Mi Ama, junto a la Señora Lidia y la invitada a la que había hecho el masaje, me habían llevado a una habitación en la que yo no había estado antes. Más que una habitación era una mazmorra
«Por favor, mi Ama. Piedad!» – le rogué.
«Cállate, imbécil! No quiero oírte!» – me gritó muy enfadada.
Estaba siendo azotado sin piedad. No se cuánto tiempo llevaría allí, pero se me estaba haciendo interminable.
Mi Ama, junto a la Señora Lidia y la invitada a la que había hecho el masaje, me habían llevado a una habitación en la que yo no había estado antes. Más que una habitación era una mazmorra. Habíamos bajado al sótano. Un sótano realmente terrorífico. Sólo decir que no me hubiese atrevido a bajar yo solo. Sin embargo, no parecía que estuviese sucio. No pude verlo bien yendo de rodillas.
Me habían atado las muñecas a unas cadenas que colgaban del techo. Bien tensas. Por aquel entonces, mi trasero ardía como si del mismísimo infierno se tratara. Por otro lado, mi espalda comenzaba a deleitarse con las caricias de las Señoras.
Llevaban un buen rato castigándome, pero ninguna de ellas se había cansado de azotarme. Fue una batería de azotes sin descanso. Apenas me había recuperado de uno cuando ya recibía el siguiente.
«A ver si la próxima vez te atreves a tocarme el culo sin permiso.» – me dijo la invitada junto con un latigazo.
Yo no paraba de gritar de dolor a cada azote. Sin embargo, no parecía que les molestara. Todo lo contrario. Parecía que mis gritos les animaba a seguir. Incluso con más fuerza.
«Chicas, ahora vuelvo.» – dijo de repente mi Ama.
«Hasta ahora, mi Señora.» – respondió la Señora Lidia.
Recibí unos azotes más y, para mi descanso, pararon. Yo respiraba aceleradamente.
«Ves lo que pasa por hacer que me castiguen.» – me digo la Señora Lidia acariciándome el trasero. «No hubiese pasado nada si en su momento hubieses eyaculado. Cerdo, inútil!»
En ese momento, confirmé todas mis sospechas. Todo había sido una trampa montada por la Señora Lidia para que me castigaran. Sin embargo, no creo que ella supiera cómo iba a acabar todo. No creo que fuera tan malvada. Realmente estaba resentida por lo que había pasado la noche anterior. Supongo que yo fui el culpable de ello. En su momento, no me paré a pensar en ayudar a una compañera.
De repente, un gritó me salió del alma. Era la Señora Lidia. Me estaba arañando el trasero. Me desgarraba la piel maltrecha con sus uñas.
«Vamos… no es para tanto.» – me dijo con tono sarcástico. La invitada rió abiertamente.
«Te quejaras de las caricias que te hago.» –dijo como si estuviera enojada. La invitada no podía parar de reír.
Mi Ama volvió.
«Tened chicas, algo para refrescaros.» – dijo al entrar.
«Gracias, mi Señora. Lo necesitaba.» – dijo la Señora Lidia.
«También te he traído algo para que te refresques, esclavo. Lo quieres?» – me dijo. Yo dudé mucho de que fuera un refresco. Seguro que sería algo que no me iba a gustar. Lo rechacé.
«No, mi Señora.» – contesté.
«No!?» – dijo mi Ama sorprendida. «Acaso vas a rechazar un regalo que te hago?»
No vi otra salida que aceptar el obsequio.
«No, mi Señora. Lo aceptaré con gusto.» – corregí.
«Eso está mejor.» – dijo más complacida. «Ten.»
Noté que un líquido comenzaba a caer por mi espalda. Era frío y me picaba un poco. Cuando llegó a mi trasero, comprendí de qué se trataba. Era alcohol.
Comencé a gritar de dolor. Agité mi cuerpo de una manera alocada como si con ello pudiera conseguir quitarme el alcohol de mi cuerpo. Las Damas comenzaron a reír a carcajada suelta. Estuve un buen rato moviéndome y saltando para el deleite de las Señoras. Cuando parecía que el efecto del alcohol menguaba, me echaban un poco más. Así me tuvieron durante un buen rato. Al final, no tenía fuerzas ni para moverme. Ya casi me costaba mantenerme en pie. Simplemente, mi trasero era un infierno. Me picaba una barbaridad y no podía hacer nada para evitarlo.
«Chicas, yo creo que está muy cómodo, verdad?» – preguntó mi Ama maliciosamente. «Vamos a subirl
o un poco.»
«Sí, eso.» – dijo la invitada alegrándose.
Me alzaron unos centímetros. Apenas podía tocar el suelo con los dedos de los pies. A partir de ese momento, una nueva zona de mi cuerpo empezaría a sufrir. Mis muñecas.
«Chicas, no creéis que ese culo esta perdiendo color?» – señaló mi Ama .
«Sí. Estoy de acuerdo.» – asintió la Señora Lidia.
De nuevo, volvieron a azotarme. Me pareció que lo hacían con más fuerza incluso que al principio. Quizás fuera el descanso que se habían tomado. Quizás fuera que yo ya estaba muy dolorido. Quién sabe. La cuestión es que a mi me dolía una barbaridad, y no paraba de gritar.
«Me estoy cansando de tus quejidos.» – me advirtió mi Ama. Aproveché ese momento para coger aire.
«Lidia. Trae una mordaza.» – le ordenó mi Ama.
«En seguida, mi Señora.» – respondió ella muy contenta. Oí como la Señora Lidia se marchaba.
«Muchas gracias Luna por la fiesta. Me lo estoy pasando muy bien.» – le dijo la Dama invitada a mi Señora.
«De nada. Es un placer hacer disfrutar a mis invitados.» – le contestó mi Señora.
«Es usted una magnífica anfitriona.» – le volvió a felicitar.
«Gracias, gracias. No sigas que me vas a sacar los colores.» – le contestó mi Ama. Mi Ama y la invitada rieron abiertamente.
«Más que a su culo? No creo.» – comentó la invitada. Las dos Señoras estallaron a reír.
Yo me tomé aquellos segundos como un pequeño descanso. La Señora Lidia volvió.
«Aquí tiene, mi Señora.» – dijo al llegar.
«Excelente. Pónselo.» – le ordenó mi Señora.
«Sí, mi Señora.» – contestó la Señora Lidia.
Me puso una mordaza de plástico en la boca. Le costó ponérmela puesto que apenas tenía fuerzas para abrirla del todo.
«Ya está, mi Señora.» – dijo tras ponérmela.
«Perfecto. Bueno, ahora quiero máxima coordinación. Quiero un chorro de azotes sin parar. Entendido?» – dijo mi Ama.
«Si.» – contestaron las otras dos Damas.
«Preparadas. Listas. Ya!» – gritó mi Ama.
No creo haber sufrido una lluvia de azotes semejante nunca más. Era tal la velocidad a la que me caían, y la violencia, que estuve a punto de desmayarme por el dolor. Yo no paraba de soltar quejidos, pero la mordaza los apagaba rápidamente. Arqueaba la espalda de dolor por instinto, como si aquello fuera a aliviarme lo más mínimo. Y, por si fuera poco, las muñecas me dolían tanto que tenía ganas de perder las manos para no tener que soportar el dolor. De hecho, estaban soportando todo el peso de mi cuerpo.
Cada segundo parecía una eternidad y las Damas no parecían saciarse nunca.
No se cuando pararon de azotarme, estaba demasiado cansado como para alegrarme de ello. Lo único que recuerdo es que me desataron y caí en el suelo destrozado. Debí dormirme.
«Levántate, perro!» – fue lo último que oí.
Al principio, creí que lo había soñado pero luego vi que no había sido así. Recuerdo que me llevaban entre dos, no se a dónde. Apenas pude abrir los ojos. Seguía estando muy cansado. Volví a caer dormido.
De repente, me desperté. Estaba en un sitio oscuro. Muy pequeño. Me encontraba en posición fetal y apenas podía moverme. Por el ruido y por el movimiento, noté que me estaba desplazando. Estaba en el maletero de un coche.
Yo seguía desnudo y tenía un poco de frío. Todavía me picaban el trasero y la espalda.
El coche se paró. Alguien bajó del coche. Oí a gente conversar y caminar. Supuse que estaría en el coche de mi Ama, así que no pedí ayuda.
Al cabo de un rato, alguien abrió el maletero. La luz cegó mis ojos. Adiviné la silueta de mi Ama pero no estaba seguro. Recibí un escupitajo y un bollo. Antes de que pudiera decir ‘gracias’, cerró de nuevo el maletero.
Me comí el bollo mientras el coche se ponía de nuevo en marcha. De hecho, lo devoré. Tenía mucha hambre.
El trayecto fue bastante largo. Al menos, así me lo pareció a mi. Al final, el coche aminoró la marcha y paró. No sin antes, botar un poco y golpearme la cabeza varias veces.
Alguien salió del coche. Abrió la puerta del maletero. De
nuevo, cegado por la luz del día.
«Sal.» – me ordenó. Era la voz de mi Ama.
«Sí, mi Ama.» – contesté. Muy lentamente, debido al haber estado tanto tiempo en la misma postura, salí del maletero y me arrodillé ante mi Ama. Ella cerró el maletero. En ese momento, me di cuenta de que había vuelto al reino.
«Bienvenida, Superior Luna.» – alguien dijo acercándose a nuestra posición.
«Hola, Superior Límite.» – respondió mi Ama.
Charlaron amigablemente durante un buen rato hasta que la Superior Límite preguntó por el motivo de la visita de mi Ama.
«Bueno, y qué te trae por aquí?» – le preguntó.
«Este inútil.» – dijo mi Ama con desprecio.
«No me digas que vienes a devolverlo.» – dijo la Superior Límite sorprendida. Mi Ama asintió.
«No me lo puedo creer!» – dijo la Superior Límite sorprendida. «Pues lo siento mucho por ti, de verdad.»
«No pasa nada. Vendré a la próxima subasta y me llevaré otro.» – le explicó mi Ama.
«Bueno, y puedo saber el motivo de que lo devuelvas?» – le preguntó la Superior Límite.
«Hacía de masajista y se le fue la mano con una invitada.» – le explicó.
«Será cerdo!» – dijo la Superior Límite.
«En fin, no tengo más ganas de enfadarme así que aquí te lo dejo.» – le dijo mi Ama.
En ese preciso momento, me di cuenta de que la Superior Luna dejaba de ser mi Ama. Me puse muy triste. Me acordé de Lidia y de parte de su familia, pero acabé pensando que yo era el único culpable de perder a mi Ama.
Mientras meditaba, la Superior Límite ató una correa al collar que llevaba puesto. Collar que no me había dado cuenta de que llevaba hasta ese momento.
«Espero que le deis su merecido.» – dijo la Superior Luna.
«No te preocupes. Ya sabes, lo habitual para estos casos. Aunque, creo que tu ya le has dado tu ‘medicina’, verdad?» – le dijo la Superior Límite.
«Sí. Él se lo buscó.» – dijo la Superior Luna. «Bueno, me marcho que tengo cosas que hacer.»
«Bueno, pues ya nos veremos en la próxima subasta, no?» – le dijo la Superior Límite.
«Claro. O si no, a ver si tu me haces alguna visita.» – le dijo la Superior Luna.
«Ya sabes que estoy muy liada, pero si tengo tiempo no dudes que te haré una visita.» – le contestó la Superior Límite.
«Oye, perro! No vas a despedirte de tu antigua Ama?» – me dijo la Superior Límite dándome un tirón de la correa.
«Sí, mi Superior. Adiós, mi A… quiero decir, Superior Luna. Lo siento mucho.» – le dije.
«Hasta otra, Superior Límite.» – dijo la Superior Luna ignorándome por completo.
«Adiós, Superior Luna. No corras.» – se despidió la Superior Límite.
«Descuida. Adiós.» – fue lo último que dijo la Superior Luna antes de marcharse en su coche.
La Superior Límite permaneció quieta hasta que el coche desapareció por el portón.
«Vamos, inútil!» – me gritó dando un tirón de correa. A cuatro patas la seguí. Observé como un grupo de esclavos realizaban ejercicios matutinos bajo la tutela de una Superior que no pude distinguir.
La Superior Límite me guió hasta un calabozo. Allí se cruzó con un par de Superiores. Se saludaron sin más.
Me metió en una celda. Tenía varias argollas y una mesa muy bien equipada.
«Así que te has atrevido a manchar el buen nombre de ‘el reino’, eh?» – me dijo al cerrar la puerta.
«Yo… no hice nada, mi Superior.» – intenté explicarme.
«Cállate!» – me gritó dándome un bofetón. «Encima eres un mentiroso!»
«Pero no te preocupes. Aquí sabemos cómo tratar a los inútiles como tú.» – me dijo poniéndose unos guantes de cuero negro.
Observó con detenimiento los artilugios de la mesa y seleccionó una vara.
«Empezaremos con algo suave.» – dijo con una sonrisa maliciosa. «Date la vuelta, imbécil!»
«Sí, mi Superior» – contesté resignado.
«Quiero que los cuentes en voz alta.» – me dijo.
Cuando oí el zumbido de la vara al cortar el aire, alguien interrumpió a la Superior Límite.
«Por fin te encuentro!» – le dijo otra Dama.
«Qué pasa?» – le preguntó la Superior Límite.
«Te estábamos esperando para desayunar y pen
samos que te había pasado algo.» – le explicó la Dama.
«Ah, no me esperéis. Tengo mucho que hacer aquí.» – le contestó la Superior Límite.
«Ok, entonces nos vemos. Hasta luego!» – se despidió la Dama.
«Adiós.» – le dijo la Superior Límite. Oí como se marchaba la Dama.
«Bueno, por dónde estábamos? Ah, sí!» – dijo la Superior Límite.
De repente, un golpe de vara impactó en mi trasero. Grité e instintivamente me giré en busca de piedad. Se me habían soltado un par de lágrimas y todo.
«Date la vuelta.» – me advirtió la Superior Límite.
«No lo soportaré, mi Superior. Por favor.» – le supliqué.
«Ya lo creo que lo harás.» – dijo Ella muy segura. «Vamos! Date vuelta!»
«Sí, mi Superior.» – contesté resignado.
«No me importa si la Superior Luna ya te ha castigado. Que por lo que veo así ha sido. Te tengo que castigar por haber sido devuelto. Eres un mal ejemplo y tienes que pagar por ello.» – me explicó mientras me daba la vuelta.
«Cuantos llevo?» – me preguntó.
«Uno.» – contesté.
«Uno, que?» – me dijo.
«Uno, mi Superior.» – me apresuré a contestar.
«Que no se vuelva a repetir.» – me advirtió.
Otro golpe de vara cayó sobre mi trasero. Apreté los dientes y mascullé un gritó de dolor.
«Dos, mi Superior.» – tardé en decir.
«Más rápido. No tengo todo el día!» – me indicó. Otro varazo.
Esta vez no pude aguantar el dolor y grité. Me temblaron todas las extremidades.
«Tres, mi Superior.» – dije.
Mi trasero ya estaba agrietado de la noche anterior, por lo que cada nuevo golpe multiplicaba el dolor. No se cuanto duró aquello, pero lo único que sé es que fueron cuarenta varazos y un par de hilos de sangre recorriendo mis muslos.
«Has visto como no ha sido para tanto.» – me dijo la Superior Límite.
Yo estaba llorando. No me sentía el trasero y solo quería que acabara aquello.
«Bueno, ya me he cansado de la vara. Ahora pasaremos a mi pala favorita.» – me dijo muy contenta Ella.
No me pude creer lo que estaba oyendo. Me giré para pedir clemencia aunque fuera con la mirada.
La Superior Límite permanecía allí de pie, mirándome con esos ojos que me decían que no tenía escapatoria y golpeando la pala en su mano.
«Preparado?» – me dijo.
Autor: DamaLunar y DamaDuna
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