó
«Claro, mamá.» – respondí avergonzado.
Poco a poco, mi madre se iba poniendo más del lado de mi Señora que del mío. Yo notaba que mi Señora estaba disfrutando de aquel momento.
La conversación se fue alargando. Lentamente, me iban dejando de lado.
«Lidia, y esto de comprarse un piso para luego alquilarlo es rentable?» – le preguntó mi madre.
«Rentable es. Pero tener que estar detrás de los inquilinos es engorroso.» – respondió mi Señora cada vez más metida en el papel.
«Uf, que tarde se está haciendo!» – dijo mi madre de repente. «Me enseñas la casa, hijo?»
«Por supuesto.» – le respondí.
«Bueno, si Lidia tiene prisa habla con ella primero y luego me la enseñas.» – me dijo mi madre.
«No, tranquila. No tengo prisa. Además, así hecho un vistazo al estado de la casa.» – respondió mi Señora.
Acompañé a mi madre y a mi Señora
a ver las habitaciones interiores.
Primero les enseñé la mía. Mi madre no dejaba pasar ni un solo detalle por alto.
«Aquí guardo la ropa de.. AY!» – grité en medio de una explicación. Mi Señora me había pellizcado el culo.
«Qué te pasa?» – me preguntó mi madre sobresaltada.
«Nada, nada. Que me ha dado un calambre.» – me excusé.
Cuando mi madre volvió a inspeccionar mi habitación, me giré y vi como mi Señora me sacaba la lengua riéndose.
Yo me froté el trasero. Mi Señora realmente tenía las uñas largas.
Continuamos con la inspección de mi habitación.
«Cada cuanto limpias tu cuarto?» – me preguntó mi madre.
«Cada dos se… AY!» – volví a gritar. No hace falta que explique el motivo, verdad?
«Qué susto!» – dijo mi madre sobresaltada.
«Otro calambre.» – volví a excusarme.
«Pues háztelo mirar, eh.» – me dijo mi Señora.
«Sí, Señora Lidia.» – respondí sumisamente.
«Lidia tiene razón. A ver si vas a tener algo serio.» – me dijo mi madre.
«Seguro que se me pasa en seguida.» – dije yo.
Acabamos la inspección de mi habitación y pasamos rápidamente por la de Juan.
Pasamos a la habitación de Pedro. Abrí la puerta y la cerré de seguida. Pedro estaba realizando un entrenamiento impuesto por su Señora. Estaba desnudo de rodillas. El objetivo era acostumbrarse a estar de rodillas. El siguiente paso sería caminar de rodillas. Que dolor!
Creo que mi madre no vio nada.
«Que pasa?» – me preguntó sobresaltada.
«Es que… Pedro no está muy presentable que digamos.» – respondí.
«Ah, bueno. Sólo quería saludarle.» – me dijo.
«Ya te digo que no está muy presentable.» – le volví a decir.
«Ah, entonces nada. Sigamos por otra habitación.» – dijo mi madre.
«Bueno, pues vamos a ver el lavabo.» – dije yo cogiendo la iniciativa.
«Ahora estoy con vosotros.» – dijo mi Señora.
En cuanto mi madre entró en lavabo, vi como mi Señora entraba en la habitación de Pedro.
No sé que es lo que haría pero se oyeron gritos de dolor apagados.
Cuando llevábamos la mitad del lavabo, mi Señora se reunió con nosotros.
«Hola Lidia. Has oído algo?» – le preguntó mi madre.
«Yo? Yo no.» – respondió haciéndose la loca.
«Bueno. Le estaba diciendo a mi hijo que tiene que tener cuidado con las humedades en el…» – decía mi madre.
«Ay!» – grité.
«Otra vez?» – preguntó mi madre.
Yo puse de cara de ‘que le voy a hacer’.
Mi Señora se lo estaba pasando en grande. Yo no, claro.
Acabamos la inspección del lavabo y volvimos al pasillo.
«Y esta habitación?» – preguntó mi madre señalando a la mazmorra.
«Está cerrada.» – dije preocupado.
«Y no puedes abrirla?» – me preguntó mi madre.
«Es que… perdimos la llave.» – respondí un poco aliviado pensando que así solucionaría la situación.
«Por qué no me lo has dicho antes?» – dijo de golpe mi Señora. «Yo tengo llave.»
En ese momento, quise que me tragara la tierra. Yo sabía que mi Señora tenía una copia, pero no creía que se atreviera a hacerme pasar por aquello.
«Aquí mismo la tengo.» – dijo alegremente. Yo me quería morir.
«Tienes una casera que no te la mereces.» – me dijo mi madre.
Mi Señora se dispuso a abrir la puerta. Yo intenté pensar en excusarme pero no se me ocurría nada.
Mi Señora abrió la puerta y encendió la luz.
«Pero qué…» – dijo mi madre.
«Vaya!» – dijo mi Señora haciéndose la sorprendida.
«Puedo explicároslo.» – dije arrepentido.
«Pues ya puedes empezar.» – me dijo mi Señora.
Yo empecé a pensar en un excusa a ritmo desenfrenado mientras mi madre observaba de cerca los artilugios. Sudaba a mares.
«Esto…es una habitación que alquilo para que hagan sesiones de fotos.» – dije tan rápido como pude.
«De sadomasoquismo?» – preguntó mi madre sobresaltada.
«Sí.» – respondí avergonzado.
«Así que haciendo negocio sin decirme nada, eh.» – me dijo mi Señora. «Eso está mal, pero que muy mal.»
Mi madre no decía nada. Seguía observando y palpando los objetos.
«Lo siento, Señora Lidia. No sabía que debía consultárselo.» – me excusé nervioso.
«Podría ponerte una demanda, sabes?» – me dijo mi Señora seriamente.
«En serio?» – preguntó mi madre.
«Por supuesto.» – respondió mi Señora.
«Pero seguro que podréis llegar a un acuerdo, verdad?» – le preguntó mi madre.
«Dolores, me estás pidiendo que haga la vista gorda?» – le preguntó mi Señora un poco abochornada.
«No, tan solo digo que quizás haya otra vía de solución que ponerle una demanda.» – razonó mi madre.
«Bueno… quizás…» – dijo mi Señora mirándome. «Quizás haya una posible solución.»
«Seguro que mi hijo pondrá todo de su parte, verdad?» – me preguntó mi madre.
«Esto…claro.» – dije yo asombrado por la situación.
«Nos puedes dejar un momento a solas, Dolores?» – le preguntó mi Señora.
«Claro, Lidia. Estaré en el salón viendo la tele.» – respondió mi madre.
Mi madre salió y cerró la puerta.
«Desnúdate.» – me ordenó mi Señora cambiando el semblante de su cara.
«Pero, mi Señora, …» – le intenté razonar.
«He dicho que te desnudes, perro!» – me ordenó un poco enfadada.
«Pero mi madre está ahí afuera, mi Señora.» – le supliqué.
Recibí una bofetada.
«A ver si aprendes a obedecer sin rechistar.» – me dijo.
Empecé a desnudarme doliéndome de la mejilla.
Cuando estuve completamente desnudo, me postré delante de ella.
«Al potro!» – me ordenó mi Señora.
«Si, mi Señora.» – respondí desganado.
Mi Señora me azotó unas cuarenta veces. Yo intenté no gritar demasiado para que mi madre no lo oyera. En las últimas, no pude contener muchos los gritos. Suerte que la mazmorra está insonorizada.
Mi Señora acabó de azotarme y me ordenó bajar del potro.
«Levanta, perro!» – me ordenó.
«Sí, mi Señora.» – respondí antes de levantarme.
Mi Señora me puso unas pinzas metálicas en los pezones unidas con un cable también metálico. Luego me puso un aparato de estimulación eléctrica por control remoto en la entrepierna. Y, luego, unió el cable de los pezones al aparato.
«Vístete.» – me ordenó mientras intentaba adivinar las intenciones de mi Señora.
«Sí, mi Señora.» – respondí.
Me vestí y esperé nuevas ordenes.
«Escucha, perro! Cada vez que te estimule eléctricamente, quiero que te tires al suelo y me lamas las botas. Has entendido?» – me explicó mi Señora.
«Pero, mi Señora, mi madre…» – intenté convencerla.
«No me repliques!» – me gritó muy enfadada.
«Sí, mi Señora.» – respondí temeroso.
«Vamos.» – dijo mi Señora.
Salimos de la mazmorra y nos dirigimos al salón. Allí nos esperaba mi madre.
«Ya lo habéis solucionado?» – preguntó mi madre.
«Sí, Dolores. Todo solucionado.» – dijo mi Señora.
«Y esa fusta?» – preguntó mi madre sobre la fusta que sostenía mi Señora.
«Es parte del trato, le he pedido que me la regalara y él ha aceptado con gusto.» – explicó mi Señora.
«Y el
resto de la parte del trato?» – preguntó mi madre.
Antes de que pudiera contestar, mi Señora me estimuló. Me derrumbé en el suelo del dolor que recorría mi cuerpo. Ni siquiera pude ir a lamerle las botas a mi Señora. Era insoportable.
«Que te pasa, hijo?» – preguntó mi madre preocupada.
«Tranquila Dolores. Deben ser los calambres.» – dijo mi Señora agachándose para hacer ver que comprobaba mi estado.
Pronto me recuperé.
«Ya estoy bien.» – dije reponiéndome.
«Seguro, hijo?» – me dijo mi madre. «Tendrías que ir al médico.»
«Tranquila, mamá. Estoy bien.» – le dije para tranquilizarla.
«Dolores, todavía no has visto la cocina, verdad?» – le preguntó mi Señora cambiando de tema.
«Pues no.» – respondió mi madre.
«Pues vamos a ello.» – dijo mi Señora con tono alegre.
Nos dirigimos a la cocina para enseñársela a mi madre.
Nada más entrar mi Señora me estimuló de nuevo. Esta vez fue muy breve. Me derrumbé y está vez si que podía lamerle las botas a mi Señora, pero pensar en mi madre me lo impedía. Pasaron unos pocos segundos en los que pensaba qué hacer. De repente, me puse a lamer las botas de mi Señora.
«Pero qué?!» – dijo mi Señora haciéndose la sorprendida.
«Hijo, que haces?» – dijo mi madre.
Aquello me humilló mucho. Tener a mi madre allí al lado.
«Quita!» – dijo mi Señora azotándome con la fusta y apartándome la pierna.
«Lo siento.» – me excusé. «No sé que me pasa.»
Me puse de nuevo de pie.
«Desde cuando te gusta lamer botas, cerdo!?» – me dijo mi Señora enfadada.
«Pero como haces esas cosas?» – me dijo mi madre más comprensiva.
Yo no sabía que decir. Estaba en medio de un fuego cruzado y yo era el blanco.
«Pídele disculpas a Lidia ahora mismo.» – me ordenó mi madre.
«Sí, si mama.» – dije yo avergonzado.
«Discúlpeme Señora Lidia, no sé que me ha pasado…» – le dije a mi Señora.
«Yo si sé lo que te ha pasado. Lo que pasa es que eres un pervertido!» – me gritó mi Señora.
«No es cierto.» – dije. «No es cierto, mamá!»
«Yo quiero creerte, hijo.» – me dijo mi madre comprensivamente.
«Voy a tener que echarte por menosprecio y por acoso sexual.» – me dijo mi Señora seriamente.
«Lo siento, mi Señ…, Señora Lidia.» – dije a punto de meter la pata. «Lo siento de verás. Haré cualquier cosa pero no me eche, por favor.»
En ese momento, estaba metido por completo en mi papel. No quería ser humillado más delante de mi madre, pero quería que mi Señora se lo pasara lo mejor posible.
«Me has decepcionado, Miguel.» – me dijo mi Señora. «Y delante de tu madre!»
«Lo siento mucho, Señora Lidia.» – respondí.
«Eso no basta.» – sentenció mi Señora.
Mi madre no dijo nada mientras mi Señora pensaba en algo.
«Ya sé, vendrás a mi piso a limpiarlo una vez a la semana. Necesito una chacha.» – soltó mi Señora.
«Me parece bien, Señora Lidia.» – respondí humillado.
«Durante un año.» – continuó mi Señora.
«Un año?!» – dije sobresaltado.
«Sí, un año.» – me contestó mi Señora. «Y es prorrogable.»
«No te quejes, hijo! Que podría haber sido mucho peor.» – me dijo mi madre.
«Ya lo creo, Dolores.» – dijo mi Señora.
Humillado delante de mi madre permanecí allí callado y cabizbajo mientras ellas hablaban del tema.
«Bueno, yo me tengo que ir ya, hijo.» – me dijo mi madre.
«Bien. Te acompaño.» – le dije.
«Yo también me marcho.» – dijo mi Señora.
Las acompañé a la puerta para despedirme de ellas.
«Adiós hijo, cuídate.» – me dijo mi madre dándome dos besos. «Y no vuelvas a
enfadar a Lidia o te echará a la calle.»
«Sí, mi mamá, no te preocupes.» – le dije.
«Adiós Miguel, te espero mañana en mi piso a las siete de la tarde.» – me dijo mi Señora. «Hay mucho que limpiar.»
«Sí, Señora Lidia.» – respondí humillado. «Allí estaré.»
Cerré la puerta y me derrumbé de dolor. Mi Señora había vuelto a estimularme eléctricamente.
Hasta que no subió el ascensor, no paré de ser torturado. Oí como mi madre se interesaba por mi estado, pero mi Señora la tranquilizaba dándole falsos motivos de mis reacciones.
Al final, llegó el ascensor y la tortura acabó.
Estuve unos diez minutos en el suelo recuperándome. Disfruté de aquel momento de paz y silencio. Pero pronto eché en falta la presencia de mi Señora.
relato escrito por jerkan{DL}, propiedad de DamaLunar
Autor: jerkan23
jerkan23 ( arroba ) yahoo.es