Fue durante mi viaje a Italia. Siempre quise viajar a ese país, repleto de luces, colores, sol y de personas alegres. Siendo una mujer de 35 años, viuda de un alcohólico escritor de fama, mi vida transcurría entre los placeres de comprar lo que quería, gastar el dinero y finalmente… disfrutar plenamente de la sexualidad.
Yo esperaba que hiciéramos el viaje juntos, después de todo los dos somos descendientes de italianos y el viaje hubiera sido algo para recordar. Pero no fue así. Mi viudez afortunadamente prematura me tenía sola.
Allí estaba yo en aquel viejo y maravilloso hotel italiano de Génova, un hotel que más bien parecía una catedral barroca por la belleza de su arquitectura tricentenaria. Mi habitación era enorme, se perdía en una cúpula de cristales coloreados, daba a un canal verde, romántico y cruzado por góndolas y cantadores. Era Italia, era Génova. Aquí dentro del hotel, el silencio era como una tumba, una monumental tumba dorada, mientras que allá afuera, cuando abría las ventanas dobles, el viento de la ciudad cargado de aromas, perfumes y música penetraba como una aureola de paz y excitación.
No sé que tenía aquel inmenso espejo labrado, pero sentí la tentación de desnudarme ante el mismo. De ver mi figura desnuda reflejada. Mis senos en forma de largas y rotundas peras con pezones de color marrón. Viendo como crecían entre los dedos… seguía manteniendo un cuerpo perfecto el cuerpo que me había permitido enamorar a un prestigiado alcohólico la primera vez que me vio desnuda en un cóctel literario. Cuando la pasión y el deseo le hacían escribir como un loco… pero de eso hacía mucho, mucho tiempo.
Estaba en lo mejor de la masturbación, los dedos penetrando en mi vagina, acariciando sus tejidos, chapoteando en mis jugos, cuando al mirar hacia el espejo vi la figura reflejada de la más deliciosa chiquilla italiana. Apenas unos 20 años de belleza trigueña. Me estaba contemplando con ojos muy abiertos mientras que sostenía entre sus brazos el juego de sábanas y toallas limpias destinado a mi suite.
-perdone… yo…
-pasa querida… cierra la puerta por favor… indiqué caminando hacia ella con calma.
Mis caderas contoneándose y mis pechos bailando a cada paso. Ella me contemplaba con la boca abierta… y sus ojos aún más abiertos. Con sus manos temblando fue hasta la cama colocando lo que traía sobre ella y se quedó quieta.
-¿quiere algo más? Preguntó con voz débil
Sus ojos negros y resplandecientes cubrían mi figura. Era como si dedos de fuego italiano me estuvieran tocando.
-si quiero que te acerques. Le dije con suavidad y ella obedeció.
Al momento siguiente la tenía entre mis brazos, buscando sus labios que al principio se me ofrecieron tímidos, pero con la excitación al colocar sus manos en mis tetas su lengua se proyectó excitada, ingeniosa.
-así… así es como se hace… susurré en su orejita de nácar.
No obtuve la menor resistencia de su parte. Le sentí que se diluía entre mis brazos mientras la desnudaba. Cuando emergió su belleza natural, su cuerpo desnudo, me quedé asombrada. Sus senos duros y picudos, sus caderas firmes, sus nalgas redondas, toda ella era un perfecto bombón que tiré en la cama abriéndole los muslos. Al momento se lo estaba mamando, mi lengua se deslizaba por encima de la labia arrugada y ligera como una seda, penetraba en la cavidad con la lengua, chupándole los jugos que quemaban. Y ella se movía sin cesar, sus manitas enterradas en mis tetas.
-te gustan verdad? Quieres mamarlas?
-OH… si señora… contestó
Me volteé de revés. Sintiendo como su lengua penetraba en mi gruta, como los líquidos que burbujeaban en mi raja escapaban succionados por su boquita de mamadora natural, mientras que por otra parte yo le hacía lo mismo. Sus muslos se cerraron sobre mi cabeza y yo cerré los míos sobre los de ella. Nunca creí q
ue dos mujeres tan diferentes en edad pudieran gozarse de aquella manera, brincábamos y nos movíamos al compás de nuestra respiración agitaba, lujuriosa. Yo le enterré un dedo en el culo y ella respondió de la misma forma, toda mi raja era una sopa de saliva y almíbar y ella se bebía hasta la última gota.
No sé cuanto tiempo estuvimos mamándonos, pero de pronto decidí cambiar de posición. Ya me había venido como cuatro veces y ella otras tantas, en la que la sentí estremecerse en mis brazos, entre mis muslos.
-pero… como se hace eso? Preguntó asombrada.
-ya verás, tú déjate hacer. Contesté.
Di la vuelta hasta que mis muslos quedaron entre los de ella formando una doble tijera, de aquella forma llegamos al momento mas sublime, cuando nuestras rajas comenzaron a frotarse, yo sosteniéndole su pececito cerca de mis labios y besándolo con desesperación y ella profiriendo grititos de placer que me hacía hervir la sangre. Aquella tarde en Italia fue algo inolvidable…
Autor: Viuda prematura
que rico… como me gustaria una experiencia asi…