Ayudando a su hermana
Hoy lo digo para ella y para todas las que palpiten de igual forma.
Después de haber pensado durante meses para dar este paso que podría ser irreversible, sé habia impuesto en mi el deseo ferviente de ayudar a mi hermana Clara a superar el duro trance de su temprana viudez.
Nosotros nunca nos habíamos entendido muy bien, porque siendo las dos casi de la misma edad, habíamos llevado caminos bien diversos. Mientras yo me habia centrado en mi misma y en los éxitos de mi carrera profesional, ella se habia entregado plenamente al hombre que amaba y con el cual habia hecho un rutilante matrimonio, que aunque no tenia hijos, habia sido una unión feliz hasta el momento del accidente.
Teníamos caracteres y hasta intereses diversos, a veces opuestos, y era por eso que yo habia retardado mi propuesta de vivir juntas. hasta que llegó el momento en que me pareció imperioso hacerlo. Ella aceptó, al menos por un tiempo. Ya se vería si esto daba un buen resultado.
Me sentía distinta. Sabía que ya no estaba sola, que mi espacio hogareño estaba ahora lleno de su presencia y la imaginaba compartiendo mi intimidad personal y eso me complacía. Me habría gustado que se interesara por mí, que entrara en mi cuarto, que se llenara de curiosidad por mis costumbres, por mis deseos, por mis gustos, que metiera sus manos en mi guardarropa, que se probara mis trajes, que admirara mis prendas intimas, que quizás vistiera alguna de ellas, que hiciera espontáneamente cosas que yo no me atrevería a pedirle.
Todos esos pensamientos me hacían sentir distinta, liviana, joven y un poco promiscua, pero sobre todo feliz.
Yo sentía muchas cosas, pero por sobre todo percibía que mi tan apreciada soledad se habia terminado. Ahora en forma realista yo quería compartirlo todo con ella. Me gustaba que estuviera allí y quería incorporarla a mi vida así como yo quería que me incorporara a la suya. Percibía su cercanía Esa tarde, en mi departamento ella se movía con una agilidad perturbadora.Yo la miraba ensimismada.
Tenia una movilidad admirable. Cada parte de su cuerpo parecía tener vida propia e independiente, muy distinta de la masa inerte como yo percibía el mío. Iba y venia por nuestro espacio y de pronto se trepó a una silla para mover un cuadro que parecía inclinado, yo me acerqué parta tratar de ayudarle y me di cuenta que a centímetros de mis ojos ella movía levemente su trasero maravilloso. Estaba tan bien delineado por su falda ceñida, que no pude evitar un ligero estremecimiento, pues con criterio femenino, debía admitir que era casi perfecto.
Yo nunca me habia fijado en el trasero de una mujer.
Clara trataba de decirme algo y yo solamente escuchaba su risa contenida, pero en verdad mi mente estaba totalmente ensoñada, a tal punto, que en forma casi automática, como si se hubiese independizado, mi mano derecha se deslizó hasta la pierna desnuda de Clara tocando la piel tibia de la mujer. A mi me pareció que ella habia dejado de reír, pero ahora sé que solamente fue una manifestación de mi temor, porque ella no se habia movido. No se movió tampoco cuando mi mano avanzó mas arriba en ese camino embriagador por la superficie de su muslo perfecto.
Clara continuaba hablando sin que yo le escuchara, mientras me dejaba embriagar con impudicia incontrolable por la temperatura de la piel de su muslo. Mi mano no pudo detenerse y avanzó bajo la braga ceñida de mi hermana y bordeando sus nalgas seductoras habia encontrado el mullido llamado de su sexo poblado de un ensortijado plumón que acogía a mis dedos pecadores. Allí extendí la palma de mi mano y esperé con los ojos cerrados que esta percepción de enloquecedora seducción se derrumbara por completo.
Creo que pasaron unos segundos maravillosos de tensión y deseo, cuando comencé a sentir una ligera humedad sobre mi mano intrusa, luego un latir suave y acompasado en su vientre y enseguida la inundación desencadenada de su lluvia caliente que salía sin control de su sexo, llenando la palma de mi mano, escurriéndo por mi antebrazo, derramándose por mi brazo y llenando mi axila de un liquido intenso caliente y embriagador que luego, bajo mi ropa, inundaba mis pechos y sin dejar de manar mojaba ahora mis bragas se escurría por mi sexo y mis muslos comenzando a acumularse a mis pies. Mi sexo latía como loco en medio de u
na calentura para mi desconocida y en ese momento escuche la voz nítida y alegre de Clara que me decía riendo.
– Es un juego Mercedes… es un juego secreto que me gusta mucho.
Pero habia sido un juego enloquecedor, un juego que nos sumió en una risa agitada y casi convulsiva en que ambas parecíamos querer esfumar la promiscua intensidad de lo que nos habia pasado. Allí en medio de esa evasión, que era al mismo tiempo complicidad, nos fuimos quitando la ropa mojada la una a la otra, mientras nuestras risas se fueron apagando hasta que llegó un silencio pesado en medio del cual estábamos mirándonos descaradamente desnudas. Era la primera mujer que veía totalmente desnuda y era la más hermosa y era mi hermana.
Estas tres realidades desencadenaron en mi un deseo incontrolable de abrazarla y cuando tuve su cuerpo desnudo entre mis brazos, sentí la poderosa presencia del mío y me sentí por primera vez hembra y se lo dije con palabras, porque yo encontraba que lo que estaba viviendo era tan grandioso y tan intimo que no bastaba con el contacto de nuestros cuerpos desnudos sino que tenia que decirle con palabras lo que me estaba pasando con ella.
Y lo que me estaba pasando parecía ser lo que habia intuido desde tiempo, por parcialidades, en pequeños momentos, en la percepción de ciertos estímulos y que ahora se me aparecían claros. Era como si yo hubiese esperado esta oportunidad para decirle descaradamente que me gustaba como mujer, que la deseaba como mujer, que quería acariciarla y besarla y recorrer su piel con mis manos y con mi lengua.
Y así le dije que la encontraba hermosa, que me atraían poderosamente sus formas femeninas, su manera graciosa de moverse, la intencionalidad de sus movimientos, la curva de su vientre, la sombra de su sexo. Que deseaba deslizar mis mejillas por sus pechos para luego besarlos y que mis manos estaban ansiosas por acariciar sus nalgas.
Y me gustó nombrarle cada una de las partes de su cuerpo, y cada nombre que le decía lo acompañaba de la caricia respectiva y quería demorarme mucho tiempo y entonces a cada parte de su cuerpo de mujer lo nombraba con palabras decentes y también con las más vulgares para comprobar como eso la excitaba hasta el éxtasis.
Yo me escuchaba decir todo eso y en cada frase que le decía mi calentura alcanzaba limites insospechados, de modo que cuando ella me llevó lentamente hasta mi cuarto y caímos abrazadas en la cama yo pude percibir que su cuerpo entero se habia encendido con mi mensaje y ahora estábamos ardiendo en la misma hoguera.
Clara siempre habia deseado estar con una mujer. Me lo dijo ahora al oído mientras nos acariciábamos sin ningún recato. Me decía que siempre vivió esa sensación de placer incompleto al final del sexo con su marido y que nunca se habia atrevido a planteárselo porque el no le habría comprendido y que ahora conmigo se habia dado cuenta cual era su camino.
Ella se deslizaba por mi vientre anhelante de encontrar mi sexo así como yo buscaba el suyo para complacernos mutuamente sin restricciones y sin limites por medio de nuestras lenguas ansiosas que exploraban inquietas todos nuestros rincones.
Yo le estaba entregando, en el abrazo, la ternura infinita de la hembra. Esa caricia femenina que la rudeza del macho no puede reemplazar. Esa forma de adentrarse en la intimidad de otra mujer y llegar a ser iguales en el placer, sin posesiones ni dominios, que es la única forma de entregarse libremente.
Y nos fuimos adentrando en las regiones oscuras y prohibidas que esa noche estábamos iluminando con la luz de nuestro creciente deseo y que estábamos calentando con las llamas de nuestros nuevos pecados.
Porque nos dijimos que queríamos ser pecadoras.
Ella me habló de sus transgresiones de mujer casada llenando su casa de figuras y de gritos, de juegos inmundos y de excesos desvergonzados que íbamos alternando con las narraciones de mis represiones de virgen de noches ardientes y calladas, de placeres ahogados y subterráneos, con los cuales acortaba mis tardes de Domingo, de mis roces indecorosos con las puertas y con las sillas tratando de romper mis hermosas bragas negras recién compradas justamente para eso.
Este intercambio de información guardada en el fondo de nuestra memoria, nos acercaba aun más, como si nos estuviésemos regalando las joyas más valiosas, esas que solamente se muestran a las amigas de mayor confianza.
Entonces me besó.
Y fue la primera vez que entré en la sensación
maravillosa del beso grande y diferente. El beso entre iguales el beso creciente. La hoguera misma. El calor devorador de su lengua recorriendo mi boca, la pelea loca de las serpientes duras y suaves. De pronto la explosión,esa que ella me enseño a retener y a detener. Porque fue su boca la que me desencadenó los orgasmos, los únicos y verdaderos orgasmos. Uno tras otro, como un reloj accionado por ella en mi boca, desencadenaba sus campanadas calientes en mis labios, en mis pezones, en mis caderas, en mis nalgas y cuya onda penetraba en mi sexo apretado recorriendo mi tubo como una tromba para retumbar en el fondo de mi útero crecido y quemante.
Yo era su instrumento, su utensilio, su cosa.
Mi mano,sobre su sexo, era un detector que la sentía latir y así yo supe cuando se desencadenaba en ella la descarga mortal y entonces la sincronizaba con la mía y la sosteníamos , la retardábamos , la deteníamos para luego irla liberando en otras descargas de un placer infinito y yo entonces le decía …Mujer… y ella me respondía… Mujer.. y entonces acabábamos como dos mujeres, de la forma que solo las mujeres sabemos, de esa forma que es imposible contarle a los hombres, porque ese placer esta en un mundo distinto pleno de deseos profundos y grandes que sola otra mujer sabe satisfacer con placeres mas grandes y profundos.
Y fue en ese momento o fue después No lo sé, porque los grandes placeres borran los recuerdos. Fue entonces que me dijo al oído mientras presionaba con su muslo sobre mi sexo que era todo liquido.
– Eso-… me dijo – , a los hombres les falta profundidad. Los hombres son solo superficie.. el placer se les escurre hacia el vacío mientras nosotros las mujeres somos del placer hondo y profundo, palpitante , húmedo y permanente.
Yo sentía que desde esas profundidades, la suya y la mía, nos estábamos vaciando de manera sublime. La sentía escurrir sobre mí, me sentía vaciar sobre ella, mientras girábamos en medio de la noche con la certeza que ninguna de las dos ya nunca mas estaríamos solas
Autor: Mercedes