Me costaba controlar el orgasmo. Estaba súper excitado. Tenía casi media polla dentro y ella se estaba volviendo loca de placer. Desde su coño salía un torrente de fluidos que resbalaban lentamente por el interior de sus piernas. La mujer estiró su mano derecha hasta poder tocar con la punta de sus dedos mis huevos. Me estaba agradeciendo, como mejor sabía, mi esfuerzo.
Fui un estúpido, porque ya había ocurrido otras veces. Aunque la bronca que recibí en esta ocasión fue brutal. MI mujer descubrió en mi ordenador – le encantaba meterse en mis asuntos personales- uno de los relatos eróticos que preparaba. Ya lo he dicho, no era la primera vez. Pero el texto, en esta ocasión, trataba de una fantasiosa aventura sexual con mi suegra.
El relato lo escribí sin tomar como referencia a la madre de mi mujer. Porque Antonia, como así se llamaba mi suegra, no era de mi gusto. Era una historia en la que la protagonista se asemejaba mucho a Carmen, la madre de mi mejor amigo. Esa si que era una mujer de bandera: de unos 55 años, pero con un cuerpo interesante, bien cuidado y con unos pechos sugerentes.
Yo, a mis 38 años, seguía siendo un tipo al que le gustaban las mujeres maduras. Había sido así desde mi más tierna infancia. Mi mujer, María, lo sabía, y, tal vez por eso, montó en cólera cuando vio el texto. Ella, al igual que yo, sabía que la suegra que en él aparecía no tenía ninguna semejanza con su madre. Pero sólo el hecho de imaginar una fantasía sexual con una mujer mayor la encabritó.
Estuvo varios días sin hablarme. Y debió contárselo a sus padres, porque sus caras, cuando los volví a ver, transmitían un disgusto enorme. Aunque, a decir verdad, fueron educados y no sacaron el tema. Todo lo contrario que mi mujer, que durante varias semanas no dejó que le tocara ni el pelo de la cabeza. Pasó el tiempo, perdí el relato –mi mujer lo borró del ordenador- y llegaron las vacaciones. Soy de Valencia y, como en otros años, alquilamos un apartamento en El Perelló; un pueblo cercano a la capital con una playa muy agradable. No hay aglomeraciones y el tipo de turismo, muy familiar, era el que mejor se ajustaba, dado que tenemos dos hijos.
Siempre alquilábamos el mismo apartamento, en una pequeña urbanización, en primera línea de playa, con piscina para mayores, otra para niños y una pista de tenis. Era una vivienda de tres habitaciones con un comedor enorme. Como todos los años, mis suegros se venían con nosotros. Egoístamente, era la mejor manera de disfrutar del verano, ya que ellos se encargaban del cuidado de los niños y eso nos permitía, a mi mujer y a mí, disfrutar de un tiempo libre merecido después de meses de trabajo.
Voy a ir al grano. La aventura que justifica este relato comenzó el día en el que mi suegro, Vicente, mi mujer y mis hijos se fueron a Valencia para realizar unas compras y, de paso, llevar al cine a los niños. Yo había ido ese mismo día por la mañana a Játiva a ver a mi madre, pero decidí volver antes de hora al apartamento porque deseaba ver el partido del Trofeo Naranja entre el Valencia y el Real Madrid, que lo retransmitían por el canal autonómico.
Creí que no encontraría a nadie porque pensé que todos estarían en Valencia. Entré en la vivienda y, efectivamente, estaba vacía. Acudí a la habitación principal y me quité la ropa. Hacía un calor horrible. Desnudo, me dirigí a la cocina para tomar agua fresca. En ese momento escuché que la puerta del lavabo se abría. No tuve tiempo de reaccionar. Mi suegra, cubierta solo con una toalla, salía del baño y me encontró a mi desnudo, en un gesto ridículo intentando taparme los genitales, en el pasillo. Creo que para los dos fue una situación muy embarazosa. Pero, contra lo que creí, ella se comportó de manera muy educada.
– Lo siento Ernesto- dijo mi suegra mientras aceleraba el paso para ir a su habitación. – Más lo siento yo.
Yo también aceleré el paso, fui a la habitación y me puse un bañador y una camiseta. En pocos segundos me había adecentado y volví a acudir al comedor, donde esperé hasta que mi suegra volvió a aparecer; esta vez vestida con un pantalón tipo bermudas –que le quedaba horrible- y una blusa blanca.
– Oye, le dije, por favor, no le digas nada de esto a María. – No te preocupes, no voy a decir nada, porque a Vicente tampoco le haría gracia.
Aquella respuesta me tranquilizó. No quería ni imaginar qué hubiera ocurrido si mi mujer se entera de que mi suegra me había visto en pelotas después de haber leído aquella fantasía que yo deseaba mandar. Antonia, en ese momento, se sentó en una silla del balcón. Parecía no querer decir anda más.
– Te han dicho a qué hora llegarán, le pregunté por preguntar algo. – Si, María ha llamado y dice que ahora entraban en el cine. Yo creo que llegarán tarde porque Vicente quería llevarlos a todos a una pizzería antes de volver al apartamento.
Está claro que mi mujer no quería dejarme a solas con mi suegra. Pero, tal vez, ella pensó que yo iba a llegar de Alcira muy tarde, como ocurría otras veces, y que vería el partido allí en compañía de mis amigos de infancia.
– Bueno, le advertí a mi suegra, si no te molesta dentro de un rato podré la tele para ver el partido.
– No me molesta. ¿Oye?, preguntó, si quieres te preparo alguna cosa. – Más tarde, respondí, ahora estoy bien.
Pasaron unos minutos y la situación resultaba extraña. Yo nunca me había quedado a solas con mi suegra. Era una mujer bastante sensata, y con la que nunca había tenido los problemas que otros amigos me habían comentado con las suyas. A decir verdad, era una buena mujer y se desvivía siempre porque mis hijos estuvieran muy bien cuidados.
Fue en ese momento cuando me entró un impulso un tanto loco y me acerqué a la terraza para sentarme a su lado. Me entró una enorme curiosidad por saber si había leído o si mi mujer le había contado algo sobre el famoso relato. Mientras desarrollaba esa acción intenté fijarme en ella no como mi suegra, sino como una mujer. Y, la verdad, es que no vi en ella nada especial. Era una mujer de 58 años un tanto llenita. En su juventud debía haber sido una mujer guapa y, aunque apenas tenía arrugas, su rostro confirmaba que el paso del tiempo daña los rostros más bellos. Sólo salvaba de su cuerpo sus piernas que, a pesar de su edad, aún tenían un aspecto juvenil.
– Oye Antonia, comencé, ¿te dijo algo María de un relato que yo había escrito sobre una aventura con mi suegra? Se lo pregunté así, tal cual. Temí que se hiciera la loca o que me soltara un exabrupto. – No, no lo he leído, pero –sonrió- ya me dijo María que era una guarrada. – ¿Se lo dijo también a Vicente? Soltó una sonora carcajada. – Estás loco. Si eso se lo cuenta a Vicente mi marido te mata. – Era sólo una fantasía, una ficción, y, además, la mujer con la que había recreado la historia era otra.
El último comentario pareció molestarle a tenor de la mueca que hizo en su rostro.
– ¿Qué pasa, que tu suegra es un adefesio? – No mujer, lo que ocurre es que si llego a pensar en ti y mi mujer descubre que eras tú se divorcia, directamente. – Ya, lo que quieres decir es que conmigo esa historia no hubiera sido creíble porque soy una vieja.
Esa respuesta me mosqueó, y a la vez me encantó, porque me daba pie a sacarle a Antonia algunos secretos de su persona.
– Mujer, añadí, no podría haber pensado en ti, no hubiera sido moralmente acertado. Pero, además, tienes que saber que en un cuento erótico se hacen muchas cosas que a lo mejor tú detestarías. – ¿Cómo qué?, me preguntó sin sonrojarse.
Pensé durante algunos instantes mi respuesta y decidí ir de menos a más en las acciones sexuales que había imaginado en aquel cuento para ver cómo reaccionaba. Sinceramente, yo empezaba a estar un poco caliente con la situación.
– Pues, por ejemplo, juegos eróticos como acariciarse, besarse por todo el cuerpo, morder algunas zonas erógenas… – ¿Y eso son guarradas? Preguntó Antonia con una voz muy segura. – No, yo no digo que sean guarradas. – ¿Te crees que yo me he caído del árbol? Mira Ernesto, aunque soy vieja, también he sabido disfrutar del amor y del sexo. – Vaya con mi suegra, le respondí. Veo que también has sabido disfrutar como mujer. – Déjate de tonterías y dime qué más cuentas en ese relato.
Vale, me di cuenta de que ella quería saberlo todo, y no me corté.
– Pues joden como locos, le hace el amor, la sodomiza varias veces, ella le hace un francés exquisito y se corre en su boca. ¿Te parece poco? – Bueno, no está nada mal. Pero nada de lo que has contado es antinatural. – Para muchas mujeres de tu edad seguro que lo de que les den por el culo no lo tienen muy asumido.
Dije aquello y no entendía nada. Estaba con mi suegra, sólo, hablando de sexo, de sexo duro y sin pelos, y ella, contra lo que yo podía imaginar, estaba tan tranquila, como si aquella conversación hubiera sido algo natural en varias ocasiones de su vida.
– Hombre, si te digo la verdad, tu suegro nunca me ha dado por el culo. – Antonia, le corté, de esta conversación ni una palabra a nadie, ¿vale? Ella rió con ganas. – Tranquilo, Ernesto. Yo no cuento nada, pero tú me tienes que decir todo lo que había en ese relato. – No te creas; más que la acción sexual, lo que da morbo es la situación en la que se crea. Cuando estaba a punto de enviarlo pensé que la gente que lo leyera se excitaría más en el primer contacto y en el primer francés, que en el resto de acciones sexuales entre los dos. – ¿Y si tú eres el personaje, también te habrás descrito en tu relato? – Si. – ¿Y cómo te defines? – Bueno, ya me has visto en pelotas. Un hombre joven, cuidado. – Y con un buen rabo, me espetó ella.
Me dio por reírme. Estaba comenzando a ponerme nervioso.
– ¿Me lo has visto? – Si, se te salía por las manos. La verdad es que mi hija debe disfrutar mucho contigo. – No te creas, le dije con cierta sorna, ella no lo aprovecha todo lo que debería. – ¿Por qué? – Porque hay fantasías que ella no quiere hacer conmigo. – Pues mal, porque si una mujer quiere tener satisfecho a su hombre debe de cuidar esas cosas, hasta las más íntimas. ¿Por cierto?, añadió, ¿me dejarías vértelo otra vez?
Me costó creer que ella hubiera realizado esa pregunta. No me lo podía creer. Aquello superaba todas mis fantasías y dudé, por unos segundos, haberlo escuchado.
– ¿Qué dices? – Me has oído bien. Quiero verte el rabo otra vez.
Lo dijo así, «rabo», lo cual aún me desconcertaba más. Lo dijo con autoridad, como quien pide en un bar una cerveza.
– Antonia, le informé mientras la miraba alucinado, ¿sabes lo que me estás pidiendo? – Perfectamente. Me apetece mucho. Pero si no quieres lo dejamos. Y, te insisto, tranquilo porque de esto no se entera nadie. – Oye, no me importa, pero me da mucho corte y, además, igual se presentan por la puerta la familia. – No vendrán hasta dentro de dos o tres horas.
Me envalentoné. Me levanté, me acerqué a ella, que permanecía sentada en la silla, y por encima del bañador me saqué la polla. Lo hice con decisión y al hacerlo me di cuenta de que estaba dura como una roca. Mi suegra la miró como quien mira un ordenador mientras se concentra antes de comenzar a escribir. Se le veía tranquila, relajada.
– Es enorme, me dijo. – Mujer, no tanto, más que larga es gorda. – Es preciosa. Aquel comentario me halagó y le sonreí. Ella levantó la mirada y se dio cuenta de que me gustó su piropo. Acercó su mano derecha y comenzó a tocármela. – ¿Te gusta que te la acaricie? – Me parece maravilloso lo que estás haciendo, aunque estoy un poco atolondrado.
La acariciaba con las dos manos, con mucha delicadeza, jugando con las yemas de sus dedos. Un poco en el glande, un poco en el tronco, hasta llegar a mis testículos. Era maravilloso y, mirando su cara, ella parecía disfrutar tanto como yo.
– ¿Te gustaría que te la chupara?
No me dio tiempo a responder. Se la metió toda en su boca y comenzó a hacerme una mamada increíble. Me apretaba el culo para que la polla le entrara más. Yo estaba fuera de mí. Ver a mi suegra chupándome la polla era algo que nunca había imaginado, porque el relato que yo había escrito había sido pensando en otra mujer, no en Antonia. Siguió con la mamada sin parar, parecía poseída. Le advertí que parara o me iba a correr en su boca, pero a ella pareció no importarle demasiado aquello. Y así fue. Le descargué toda mi leche dentro y ella no sólo no se quejó, sino que se la tragó toda, sin dejar nada que se perdiera. Siguió y siguió hasta que mi pene perdió parte de la erección.
– Antonia, le pregunté mientras le sacaba mi polla de su boca, ¿estás bien? – Si, ¿y tú? – Me ha encantado, y te lo agradezco muchísimo. Pero me cuesta creer que esto haya ocurrido.
Mi suegra se levantó de la silla, me tomó la mano derecha y me arrastró hasta el interior de la vivienda. Fuimos directamente a su habitación.
– Quiero que me hagas un favor, dijo con una voz muy dulce. – Pídeme lo que quieras. – Se que no soy una mujer hermosa para ti… – No digas tonterías, eres muy hermosa… – Cállate. Se lo que soy, y se lo que tú eres. Pero hace años que tengo una fantasía y te pido por favor que me ayudes a hacerla. – Pídeme lo que quieras, le insistí. – Quiero que me des por el culo.
Mi rostro delató que me extrañaba mucho aquella pregunta.
– Escucha, siguió ella, mi marido siempre se ha negado y a mí siempre me ha dado mucho placer meterme un dedo por el culo mientras me masturbo. Ahora quiero masturbarme con tu polla metida ahí detrás.
Mi suegra se había convertido en aquel instante en la mujer más viciosa y perversa que yo había conocido en mi vida. Y, queridos lectores, aquello era maravilloso. De repente, la mujer mayor y casi vieja que yo había conocido se transformó en una «mujer» con mayúsculas. Su edad y su físico me importaban muy poco en aquel momento. Deseaba, de todo corazón, hacerla feliz.
– Ponte sobre la cama como si fueras una perra y déjame hacer a mí. – Ernesto, ¿le has dado por el culo alguna vez a tu mujer? – Nunca me ha dejado, le dije con sinceridad.
Antonia se quitó los bermudas, se bajó las bragas horribles que llevaba y me descubrió un trasero muy decente para su edad. Se quitó también la blusa y el sujetador, y me enseñó unos pechos muy grandes, caídos, pero grandes y con unos pezones puntiagudos y sugerentes. Obedeció mi orden y se colocó a cuatro patas sobre la cama. Se notaba que se había acabado de duchar, porque su culo olía muy bien. Conforme me acercaba a su orificio vi que su coño aún tenía una buena mata de pelos. Nada más poner mi lengua en su agujerito negro dio un largo suspiro que confirmaba que aquello le encantaba.
Comencé a intercambiar chupaditas con la introducción de mi dedo índice. Lo hice poco a poco y con mucho cariño. A veces, bajaba un poco y dejaba que mi lengua rozara su coño, que comenzaba a estar muy mojado, con un líquido agrio, pero agradable… Estuve así un buen rato hasta que comencé a meterle dos dedos en el culo.
– ¿Te duele? – No, pero ve con cuidado, por favor… es mi primera vez.
Aquellas palabras eran la confirmación de que yo iba por el buen camino. Seguí lamiendo, echando saliva dentro, y metiendo los dedos para preparar el camino a mi polla que, en aquel instante, ya había recuperado su mejor aspecto. Ella miró hacia atrás, vio el estado de mi herramienta, y sonrió.
– Antonia, voy a empezar poquito a poquito a metértela. – Vale, respondió.
Así lo hice. Primero empujé un poco, pero costaba. Volví ha hacerlo y noté como la punta de mi pene entraba en su culo. Ella comenzó a gemir fuerte, le dolía, pero le gustaba también. Con mi mano izquierda guiaba mi polla, y con la derecha le acariciaba sus enormes tetas para que se excitara más.
– Si te duele paro. – Cállate y empuja, me contestó.
Me costaba controlar el orgasmo. Estaba súper excitado. Tenía casi media polla dentro y ella se estaba volviendo loca de placer. Desde su coño salía un torrente de fluidos que resbalaban lentamente por el interior de sus piernas. La mujer estiró su mano derecha hasta poder tocar con la punta de sus dedos mis huevos. Me estaba agradeciendo, como mejor sabía, mi esfuerzo.
Seguí y seguí hasta que, de un golpe, se la metí toda dentro. Caímos juntos, yo sobre su espalda y con la polla metida en su culo, sobre la cama. Yo, en esa situación, decidí que lo mejor era bombear con fuerza. Antonia se corrió, Lo noté, porque su cuerpo se estremeció, como si una carga de corriente eléctrica la hubiera atravesado de arriba abajo. Me pidió que no me corriera yo y que siguiera dándole por el culo. Me decía muchas cosas, todas hermosas. Chillaba a ratos, gemía, murmuraba palabras incomprensibles. Estaba disfrutando como una zorra.
Pero yo también estaba disfrutando. Creo que a aquellas alturas, Antonia se había corrido varias veces.
-Antonia. – ¿Qué?, respondió con una voz gutural. – Quiero follarte por el coño y correrme dentro de ti.
Se apartó de golpe nada más oír aquello, se dio la vuelta y se metió mi polla en su coño. Por primera vez en toda esta historia su cara estaba frente a la mía. Por un momento los dos dudamos, pero sólo fue eso, un momento, porque enseguida comenzamos a besarnos con pasión. La mujer besaba de puta madre. Mis golpes le llegaban muy a fondo. Ella parecía una posesa. No pude más, me corrí otra vez dentro de su coño y ella lanzó un grito maravilloso. Nos quedamos abrazados un largo rato.
– Ernesto, ha sido maravilloso. – Para mí también.
No dijo nada más. Se levantó, se fue al baño y se adecentó. Una hora más tarde llegó la familia y mi suegra dijo que yo había acabado de llegar. Nunca más he vuelto a enrollarme con mi suegra. Pero os puedo decir, queridos lectores, que la aventura real superó las expectativas de la fantasía que yo quería escribir. Un abrazo a todos.
Autor: Tarquim