Esto que voy a narrar me ocurrió hace ya algunos años y venciendo el inicial reparo que me produce exponerlo, espero que mi redacción sea clara, concisa y reveladora de los confusos y maravillosos instantes por los que pasé en un momento determinado de mi vida y que ahora comparto con todos vosotros y vosotras amables lectores y lectoras de Marqueze.
En el momento de los hechos, yo tendría unos treinta cinco años, me encontraba recién separado de mi mujer, y aunque lo había pasado bastante mal, me encontraba en vías de recuperación de una profunda crisis personal. No habíamos tenido hijos en el matrimonio y cada uno de nosotros llevaba la vida por su lado. No habíamos quedado mal sino al contrario, nos llevábamos muy bien cuando nos veíamos que era muy de tarde en tarde y de forma siempre circunstancial. El noviazgo había durado catorce años y nuestra vida de casados seis. Habían sido veinte años juntos y como os podéis imaginar cuando yo empecé a salir con la que luego sería mi mujer, era casi un chiquillo por lo que la relación con mis suegros fue muy estrecha. Ellos me llegaron a querer como un hijo y yo a ellos como si fuesen mis segundos padres.
Mi suegro era bastante mayor que mi suegra, era muy simpático, buena persona aunque en los últimos tiempos, empezaban a depertársele, pensaba yo que por causa de la edad, algunas manías y rarezas. Mi suegra era una mujer joven y muy guapa. Era más alta y llamativa que su hija, esto lo aprecio ahora que lo veo con la perspectiva del tiempo pasado. Al principio sólo tenía ojos para su hija, cosas del enamoramiento y eso. Era una mujer simpática y muy cariñosa. Mis suegros tenían dos hijas, la que luego sería mi mujer que era la mayor y su hermana menor. A mi me acogieron de manera fantástica, como si fuese el hijo que no llegaron a tener. A partir de nuestra separación aunque yo quedé muy bien con ellos, la ruptura había venido por la inconstancia en la relación de la que había sido mi esposa, intenté irme separando de ellos para, desprendiéndome de cosas pasadas, dar una nueva orientación a mi vida. Pasado casi un año desde nuestra ruptura, mi ex mujer me llamó al móvil para decirme que su padre estaba ingresado muy enfermo y que se esperaban lo peor. Me invadió un gran pesar y me animé a acercarme al hospital para hacerle una sentida visita. Cuando lo vi me dio mucha pena pues lo encontré muy demacrado y decaído. Se alegró al verme y charlamos durante un periodo corto de tiempo pues al conversar, se fatigaba mucho. Antes de entrar ya había sido avisado de tal contingencia. Cuando me fui tuve la sensación de que no lo vería más con vida, como así fue.
A la tarde del día siguiente, mi mujer me llamó a casa y llorando me dijo que su padre se moría. La tranquilicé como pude y rápidamente cogí el coche y me dirigí al hospital. Cuando subí a planta, el enfermo acababa de expirar. El espectáculo era desolador, mi ex mujer y mi suegra lloraban desconsoladas. Como pude las saqué de la habitación para que prepararan el cuerpo de mi ex suegro y lo bajasen al depósito. La familia de mis suegros eran de fuera, de otra provincia y su hija menor se encontraba estudiando allí, en casa de sus tías paternas. Para ocultar la proximidad de la muerte, tanto mi ex suegra como su hija no habían querido que los familiares visitaran al enfermo, y que éste no percibiera la gravedad de su situación. Ellas deseaban que el enfermo viviera sus últimos instantes de vida con calma y tranquilidad.
Mientras los médicos dictaminaron la causa de la muerte y redactaron el informe de defunción, la noche se echó encima. Se avisó a la familia y se les comunicó la muerte de su pariente y que el cadáver iba a ser trasladado por expreso deseo del fallecido, hasta su ciudad de origen y que allí se celebraría la misa y el entierro. Se les rogó que evitaran el desplazamiento y que esperaran el cortejo fúnebre allí. Tanto mi ex suegra como su hija estaban muy abatidas debido al fallecimiento acaecido y a los largos y duros días de estancia que como acompañantes habían pasado en el hospital.
Cuando se llevaron el cuerpo del fallecido de la habitación, nos bajamos hasta el depósito del hospital situado en el sótano del mismo. Al llegar a tan desagradable lugar, ya nos estaba esperando el representante de la casa de seguros de defunción a la que estaba suscrito el que había sido mi ex suegro. Yo me pregunté, ¿Cómo se enterarán tan rápido de las muertes estas personas?, ¿habrá alguien que les avise?. No sin dificultades, menos mal que yo estaba allí, pues, como es natural, a la esposa y la hija del fallecido lo que menos le apetecía hacer es discutir esos pormenores en tan delicados momentos; nos pusimos de acuerdo sobre las particularidades del traslado, el entierro y la misa e inmediatamente se marchó para volver a primera hora de la mañana. El cadáver aún no lo habían bajado a la sala mortuoria que nos habían adjudicado, le pregunté al señor de la funeraria por el tiempo que solían emplear en este menester y me dijo que podía pasar bastante tiempo antes de bajarlo. El lugar era impersonal, desangelado, con una tenue luz blanca de neón, un zócalo alicatado de azulejos blancos, un desvencijado sofá, unos fríos bancos de madera y un triste reclinatorio acompañado de dos horribles soportes de metal, que supuse, servirían para apoyar la caja con el cadáver. El olor a desinfectante era casi insoportable. Estábamos los tres solos y les sugerí que se fuesen a casa y descansaran un rato tranquilamente, pues yo me quedaría allí velando el cadáver cuando lo bajasen. Mi ex mujer dijo que si no me importaba, iría a su casa a darse un baño y que luego volvería. Mi ex suegra dijo que como la noche anterior no se había quedado ella con su marido, sino su hija, se encontraba descansada y que le apetecía quedarse allí acompañando el cadáver. Yo decidí quedarme con ella, por hacerle compañía y para que no se quedase sola en tan lúgubre lugar. Mientras, su hija se dispuso a marchar hasta su coche para volver a casa. Acompañé a mi ex hasta los aparcamientos pues se había hecho de noche y éstos quedaban muy apartados y oscuros. En cuanto se fue, volví a la morgue dándome un tranquilo paseo y fumándome un cigarrillo, mientras con nostalgia rememoraba vivencias pasadas con el ahora difunto. Al entrar a la sala, el cadáver se encontraba en una caja situada encima de los soportes. Mi suegra, era verano, y ese día llevaba un vestido oscuro de un tejido fino y las piernas descubiertas. Tenía un hermoso culo redondo y muy bien puesto. Sus muslos armonizaban con su trasero, eran hermosos, tersos y de una piel finísima. En la parte de arriba llevaba una fina rebeca que la aislaba del frescor de la noche y del aire acondicionado con el que se refrescaba la inhóspita sala. Mientras el cadáver no estuvo, ella permaneció sentada en un sofá de dos plazas que había al entrar a la derecha de la triste sala. Cuando trajeron el cadáver, supongo que se levantaría del sofá y se arrodilló en el reclinatorio que quedaba justo al lado derecho del cadáver.
La imagen que encontré al entrar a la sala fue la de mi suegra de espaldas a la puerta de entrada a la sala, arrodillada en el reclinatorio y con los codos apoyados sobre el reposa brazos en actitud de recogimiento. El cadáver de mi ex suegro ya estaba allí, pero lo que más poderosamente llamó mi atención fue que el fino vestido de verano que vestía mi ex suegra, supongo que debido al tiempo que había permanecido sentada en el sofá de la sala, descuidadamente se había introducido entre los cachetes de su voluptuoso culo y allí permanecía lujuriosamente recogido. El lascivo panorama que ofrecía la unión de esos portentosos muslos descubiertos, hicieron que algo en mi reviviese de golpe. Yo no se si sería debido a la época de abstinencia sexual por la que estaba pasando o a lo inesperado de la situación; el caso es que me sentí enervado y actué de forma irracional y empujado por un instinto primitivo que resultó mucho más poderoso que mi decaída voluntad.
Me acerqué por detrás y arrodillándome tras ella, pegué mi excitado cuerpo al suyo disfrutando de sus sensuales redondeces y de su finísimo aroma. Ella al sentir el contacto, sufrió un gran sobresalto pero yo abrazándola con fuerza la tranquilicé al momento. Poco a poco fue distendiendo su cuerpo e hizo ademán de girarse hacia atrás para ver el rostro de su inesperado acompañante, pero yo pegando mi rostro al suyo por detrás impedí su maniobra. Al oído y en un susurro le dije que no tuviese miedo que no le iba a hacer daño que me dejase hacer. Ella obedeció sin oponer resistencia, mi pene erecto a través del pantalón se apoyaba en su trasero descubierto. Aprovechando que el pelo lo tenía recogido, le besé dulcemente el cuello y la nuca y pegué mi cuerpo al suyo cubriéndola totalmente por detrás. Aunque al principio tuve que soportar su débil resistencia, finalmente desistió en su empeño y sin fuerzas relajó su maravilloso culo sacándolo un poco hacia atrás y ofreciéndose gustosa al excitante roce. Mi dos manos acariciaron la formidable simetría de sus redondeadas nalgas. Entrando entre el elástico y la piel por el lateral, la braga era de las de tiro alto lo que facilitó la operación, una de mis manos llegó sigilosamente a acariciar su velludo y rizado monte de Venus. Ella, mientras yo disfrutaba del excitante contacto de su piel, comenzó a ejercer una leve presión con su maravilloso trasero sobre mi excitado miembro. Mientras, con la mano izquierda, y rodeándole su cuerpo desde atrás llegaba hasta su abultada vulva, con la mano derecha y por dentro del vestido le acariciaba la parte alta de su pecho y palpaba sobre el suave raso de su sujetador la estimulante rigidez de sus maravillosos pezones. Con el dedo corazón de la mano izquierda le abrí los húmedos labios de su sexo mientras recorría lentamente su sensual hendidura de abajo a arriba. Al final del enervante trayecto me encontré con su excitado capuchoncito en forma de dedal. Ella se dejaba dócilmente acariciar y disfrutaba de mi contacto con un placer contenido. Pequeños gemidos acompañaban todos mis placenteros manoseos. Decidí, que si podía y aunque fuese momentáneamente, iba con mis caricias a llevarla al cielo e intentar así, aliviar sus tensiones y la amargura de los últimos días. Arrodillado tras ella y con mis rodillas entre las suyas, me dispuse a provocarle el lujurioso éxtasis del placer erótico. Estaba totalmente concentrado en esta tarea, cuando ella separando su culo de mi pubis, y utilizando su mano derecha por detrás, me acarició el abultado paquete. Me fascinó que, en un lugar tan tétrico como ése y con el panorama de muerte y desolación que nos rodeaba, el sexo como elemento básico de la vida germinara en nosotros de una forma tan abierta y decidida. Poco a poco fui sintiendo con admiración, como ella se iba animando y participaba también de la voluptuosidad del contacto de nuestros cuerpos. Con su sensual trasero masajeaba mi paquete con una destreza tan inesperada que me produjo un agradable asombro. Y más asombro aún fue sentir como en un determinado momento, con gran determinación y con ambas manos, intentó soltarme la correa y abrirme el pantalón para disfrutar así de la desnudez de mi sexo. Aunque seguía acariciándola, percibí que mis suaves contactos no iban a ser suficientes para llevarla al frenesí, una gran energía se había desatado y se hizo necesario actuar con determinación. Abandoné los anteriores roces y precipitadamente, solté la correa, abrí la bragueta y me bajé hasta las rodillas el pantalón y los calzoncillos. La puerta que daba acceso a la Morgue estaba cerrada, recordaba haberla cerrado yo mismo, y tanto al abrirla como al cerrarla, al estar descolgada hacía un ruido enorme. Para mi confianza, contaba primero con ese aviso y también con el hecho de que, desde la entrada al pabellón, hasta la cámara en la que nos encontrábamos, a paso normal se podía tardar en llegar unos veinte segundos, un tiempo ajustado pero suficiente para recomponer nuestra situación en el improbable caso de alguna visita inesperada. En la posición de arrodillados uno tras el otro, cogí mi endurecido pene y se lo introduje por detrás entre el elástico y sus bragas, quedando éste lujuriosamente cruzado y adosado al mullido tacto de sus lascivas nalgas. Ella permaneció unos instantes sintiendo sobre su fina piel los rítmicos latidos de mi instrumento en el exterior de su trasero y disfrutando a la vez de su calor y de la excitante rigidez de la que hacía gala tan fenómena herramienta. Me la masajeó magistralmente con los movimientos lúbricos que efectuaba con sus firmes nalgas, y apartando sus bragas por delante, con sus manos, colocó la rosada cabeza viril en la antesala de su rendija. Con el glande ajustadamente coronado, la rodeé con el brazo izquierdo por la cintura y a la par que le introducía el primer tercio de mi aparato la empujé hacia arriba de manera que unidos nos pusimos en pie. Ahora ella apoyada con las manos en el reclinatorio y con el cuerpo inerte de su marido ante sus ojos, recibía las penetraciones que desde atrás yo le iba realizando mediante empujones profundos de mi pelvis. Los pantalones se me habían bajado hasta los tobillos y en el infinito silencio de la sala sólo se escuchaba el sonoro chapoteo de mi verga en la humedad de su vagina y el rítmico sonido sordo del choque de mi pelvis con el trasero de aquella a la que estaba poseyendo con vehemencia. En esos momentos yo la agarraba firmemente de la cintura y acompañaba con la fuerza de mis brazos los embates de nuestros cuerpos, consiguiendo un extra de firmeza en nuestras decididas acometidas. Ella respetuosamente con lo que era el cuerpo de su marido presente, ahogaba sus exclamaciones de placer mordiéndose obscenamente los labios, pero con su cuerpo arqueado se dejaba ir hacia atrás acompañando mis movimientos de penetración, haciendo éstos aún más profundos y violentos. En un determinado momento las sensaciones de placer fueron tan intensas que perdiendo la compostura hasta entonces observada, se puso a dar unos gemidos contenidos, tan fuertes que más parecían desatinos de demente, que exclamaciones propias de la situación. Además empezó a decir obscenidades tales (que por supuesto por respeto al difunto no voy a transcribir), que provocó un estallido tal en mi cuerpo que tras dos o tres penetraciones sin medida, me sentí derramar dentro de ella con una violencia como no recordaba desde hacía años. Los espasmos que recorrieron mi cuerpo fueron desorbitados y ella al sentir en su interior mi poderosa descarga, se abandonó a sus sensaciones acompañándome en una vertiginosa caída al más increíble abismo de placer conjunto. Nos quedamos abrazados en esa postura durante unos momentos hasta que recuperando el aliento, ella con mucha delicadeza, sacó mi miembro de su interior y colocándose su ladeada prenda interior de forma adecuada, recompuso su atuendo. Yo lentamente fui recuperando mis pulsaciones y arreglé mi vestuario, me dirigí hasta la puerta de entrada a la sala y salí tranquilamente del mortuorio para, dejando a mi ex suegra a solas con el difunto, disfrutar del agradable frescor de la noche. Bastante más tarde se presentó mi ex mujer y entró a acompañar a su madre en tan triste situación.
Acompañé a las dos en el cortejo que el día después llevó el cuerpo de mi ex suegro hasta su ciudad de nacimiento y asistí a la Misa y al entierro de lo que había sido una buena persona. Durante aquel día, crucé la mirada con mi ex suegra en un par de ocasiones, y distante, pero con una cierta complicidad en su mirada, me pareció que aprobaba lo que sorprendentemente había sucedido entre nosotros la noche pasada. Pasados unos días, fui a hacerle una visita y en la conversación que mantuvimos, hablamos sobre este asunto y sin pretenderlo acabamos nuevamente enganchados. A partir de ese día nuestra relación había cambiado, floreció una maravillosa e intima relación entre ambos, que aún mantenemos y que, al menos para mí, resulta muy gratificante. Una relación secreta y oculta para todos y especialmente para la que fue mi ex esposa y es su hija.