Amor Filial Hetero, Milfs, Tía y Sobrino. Marina contaba con cuarenta y cinco años, aunque daba la impresión de que los años no pasaban por ella. Se conservaba espléndidamente. Era una mujer elegante y coqueta, siempre bien maquillada, que le gustaba ir a la última.
Además era guapa, de ojos azul turquesa, piel blanquecina y delicada, y con la melena larga, rubia con las puntas onduladas. Se cuidaba bien, por ese motivo su físico imponía, delgada de vientre plano, aunque a ella no le agradaban sus pechos, excesivamente voluminosos aunque bastante erguidos para ser tan grandes, y también su culo, últimamente lo notaba más ancho y con las nalgas más abombadas. Pero procuraba hacer bastante ejercicio para cuidarse y mantenerse atractiva. Vivía feliz junto a su marido en un lujoso residencial a las afueras de la ciudad. Se llamaba Mariano. Era juez, ocupaba un alto cargo en los juzgados, un hombre discreto y de una gran reputación en la sociedad. Era un hombre sencillo y tímido, veinticinco años mayor que su esposa, ya había superado los setenta y los achaques propios de la edad comenzaban a pasarle factura. Se había quedado medio calvo salvó por algunas hileras de cabello canoso alrededor de la coronilla, destacaban su papada y su pronunciada panza, aunque el trabajo le daba vitalidad y se resistía a jubilarse. No habían tenido hijos, pero se amaban, vivían felizmente, ella como una pija caprichosa mientras su marido metía un motón de cuartos en la cuenta corriente. El nivel de vida era alto. Buenos coches, buena casa, todo eran lujos y derroche.
Su lujosa vida iba a verse alterada a principios de verano con la llegada de su sobrino Emilio, el hijo de su hermana Laura. Iba a pasar el verano con ellos para prepararse unas oposiciones. Emilio era joven, veinte años, un joven alegre y dicharachero con el que Marina se llevaba estupendamente porque era el único sobrino y se había ocupado de él en multitud de ocasiones. Llevaban tres años sin apenas verse, salvo cuando se telefoneaban en los cumpleaños o para felicitarse las fiestas. Siempre existió una profunda confianza entre los dos, incluso cuando Emilio discutía con sus padres siempre la telefoneaba a ella, más que como a su tía, como a su amiga. Era alto y corpulento, aunque algo rellenito, últimamente se le distinguía una barriga cervecera que le afeaba el físico, con piernas robustas y con la cabeza siempre rapada, aparte de que era un chico muy velludo y de tez muy blanca.
Llegó un domingo por la tarde. Fue un recibimiento muy cordial por parte de sus tíos. Emilio y Marina se dieron un cálido abrazo después de tanto tiempo sin verse. El matrimonio era muy hospitalario y le ofrecieron todo lo que necesitase, incluso le habilitaron uno de los cuartos más grandes con mesa de estudio para que pudiera estudiar con más comodidad. Cenaron en la terraza, una amplia terraza de césped con piscina, con todo lujo de detalles, y estuvieron charlando hasta casi las doce y media de la noche. Mariano se fue a la cama antes que ellos, al día siguiente era lunes y debía madrugar. Tía y sobrino se quedaron un rato más tomando una copa, recordando viejas vivencias y lo mucho que se habían echado de menos. Para Marina su sobrino Emilio era especial, era como el hijo que no había tenido y por eso le otorgaba confianza. Para Emilio, aparte de su tía carnal, Marina representaba un deseo sexual. Desde pequeño se había estado masturbando pensando en su tía. Recordaba cuando ella aún estaba soltera y se acostaba en la cama de al lado y se pasaba toda la noche despierto observándola en bragas.
Recordaba haberla espiado en la ducha, mientras orinaba sentada en la taza, mientras se cambiaba, haber olido sus bragas y haberse masturbado con ellas, su tía le volvía loco. Y seguía igual de apetecible. Estaba madurita, cuando se giraba para echar la copa se fijaba en su trasero, ancho y abultado, sus pechos tras la camiseta, enormes y blandos, meneándose tras la tela. Hubiese dado dinero por echarle un polvo. Para agudizar la confianza, él a veces le atizaba una palmadita en las piernas por encima de los vaqueros, o le pellizcaba cariñosamente la cara o le estampaba un besito en las mejillas. Y ella, ingenuamente, se dejaba querer. Tras varios bostezos seguidos, ella dijo que estaba cansada y que se iba a la cama. Emilio la siguió con la mirada, sobre todo en la manera de contonear aquel inmenso culo. Un rato más tarde, fue al lavadero y rebuscó entre la ropa sucia. Se masturbó allí mismo con unas bragas de su tía.
Emilio apenas durmió pensando en ella, estuvo tocándose la verga durante toda la noche. A las siete en punto oyó a su tío levantarse y una hora más tarde la puerta de la calle. Estaba a solas con su tía, las fantasías sexuales le abordaban la mente. Sobre las nueve decidió levantarse y a conciencia salió en slip al pasillo, un slip negro elástico, con una camisa desabrochada por encima. Iba a arriesgarse, a intentar provocarla, aunque su tía siempre había sido demasiado inocente. Miró hacia la última puerta del pasillo y vio bajo la puerta luz encendida. Y caminó decidido. Agarró el pomo, respiró hondo y empujó la puerta. Encontró a su tía de espaldas, descorriendo las cortinas para que entrara la luz de la mañana. Tuvo una suerte bárbara. Una visión que no olvidaría, que supondrían unas cuantas pajas. Su tía estaba en camisón y de qué manera. Era un camisón de gasa, color blanco muy corto de finos tirantes, a medio muslo, con volantes en la base, de muselina totalmente transparente, pudo contemplar con nitidez su espalda y su enorme culo de nalgas blancas y abombadas con la tira de un tanga metida por la raja. Para acentuar su sensualidad, llevaba unas medias blancas a juego con unas anchas ligas de encaje. Enseguida su tía se giró hacia él y entonces pudo apreciar las copas transparentes del camisón, bajo la cuáles se advertía los enormes pechos de gruesos pezones erguidos. Las dos tetazas chocaron una contra la otra en un leve movimiento tras el giro. Vio su ombligo en medio del vientre plano y el tanga de tul donde se adivinaba la mancha oscura y triangular de la vagina, de finas tiras laterales. Se quedó perplejo.
– Buenos días, tía – la saludó acercándose a ella para besarla.
Algo abochornada de que la hubiera pillado de semejante manera, se inclinó para besarle en la mejilla. Emilio pudo fijarse cómo sus tetas se balanceaban tras la gasa. Inmediatamente después, con las mejillas sonrosadas, ella cruzó los brazos al menos para taparse los pechos. También se fijó en el slip negro, con el enorme bulto y el relieve del pene hacia un lado, así como en el pecho robusto y la barriga peluda de su sobrino. No sabía qué posición adoptar y cómo actuar ante aquella escena embarazosa. Dudó si buscar una bata, pero quiso mantener la confianza que tenía en él.
– ¿Has dormido bien? – preguntó ella.
– Perfectamente -. No le quitaba la vista de encima -. Estás muy guapa…
– Gracias.
– No pasan los años por ti. Y muy sexy, por cierto…
Ella sonrió como una tonta.
– Iba a cambiarme ahora.
– Debe de ser muy cómodo ese camisón.
– Ella se miró para disimular.
– Si, bueno, es muy fresquito -. Con los brazos cruzados caminó hacia el armario y Emilio pudo disfrutar de la curvatura de su culo -. No has desayunado, ¿no?
– Que va, ¿vienes?
– Sí, sí…
Al descolgar el albornoz se le cayó al suelo del armario y no tuvo más remedio que inclinarse para cogerlo, exhibiendo ante su sobrino un primer plano de su culo. Emilio pudo ver la tira del tanga insertada en medio de la raja. Colorada, se puso el albornoz y se giró hacia él ya perfectamente tapada.
– ¿Vamos?
Emilio no quiso exprimir la confianza para no agobiarla, prefería ir despacio.
-Espérame abajo, voy a ponerme algo.
Marina pasó un mal rato, pero lo pensó bien y procuró tranquilizarse. Seguro que su sobrino la veía como a una segunda madre, que todo se trataba de un gesto de confianza entre ambos. De hecho durante el desayuno todo fue muy natural, comprendió que Emilio siempre fue un chico muy cariñoso, que siempre la besaba y la tocaba, que ella había andado medio desnuda delante de él, sólo que ahora tenía veinte años. Tras el desayuno, Emilio dijo que pasaría todo el día fuera porque iría a visitar viejos amigos. En cuanto se fue, Marina telefoneó a su amiga Rosa, la esposa de un importante diplomático, una mujer lanzada y marchosa que su marido, dado sus continuos viajes, había sumido en una vida aburrida y tediosa.
– Qué apuros he pasado, Rosa. Sé que es normal, es mi sobrino, y tenemos mucha confianza, pero me miraba…
– Lógico, tiene veinte años. Es joven y guapo, igual que nuestros maridos. Tampoco pasa nada porque le gustes a un chico joven.
-Es mi sobrino, Rosa.
– El que sea tu sobrino no quiere decir que no te hagas un favor. Y si no déjamelo a mí, que yo le hago un hombre.
– ¿Cómo eres tan zorra? -. Oyó a Rosa reír a carcajadas -. Estás muy salida, amiga… Como algún día se entere tu marido…
– Ese maricón tiene la cabeza en otros asuntos – le replicó su amiga.
Sabía que Rosa le había puesto los cuernos a su marido varias veces, que se había tirado algunos hombres cuando su esposo se tiraba quince días de viaje, que era muy lanzada y lujuriosa cuando bebía, sin embargo ella siempre había sido fiel a Mariano, le amaba y le quería, era una gran persona como para hacerle daño.
Emilio llegó tarde a casa, cerca de la una de la madrugada. Sus tíos estaban acostados. Había estado de putas con su amigo Santi y se había hartado de follar. Además le había hablado a su amigo de las ganas que le tenía a su tía y revivió la escena en el dormitorio, cuando la había pillado en camisón. Se quitó los zapatos y subió a la planta superior. Al final del pasillo vio luz encendida bajo la puerta del dormitorio de sus tíos. Se acercó despacio y pegó la oreja a la puerta, aunque apenas se oía nada. De pronto, creyó oír un gemido suave de su tío Mariano. Quizás estaban echando un polvo. Entró en su habitación, salió al balcón y saltó por encima de la barandilla hacia el balcón contiguo y después al siguiente, justo el que daba a la habitación de sus tíos. Las cortinas permanecían corridas, pero por fortuna había un hueco entre ambas por donde espiarles. La luz del interior estaba encendida. Iba a arriesgarse mucho, pero merecía la pena ver a su tía en acción con aquel vejestorio. Activó la cámara del móvil para grabar, se acuclilló y sigilosamente se asomó con el teléfono en la mano. La escena que contempló resultaba fascinante. Estaban en la cama. Su tío Mariano, desnudo completamente, permanecía a cuatro patas en mitad del colchón. Un flácido y diminuto pene le colgaba hacia abajo. Su tía Marina llevaba el mismo camisón blanco de gasa, sólo que no llevaba bragas y al verla de espaldas se apreciaba a la perfección la raja en mitad de las nalgas. Permanecía arrodillada tras él sobando con las palmas abiertas el culo del viejo. Le manoseaba por todas partes, a veces introducía la mano entre las piernas y le sobaba los pequeños huevos y el pene. Vio que con las manos abría la raja de aquel culo raquítico descubriendo un ano arrugado y cerrado cubierto por vello canoso. Para sorpresa de Emilio, se inclino hacia él hundiendo la cara en la raja y se puso a chuparle el culo a base de suaves lengüetazos. Las tetas le colgaba hacia abajo y su culo se movía despacio al son de los movimientos de la cabeza. La mano derecha la llevó bajo la barriga de su marido, le agarró el pequeño pene y comenzó a zarandeárselo sin dejar de ensalivarle el ano. Emilio ya se estaba masturbando con el móvil en la mano viendo cómo su tía le chupaba el culo a su marido. El viejo a veces emitía algún gemido. Ella se afanaba en lamerle con fuerza, a veces bajaba más la cabeza y le refregaba la lengua por los huevos. Cuando apartaba la cabeza, Emilio podía ver la saliva alrededor de sus labios. Estuvo chupándole el culo bastante minutos, hasta que consiguió ponerle el pene erecto. En ese momento, el viejo se irguió y quedó de rodillas encima de la cama. Ella, tras él, hizo lo mismo, abrazada a su marido con las tetas aplastadas contra la espalda, sacudiéndosela con la mano derecha mientras que con la derecha le acariciaba la barriga y el pecho. El viejo sudaba y acezaba trabajosamente. Ella le sacudía deprisa sin despegarse de él mientras le besaba por la espalda. En menos de un minuto, la pequeña polla dispersó algunas gotas de semen por las sábanas. Marina le soltó y enseguida el viejo se dejó caer sobre el colchón, boca abajo, tremendamente fatigado por la eyaculación. Emilio ya se había corrido también dejando caer su semen sobre unas plantas que adornaban el balcón, pero continuó grabando. Su tía observó a su marido unos segundos mientras se hacía una cola en el pelo. Bajó de la cama y se dirigió a la cómoda en busca de un cigarrillo. Al darse la vuelta, Emilio contempló la mancha del coño tras la gasa del camisón y las enormes y flácidas tetas. El viejo continuaba intentando recuperar el aliento mientras su esposa le observa de pie junto a la cama, disfrutando de las caladas, como insatisfecha.
Emilio decidió retirarse. Pasó el video a su portátil y las siguientes dos horas se las pasó reproduciendo las imágenes de su tía. Se masturbó un par de veces más. Luego se echó en la cama y se quedó dormido. Se despertó pasadas las nueve. Ya era martes y aún no se había organizado para estudiar. Su tía y la morbosidad le tenían obsesionado como para concentrarse. Decidió probar suerte. Salió al pasillo en slip, había elegido unos negros muy ajustados, y se cubrió con un alborzo que dejó desabrochado. Se asomó a la habitación se su tía, pero estaba vacía. Entonces se dirigió hacia las escaleras. Marina se encontraba en la cocina lavando los platos. Para evitar sobresaltos como el del día anterior, se había vestido con unos tejanos y una camiseta blanca. Miró por encima del hombro cuando oyó los pasos y le vio bajar las escaleras con el albornoz abierto. El bulto del slip temblaba en cada escalón, a igual que su barriga y sus pectorales. Miró al frente de nuevo, nerviosa por la excesiva confianza que se tomaba su sobrino. De haber estado Mariano, seguro que le hubiese llamado la atención. Pero le daba vergüenza recriminarle que anduviera de aquella manera por la casa. Advirtió su presencia en la cocina y un segundo más tarde notó una palmada en todo el culo, en el centro, por encima del pantalón. Ella se contrajo asustada girándose hacia él justo cuando se abalanzaba sobre ella para abrazarla cariñosamente.
– ¿Cómo está mi tía favorita? – .Marina notó sus pechos apretujados contra aquellos pectorales, aunque le correspondió el abrazo con una sonrisa -. Buenos días.
Buenos días -. Su sobrino le estampó un beso fuerte en la mejilla y le pasó la mano por el cabello – ¿Quieres un café?
– Vale.
Emilio se apartó un poco mientras ella se giraba hacia la encimera para servirle un café. Estaba a sólo unos centímetros, podía oler su fragancia masculina, y de pasada se había vuelto a fijar en el bulto del slip. Nerviosa por la incómoda situación, le entregó la taza y se volvió hacia él, como queriendo demostrar naturalidad, que no pasaba nada por estar medio desnudo delante de ella. Mantuvo la mirada alzada hacia su cara, aunque por dentro su cabeza le empujaba a mirar hacia el bulto. Su sobrino dio un sorbo al café y alzó el brazo acariciándole la cara bajo la barbilla, como si fuera una niña buena.
– Qué guapa eres, tía, ayer estabas tan sexy…
– Anda, no seas tonto. ¿Cuándo te vas a poner a estudiar? No deberías perder más tiempo. Los días pasan volando.
– Hoy me organizaré.
Para evitar más insinuaciones violentas, se apartó de él en dirección a lavadero.
– Bueno, Emilio, voy a colgar la ropa. Ponte a estudiar, no seas tonto…
Y se metió en el lavadero aliviada de haberse librado. Le acababa de tocar el culo, se acababa de insinuar presentándose medio desnudo y diciéndole lo sexy que estaba y ella ni siquiera le había reprendido. Unos minutos más tarde le oyó salir de la cocina y dirigirse hacia la segunda planta.
Un rato más tarde, Marina terminó de hacer unas tareas domésticas. Estaba nerviosa y furiosa por la comprometida actitud de su sobrino hacia ella. Le había perdido el respecto, se había sobrepasado y no podía permitirlo. Era joven, y los jóvenes estaban muy salidos, pero ella era su tía, la hermana de su madre, ya no era un niño como para tomarse ciertas confianzas. Decidió zanjar el asunto. Se envalentonó y comenzó a subir despacio las escaleras, cada vez más nerviosa, pero debía poner punto final a aquellos flirteos. Cuando llegó al pasillo todo estaba muy oscuro. Vio que la puerta del dormitorio estaba entreabierta. Muy despacio caminó pegada de espaldas a la pared y se inclinó ligeramente para asomarse. La visión la dejó aterrada. En el portátil del escritorio se reproducía la escena donde ella la noche anterior le chupaba el culo a Mariano. El muy cabrón les había grabado con el móvil. Vio trozos de papel higiénico por el suelo y unas bragas suyas encima de la mesa, señal de que había estado masturbándose con la escena. Se inclinó un poco más y le vio en el balcón fumándose un cigarro. Estaba de espaldas, desnudo completamente. Se fijó en su espalda robusta salpicada de vello y fue bajando hasta su culo, de nalgas abombadas y peludas con una raja cubierta de un vello denso. Al estar apoyado contra la barandilla y curvado ligeramente hacia delante, los huevos le colgaban entre las piernas, unos huevos grandes y ásperos e igual de peludos que el resto de su cuerpo. Nada que ver con el cuerpo raquítico de su esposo y sus dotes masculinas. Le estuvo observando hasta que vio cómo tiraba el cigarrillo y se erguía. Al girarse pudo admirar su enorme polla, tremendamente ancha y larga, con un glande voluminoso y blanquecino. La tenía flácida hacia abajo y de la punta le colgaba un hilo de babilla. Cuadriplicaba en tamaño la de su marido, del tamaño del dedo meñique. Asustada, retrocedió muy despacio y regresó a la segunda planta para tratar de analizar la situación. Estaba en una encrucijada. La había grabado en video. No sabía qué hacer, si hablar con él, si contárselo a su marido o a su hermana, los nervios la apabullaban. Angustiada, telefoneó a su amiga Rosa para contarle lo que había descubierto.
– Qué sinvergüenza tu sobrino, ¿no? ¿Qué vas a hacer?
– No lo sé, Rosa, no sé qué hacer, se ha pasado de la raya.
– Bueno, tranquila, no pasa nada, es joven y están todo el día pensando en esas cosas. Mi hijo Antonio tiene su edad y también le he descubierto revistas pornográficas.
– Está abusando de mi confianza, esta mañana me ha tocado el culo.
– ¡Qué fogoso y caradura! ¿Y le has visto desnudo?
– No empieces, Rosa, no estoy para bromas…
– Cálmate, chiquilla, no pasa nada. Qué malo es que le hayas visto. Mira tu marido… Bueno, no voy a torturarte. Habla con él y ya está…
Mariano llegó para el almuerzo. Emilio bajó arreglado, como dispuesto a salir. Comieron juntos en la terraza y después Mariano se echó a la siesta, mientras que Emilio abandonó la casa bajo la excusa de que debía comprar material para los estudios. Marina se pasó toda la tarde deambulando sin saber qué hacer, dudaba si hablar con Mariano o tratarlo con su sobrino antes que nada. Pero su cabeza estaba hecha un lío, además su imagen, desnudo en el balcón, tampoco se le borraba de la cabeza.
Hacía una noche espléndida y Marina cenó junto a su marido en la terraza. Tras la cena, ella dijo que iba a darse un baño, pero Mariano prefirió irse a la cama, al día siguiente tendría un día ajetreado, casi tan agotador como el que había tenido durante todo el día. Ella hizo tiempo hasta que le vio subir las escaleras. Iba a intentar hablar con su sobrino por las buenas, y para ello debía comportarse de manera espontánea, como si nada pasase. Se cambió rápidamente y apareció en la terraza en bikini, un bikini bastante erótico que sabía que llamaría la atención de su sobrino, pero debía formar parte de su simulado carácter abierto. Era de color blanco con estampados rosáceos, ribeteado en negro, con un sujetador de copas triangulares pequeñas, anudado al cuello, y unas braguitas a juego con cintas para anudar a los lados. Antes de salir se había retocado y se había mirado al espejo. Era consciente de que la braguita era pequeña y sólo tapaban una parte de su culito, dejando gran parte de las nalgas a la vista. Para acentuar su sensualidad se colocó unos tacones. Se dio un chapuzón en la piscina y se secó el cuerpo a toda prisa. Luego se revolvió el cabello remojado para dar la sensación de que había estado dándose un largo baño. Aguardó con impaciencia. En torno a la medianoche, oyó la puerta. Se levantó deprisa y se acercó a la barra que había en la terraza para servirse un coñac. Emilio irrumpió en la terraza fascinado de ver a su tía de aquella manera. Las braguitas apenas le tapaban el culo y al darse la vuelta con una amplia sonrisa en la boca pudo fijarse en cómo sus tetas se vaiveneaban tras el sujetador, con la ranura que las separaba bien visible.
– ¿Qué tal, Emilio?
– Bien, ¿y tú? – le preguntó sin quitarle la vista de encima.
– Me he bañado, hace un calor. Mariano se ha ido a la cama y yo me he tirado a la piscina. ¿Quieres una copa?
– Claro.
Marina se volvió de nuevo y él aprovechó para acercarse y atizarle una sonora palmada en el culo.
– ¡Ay! – protestó tontamente.
– Qué guapa estás, tía.
Volvió a asestarle otra palmada en el culo, esta vez su palma abarcó ambas nalgas. Ella le entregó la copa y se alejó de él. Emilio la observó con detenimiento, en cómo contoneaba aquel inmenso culo con los tacones. Marina se tumbó boca arriba en una hamaca de playa con el respaldo ligeramente elevado. Flexionó la pierna izquierda y quedó en una posición bastante sensual. Emilio la miró desde la barra. Sus tetas se movían levemente en cada movimiento. Se fijó en la braga del biquini, pero no se le transparentaba nada.
– ¡Qué cansada! – exclamó dándole un sorbo a la copa.
Emilio caminó hacia la hamaca y se sentó en la pequeña mesita que había al lado, a la altura de su vientre. Con descaro, apoyó los codos en las rodillas y la examinó bajo una mirada ardiente. Le pasó la yema del dedo índice muy suavemente por su vientre liso y delicado. Ella se removió.
– Me haces cosquillas…
– Eres tan guapa… -. Con la mano izquierda comenzó a alisarle el cabello con mucha suavidad y con la derecha comenzó a acariciarle el vientre deslizando sus yemas alrededor del pequeño ombligo -. Me encantas, tía…
Le achuchó las mejillas con la mano derecha y le pasó el pulgar por los labios mientras seguía alisándole el cabello. Se miraban a los ojos. Ella se dejaba manosear, seria, con mirada penetrante. Por un lado aquel tacto la estaba calentando, la sangre le hervía, y por otro sentía miedo, temor a contrariarle teniendo en su poder aquel video sexual. La mano derecha regresó al vientre, esta vez con la palma abierta. Le acarició todo el muslo de la pierna que mantenía flexionada. La había puesto caliente, todo mezclado con el temor. La mano pasó por encima de la braguita hacia el ombligo y pasó por encima del pecho izquierdo hacia el cuello. Tras la pasada, la blonda del sujetador se había corrido unos centímetros hacia el costado y había dejado a la vista el pezón de la teta, un pezón oscuro y erguido. Ella parecía no haberse dado cuenta y seguía mirándole con la misma seriedad, con el ceño fruncido, dejando al descubierto su lujuria. Con la izquierda aún alisándole el cabello y la derecha en el cuello, su sobrino se inclinó y sus labios le rozaron la frente y la nariz, hasta que le estampó un beso en la barbilla. Volvió a erguirse para contemplarla, para no perder detalle de lo que tocaban sus manos. Ella cerró los ojos y resopló para contener el placer que le proporcionaba el tacto de aquellas manos. Bajó la pierna que mantenía flexionada. La mano derecha de su sobrino regresó hacia el vientre, pasó por encima del pecho desnudo, corriendo la blonda unos centímetros más. La teta desnuda se movía levemente con el pezón eréctil presidiendo aquella masa esponjosa. La palma pasó de nuevo por el ombligo y se detuvo en la braguita donde se recreó acariciando la tela con las yemas. Emilio notó un jadeo profundo cuando vio que ella abría los ojos. Se comportaba de manera dócil. Metió los dedos por el lateral de la braga y los pasó por encima del coño. Notó el vello y el clítoris. Ella se miró. Vio los nudillos de los dedos bajo la tela de las braguitas, percibía el tacto en su clítoris y por la zona alta de la vagina. Volvió a mirar a su sobrino con el ceño fruncido y el placer dibujado en la cara…
– Emilio – gimió -, para por favor…
Emilio retiró los dedos del lateral, agarró fuertemente las bragas por la parte delantera y, rudamente, dio un tirón hacia arriba. Las bragas se metieron en la raja de la vagina a modo de tanga. Ella se contrajo al notar la tela apretujando su clítoris y despidió un gemido sacudiendo la cabeza, como una invasión de placer instantáneo. Emilio empezó a tirar hacia arriba de la braga con bruscos tirones, insertando la tela profundamente entre los labios vaginales. La vagina quedó dividida en dos. Mientras la masturbaba con sus propias bragas, Marina cabeceaba en el respaldo de la hamaca gimiendo y meneando la cadera, tratando de soportar el desbordante placer. Con la mano izquierda le tapó los ojos sin dejar de tirar cada vez con más fuerza. Ella procuraba ahogar sus gemidos, aunque a veces le resultaba imposible. Menaba la cadera al son de los tirones. Emilio se fijaba en cómo la tela presionaba el clítoris y cómo sus tetas se movían con las contracciones. La mano izquierda siguió hacia abajo. Pasó por encima de su boca. Ella ahora gemía con los ojos cerrados. A su paso por los pechos arrastró la otra blonda y la dejó con ambas tetas a las vista. Ahora la mano izquierda sujetó las bragas para seguir tirando, quería desabrocharle la cinta lateral con la derecha. En cuanto desanudó la cinta, tiró fuerte de la braga con la izquierda y se la quitó de un tirón dejándola desnuda con el coño a la vista de su sobrino. Hubo unos segundos de descanso para su vagina. Emilio los dedicó para admirar aquel coñito, aquellas tetas deliciosas y aquella postura tan lujuriosa. Su tía aguardaba. Necesitaba un poco más. Ahora no podía parar.
– Sube las piernas -. Le ordenó.
Obediente, acató la orden. Elevó ambas piernas, juntas, dejándolas flexionadas sobre su vientre. Tuvo que sujetárselas para no bajarlas. Desde la mesa, Emilio se arrodillo en el extremo de la hamaca. Tenía ante sí el coño abierto y el ano. Le dio unas palmaditas con la mano derecha antes de acercar su boca y empezar a lamerlo. Pasaba la lengua entera desde el ano hasta la parte superior de los labios vaginales. La oía gemir, sobre todo cuando le mordisqueaba el clítoris con los labios. A veces apartaba la cabeza, le lanzaba un escupitajo y esparcía la saliva con la punta. Hastiado de lamerle el coño, le abrió los labios vaginales con la mano izquierda y secamente le introdujo el dedo índice y corazón a la vez. Empezó a masturbarla agitando la mano, hundiendo los dedos enteros. Ahora ella gemía alocadamente sin poder contenerse. Notó flujos vaginales en su mano y entonces la retiró de repente. Ella apagó el último gemido, como si acabara de correrse. Emilio se puso de pie para desabrocharse los pantalones. Se miraban a los ojos. Ella se mantenía con las piernas en alto, exponiendo el coño ensalivado a su sobrino. Vio que dejaba caer los pantalones y que se bajaba la parte delantera del slip. Vio su enorme polla erecta empinada hacia arriba. En un principio temió que fuera a follarla, allí mismo, pero lo que hizo fue comenzar a sacudírsela. Duró poco. Veinte segundos más tarde, apuntó con la polla a la entrepierna de su tía y bombardeó de leche todo el coño con gruesas gotas viscosas que se desperdigaron por toda la vagina. Numerosos goterones dejaron toda la zona embadurnada. Algunas hileras le corrían hacia las nalgas y el culo y otras quedaron atrapadas en el vello de la vagina. Tras escurrirse bien, se tapó la verga y se subió los pantalones. Fue cuando Marina bajó las piernas y se irguió para mirarse. Enseguida se tapó las tetas con las blondas y se levantó bruscamente para buscar las bragas. Desde la barra, donde se había acercado Emilio para darle un sorbo a la copa y encenderse un cigarrillo, pudo admirar su culo de nalgas tambaleantes, un culo ancho y carnoso. Al inclinarse a recoger la braguita del biquini, tuvo tiempo de fijarse bien en el ano tierno y sabroso y en algunas gotas de semen resbalando por la cara interna de los muslos. De espaldas a él, se puso la braguita a toda prisa sin ni siquiera limpiarse la leche.
– ¿Estás bien? – se interesó Emilio.
Pero no le contestó, ni siquiera fue capaz de mirarle a la cara. Cogió una toalla para taparse de cintura para abajo y salió aligeradamente hacia el salón. Emilio la vio entrar en el cuarto de baño. Apuró la copa y decidió irse a la cama. Había disfrutado como un cabrón masturbando a su tía, situación que jamás se hubiera imaginado.
Marina se dio una ducha para borrar el rastro de la lujuria y se metió en la cama abrazada a su marido, quien dormía como un angelito. Fue incapaz de conciliar el sueño. Una mezcla de remordimiento y lascivia la confundían. Se arrepentía de lo que había permitido, su marido no se merecía un engaño como aquél, jamás le había engañado, pero había caído en las garras de su sobrino, quizás por la amenaza latente que suponía el video, aunque también porque su sobrino había conseguido entonarla sexualmente con sus manoseos. Recordó cada instante, recordó la postura con las piernas en alto mientras le comía el coño, recordó el cosquilleo de la lengua, recordó la lluvia de leche y el pene. Había sido una experiencia fatal, pero tremendamente morbosa y sensual. Para sofocar su ardiente sensación, tuvo que masturbarse allí mismo, pegada a la espalda de su marido.
Mariano se despertó temprano. Ella le besó en la boca y se dijeron que se querían. Él le prometió que resolvería unos asuntos en el despacho y que regresaría para la hora de comer, que descansaría esa tarde porque al día siguiente pasaría el día de viaje. Ella permaneció acostada mientras él se duchó y se arregló. Le oyó salir después de las ocho. De nuevo a solas con su sobrino en la casa. De nuevo la sensación de ninfomanía le abordó la mente superando el poder del remordimiento. Empujada por la lujuria, se acercó al armario. Había dormido con un pijama de raso, pero se desnudó para ponerse el mismo camisón blanco de gasa con el que su sobrino la descubrió la primera mañana. Se miró al espejo. Todo se le transparentaba a través de la tela, desde su ombligo hasta sus pezones. Llevaba un tanga blanco de finas tiras laterales y con la delantera de muselina, lo que dejaba entrever la mancha de vello que cubría su vagina. Aguardó con impaciencia ante el espejo. Se cepilló el cabello, se perfumó y se maquilló. Se acicalaba para él. Un rato más tarde le oyó en el pasillo. A conciencia, ella había dejado la puerta entreabierta y la luz encendida. Tosió para llamar su atención y de pie frente al espejo simuló que se cepillaba. Unos segundos más tarde se abrió la puerta del dormitorio. Iba en slip, un slip negro donde se percibía el bulto de sus genitales. Se fijó en su tórax peludo y grasiento y notó flujos en su vagina. Se volvió hacia él con el cepillo en la mano. Emilio, serio, la examinó. Vio como las tetas se mecían tras la gasa y centró la vista en el tanga y en la mancha triangular que se transparentaba. Estaba demasiado insinuante.
– Buenos días, Emilio – le saludó con amabilidad, como si nada hubiese pasado la noche anterior.
Sin decir nada, Emilio caminó hacia ella. Se comportaba con demasiada docilidad. Su tía se volvió de nuevo hacia el espejo para continuar cepillándose. Marina le vio detrás, le vio fijarse en su trasero con la tira del tanga metida por la raja. Le acarició los brazos deslizando las yemas de los dedos. Dejó de cepillarse. Le olió el cabello y le estampó un beso en la nuca. Ella, mirándose a sí misma, respiró hondo y resopló ante lo que se avecinaba. Permanecía inmóvil frente al espejo mientras le acariciaba los brazos y la besuqueaba por el cuello. Se pegó a ella, notó el bulto a la altura de sus nalgas, y la abrazó magreándole los pechos por encima de la gasa, achuchándolos con suavidad, sin dejar de besarla por el cuello. Le tiró de ambos pezones y le zarandeó ambas tetas. Ella emitió un débil quejido.
– Eres tan bonita… – le susurró al oído a modo de jadeo.
Él procuraba apretar sus genitales contra sus nalgas. Con la mano izquierda prosiguió sobándole las tetas, pero la derecha la fue deslizando lentamente por la tela del camisón hacia la base de volantes. La metió por debajo, subió por el muslo y llegó a la delantera del tanga. Ella contemplaba por el espejo el recorrido de la mano derecha y las rudas caricias de la izquierda sobre sus pechos. De manera inesperada y como sucedió por la noche, agarró la parte delantera con fuerza y dio un fuerte tirón hacia arriba insertándole la tela entre los labios vaginales. Ella se contrajo al notar la presión sobre el clítoris y despidió un nuevo quejido. Comenzó a dar tirones muy seguidos y con bastante fuerza. Ella comenzó a gemir y a menear la cadera viendo su coño dividido por el trozo de tela hundida entre los labios. La sensación resultaba abrumadora. Su sobrino la estaba masturbando con sus propias bragas. Ambos se miraban a los ojos a través del espejo. La soltó de repente, dejándole las bragas insertadas en el coño. La obligó a girarse hacia él. Inesperadamente, se abalanzó sobre sus tetas para mordisquearlas por encima de la tela. Le tiró del pelo hacia atrás y la miró con rabia.
– Vamos a la cama – le ordenó.
La soltó y ella caminó sola hasta el borde sin sacarse las bragas del coño, con la parte delantera del camisón baboseada. Vio una foto de boda en la mesilla y sintió pena por su marido, pero el placer superaba con creces su dignidad.
– Súbete.
Marina se subió encima de la cama y se colocó a cuatro patas con las rodillas cerca del borde. Miró hacia atrás. Su sobrino la observaba, observaba la base del camisón tapándole medio culo y observaba sus tetazas colgando hacia abajo. La verga se había hinchado considerablemente y al bajarse el slip y quedarse desnudo la vio empinada hacia arriba. Emilio deslizó la gasa del camisón hacia la espalda y la dejó con el culo al aire, sólo la tira del tanga tapaba el canal entre las nalgas. Le atizó una fuerte palmada en la nalga derecha y ella contrajo el culo con un gimoteo. Siguió azotándola con severidad, una vez en cada nalga, hasta que logró enrojecerlas. Ella no alteró la postura, sólo le miraba y contraía el culo ante los azotes. Con extrema suavidad, se colocó de pie tras ella y fue tirando del tanga hacia abajo. Ella alzó las rodillas para que pudiera retirarlo. La observó unos segundos, se regodeó con aquella postura, con el ano tierno y la grandiosa almeja velluda entre las piernas. Inmediatamente después, le abrió el culo con fuerza y le lanzó un escupitajo en la zona del ano. La saliva se deslizó con lentitud hacia el coño. Volvió a escupirle. Esta vez las babas cayeron en su coño y gotearon hacia el colchón. Con el culo abierto por las manos de su sobrino, vio que se arrodillaba y que se ponía a lamerle entre las nalgas de una forma insaciable, deslizando la lengua desde el coño hasta el ano, esparciendo gran cantidad de saliva, de hecho algunos hilos de babas le resbalaban por la barbilla o goteaban del vello de la vagina. Ella sentía el cosquilleo de la lengua y el roce de la nariz por la raja. Le chupaba el coño salvajemente, recreándose en el clítoris, que mordisqueaba con los labios, o en el ano, donde procuraba insertarle la punta de la lengua. Ella miró al frente concentrándose para acaparar todo el placer. Su sobrino le chupaba el culo en presencia de los recuerdos. Estuvo lamiéndole más de dos minutos. Cuando apartó la cabeza numerosas gotas de saliva se balanceaban desde los labios vaginales. Tenía todo el culo mojado. Emilio se puso de pie y le perforó el coño con el dedo índice de la mano derecha. Mientras, se sacudía la verga con la izquierda. La follaba con el dedo, ella meneaba el culo cada vez que lo adentraba y gemía sacudiendo la cabeza, como si el placer le nublara la mente. Electrizado, Emilio retiró el dedo del coño para sacudirse la polla más deprisa con la derecha. Ella volvió la cabeza para mirar cómo se masturbaba. Mantenía la mirada centrada en su culo, en su coño anegado de saliva y su ano palpitante. Su sobrino jadeó nerviosamente apuntando hacia ella. Segundos más tarde, un chorreón de leche muy líquida se estrelló contra la nalga derecha. Un segundo alcanzó la nalga izquierda y luego numerosas gotitas muy dispersas salpicaron todo su coño. Enseguida, los pegotes de semen de las nalgas resbalaron hacia los muslos, varias hileras que le embadurnaron ambas piernas. Emilio, agotado, se soltó la polla y se sentó en el borde de la cama para echarse hacia atrás y tumbarse boca arriba. Su tía se incorporó arrodillada. El camisón cayó tapándola de cintura para abajo, pero la gasa se adhirió al culo por el semen. Bajó de la cama y se quitó el camisón quedándose completamente desnuda. Emilio aprovechó para colocarse mejor, apoyó la cabeza en la almohada y extendió los brazos, fijándose ahora en las enormes tetas que se balanceaban y en el culo impregnado de semen por todas partes. Ella se pasó el camisón por las nalgas y la entrepierna para secarse y se dirigió hacia la cómoda en busca de un cigarrillo. Qué pedazo de culo, pensó Emilio observándola de espaldas mientras encendía el pitillo. Actuaba como una amante, ya sin ningún tipo de pudor. Se dio la vuelta con el pitillo entre los dedos y se apoyó en la cómoda. Emilio admiró su coñito, aún con algunas gotas blancas por el vello, y sus tetas de gruesos pezones. Vio que daba un par de caladas para relajarse.
– Estamos locos, Emilio, esto no puede ser y tú lo sabes.
– No pasa nada, tía, sólo nos estamos divirtiendo un poco.
– Por favor, Emilio, esto es una locura, eres mi sobrino, si mi marido o tu madre se entera, bueno, mejor no pensarlo.
– Nos divertimos, nadie tiene que enterarse -. Vio que su tía apagaba el cigarrillo -. Ven, dame un beso.
Emilio se incorporó para apoyar la espalda en el cabecero de la cama. Ella se acercó a paso lento. Se fijó en la polla flácida echada a un lado. Entró en la cama caminando hacia él a cuatro patas. Para besarle, sus dos tetas rozaron los pectorales peludos de su sobrino. Se dieron un beso apasionado y un abrazo y después ella se sentó sobre sus talones.
Tengo miedo, Emilio – le confesó ella pasando las yemas de sus dedos por sus muslos robustos.
– No te preocupes, coño, ya te lo he dicho.
Emilio se bajó de la cama y caminó hacia la cómoda. Ella le siguió con la mirada, fijándose en su culo abombado y en cómo los testículos le botaban en cada zancada. Vio que se detenía frente al espejo y cogía el paquete para encenderse un cigarrillo. Ella se acercó a él por detrás y le abrazó deslizando sus palmas por aquellos pectorales duros y peludos. Notaba el aliento de su tía en la nuca y sus tetas aplastadas contra la espalda. También notaba el roce del vello vaginal sobre sus nalgas. Estaba muy cachonda, sólo había que ver su entrega, su docilidad. Las manos delicadas que acariciaban sus pectorales fueron deslizándose por la barriga en dirección a los genitales. Deseaba más. Con la mano izquierda comenzó a sobarle los huevos estrujándolos con suavidad y con la derecha le sujetó la verga para sacudirla mansamente. Mientras le masturbaba, le besaba por por los hombros y la nuca. Emilio trató de relajarse y le dio una calada al cigarrillo. Miró hacia el espejo, vio cómo las manos actuaban sobre sus huevos y su verga. Allí estaba su tía la pija, con la que tantas veces había soñado, haciéndole una paja. Encendida por el placer, quería comportarse bien, quería satisfacerle, la amenaza del video ahora no le importaba. Marina fue arrodillándose poco a poco sin parar de besarle por toda la espalda. Quedó arrodillada frente a su culo de nalgas abombadas y peludas. Comenzó a besarle con suaves besos ambas nalgas. Él se inclinó sobre la cómoda y entonces su tía se lanzó a chuparle el culo. Hundió la cara en aquella raja peluda y sacó la lengua para lamerle el maloliente ano. Los huevos se mecían ante su barbilla porque él había comenzado a sacudírsela. Le lamía con la punta de la lengua mientras procuraba abrirle la raja con ambas manos. Continuó lamiendo más abajo hasta meterse bajo sus piernas para chuparle los huevos. Emilio se sacudía la verga y ella chupeteaba como una descosida. Apartó la cabeza para salir de entre las piernas. Las babas colgaban balanceantes de los huevos y goteaban en el suelo. De nuevo sus labios se deslizaron por ambas nalgas y fueron subiendo hacia la cintura. Fue poniéndose de pie. Volvió a abrazarle aplastando las tetas contra la espalda. Él se soltó la verga hinchada y entonces ella la agarró con las dos manos para agitarla aceleradamente. Su sobrino comenzó a jadear. Ella sacudía con fuerza, esta vez con la mano izquierda sobando los huevos húmedos de su propia saliva. La verga comenzó a salpicar leche sobre la superficie de la cómoda, aunque en menor cantidad que la primera corrida. Tras escurrirla, Marina se apartó y él se volvió. Respiraba con dificultad fruto del placer. Le estampó un beso en la frente y le acarició la barbilla como una niña buena.
– Voy a darme una ducha.
Y abandonó el dormitorio. La dejó desnuda frente al espejo. Marina se fijó en el camisón y el tanga, tirados por el suelo, y en las gotitas dispersas por la superficie de la cómoda. Cayó sentada encima de la cama y se llevó las manos a la cabeza con nerviosismo. Qué había hecho. Estaba cometiendo una locura, un error que de salir a la luz terminaría con su vida pija de ricachona. Pensó en su marido, pensó en su hermana y en sus amigos, la morbosidad le había vencido.
Mariano volvió para la hora de comer. Su sobrino se había marchado, dijo que comería con su amigo Santi, quien pensaba ayudarle con los estudios de las oposiciones. Pasó la mañana abstraída, recordando cada instante, tenía claro que la morbosa lujuria arrinconaba cualquier atisbo de remordimiento. Durante la comida, su marido se preocupó por su seriedad, pero ella le contestó que le dolía la cabeza. Le habló del viaje que debía hacer al día siguiente para asistir a unas jornadas y del premio que pensaban darle como mérito a su exitosa carrera judicial. Tras la comida, su marido se echó a la siesta y ella telefoneó a su amiga Rosa. Le contó lo que había sucedido esa mañana, cada detalle, necesitaba la complicidad de alguien.
– Tranquila, mujer, te ha desahogado un poco. ¿Qué te crees? ¿Que ellos no se van de putas cuando están por ahí de viaje? No seas tonta, también tenemos derecho.
– Pero es mi sobrino, Rosa, imagina qué escándalo.
– No tiene porque enterarse nadie. Tú no lo vas a contar y tu sobrino, por la cuenta que le tiene, tampoco.
– Pero Mariano, Rosa, yo es muy buena persona y le estoy engañando…
– Tu marido es un memo igual que el mío. No quiero que te preocupes, ¿de acuerdo?
– Mañana Mariano se va de viaje. ¿Te vienes a tomar el sol y comemos juntas? Necesito a alguien para hablar.
– Vale, quedamos y me cuentas. Un beso, Marina.
Pasó la tarde aburrida, tumbada en el sofá mientras su marido preparaba el discurso en el despacho. Ninguna señal de su sobrino. Estuvo tentada a telefonearle, pero se abstuvo, debía contenerse, debía terminar con aquella locura. Se había vuelto una ninfómana. Tuvo que masturbarse para aplacar el placer que le hervía en la sangre. Por la noche cenaron en la terraza y se fueron pronto a la cama. A Mariano le entraron ganas y le hizo el amor, se le subió encima y le metió su ridícula cola en la vagina. Ella se corrió, pero lo hizo pensando en su sobrino. Tras la fatiga se quedó dormido. Desnuda, le abrazó e intentó conciliar el sueño. Pero en medio de aquella penumbra y con los ronquidos de su marido, mantuvo los ojos abiertos. Ya de madrugada oyó la puerta de la calle, señal de que su amante había llegado. Le oyó subir las escaleras. Se mantuvo alerta. Le oyó dar tumbos por el pasillo y al momento se escuchó un golpe, como si se hubiera caído algo al suelo. Su marido se removió y ella elevó el tórax. Se bajó de la cama desnuda y fue hacia la percha. Su marido se había despertado, aunque ella no se había dado cuenta. La vio que se echaba un quimono de satén por encima y salía de la habitación sin abrochárselo.
Marina salió al pasillo y vio a su sobrino junto a la habitación. Estaba borracho, sólo había que verle los ojos y la forma de tambalearse. Empujó la puerta del dormitorio para cerrarla y caminó hacia él. La vio venir con el quimono abierto. Ambas tetas, a la vista, botaban en cada zancada. Y se fijó en su coñito, el mismo que había lamido esa misma mañana.
– ¿Qué coño haces, Emilio? – le regañó con la voz baja – Estás borracho, vas a despertar a Mariano.
Fuera de sí, Emilio la sujetó del brazo y la puso contra la pared. Ella, asustada, levantó los brazos.
– No, Emilio, por favor, ahora no… – suplicó sin alzar la voz, pero la despojó del quimono a tirones y la dejó completamente desnuda contra la pared.
– ¡Cállate, eres mía!
– Emilio… No…
A toda prisa, Emilio se desabrochó los pantalones y se los bajó junto con el slip hasta las rodillas. Se agarró la polla con la mano derecha y la condujo bajo las nalgas de su tía. Ella notó cómo lentamente deslizaba la verga hacia el interior de su coño. Una vez metida, pegó la cadera a las nalgas del culo y le sujetó la cabeza con ambas manos. Ella resopló nerviosa. Enseguida Emilio comenzó a contraer el culo aligeradamente y a menear la cadera para follarla. Los gemidos ahogados de ambos se sucedían en la penumbra del pasillo.
Mariano, extrañado, oyó susurros. Con sigilo, bajó de la cama y caminó hacia la puerta. La empujó hacia él unos centímetros para poder asomarse y allí, en medio de la oscuridad, vio a su sobrino Emilio follándose a su mujer. Ella permanecía contra la pared, con las tetas aplastadas, parte de ellas sobresalía por los costados, con la cabeza presionada por las manos de Emilio mientras éste, con la cadera pegada al culo de su mujer, se removía nerviosamente para penetrarla. Su esposa resoplaba con los ojos cerrados y Emilio apretaba los dientes para metérsela con rabia. Boquiabierto, Mariano notó que el corazón se le aceleraba de manera preocupante. Sus músculos se habían inmovilizado por los celos. Marina abrió los ojos. Mantenía la mejilla pegada a la pared. Vio a su marido asomado tras la puerta. Arqueó las cejas. Sus miradas se cruzaron. Su sobrino seguía follándola con energía, hasta que le sacudió un golpe seco y se mantuvo unos segundos eyaculando en el interior del coño, despidiendo el aliento sobre la nuca de su tía. Ella se mantuvo inmóvil aún con su sobrino pegado a ella, aún con la verga en su interior. Vio que su marido se retiraba hacia el interior de la habitación y cerraba la puerta. Emilio se separó de ella y se tambaleó hacia los lados con la verga aún empinada. Nerviosa, recogió el quimono y se lo echó por encima abrochándoselo muy deprisa. Su marido les había descubierto. Necesitaba pensar con urgencia. Abrió la puerta del cuarto de su sobrino y le empujó hacia dentro.
– Estás loco, Emilio…
Y regresó a su dormitorio. Encendió la luz y cerró la puerta. Encontró a su marido sentado en la cama, hundido psicológicamente, con lágrimas deslizándose desde sus ojos. Angustiada, fue a la cómoda y se encendió un cigarrillo. Se volvió hacia él y su esposa levantó la cabeza.
– Yo te quería, Marina, ¿qué me has hecho?
– ¿Sabes que te he hecho? Salvar tu cuello
– ¿Qué?
– Me ha estado chantajeando. El otro día nos grabó con el móvil, cuando estuve chupándote tu jodido culo. Y me amenazó, ¿entiendes? Amenazó con divulgarlo a todo el mundo si no… Bueno. Ya sabes lo que he tenido que hacer.
Mariano se levantó irritado y se dispuso a ir en su busca.
– Maldito hijo de puta…
– ¡Cálmate! – Marina se interpuso en su camino -. Yo lo resolveré, ¿de acuerdo? No voy a permitir que ese video sea visto por, no quiero ni imaginarlo. No vas a hacer nada.
– Cariño, entiéndelo, no puedo permitir que pases por esto. Te ha violado. Le encerraré por…
– No quiero escándalos, Mariano, y te lo digo en serio. Yo soy la que está sufriendo este infierno y yo lo resolveré.
– Marina…
– No pensé que, bueno… Está borracho, mañana hablaré seriamente con él, ¿de acuerdo? No te preocupes, pero no podemos permitir que este escándalo salga a la luz. Lo superaremos juntos, ¿vale?
Mariano se levantó para abrazar fuerte a su mujer. Había conseguido convencerle, pero la morbosidad ahora resultaba demasiado peligrosa. Se tumbaron abrazados, pero ninguno fue capaz de pegar ojo. Sus vidas habían cambiado con la visita del sobrino. Ambos sabían que aunque se arreglaran las cosas, nada volvería a ser igual.
A la mañana siguiente muy temprano, Marina acompañó a su marido al aeropuerto. Mariano estaba muy preocupado y hundido, había llorado y había sufrido taquicardias cada vez que recordaba la escena en el pasillo con su sobrino follándose a su esposa, cada vez que los gemidos retumbaban en su mente. Marina le tranquilizó todo lo que pudo, le dijo que Rosa la acompañaría todo el día para no estar a solas con él y que hablaría con él seriamente para que le entregara el video o le amenazaría con una denuncia por violación. Pero los celos y el miedo le superaban. Montó en aquel avión con las manos temblando y con fuertes dolores de cabeza.
Marina se pasó a recoger a su amiga Rosa para comer juntas. Por el camino le contó que su marido les había descubierto. Le narró que la había follado y de la manera en la que lo había hecho y le desveló la diversión erótica a la que había sido sometida. Rosa no se lo podía creer. Ella se había enrollado con algunos hombres, pero jamás vivió semejante experiencia. Cuando llegaron a casa, Emilio estaba ausente. Rosa lamentó no conocer a una persona tan fogosa. Decidieron tomar el sol, era un día con un calor bochornoso. Prepararon unos aperitivos, bebidas y tabaco y se acomodaron en la zona de la piscina. Rosa era una mujer de 39 años muy hermosa. Fue modelo de pasarela antes de casarse con un importante diplomático. Tenía dos hijos de trece y quince años y sobrellevaba una vida acomodada como la de Marina. Era muy alta, de piel morena de tanto tomar el sol, con la melena negra, lisa y larga. Era muy guapa, de ojos marrones claros, nariz algo afilada y labios gruesos, una monada para cualquiera que la viera. Poseía unos senos abiertos y algo picudos, pero bastante abultados. También destacaba su culito vistoso y perfecto de nalgas muy bien perfiladas, señal de que pasaba unas cuantas horas en el gimnasio. Se pusieron los bikinis. Marina se puso uno color naranja chillón, de copas que dejaban bien visible el canalillo que separaba sus pechos y una braguita anudadas en los laterales. Rosa se atrevió con uno más picante de cuero negro, propio de una pija. El sostén poseía unas diminutas copas triangulares que tan sólo cubrían la zona de los pezones, dejando a la vista gran parte de sus tetas, tanto por los lados, como por debajo y arriba, y los tirantes estaban formados por diminutos aros plateados. La parte de abajo era un tanga muy pequeño, con la parte delantera muy ajustada a la zona púbica. Llevaba unas finas cintas laterales enganchadas a un aro dorado a la espalda, por la zona de la cintura, donde iba enganchada la delgada tira que llevaba metida por el culo. La tira parecía un hilo, resultaba tan fina que daba la impresión de que estaba con el culo al aire.
Ambas se tumbaron en las hamacas para tomar el sol, las dos bocabajo, cada una con un vaso de calimocho en la mesita que había en medio. El tema de conversación era el mismo, la relación sexual que Marina mantenía con su sobrino. Alrededor del medio día, Emilio se presentó en casa acompañado de su amigo Santi. Pretendía enseñarle el video donde su tía lamía el culo de su marido. También le había contado lo que había hecho con ella y que la noche anterior se la había follado en mitad del pasillo. Santi era unos cuantos años mayor que Emilio, treinta y dos, y era un vago, un drogata que se aprovechaba de la pensión de su madre para ir tirando. Pero era un tío que caía bien, era simpático y gracioso a pesar de su aspecto físico. Estaba muy gordo. Poseía una panza hinchada y dura, culo encogido y cabeza cuadrada con el pelo rapado, así como una abundante barba negra por toda su cara. Cuando cruzaban el salón en dirección a la escalera, miraron por la cristalera que daba a la terraza y vieron a las dos mujeres tumbadas en las hamacas. Frenaron en seco y se giraron impresionados con la vista.
– ¿Y esas dos? – preguntó Santi fascinado.
– La de naranja es mi tía y la otra debe de ser su amiga Rosa. Joder, no sabía que estaba tan buena.
– ¡Está desnuda la hija puta!
Centraron la mirada en Rosa, donde se apreciaba su culo a la perfección. Daba la sensación, al estar bocabajo, que estaba desnuda. Decididos, abrieron el portal y se dirigieron hacia la piscina. Marina fue la primera en volver la cabeza. Vio venir a su sobrino acompañado de un amigo bastante tripudo. Santi vestía el pantalón de un chándal ajustado y una camiseta de tirantes con motivos heavys. Algo sobresaltada, se levantó para recibirles. Rosa se levantó de la hamaca cuando los dos jóvenes casi habían llegado hasta ellas. Santi las repasó con la vista mientras caminaba. Se fijó en la braguita de Rosa, bastante estrecha, parte del vello vaginal sobresalía por los laterales, y se fijó en sus tetas, semidesnudas salvo por las diminutas copas triangulares. Luego examinó a la tía de su amigo, en sus enormes tetazas y en su culo ancho y abombado. Emilio quedó igualmente fascinado con la sensualidad que desprendía Rosa.
– ¡Emilio!
– ¿Qué hacéis, tía? – Emilio la besó en la mejillas -. ¿Quién es esta mujer tan guapa? – preguntó devorando con los ojos a la amiga.
– Mira, es mi amiga Rosa.
– Hola, Rosa.
– Encantada, tenía ganas de conocerte, Emilio.
Ambos se dieron dos besos, pero antes Emilio se deleitó con el vaivén de las dos tetas y percibió el delicioso perfume de su cuerpo. Era demasiado guapa, con un cuerpo sedoso y delicado bastante tostado por el sol, con un cabello fino y brillante que caía sobre su espalda.
– ¿Es que a mí no me vas a presentar a estas dos modelos, Emilio? – protestó Santi con gracia.
Ambas rieron como dos tontas y Emilio llevó a cabo las presentaciones. Santi resultaba asqueroso por su físico, pero enseguida comenzó con su tono chistoso y las dos empezaron a divertirse y a tomar confianza.
– ¿Queréis tomar algo? – les ofreció Marina.
Dijeron que unas cervezas y juntos se dirigieron hacia la barra que había en un pequeño quiosco de madera. Ellas marchaban delante y ellos, embelesados, devoraban aquellos culitos. Las dos llevaban zuecos de alto tacón y caminaban con glamour. Se fijaron en la fina tira del tanga de Rosa, invisible a la vista porque lo llevaba completamente metido en la raja. No se lo podía creer. El culo de Marina, más ancho y carnoso, lo llevaba más tapado, pero la braga tendía a meterse por la raja. Ellos vestidos y ellas casi desnudas. Parecían dos putitas a su disposición.
Ellos se sentaron en unos taburetes y ellas les sirvieron las cervezas. Se pusieron a charlar animadamente y a beber en exceso. El carácter jocoso de Santi provocó risas desternillantes en Rosa y la confianza entre ambos fue en aumento. Marina presentía en qué podía terminar la fiesta. Por un lado estaba cachonda por servir de diversión sexual antes aquellos dos jóvenes, pero por otro lado tenía miedo. El asunto podía desbordarse. Su amiga estaba bebiendo demasiado. Santi se había hecho un porro y ella le había dado algunas caladas. Su sobrino se acercó a su oído.
– ¿Qué tal anoche? ¿Nos oyó el viejo?
– No, pero… Estás loco, Emilio.
– ¿Te gustó? -. Ella chasqueó la lengua y él le dio una palmadita en la mejilla -. Quiero oírlo.
– Sí.
– Ese viejo no te folla como yo – le susurró acariciándole la barbilla en presencia de los otros dos.
Rosa calentó más el ambiente fruto de su exceso de alcohol y caladas a los porros que se hacía Santi.
– ¿No os bañais?
– No tenemos bañador, si no te importa que nos quedemos en gayumbos… – propuso Santi.
– Bueno, estamos entre amigos, ¿no? – saltó Rosa.
Ambas mujeres presenciaron cómo los dos jóvenes se desnudaban. Santi exhibió su enorme y abultada barriga cubierta de vello, así como sus pectorales blandos y abombados. Llevaba un slip blanco muy ajustado, de hecho las carnes de su vientre tapaban las tiras laterales de la prenda. Por supuesto, ambas se fijaron en el enorme bulto y en la silueta de un pene bastante hinchado. Emilio, de tórax más robusto aunque con una panza algo pronunciada, se quedó con un slip de color rojo donde se apreciaba la inflamación y el grosor de su verga. Continuaron bebiendo, esta vez todos medios desnudos, fijándose cado uno en los detalles del otro. Continuaban las risas y las bromas. Santi sacó un bolsita de coca y cortó tres rayas en la barra. Rosa esnifó dos y Marina sólo media, el resto se la tragó Santi. Ellos seguían sentados en los taburetes, con las piernas abiertas, exponiendo sus paquetes a aquellas dos pijas. En un momento de la diversión, Emilio le pasó el brazo por la cintura a su tía y le estampó un beso en la mejilla.
– ¿Has visto, Santi, qué tía más guapa tengo?
– Es guapísima, me lo habías dicho, pero no sabía que tanto.
Le atizó un cachete en el culo a la vista de los presentes. Marina se sonrojó.
– Anda, guapa, ¿por qué no haces algo de comer?
– Vale.
Marina se dirigió hacia la cocina. Santi volvió la cabeza para fijarse en la manera de contonear el culo y Rosa le dio un manotazo cariñoso.
– Anda, pillín, deja de mirarle el culo a mi amiga.
Santi se atrevió a soltarle una sonora palmada en el culo.
– ¡Ay! – protestó sonriente
– Tú también eres una princesa -. Acercó un taburete y cortó otra pequeña raya de coca en la superficie -. Anda, respira.
Rosa tuvo que inclinarse ligeramente para esnifar. Las tetas le bailaban en cada movimiento. Tanto Emilio como Santi pudieron descubrir el filo hilo que llevaba metido por la raja, incluso se descubría parte del vello vaginal de la entrepierna, la fina tira apenas tapaba la totalidad del ano. Estaba buenísima y Santi no pudo contenerse para atizarle otro cachete en el culo, pero ella ni se inmutó y terminó de esnifar la ralla. Al incorporarse para taponarse la nariz, recibió otro cachete, esta vez de Emilio. Marina podía ver desde la cocina cómo ambos manoseaban a su amiga. No paraban de tocarle el culo y ella actuaba como una ingenua. Más tarde, aún en la barra, Emilio le tiró una foto a Santi rodeado de las dos mujeres, cada una a un lado, ambas apoyadas en su hombro. Tras la foto, Marina se separó de él, pero Rosa continuó a su lado, incluso deslizó la mano por el pecho de Santi a modo de caricias y él la abrazaba, incluso la besaba por las mejillas en medio de las risas. El ambiente iba calentándose. Comieron unas raciones, allí mismo, en la barra, sin que la diversión y las carcajadas se detuviesen.
A las cinco de la tarde hacía un calor bochornoso y se fueron al salón. Allí Marina sirvió unos chupitos y durante un rato no pararon de beber. Emilio permanecía sentado en un sofá junto a su tía y Santi y Rosa se encontraban en el de enfrente. Abrieron una botella de champán. Emilio y Marina estaban recostados sobre el respaldo y él le tenía el brazo por el cuello, con los dedos rozando la parte alta de su pecho derecho. Rosa se había tomado otra raya de coca y se había sentado de lado, mirando hacia Santi, quien permanecía reclinado con una copa en la mano y las piernas separadas. Ella le acariciaba los muslos de las piernas con la mano derecha. La izquierda la deslizaba por la barriga y sus pectorales blandengues. Santi sudaba, su piel áspera brillaba, pero a ella parecía no importarle, estaba más caliente que una perra. Sus manoseos sobre el cuerpo de Santi y su mirada obsesa habían hinchado igualmente la verga de Emilio. Todos se estaban calentando. Rosa parecía estar fuera de sí pasando la mano con suavidad por el peludo muslo de Santi. Por su parte, Emilio metió la mano derecha por dentro de la blonda del sostén y le agarró la teta como si fuera una esponja. Santi pudo ver los nudillos tras la tela y miró a los ojos a Marina mientras Rosa no dejaba de manosearle por todos lados. Al retirar la mano, la dejó con medio pecho fuera. Desabrochó el nudo de la espalda y con mucha suavidad la dejó con las dos voluminosas tetas a la vista. Tiró el sostén al suelo.
– Muévelas – le susurró su sobrino.
Obediente, Marina meneó el tórax y sus tetas se zarandearon levemente ante los ojos de Santi. Rosa no miraba, ahora se había echado sobre aquel cuerpo seboso y le besuqueaba por el cuello, sin parar de deslizar su mano derecha por la abultada barriga. Emilio se bajó el slip hasta las rodillas y mostró su polla erecta.
– Mastúrbame.
Su tía le sujetó la polla con la mano derecha y la sacudió de forma sosegada. Miraba de reojo hacia Santi, avergonzada de exhibirse ante un desconocido de aquella manera tan humillante. Ella y su amiga se comportaban como dos putas. Meneaba la polla con extrema lentitud y utilizaba la palma de la mano izquierda para acariciar los pectorales de su sobrino. Rosa no paraba de besuquear el grueso cuello de Santi y de introducir sus finos dedos entre el vello del pecho. Estaba borracha y con la vagina al rojo vivo. Para ser tan pija, no le importaba el mal olor que desprendía y el sudor que empapaba aquella piel basta. Al mantener sus tetas aplastadas contra el costado de Santi, las diminutas blondas se habían corrido y los duros y erguidos pezones se restregaban por aquella sudosa barriga. Santi le daba sorbos a la copa, embelesado en cómo la tía le hacía una paja al sobrino, en cómo las grandiosas tetas se balanceaban con el movimiento del brazo. De la misma manera, notaba el roce de los pezones de Rosa por su panza, el tacto de aquellas finas manos por sus muslos y pectorales. Nunca se hubiera imaginado dos putas de aquel calibre a su plena disposición.
Marina había acelerado la agitación del brazo. Emilio le volvió la cabeza para que mirara hacia Santi. Rosa se irguió. Tenía las blondas hacia los lados y los pechos a la vista. Miró hacia ellos. Vio a su amiga, también con las tetas al aire, masturbando a su sobrino. Se fijó en el glande voluminoso y en cómo los huevos se mecían con las sacudidas. Notó los dedos de Santi por su espalda y entonces volvió la cabeza hacia él.
– ¿Bailamos? – le preguntó ella
– Vamos a bailar.
Había música ambiente. Marina y Emilio contemplaron cómo se levantaban y caminaban hacia un lado del salón, cerca de la pared. Enseguida Rosa se abalanzó sobre aquel monstruoso cuerpo para abrazarlo y dar unos pasos al son de la música. Con sus tetitas presionadas contra él, deslizaba las manos sobre su grasienta espalda. Dada su abultada barriga, no podía notar el bulto del slip, así es que retiró la mano derecha de la espalda y la plantó encima del slip. Empezó a sobarle por encima del calzoncillo. La izquierda la bajo con lentitud hasta meterla por detrás. Restregó toda la palma por aquel culo pequeño y encogido. A la vez, sus labios bajaron por el cuello para chuparle las tetillas y el vello del pecho. Santi se dejaba hacer, continuaba observando la paja que la tía le hacía a su sobrino. Su amigo ya estaba gimiendo, se la meneaba con presura y contundencia.
Desde el sofá, Emilio y Marina vieron cómo Santi soltaba la copa y plantaba las manos en el culito de Rosa. Empezaron a besarse con pasión. Ella continuaba sobándole por encima del slip. Le abrió el culito rudamente, pudieron ver el hilo del tanga en las profundidades de la raja. Manteniéndole el culo abierto y sin parar de besarse, dieron unos pasos hacia atrás hasta que la espalda de Santi chocó contra la pared. Le sacó la tira del tanga y lo ladeó hacia una de las nalgas. Enseguida volvió a abrírselo. Emilio, casi a punto de correrse, pudo diferenciar el ano blando y rojizo y el vello del coño. Ella de nuevo había bajado la boca para chupetearle las tetillas y había metido la mano por dentro del slip para sobarle con más ansia. Parte de la polla asomó por encima de la tira superior. Con la izquierda continuaba magreándole el culo.
En el sofá tía y sobrino presenciaban la escena. Marina se echó sobre el costado de su sobrino para besarle sacudiéndole la verga aceleradamente, con sus pechos descansando sobre su barriga. Estaba muy cachonda, se notaba la vagina excesivamente húmeda. Le encantaba masturbarle, aunque sabía que servía de exhibición para su amigo. Emilio no apartaba los ojos de la otra pareja, que continuaban magreándose. Observaba cómo no paraba de abrirle y cerrarle aquel culo tan delicioso y cómo la mano de la mujer se movía por dentro del slip. Ya casi tenía la verga fuera. Su tía le besaba por el cuello y las orejas. Pocos segundos después la polla despidió varios salpicones de leche sobre las tetas de su tía. Ella continuó besándole y se mantuvo agarrada a la polla, aunque sin sacudirla.
– ¿Por qué no te unes a la fiesta con tu amiga? – le propuso su sobrino tras besarla
Marina se levantó para acercarse a la otra pareja. Santi sujetó a Rosa por la cabeza deteniendo sus besuqueos.
– Desnúdate.
Rosa se puso a desabrocharse el sostén. Santi vio venir a Marina con sus tetas salpicadas de semen. De un pezón le colgaba un hilo grueso. Vio que su amigo observaba espatarrado en el sofá, zarandeándose la verga.
– Quítate las bragas – le ordenó a Marina.
Rosa ya aguardaba desnuda y esperó a que su amiga se bajara la braguita del bikini. Santi las observó, se fascinó de tener aquellos dos coños a su disposición. El de Rosa estaba más depilado y el de Marina era más ancho y velludo.
– Chúpale las tetas a tu amiga – obligó a Rosa
Rosa se inclinó y le lamió el pezón donde colgaba el pegote de semen. Se lo tragó antes de pasar la lengua por el resto del pecho y saborear aquella leche calentita. Marina se miraba, miraba cómo su mejor amiga le lamía las tetas con la lengua fuera, en presencia de dos jóvenes que podían ser sus hijos. Se tragó todos los resquicios de leche.
– Besaos – impuso Santi.
La amiga alzó la cabeza y acercó los labios a los de Marina. Sus cuerpos se juntaron, con las tetas aplastadas unas contra las otras, se abrazaron y empezaron a besarse como dos lesbianas enamoradas, pasándose las manos por las espaldas. Santi se unió a ella. Acercó su cara barbuda y baboseó los labios de Rosa. Ambas se juntaron a él, una a cada lado, con los pechos rozando aquella barriga sudorosa. Había plantado una mano en cada culo y las deslizaba sobándolos por todos lados. Probó la leche de su amigo al besar a Rosa, quien aún mantenía los labios impregnados. Ladeó la cabeza y metió la lengua en la boca de Marina.
Desde el sofá, Emilio asistía al espectáculo. Mientras Santi besaba ahora a su tía, Rosa le bajó el slip unos centímetros. Tenía una polla no muy larga, pero muy hinchada y con las venas muy pronunciadas. Sus testículos eran pequeños y duros salpicados de un vello muy largo. Le rodeó la verga con su mano delicada y empezó a meneársela. Ahora Santi volvió la cabeza para babosear con Rosa y entonces su tía empezó a sobarle los huevos estrujándolos como a una esponja. Emilio y ella se miraron a los ojos. Le tocaba los huevos con rabia. A la vez, ambas le manoseaban el culo con las manos que tenían libres y rozaban sus coños por los muslos de Santi. Le metían sus deditos por la raja y le pellizcaba las nalgas. Estaban hambrientas, hastiadas del sexo superficial y aburrido que les proporcionaban sus maridos. Su amigo sudaba como un cerdo.
– ¿Queréis que os folle? – les preguntó inmerso en los manoseos.
Ambas asintieron deseosas. Se colocaron juntas con las espaldas apoyadas en la pared. Santi terminó de quitarse el slip y se volvió hacia ellas sacudiéndose la verga, como preparándola para perforar aquellos coñitos. Primero se acercó a Marina.
– Ábrete el coño.
Marina separó sus labios vaginales y Santi apretó el culo insertando la mitad de la verga de un golpe seco. Su enorme barriga apretó todo el cuerpo de Marina contra la pared y sus tetas reposaron contra la curvatura de la panza. Gimió ante la penetración. Santi comenzó a contraer el culo para metérsela plantando las manos en sus nalgas carnosas. Chillaba como una loca. Rosa aguardaba y volvió la cabeza hacia su amiga. Los chorreones de sudor resbalaban por las sienes de Santi.
– Bésala…
Rosa acercó los labios a los de su amiga y sus lenguas se juntaron. Tras follarla unos segundos, la extrajo del coño de Marina y sujetándosela, la condujo hasta el coñito de Rosa. Se pegó a ella y de nuevo encogió el culo para hundirle la verga en el pequeño coñito. Rosa despidió su aliento sobre la boca de su amiga cuando la sintió dentro. La follaba nerviosamente haciendo que todo su cuerpo convulsionara. Seguían besándose, Marina se tocaba el coño, como dolorido por las fuertes sacudidas. Medio minuto más tarde, se pasó al cuerpo de Marina y se la metió de un golpe seco moviéndose con la misma celeridad. Los gemidos de una y otra se sucedían. Emilio contemplaba cómo su tía se agarraba al culo de su amigo para soportar las embestidas. Se detuvo en seco extrayendo la polla. De la punta le colgaban hilos de babas procedente de las dos vaginas.
– Daos la vuelta, princesas.
Obedientes, se pusieron contra la pared, con los brazos en alto y los dos culitos juntos y empinados hacia Santi, el de Marina más ancho y abombado y el de Rosa más estrecho y duro. Bruscamente, Santi abrió con los pulgares el culo de Marina y orientó la polla hacia la entrepierna para hundirla en el coño, esta vez hasta los mismos huevos. La embistió con severidad, sujetándola por la cadera y mediante golpes secos y profundos que la hicieron gemir como una loca. Enseguida se plantó detrás de Rosa y acompañó la verga con la mano hasta la entrada de la vagina. Le taladró el coño lentamente hasta hundirla del todo. Con la cadera pegada a sus nalgas, sólo contraía el culo para ahondar. Rosa gemía de forma histérica. Mientras se follaba a Rosa, le propinaba severas palmadas en el culo a Marina, palmadas que la hacían contraerse. Volvió a separarse de Rosa para follarse a Marina. Le inyectó la verga de manera violenta azotándole en las nalgas con las caderas y haciéndola gritar, agarrándole la cabeza con ambas manos para que no se separara de la pared.
Emilio se levantó al ver libre el culito de Rosa. Quería destrozarlo. Caminó despacio. Ella miró por encima del hombro y le vio acercarse con la polla terriblemente empinada. Creyó que iba a follarla, pero le propinó una fuerte bofetada en una de las nalgas. Rosa gritó dolorida, aunque no protestó. Le dejó mano señalada. Volvió a azotarla un par de veces más con la misma contundencia, enrojeciéndole ambos glúteos. Santi continuaba follándose a su tía aceleradamente de la misma manera que él se la folló la noche anterior. Ambos jadeaban perdidamente. Sujetó a Rosa del brazo y bruscamente la condujo hacia una mesa de madera. La cogió por el culo y la subió encima de la mesa. Rosa, algo asustada por la rudeza, no oponía resistencia. La empujó obligándola a tumbarse boca arriba sobre la superficie y le levantó las piernas sujetándola por los tobillos. La acercó al borde. Arrimó la punta de la polla al ano y empezó a empujar con fuerza. Rosa cabeceó dolorida ante la penetración anal. Acezaba como una perra malherida sujetándose a los cantos de la mesa. Sus tetas se caían hacia los lados moviéndose como flanes. El ano se dilataba a medida que avanzaba la polla. Se la metió entera y entonces empezó a embestirla pausadamente, extrayendo sólo la mitad y volviendo a hundirla, sujetándola por los tobillos para evitar que bajara las piernas.
Santi y Marina terminaron de follar. Vertió una gran cantidad de leche dentro del coño. Cuando se separó de ella, varios pegotes de semen gotearon desde su vagina. Santi se limpió el sudor con la braguita del bikini y le dio un sorbo a la copa antes de encenderse un cigarrillo. Marina también sudaba por el esfuerzo y aceptó un sorbo de la copa de Santi. Juntos se volvieron hacia la mesa donde se desarrollaba la otra escena. Sus sobrino se la estaba metiendo por el culo con extrema dureza y su amiga emitía chillos estridentes. Se podía distinguir el ano dilatado por el grosor de la verga. Igualmente, los dos sudaban a borbotones, el brillante cabello de Rosa incluso se había humedecido. Santi acercó los labios a su oreja para susurrarle.
– Me han dicho que te gusta chuparle el culo a tu marido – Marina tragó saliva y alzó la cabeza hacia él. Santi la agarró con fuerza apretujándole las mejillas – ¿Quieres probar el mío? -. Marina no parpadeó -. Contesta, princesa -. Ahora asintió -. Vamos al sofá, quiero que lo pruebes.
Marina le acompañó como una niña obediente en medio de los jadeos de su sobrino y amiga. Santi, aún con el cigarro y la copa en la mano, se reclinó en el sofá y alzó y separó las piernas. Tenía la verga algo flácida, aún untada de resquicios de leche. Se arrodilló ante él y a cuatro patas acercó la cabeza para olisquear bajo los huevos. Era un olor hediondo, pero sacó su lengua para chuparle el culo. Le lamía el ano moviendo la lengua como una víbora. Los huevos se mecían sobre su nariz, señal de que se la estaba sacudiendo al sentir el cosquilleo.
En la mesa, Emilio llevaba varios minutos follándose a Rosa. Los efectos del alcohol y la anterior corrida le impedían eyacular con facilidad. La polla seguía deslizándose al interior del ano cada vez con más viveza al llevar tanto tiempo dilatado. Ella ahora tenía los talones sobre los hombros de Emilio y gemía sofocada entre una mezcla de placer y dolor. Emilio miró hacia su tía y comprobó cómo le chupaba el culo a su amigo. Permanecía a cuatro patas lamiendo como una perra. Vio que ascendía con la cabeza para chuparle los huevos con la boca muy abierta. Tras ensalivarlos, Santi bajó las piernas, ella atrapó la polla con sus tetas y se puso a masturbarle. La imagen de su tía con su amigo le animó para follar con más contundencia y empezó a embestir de forma más salvaje, a provocar de nuevo los chillos estridentes de Rosa. Pocos segundos más tarde extrajo la verga del culo y salpicó todo el coño de pequeñas gotitas de leche. Se fijo en el ano dilatado de donde brotaban babas blanquinosas. Respirando con dificultad, Rosa se incorporó y Emilio la abrazó para consolarla alisándole el cabello sudoroso y acariciándole la espalda. Ella resollaba en su hombro. Juntos observaban cómo ahora Marina, arrodillada y erguida entre las robustas piernas de Santi, se la meneaba presurosamente golpeándose las tetas con la punta de la verga. Pronto roció sus pechos de gruesos goterones de leche espesa y tras escurrírsela terminaron fundidos en un abrazo. Y terminó aquella orgía inesperada para aquellas dos mujeres maduras, casadas y pijas, folladas salvajemente por dos jóvenes.
Mariano regresó antes de tiempo del viaje, concretamente se presentó en casa antes de las siete de la mañana. Había pasado una mala noche tratando de asimilar lo que estaba sucediendo a su matrimonio, el vil chantaje del que estaba siendo víctima su mujer. También los celos le abrasaban el corazón, sabía que sexualmente él no podía ofrecerle igual que su sobrino y temió que su mujer terminara cediendo. Y eso sucedió aquella mañana. Nada más entrar, oyó los gemidos procedentes de la segunda planta. Su mujer jadeaba a chillos. Su sobrino jadeaba más secamente. Se la estaba follando otra vez. Abrigado por el pánico, subió sigilosamente los escalones y torció hacia el pasillo. La puerta de su dormitorio estaba abierta y con la luz encendida. Los gemidos de ambos retumbaban en toda la casa. Caminó con lágrimas en los ojos y se asomó precavidamente. Estaban en la cama, desnudos, follando cómo bestias. Su mujer tendida bocabajo, con las tetas aplastadas contra el colchón y abrazada a la almohada. Su sobrino encima de ella metiéndosela bajo el culo para perforarle el coño. Pudo ver los huevos cómo bailaban entre las piernas por los agitados movimientos. Los golpes de la cadera contra las nalgas. La rabia de su sobrino al follarla. Los besos de él sobre la nuca. El sudor de sus cuerpos. La mirada desbordante de placer de su mujer, con la boca abierta y el ceño fruncido. Aguantó hasta que él sacó la polla de la entrepierna y le regó todo el culo de una leche muy blanca y liquida. Pudo ver las hileras de semen resbalando hacia los costados y pudo distinguir entre sus piernas su coño abierto. Emilio se dejó caer encima de ella y acercó sus labios a la cara de su tía. Ella le correspondió besándole. Fue cuando Mariano, muerto de celos, comprendió que todo se había terminado. Su matrimonio fue complicándose con el paso de los días. Tuvo que oírles follar varias veces más antes de hacer las maletas e irse de casa. La visita del sobrino había arruinado su vida.
fin