Jóvenes y Cachóndas. Exhibicionismo y Vouyers. Aquel año acabábamos el bachillerato, y como es tradición, tocaba que toda la clase nos fuéramos de excursión.
Nos decantamos por Ibiza, al llegar al hotel, en el reparto de habitaciones me tocó la habitación contigua a la de Diana, mi «amor platónico» desde que comencé el instituto. Realmente tampoco es que importara demasiado, porque ella no me daba bola y mis oportunidades no iban a aumentar por muy cerca que estuviese de ella.
Una noche estábamos todos en una discoteca de marcha cuando la vi enrollándose con un tío, intenté distraerme, pero no podía parar de observarlos y al cabo de un rato de manosearse hasta el último centímetro de su cuerpo vi como los dos salían de la discoteca.
No se muy bien porqué, pero aquello me estaba empezando a excitar cuando lo más normal sería sentirme disgustado por ver a mi chica deseada con otro tío, que aún encima acaba de conocer y ha logrado en un par de horas lo que yo no he podido en cuatro años, así que salí de la discoteca y los seguí. Iban en dirección al hotel y yo cada vez me estaba poniendo más cachondo. Cuando entraron esperé un par de minutos para no coincidir en el ascensor y subí a mi habitación. Nada más entrar pegué el oído a la pared, pero apenas se oía nada, yo ya estaba con una erección de las que hacen época tan solo pensando que iba a escuchar a Diana gemir y tal vez tener un orgasmo, pero no conseguía escuchar nada.
De repente caí en la cuenta, este era un hotel viejo con cerradura de las antiguas, de llave grande, quizá podría mirar por el ojo de la cerradura. La sola idea me hizo sentir un escalofrio, aunque era peligroso, en aquella planta había más gente y si alguno de mis compañeros volvía y me encontraba fisgando por una cerradura podía tener problemas muy serios con Diana, pero el riesgo valía la pena.
Salí sin hacer ruido y dejé mi puerta entreabierta por si tenía que esconderme. Me agaché, miré por el hueco de la llave y mi corazón dio un vuelco, él estaba sentado en una silla con la camisa desabrochada y ella estaba sentada encima de él con las piernas abiertas y tan solo una camiseta de tirantes ceñida y la minifalda. Se estaban besando y el acariciaba su espalda cuando levantó la camiseta y dejó al descubierto sus tetas, ¡Dios, se las estaba viendo!, cuanto tiempo había esperado este momento, eran tal y como me las había imaginado, de tamaño mediano, con los pezones pequeños, ahora ella se arqueaba hacia atrás mientras él le chupaba los pezones y le acariciaba los muslos, sus manos empezaron a introducirse dentro de su pantalón.
Si en aquel momento ella hubiese mirado hacia la cerradura probablemente habría visto algo raro, se habría sobresaltado y el chico me habría partido la cara, pero el riesgo valía mil veces la pena.
Antes de que ella se corriese, el chico se levantó y se sentó a su lado. Diana le desabrochó el pantalón mientras le besaba la boca y le sacó la polla. El tío no la tenía muy grande, pero estaba totalmente empalmado. Bajó la cabeza y se la empezó a chupar. En aquel momento yo ya no pude más y me saqué la polla, sentía que me iba a reventar en el pantalón, jamás la había tenido tan dura y caliente. Empecé a pajearme mientras ella seguía chupándosela y acariciándole los huevos con la mano. De repente oí el timbre del ascensor. ¡Mierda!, me levanté de un salto y aún con la polla por fuera me metí en mi habitación y cerré la puerta justo cuando salían otras dos chicas de la excursión. Venían borrachas como cubas y una de ellas se cayó al suelo, entre que la otra la levantó y consiguieron meter la llave en la cerradura de su habitación pasaron un par de minutos, mientras yo me acordaba de toda su familia.
Todavía quedaban otras tres habitaciones en el pasillo y por la hora que era, había bastantes probabilidades de que no tardasen en llegar sus ocupantes, pero no estaba yo como para pensar en eso. Salí de nuevo y volví a la cerradura, ahora ya estaban follando, ella estaba encima de él y yo la veía de frente, con su coñito rubio y sus preciosas tetas dando botes frente a mí. Me volví a sacar la polla y comencé a hacerme una paja.
Estuvieron un rato «cabalgando» y a continuación él se puso encima y la penetró con fuerza, los gemidos eran ya gritos de placer y yo estaba a punto de correrme, ella volvió a ponerse encima y a botar con fuerza mientras le agarraba el pelo del pecho y gritaba ¡Ya llego, ya llego!, en ese preciso instante me corrí, creo que al mismo tiempo que ella, expulsando todo mi semen con fuerza en su puerta mientras veía su cara extenuada de placer y su cuerpo desnudo cayendo agotado sobre la cama.
Volví a mi habitación y me tumbé en la cama, agotado y sudoroso yo también, tras una experiencia sexual que no olvidaré fácilmente.