Grandes series, hetero, infidelidad. Superados los temores, Glinys estaba dispuesta a tener aventuras.
CAPÍTULO 4
El ejecutivo en cuestión andaría sobre los treinta y cinco, rubio de ojos azules, tipo atlético y con un seductor acento sureño o por lo menos a Glinys le parecía seductor. Yo creo que aunque hubiese tenido el peor acento del mundo a Glinys le hubiera parecido seductor.
Harold, que así se llamaba, se fijo en ella enseguida, lo cual es natural, pero también se fijó en Penny. Por tanto la mañana se la pasó en la duda. También mostró su anillo de casado y su saber estar. Penny maniobró para dejar el campo a Glinys y durante el almuerzo esta le dijo:
– Creo que el amigo Harold reúne las cualidades adecuadas.
– Sí. Yo también lo creo.
Glinys maniobró de forma que a Harold no le quedó otro remedio que conversar con ella. Comenzó el coqueteo pero no avanzaba. El descanso estaba a punto de terminar y no ocurría nada. Glinys se lanzó.
– Sé en que estás pensando.
– No creo. ¿En qué?
– Muy fácil. Estás pensando en como convencerme de que me acueste contigo. ¿Me equivoco?
Se quedó desconcertado. Durante unos segundos no supo que decir pero se repuso.
– Has acertado. Por eso no estaba muy concentrado en la conversación. ¿Tú que sugieres?
– Quizá comenzaría con una invitación a cenar y seguiría con un paseo a la luz de la luna, todo muy romántico donde la convencería que soy extraordinariamente cariñoso y tierno. Algo así haría yo. Claro que yo no soy tú.
– Entonces probemos. ¿Quieres cenar conmigo?
– De acuerdo. Recógeme a las siete. Luego te daré una tarjeta con mi dirección.
Harold fue puntual, apareció en un taxi con ramo de rosas rojas y cuando la vio se le descolgó la mandíbula. Ella apareció comprimida en un vestido plateado, corto y extraordinariamente escotado con ese andar suyo, tan felino. Sin embargo no daba la sensación de provocar, cuando recuperabas la respiración pensabas que en aquellas circunstancias no cabía otra ropa y que el vestido era, sobre todo, elegante. La llevó al mejor restaurante de la ciudad. Durante la comida estuvo dicharachero, amable, tierno, en fin sobrepasó las esperanzas de Glinys. Al salir del restaurante caminaron sin rumbo aparente. La cogió por los hombros y le fue susurrando. Ella no recuerda ni una sola palabra pero si recuerda su estado de ánimo y las sensaciones que recibía. Parecía estar flotando. Pero justo cuando el paseo podía ponerse aburrido llegaron frente a su hotel. Él se sorprendió mucho de haber acertado, pero ya que estaban allí podían subir y tomar una copa.
En el ascensor le dio unos besitos tiernos que ella correspondió con torpeza. Siguieron besándose por el pasillo, cada vez con mas ardor. Cuando entraron en la habitación siguieron con caricias más íntimas. Comenzó por el cuello y siguió bajando. La cremallera del vestido bajó y comenzó a mordisquearle los pezones, ella por su lado hacía lo propio, la chaqueta y la corbata habían caído y estaba con la camisa. Cayó el vestido y mientras continuaba con sus pechos ella le besaba el suyo. Se sentaron en la cama sin dejar de besarse y cuando él la empujó suavemente. Ella tuvo el primer orgasmo.
Se levantaron para tomar aliento y de un tirón, voló la ropa de la cama. Se volvieron a echar. Él recorrió con sus labios su cuerpo, empezando en sus labios, cuando llegó por debajo de la cintura le sacó suavemente las braguitas, unas sugerentes braguitas rosa del tamaño que Penny consideraba adecuado.
La boca de él jugueteó con su sexo, besos, mordiscos… La lengua de él parecía algo independiente. Ella gemía y se retorcía cada vez con más violencia hasta que otro orgasmo la dejó fuera combate.
Cuando abrió los ojos él estaba de pié junto a la cama y su miembro estaba enfundado en un preservativo verde con verrugas. Se puso sobre ella y la penetró. El momento más temido había llegado y había pasado sin darse cuenta. En lugar de molestias sentía
un placer intenso que fue aumentando, notaba contracciones en su vientre. Gimió suave. Todas las sensaciones fueron aumentando, se acopló a los movimientos de él, los gemidos se convirtieron en grititos y estos en gritos tan grandes que él se asustó y la besó. Pero ni aún así consiguió el silencio. De repente se calló. Su cuerpo se tensó durante unos segundos, que parecieron interminables y se relajó quedando desmadejada sobre la cama.
Se dio la vuelta y cerró los ojos con deseo de dormir pero él pasó el brazo bajo su vientre y tiró hacia arriba, su trasero quedó en alto y entonces volvió a penetrarla. Sin saber como, se encontró a cuatro patas, moviéndose al ritmo de él. Sintió que volvería a perder el sentido cuando oyó los suaves gritos y sintió que algo ocurría en su interior, pero no tuvo tiempo de analizar qué podría ser, porque un orgasmo sin precedentes hizo que se desplomara sobre la cama. Él también se desplomó, a su lado.
Fue incapaz de moverse hasta otro día. Se dieron una ducha juntos. Cuando miró el reloj salió a la carrera. Un taxi la dejó en su casa, se cambió y a pesar de no desayunar llegó tarde a la reunión. Penny no le dijo nada, cuando vio la cara de Harold había pensado que Glinys llegaría tarde. Realmente se sorprendió que fuera un retraso tan pequeño.
Aquella tarde le contó entre risas y gritos la aventura. Penny aprobó su actuación y le hizo algunas sugerencias. Se les fue la mano en los brindis de modo que Glinys durmió en casa de Penny.
Unos días después Penny le dijo:
– ¿Estás dispuesta a otra aventura?
– ¡Siempre!
– Me alegro que hayas superado tus temores. Esta tarde me esperas a las siete en el aparcamiento de la plaza Clayton, junto al ascensor diecisiete. Seguramente estaré allí pero si me retraso me esperas. Ropa de tarde-noche pero de calle.
En efecto, algunos minutos antes de las siete llegó a la cita y allí estaba Penny. Lo contrario hubiese sido sorprendente. Ambas coincidieron en el vestuario. Traje de chaqueta. Penny de color beige, con una blusa banca y con sus correspondientes cadenas al cuello y Glinys verde pálido con falda muy corta y la chaqueta cerrada al cuello. Podría hablarse de discreta elegancia. En el ascensor le explicó:
– Vamos a tomar unas copas en uno de los clubes más discretos del mundo. Es muy difícil que alguien pueda pensar que vienes a él. Como ves, el aparcamiento da servicio a toda la plaza y hay un montón de oficinas, viviendas… hasta un centro comercial y en uno de los pisos de una forma muy discreta como verás está el club. El club es fundamentalmente un sitio de encuentro, pero un sitio de encuentro con algunas características. Los socios se conocen por el nombre, pero cada uno es libre de dar el que quiera, por tanto casi nadie da el suyo, yo por ejemplo soy Pam, tú podrías ser Mim. ¿Te gusta?
– No está mal. De todas formas lo mismo da uno que otro.
– Otra norma es que puedes intimar tanto como quieras con una persona dentro, pero si te la encuentras fuera no la reconocerás hasta que no te la presenten y tendrás muchísimo cuidado al hablar de no dejar escapar algo que pueda hacer pensar que os conocíais. Cuando lleves algún tiempo en el club comprobarás que no es difícil sobre todo si sigues la norma no explícita de no mirar directamente a nadie que no te interese, desde luego las luces ayudan.
Llamaron a la puerta y "Mim" fue presentada como aspirante, durante un tiempo tendría que hacerse acompañar por un socio hasta que diez miembros del club la avalaran y nadie se opusiera, de esta forma no existían enojosos archivos que pudieran ver ojos indiscretos. Otra norma era la prohibición absoluta de cualquier tipo de sustancia prohibida, eso garantizaba que la policía no iría, de forma oficial, por allí aunque era lógico pensar que habría policías entre los socios, al menos los altos mandos. Porque otra característica del club eran sus precios. Como no hubiese sido práctico poner una cuota, esta se cobraba con la entrada y con los servicios que incluían un completísimo bar en la sala, digamos común, con pista de baile, salitas de reuniones donde se podía hablar d
e negocios de política o simplemente jugar al póquer, un comedor con tres mesas donde se podía tomar la comida de cualquier restaurante, dos reservados si no querías compartir el comedor y unos cuantos dormitorios con todos los accesorios imaginables. En este club si no tenías cuidado con los "servicios" podías dejarte fácilmente más de mil dólares en una tarde.
Al entrar en el bar, se seguía siempre el mismo ritual, te acercabas a la barra, iluminada y se pedían las bebidas, eso daba lugar a que los asistentes te vieran y si alguno quería hablarte supiera que estabas allí o al contrario, si a alguno no le interesaba ser visto podía desaparecer discretamente. Luego te llevabas las bebidas a la mesa que tenía poca iluminación con lo cual se evitaban miradas innecesarias. La ausencia de camareros que sirvieran era para evitar pasar por entre las mesas, de todas formas había un camarero que retiraba los servicios cuando se iban los socios.
Cuando se sentaron, Penny le advirtió:
– Estoy esperando que llegue un hombre que pienso que será muy adecuado para ti. Entonces te avisaré y vas a la barra a pedir una bebida. Él te verá y vendrá. Pero no hagas nada especial, ni siquiera le mires. Muéstrate, ofrece la mercancía, pero en general, ya sabes. Recoges el vaso y vuelves.
Al poco se acercó una mujer que fue presentada como Cris y de la que no pudo distinguir apenas su rostro y que llevaba pantalones, con lo cual no supo si era joven o vieja, guapa o fea.
Durante media hora hablaron de trivialidades. Entonces entró un hombre.
– ¡Ese es! ¡Adelante!
Lo hizo como le dijo Penny. El tipo se fijo. Tenía que haber estado ciego. Se había quitado la chaqueta y mostraba una escotada blusa de color marfil que transparentaba un pequeño sujetador rosa. La siguió a su mesa.
– ¡Hola Pam! Preséntanos
– Este es Sam y estas Mim y Cris.
– ¡Hola Mim! ¡Hola Cris!
– ¡Hola Sam! – contestaron.
– Pues verás Pam, te he visto y me he dicho ¿porqué no saludamos a Pam?
– Sam, Sam. Siempre serás el mismo. Tú has visto a Mim y te has dicho "eso es una mujer, ¡al ataque! Y al acercarte has visto que estaba conmigo.
– ¡Y que más da! Todo esto son circunloquios. Oye Mim, ¿Quieres bailar?
Aceptó. Para eso estaba allí.
Sam resultó ser lo que se esperaba. Buen bailarín, comenzó el baile bastante separados y con bromas y chistes, poco a poco fueron acercándose, bailando más lento y hablando más serios y más bajo hasta terminar abrazados, susurrando y dándose tiernos besitos.
Al rato se separaron, él se dirigió a la salida y ella a la mesa.
– Ha ido a pedir una habitación. Es fantástico. ¡Has hecho una elección extraordinaria! ¿Me esperarás?
– Ve tranquila. Aquí estaré cuando vuelvas.
La habitación resultó tal y como se suponía, algo pequeña pero muy lujosa. La decoración de las paredes muy discreta, un papel imitando a tela, de color verde muy pálido, algunos paisajes en las paredes y una iluminación que podía ir desde la brillantez de la gran lámpara central a la discreción de los casi invisibles apliques. La cama, inmensa, ocupaba la mayor parte del espacio, un par de silloncitos y una pequeña mesa donde poder escribir, en caso necesario. Sobre una repisita junto a la cama un teléfono interior. Tampoco los huéspedes necesitaban más. El baño si era completo. Tenía una gran bañera con hidromasaje y los correspondientes sanitarios con lavabo doble y toda clase de jabones, cremas, etc. con las paredes en un discreto mármol rosado.
Sam insistió en darse un baño. Se metió en la bañera y la invitó a que le acompañara. No se hizo de rogar. Allí entre juegos se enjabonaron concienzudamente todas las partes del cuerpo. Ella descansaba sobre él, su nuca apoyada en su brazo sobre el borde de la bañera, esa mano le acariciaba el cuello y la cara, la otra le enjabonaba su sexo. Tuvo un orgasmo tan intenso que de no tener el brazo debajo se habría desnucado. Por su parte le acariciaba su miembro, que estaba tan duro que parecía de acero. Él la detuvo.
– Tranquila, o esto acabará antes de empezar.
Salieron del
agua. Se secaron con el aire caliente y se pusieron sendos albornoces. Él sirvió unas copas que comenzaron a beber a sorbitos. Entre sorbo y sorbo se besaban. Las caricias hicieron caer los albornoces y ellos se deslizaron sobre la cama. Le recorrió el cuerpo con su boca. Cuando la besó en el clítoris tuvo el segundo orgasmo, casi se desmaya. A la vista de ello, él se puso boca arriba a su lado esperando que se tranquilizara. Ella se retorcía suavemente y ronroneaba. La hinchazón de él fue bajando.
Pasó el tiempo. Sam no se movía. Entonces Glinys se incorporó sobre su codo y vio el lamentable estado en se encontraba e hizo algo que había visto en las películas "pedagógicas" que Penny le había pasado. Tomó el miembro con la mano y se puso a chuparlo. La sensación fue extraña pero placentera. Cuando se acostumbró solo fue placentera.
A pesar de los consejos de Penny, fue muy torpe. Al rato y en vista que no lograba gran cosa, Sam la fue guiando. En poco tiempo consiguió tal efecto que Sam la detuvo.
– Para un poco; ya te dije que hay que hacerlo con cuidado o se acaba antes de tiempo. Eres muy peligrosa. Siempre vas muy deprisa y eso es malo, porque cuando yo termine, se acabó. Y no querrás que ocurra tan pronto. ¿Verdad?
La fue guiando. A pesar del cuidado, tuvieron que parar.
– Lo has aprendido maravillosamente pero si sigues se acabó.
– Entonces penétrame, porque ya no aguanto.
Como por arte de magia, se puso un preservativo y la penetró. Los movimientos duraron poco, la explosión fue simultánea y grandiosa. Se desplomó sobre ella.
Al cabo de un rato se levantaron. Fue al baño se quitó el preservativo y se lavó. Volvió con intención de vestirse. Entonces le empujó.
– Quédate un rato en la cama, no sé tú, pero no puedo moverme.
Cuando se relajó por completo, se lanzó sobre su miembro y comenzó a chupar. Esta vez con gran pericia. Al momento estaba otra vez duro. Siguió durante un rato. Él le acariciaba su sexo con los dedos, pero como con desgana. Poco apoco fue poniendo entusiasmo. Comenzó a gemir. Un gemido más fuerte casi un grito le avisó de lo que iba a ocurrir. Apenas le dio tiempo a apartarse. Recibió la mayor parte en la cara. Se dejó caer sobre el vientre de él y como seguía acariciando su sexo, en esa posición, tan extraña, tuvo el orgasmo.
Tardaron mucho en vestirse, a pesar de las pocas prendas. Entre prenda y prenda se acariciaban con pasión. Por fin salieron al bar. Penny seguía hablando con su amiga y con un hombre que estaba de pie y que se retiró cuando llegaron. Sam se despidió y salió del bar.
– Cuenta. ¿Que tal? Puedes hablar, Cris es discreta.
– No tengo palabras. Ha sido increíble. Cada vez descubro aspectos nuevos. Y me convierto en mejor amante. Cuando, digamos, cantó su canario, quiso levantarse, entonces yo me dije "vamos a intentarlo" y le hice cantar por segunda vez. El reto es que cante tres veces la próxima.
– No te pases. Muy pocos canarios consiguen cantar tres veces en una sesión. Me extrañaría que el de Sam lo hiciera. ¡Ten cuidado! Te puedes convertir en un arma letal.
Salieron las tres juntas y al llegar al aparcamiento cada una se fue en su coche.
Las citas se sucedieron a razón de una por semana. A pesar de todos sus esfuerzos el canario de Sam no pudo cantar más de dos veces por sesión. Y alguna, ni eso.
Su veintitrés cumpleaños coincidió en sábado y Penny le organizó una fiesta en su casa, ellas dos, pero se las ingenió para conseguir divertirla hasta tarde, tan tarde y tan bebida, que no se atrevió a ir a su casa y durmió en casa de Penny. El domingo lo pasaron juntas en el campo. En cierto momento tumbadas a la sombra de un roble, Penny le dijo:
– Se puede dar por terminado el aprendizaje. Te has convertido en una gran dama. Sabes como comportarte en público y en privado. Quizá te falte experiencia en el manejo de una casa pero eso no tiene problemas graves, cuando hayas tratado con el servicio un par de días parecerá que has nacido en una gran casa llena de criados. Me siento orgullosa de ti.
– Y yo me siento inmensamente agradecida. Solo espero que nuestra amistad sea eterna aunque nuestras vidas tomen rumbos divergentes. Quiero que prom
etamos, ahora, que estemos donde estemos, nos llamaremos por teléfono al menos una vez por semana y nos veremos al menos una vez cada seis meses aunque tengamos que recorrer medio mundo.
– No me has dejado terminar. Por supuesto ¡queda hecha la promesa! Pero no será necesaria con lo que tengo pensado. Lo que he pensado te permitirá ganar lo suficiente como para poder ir al club sin arruinarte y que permanezcamos cerca, en esta misma ciudad o al menos, en ciudades muy próximas.
– ¡Cuenta! Conociéndote seguro que es algo grande.
– En efecto. Es algo extraordinariamente grande. Si sale bien y no lo dudo, porque vales en todos los aspectos, ascenderás hasta ejecutiva, es decir te colocarás a mi nivel y con mi sueldo, eso te permitirá vivir como yo y puesto que tu vocación no es la soltería, casarte adecuadamente.
"No sé si sabrás que nuestro gran jefe, Pete, se acaba de divorciar, en parte por culpa de su actual amante, que he de reconocer tiene muchos méritos, y en gran medida porque nos hacemos viejos y los hombres de éxito no soportan caras arrugadas y cuerpos achacosos a su lado, como si ellos no estuvieran arrugados y achacosos.
"Su mujer le ha permitido ciertos devaneos, hasta que ha explotado. El detonante ha sido la nueva amante, pero esa no es la causa de fondo, la causa de fondo es que ya ha casado convenientemente a sus hijos y no hay peligro de ruptura de compromisos planificados.
– No capto el sentido. No sé que tiene que una cosa con otra.
– Lo entiendo. Tú no estás al tanto de las cuestiones sociales. Veo que aún necesitas algunas clases. No importa. Lo que te falta, lo aprenderás sobre la marcha. Te resumo. Pete tiene dos hijos, desde chicos los comprometieron con sendas herederas de importantes empresas, lo que hacían los reyes en la Edad Media, puesto que los consuegros de Pete son, aparentemente, modelos de matrimonios, un divorcio podría haber echado por tierra los enlaces que supone aumentar el poder de todos, especialmente de Pete y de paso de sus hijos. La señora de Pete no podía permitir esto, pues aunque se divorcie sus acciones tienen más valor, por eso ha esperado. Con la nueva explotó, le formó el follón y Pete en plena ira pidió el divorcio. Ella ha sacado más acciones, que debido a las bodas de sus hijos valen más que sin ellas.
– Y ella que hace ahora.
– Las malas lenguas dicen que intenta sobreponerse a su dolor en la lejanía de Europa y seca sus lágrimas sobre fornidos y jóvenes hombros. Pero esto no lo tengo contrastado.
– ¿Y que pinto yo en esto?
– Pete, terminará tarde o temprano, más bien temprano, en echar la culpa de su divorcio y de sus problemas familiares a su amante y la mandará a paseo. Un nieto tira mucho y en estos momentos las relaciones con su hijo no le permiten ver al crío. Cuando esto ocurra, tienes que estar en disposición de consolarle y hacerle ver que como la familia no hay nada. Si consigues reconciliarle con sus hijos mientras le consuelas, naturalmente, tendrás el puesto que quieras, incluso mejor que el mío. Desde ese puesto podrás casarte con quien te de la gana.
– Hay un pequeño fallo. Pete no sabe ni que existo.
– Te equivocas. Pete conoce perfectamente la vida de cada uno de sus empleados de cierto nivel, los tontos no dirigen imperios, no lo olvides. No se te ocurra subestimar a ningún poderoso. Lo que ocurre es que él conoce la foto de tu ficha y por tanto te cree fea.
– Entonces ¿qué has pensado?
– Fácil. Me acompañarás a las próximas reuniones de ejecutivos, como mi ayudante. Te conocerá y si eso no acelera la ruptura, cuando esta se produzca te convertirá en su amante. Estoy segura. Bueno digamos que las probabilidades superan el noventa y nueve por ciento
CAPÍTULO 5
La llevó a la siguiente reunión. Fue presentada y se sentó en la segunda fila detrás de Penny. Pero no podía pasar desapercibida. Cuando se levantaron en un descanso se vio rodeada de los que no la conocían. Al poco se acercó Pete y los demás se retiraron. Él estuvo muy paternal, preguntándole por sus aficiones, si estaba a gusto en la "familia", que tal jefe era miss Harper, etc. En resumen: según los planes.
Antes de la tercera reunión, Penny le dijo:
– Han roto. A partir de ahora ¡mucho cuidado!
Durante la reunión no oc
urrió nada. Pero al día siguiente Pete llamó a Penny para que le mandara a uno de sus ayudantes como refuerzo temporal en su despacho. De esta forma Glinys se encontró trabajando con el gran jefe. A los tres días la invitó a cenar con la excusa de compensarla por haberla sacado de su ambiente y como premio al buen trabajo realizado.
La velada dio como resultado que se convirtieron en grandes amigos y la promesa de volver a pasarlo tan bien.
Pete se fue de viaje y cuando volvió, después de la reunión de ejecutivos le dijo:
– Glinys, ¿tienes algún compromiso esta noche?
– No. ¿Por qué?
– Me gustaría que cenáramos. Solo que tengo trabajo en casa y puede ser complicado llevarte a algún sitio. ¿No te importa si cenamos en mi casa?
– En absoluto. ¿A qué hora voy?
– A las ocho estará bien. No te decepcionaré, tengo un cocinero excelente.
Penny le dijo:
– Sin duda que esta noche se lanzará, ponte muy sexy y no precipites los acontecimientos. Déjale que haga todo el trabajo incluso un leve toque de resistencia puede ser interesante. En fin, lo que sea, será.
A la hora convenida cruzó la puerta de la mansión. Esta sí era una mansión, con abundante servidumbre. El mayordomo la pasó a una salita y le ofreció de beber. Aceptó un refresco. Al poco apareció Pete con chaqueta pero sin corbata.
– Perdona la espera pero tenía que terminar lo que estaba haciendo.
– Si quieres te ayudo y acabamos antes.
– No, no. Ya está terminado. Por lo menos lo urgente. El resto esperará a mañana. Si sigo no acabaré nunca. Ya sabes como es esto ¡nunca se acaba! Pero deja que te mire. ¡Estás preciosa! No, no estas preciosa. ¡Estás arrebatadora! ¡Eres un sueño hecho realidad!
No era para menos. Un vestido negro de tela fina, no muy corto ni muy escotado pero ajustado, marcando cada una de sus curvas. Unos discretos pendientes y una fina cadena de oro al cuello. Y el maquillaje. El maquillaje era una obra de arte. Parecía que no llevara pero con las luces convertían su cara en algo excepcional.
Él la miraba extasiado. A pesar de la calefacción la temperatura de la habitación era baja para la ropa de ella, no para la de él. Los pezones se marcaron en el vestido y lo interpretó como de deseo, con lo cual el suyo aumentó. El mayordomo al anunciar la cena le sacó del sueño.
Cenaron en otra salita con el mayordomo dirigiendo a dos doncellas de negro uniforme corto y escotado, de tal forma que cuando se inclinaban a servir enseñaban la mayor parte del pecho, pero esa noche Pete solo tenía ojos para el escote de Glinys. La cena como tal fue excepcional cuando terminaron se trasladaron a otra salita con un amplio sofá frente a una chimenea que daba un calor sofocante. El mayordomo arregló una mesita con los licores y preguntó si necesitaban algo. Ante la negativa de Pete les deseó buenas noches y cerró cuidadosamente la puerta.
Pete sirvió generosos vasos de güisqui con hielo y comenzaron a beberlo a pequeños sorbos. Pete iba dando la vuelta al rededor de Glinys.
– No te muevas, quiero contemplarte por completo, desde todos los ángulos.
Glinys observó que la frente de Pete estaba llena de sudor.
– ¡Estás sudando! Creo que está un poco fuerte la chimenea. Puedes quitarte la chaqueta, entre buenos amigos no caben esos cumplidos.
– Gracias, pero no es solo el calor lo que me hace sudar. Te contemplo y corre fuego por mis venas. Eres increíble.
Se quitó la chaqueta y se abrió la camisa mostrando un no muy poblado torso en el que el blanco comenzaba a mostrarse sobre el castaño claro del resto del vello. Los músculos no muy marcados, pero sin grasa. Terminó de abrir la camisa y la sacó del pantalón, se mostró el vientre liso.
– Puedes terminar de quitarte la camisa. No te andes con cumplidos.
– Quítate los zapatos verás que suave es esta piel.
La piel era un oso pardo inmenso. Le cogió la mano.
– Es un Kodiak y de los más grandes. Como tenerla es de dudosa legalidad no preguntes sobre ella. ¿A que es una sensación rara?
– Es cierto. Es muy agradable pero no sé describir lo que siento.
– Sentémonos.
Se sentaron en el sofá y él llevó la mano de ella a sus
labios; siguió besando por el antebrazo, cuando llegó al codo ella se estremeció.
– ¿Qué ocurre? ¿Te molesta?
– Al contrario. Me da miedo que me guste demasiado.
Bebieron. Pete llenó los vasos. Contemplaban el fuego y bebían en silencio. Volvió a tomar su mano, acercó su boca a la oreja y le susurró:
– Me pregunto como se puede ser tan bella. No hay parte de tu cuerpo que no me haga enloquecer. Tenerte junto a mí es lo más maravilloso que le puede ocurrir a alguien.
La besó en la oreja, y siguió besando por el cuello, sintió a través del vestido como se estremecía y como se marcaban los pezones bajo la tela. Ella giró un poco la cabeza y le ofreció sus labios. El beso fue largo. La mano de él recorrió su cuerpo. La suavidad y finura de la tela prometía el paraíso. Le bajó la cremallera y con los besos fue bajando la parte superior del vestido. Cuando le besaba los pechos, ella le bajó la cremallera y le soltó el pantalón. Se interrumpieron un momento para quedar desnudo, luego le bajó el vestido y cayeron sobre la piel del oso.
Fue besando su cuerpo entre los débiles gemidos de ella. Le mordió el tanga, negro de encaje y lo apartó; con las manos terminó de sacarlo. Se quedó quieto. Ella levantó la cabeza.
– ¿Ocurre algo?
– ¡No tienes pelo!
-¡Ah! Es eso. ¿Que te parece? Yo lo encuentro muy erótico.
– Tienes razón. Es extraordinariamente sexy.
Y continuó besándola por todo el pubis. Sus gemidos aumentaron y de pronto se relajó y se quedó en silencio. Él se sentó en el sofá y tomó su vaso.
En gran medida los gemidos fueron teatro. El orgasmo fue real pero ni muchísimo menos como había parecido. Esperó con los ojos cerrados a que terminara la bebida, entonces se incorporó y se acercó a cuatro patas. La que había sido una orgullosa lanza, aunque por su tamaño no se debería aplicar ese nombre sino el de azagaya, colgaba triste y mustia. Ella se dedicó con sus besos a reanimar tan precioso objeto. Tras unos minutos de besar, lamer y chupar con fruición, el valioso objeto alcanzó su máximo esplendor, que no era mucho, entonces continuó besándole todo el cuerpo. Él fue resbalando a medida que ella subía por su cuerpo hasta quedar tendidos sobre la piel.
Glinys seguía a cuatro patas y mientras bajaba por su cuerpo fue girando hasta quedar con su trasero junto a la cabeza de Pete, pasó la pierna sobre ella y cuando Pete le mordió su sexo con furia, ella le chupó el suyo con no menor ferocidad. Así estuvieron hasta que ella se desplomó sobre él. Se giró y quedaron boca arriba en la alfombra.
Con aparente esfuerzo se incorporó y volvió sobre su presa, él gemía con fuerza. Al cabo de un rato fue besándole hacia la cintura y colocó su pene entre sus senos que lo estrujaron al presionar con sus manos. Entonces comenzó un movimiento rítmico, con la cadencia adecuada, fruto de sus anteriores exploraciones, hasta que Pete con grandes gemidos descargó hasta la última gota. Mientras ocurría el acto supremo, ella gritó como loca y al final se desplomó sobre él.
Durmieron sobre la alfombra, el fresco producido como consecuencia de haberse agotado la chimenea les despertó. Se besaron. Ella miró la hora.
– ¡Es tardísimo! ¡Mi jefe me matará!
– Cariño tu jefe te dice que sigas besándome.
Al poco Pete se levantó.
– Tu jefe no te regañará por llegar tarde. Pero mis subordinados si lo harán. Es lamentable pero he de irme, Sube a mi dormitorio y toma un baño el tiempo que quieras. Si no quieres aparecer hoy por la oficina llama y diles que te encuentras mal, el jefe se tragará el cuento.
– No Pete. El placer nunca debe interferir con el trabajo, no es que mi trabajo sea demasiado importante. Pero es un principio que me gustaría mantener a toda costa. Si me baño aquí mis principios se tambalearán así que me voy a casa, llegaré tarde pero llegaré y no perderé un día de trabajo.
Se colocó el vestido y los zapatos y con el tanga en el puño corrió hacia la salida.
Después del almuerzo la llam&
oacute; a su despacho.
– Estoy a su disposición señor Pete. -Dijo desde la puerta.
– Pase y cierre, tengo que… llenarte de besos, los necesito. Es como comer, si no me besas me moriré.
La secretaría les interrumpió al poco, por el interfono, con el anuncio de una visita.
– ¿Vendrás esta noche?
– Pete, ¡lo siento! Tengo un compromiso.
– ¿Un hombre?
– ¿Celos? No, no es un hombre, es una reunión de amigas que ya tenía concertada – y abriendo la puerta terminó- así se hará señor Pete. -Y dirigiéndose al visitante:- El señor Pete le espera.
Realmente no le mintió. La reunión de amigas, dos amigas, ella y Penny, se concertó automáticamente tras la invitación de él.
– Hay algo que no entiendo. -Comentó Penny- ¿Por qué no te penetró? Y ¿por qué no has aceptado su invitación?
– No es que no me penetrara es que no le dejé. No era cosa de ponerle una goma en nuestra primera cita y no iba a permitir riesgos innecesarios. Él no notó la diferencia. Y en cuanto a la otra ha sido consecuencia de las reflexiones que hice durante y después del acto. Creo que no interesa ser la amante de Pete, dentro de unos meses se acabará y me veré en la calle y tendré que ir a empezar desde abajo en una ciudad lo mas lejos posible de aquí. No puedo llegar a pedir trabajo y dar como referencias haber sido la amante de Pete, es más ni siquiera podré mencionar a Pete. Es mejor ser su amiga, sin compromisos, sin obligaciones. Cuando deje de interesarle no tendrá excusa para despedirme, seguiremos siendo amigos y yo habré ascendido en la empresa hasta una posición confortable.
Derrochó ingenio para no verse a solas con Pete. Luego él se fue varios días. En resumen, a la segunda semana llamó a Penny. Esta le dijo a Glinys:
– Me ha llamado para que te ordene subir a su despacho. Creo que no tienes escape.
– Ni lo deseo. Si me hubiera llamado directamente habría subido. Ya es necesaria la segunda cita.
– Perdona, es la tercera.
– La primera no se puede considerar como cita.
Se echaron a reír.
A la espera de la llamada, había adoptado esos días la personalidad modosa. La ropa era discreta en tonos mas bien oscuros, como intentando que no se notase su presencia, pero precisamente se notaba más. Cuando entró, Pete se quedó indeciso contemplándola. Llevaba un traje con falda recta y corta, pero no demasiado, y chaqueta con botonadura dorada hasta el cuello, abierta, mostrando una camisa de tejido brillante en color rojo abierta de tal forma que no mostraba nada pero al inclinarse de determinada forma mostraba parte del pecho y el sujetador de color rojo intenso. Y como siempre un maquillaje que parecía no existir.
– ¡Estás preciosa! Pero ¿por qué no te insulto? Debería decirte lo más malo que se ocurriera. Pero no puedo. ¿Por qué me rehuyes? No me concentro en mi trabajo ¿Es que quieres ir al paro? Darás lugar a la quiebra de mis empresas. ¡No trabajo! ¡Solo pienso en ti!
– No exageres. No puedo creer lo que dices, aunque suena maravilloso.
. No te burles. Estoy loco, voy a poseerte aquí mismo.
– Tú lo has dicho, estás loco. Con tu actitud lo que vas a conseguir es que me marche lejos. Esto no es forma de llevar una amistad.
– ¡Esto no es amistad! Esto es mucho más. ¡Quiero tenerte para mí solo!
– Definitivamente, estás loco. Hasta luego.
Se movió hacia la puerta, él la sujetó con fuerza por el brazo.
– ¡Pete! Me haces daño. Si quieres hablemos, pero como personas, con tranquilidad. No se puede razonar cuando se está furioso.
– Perdona. Creo que tienes razón. Siéntate.
– Empieza por el principio y dime cuales son tus quejas, intentaré darte las explicaciones que te permitan comprender lo irracional de tu postura.
– Hace trece días que no te veo. Salvo el viaje, los demás días has estado eludiéndome. Ni siquiera has ido a las reuniones de ejecutivos.
– ¡Vamos Pete! Eso son tonterías. Simplemente he tenido trabajo. No he ido a las reuniones porque Penny no me dijo que fuera. Debió pensar que lo que estaba haciendo era más importante. ¿Por qué no me llamaste?
– ¡Pero si te llamaba a cada ins
tante! Y nunca estabas.
– No sería tanto. En cualquier caso podías haber hecho lo de hoy. Si hubieras llamado a Penny me habrías tenido aquí al instante, como ha ocurrido.
– ¡Es que no puedo vivir sin ti!
– Ese es otro aspecto interesante. Me gustas. Me siento a gusto a tu lado y… Bueno casi me volví loca. Pero he reflexionado. Solo aceptaré salir contigo con una condición que seamos amigos. Sin compromisos. Si una noche te apetece y a mí también, pues bueno, si tengo otro compromiso, pues no pasa nada. Si un día me apetece y a ti también, salimos si no, pues me lo dices y otra vez será.
– ¡La loca eres tú! ¡Yo puedo aceptar eso! ¡No comprendes que no puedo estar sin ti! ¡Quiero que te vengas a vivir a mi casa!
– Estamos en un diálogo de locos, yo estoy loca, tú estás loco… ¡Todos estamos locos! O aceptas o cuando baje le dejaré mi dimisión a Penny. ¡Es mi última palabra!
Se quedó pensativo. Intentó hablar varias veces. Por fin dijo:
– ¡Tú ganas! Seremos amigos. ¿Vendrás a cenar?
– No. Ganamos los dos. Iré a cenar a las ocho y como lo estoy deseando me vestiré de forma que cuando me veas te dará un infarto, de modo que estás avisado. Y otra cosa, por sistema las citas no podrán ser dos días seguidos, eso me convertiría en tu amante y te he dicho que no seré tu amante. De hecho, las citas serán como mucho dos veces en semana, yo tengo mis compromisos y tú tienes los tuyos y ninguno de los dos vamos a faltar a ellos por estar juntos. Insisto no seré tu amante. ¿De acuerdo?
– Pides demasiado. Pero acepto. A la fuerza. Pero acepto. Y ahora, ¿puedo besarte?
– Lo estoy deseando.
Y se lanzó sobre él.
Como ya se iba convirtiendo en costumbre la secretaría les interrumpió con el anuncio de una visita.
A las ocho en punto cruzó el umbral de la mansión. Pete la esperaba en el recibidor. Hizo una seña con la mano y el mayordomo desapareció. Se le congeló la mano. La visión era increíble. Glinys iba enfundada en un grueso abrigo impermeable hasta media pierna y con capucha y unas botas de goma de tal forma que de todo su cuerpo apenas se le veía la cara.
– ¡Hola Pete! ¡Hace un frío espantoso!
– Pasa, por favor. No te esperaba así ¡Casi me da el infarto!
– No era mi intención que te diera en la entrada de la casa.
– Cenaremos en la salita con la chimenea. Nos serviremos nosotros.
– Me parece un plan perfecto.
– ¡Pero dame esa ropa mojada!
– En la salita me quitaré el abrigo.
Cuando entraron en la salita, se quitó las botas y se acercó a la chimenea. Se volvió lentamente hacia él, que traía dos copas en las manos y se echó la capucha hacia atrás. Con movimientos estudiados se quitó el abrigo. Quedó, en todo su esplendor, desnuda frente a él. Las copas se hicieron añicos contra el suelo.
– Mi intención era que te diera el infarto aquí. Me alegro que no te haya dado.
El se lanzó como en el rugby y rodaron sobre el oso.
Cenaron mucho después.