ALBERTO, ENTRADO EN LA MADUREZ Y DE MUY BUEN VER….ES UN HOMBRE QUE DEBIDO A SUS NEGOCIOS SUELE VIAJAR MUCHO….EN UNO DE SUS VIAJES A ESPAÑA CONOCE A «KARMENCITAS» UNA MUJER QUE HARÁ SU FANTASIA (SADOMAOQUISTA-BONDAGE ) REALIDAD Y QUE LE HARÁ LLEGAR HASTA EL NIRVANA.
Miré el reloj, eran las siete de la tarde esperaba que Karmencita llegara poco después de las ocho. Recorrí el chalet alquilado para estar seguro de que todo estaba listo. Era la segunda vez que iba a estar con Karmencita. La primera ocasión fue inesperada y maravillosa, pero quería que esta segunda, mucho mas difícil, fuera tan perfecta como humanamente posible. Según recorría habitaciones y pasillos, inspeccionaba cajones y ajustaba pequeños detalles rememore nuestro primer encuentro.
Todo empezó hace poco mas de un año. En uno de mis viajes a una reunión de trabajo en Europa, la reunión termino dos días antes de lo previsto. Tenia un día libre que decidí pasar en Madrid, visitar el Museo del Prado y tratar de cenar con Carlos, amigo desde hace mas de veinte años. Cambie los billetes de avión, llegue a Madrid a las once de la mañana y desde el hotel llamé a Carlos. Después los consabidos ¿cómo estas? ¿la familia? dije que nada mas estaría en Madrid esa noche y el se mostró desolado. Su compañía estaba cerrando un importante acuerdo con una empresa constructora y tenían una cena de trabajo esa noche.
Después de una pausa dijo Carlos:
Mira Alberto, quiero que nos reunamos, voy a llamar a la constructora y seguro que podemos arreglar algo. Te vuelvo a llamar en diez minutos.
Efectivamente, en diez minutos llamó y me dijo que no podían cancelar la cena, pero que por favor que fuera a cenar con ellos que aunque hablarían la mayoría del tiempo de negocios, todos confiaban en mi discreción, y después de la cena podríamos charlar los dos un rato. Me pareció un arreglo un poco extraño, pero puesto que Carlos había hecho el esfuerzo no podía decir que no. Quedamos en el restaurante a las diez. Pregunte si me tenia que vestir muy formal y me dijo que traje y corbata estaría bien.
Comí en el hotel y después me dirigí al Prado. Como siempre empece por «el descenso de la cruz» de van der Weiden. Después deambule por diferentes salas y, como siempre, acabe con «Las hilanderas » Al salir del museo di un largo paseo. Volviendo sobre mis pasos llegue al hotel, tome una ducha y a las diez menos cinco estaba en el restaurante. Carlos ya estaba allí con otro compañero de su empresa, afortunadamente los de la constructora no habían llegado aun, así que Carlos y yo tuvimos algún tiempo para charlar. Al cabo de los quince minutos tres personas se acercaron a nuestra mesa. Carlos hizo las presentaciones de los dos primeros a los que obviamente conocía, no preste demasiada atención, pero la ultima presentación la hizo uno de los miembros de la otra empresa y yo si que preste atención a la persona aunque no a las palabras. Recuerdo algo como:
Carmen….. Ordenadores…. Paginas Web.
Yo estreche su mano diciendo:
Mucho gusto Carmen.
Karmencita, con K, por favor. Karmen
Karmencita (con K por favor), no era una de esas bellezas espectaculares que aparecen en las portadas de las revistas. Pero decididamente, no tenia ninguna dificultad para atraer la atención de los varones. Aparentaba menos de treinta años (luego supe que en realidad tenia treinta y cuatro). Yo era él mas joven de los varones presente y tenia cincuenta. Me sorprendió una mujer tan joven en una cena de negocios tan importante.
Karmencita no era ni alta ni baja, llevaba zapatos con tacón alto, pero yo acostumbrado a medir calculé un metro cincuenta y siete sin tacón; larga melena castaña hasta pasados los hombros. Era de tez clara, ojos castaños, vivos, juguetones, inquisitivos pero al mismo tiempo acogedores; labios carnosos, sonrientes, y sensuales. Llevaba un traje de chaqueta discreto, casi severo por lo que era difícil adivinar las formas pero se insinuaban buenas proporciones, con todas las curvas apropiadas en los lugares debidos. Pero además de lo atractivo de su rostro, y su figura, tenia un cierto aire de «aquí-estoy-yo-mirame» que funcionaba: yo la miraba y tenia cierta dificultad en dejar de mirarla. En la mesa rectangular, tres a cada lado, nos sentaron a Karmencita y a mi en un final de la mesa, frente a frent
e. Pronto desapareció la conversación general, los cuatro a un lado hablaban de plazos, miles de millones, permisos, Karmencita y yo empezamos nuestra conversación. Yo sin ser tímido, tampoco soy extrovertido así que me cuesta trabajo mantener una conversación con alguien a quien no conozco. Karmencita dominaba el difícil arte de la conversación. No recuerdo de que hablamos, recuerdo que miraba a sus ojos castaños y juguetones, a sus labios carnosos y sensuales y que hablamos, hablamos y hablamos. Karmencita no usó ni uno solo de los tópicos habituales (donde trabajas, cuanto tiempo en Madrid…). Simplemente pregunto que había hecho esa tarde y a partir de ahí hablamos de pintura, de literatura, de política..
Cada cual tiene sus debilidades, para mi una conversación inteligente con una mujer atractiva es un verdadero afrodisiaco.
Por casualidad (creo recordar que si, que fue casualidad) mi pierna toco la suya bajo la mesa. No la retire inmediatamente, ni tampoco ella retiro la suya. La mire a los ojos, y mientras retiraba mi pierna pedí perdón. Con un leve gesto de su cabeza y un oleaje de castaños cabellos, sin palabras, lo concedió. Seguimos hablando, a los pocos minutos su pie, descalzo, se apoyo en mi pierna y con los dedos me hacia cosquillas. Mientras su pie jugaba, seguía hablando con gran profundidad sobre problemas histórico-territoriales en España, su voz permanecía normal, desconectada de el juego bajo la mesa, pero los castaños ojos con un brillo especial, rezumaban ironía y picardía. Me di cuenta de que estaba siendo seducido, pero.. la idea no me molestaba en absoluto.
Al parecer los negocios habían concluido felizmente, todo eran sonrisas y buen humor. Llegó el café, unas copas, acabado el negocio, la conversación se generalizo incluyendo a todos en la mesa, pasamos a temas mas banales y llego el momento de marchar. Carlos se ofreció a llevarme al hotel pero Karmencita rápidamente dijo:
El Ritz me pilla de camino y con mucho gusto llevo a Alberto.
No quisiera molestarte..
No, no es ninguna molestia, de verdad me pilla de paso.
Carlos me miro y al ver mi mirada no volvió a insistir. Es bueno tener viejos amigos que se entienden sin hablar.
Nos despedimos, hubo intercambios de tarjetas de visita, cada cual guardo la colección en sus bolsillos. Karmencita y yo salimos juntos del restaurante y ella simplemente dijo
Sígueme.
Se adelanto unos pasos y yo aproveche la distancia para hacer un examen mas completo desde otra perspectiva. La castaña melena caía sobre los hombros y se mecía en suave oleaje con cada paso. Caderas y nalgas bien desarrolladas, no grandes pero substanciales. La chaqueta del traje ocultaba un poco sus formas, pero la falda estrecha y ajustada las realzaba y permitía su deguste. Con cada paso sus caderas ondulaban y viendo aquel ondular un estremecimiento recorría mi cuerpo. Las medias oscuras, quizás negras, con costura. No se por qué, pero las medias con costura, aunque un poco anticuadas, las encuentro muy sensuales (quizás fijaciones infantiles). Las medias realzaban las piernas, ni delgadas, ni gruesas sino todo lo contrario. Me gusto el conjunto, no me gustan las gordas, pero como ingeniero me gusta que haya una solidez estructural, no quiero mujeres anoréxicas a las que da miedo abrazar por temor a que se partan.
No solamente estaba bien el conjunto, sino que Karmencita sabia andar. Hay gente que se traslada de un sitio a otro usando los pies y gente que sabe andar. Decididamente Karmencita sabia andar.
Con los altos tacones, sin exageraciones ni excesos su andar hacia ondular y mecerse a todo el cuerpo, con un movimiento que sin ser sexual era extremadamente sensual.
¡Bien, Karmencita bien!
No solo me gustaba como mujer, mi mente de ingeniero no podía por menos que complacerse en aquella bien proporcionada y funcional estructura.
Llegamos a su coche, ella gentilmente abrió la puerta del pasajero, me acomode en el asiento. Al entrar ella al asiento del conductor pude ver buena parte de sus muslos ¡No desmerecían de los otros excelentes atributos! Cuando salimos del aparcamiento pregunte:
¿De verdad te queda de camino el Ritz?
Con una sonrisa y un leve encogimiento de hombros dijo:
Si todos los caminos llevan a Roma, todos los caminos pueden pasar por el Ritz.
Así me gusta, sin engaños. Mientras conducía empezó a hacer de guía, señalaba edificios, plazas, fuentes y contaba historias. Yo la interrumpí.
¿Karmencita co
mo es que tu has venido a esta cena?
Mira, es algo complicado. A eso de las doce me llamo un subdirector con el que nunca habia hablado antes y me dijo que un contrato importantisimo para la compañía se podía cerrar en una cena. Que acababa de llamarle el jefe de la otra compañía para decirle que le habia salido un compromiso con un viejo amigo que estaba de paso en Madrid y habría que posponer la cena y el contrato, por lo menos por un mes. Mi subdirector, prefiriendo el pájaro en mano, dijo que por favor que no cancelara la cena y que trajera a su amigo. Luego dijo que estaba buscando alguien que pudiera entretener al visitante durante la cena. Muy zalamero dijo que yo tenia fama de ser buena conversadora, inteligente y discreta (con todo su hacerme la pelota, quedó muy claro que me necesitaban) y que estaría muy agradecido si viniera a la cena. A mi me sonó un poco raro tanta deferencia hacia mi y hasta pense que sugería que el contrato era lo suficientemente importante como para que, si hiciera falta, «hiciera favores» al visitante. Le agradecí mucho la confianza en mi, le dije que seria un honor y un placer para mi atender la cena pero que por desgracia tenia un compromiso previo ineludible. A los pocos minutos vino a verme el jefe de mi sección a preguntarme si habia alguna posibilidad de que atendiera la cena. Tenemos confianza, así que le dije claramente que no estaba segura de lo que esperaban de mi, pero que yo no me iba a la cama con alguien por la empresa. A las tres de la tarde vinieron el subdirector y el director a mi oficina con un enorme ramo de rosas (¡menudo debía ser el contrato!). El subdirector se disculpo por su torpeza, me aseguro veinte veces que lo único que esperaban era que te entretuviera durante la cena y que al acabar la cena, cada mochuelo a su olivo. Que me quedarían personalmente agradecidos por el servicio, etc. etc. etc.
Me dio una palmadita en el muslo y con una sonrisa maliciosa dijo:
Espero no haberte aburrido mucho durante la cena.
Yo sonreí y dije:
No, demasiado no, pero..
¿Si?
Después de esa producción y el susto que les has pegado a todos los ejecutivos ¿como es ahora te ofreces a llevarme al hotel?
Mira, una cosa es lo que yo elijo hacer y otra es que la compañía esperase ciertas cosas de mi.
Yo asentí, y con mi mano izquierda acaricie la castaña melena. Un ligero perfume emanaba de ella. Karmencita no hizo ningún gesto de rechazo y volvió a su papel de guía turístico. Yo animado, acaricie su muslo; era firme y cálido, ella no altero su voz por mis caricias. Estabamos llegando al Ritz, pregunte:
¿Subes a mi habitación?
Si. Pero pido un favor: no hacemos preguntas personales, no preguntamos nada de familias, no hacemos promesas, no nos contamos mentiras, no nos tratamos de impresionar el uno al otro, simplemente disfrutamos.
Si la memoria no me engaña esa fue la primera vez que una «conquista» me hacia tal petición, generalmente era al revés; Pero no tenia ningún problema con ella.
De acuerdo. Pero entonces será más sencillo que aparques en aparcamiento del hotel.
Sin mayor ceremonia, aparcó y subimos a mi habitación. Al cerrar la puerta ella me miraba con una pequeña sonrisa casi desafiante. Yo puse mi brazo en su cintura, la atraje hacia mi y ansiosamente mi boca busco la suya. Sus sensuales labios se abrieron y su lengua se cruzo con la mía, sus manos empujaron mi nuca y perecía que nuestras bocas fueran a fundirse. Cuando nos hizo falta respirar nos separamos, Karmencita empezó a quitarse su chaqueta y con toda naturalidad pregunto:
¿No tendrás Grand Marnier en el minibar?
Afortunadamente, lo habia. Serví la botellita en una copa y se la ofrecí. Mientras tanto, ella se habia quitado los zapatos y se estaba sacando la blusa. Le di la copa y dije:
Déjame a mi.
Abrí su blusa exponiendo sus pechos solo parcialmente cubiertos por un sujetador rojo oscuro. Lo oscuro del sujetador contrastando con la clara tez de los respingones pechos era mejor que cualquier «claro-oscuro» del Prado. Siguió la falda, para mi sorpresa llevaba un liguero de encaje haciendo juego con el sujetador. Si las medias con costura me excitan los ligueros.. me enloquecen. Las sólidas caderas, los muslos ¡que suaves, que tentadores!
¿Siempre llevas liguero?
Otra vez la sonrisa y el guiño.
No, únicamente cuando pienso que puede ser «útil».
Reverencialmente removí el sujetad
or. Sus pechos quedaron al descubierto. Eran de buen tamaño, firmes, de perfectas curvas, la piel clara, casi blanca, lisa, suave, las areolas amplias, rosa y los pezones.. No pude ver los pezones porque uno de ellos inmediatamente estaba en mi boca y el otro en mi mano. Ella acariciaba mi cabeza y la empujaba contra su pecho. No se cuanto tiempo pasó mientras yo disfrutaba de sus pechos, pero ella me interrumpió.
Alberto, tenemos que disfrutar los dos, majo, así que aligera tu vestimenta.
Me encantaba el tono de desenfado que utilizaba. A menudo en los primeros encuentros (tampoco he tenido tantos) ambos actúan algo inhibidos, cohibidos, temerosos de exponer demasiado. No de exponer el cuerpo, pero de exponer la persona, los sentimientos, de hacerse vulnerables. No Karmencita, ella actuaba con total naturalidad, casi con desfachatez, pero en un difícil ejercicio de equilibrio sobre la cuerda, la desfachatez no le mermaba ni su feminidad ni un cierto aire romántico en sus ojos de oscura miel.
Mientras yo me quitaba la ropa ella tomaba lentos sorbos de la copa y movía la cabeza con aprobación. Cuando quede completamente desnudo dijo: No estas nada mal. Al contrario que la mayoría de los hombres de tu edad, estas mejor desnudo que vestido.
No es un cumplido para mi sastre, pero yo te lo agradezco. «La mayoría de los hombres de mi edad». ¿Cuantos has visto desnudos?
Con un guiño y una sonrisa dijo:
Recuerda, no se hacen preguntas, no se cuentan mentiras.
Dejo la copa sobre la mesa y se disponía a quitar el liguero.
No, por favor. Permíteme a mí. Te quitare las bragas pero me gustaría dejar las medias y el liguero.
Como tu quieras Alberto. Tenemos fetiches ¿eh?
Fetiches y otras cosas, no me preocupan las etiquetas. Recuerda tus reglas, no se hacen preguntas, no se cuentan mentiras.
Me arrodille frente a ella y baje sus bragas, su sexo quedo al descubierto. Los labios desnudos, sin vello, únicamente un pequeño rectángulo de vello en el monte de Venus.
Inmediatamente besé aquellos labios y mi lengua jugueteó explorando rincones, separando pétalos gozando de aquella maravilla. Karmencita dijo:
Alberto, lo haces muy bien, pero vamos a la cama y jugamos todos.
Riendo nos fundimos en un beso, saltamos a la cama y durante horas hicimos el amor con total abandono. Su naturalidad removió mis inhibiciones y exploré y gocé de cada rincón de su cuerpo con todos los sentidos del mío. Sus carnes eran suaves, dulces y cálidas. Era difícil elegir: sus buenos muslos y sus magnificas nalgas exigían mi atención, pero no podía olvidar los blancos pechos, ni la sensual boca o las delicadas y diestras manos, ni el cuello; Karmencita era muy sensible en el cuello y reaccionaba al jugueteo de mi lengua en el. Su sexo era cálido, húmedo, acogedor, ¡que placer penetrarlo! que placer estar totalmente hundido en el y abrazar y besar a Karmencita. Ella usaba todas y cada una de las partes de su cuerpo como instrumentos de deleite. Su boca y lengua desplegaban gran sabiduría. Con sus pechos cosquilleaba y «torturaba» diversas partes de mi cuerpo Hasta su castaña melena la puso alrededor de mi miembro erguido mientras me masturbaba, creando una nueva y extraña sensación. Cambiamos de posiciones: arriba, abajo, de pie, en el sofá, en el suelo, en la cama. No creo haber hecho el amor de una forma tan intensa, desinhibida y placentera en toda mi vida. Gritos de placer eran seguidos por carcajadas de felicidad que a su vez eran seguidas por caras de sorpresa por una nueva proeza atlética, una nueva contorsión. Cuando mi cuerpo no pudo mas, exhausto, satisfecho, feliz, en absoluta paz me dormí con Karmencita entre mis brazos.
Cuando desperté el sol entraba por los balcones, mire el reloj: las diez y media. Karmencita no estaba, pero en espejo del baño habia una nota:
Gracias por una noche inolvidable, si vuelves a Madrid me encantara verte.
Como firma, el sello en rojo oscuro dejado por unos recién pintados labios entreabiertos. Enmarcada en ese sello una simple y elegante K. Cuidadosamente puse la nota en un sobre y este dentro de un libro.
A pesar de la invitación para el futuro, Karmencita habia desaparecido sin dejar ni señas ni teléfono, no sabia nada de ella..
No tenia mucho tiempo para pensar, mi vuelo salía a las doce y media. Rápidamente, para ahorrar tiempo me puse el mismo traje de la noche anterior, hice las maletas, pague el hotel, cogí un taxi y llegue al aeropuerto. Al ir a comprar unas revi
stas, note que en bolsillo tenia las tarjetas de la noche anterior. Si, entre ellas estaba la de Karmencita. El nombre de la empresa, departamento de informática, dirección, teléfono, fax, y correo electrónico, todo ello de la empresa. Corrí a la floristería, pedí una docena de rosas rojo oscuro y en una tarjeta de la tienda rápidamente garabatee:
Gracias. Volveré. Nos veremos. Alberto.
Me temo que mi nota no se podía compararse con el sello de sus labios, ni mi torpe escritura con la elegancia de su K, pero dada la escasez de tiempo era lo mejor que podía hacer. Pagué, corrí y llegue justo a coger el avión. Lo primero que hice en el avión fue cuidadosamente guardar la tarjeta de Karmencita en mi maletín.
Durante un año pensé a menudo en Karmencita, estuve tentado de mandar mensajes electrónicos, pensaba que quizás ella le pidiera mi dirección a Carlos y recibiría algún mensaje de ella.
Pero el silencio mas absoluto reinó durante un año. A menudo pensaba en sus ojos irónicos, sus sensuales labios, la castaña melena y empezaba a escribir… para después romper el papel.
Durante todo el año imágenes de ella venían a mi mente como repentinos relámpagos. La recordaba de pie, de espaldas a mi pero con la cabeza vuelta, la melena girando y por única vestimenta el liguero y las medias. Aquella espalda, aquellos muslos y sobretodo aquellas nalgas atormentaban mi mente.
Otros días recordaba fragmentos de conversación.. Algo que recordaba a menudo era una escena, cuando yo ya agotado, casi a punto de dormir con Karmencita yaciendo boca abajo en la cama.
Aquellas nalgas, claras, firmes, redondas, completas, tentadoras pedían a voz en grito un azote y yo di uno ligero. Ella respondió con un pequeño maullido de gata en celo. Di un azote un poco mas fuerte y su única respuesta fue otro maullido. Sin poder resistir la tentación di un azote fuerte que estoy seguro causo dolor. Su respuesta: otro ronroneo. Sin poderme contener pregunte:
¿Te gusta el sado?
Ella volviendo la cabeza hacia mi, me guiño uno de sus castaños ojos y haciendo un gesto con su mano como de gata arañando, dijo:
Me gustan muchas cosas, pero recuerda, no se hacen preguntas, no se cuentan mentiras.
Durante los últimos meses la imagen de mis azotes en sus dulces nalgas y sus ronroneos se repetían mas y mas frecuentemente hasta convertirse casi en una obsesión. A mi me gustan muchos juegos pero uno de los que mas me seduce es la idea de ser un poco sádico con una mujer. Nada extremo, ni sangre ni terribles marcas, pero infligir una mezcla de humillación, seguida de dolor, seguida por amor desbocado. Es una de mis fantasías que nunca e conseguido satisfacer. Lo he intentado alguna vez con prostitutas, pero el saber que ellas no lo disfrutan, su mecánico hacer y aguantar, quita mucho del placer. Cuando lo he sugerido a alguna de mis amantes lo único que he conseguido han sido unas bofetadas y terminar las relaciones. De alguna forma me forjé la idea o ilusión de que Karmencita podría ser distinta, que ella podría satisfacer mi fantasía, que ella no solo toleraría mi juego sino que lo degustaría, saborearía y disfrutaría. Era demasiada extrapolación de tres azotes pero ¿por qué no? Finalmente mi obsesión llego a ser demasiado, tenia que salir de dudas. Una fría tarde de Febrero mande un breve mensaje electrónico diciendo:
Estaré en Madrid la noche del veintiséis de Marzo ¿Puedes compartirla conmigo? Alberto.
Al día siguiente recibí su contestación.
El veintiséis no es posible, es el cumpleaños de mi hijo. Seria maravilloso si pudieras cambiarlo al veinticuatro o al veintiocho. K
¡Karmencita tenia un hijo! Con todas mis fantasías girando en torno a ella, no sabia si estaba casada, divorciada, soltera, tenia compañero o.. cien mil otras preguntas. No sabia nada de ella, excepto que me fascinaba su conversación, su imagen, su cuerpo, su sensualidad y que quizás pudiera satisfacer mi sádica fantasía.
Cualquier fecha me daba igual, no iba en viaje de negocios, era un viaje para saber si mi impresión de los gustos de Karmencita podía ser cierta y quizás podría satisfacer mi fantasía. De cualquier modo quería dar la impresión de que pasar por Madrid era una «coincidencia» espere un día y conteste:
El ve
intiocho es factible. Alberto
En veinticuatro horas llego la respuesta:
Dime donde y cuando. K
Respondí: Enviare detalles dos tres días antes.
No creo que nadie nos pudiera acusar de verbosidad. Pero lo bueno si breve..
De forma metódica desarrolle mis planes. Mi secretaria se ocupa siempre de mis viajes, billetes, hoteles etc. Pero esta vez yo personalmente lo hice todo. Saqué los billetes de avión, alquilé un chalet amueblado con gran lujo cerca de la carretera de la Coruña. A través de catálogos compré las cosas esenciales. Algunas las mandé por correo al chalet, otras las llevaría conmigo. Alquilé un elegante Mercedes y me aseguré de los servicios de un chofer para la tarde del veintiocho y.. esperé con impaciencia.
Llegue a Madrid el veintisiete por la mañana. No habia dicho a nadie que estaría en Madrid y quería ese día y medio para preparar todo. El chalet estaba perfecto, hable con el chofer y me asegure que entendía mis deseos e instrucciones. Por la tarde compre un elegante vestido de noche para Karmencita. Era de seda negra, falda larga hasta el suelo, pero el corpiño era semi-transparente; compre zapatos, medias y liguero, pero ni bragas ni sujetador. Quería que sus pechos se vieran por debajo del transparente corpiño y que sus nalgas desnudas rozaran y sintieran el erótico frufrú de la seda. Un chal de seda gris completaba el atuendo. No tenia ningun problema para elegir tallas; soy ingeniero, se como medir y las medidas de Karmencita no se me iban a olvidar en mucho tiempo. Todo ello fue puesto en una discreta caja con la marca de una productora de material para ordenadores y mandado por correo privado a entregar en propia mano, aceptando únicamente la firma de Karmencita. Dentro también iba una nota diciendo:
Por favor, ponte esta ropa esta noche. Las prendas que falten.. no te las pongas. Besos, Alberto
Presa de excitación me fui a dormir, afortunadamente a pesar de mi excitación el jet-lag me permitió dormir como un tronco. A las diez de la mañana llame a Karmencita a su oficina.
Alberto ¿donde estas?
Estoy en Madrid. ¿Donde te puedo recoger esta tarde?
No hace falta que me recojas dame tu dirección y yo te voy a buscar.
Karmencita, no tengo tiempo para discutir ahora, estoy en medio de una reunión. Dame una dirección donde se te puede recoger a las siete y media.
Con cierta extrañeza en su voz, ella me dio la dirección de una cafetería bien conocida en el barrio Salamanca.
Evidentemente, no quería darme la dirección de su casa.
Karmencita deberías recibir un paquete esta mañana con una nota mía. Tengo que irme ahora. Hasta pronto.
Las siete menos cuarto. Inspeccioné a Luis, el chofer, iba impecable con uniforme gris, botones dorados, gorra de plato, guantes y botas grises. Le di especificas instrucciones:
La dirección de la cafetería, una mujer de treinta y cinco que aparenta menos, melena y ojos castaños. No sabia el color del abrigo pero debería llevar una falda negra hasta los pies. Todo lo que tenia que hacer era preguntar ¿Karmencita con K? y decir «sígame por favor, me manda Alberto». Me aseguré de que una vez en el chalet sabría lo que hacer y cuando desaparecer. Le prometí que si hacia todo bien su sueldo seria doble.
Eran las siete de la tarde, el champagne y las fresas en la nevera, bombones en el dormitorio, todo limpio, todo en su sitio mi plan estaba completo, nada mas tenia un pequeño problema: ¡No sabia como iba a empezar! Si me acercaba a ella y decía quiero jugar un juego sígueme la corriente, perdería interés y conduciría a largas explicaciones; si la recibía dándole dos golpes de fusta corría el riesgo de estropear todo. Me vestí con amplia camisa de seda blanca, pañuelo al cuello, pantalones y botas de montar, una fusta en la mano, me miré en el espejo, parecía la caricatura de un director de Hollywood de los años veinte, me sentí ridículo. ¡Demasiado tarde para cambiar! Miré el reloj, las siete cuarenta y cinco. No tardarían mucho más de media hora, di vueltas de arriba a abajo por toda la casa, pero no venia ninguna inspiración. Fui al bar, tomé una copa de oporto. Miré el reloj otra vez, me di fustazos en las botas.
Nada ayudaba, todavía no sabia como empezar. Oí el coche llegando al Chalet, me dirigí a la entrada y seguí dando fustazos en mi
s botas. Por fin se abrió la puerta y entro Karmencita seguida de Luis. La misma melena que recordaba, sedosa hasta los hombros haciendo juego con los ojos castaños. La sensual boca. Contuve mi deseos de correr a abrazarla y besarla, llevaba un abrigo marrón y sus magnificas piernas en medias negras.. ¡sus piernas! No se había puesto el vestido que le mande. Sin pensarlo, dando un grito, dije:
¡No te has puesto mi vestido!
Mi tono de voz no era ni de cariño ni de sorpresa; pero de censura y recriminación, después de decirlo pense que quizás se me estaba abriendo una puerta. Karmencita me miro con una cara por la que pasaron expresiones de sorpresa, enfado y confusión.
Alberto, ¿qué haces disfrazado? ¿Quien te da derecho a chillarme? No me puesto el vestido porque no me venia bien, esta un poco pequeño. He engordado algo desde el año pasado.
La puerta se me abría de par en par, esta era mi oportunidad.
¿Cómo te atreves a engordar sin decírmelo? ¿Cómo te atreves a venir sin mi vestido? ¿Cómo te atreves a hacer nada sin mi permiso?
Mientras así decía me acercaba a ella con pasos lentos y amenazantes dando fustazos en mis botas. En un instante, por los dulces ojos castaños de Karmencita pasó una variedad de expresiones: primero pareció fulminarme con su mirada; luego empezó a girar como para irse, pero mientras su cuerpo giraba en una dirección, su cabeza giro en la opuesta mirándome con confusión; la confusión cambio a comprensión, por una décima de segundo sus ojos y sus labios esbozaron una sonrisa y por fin volviendo el cuerpo hacia mí, humillo la cabeza y con voz de contrición dijo:
Lo siento, Alberto, nunca debería haber hecho algo así sin pedirte permiso. Te pido perdón y te aseguro que no volveré a hacer nada importante sin tu permiso.
¡Si! ¡Si! Los meses de incertidumbre, todo el planear detalles, billetes, gastos, viaje, todo, todo estaba mas que justificado. Mi intuición, la inteligencia de Karmencita y un poco de suerte habían terminado por dar altos dividendos.
La noche era mía, Karmencita era mía y mi fantasía irrealizable se iba a realizar. Tuve que contenerme para no empezar a dar saltos de felicidad. Con una calma y displicencia que estaba lejos de sentir me dirigí al chofer y dije:
Luis, quítale el abrigo a esta mujerzuela para que veamos como esta de gorda.
Luis se acercó a Karmencita y sin muchos miramienntos le quito el abrigo. Mis ojos se regodeaban en lo que veían. Si, Karmencita había ganado unos kilos ¿seis, ocho? Pero no estaba gorda, estaba muy bien. ¡Nunca me han gustado las flacas! La cara más llenita, un poco más redonda, aun mas dulce. Una blusa de gran escote desvelaba donde habían ido a parar varios de aquellos kilos, sus pechos que no habían sido pequeños, ahora rebosaban y el delicioso valle entre ellos se adivinaba largo y satisfactorio. No debía de llevar sujetador y los pezones de aquellos poderosos senos se marcaban claramente en la blusa. Había perdido un poco de cintura, si, pero a cambio había ganado una grupa extraordinaria. La falda gris realzaba las caderas y nalgas si el año pasado me gustaron, ahora me fascinaban. Las medias y los zapatos parecían ser los que yo había comprado. En tono severo, tratando de disimular mi embeleso, pregunté:
¿No te habrás puesto bragas?
Ella me miró con sorpresa, por su mirada comprendí que le molestaba que le hablara así en la presencia de Luis, un extraño, un sirviente. Pero a pesar de ello contesto de forma adecuada.
No, Alberto, no llevo bragas. He seguido tus instrucciones en todo lo que he podido.
Bien, levántate la falda y enséñale el culo a Luis. Luis tóquele el culo y dígame si vale la pena perder el tiempo con ella o no.
¿Estas loco Alberto?
No respondí a Karmencita, simplemente le di dos fustazos en su magnifica grupa. Ella comprendió y subiéndose la falda e inclinándose hacia delante mostró sus gloriosas, albas, rellenas e irresistibles nalgas a Luis. Llevaba el tentador liguero negro estampado con rojos claveles que yo había comprado. Entre las medias negras y el negro liguero, resaltaban sus blancos muslos y, como albas islas, sus nalgas aun mas plenas, aun mas bellas, aun mas tentadoras que en mi recuerdo. Al pobre Luis parecía que los ojos se le iban a salir de sus órbitas, miraba aquel
hermoso trasero y me miraba a mi, sus ojos alternaban y parecían preguntarme.
Yo le había avisado, que podrían pasar cosas raras pero que el se limitara a hacer lo que yo le decía. Por fin levanto una mano y la dirigió a la grupa de Karmencita.
No, Luis, así no. Sin guante.
Luis se quitó el guante y con precaución toco la nalga de Karmencita. Cuando noto que ni ella se movía ni yo decía nada, acarició y sobó con cara de éxtasis. Tuve que sacarle de su embeleso.
¡Luis!
Rápidamente se recompuso y con la mayor calma que pudo generar dijo:
Don Alberto, parecen de buena calidad, yo no las despreciaría.
Karmencita rápidamente se bajo la falda y se irguió
¿Y los pechos? Karmencita saca uno para que Luis me pueda informar.
¡Alberto! Deja ya estas tonterías, no..
No le permití acabar la frase. Otro fustazo en sus nalgas la convenció. Desabrochó un botón de la blusa y usando una mano cual cucharón, expuso uno de sus pechos. ¡Valía la pena sacrificar un poco de cintura para tener pechos así!
Eran mayores de lo que yo los recordaba, la piel distendida, lustrosa, clara, invitante. La areola también habia crecido y el pezón pedía a gritos ser besado, mamado, disfrutado. Me costaba trabajo mantener mi juego y no saltar como un loco encima de Karmencita. El pobre Luis miraba aquel pecho expuesto para el, como en bandeja, abría la boca y no sabia que hacer o decir, pero sus ojos estaban fijos en el. Tuve que romper su ensimismamiento.
Luis, dígame como esta esa teta.
Luis extendido su mano y como quien acaricia la cabeza de un bebe acariciaba aquella esfera de placer. Por fin estrujo y apretó, lentamente, con pena, separo la mano y dijo:
Don Alberto es una teta magnifica.
Yo estaba empezando a tener una erección, así que pensé que Luis estaría aun mas excitado que yo. Decidí continuar con un poco mas de humillación.
¡Como sois las mujeres Karmencita! Seguro que al pobre Luis le estas poniendo nerviosísimo. Ábrele la bragueta y sácale el instrumento.
Mientras Karmencita guardaba el pechazo, otra vez bajo su blusa dijo:
¡Ya esta bien Alberto! Eso sí que no.
Con mi mano desnuda, la abofetee dos veces. Unas lagrimas brotaron de sus ojos, pero se volvió hacia Luis, abrió su bragueta y expuso su erección. Yo dije:
Pobre Luis, creo que ya ha tenido bastante, tráigame el collar y se puede retirar.
Luis fue al salón y volvió con un collar de cuero con larga cadena metálica. Le pusimos el collar a Karmencita y cerré el candado al extremo de la larga cadena en la manija de la puerta.
Gracias Luis, retírese.
Luis discretamente puso su erección dentro de los pantalones, abrió la puerta y se fue de la casa.
Desnúdate Karmencita.
Ella se quito la blusa y dejo los hermosos pechos al aire.
Removió la falda y quedo total mente expuesta para mi gozo, con liguero, medias y zapatos de alto tacón. La gloriosa grupa que yo iba a cabalgar expuesta, magnifica, llena. Fui al salón y volví con una palmeta de cuero negro.
Sin ningún aviso le di varios palmetazos en el culo. ¡Que gusto ver aquellas carnes blancas cediendo bajo la palmeta!
Cuando Karmencita, se movía al recibir los impactos sus pechos temblaban, vibraban, ¡blancos flanes parecían! Deje de castigar sus nalgas y dije:
Da vueltas a la habitación, me encanta ver tus pechos y tus nalgas temblorosos cuando andas.
Bien recordaba los andares de Karmencita cuando iba vestida; pero verla andar con los zapatos de alto tacón, las medias y el liguero por toda vestimenta con sus nalgas y pechos vibrando, temblando, acompasando su andar era mas de lo que un hombre tiene derecho a soñar.
Ponte a cuatro patas como la perra que eres.
Sin protestar, se puso a cuatro patas. Yo me acerque a una silla, baje mis pantalones, saque al aire mi erección y dije:
¡Chúpamela! Chúpamela como la perra que eres.
A cuatro patas, se acercó a mí. Cuando llego a mi altura cogió mi miembro con una mano y lo introdujo en su boca.
Yo inmediatamente lo saque, le di tres fuertes palmetazos en su grupa y le dije:
¡Así no! Lámeme como la perra que eres, con la lengua nada mas.
Karmencita me miro como perra lastimada y sacando su lengua lamió mis testículos y mi miembro. N
o sé que era mayor, el placer que daba con su lengua dulce o la visión de aquel cuerpo magnifico, humillado, esclavizado a mi disposición. Al cabo de unos minutos acaricie su cabeza como si de una perra se tratara. Me levante, subí algo mis pantalones, abrí el candado y dije:
Sígueme perra, sígueme.
Fuimos a una habitación que habia preparado con gran cuidado. Las paredes cubiertas con telas negras, decoradas con cabezas de animales cornudos: cabras, toros, ciervos.
También habia patas de macho cabrío y varios signos mas o menos cabalísticos que habia encontrado en diversos catálogos. Varios focos iluminando la pared realzaban el aspecto tenebroso. La habitación tenia moqueta cubierta por una alfombra persa de oscuros tonos negros y grises. En el centro de la habitación, un potro de los usados por gimnastas, mas acolchado y cubierto por paños negros. En cada una de las patas del potro habia argollas de cuero.
Desde cada rincón, cuatro intensos foco convergían sobre el potro. Le dije a Karmencita:
Ya no eres una perra, ahora eres cordero de sacrificio.
La acomode sobre el potro, boca abajo, brazos y piernas retenidos por las argollas. Sus nalgas, sus gloriosas, amplias, blancas, suaves, deliciosas nalgas quedaban expuestas e invitantes. La intensa luz de los focos sobre las blancas nalgas contrastando con el resto de la negra habitación era una visión especial. Me desnudé y, mirando aquellas nalgas en el altar, listas para ser inmoladas, no me pude contener me masturbe alcanzando el clímax en breves momentos. Me acerque a la cara de Karmencita y dije:
Ves como me excitas perra-cordera, lo ves. ¡Límpiamela con tu boca, límpiamela!
Karmencita obediente, sin decir palabra, limpio mi miembro tragando el semen que aun quedaba en el. Cuando quedo totalmente limpio, de una mesa cogí un instrumento parecido a los viejos zorros de limpiar el polvo, pero con tiras de un metro y mezclando tiras de fieltro con tiras de cuero.
Karmencita, contigo me vengo de todas las mujeres, de todas las burlas, de todos los engaños, de todos los desdenes, de todas las humillaciones, de todos los dolores, de todas las cabronadas que las mujeres nos hacéis a los hombres.
Mientras recitaba esta letanía azotaba su espalda con los zorros. Karmencita se retorcía con cada golpe, la veía llorar, pero no gritaba ni decía nada. Tuve que controlarme me estaba auto excitando con el ambiente, con mi poder sobre Karmencita, con la letanía… cuando vi que su espalda estaba enrojeciendo tire los zorros. Cogí la palmeta de cuero y volví a darle palmetazos en las nalgas. Ver aquellas nalgas expuestas como en bandeja, bajo la intensa luz, temblando bajo mi violencia, enrojeciéndose bajo mis golpes me excitaba sobremanera. Otra vez tenia una enorme erección. Con ansiedad embadurne mi miembro con vaselina y le puse algo de vaselina a Karmencita.
Cuando ella noto mis dedos violando su entrada posterior, chilló:
No Alberto, eso no, pégame lo que quieras, pero por atrás no ¡por favor!
Yo en mi excitación ni oía ni entendía. Separe sus nalgas con mis manos, puse mi falo en su entrada y apreté y apreté.
Karmencita chillaba:
Alberto no, duele mucho ¡por favor!
Yo continué apretando y apretando, de pronto mi miembro violo su esfínter y se hundió hasta la empuñadura ¡Karmencita estaba empalada! Como un loco bombee contra sus nalgas. ¡Que frenesí! ¡Que placer! Mi miembro entraba y salía de la oscura cueva del placer. Con mis empellones sus magnificas nalgas vibraban y se bamboleaban; yo, mientras bombeaba con mi miembro viril, azotaba aquellas nalgas de mis ensueños con mis manos. Me sentía como un sacerdote pagano practicando algún rito oculto. Perdí toda la noción del tiempo no sé si la empale durante diez segundos o durante diez horas. Todo lo que recuerdo es un placer inmenso, continuo y al fin.. el orgasmo mas intenso y sostenido de mi vida. Con un inmenso grito de triunfo, de placer, de satisfacción, me vacíe en sus entrañas. Agotado, desfallecido, con mi miembro todavía dentro de ella caí sobre su espalda.
Cuando recobre mis sentidos, note que, bajo mi cabeza, el pecho de Karmencita entrecortadamente se agitaba:
Karmencita quedamente sollozaba. Me incorpore, solté las argollas, la cogí en mis brazos, sorbí las lagrimas de sus mejillas y la lleve al dormitorio. Cuidadosamente la deposite en la cama bajo el dosel. Corriendo baje a la cocina, co
gí el champagne, un cubo con hielo, las fresas y copas con todo ello en una bandeja subí al dormitorio. Karmencita ya no sollozaba. Me acerque a ella y empece a decir:
Karmencita..
Chissssst
Reclamo silencio Karmencita con un dedo extendido sobre sus labios. Extendió su mano y le di una copa de champagne. Cuando hubo bebido, con mi mano puse una fresa cubierta de azúcar en su boca. Ella dulcemente la tomó y besó mis dedos, repetimos la operación, dos o tres veces, vació su copa; la rellené. Mientras ella lentamente bebía el frío champagne dije:
Karmencita, no sabes cuanto te agradezco..
Calla, Alberto, calla. No hables, no digas nada. Ahora suave, dulcemente, con ternura, con cariño hazme el amor.
¡Que maravillosa mujer! Habia hecho mi juego, me habia permitido humillarla, torturarla y violarla para darme placer y ahora lo único que pedía a cambio era dulzura y amor. Así lo hice, con mis manos acaricié su cuerpo, con mis labios, con mi lengua adoré su cuerpo. Besé sus pechos, con gran cuidado besaba, sorbía, mamaba de aquellas fuentes de placer. Suavemente, lentamente mis labios fueron bajando hasta llegar a su sexo. Mi lengua tuvo un festín, lamía, acariciaba, penetraba y suavemente golpeaba. Allí perseveré hasta que ella alcanzo su segundo clímax. Yo estaba convencido de que después de mis orgasmos previos no volvería a tener una erección. Pero Karmencita uso su boca y lenguas maravillosas y consiguió el milagro. Se echo en la cama y dulcemente dijo:
Ahora, Alberto, ahora, hazme tuya para siempre.
La penetré y abrazado a ella, besando sus labios sensuales, sintiendo sus acogedores pechos bajo mi pecho, sus manos recorriendo y acariciando mi cuerpo, sin prisa, saboreando cada momento, eternizando el instante, hicimos el amor y, como por magia, tuvimos orgasmos simultáneos. Felicidad, serenidad, plenitud son palabras que no empiezan ni a describir mi estado de animo. No se cuanto tiempo permanecí flotando en aquel nirvana.
Cuando me recobre, serví nuevas copas de champagne.
Mientras ella bebía dije:
Karmencita, no se como expresar mi agradecimiento y mi admiración, lo bien que has seguido mi juego, el dolor que has soportado. No se si lo sabes, pero me has dejado satisfacer una fantasía que he tenido toda la vida. Esta ha sido la noche de mayor placer en mi vida ¡Gracias desde el corazón!
Alberto, dime una cosa ¿Cómo sabias tu que soy un poco masoquista, que me gusta ser dominada y hasta tener algo de dolor?
No estaba seguro Karmencita, pero..
Guiñé un ojo y dije:
Recuerda, no se hacen preguntas, no se cuentan mentiras.
Ella río, me dio un gran beso y mientras se acariciaba las doloridas nalgas, con picardía, dijo:
Vale, no hay preguntas; pero la próxima vez que vengas a Madrid.. ¡el festejo lo organizo yo!
Entre risas nos abrazamos.
Mi empresa ahora tiene muchas mas actividades en Europa y sobre todo en España.
Alberto Martin Albmartin (arroba) yahoo.com