El verano, para un chico como yo, es la mejor época. En invierno todo es más difícil, más oculto, inaccesible. Pero en verano y en un camping, mis ojos no daban abasto, mi mente no dejaba de imaginar, y claro, mi polla siempre por todo lo alto. Y aquel caldo de cultivo me proporcionó una de las mejores experiencias de mi vida.
Todo empezó como empiezan estas cosas siempre: por casualidad. Un día, mientras me hacía una paja tranquilamente dentro de la caravana, oí a mi madre, que venía con unas amigas de tomar el sol en la playa a tomar una cervecita en nuestra parcela. Venían muy revolucionadas y, entre risas, se contaban intimidades, explicándose con poses y gestos que me pusieron cachondo perdido. Yo las miraba por la rejilla de una ventana de la caravana y me la pelaba despacito, saboreando el momento.
En un momento dado, mientras explicaba algo que no pude oír, mi madre se sacó las tetas del bikini y se las masajeó ante el jolgorio de las amigas, que se palmeaban las piernas de risa. Yo me puse como una moto y me corrí mirándole las tetas. Desde entonces, procuraba esperar a mamá y sus amigas para pajearme como un loco. No siempre se sacaban las tetas, claro, pero allí estaban, semidesnudas, hermosas y desinhibidas ante un chico aburrido en su pubertad, incapaz de meterse la polla en el pantalón.
Otro día, me la pelaba mirando el culo de Marta, una de las amigas, que se puso de espaldas a mi ventana. Mi madre estaba frente a ella con las piernas muy abiertas, por lo que podía adivinar el coño debajo del bikini verde claro. Yo alternaba mi deseo entre una y otra mujer hasta que Marta se echó hacia atrás para apoyarse en la caravana y me tapó la vista completamente. Estando tan cerca, sólo el grosor de la pared separaba la espalda de Marta de mi polla empalmada y a ella le dediqué toda mi atención. Cuando se apartó, mi madre ya no estaba en su hamaca y me fastidió no poder acabarme la paja mirando la rajita de su coño y me quejé en voz alta:
- ¿Dónde estás, mami? Sal, que te vea el coñito… ¿Dónde estás, joder? – dije, mientras escudriñaba la parcela desde detrás de la mosquitera y sin dejar de masturbarme, con el bañador en los tobillos.
- ¡Pues aquí mismo, cariño! ¿Necesitas ayuda?
La repentina voz de mamá detrás de mí, me dio un vuelco al corazón. Intenté subirme el bañador y taparme al mismo tiempo, torpemente y de manera absurda, porque era imposible disimular lo que había visto mi madre, quién sabe desde hacía cuánto tiempo.
- ¡Tranquilo, hombre! ¡No pasa nada! – dijo, con una sonrisa divertida en la cara. Y ante mis intentos por taparme, se acercó a mi, me sacó las manos del bañador, que me era imposible subir, enrollado en los tobillos, y me sentó a su lado en la cama, cerca de la ventana.
- Mamá…yo…es que… – balbuceé, rojo de vergüenza pero con la polla aún dura.
- Tranquilo, cariño. ¿Estás bien? ¡Te has llevado un susto de muerte! – se rió mamá.
- Sí, sí, estoy bien… Es sólo que…
- ¿Te da vergüenza? ¡Hombre, normal! ¡Te acabo de pillar haciéndote una paja mientras me espiabas! –y volvió a reír- ¡Venga, vístete, cochinote, ya hablaremos después! – y se fue a sentarse como si nada con sus amigas. Me subí el bañador como pude y salí a lavarme y despejarme.
Todo esto pasó en realidad y nada más que eso. Pero existen realidades alternativas, donde pequeños cambios en nuestras decisiones o en nuestros actos han creado nuevos mundos con nuevas historias. Y en uno de esos mundos, mi madre se volvió antes de salir, para comprobar que me vestía.
Yo agaché la cabeza e intenté esconderme la polla, sin conseguirlo. Mi madre, chasqueando la lengua, volvió, me apartó las manos, me sentó en la cama y se arrodilló delante de mí para quitarme el bañador por los pies, que era lo que debería haber hecho yo si no hubiera estado tan avergonzado. Así que, allí estaba, con la polla tiesa y con mi madre arrodillada delante de mí. De repente, mi vergüenza desapareció y me volví a excitar, así que no hice nada más por taparme, mostrándome a ella, retador. Mamá, que se dio cuenta, se sentó a mi lado y me tendió el bañador; me miró y, cuando creí que me iba a dar la charla, me besó en la mejilla, me volvió a mirar con su mejor sonrisa y me cogió la polla. Yo di un respingo. La verdad es que era lo último que esperaba y me puse un poco tenso.
- ¡Sshhhh! – me dijo, apoyando el índice en los labios y acariciándome lentamente. De momento, me puse muy nervioso. Pero las caricias surtían efecto y me relajé, al ritmo lento con el que mamá me masturbaba. Nos miramos, arrobados por el calor de la excitación, y esta vez la besé yo con cariño. Los dos mirábamos ahora como su mano cubría y descubría mi glande, haciendo subir y bajar la piel del prepucio. Abrí las piernas un poco y me recosté, apoyándome con los codos en la cama. Mi madre siguió pajeándome con la izquierda y me cogió los huevos con la derecha, apretándolos suavemente. Me moría de gusto y se lo dije. Ella pareció excitarse, porque aumentó el ritmo de la paja y el de su respiración. Alargué la mano y le acaricié las nalgas por encima del bañador. Mamá me miró, excitada, pero se repuso, seguramente un poco incómoda por mi caricia y me puso de pie.
- Venga, vamos a acabar ésto -y me colocó frente a ella para pajearme rápido, con la intención de que me corriera en seguida. Yo abrí las piernas y coloqué los brazos en jarras, adelantando la cintura. Mamá me la sacudía rápidamente mientras acariciaba mis piernas, los huevos, mi vientre… Me giré y vi por la ventana a las amigas de mamá todavía sentadas, charlando tranquilamente, mientras ella me hacía una paja salvaje a menos de dos metros. Y, de repente, la voz de mi padre por encima de todas:
- ¡Mari!¡Ya estamos aquí! –venía con el resto de maridos y novios, con los que esa tarde había ido a jugar a la petanca o a nadar.
Mamá, evidentemente, se asustó al oír la voz de mi padre y soltó mi polla, intentando levantarse; yo, aunque asustado, estaba a punto de correrme y no quería que mi madre dejara de pajearme, así que di un paso adelante y se tuvo que sentar otra vez. Otro pasito y mi verga se acercó a su cara. Ella me esquivó instintivamente y chocó en su mejilla, pero adivinando mi intención, se rehízo para buscarme la polla con la lengua, haciendo que la rozara por su cara hasta que se la consiguió meter en la boca. Así, mientras veía a mi padre con sus amigos, su mujer, mi madre, me la mamaba con fuerza, ensalivando mi polla con su lengua, abrazándola con los labios. La cogí de la nuca y le follé la boca hasta que me corrí. Mamá tragaba leche sin dejar de chupármela, cogida a mi cintura para frenar mis embestidas. Cuando acabamos, mamá me pasó una toallita para mí, cogió un par para ella y se limpió los restos de semen de la cara y el cuello. Se atusó el pelo, me giñó el ojo y se dirigió a la puerta avisando a mi padre que ya salía. Antes de salir de la caravana, me miró, se bajó el bañador y me enseñó el culo. Con un guiño me hizo entender que, para la próxima, ya tenía plaza reservada para mi polla. Cuando salió no pude evitar tocarme un poco, mirándola y recordando lo que acababa de pasar. Me acosté en la cama y me dormí, pensando en esa promesa de una próxima vez con el culo de mamá.