La dire se me abalanzó nuevamente encima y bajándome pantalones y calzoncillos, comenzó a besarme las bolas y a chuparme la pija nuevamente. Con algo de dificultad, se me volvió a parar y al rato era otra vez un hierro al rojo vivo. Esta tercera vez, aunque algo más debilitado, volví a eyacularle, en la boca, en la cara, en el cuello y en los pechos, mientras me masturbaba sobre ella.
Era yo un alumno de la escuela privada más importante de la zona en las afueras de Miami, donde vivía con mi familia por entonces. Yo era tímido y un tanto introvertido y trataba de pasar lo más desapercibido posible, lo mismo el grupo de amigos al que pertenecía. Eso motivó que los «ganadores» del colegio, es decir, los que practicaban fútbol, baseball y básquet, y los que tenían a «todas» a sus pies, nos tomaran de «punto», como se dice.
Recuerdo que el director del establecimiento tenía una esposa realmente hermosa, buena figura, buenas piernas, buenos pechos y buenas curvas, todo muy proporcional. Todo el mundo hablaba de ella y se decían muchas cosas sin demasiado fundamento, una de ellas, que se había acostado con varios de los integrantes del equipo de fútbol y que le gustaban los alumnos. Nada de eso se podía comprobar. Nosotros con mis amigos siempre hablábamos de ella y hasta fantaseábamos.
Yo nunca creí lo que se decía hasta que un día, en el último año de mi preparatoria, lo comprobé en persona.
Se desarrollaba en el colegio el baile anual del Día de la Independencia y los salones estaban colmados de gente, alumnos, padres, profesores y autoridades. Ahí estaba yo con mis amigos, sin poder conseguir una sola chica que quisiera bailar, bebiendo gaseosas y paseándonos de aquí para allá. Yo era delgado, de pelo castaño y vestía de traje. Ahí estábamos con mis compañeros cuando, de repente, una chica se me acerca y me dice que el director me llamaba.
«¿El director?» pregunté y cuando me dijo que así era, me acerqué hasta él, que en esos momentos se hallaba rodeado de profesores, padres y autoridades «García», me dijo el director al verme, «Tome; estas son las llaves de mi auto. Mi esposa no se siente nada bien y desea regresar a casa. Usted ya tiene registro así que llévela, por favor». Acepté sin chistar, aunque un tanto incómodo y después de tomar las llaves, me abrí camino por entre la gente hasta la salida. Mis amigos no lo podían creer y me hacían bromas al respecto, pero no les di importancia y de ese modo, salí a los jardines, donde el auto se hallaba estacionado.
Era un gran Mercedes Benz descapotable verde oscuro y allí se hallaba la esposa del dire, con la cabeza apoyada sobre el respaldo y los ojos cerrados. Al verla, me puse tremendamente nervioso ya que estaba más espectacular que nunca, con un vestido negro muy corto que dejaba a la vista sus increíblemente bien formadas piernas. Subí al auto, ella me saludó sin mirarme, lo puse en marcha y sacándolo del estacionamiento, me dirigí a la calle, muy lentamente.
«Toma la autopista que conduce al bosque, que es más corto» me dijo ella y sin decir nada, obedecí.
No podía dejar de mirar sus piernas y su pronunciado escote, aunque lo hacía lo más disimuladamente posible. Total, como ella tenía los ojos cerrados, no se daba cuenta. O al menos, eso creía.
Íbamos por la carretera cuando de repente, comencé a notar que «la dire» se empezaba a subir lentamente el vestido. Comencé a transpirar mientras el corazón me latía como loco. Ella entonces abrió los ojos y me miró a la cara «¿estás nervioso por algo?», me preguntó. «No señora. Para nada» le respondí, pero era evidente que mentía. Entonces ella se me acercó y me empezó a toquetear el pene, mientras me miraba sonriendo maliciosamente. Yo casi pierdo el control del auto.
«¿Que estás haciendo? Nos vamos a estrellar», dijo. Yo empecé a tartamudear. «Señora…yo…». «Tranquilo» respondió ella mientras me bajaba el cierre y metía la mano dentro de mi bragueta «baja un poco la velocidad».
Obedecí como un autómata mientras ella extraía mi pene y me empezaba a masturbar. Yo intenté apartar su mano pero ella no me dejó. «Tomá ese desvío» me indicó mientras besaba mi cuello. Yo no podía creer lo que me estaba pasando. Tomé el camino indicado y mientras ella me seguía acariciado la pija, en esos momentos dura como un hierro, me dijo que me introdujera en el bosque que se extendía a un costado, a lo largo de la ruta. Así lo hice. Era plena noche y nada se movía en los alrededores.
La «dire» entonces, inclinó su cabeza y me empezó a chupar la pija. Nunca antes había tenido relaciones y aquello era algo increíble. Ella chupaba y chupaba y yo gemía como un descosido, mientras veía las estrellas.
Así estuvimos un buen rato hasta que no aguanté más y eyaculé, litros y litros de leche, todos dentro de su boca. Mientras lo hacía, escuché que ella también gemía de placer y que al hacerlo, se frotaba el clítoris con desesperación.
Creí que iba a perder el conocimiento. No se como arranqué y retomé el camino hasta su casa. Con ella junto a mí, siempre besándome y acariciándome todo.
En los 15 minutos que tardamos en llegar, se me volvió a parar el pedazo con más fuerza que nunca.
La suya era una gran mansión así que, a gran velocidad, ya fuera de mí, cruzamos sus jardines y nos detuvimos frente a la gran puerta.
Se puso en cuatro patas, desde atrás se la metí mientras ella gemía y aullaba de placer, gritaba como una descosida, yo seguía metiéndola y sacándola, sintiendo toda la humedad de su flujo Ella se bajó corriendo y yo la seguí. La alcancé mientras abría con su llave, apretujándole mientras le subía el vestido y le bajaba la bombacha. Se la saqué en el momento que entrábamos y fuimos a dar casi a los tumbos, sobre un gran sofá.
Mirando al mismo se puso en cuatro patas, ya sin su vestido y yo, desde atrás se la metí con fuerza mientras ella gemía y aullaba de placer. Así estuvimos un buen rato, bombeando desesperadamente hasta que ella me pidió que parara un momento.
Cuando se la saqué, roja como un tomate, se sentó sobre el sofá y se abrió de piernas, mostrándome su concha húmeda y roja. No lo pude evitar e instintivamente, hundí mi cara en ella y le metí la lengua hasta lo más profundo mientras ella pedía más y más.
Cinco minutos duró esa increíble chupada de concha hasta que, ya no aguantando más, le volví a meter la pija, esta vez por adelante, bombeando otra vez con desesperación mientras le lamía con fuerza los pezones.
Ella gritaba como una «descosida» mientras yo seguía «metiéndola y sacándola» como un pistón, sintiendo toda la humedad de su flujo, hasta que, como en el auto, volví a eyacular litros de esperma, tanta, que comenzó a chorrearle por la vagina y manchar la alfombra y los pisos sobre los que se hallaba el sofá.
Quedé exhausto sobre ella, sin moverme por un buen rato.
Me vestí y ya me iba cuando la «dire» se me abalanzó nuevamente encima y bajándome pantalones y calzoncillos, comenzó a besarme las bolas y a chuparme la pija nuevamente. Con algo de dificultad, se me volvió a parar y al rato era otra vez un hierro al rojo vivo. Esta tercera vez, aunque algo más debilitado, volví a eyacularle, en la boca, en la cara, en el cuello y en los pechos, mientras me masturbaba sobre ella.
Me fui presurosamente, abandonando esa casa de lujuria y a gran velocidad, regresé al colegio, no sin antes acomodar mi ropa lo mejor posible.
«¿Todo bien, García?», me preguntó el director cuando le entregué las llaves. «Demasiado bien, señor» le respondí y me fui en busca, no de una gaseosa sino de una cerveza, porque necesitaba un buen trago.
Mis amigos jamás me creyeron hasta que unos días después, estando reunidos en mi casa, la directora me llamó por teléfono…pero esa es otra historia.
Autor: Pascual G. E.