Lucía y yo llevamos 1 años juntos. Desde hace 3 semanas vivimos juntos. Nuestra vida como pareja es bastante aceptable. No nos cerramos a casi nada y practicamos casi todas las modalidades se sexo consentido. Lucía tiene dos amigas con las que queda a menudo, Ana y Martina. Desde que vivimos juntos algunas tardes vienen a tomar café en casa las 3. Yo prefiero dejarlas solas, que estén a sus cosas, y me entretengo viendo algún video porno en el ordenador. Sé que hablan de todo, chicos, relaciones, experiencias… Lo sé porque Lucía me lo ha contado alguna vez. Lo que no sabía era el tipo de planes que urdían.
Ayer Lucía me dijo que si me ofrecía para un experimento que querían hacer las tres. Se llama cfnm. Es decir, ‘clothed female, naked male’. Cuando ellas llegaran hoy a tomar café, yo debía desnudarme y estar a su disposición para lo que deseasen. La idea, obviamente, me sedujo desde el primer instante. Martina es una chica feucha y poco agraciada, pero Ana tiene un cuerpazo de impresión y unas piernas descomunales. Lucía me explicó cuáles eran las condiciones: en primer lugar, las 3 se dirigirían a mí por mi apellido, Vázquez. Cuando ellas lo dispusiesen, me debería desnudar y estar todo el rato desnudo ante ellas. Debería hacer funciones de mayordomo o de criado, es decir, servirlas. A partir de ahí, ya se iría viendo cómo se desarrollaba la cosa. Otra condición: yo no podría tocarlas ni hablar sin que me preguntasen. Eran ellas y solo ellas quienes dispondrían de mí como les placiera.
La primera llegó a las cinco en punto, tal como habíamos quedado. Lucía, nada más que sonó el timbre, empezó a ejercer su papel.
—Vázquez, ves y abre a ver quién es.
Que se dirigiese a mí por mi apellido y no por mi nombre, Pablo, tuvo un efecto intimidador y en cierta medida excitante. Me recordó cuál era mi papel y lo que se esperaba de mí.
Quien había llamado era Ana, que lucía increíblemente hermosa y llevaba una de sus clásicas minifaidas que apenas pasaban de faja. Yo aún estaba vestido. Lucía me había dicho que ya dirían ellas cuando debía desnudarme.
—Hola, Vázquez.La hice pasar al cuarto de estar, donde la esperaba Lucía. Dijeron algo de que Martina se retrasaba, y yo me temí que a lo mejor todo este juego la hubiese acobardado. Martina era una chica muy tímida, y yo no la veía yo jugando a estos juegos como si nada. Sin embargo, 3 minutos después volvieron a llamar a la puerta.—Vázquez —repitió Lucía, y yo solícito me dirigí a abrir la puerta.Era Martina, que nada más entrar me saludó como había hecho Ana.—Hola, Vázquez.Las 3 pasaron al cuarto de estar. Lucía me dijo que me sentara en uno de los sofás y esperara. Al principio hablaban entre ellas de sus cosas, como si yo no estuviera allí. La cosa empezaba a decepcionarme. Quizá a última hora les hubiera entrado miedo y decidieran abandonar el experimento, como Lucía le había llamado. Sin embargo, de repente mi novia se levantó y me ordenó que me pusiera de pie.—Vázquez, levántate.Yo llevaba una camiseta de manga corta y un pantalón de chándal. Era lo que Lucía me había dicho que debía ponerme. Cuando estuve de pie, Lucía tomó la camiseta por su parte inferior y me la quitó sacándomela por la cabeza. Después la tiró a una esquina y se sentó. A continuación, Ana llegó hasta mí y me bajó los pantalones del chándal. Mi corazón empezó a latir a enorme velocidad. Me había quedado solo en calzoncillos, unos boxer ajustados que empezaban a marcar claramente mi miembro. Entonces se levantó Martina, que exhibía una sonrisa tímida y apocada, aunque actuaba con determinación, puso sus dedos alrededor de mi boxer y muy lentamente me los bajó. Mi polla, como si surgiera liberada de una larga condena, surgió viva y animada al exterior.Ya empezaba a excitarme de verdad. Si bien no tenía mi polla completamente erecta, sí que se me había puesto un tanto morcillona. Las 3, otra vez sentadas, me miraban con absoluto descaro, sobre todo Ana, que no parecía nada decepcionada con lo que veía.Lucía volvió a dirigirme a mí.—Vázquez, vete a la cocina y tráenos 3 cafés.Era mi papel como mayordomo. Me gustó reconocerme así: como un mayordomo desnudo. Fui a la cocina y preparé todo lo rápido que pude los 3 cafés. Los acompañé con azúcar y leche, para que cada cual lo tomara como le apeteciera.La polla había vuelto a su tamaño habitual. Les serví los 3 cafés y me quedé de pie, esperando nuevas órdenes. Ellas se sirvieron lentamente, Ana le guiñó el ojo a Lucía un par de veces. aunque Martina parecía tener cierto reparo en mirarme directamente a la polla. Me excitaba estar así, desnudo delante de esas 3 mujeres, como un mero objeto a su disposición, por eso mi polla fue ganando un poco de volumen. La situación me resultaba superexcitante, las 3 vestidas, hablando de sus cosas, y yo allí desnudo, con mi polla al aire. Entones fue Ana quien me dio la siguiente orden.
—Vázquez, date la vuelta.Me di la vuelta. Se ve que querían inspeccionar mi parte posterior, mi culito. Entonces una de las 3 se levantó y se puso detrás de mi. No veía quién era, pero sí noté su mano papando mis glúteos y uno de sus dedos buscando el orificio anal. Ufff, aquello sí que me excitó. Lentamente, uno de sus dedos fue entrando en mi ano. Entonces la reconocí por su voz:—Deberías trabajárselo más, Lucía. Vázquez tiene un ano muy receptivo. No me ha costado nada meterle el dedo.Era Ana. La buenorra de Ana me había metido un dedo en mi culo. ¡Joder! Sin embargo, lo sacó enseguida y se retiró. Entonces Lucía me ordenó que me volviera. Mi polla ya mostraba un grado significativo de erección.—¿Oíste a Ana, Vázquez? Se te ha puesto gorda solo de pensarlo.Yo asentí con la cabeza. De sobras sabía que me hubiera dejado hacer cualquier cosa por Ana, esa mujer tan hermosa. Yo practicaba sexo anal con Lucía regularmente, me encantaba meterle la polla sin demasiados preliminares y correrme dentro de sus intestinos, pero nunca nadie antes había violentado mi ano. Pensar en Ana metiéndome los dedos me excitó sobremanera.—Ven, Vázquez, siéntate aquí, entre nosotras.Ana volvió a darme una orden. Ella y Martina me habían hecho un hueco en el sofá entre ellas. Me senté con la polla bastante erecta y esperé. Sin embargo, no fue Ana la que empezó, sino Martina.
Sus caricias sobre mi polla, al principio, eran torpes, pero me excitó enormemente que aquella chica fea me tocase la polla. Primero me pasaba sus dedos por la piel, por los testículos, recorría el glande con sus yemas, suavemente, con timidez. Eso hizo que mi erección fuera ya completa. Se me puso dura como un pilón. Entonces Ana empezó a acariciarme los pezones, que se me habían puesto duros, a tocarme en el torso, y fue bajando la mano hasta llegar a mi huevos. La mano de Martina en mi polla cada vez iba ganando más decisión, más fuerza, e incluso se atrevió a agitármela lentamente. Ana, en cambio, me masajeaba los huevos con una delicadeza tal que pensé que apenas iba a poder aguantar la eyaculación.Lucía nos miraba sin intervenir, pero yo noté enseguida en su rostro que estaba completamente excitada. Su coño debía de estar chorreando. Solo me faltaba su boca succionando mi polla. Con eso me hubiera corrido en 3’4 milisegundos.