Deseoso de seguir metiendo y sacando mi verga de su culo aceleré mis movimientos, ella seguía moviendo sus nalgas, me vine apretándola contra mi cuerpo, me quedé acostado a su lado, cuando sentí su mano sobre mi verga, la agarró y la comenzó a limpiar, de inmediato sentí como la metía en su boca con la que divinamente me la chupó, hasta que se me volvió a poner dura.
Cuando joven recién había llegado a la ciudad, dispuesto a trabajar en la misma empresa en la que hoy soy gerente. Por suerte gracias a mis padres, había conseguido ese empleo, pero necesitaba donde vivir. Aunque tenía algo de dinero no era mucho, también gracias a uno de los empleados conseguí una habitación, en casa de una señora. Cuando lo escuché referirse a ella como una vieja rara, me hice la idea de que sería más o menos, como mi abuela materna que era bastante vieja. Pero cuando llegué a la antigua casa, dentro de una las más lujosas urbanizaciones de la ciudad, comencé a llevarme varias sorpresas.
Después de tocar la puerta, salió una llamativa y exótica mujer, mucho mayor que yo, que apenas tenía veinte años en esos momentos, pero ella se veía muy bien conservada, alta de cabello rubio platinado, de tez morena y ojos almendrados. De elegante vestir y muy finos modales. La verdad sea dicha, me impresionó, pero por lo visto yo a ella no, me tomó algunos datos y me pidió el pago del mes adelantado, que realmente tomando en cuenta todo lo dicho sobre la casa, no era mucho. Ella misma me dijo que tenía derecho a desayunar y cenar, pero que no le gustaban las fiestas ni visitas en su casa. Cosa que para mí no era problema, no conocía a nadie en la ciudad, como para invitarlos a visitarme. Desde ese momento me sentía casi como en mi propia casa, podía ver la televisión en la sala, leer, estudiar y a la señora Cristina, la dueña de la casa, en nada le molestaba.
En ocasiones la podía ver, que recibía la visita de un hombre mayor que yo, pero menor que ella, con el cual pasaba horas encerrada en su habitación. Cuando me levantaba, había días en que ella estaba vistiendo únicamente una delicada bata de cama, que le quedaba muy bien, ocasionalmente no es que lo hiciera con intención, pero accidentalmente podía ver parte de sus llamativos senos y hasta sus oscuros y parados pezones. Cuando no era que al sentarse distraídamente, también podía ver, sus fabulosos muslos, los cuales quedaban casi del todo descubiertos.
Ella por lo general, no se encontraba en la casa cuando yo regresaba de estudiar de noche. Pero un sábado mientras limpiaba y ordenaba mi dormitorio, pasé frente a la puerta de su habitación, la que estaba completamente abierta, por curiosidad di un vistazo y lo que alcancé a ver me dejó loco. La señora Cristina se encontraba completamente desnuda acostada en su cama, por la posición en que estaba nada más podía verle gran parte de sus bellas nalgas. Pero solo eso bastó, para que yo de inmediato me dirigiera al baño a masturbarme como un loco.
Desde ese día, no perdía ocasión para ver si podía echarle una buena mirada a la señora. Quizás de manera inconsciente, comencé a hacerle veladas insinuaciones a ella. Las que por lo visto o ella no se daba cuenta o simplemente no me hacía el menor caso. Comencé a salir del baño apenas con una pequeña toalla cubriéndome, con la esperanza de que ella se fijase un poco en mí, lo único que me dijo un día de esos, fue que me cubriera, que me podía dar un catarro. Pero nada de nada, ni siquiera piedras me tiraba, como dicen en mi tierra. Yo estaba algo descorazonado, Cristina era toda una hembra, alta, de cabellera rubia platinada, grandes ojos verdes, de piel morena y ese enorme par de tetas que me tenían loco, sin contar su tremendo culo, que movía tan y tan bien cuando caminaba por toda la casa.
Cuando llegaban los fines de semana, yo compartía un poco más con ella. Pero un sábado salió temprano y no la vi durante todo el día, hasta que llegó ya entrada bastante la noche. Ya me disponía a irme a dormir, cuando Cristina como cosa rara me buscó conversación, encantado me puse a charlar con ella, fue que me di cuenta por el olor de su aliento, de que la señora había estado bebiendo, hasta que en cierto momento, me ofreció un trago el que acepté de buena gana, pero le dije que con la condición de que ella me acompañase. Después de seguir charlando, ella me comentó que se iba a cambiar de ropa, pero que regresaba enseguida. Cuando regresó vistiendo esa sensual bata que tanto me gustaba verle puesta, en lugar de sentarse en su butaca, tomó asiento a mi lado en el sofá de la sala y seguimos charlando de un montón de cosas sin importancia. Yo solamente me conformaba, con verle parte de sus hermosos senos. Ella me volvió a servir otro trago y además ella también se sirvió otro.
Mis ojos no veían otra cosa que parte de sus senos, cuando ella por lo visto se dio cuenta de mi gran interés. Fue cuando me pregunto sin rodeo alguno ¿te gustan? Yo me quedé cortado, sin saber que decir. Casi de inmediato, ante mis propios ojos los descubrió ante mí. Yo no podía creer lo que estaba sucediendo, frente a mí y a tan poca distancia, estaban uno de los motivos de mis mayores pajas, desde que llegué a esa casa.
Pensé que poco faltaba que me dijera que se los tocase, cuando de momento su melosa y gruesa vos como si me hubiera leído la mente me preguntó si deseaba tocarlos. Tartamudeando de la emoción, apenas respondí un casi audible sí. Cristina me tomó ambas manos y las dirigió directamente sobre sus parados senos, los que yo casi temblando comencé a tocar, hasta con miedo de que me fuera a decir que me detuviese. Por un rato, realmente no sé por cuanto tiempo no hice otra cosa que acariciar sus senos y pezones con mis manos, sentir la suavidad y el calor de su piel bajo mis manos. Hasta que nuevamente escuché su voz preguntarme ¿quieres besarlos? a lo que casi sin salir de mi asombro, le respondí que si, pero asintiendo con la cabeza, es que la voz no me salía, de lo emocionado que estaba. Lentamente fui colocando mis labios sobre sus parados y oscuros pezones.
Me sentía como en las nubes, era la primera vez en toda mi vida, realmente que llegaba a tocar a una mujer. El aroma de su tersa piel me tenía embriagado, sus manos comenzaron acariciar mi cabeza, mis cabellos mis orejas, mientras que yo seguí chupa que chupa, pegado a esas tetas como si yo fuera un nene pequeño a su madre. En esos momentos mientras yo seguía chupando sus tetas desesperadamente, me dijo que tuviera calma, que se las habían operado hacía menos de seis meses. Mientras yo seguía disfrutando de tal experiencia, la bata se le fue corriendo hasta que parte de ella cayó al piso de la sala. Vi de reojo apenas parte de su oculto coño y como si fuera un imán, mi mano se sintió atraída por el. Había ya casi colocado mis dedos, sobre la pelambre superior de su coño, cuando su mano agarró la mía con una fuerza que no sospeche que ella tuviera, diciéndome. Espera, no te desboques, que todo llega a su tiempo, pero antes quiero ver que me muestres tu cosa.
No lo podía creer, ella quería ver mi verga. La que dentro del corto pantalón que cargaba puesto yo en esos momentos, luchaba por salir. Apenas escuché su pedido, de inmediato aunque de manera bien torpe me quité los pantalones y hasta el interior. Quedándome desnudo de la cintura para abajo, súper excitado aunque algo cortado. Ella sin embargo, me siguió hablando tranquilamente, mientras tomándome de las manos, me hizo sentar nuevamente a su lado. Apenas me senté, ella dirigió sus manos a mi verga, la acarició delicadamente, mientras la observaba con detenimiento. No me había dado cuenta pero a su lado en la pequeña mesa de sala, había una pequeña fuente llena de agua y una pequeña y mullida toalla blanca. Con la que sin decir palabra, después de tomarla entre sus dedos, comenzó a pasarla humedecida en el agua, por toda mi verga. Yo me quedé esperando que ella me dijera que más hacer, no quería romper la magia del momento, metiendo las patas tirándome sobre ella. Sin soltarme la verga me dijo, quiero llegar a un acuerdo contigo, pero antes de que sigamos hablando déjame ver algo.
No sabía a que se refería con dejarla ver algo, pero casi de inmediato me di cuenta de que se trataba. Cuando colocó su boca completamente sobre mi verga y con su lengua comenzó a lamerla, para después seguir mamándola divinamente. Yo estaba que me sentía en las nubes, la señora Cristina me estaba dando mi primera mamada de mi vida y que rico se sentía. De la misma manera que comenzó se detuvo, levantándose del sofá y sujetando su bata evitando quedar toda desnuda frente a mí, me dijo, que la acompañase a su habitación.
Yo la seguí a pocos pasos de ella sin quitar la vista de la parte superior de sus bien formadas nalgas, ya que el resto quedaba oculto por la condenada bata. Apenas entramos me tomó una mano y cerrando la puerta me dijo, soy un poco rara sabes, cuando estoy con un hombre como tu, la primera ves me gusta hacer el amor de manera muy especial, pero con las luces completamente apagadas. La oscuridad era total, pero la sola idea de que me acostaría con ella, realmente poco me importaba que las luces estuvieran prendidas o apagadas.
A medida que me iba subiendo a la cama, me dijo que me quitase la camiseta y que hiciera todo lo que ella me indicaba. Pensé para mi, ha esta señora le gusta mandar, pero eso tampoco me importaba. Lo que deseaba, era acostarme con ella. Con la palma de mis manos fui tocando la cama hasta que sentí sus piernas y fui subiendo por ellas hasta encontrar sus nalgas. Sentí como Cristina, separaba sus piernas diciéndome, colócate sobre mí. De inmediato le hice caso, agarrando mi verga con una mano mientras que con la otra tocaba sus nalgas. Lentamente me fui inclinando sobre ella una de sus manos guió mi verga y sentí como poco a poco la iba penetrando. Me sentía en la gloria, no podía creer que se lo estuviera metiendo a la señora en esos momentos.
Cristina movía sus caderas de una forma y manera que para mi me parecieron únicas, aunque no lo crean me había enamorado completamente de esa mujer. Yo como podía, acariciaba sus senos, la sujetaba por las caderas con fuerza contra mi cuerpo, en fin no sabía que más hacer. Hasta que justo antes de venirme dentro de ella, me dijo. Sabes que me estás dando por el culo, yo no lo podía creer, pero al fin y al cabo darle por el culo o por el coño para mi era lo mismo, en esos momentos. Deseoso de seguir metiendo y sacando mi verga de su culo, aceleré mis movimientos, mientras que ella también seguía moviendo sus nalgas divinamente. Hasta que me vine apretándola con fuerza contra mi cuerpo. Por un buen rato me quedé acostado a su lado, cuando sentí su mano nuevamente sobre mi verga, la agarró y nuevamente la comenzó a limpiar. Para luego de inmediato sentí como la metía en su boca. Con la que divinamente me la chupó, hasta que se me volvió a poner dura. Pero Cristina no se detuvo siguió y siguió, hasta que aunque demoré un poco me volví a venir.
Yo estaba, que no podía creer, todo lo que me había sucedido. Después de un corto rato Cristina prendió la luz de la mesa de noche, ella se encontraba acostada boca arriba, con parte de sus sábanas apenas tapándole el coño. Mientras que yo completamente desnudo, estaba recostado a su lado. Fue cuando me dijo, ahora quiero que tú me lo mames. Tras decir eso, con un rápido movimiento de su mano retiró la sabana. Realmente en mi vida no había visto un coño de mujer tan de cerca, si los había visto en fotos y en alguna que otra película porno, pero nada como eso, en vivo y a todo color. Aunque no sabía ni que hacer, ante mí tenía ese oscuro monte de pelos negros, me atreví a ir colocando mis manos en sus rodillas, hasta que le pregunté que más hacía,
Cristina me tomó con una mano por la nuca, mientras que con la otra separaba los labios de su vulva. Dirigiendo mi cara al centro de su coño me dijo, ahora a medida que yo me mueva tú me lames o me chupas aquí. Como que al principio no le vi la gracia, pero a medida que mi cara se acercaba su aroma me comenzó a embriagar, apenas mi lengua tocó su clítoris, algo en mi sucedió, comenzó a gustarme eso de mamarle el coño a ella. Mientras más enterraba mi cara entre sus piernas, más ella se movía, mi saliva estaba por todo su coño.
Cristina comenzó a gemir como una loca, hasta llegué a pensar que le estaba dando un ataque al corazón, pero como seguía moviéndose y restregando su coño contra mi cara, yo también seguí mamándoselo hasta que ella soltó mi cabeza y agotado se quedó completamente recostada, conmigo a su lado. Cristina se vino a convertir para mí, en toda una maestra. Durante varios años viví en su casa, aún después de salir de la universidad y comenzar a subir de puestos dentro de la empresa. Al tiempo me enteré que el hombre que la visitaba y del cual yo había comenzado a sentirme celoso, era su único hijo.
Autor: Narrador
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De joven (y ahora también) me gustaron mucho las maduras y muy maduras. Son muy calientes, voluptuosas y te dan el culo para que las satisfagas por tan divino hoyito. Y cuando le comes bien el coño se vuelven locas y disfrutas de su rico nectar «como un torrente». Este tipo de mujeres son una gloria.