Esta historia es tan cierta como reciente. Jamás imaginé que me fuera a ocurrir algo así. Y mucho menos que me gustara.
Tengo 38 años y soy heterosexual. Durante la mayor parte de mi vida adulta, he nadado entre compañeras sexuales y algún que otro noviazgo, más o menos largo. Pero hace 15 años conocí a una mujer tres años menor que yo, viuda y con un hijo de 3 añitos. Ella es casi de mi altura (yo mido 1,80); tiene pelo castaño, que se tiñe de rubio claro; ojos color avellana; un cuerpo bonito, para mi gusto y pecho abundante, según mis preferencias. Enviudó estando todavía embarazada del niño. Su esposo y su hija de 9 años sufrieron un accidente de coche, volviendo de la piscina en la que ella entrenaba. Tras un año de noviazgo, nos casamos. Por ello, y porque no hemos tenido hijos en común, considero como tal al suyo.
Si tuviera que decir qué es lo mejor de esta relación, no podría citar una sola cosa en concreto; pues, empezando por lo bien que nos llevamos el hijo y yo -algo muy importante- los tres tenemos gustos muy parecidos: Nos encanta viajar; ir al campo y visitar pueblos pequeños; la playa, cuando todavía no se ha masificado; ver monumentos; el cine& Muchas cosas. Ya que hablo de la playa, diré que soy nudista desde los 19 años, que lo probamos mis padres y yo, en Ibiza. Bañarse desnudos, ya sea en el mar o en una piscina, es algo único. Y eso es lo que intenté que hicieran ambos desde el principio de la relación. Y lo conseguí, naturalmente. Con él no hubo problema, naturalmente. A esa edad, hasta le parecía era normal. A ella le bastaron un par de charlas.
Ahora el joven tiene 18 años. Pero no se ha vuelto atrás. Le gusta mucho ir a lugares nudistas y está totalmente desinhibido, tanto en casa, como en el gimnasio al que acudimos, donde no oculta el precioso cuerpo que está consiguiendo formar.
Y comienza la experiencia que quiero compartir.
Para el cumpleaños de nuestro hijo, le preguntamos dónde y cómo quería celebrarlo, así como regalo que le apetecía. Nos dijo que su mayor ilusión, en esos momentos, era ir a una ciudad en la que poder visitar un Museo de Ciencias. Bueno, eso& y una moto. Accedimos al viaje y le prometimos la moto para reyes. Fuimos a nuestra agencia de viajes habitual y compramos unos cheques de bono-hotel. Llegó el día -sábado- y salimos de casa (vivimos en Madrid) a las 9 de la mañana, hacia Valencia. Ya allí, nos dirigimos al hotel donde teníamos reservada la habitación. Tenía una cama grande a la izquierda y otra más estrecha, separada por una mesita de noche. Subimos, nos refrescamos un poco (no hacía mucho calor, era abril) y lo primero que hicimos a continuación fue juntar las dos camas, quedando una bastante ancha. Luego salimos a dar una vuelta y comimos. Regresamos al hotel y nos tumbamos a descansar u cosas. Yo me acosté en el lado exterior de la cama grande. El chaval en la pequeña y su madre entre ambos. Apagamos las luces y quedamos fritos al instante. No era para menos.
Por la mañana, desperté con la luz del día& o con los vaivenes que notaba en mi cuerpo. Involuntarios, por otra parte. Miré hacia los pies de la cama y vi el bulto que me sobresalía desde la cintura hacia ellos. Ni que decir que era mi chica, haciéndome una mamada mañanera. Se despertó, vio la tienda de campaña vespertina que tenemos la mayoría de los tíos y se calentó. Yo la dejé hacer. Me daba morbo la situación: ella comiendo rabo y el hijo durmiendo al lado, con el riesgo que conlleva el hecho de que despertara y nos pillara en plena faena; más que otra cosa, por lo bochornoso de la situación.
Mientras ella se dedicaba a mis bajos con la boca, yo apañaba los suyos con un pie. Tenía el coñito húmedo y caliente. Llegué a meterle el pulgar y un par de dedos más. En una de éstas, gimió con ganas y el joven se movió en la cama, quedando destapado y boca abajo, muy cerca de mí. Estaba desnudo, como nosotros dos, pues así habíamos dormido. Ahora, mis movimientos se veían reducidos, para no tocarle con el brazo izquierdo. Pero en uno de mis movimientos, mi mano quedó sobre su culito, tan terso y suave, como cabe esperar. La retiré de inmediato. Per
o me quedó una agradable sensación. Diré que es muy bonito, con pelo corto, castaño, ni liso ni ondulado; ojos verdes y blanquito de piel, hasta el verano. Puse de nuevo la mano en su trasero y comencé a acariciarlo suavemente. Mientras me entretenía con él, aguantaba la felación, que ahora estaba en segundo plano, por lo que no tenía pinta de correrme aún. Me gusta estudiar el cuerpo humano (sobre todo el mío) y aprender técnicas para un sexo más duradero con el que poder disfrutar al máximo; por lo que supe perfectamente cómo excitarlo, dormido y todo. Le acaricié en las zonas propicias y él seguía dormido y boca abajo. La madre, a lo suyo. Creo que no levantaba la cabeza por miedo a encontrarse con su hijo despierto, o algo así. O porque estaba disfrutando mucho, que también podía ser. En cualquier caso, yo la dejaba hacer y ella, sin quererlo, me dejaba hacer a mí. Era muy excitante, nuevo y único para mí.
De pronto, el hijo se giró, dejando ver su gran empalme. Me sobresaltó y quité la mano a toda prisa. Pero aquello me dio todavía más morbo. Él continuaba con los ojos cerrados y yo estaba a punto de acabar en la boca de la mamá. La mamá de la mamada jajaja. Cuando ya no pude más, solté toda la leche, al tiempo que ella exprimía el miembro con ganas. Yo volví a poner la mano sobre el muchacho& bueno, sobre su rabo, y se lo apreté contra el cuerpo, lo que hizo que se convulsionara ligeramente. Abrió los ojos y sonrió. ¡Estaba despierto desde que se puso boca abajo! Despierto y encantado, todo hay que decirlo. Miró hacia el bulto que formaba su madre bajo la sábana, luego me miró a los ojos y, finalmente, a su polla, con mi mano encima. Comencé a pajearla y él se dejaba. Pero la buena mujer, acabada la faena y con mi polla bien exprimida, comenzó a salir su emplazamiento poco a poco y por el pie de cama. Ella se puso en pie y se dejó caer sobre mí, para besarme efusivamente en la boca. Yo respondí amoroso y luego la separé de mí, para lamerle y comerle los pechos. Ella miraba al hijo, pendiente por si se movía. Le dije al oído: Tranquila, está como un tronco, le he pellizcado y ni se ha inmutado jeje. S complaciente. Sonreí, encogiéndome de hombros. Me dijo: Os los lo pasáis de miedo en la cama, por lo que veo. Yo contesté queriendo quitar importancia al asunto: No está mal. Pero esta vez sólo has visto& oído sexo oral. Otra cosa es el coito, que sí resulta ser salvaje, si se puede decir así. Ya, concluyó él, medio empalmado por lo cálido de la conversación.
La ducha fue rápida, como acostumbramos los tres. Pero después de secarse, dejó oír una queja: ¡Mierda! He olvidado la leche corporal y el líquido de las lentillas. Yo le grité desde la cama que no pasaba nada. Salió desnuda y dijo: No te pasará a ti, cariño. Yo necesito la crema después de ducharme. Esta piel -aclaró acariciándose un costado lasciva- no es gratis. Y el líquido es vital. Eso sí. Vale, ¿y entonces? – dije. Pues bajo a recepción, pregunto por una farmacia de guardia y voy a comprarlo todo. Pero voy sola, no te preocupes. Tú cuida al este zombi. Como quieras -contesté, mirando de reojo al joven- vete, si te quedas tranquila. Claro que voy, aseguró. Se vistió con lo primero que pilló, nos dio un beso a cada uno y se fue rauda, anunciando que iba sin la llave, para que no nos moviéramos de allí. ¿A dónde íbamos a ir?Una vez solos, el chaval se destapó nuevamente e hizo lo mismo conmigo. Miró intermitentemente a su polla y a la mía. Yo sólo a la suya, apreciando cómo asomaba por la punta una gotita de líquido preseminal. Le dije sin pensar: Vale, continuemos con lo que estábamos tú y yo. Le cogí el rabo y comencé a acariciarlo, bajando a los huevos de vez en cuando. Tiré hacia atrás de la piel, dejando el glande mojado al descubierto. Sequé con la mano sus jugos y seguí con la paja. No estuve mucho rato, pues no quería que se corriera pronto. Le dije: ¿Sabes lo que estaba haciendo mamá, no? Él asintió. ¿Quieres probarlo tú? Respondió con una pregunta: ¿Probar qué, hacerlo o que me lo hagan? Mi respuesta: Lo que más te apetezca, tú eliges Pues házmelo tú a mí. Acerqué la cara a esa verga ya en su m&
aacute;ximo esplendor y empecé a lamerla. Luego me la metí en la boca, chupando despacio y acompasadamente. Le trabajé los huevos, le soplé toda la zona, besé sus ingles y de ellas pasé al cuerpo: ombligo, pecho, cuello y, cuando me lancé a su oreja y se la comí, ya se puso como una moto. ¡Estaba a mil, Volví nuevamente al pecho, ombligo, ingle y huevos, para dedicarme de nuevo al pene, mientras con las manos acariciaba y rascaba el interior de sus muslos. Parecía que le daba un ataque epiléptico; ¡cómo se retorcía! Pero cada vez que yo intuía que se iba a correr, paraba en seco y le presionaba la base del pene o pulsaba en los sitios donde sé que se debe hacer. Le estuve masturbando más de 10 minutos.
Lo dejé un instante, para telefonear a mi esposa, no llegara de pronto y se encontrara con el pastel. Le dije que no se tocara la polla y que dejara bajar el empalme. Marqué el número, con él pegado a mi espalda y besuqueando mi nuca; ¡el muy perro! Cuando ella respondió, le pregunté si ya venía. Me dijo que estaba en un taxi, de camino a un centro comercial que le recomendaron en la farmacia, pues ellos no tenían el líquido para lentillas y en aquel lugar había una óptica que abría todos los días. Yo me hice el pesaroso, sintiendo que tuviera que dar tantas vueltas. Ella me tranquilizó, alegando que así veía algo más de la ciudad. Y que, si le gustaba el sitio me detuve como lo había hecho anteriormente y me separé de él. Puso una cara de extrañeza, el pobre, como si creyera que lo dejaba ya. Lo que no sabía él, es que yo no había olvidado nada, como la mamá. Me levanté de la cama, abrí la bolsa de viaje y cogí el lubricante que usamos y yo para el sexo anal. Nos gusta, ¿qué quieres? A ella le vuelve loca y, de vez en cuando, usamos juguetitos, que también, me introduce. Dejé el tubo sobre la mesilla, cogí una gran toalla de baño, de las que llevamos siempre que vamos a un lugar con mar, y seguí con lo de antes. De vez en cuando, me iba a su boca, besándole con pasión. Este tío jamás había tenido nada parecido; lo puedo asegurar. Ahora era él quien cogía mi polla por primera vez. Empezó a sobarla, haciéndome una paja. Estuvo un buen rato dándole a la manivela, hasta que se decidió a bajar la cabeza, para metérsela en la boca. Me la comió como pudo, entre nervios, reparo, ¿asco?, prisas& Pero hizo cuanto supo, imagino que tratando de imitar lo que le hiciera a él minutos antes. Cuando sentí que me iba a correr, le separé y descansé un instante, diciéndole que no quería correrme así y que él tampoco lo haría con una mamada normal. No lo entendió, eso lo noté. Pronto lo comprendería. Le lamí todo el cuerpo. También se lo besé. Cuando llegué al pene, lo besé y luego lo mamé; pero esta vez ayudado por mis dedos, que iban masajeando su zona anal con mucho mimo. Él abría las piernas excitadísimo, pidiendo más acción por ahí. Cogí el lubricante y, con una sola mano, lo destapé. Dejé caer un buen chorro en la palma. Cerré el puño para extenderlo por los dedos y los llevé a su agujerito. No paraba de chupársela, aunque con precaución, para que no se corriera. Cuando tuve su culo bien empapado, le pedí que se levantara de la cama. Estaba temblando. ¡Qué rico! Coloqué la toalla para no manchar la sábana y le indiqué con la cabeza que se acostara sobre ella. Unté mi polla con la crema y luego, mientras le besaba efusivamente, comencé a sobarle el culo, para ir metiendo dedos, ampliando el campo de acción. Con el primero se retorció ligeramente; no sé si por gusto, por sorpresa o por molestia, mas no dijo nada. Cuando conseguí tener dentro el tercero, lo que ya fue fácil, estaba listo para ser profanado por mi rabo. Y en ello me puse. Le cogí por los talones, puse sus piernas sobre mis hombros y fui hincando despacito la polla. Entró bien. Comencé a follarle despacito, al tiempo que le preguntaba si le gustaba o le dolía. Sólo jadeaba y decía estoy bien, estoy de puta madre. Yo iba aumentando el vaivén, hasta darle con fuerza. Era un polvo en toda regla y en el que ambos estábamos muy cómodos. Lo mismo que siento cuando lo hacemos la madre y yo.
Bajé el ritmo y busqué la posición para poder chup
ársela al tiempo. Le hice una comida mejor que las anteriores, pero esta vez dejando que se corriera en mi pecho; casi en la boca, porque fue muy rápido. Tampoco me habría importado. Su madre y yo nos besamos, después de que ella se beba mi leche. De hecho, volví a metérmela en la boca y se la exprimí como se merecía. Luego me dejé llevar y, con fuertes empujones, descargué todo en su recién estrenado culito. Me salí y seguí escupiendo leche sobre su torso, mientras él se la esparcía con la mano. Yo no quería separarme de aquella cosa. Me refiero a su cola. Volví a besársela, a chu en cuanto tengamos ocasión», le aclaré. «Vale, gracias, papi», respondió, besándome levemente los labios.
Llamé otra vez a mi mujer y me dijo que justo en ese momento iba a marcar mi número. El sitio era muy bonito y contaba con varios restaurantes para comer a gusto. Nos vestimos, bajamos al aparcamiento del hotel, cogimos el coche y fuimos a reunirnos con ella. Cuando llegamos, la besamos con mucho cariño y ella preguntó bromeando: «Habréis dejado las camas hechas y el cuarto recogido, ¿no? Yo respondí con sorna: Sí, y hasta hemos quitado el polvo». Nuestro hijo se partía de risa. Ya saben por qué. Entonces, el muy bribón soltó: «¿Sabes, mami? Papá me va a enseñar a… montar… en moto». Lo arregló como pudo. Aunque dudo que se le vaya a escapar nunca, si es que de verdad quiere más. Ya veremos… Ella sólo respondió: «Pues aprenderás rápido, porque él lo hace muy bien». El chico y yo nos miramos, sonreímos y guiñamos un ojo. Ella sonrió y nos besó, creyéndose cómplice de algo inocente.
Autor: Mitrastienda mitrastienda ( arroba ) terra.es