Soy un hombre de 28 años, delgado y atractivo que un día decidió realizar un viaje al desierto del Sahara con un grupo organizado de amigos. En total éramos cuatro hombres y tres mujeres. Los hombres eran todos de aspecto normal, poco atractivos, salvo yo. De las tres mujeres, dos eran bastante atractivas y la tercera de aspecto algo más vulgar.
Al llegar a nuestro campamento base, el encargado de la agencia de aventuras nos presentó a nuestro guía. Un joven de unos 20 años de aspecto sucio y desgarbado, pero con un cierto atractivo.
A partir de ahí nos adentraríamos solos con el guía en el desierto, montados en camello durante tres días hasta llegar a un oasis frecuentado por beduinos. La aventura prometía ser muy interesante.
Al cabo de los tres días llegamos al oasis prometido. El lugar era muy hermoso. Aproximadamente seis hectáreas de terreno frondoso, con hermosas palmeras datileras y un estanque de agua pura y cristalina. Pasamos dos días en el oasis de auténtico relax. De día nos bañábamos (a veces desnudos) en el estanque. Bebíamos agua fresca, jugábamos a las cartas, tomábamos alguna copa de brandy, etc.
Sin embargo la noche del tercer día algo inesperado nos ocurrió. Estábamos durmiendo en nuestras tiendas cuando oímos un ruido en el exterior. Juan y Pedro salieron a mirar y al cabo de unos instantes se oyeron unos gritos y un disparo.
Todos salimos corriendo de nuestras tiendas y al instante nos vimos rodeados de un grupo de al menos cincuenta beduinos armados hasta los dientes. Las mujeres comenzaron a llorar. Frente a nosotros Juan y el guía yacían muertos de un disparo. Pedro estaba arrodillado ante un beduino que le apuntaba con un arma automática. El resto nos agrupamos buscando una imaginaria protección.
El que parecía jefe del grupo se dirigió a nosotros gritándonos y señalándonos. Algunos de los hombres separaron a Alfredo y Marisa (la mujer menos atractiva del grupo y se los llevaron. Oímos disparos y comenzamos los tres que quedábamos a llorar (Mónica, Valeria y yo, por cierto me llamo Pablo). Curiosamente, y no por casualidad como íbamos a descubrir en breve, sólo quedamos las tres personas atractivas del grupo.
Acto seguido comenzó nuestra pesadilla. Unos beduinos nos sujetaron y nos arrancaron las ropas, quedando desnudos ante nuestros captores. Los tres tratamos de taparnos nuestras partes más íntimas. Sin embargo, nos sujetaron por detrás para que no lo lográramos. El que parecía el jefe nos observó detenidamente, se acercó a nosotros y empezó a sobar los pechos de las mujeres. Yo estaba horrorizado. Inmediatamente se situó frente a mí y me metió sus dedos sucios en la boca, pasándolos por mis labios y mirándome los dientes. En ese momento no sabía por qué le interesaba tanto mi boca. Poco después lo descubriría. Después con su mano rugosa y mugrienta comenzó a tocarme la polla. Lo hacía como si la calibrara. Me sobó un rato supongo que con la intención de lograr una erección, pero el miedo me impidió exponer mi aparato.
Después nos cubrieron con unas mantas y nos llevaron hasta una tienda grande. La tienda estaba decorada con orfebrería y telas de gran belleza. Allí había seis mujeres más. Algunas muy hermosas. Todas vestían finas ropas y muy sugerentes. Yo no entendía por qué me habían dejado con vida y que pretendían de nosotros.
– ¿qué creéis que nos harán? – Preguntó Valeria.
– No tengo ni idea, pero si no nos han matado como al resto es porque algo tienen previsto.
– Querrán pedir un rescate.
– ¿Y por qué sólo han matado a los demás? – No lo sé.
Las mujeres nos miraban y sonreían. Enseguida aparecieron unos hombres desarmados que nos desnudaron y nos bañaron. A estas alturas los tres nos habíamos acostumbrado a nuestra desnudez. Y ya algo relajado ante la presencia de Mónica y Valeria y antes las caricias de aquellos criados, mi polla empezó a despertar. Las mujeres de la tienda nos miraban y ahora me señalaban y se re&iacut
e;an de mi erección. Yo me avergoncé.
Después nos vistieron con ropas similares a las de las mujeres, incluido a mí. Me empezaba a sentir incómodo, en una tienda rodeado de mujeres semi desnudas y vestido como una de ellas, siendo yo el único hombre y aquello empezaba a asustarme y a excitarme.
Entonces entraron dos guardias armados. De malas maneras nos hicieron levantarnos a los tres y ponernos en fila. Entró el que creíamos jefe del grupo escoltando a un hombre de aspecto árabe vestido con ropajes elegantes. Era un hombre alto y fuerte, mediría 1,90 y pesaría cerca de 90 kilos. Musculoso, pelo largo y muy atractivo. Su pelo era oscuro, pero sus ojos claros, y llevaba una barba corta y muy cuidada que le daba un aspecto a lo Sandokán.
El hombre se sentó frente a nosotros y comenzó a observarnos. Primero miró a las mujeres. Ordenó que las desnudaran y después de mirarlas pidió que le acercaran a Valeria. Valeria era sin duda la más atractiva de las dos. Medía 1,75, delgada, pelirroja de larga melena rizada, ojos verdes, labios gruesos y pechos voluptuosos. Lucía un coñito pelirrojo sin depilar, con una mata algo asalvajada. El beduino sin ninguna contemplación le introdujo dos dedos en el coño, y Valeria respondió con una bofetada sonora que casi lo derriba. El pretoriano (decidí llamar así en mis pensamientos al que creímos jefe inicialmente) le dio un puñetazo que la derribó inmediatamente, y cuando iba a atravesarla con su espada fue detenido por una orden del jefe. Se levantó de su taburete sonriendo y se sacó la polla, una polla morena increíble de unos 20 cms. y gruesa como mi muñeca y se meó en Valeria, mientras se reía. Al parecer le gustó la osadía de Valeria y ordenó llevarla con las demás mujeres.
Entonces comprendí de golpe nuestra situación. ¡Estábamos en el harén del beduino y el hijoputa nos estaba haciendo un casting! Mil pensamientos se amontonaron en mi mente. Primero pensé en la polla del beduino y me asusté. Casi me orino encima. Después pensé que igual me quería para su mujer, pero esa idea no prosperó en mi mente. Había oído hablar de que la bisexualidad estaba extendida entre los árabes y comprendí que sólo tenía dos salidas: la muerte o el harén. Yo jamás había estado con un hombre. Me consideraba heterosexual. De hecho me sentía atraído por Valeria y la escena que acababa de presenciar me había excitado.
La imagen de Valeria desnuda y ultrajada y la imagen de esa verga enorme habían producido en mí un estado de ánimo confuso: terror y excitación. El hombre ordenó que se llevaran a Mónica. Al parecer había elegido a Valeria y según supe después entregó a Mónica al pretoriano. Entonces llegó mi turno.
Allí estaba yo, vestido con unas telas de seda y una especie de braguita que apenas podía contener mi erección. De rodillas ante cinco beduinos, tres huríes (o como coño las llamen) y Valeria. El pretoriano se puso de pie ante mí, y con un gesto me arrancó la ropa dejándome desnudo ante mis captores. Con su espada me obligó a darme la vuelta y a ponerme a cuatro patas, para que su líder pudiera ver mi culo. Debo decir a estas alturas que yo medía 1,74 m y pesaba 68 kilos. Tengo el pelo corto, castaño oscuro y los ojos verdes, y tengo muy poco pelo en el cuerpo. Encima mi culo era suave y ligeramente respingón, así que en esos momentos no hubiera apostado un céntimo por la integridad de mi culo. El pretoriano apretó mis nalgas con sus manos. Habló con su líder al parecer de mis cualidades. Yo después de ver lo que le hicieron a mis amigos y a Valeria me mostré todo lo sumiso que pude.
Me obligaron a ponerme de nuevo de rodillas. Entonces el pretoriano tomó mi polla con sus manos rugosas y la pajeó rudamente, logrando ahora sí una gran erección. Todos los beduinos rieron ruidosamente. Yo pensé que igual el jefe quería que yo le diera a él, iluso de mí.
Entonces el pretoriano se sacó su polla. No era tan grande como la de su jefe, pero desde luego era muy respetable y por supuesto mayor que la mía. Sacó también su cuchillo y se señaló la polla, luego me señaló, hizo un gesto claro de lo que me haría con su daga si no me portaba bien y después de este breve ritual me
plantó la polla frente a la boca. Yo miré a Valeria y vi que no me quitaba ojo de encima. Tenía un dilema, no quería pasar por un cobarde ante ella, pero estaba aterrorizado. Un pollazo en la cara me sacó de mis cavilaciones. El pretoriano me puso la daga en el cuello y se señaló la polla. Aquel gestó acabó con cualquier resto de hombría que me pudiera quedar a esas alturas.
Con mis manos tomé su verga. Estaba como una piedra. Dura, caliente y húmeda. Olía a sudor y a meado. Sentí náuseas, pero acerqué mi boca a esa tranca y la chupé con timidez. Nuevamente risas. Valeria me miraba con ojos como platos. Pero yo no estaba en ese momento como para impresionar a las tías. El pretoriano no acostumbrado a sutilezas me agarró del pelo y comenzó a follarme por la boca. Casi me ahogaba. Al poco tiempo sacó la verga de la boca y terminó de masturbarse corriéndose en mi cara. Luego me metió la polla en la boca y me obligó a chuparla hasta dejarla limpia. El jefe se relamió al verme. Supe en ese momento que había aprobado el examen y que en los próximos meses o años formaría parte del harén de un beduino como si fuera una mujer más del grupo.
El líder se sacó la polla y el pretoriano me levantó y me llevó hasta él. Me hizo arrodillarme ante él y señaló su polla. Yo ya sabía lo que esperaban de mí y como una putita obediente le empecé a mamar la polla. Él me interrumpió y me besó en la boca. Su barba me raspaba y su enorme y húmeda lengua recorría mi boca. Su saliva casi me ahogaba. Aquel hombre sabía a tabaco y sobre todo a macho. Me sorprendí a mí mismo respondiendo a su beso. Aquello me estaba gustando. Me encantaba besar a ese hombre. Una atracción animal me hacía desear ser poseído por él. Por primera vez en las últimas seis horas empezaba a disfrutar. Nada me importaba que los demás beduinos, las otras huríes y sobre todo Valeria me estuvieran mirando. Desde ese instante me sentí una hembra y deseé dar placer a ese pedazo de macho. Estuvimos besándonos durante varios minutos.
Entonces él ordenó a sus beduinos retirarse porque al parecer quería estar a solas con su harén. Dejaron a Valeria atada a una columna, pero a mí no me ataron. Al parecer mi amo decidió que yo iba a ser una mujercita sumisa y no lo consideró oportuno.
– ¿Eres gay? – me preguntó Valeria, desde su cautiverio.
– Jamás había estado con un hombre, te lo juro. Ni siquiera lo había imaginado.
– He visto tu cara mientras le besabas y se la mamabas. Estabas disfrutando.
– Sólo lo hago por sobrevivir.
– No te creo.
Mi amo zanjó la discusión con un grito a Valeria y está se calló obediente. Después me volvió a besar y el mundo se paró de nuevo. Su olor, su sabor me tenían hipnotizado. Llegué a pensar que me habían drogado. Pero estaba muy cuerdo. Empecé a pensar que quizá no iba a ser todo tan terrible como había pensado. Mi amo sacó su polla y me ordenó mamarla. A diferencia de la del pretoriano, la verga de mi amo estaba limpia y perfumada, sabía a miel y olía a una mezcla de almizcle, perfume y sudor embriagadora. Estuve durante quince minutos mamándola. Entonces se corrió. Jamás había imaginado que nadie pudiera eyacular tanto semen. Estuvo cerca de medio minuto corriéndose. Cubrió mi rostro y mi cuerpo de semen. Después volví a mamársela hasta dejarla limpia. Apenas me cabía en la boca y con mis lamidas volvió a empalmarse.
Se tumbó bocarriba en el lecho. Me dio un bote de ungüento y se señaló la polla. Se la unté cariñosamente y guardé el frasco. Entonces me hizo sentarme sobre su vientre y apuntó con su polla a mis nalgas.
– ¿Vas a dejar que te folle? – Valeria no daba crédito a sus ojos – Sabes una cosa Valeria- le dije – creo que quiero hacerlo.
En los ojos de Valeria vi incredulidad y un rastro de deseo. Estaba excitada.
La polla de mi amo nos interrumpió de nuevo. Poco a poco me fui ensartando en su verga. Gracias a la crema mi ano fue dilatándose poco a poco. El moro fue muy tierno y cuidadoso. Me susurraba palabras dulces que yo no entendía e introdujo su verga dentro de mí despacio. Sentí algo de dolor, pero el placer era tan inmenso que mereció la pena. Al cabo
de unos segundos noté su pelvis en mis nalgas y sus testículos enormes y peludos acariciando mi raja. Se los mimé con mis manos mientras iniciaba una suave cabalgada sobre la polla de mi amo.
Al cabo de unos instantes noté como se tensaba y gemía de placer y luego noté un calor enorme que impregnaba mis entrañas. Se había corrido dentro de mí. Desde ese momento supe que sería la esclava de ese árabe hermoso mientras él lo quisiera. Me sentí femenina, protegida, deseada… amada. Él me abrazó y me dio un tierno beso en la boca. Después se levantó y una de las mujeres lavó su miembro y le vistió. Se retiró de la tienda dejándonos solas a sus mujeres.
Otra de las mujeres me lavó tiernamente y calmó mi erección con una mamada larga, tierna y profunda. Me corrí en su boca y ella chupó hasta dejarme limpio. Ya relajado, saciado y limpio me senté en mi lecho.
– ¿Te ha gustado? – Valeria preguntaba de nuevo.
– No sé que me ha pasado Valeria.
– Que eres homosexual. He visto tu cara mientras te follaba y se corría dentro de ti. Ahora eres una mujer.
– Creo que tienes razón. ¿Y tú que vas a hacer? No creo que debas resistirte. Mira lo que le hicieron a los otros. Y no sabemos que han hecho con Mónica. O la han matado o se la han entregado a los soldados. Al fin y al cabo si hay que elegir entre esos sucios hombres o su jefe, yo lo tengo claro. Además te confieso que nunca había experimentado tanto placer como con ese hombre.
– Quizá tengas razón, al fin y al cabo vinimos buscando aventura y ese hombre es el tío más atractivo y varonil que he visto en mi vida.
Así pues, Valeria cumplió su palabra y se entregó al igual que yo a Rashir (así supimos después que se llamaba). Estuvimos dos años con los beduinos. Supimos que Mónica fue vendida como esclava a otro grupo y nunca la volvimos a ver. Aprendimos a comportarnos como mujeres sumisas. Rashir hacía el amor con todas nosotras y nos obligaba a tener sexo en grupo. Así además de la verga de mi amo, disfruté del cuerpo de Valeria y las demás. Aunque confieso que nada me daba más placer como la polla de Rashir, y su lengua en mi boca. Una vez Rashir se enfadó con Valeria y por una semana la entregó a los soldados. Cuando volvió nunca más se rebeló ante el amo. A mi alguna vez me cedía a Mahmed (el pretoriano). Éste era mucho más rudo y sucio que Rashir, pero sólo se la mamaba, pues mi culo era del amo y de nadie más.
Al cabo de dos años, fuimos rescatados por un grupo del ejército libio que nos liberó. Si bien hicieron comentarios entre ellos acerca de nuestra situación con los beduinos (su capitán y el teniente disfrutaron de mi cuerpo y del de Valeria durante las dos noches que pasamos con ellos hasta que nos evacuaron en helicóptero. Pero nada de ello trascendió. Nuestro caso salió en todos los periódicos del mundo. Pero Valeria y yo hicimos un juramento y nunca contamos nada a nadie. Lógicamente nunca tuve posibilidades de llegar a algo con ella. Me había visto ser una mujercita tierna y sumisa tragando polla durante dos años y nunca volvería a verme como a un hombre. De hecho nuestra relación fue de dos buenas amigas desde entonces. En cualquier caso, esos dos años descubrí mi sexualidad femenina y estaba dispuesta a disfrutarla desde entonces. He tenido varios amantes y muy atractivos, y disfruto del sexo homosexual. Me gusta vestirme de mujer y entregarme a mi amante.
Pero, en las noches solitarias recuerdo con nostalgia a mi amo, a mi señor, a mi marido, a mi Rashir.
Autor: PABLO m1g (arroba) latinmail.com