Al día siguiente todo fue diferente. El señor X se había ido y no regresaría hasta muy tarde por cuestiones de negocios. Por teléfono también me dijo que la paga no era de $4,000 semanales sino quincenales; a las alturas en las que estaba, la verdad la paga me daba igual. La niña pasaba los fines de semana en parques o lugares muy costosos con sus primos.
Nuevamente, solo con la señora rubia. Las travesuras no pararían. Se suponía que los sábados no debía de trabajar, pero mi señora me lo pidió a súplicas. Yo, sabiendo que cualquier cosa podría pasar a lado de esa rubia tan excitante, acepté y tuve que sacrificar mi día libre todo para ir con ella. El pene lo tenía un poco lastimado por las fuertes penetradas en el culo de mi señora, pero era un dolor que me gustaba sentir. Todavía no tocaba la puerta y ya las erecciones me comenzaban. No pasaron ni dos minutos cuando ella me recibió con los brazos abiertos y vestida únicamente con una tanga negra que casi no le tapaba la vagina, y claro, bien metida entre sus deliciosas nalgas. Era una tanga que con sólo verla se puede llegar a la fácil conclusión que está hecha, no para tapar o para ir por la playa, sino para excitar a la pareja, como esas faldas increíblemente pequeñas que es más como un fetiche que un accesorio de ropa utilizable. Bueno, pues así era su tanga. Los pechos los tenía desnudos; justo cuando me abrazó sentí cómo se hundían en mí e inmediatamente quise juguetear con ellos. Le toqué uno y se lo comencé a sobar. Ella sólo miraba el acto con una sonrisa y sin importarle nada. Al entrar a la casa se me hizo raro ver todo limpio y bien recogido. No había ni una basura en el suelo y ningún cojín de sillón desacomodado. Todo estaba bien, hasta el piso olía a recién lavado. «Este día no harás otra cosa que estar conmigo», me susurró ella por la espalda mientras me desabrochaba el pantalón y metía sus hábiles manos entre mi pene. Yo me excité y terminé por casi arrancarme la ropa, la tomé por las caderas y…
¡Alto!, dijo una voz en mi cabeza. Antes que nada tenía que usar protección. El encuentro que tuve con ella en la bañera me dejó pensando tanto que no me dejaba dormir. ¿Y si la embarazaba? ¿Qué pasaría aparte de que su esposo seguro me mataría? ¿Cómo le explicaría a mi familia semejante cosa…? Ella notó mi desánimo, incluso mi erección disminuyó. «¿Qué te pasa?», dijo ella. «¿Acaso no me vas a coger? Me puse linda para ti». La voz con la que me decía era muy seductora, más aún porque no dejaba de frotarse la vagina. «¿Y si la embarazo?», le pregunté con preocupación. «Yo no podría asimilar una responsabilidad tan grande como esa. Tengo sólo veinte años y con lo que tengo no podría hacerme cargo«. Mi señora comenzó a reírse. Era obvio que eran risas fingidas hechas para tranquilizarme. «No tienes nada de qué preocuparte. He sido estéril desde los veintitrés años, que fue cuando quedé embarazada de un amigo de la universidad. Estábamos tan encendidos que ni siquiera pensamos en el condón. Mi madre pagó mi operación y desde ese entonces ya no puedo tener hijos» . La felicidad que sentí al escuchar eso fue enorme pero a la vez terrible. Entonces…. ¿y su supuesta hija?, fue algo que le pregunté con mucho interés. «Es sólo hija de mi marido», me respondió. «La familia de mi marido es la que se encarga de ella más que yo… porque la niña no me acepta como su madrastra». Eran confesiones muy interesantes… Ahora sí era momento para comenzar. Mi pene nuevamente se puso tan erecto como pudo, como si hubiera vuelto a la vida, tomé por las caderas a la señora y poco a poco le fui quitando su tanga. Con toda la voluntad puesta en hacerlo, la penetré hasta el fondo. Su vagina ardía y estaba tan húmeda que mis penetradas fueron fáciles de ejecutar. Nos fuimos hasta su cama: ahí ella me tiró en su enorme colchón y empezó a chupármela como toda una experta. Con su mano me masturbaba y luego la metía hasta su garganta hasta atragantarse. Le escupía grandes cantidades de saliva a mi pene hasta quedar baboso y resbaloso. Su lengua era muy buena girando en mis testículos y sus dientes muy nobles al morder suavemente la cabeza de mi pene. Una vez saboreado mi miembro, se sentó de rodillas y comenzó a olerlo, inhalaba fuertemente, luego le escupía y nuevamente lo olía otra vez. «Tu pene cobra un olor muy intenso cuando ha penetrado mi vagina», me dijo mientras que con el pulgar frotaba mi glande bañada con su saliva. Lo frotaba sin piedad, hasta lo hacía con la palma; yo me retorcía porque era una sensación muy fuerte, tanto que quise hacerla parar pero sabía que no me haría caso, así como yo no le hice caso cuando me pedía que la dejara de penetrar por el ano. Ahora era yo el que empezaba a gemir, tal vez de dolor o de placer por el intenso cosquilleo que me hacía retorcer. Cuando menos me lo esperé volteé a ver mi glande: estaba roja y llena de baba. Ella seguía haciéndolo, y cuando ya no pode más, me oriné en su cara. La señora parecía disfrutar el chorro de orines que débilmente le caía dentro de su boca. Cuando terminó, me puso sus nalgas en la cara de tal forma que ella pudiera chupar mi pene y yo su vagina.
Al ver su vagina y su ano en mi cara, noté algo que hasta el día de hoy me sigue excitando…
En el ano de la señora había como algo redondo de brillaba o que simulaba ser un diamante: Era un plug anal (o dildo anal) que llevaba metido un buen rato. Al ver esa gema brillosa en su culo me dio curiosidad por quitárselo y ver cómo era y qué olor tenía. Lentamente se lo fui retirando hasta que por fin salió. Tenia la forma de un cono con la base ensanchada con tal de que no se fuera a meter hasta el fondo , era de color plata y olía como a jabón y a sus deliciosas carnes húmedas (tal vez el olor era otro, pero la verdad no me detuve a averiguarlo, ya que mi concentración era cero al tener su culo casi pegado en mi cara). Al sacárselo, lo dejé a un lado y mejor le metí mi dedo indice en su hoyo mientras que le lamía su vagina caliente… Estando entre sus largas piernas me sentía algo sofocado, ya que no respiraba otra cosa que los interiores de su vagina. Sus manos no se detenían en mi pene, su lengua seguía frenética en mis testículos…, era el momento adecuado para echarle mi esperma en su cara.
Eyaculé mientras tenía mi pene hasta el fondo. Lo saboreaba y succionaba hasta tener la última gota de semen en su boca. Todo se lo tragó. Una vez habiendo terminado, creí que quitaría su enorme culo de mi cara y se iría a bañar o algo así…, pero no. Se acomodó de tal forma que mi lengua siguiera explorando sus interiores. Era muy pesada. Mi cabeza la aplastaba con su cuerpo, pero mi boca en ningún momento se despegó de su ano. Ella al estar sentada hacía señas con las manos levantadas, como si se estuviera exhibiendo, como si estuviera orgullosa de hacer lo que más amaba. Se reía, gemía, me tocaba la verga, brincaba en mi cara. Todo lo que hacía era con verdadero placer y sin pena alguna. Frotaba su culo como si tuviera una comezón insoportable y su baba vaginal se filtraba hasta mi boca. La verdad es que su ano no tenía un mal sabor, ni mucho menos olía mal, a diferencia de Frida, que su ano siempre que se lo abría le olía a mierda… Pero no era algo que le avergonzara. A ella le gusta oler mal. Le excita enormemente ver mi cara de asco al olerle el culo… al saber que ese asqueroso olor proviene de ella.
-Esa será una historia para después.
La cabeza me empezó a doler minutos después de terminar. La señora se había metido a bañar. Le esperé y cuando salió le ayudé a secarse el cuerpo y las axilas. Estando desnuda, me ordenó esperar sentado en su cama mientras buscaba la mejor ropa interior que tuviera. Sacó bastantes tangas y sostenes; cuando yo elegía la que mejor me parecía, se la ponía y me modelaba con poses muy eróticas. Lo fue haciendo así con cada una, hasta que encontré la adecuada. Era una tanga color negro que se ajustaba muy bien entre sus labios vaginales y se metía con perfección en su culo. Me encantó como le lucía. Luego le ayudé eligiendo ropa normal: le escogí un pantalón de mezclilla muy ajustado y una camisa de algodón de manga corta color blanco (no se había puesto brasier) junto con una chamarra de piel que no lograba cubrirle las caderas.
Un vez vestida, me dijo: «Me acompañarás a hacer unas compras. Es fin de semana y es como una tradición para mí ir a los centros comerciales». Me agradó mucho la idea; la verdad fue uno de mis mejores días. Antes de salir de su habitación me detuvo y empezó a buscar algo en la cama. «Ah, aquí está. Métemelo, por favor», me dijo, con el plug anal en su mano. Se bajó los pantalones y la tanga. Chupé un poco el plug y lentamente se lo fui metiendo en su culo… Me encantó la forma en la que su ano se abría para darle paso a su juguete favorito. Se abrió un poco las nalgas para el que plug le entrar bien hasta que sólo le fuera visible la gema. Caminamos hasta su lujosa camioneta y nos dirigimos hasta el centro comercial. En el camino fuimos hablando de sexo y fantasías sexuales. Me contó que una de sus fantasías más locas (aparte del sexo anal) era la de caminar desnuda por la calle. Yo le conté que su fantasía no estaba muy lejos de parecerse a la mía, pues mi mayor deseo sexual era tener sexo en la calle, como en medio de una avenida o en un estacionamiento.