La puñetera de mi hermana me la ha vuelto a jugar. Después de un día de universidad más largo que la esperanza de un pobre, en vez de ir a casa vengo aquí, al nuevo gimnasio de mi barrio en vez de ir a mi casa y ¿qué me encuentro? Que me ha dejado un mensaje en el móvil: YA VOY MAÑANA CONTIGO, QUE ESTOY CANSADITA. YA ME CONTARAS QUE TAL ESTÁ ESO. El primer día y ya me falla. No es justo el plan era venir juntas para que se hiciera menos aburrido. Bueno, ella se lo pierde. No hay mucha gente; se ve que el negocio está empezando, pero el ambiente promete. Chicos musculosos con camisetas apretadas levantando pesas acompañados por fuertes gemidos a causa del esfuerzo y chicas en mallas con curvas preciosas haciendo aeróbic. Los cuerpos brillan por el sudor y el fuerte olor a hombre y mujer se mezcla en el aire. Es como el olor de una gran orgía.
Y sobretodo, mi hermanita Alba se pierde a Helena, mi monitora y dueña del gimnasio: la mujer más deliciosa que haya visto nunca. Tiene los ojos negros y achinados y unos labios carnosos que se me antojan muy golosos. Siempre está sonriendo y es muy simpática y activa. Lleva el pelo rapado, lo que descubre un cuello largo y delgado que me está volviendo loca. Me ha explicado todos los aparatos haciendo antes ella los ejercicios. Eso me ha permitido ver su fibroso cuerpo parte por parte en todo su esplendor: sus pechos duros como piedras presionados contra su top y sus brazos fuertes en plena tensión en la máquina de pectorales; su vientre marcadito, aunque sin exceso en la zona de abdominales del gimnasio; la insultante perfección de sus muslos y su culo en la maquina de los glúteos… y después me ha tocado a mí hacerlos. Es muy estricta y ha llevado mi cuerpo hasta los límites ya desde hoy, que es el primer día. De entrada, me ha reventado haciéndome estar 40 minutos en la máquina de correr y luego en cada uno de los aparatos. O bien picándome: ¿Cómo que no puedes más?, ¡Eres una debilucha! o bien siendo extrañamente familiar: Vamos cariño, tú puedes, Ese cuerpazo que tienes puede dar más de si de forma inesperada pasaba de una actitud a otra. Esos mareantes cambios de comportamiento y la contundencia de su cuerpo que lleva paseando desde hace dos horas frente a mí me están empezando a poner muy cachonda. Mierda, espero que no se me note. Supongo que este color rojito que se me está subiendo a la cara y los sudores se pueden achacar al ejercicio.
Nos hemos quedado solas en el gimnasio y estamos en el último aparato. Esa máquina para los extensores de la piernas (o algo así me ha dicho ella). Esa en la que hay que empujar unos pesos abriendo y cerrando las piernas. Primero lo hizo ella para enseñarme como funciona. No solo me enseñó eso, sino también el final de los tendones de su entrepierna que se notaban bajo la pernera de sus pantaloncitos cortos. Esta tía está en forma. Hasta el coño lo tiene fuerte, me sorprendí pensando. No seas morbosa, Carol, que se te va a notar la excitación, me dije a mi misma.
Estoy sentada en la máquina empujan con tanta fuerza hacia mi camiseta que me duelen. Despeinada y sudorosa, descubro en el reflejo que no estamos solas. Hay un tipo mirándonos, junto al saco de boxeo. Un negro enorme, de casi dos metros. Sin camiseta y empapado en sudor que hace brillar su cuerpo hipermusculado. Parece una bestia primitiva: tiene unos brazos de gorila y unas manos tan bestiales que me podrían aplastar la cabeza si quisiera con apretar un poquito. ¡Vaya animal! Se le marca un pollón grueso como no había visto yo antes. Se había puesto muy caliente con nuestro espectáculo. Mucho. Su cara de bruto unida a su cuerpo por un grueso cuello está desencajada, mirando a mis ojos directamente. De repente, empieza a golpear brutalmente el saco, intentando descargar con él su monstruosa excitación. Lo golpea con una furia y una fuerza tan inhumana que acaba por arrancarlo de sus anclajes y el saco cae destrozado en el suelo. Me mira con una sonrisa que más parece una amenaza. Normalmente los musculitos como ese no me dicen nada, pero este tío me ha puesto cachonda como una moto. Supongo que tengo una parte de mí oculta que es masoquista. Que deseo que una bestia así me destroce con una follada descomunal. Estoy ya lejos de poder disimular. Jadeo como una perra y compruebo que Helena ya no tiene sus manos en mis muslos. Que mis piernas se abren y cierran solas fuertemente, c
omo si mi chocho les hubiera dado toda la fuerza del mundo a mis muslos para que aplaquen el fuego que le está abrasando. Ella está sentada en el suelo, frente a mí, disfrutando del espectáculo con cara de pícara. «Parece que mi marido te ha puesto cachonda, Carolina». Yo ceso mis movimientos y me quedo patiabierta frente a ella. Se me cae la cara de vergüenza. «¿Tú… tu marido? Mierda. ¡Lo siento… es que…!» Ella no deja que termine la frase. Se levanta y pone sus dedos tapando mi boca. Me susurra algo al oído: «Me alegro. Porque tú a mí también. Y mucho». De forma automática compruebo en el espejo que tras oír esto, una mancha de jugos empapa mi malla. Helena le grita a su marido «Animal. Cierra el gimnasio, que por hoy hemos terminado.» «¿Te quieres quedar un rato?», me pregunta a mí. Yo, como única respuesta beso su boca, ansiosa de su lengua.
Lo que pasa tras las puertas cerradas del gimnasio ya os lo contaré en otro momento. Solo diré que voy a convencer a mi hermanita para que vuelva conmigo el siguiente día.
Autor: Carol carolcastro2000 ( arroba ) hotmail.com