Salieron de la comida en un restaurante típico de la isla, paredes decoradas con fotografías de ilustres visitantes, vino a mansalva y platos generosos de frito mallorquín.
Eran ya las seis de la tarde y el sol seguía calentando, aunque por el oeste empezaban a aparecer negros nubarrones.
Subieron al coche, él conducía y ella de copiloto.
Antes de arrancar se besaron apasionadamente, intentaron abrazarse pero aunque era un vehículo grande la posición era incomoda por lo que decidieron ir a dar una vuelta por la isla.
Bajaron por la MA-1 hasta Andratx y luego tomaron la MA-10 hacia Deiá, la carretera era estrecha y tortuosa, pero el paisaje era magnífico.
Subían en paralelo a la costa oeste de la isla, formada por escarpados acantilados y laderas de monte con vegetación mediterránea.
Aunque no podía apartar la vista de la carretera, él no dejaba de mirar sus largas piernas bronceadas y en cuanto podía acariciaba su rodilla izquierda y su muslo y ascendía hacia arriba acariciando su piel sedosa.
Ella se dejaba hacer y además subía a propósito su falda para que contemplara su belleza dejando a veces su ropa interior al descubierto.
Mientras ella le acariciaba el cabello con una mano y con la otra le pellizcaba el poco pelo que tenía en el pecho y le recorría el torso en un masaje muy placentero.
De pronto, empezó a llover y él se concentró en la conducción.
No contenta, ella se despojó del cinturón y ladeándose empezó a juguetear con el bulto que se adivinaba por debajo del pantalón, lo sobó de arriba abajo y empezó a excitarse de verdad.
Fuera el viento aullaba y aunque había dejado de llover los relámpagos iluminaban el horizonte, la tarde se había vuelto oscura.
Ella le desabrocho los botones de los vaqueros, le bajó los slips y sacó su miembro erecto.
Él se estremeció con el contacto de sus dedos, le dolía la verga de lo hinchada que la tenía, creyó volverse loco cuando empezó a masturbarle.
Le costaba mantener la vista en la carretera mientras ella le tocaba, conducir tornó peligroso con ella acariciando su entrepierna.
No contenta con lo anterior, ella se agachó y empezó a besar su mata de pelo por debajo del ombligo, notaba el contacto de la lengua con su piel y se le puso todavía más dura.
No podía bajarle los pantalones por lo que jugueteó con su pene dándole unos cuantos lametazos mientras con la mano libre le masajeaba el pecho.
No se cruzaron con ningún otro vehículo, pero a unos metros había un desvío hacia la izquierda, directo a un acantilado, y por allí condujo el coche.
El camino finalizaba en lo alto de un imponente acantilado y a un lado permanecía inamovible una pequeña construcción desde donde se divisaba toda la costa y las olas rompiendo violentamente sobre las rocas.
Aparcó el coche y cogiéndola del pelo levantó su cabeza y la besó largamente, sus labios sabían a su sexo y eso hizo que los relamiera con fruición recorriendo toda su boca con la lengua.
Después salió del coche y rodeándolo abrió la puerta derecha y extendió su mano para ayudarla a salir.
Ella salió del coche con su ayuda y nada más cerrar la puerta él se sentó sobre el capó encima de la rueda delantera y la atrajo hacía si mientras sus manos amasaban su trasero por encima de la falda y no paraba de besarla.
Ella estaba apoyada encima de él y se restregaba como una gatita con su sexo empapado por el deseo, notando su aparato contra su vientre, por lo que empezó a moverse en movimientos arriba abajo sintiendo como el placer iba en aumento.
Él la cogió a horcajadas y la llevó sin dejar de besarla hacia el interior del refugio.
Era una construcción simple, de carácter circular con amplios ventanales sin acristalar para admirar la costa y la bravura del mar. En el centro había un banco, también de forma redonda, sin respaldo de ningún tipo.
La dejó en tierra, de pie y de espaldas a su posición. Le levantó la falda y le bajó la ropa interior hasta despojarla de la misma mientras se sentaba en el banco y empezó a mordisquearle el trasero mientras con las manos le acariciaba las tetas y empezaba a desabotonarle la camiseta que llevaba.
Se bajó los pantalones y la sentó sobre su miembro.
Ella miraba el horizonte mientras el placer la embargaba, sentía sus caricias y como la desnudaba y su excitación crecía sin fin. Notó como la cogía de las caderas y la empujaba hacia él y sintió de repente como su sexo era penetrado y quedaba sentada encima mientras sus pezones eran insistentemente pellizcados. Empezó a moverse, primero despacio, luego más rápido, el placer la volvió loca, cabalgó durante un largo rato a punto de perder el conocimiento, cerraba los ojos para al instante abrirlos, él jadeaba a su espalda, ella llevaba el ritmo acercándose al orgasmo, cuando éste llegó abrió los ojos y en el horizonte, un rayo rasgó el oscuro cielo con múltiples ramificaciones, su orgasmo aún duró unos segundos y se le caía la baba contemplando el espectáculo visual mientras su cuerpo se estremecía de gozo.
Se levantó y se arrodilló frente a su chico, le besó en los labios y en el cuello bajando su lengua por su pecho.
En cuanto ella se levantó estaba a punto de correrse, tenía los labios secos y ella los humedeció con la lengua y empezó a bajar por su pecho, unos segundos más y explotaría.
De repente le agarró el pene con la mano y le estiró hacia ella, se sentó en el borde de unos ventanales y alzó sus piernas mientras se introducía el miembro en su sexo. Empezó a empujarlo dentro de ella mientras le rodeaba con sus piernas y lo introducía más todavía dentro, mientras la penetraba violentamente veía los rayos cayendo sobre el mar detrás del acantilado, el placer se confundía con el viento y el ruido del mar que rompía sobre las rocas, ella también estaba a punto de volver a tener un nuevo orgasmo y comenzó a gritar al venirle, él también gritó de placer, todo quedó silenciado por el estruendo de un gran trueno, antes de correrse sacó su miembro y descargó todo su semen sobre los pechos de ella. Los rayos caían por doquier pero él estaba ciego de placer y solo sentía los espasmos de su cuerpo.
Ella notó el líquido caliente sobre sus senos y volvió a tener un orgasmo, notó como él se vaciaba y empezó a frotar su sexo hasta que no salió ninguna gota más. Intentó levantarse pero las piernas le fallaron y tuvo que sujetarse en sus brazos para poco a poco poder llegar al banco.
Allí se limpió y se vistió y se arrebujó entre sus brazos, temblando de frío, admirando los rayos y los truenos que iluminaban el horizonte y sintiendo que había disfrutado al máximo del esplendor de la naturaleza desatada, afuera y también adentro con el hombre al que amaba, cuyo cuerpo fundido con el suyo la habían llevado al éxtasis y agotada cayó en un profundo sueño.
La dejó tumbada sobre le banco y se acercó al coche a por algo con que abrigarla, cogió un par de chaquetas y la tapó. Se quedó mirando la tormenta, llovía otra vez y el viento hacía crepitar los árboles, rayos y truenos, todo muy hermoso. Se giró hacia ella y la observó, dormida, con una sonrisa en su rostro, y encontró otra clase de belleza que superaba la hermosura de la naturaleza que los rodeaba.
Así estuvo velándola hasta que amaneció.