Lo pense, es igual que besar a un hombre y Astrid lo hace muy bien
El orgasmo no llegaba. Había alcanzado un nivel de placer inmediatamente anterior al orgasmo, pero no llegaba. J. se levantó y me echó de bruces contra el suelo. Entonces, y desde atrás, penetró nuevamente mi vagina y empezó a embestir con sus energias renovadas.
Mis gritos debieron de escucharse en toda la planta del parking. El sexto y último de mis orgasmos llegó con un fuerza arrolladora, haciendo estremecer incontroladamente todo mi cuerpo durante quince largos y gloriosos segundos. Era el mejor orgasmo que había tenido en toda mi vida, y lo disfruté como nunca. Velozmente, J. sacó su verga de mi saciado coño y la dirigió sin titubear a mi boca, agitándola con fuerza. Abrí la boca en el mismo momento en que sentí como sus violentas descargas de semen penetraban en mi boca e inmediatamente la cerré sobre la verga, chupando y tragando a la vez. Dos chorros de semen cayó resbaló por la comisura de mis labios y cayeron hacía mis pechos, que masajeé inmediatamente. Finalmente, saciados, gozosos, exhaustos y felices, nos tumbamos tiernamente abrazados.
Sin lugar a dudas, J. es el mejor amante que he tenido en mi vida. Nuestra química física y sexual era soberbia, puro fuego. Nuestra relación parecía una de esas películas románticas en la que los protagonistas se pasaban todo el tiempo echándose los trastos a la cabeza para al final estallar en un mareganum de amor y pasión. Desgraciadamente, ese era nuestro problema. A pesar de lo sucedido, nuestros caracteres chocaban con frecuencia, y no eran pequeños choques, sino autenticas catástrofes. Algunas de nuestras peleas dejaban la que había tenido en el bar el día de Año Nuevo a la altura del betún. Cuando sentíamos de nuevo el arrebato sexual, todo cambiaba: el odio se transformaba en irresistible pasión y deseo, y nuestros gritos e insultos en gemidos y gritos de placer. No había lugar a la rutina, al aburrimiento. Cada vez que hacíamos el amor era mágico, irrepetible e increíblemente gozoso. El ataque pasional podía acudir en cualquier momento en cualquier lugar: de madrugada en un cajero automático, a mediodía en los servicios de un bar o restaurante, en su furgoneta, al atardecer en un bosque a orillas del mar…
El problema era que tras el sexo y un periodo de paz, siempre surgía una nueva disputa cuya violencia nos llegaba a asustar, pero que éramos incapaces de controlar. Por ello, tras dos años de tormentosa y apasionada relación, decidimos dejarlo de mutuo acuerdo y seguir cada uno su camino. Nuestra relación no era más que un giro sobre si misma, sin posibilidad de avanzar, sustentada únicamente por el fantástico sexo que teníamos.
El siguiente año fue duro. Estaba convencida de haber hecho lo correcto, pero no podía olvidar a J.: J. con su cabeza entre mis piernas, J. masturbándose para mi, empujando mi cabeza sobre su verga, penetrándome ora por mi vagina, ora por mi ano (sí, no lo mencioné antes, pero con él fui más allá y perdí mi última virginidad)… No volví a tener un nuevo amante porque temía que me desilusionara. Ninguno estaría a la altura de J.
Fue así como di un nuevo paso en mi sexualidad.
En mi empresa, trabajaba una chica noruega llamada Astrid. Era mayor que yo (yo tenía entonces 25 y ella 30), y encaja al dedo en el típico patrón de mujer nórdica: alta (medía 1,79 m), robusta pero dotada de una atractiva figura (110-73-95) , de larga melena rubia y ojos azules. Era muy agradable y hablaba muy bien nuestro idioma, si bien no podía disimular su acento extranjero.
La conocí cuando comencé a trabajar. Las dos estábamos con otros compañeros en la misma sección, de modo que trabamos amistad fácilmente. Los compañeros siempre bromeaban con ella sobre el día en que no podrían contenerse más y la violarían en medio de la oficina, y ella aceptaba las bromas de buen grado.
Un noche salí de paseo por la zona de marcha de la ciudad, más por despejar mi cabeza que en busca de diversión. Cuando me entró sed, entre en un bar a tomar una copa, y cuando estaba en la barra, divisé a Astrid, que entraba acompañada de otras dos mujeres.
Nos saludamos y empezamos a hablar. Me presentó a sus compañeras, que se llamaba
n Lorena y Paula. La conversación se volvió amena y nos sentamos en una mesa. Lorena y Paula querían saber cosas de mi, y ante su insistencia le di a la lengua.
– ¿Estás en busca de marcha? –me preguntó bromeando Paula.
– Debería, pero no tengo ánimos –respondí-. Hace un año que rompí con mi pareja, y desde entonces no he tenido nada de sexo. He tenido ocasiones para tener un buen remolcón, pero no me he animado. Se que parece tonto, pero el sexo como el que tenía antes es imposible que vuelva a tenerlo.
– ¡Vaya! –exclamaron ellas entre risas-. Tus fiestas debían de ser memorables.
– Y tanto que sí. La primera vez que lo hicimos tuve seis orgasmos –ellas estallaron en risas sorprendidas-, y nunca quede insatisfecha. Claro que era imposible quedar insatisfecha con una polla como la suya.
En ese momento ellas me miraron sorprendidas:
– ¿Con una polla como la suya? –repitió Paula-. ¿Pero es que eres hetero?
– Sí. ¿Vosotras no? –pregunté tan sorprendida que no tuve tiempo de morderme la lengua. Se hizo un incomodo silencio en la mesa hasta que Astrid respondió:
– No. De hecho, creo que tu eres la única heterosexual de todo el bar.
Había paseado con tan buena «suerte» que había entrado a tomar la copa en el único bar de homosexuales de toda la zona. Las compañeras de Astrid, al verme en el lugar, habían asumido automáticamente que yo también era lesbiana. Aparte de la vergüenza por el malentendido, también estaba sorprendida: no tenía ni idea de que Astrid fuera lesbiana. En el trabajo nunca hablábamos de esos temas, y había asumido automáticamente que era heterosexual a causa del constante acoso amistoso de los compañeros de oficina.
La situación era incomoda, sin embargo poco a poco la situación se normalizó. Comprobé que efecto, todas las parejas que había en el bar eran del mismo sexo. De hecho, Lorena y Paula eran pareja prácticamente desde su primer día de universidad. Habían conocido a Astrid, que no tenía novia en aquel mismo local.
Continuamos hablando de nuestras vidas sentimentales: les hablé de mi relación con J., y ellas bromearon mucho con numerosos chistes machistas. Tras una hora de charla, Lorena y Paula se marcharon. Lo cariñosas que estaban entre si y las miradas que se intercambiaban indicaban que nada más llegasen a su piso, tendrían una apasionante sesión de sexo. Al poco rato, nos marchamos también Astrid y yo, que continuábamos hablando de nuestras penas amorosas.
– Tengo buenos consoladores, pero hace tiempo que se me han hecho insuficientes –seguía yo hablando de mi soledad-. Necesito encontrar a alguien y follar como es debido de una vez.
– Yo también –dijo Astrid, que inmediatamente sonrió-, y creo que soy «alguien».
– ¿Estás intentando seducirme? –fingí escandalizarme.
– No, solo violarte –continuó Astrid de broma, y ambas estallamos en risas. Ciertamente, mucho más alta y fuerte que yo, bien podía hacerlo fácilmente. Me imaginé por un momento la escena: yo, tendida desnuda e indefensa sobre el suelo, y ella sobre mi, desnuda, poderosa, con algunas piezas de armadura vikinga y demás complementos. Me reí nuevamente, pero algo en mi surgió, Una sensación de morbo recorrió todo mi cuerpo, aquella imagen me había excitado.
«Realmente necesito hacer el amor pronto» me dije. Pensé en irme de marcha a por un hombre que me saciara, pero no tenía animos para ello tras haber estado hablando todo el día sobre J. y lo magnífico y excepcional amante que era. «Algo tengo que hacer». Entonces una idea surgió en mi mente: ya que ningún hombre podía hacerme olvidar a J., ¿por qué no lo intentaba con una mujer? Sin duda, Astrid era tan deseable como mujer como J. lo era como hombre.
Nuevamente la imagen de Astrid desnuda sobre mí acudió a mi mente, y esta vez me recreé sobre ella. Nunca me había sentido atraída por las mujeres, pero el morbo que me ofrecía aquella imagen era cada vez mayor.
– ¿Y si aceptara? –pregunté a Astrid.
– ¡Sí, ya! –respondió aun riendo ella.
– Hablo completamente en serio.
Ella me miró sorprendida al comprobar que hablaba en serio:
– ¿Por qué este cambio tan súbito? –preguntó.
– Por qué tienes razón. Necesito follar con alguien, pero no hay ningún hombre que atraiga. Sin embargo… Nunca me había pasado, pero la idea de h
acerlo con una mujer, la idea de hacerlo contigo… Me excita, me produce un morbo increíble.
– Deseas hacerlo porque está prohibido, por probarlo –aseveró Astrid.
– Quizá sea eso –respondí-. ¿Importa?
– A mi no –respondió ella.
Así pues, un cuarto de hora después estábamos en su piso. Yo estaba nerviosa, pero decidida a hacerlo. Sentadas sobre la cama, Astrid me preguntó por última vez:
– ¿Estás segura?
– Adelante –respondí inclinándome hacia delante para ofrecerle mis labios. Astrid acercó su boca y nos besamos, primero tímidamente, pero poco a poco fue moviendo su lengua por mis labios, y yo respondí. Sentí su mano sobre mi muslo, introduciéndose por debajo de mi falda. Su otra mano acariciaba mi cabello por la nuca.
Si lo pensaba racionalmente, era igual que besar a un hombre, y Astrid lo hacía realmente bien. Aquel pensamiento ayudó a tranquilizar mis nervios y me centré más en lo que tenía entre manos. Instintivamente llevé mi mano a su entrepierna, solo para darme cuenta como una estúpida que ella no tenía pene. Sin embargo, ella no permitió que la retirara, de modo que comencé a desabotonar los botones de su pantalón y metí mi mano dentro de sus braguitas. Sentí su vagina humeda, y empecé a explorar muy delicadamente al principio.
– Vamos, más rápido y fuerte, por favor –me pidió ella.
Obedecí y empecé a mover los dedos como a mi me gustaba cuando me masturbaba. A ella también debió de gustarle, puesto que empezó a transpirar levemente. Tomando la iniciativa, me tumbó sobre la cama y me levantó el jersey y la camisa que llevaba.
Empezó a besar mi piel, acercándose a mis pechos. Pasó su rubia melena sobre ellos sin quitarme el sujetador hasta que pasó las manos por debajo de mi espalda y desabrochó mi sujetador, liberando mis senos, cuyos pezones ya estaban erectos.
– Que bonitos los tienes –me dijo contemplándolos antes de caer sobre ellos y empezar a acariciármelos y chupármelos. Yo gemía; Astrid lo hacía realmente bien y yo lo gozaba. Al mismo tiempo, me quitaba las bragas y la falda. Abandonó mis pechos y poco a poco su boca fue bajando hasta mi vagina, que ya estimulaba con sus dedos. Llegó entonces a mi vagina y empezó a juguetear con mi clítoris y su lengua. Yo cada vez gemía más y más fuerte. Era de las mejores comidas de coño que me habían hecho en mi vida. Estaba en la gloria y no tardó en llegar el primer orgasmo que me regalaba una mujer.
Astrid me hizo de todo en mi vagina: chupó, lamió, ensalivó, mordió, escribió su nombre con la lengua, el mío… Ya había bebido tres veces mis orgasmos cuando introdujo sus dedos en mi vagina y empezó a empujar con fuerza. Gemí y gemí con fuerza conforme ella introducía sus cuatro dedos en mi vagina hasta que finalmente estallé en un magnífico orgasmo.
– Eres deliciosa –dijo ella sacando sus dedos de mi vagina y llevándolos a mi boca-, un delicioso fruto de hermoso jugo.
Entreabrí mi boca para que ella tuviera que introducir sus dedos en mi boca, y por primera vez probé mis propios efluvios sexuales, que saboreé con parsimonia. A fin de cuentas, no iba a ser tan machista de hacerlo con los efluvios sexuales de un hombre y no con los de una mujer, y más considerando que era yo misma.
Astrid, vestida ya únicamente con una camisa abierta, que dejaban entrever sus grandes y bien formados pechos que pugnaban por salir de sus sostén, se arrodilló sobre mi cabeza:
– ¿Quieres probar? –me preguntó. El mensaje era más que explicito, y no lo rechacé. Empecé a pasar delicadamente mi lengua por su vagina, completamente rasurada, la sujeté por la cadera y deje que se echara sobre mi. Tuve que improvisar bastante, pues era la primera vez que comía un coño, pero creo que lo hacía bien, pues tras cinco minutos obtuve mi recompensa cuando Astrid liberó todos sus fluidos en mi boca. Por segunda vez saboreaba nuestro embriagante jugo, pero no por ello deje mis labios y lengua quietos. Astrid disfrutaba de mis atenciones acariciándose sus pechos recién liberados sobre el sujetador, una visión subyugante. Descubrí que aquello me gustaba, y mucho. Nunca había sospechado hasta que punto podía gozar con una mujer.
Sin embargo, Astrid no era el tipo de amante pasiva. Tras su segundo orgasmo, se revolvi&oacu
te; y se echó sobre mí, más concretamente sobre mi vagina, sin dejar que yo abandonara la suya.
No era ni mucho menos la primera vez que hacía un 69 (ya lo había hecho con el segundo novio/amante que tuve), pero este fue especial. No solo por el morbo de hacerlo con una mujer, o porque Astrid me comiera el coño como nadie. Creo que algún modo la simetría de aquella postura entre dos mujeres, me emocionaba. De este modo comenzamos una competición por ver cual de las dos era mejor con su boca y lengua en el húmedo coño de la otra. Nuestros orgasmos se sucedían uno tras otro, y cada vez que una de nosotras vencía, lo celebrábamos brindando y bebiendo los flujos de la derrotada.
Finalmente no pude más: a pesar de todo mi empeño, era evidente que Astrid, más experimentada que yo, sería la vencedora. Tras mi quinto orgasmo, mientras que ella solo llevaba otros tres, no pude continuar y me rendí. Ambas descansamos sobre la desecha cama; pero al parecer, Astrid no había acabado por completo. Sobre la cama, se dirigió a un cajón de su mesilla de mesa buscando un objeto. Cuando lo vi, abrí los ojos de sorpresa: era un consolador enorme, de 25 cm de largo y 15 cm de perímetro, con unas correas para ajustárselo a la cintura. Asustada, protesté:
– Astrid, por favor, no. Ha sido maravilloso, pero no puedo más.
– No es para ti. Es para que me lo claves a mi –me dijo acercándose a mi y poniéndomelo-. Necesito terminar –me explicó.
Me incorporé y observé mi recién adquirido don. Me veía extraña con él, pero al mismo tiempo (como todo lo que me había pasado esa noche) me excitaba. Ahora estaría en el rol de un hombre, sería yo quien tomaría la iniciativa, y quería probarlo. Astrid se tumbó sobre las sabanas y abrió sus piernas.
– Pajeate para mí –me pidió Astrid. Obediente, empecé a pasar la mano por el enorme miembro como si fuera un hombre que se masturbara, hasta que Astrid me pidió que la penetrara. Con cuidado, introduje poco a poco el enorme y duro falo en su vagina, que entró sin problemas hasta el fondo, y entonces empecé el mete el saca. Astrid gemía y gemía al tiempo que volvía a acariciar, apretar e incluso chupar sus pechos, lo que me encantaba ver y excitaba. La sensación de mis tetas agitándose libremente a cada una de mis embestidas, así como la presión que ejercía el consolador sobre la entrada de mi vagina me producían un agradable placer que sirvió para reponer parte de mis agotadas fuerzas.
Astrid estalló en un magnífico orgasmo. Verla desde mi posición sobre ella mientras el placer desfiguraba su hermoso rostro nórdico fue más de lo que pude soportar: me dejé caer sobre sus enormes y redondísimos pechos que comencé a devorar con voracidad, mientras me desataba las correas del consolador y me lo introducía en mi vagina salvajemente, no tardando en llegar el mejor de todos los orgasmos de esa noche. Inmediatamente después, y con el consolador no completamente fuera de mi vagina, me dormí sobre sus acogedor regazo.
Al día siguiente me desperté sola en la cama de Astrid tras once horas de sueño, y aun cansada. Me levanté y sin ponerme nada encima me dirigí al cuarto de baño para darme una buena ducha. Astrid, más fuerte y resistente que yo, ya se había levantado y estaba vestida terminando de desayunar. Cuando me vio pasar desnuda, bromeó:
– ¿Qué haces desnuda? No me digas que aun tienes más ganas de guerra.
– Hoy no, y seguramente mañana no –le respondí con una sonrisa-. Pero la próxima batalla será en mi casa y con mis reglas.
Desde entonces, Astrid fue mi amante habitual en los periodos en que ella no tenía pareja. En ella encontraba una novia, yo saciaba mi lujuria con otras chicas que conocí gracias a Astrid, Lorena y Paula. Así pues me convertí en una lesbiana de hecho, pues aunque los hombres me seguían excitando, la sombra de J. era demasiado alargado (aunque he de admitir que también inconscientemente me negaba a destronarlo de su pedestal como amante numero uno), lo que en la práctica reducía mi vida sexual a mi mismo sexo. Finalmente, hace tres años (dos años desde que empieza realmente m historia), Astrid se fue a vivir a otra provincia con su novia, con lo cual por segunda vez perdía a mi gran pasión, si bien no por ello deje de practicar el sexo con mujeres, pues como ya
dije, tenía otras amantes de reserva.
Hasta aquí, la historia de mi vida sexual. Ha sido más largo de lo que pretendía en un principio, pero quería terminar con ella de una sola vez. En el próximo relato que envié, ya comenzaré la autentica historia.
Espero que les haya gustado e interesado. Prometo continuar lo más pronto me sea posible CON MAS HISTORIAS.
Autor: Fatal Fury
fatal_fury_kaphwan ( arroba ) yahoo.es