Lésbico. Llegó muy cansada. Jazmín vio que Tencha no estaba en la cocina.
Tencha era la sirvienta; una mujer de unos treinta y cinco años, esbelta, un tanto fea pero simpática, de un moreno costeño totalmente mórbido y un cuerpo bien formado, sobre todo tetas y nalgas, atractivas para los hombres, tal vez también para las mujeres. Se sirvió un vaso de agua y luego, con calma, la fue tomando. Pensaba en los altibajos que había tenido durante el desayuno de trabajo.
Y también, casi sin proponérselo, revivió el altercado de la noche anterior con su marido: ella tenía enorme deseo de ser acariciada, él de dormir. La discusión en voz muy alta fue cancelada por abandono de José que puso la cabeza bajo la almohada para no decir ni escuchar nada. En realidad José no quería sufrir de nuevo la experiencia de no poder llegar a la erección; no se lo explicaba, pero su libido había desaparecido, aunque, por otro lado, le inquietaba que se excitaba sexualmente cuando veía a los jóvenes que laboraban a su lado en la compañía.
Jazmín, furiosa, se fue a otra recámara. La ira de Jazmín regresaba en ese instante de la evocación. Sin embargo, se dijo que no soportaría más esa situación y que iba a satisfacer su fogosidad erótica, que ya era demasiada, de alguna manera. Tenía calor. Se fue a su recámara. Encendió el televisor. Sentada en cómodo sillón, no veía ni escuchaba lo que sucedía en el aparato. Se quitó con enfado los zapatos, luego empezó a desabotonarse la blusa. Estaba en parálisis mental. No pensaba ni sentía nada. Sus movimientos eran automáticos, sin reflexión. Se sorprendió por un ruido no esperado en el casi sepulcral silencio de la casa. Entonces se percató de la ausencia de audio en el televisor. Sonrió pensando en la tontería de ensimismarse por algo que al fin y al cabo, tenía solución. El ruido venía del baño. Aguzó el oído; identificó el ruido: era la regadera. ¿Dejé abierta la llave?, se preguntó sabiendo de antemano que eso no había pasado. Al levantarse, la blusa se abrió dejando casi al aire sus hermosos senos. Llegó al baño. Abrir la puerta y chocar con una densa nube de vapor, la hizo sorprenderse aún más. Dio un paso adentro. A través del cristal del cubículo de la regadera se podía ver el perfil de un cuerpo femenino que no se podía identificar. ¿Quién está ahí?, preguntó un tanto recelosa. La casi sombra detrás del cristal, hizo movimientos que comparó con el sobresalto. No hubo respuesta. Repitiendo la pregunta, hizo que sus pasos la acercaran al cubículo cerrado. Entonces, una lucecita se prendió en su cerebro; debía ser la muchacha que apenas unos días antes vino del pueblo para ayudarle en las tareas domésticas. No obstante su molestia porque usaba su baño, sonrió. Abrió la puerta de cristal. «¿Qué haces…?», dijo, sin poder continuar con la que tenía pensado decir. El cuerpo juvenil desnudo, moreno, esplendoroso, la deslumbró. No daba crédito a sus ojos. Nunca había contemplado un cuerpo con la misma maravillosa hermosura que este tenía aún medio cubierto por las extremidades superiores de la muchacha que, asustada, mantenía sobre el tórax. Como que la parte inferior del cuerpo no le preocupó, o bien ese gesto intentaba la protección de su integridad física. Pasaron los minutos; la escena parecía petrificada. Ninguna de las dos dijo nada, tampoco los cuerpos reanudaron el movimiento. La regadera continuaba tirando agua. Por fin, la muchachita, temblándole la voz, dijo:
– Perdóneme, señora… es que me dio calor y… pos me metí al baño.
– Pues no debes hacerlo… en el mío desde luego. Para eso tienen ustedes el suyo. Por esta vez, que pase; pero que no vuelva a ocurrir. Termina, y luego vienes.
Cuando se sentó de nuevo, no podía explicar el por qué de su actitud y de su respuesta ante la intromisión confianzuda de la atrevida joven. Reclinó la cabeza en el respaldo del mueble y cerró los ojos. La imagen del cuerpo desnudo, se contorsionó en el fondo sus retinas. Y un pensamiento insólito arribó veloz, dramático, fantasioso: deseaba intensamente ver, aunque fuera en la imaginación, lo que no pudo mirar de aquél cuerpo magnífico. Fue tanta su aprensión por el pensamiento, que pegó un salto en el asiento abriendo en forma desmesurada los ojos. Su corazón latió con fuerza, sensación que desde la adolescencia no sentía. Una mano en la boca y otra el pecho, como tratando de sofocar toda excitación. Erguida, casi rígida en el sillón, abría y cerraba los párpados. Su boca entreabierta dejó ver la punta de la lengua que a poco salió para lamer los labios. Y su corazón que aumentó el ritmo de su carrera, la mantuvo en suspenso. Sólo después de varios minutos se dio cuenta que el ruido de la regadera había cesado. Entonces volteó a la puerta del baño. La muchachita salía, vestida, con el pelo estilando, descalza y los zapatos en la mano. Luego caminó con la vista baja, y una mano tratando de sostener cerrada la parte alta del vestido sin abotonar. Iba a pasar a un metro de la señora. Jazmín no apartaba la vista del rostro apenas visible por lo bajo de la cabeza. Su lengua continuaba lamiendo los labios y su corazón aceleraba la marcha. La voz casi inaudible de la que salía, dijo:
– Perdóneme señora, no volverá a suceder. – Y continuó rumbo a la salida de la recámara.
Jazmín no pudo decir nada. Los pensamientos y las sensaciones se atropellaban en su interior, causando un verdadero caos en todo su ser. Cuando escuchó cerrarse la puerta, se dejó caer sobre el respaldo. Un calofrío de abatimiento la sacudió. Respiró agitada. Cerró la boca. Su mano izquierda queriendo contener al corazón, se posó en su seno. Y una nueva sensación la aturdió: el pezón estaba erecto en extremo. El abatimiento y la zozobra aumentaron. Cerró los ojos con fuerza y retiró la mano, como si el pezón quemara. Permaneció así por unos minutos; pero, sin poder contenerse, se levantó y fue a tirarse a la cama sobre su vientre. Tuvo que ponerse a realizar cálculos mentales para poder salir de las ideas e imágenes redundantes que en toda su magnitud y contundencia no cesaban de estimular las emociones descontroladas. Ducha en matemáticas, pudo plantearse problemas de difícil solución para cerrar el capitulo precedente. Tal vez el esfuerzo inaudito que había realizado, hizo que se durmiera. No se desvistió. Durmió tan profundamente, que ni siquiera percibió el momento en que su marido se acostó. Tampoco lo sintió cuando, con una pequeña maleta salió de la habitación para ir a tomar el vuelo que lo llevaría al extranjero.
Por la mañana, tardó en despertar. No porque durmiera, sino que una rara sensación de flojera la inmovilizaba en la cama. Recordó con cierta calma y mayor alegría, que su marido se había ido, conforme le había anunciado. No bajó a desayunar. Después de tocar, Tencha entró a la recámara y le preguntó si se le ofrecía algo. Tencha era una mujer relativamente joven – 35 años – que por años trabajaba en esa casa y en esa familia desde antes de que Jazmín naciera. Para su asombro se escuchó decir que le mandara, con Lucía, algo de desayunar. Cuando Tencha se fue, ella se levanto casi con premura, se desvistió, se puso una bata transparente, y se volvió a la cama. Su respiración estaba agitada, incluso arrítmica. Sudaba. Pero su mayor inquietud eran dos cosas: sus pezones soberbios erguidos, y su humedad más que manifiesta.
Durante la espera, el caos mental de la tarde anterior la mantuvo confundida. Entró Lucía con una bandeja. Parecía temblar. Caminó con todo cuidado procurando eludir la mirada de la señora. Su congoja por lo acontecido el día anterior continuaba potente, con persistencia, causándole tremenda inquietud. Inquietud muy similar a la de su patrona, aunque por razones diferentes. Jazmín, en cuanto la escuchó entrar, se puso pálida, temblorosa, como asustada. Lucía no se atrevía a levantar la mirada, pero lo hizo por necesidad. No supo donde poner la charola. Se vieron. Los ojos de las dos, atónitos, no pudieron eludir la mirada. Así permanecieron por varios minutos. Fue Lucía la que dijo:
– Señora, ¿dónde pongo la charola?
Jazmín suspiró. Con las manos extendidas hizo señas para que le llevara la charola. Lucía, sin apartar la vista, fue hasta el borde de la
cama y, estirando los brazos, puso la charola sobre los muslos de la señora. Luego se dio la vuelta como para retirarse. Jazmín, anonadada, no dijo nada; sus manos procuraron mantener el equilibrio de la mesita con el desayuno. La vio irse. Su mirada permaneció fija en las finas, redondeadas y muy atractivas nalgas de la mucama. En el pelo lacio, pesado, que descendía casi hasta los glúteos y bailaba alegremente al compás de los pasos. Cuando Lucía se fue, la señora suspiró reclinando la cabeza sobre las almohadas, cerró los ojos, y lengua y dientes abandonaron las profundidades de la caverna, una para lamer los labios, los otros para morderlos. La respiración agitada y el alma en vilo, hicieron que Jazmín, sin nada explícito ni consciente, mantuviera la misma posición y el mismo silencio mental de la víspera. Por fin, abrió los ojos irguiéndose. Vio la comida. Una mano a la boca, como intentando acallar el grito. Luego, esa mano bajó lenta hasta el pecho. Los dedos aprisionaron al pezón estrujándolo. Una sacudida de la cabeza fue señal para que Jazmín empezara a picotear la comida, con la mano que, apresurada, había abandonado el duro pezón. Los bocados se atragantaban en su garganta, pero los engullía sin apreciar el sabor o cualquier otra cosa. Con trabajo puso la mesita de los alimentos en el piso, luego se dejó caer sobre la cama. En esa posición iba a permanecer durante el resto de la mañana. Inquieta por su pensamiento que iba y venía, tuvo que frenarlo. Su mente acostumbrada a la disciplina, obedeció la orden de poner fin al caos e iniciar un reconocimiento de los sentimientos y todo lo sucedido durante las casi 24 horas anteriores. Razones y argumentos fueron y vinieron, al principio sin concierto ni objetivo, después organizados e inteligentes. Al final, una sonrisa indicó que todo, o casi todo, estaba resuelto. Las conclusiones a las que llegó, la impresionaron de forma contundente sin causarle molestia. No había duda: la inquietud, y las otras manifestaciones físicas y emocionales, tuvieron su origen en la atracción sexual desmedida que el bello cuerpo de la jovencita ejercía sobre ella. Pero le fue claro que una cosa era lo que su inteligencia dijo y diagnosticó, y otro muy diferente era tener, ya, la respuesta al que la calificación inteligente y académica, le dio el rango de problema a resolver. Porque también fue claro que la inquietud, lejos de disminuir, se incrementaba a cada minuto. Con el clásico dilema del ¿qué hacer?, se metió a la ducha. Al restregar su cuerpo, las sensaciones sensuales aumentaron en su piel hipersensible. Sus dedos, como movidos por una inteligencia superior, viajaron por los diferentes parajes del cuerpo, no menos hermoso que el de la joven mucama. Pero no quiso admitir la incursión de los beleidosos dedos al interior de la bella selva castaña. Al secarse, iba percibiendo la magnitud de su excitación: pezones al rojo vivo, tensión muy explicable en sus senos trémulos, contracciones en su bajo vientre y también, aunque le costaba admitirlo, en su vagina, misma que escurría manteniendo la humedad que la toalla era incapaz de secar. Muy contra su costumbre, se detuvo en forma considerable al maquillarse con un cuidado que la sorprendió. A pesar de todas sus sorpresas y sus dudas, se vistió con una de sus minifaldas más ajustadas y más cortas. Se puso un blusa muy transparente. Cuando se vio reflejada en el espejo, frunciendo los labios se quitó la blusa, solo para poder retirarse el sostén que le pareció insulso y moralista. Se puso las medias, y luego, jalándolas con fuerza para desecharlas, las hizo trizas. Se puso los zapatos que más le gustaban y que, según muchas de sus amistades femeninas y masculinas, engrandecían su belleza, belleza floreciente a sus escasos 22 años. Por último, también un tanto cuanto fuera de la costumbre, puso unas gotas de su perfume preferido en los pechos bien visibles bajo la blusa, en los labios, detrás de las orejas, en las muñecas y, de manera insólita, en sus muslos y, todavía más inusitado, casi derrama el frasco en sus pelos púbicos. Su sonrisa era casi triunfal, y sin embargo la intranquilidad iba en aumento agravada por la consideración que hizo sobre el comportamiento de los últimos minutos. Al tiempo que su consciencia le evidenció su belleza y el magnífico arreglo que su hermosura recibió, su excitación y desconcierto casi la llevan de nuevo al caos. Sin tener claridad del por qué de tantas y tantas cosas, – eludía admitirlo – sacudiendo la cabeza, salió de la recámara. Caminado por el pasillo, su vista se dirigió al espléndido desnudo femenino enmarcado que era adorno ancestral del lujoso corredor. Su mirada se posó sobre el triángulo piloso del pubis, muy remarcado por el artista. Sintió el rubor escurriendo por sus mejillas y a sus tripas encimándose en la vagina. Se detuvo. Abrió la boca casi a totalidad, como produciendo una exclamación portentosa. Su mente hizo explosión. Su cuerpo trémulo, casi desfallece, y su corazón por poco se detiene. Y entonces se carcajeó. «Qué estúpida soy», se dijo enojada, «mira que ponerme en este estado solo porque una chamaca me atrae, si seré pendeja». Continuó mientras bajaba la escalera monumental: «Pero bueno, es una sensación y una experiencia inédita. Es natural la sorpresa y el choque ante algo que es, cuando menos, inusual. En fin; hay razones más que suficientes para que estos que, tal ves, eran sentimientos y apetencias latentes en mí». Aunque, con toma de consciencia y todo, el dilema continúa. ¿Qué hacer?. Existen dos posibilidades: seguir en la experiencia novedosa, o retroceder… ¡cómo una cobarde!, y dejar al tiempo la resolución en una u otra dirección. ¿Me asusta dejar correr mi apetito?. Otra cosa no. Soy de las que siempre han hablado de la libertad en el ejercicio de las preferencias sexuales de cada una y, también, de la defensa del uso y disfrute del cuerpo femenino que sólo a nosotras pertenece. ¿Entonces?. Pues… para que se me quite lo habladora, el destino me pone en el campo de la acción o me lleva a claudicar… no me lleva, soy la que camina en esa línea. ¿Me rajo?…», ya se dirigía al comedor.
Tencha puso la sopa en su plato; luego el vino en la copa; después se fue. Con la cuchara apuntando al cielo, permaneció un instante indecisa. Frotándose los muslos como le era placentero, dio principio a un lento cuchareo y a una nueva carrera mental. El arroz lo comió con agrado. El pescado, delicioso. Dos copas de vino en el estómago y el deseo sexual entre sus muslos, casi sobre la mesa, la hicieron sentirse más intranquila, pero satisfecha por todos la razonamientos que había hecho. Cuando Tencha retiraba el plato, dijo:
– Que el postre lo traiga Lucía. Necesita empezar su aprendizaje.
Esperó con su enorme deseo atosigándola. Su mirada brillante y su respiración agitada. La humedad en aumento. El sudor escurriéndole por el cuello, y también entre los senos; sin embargo, su apariencia era de tranquilidad. La muchacha, muy seria, caminó despacio llevando el postre. Lo puso delante de la patrona y se dio la vuelta para marcharse. Jazmín alcanzó a tomarla de la mano para detenerla. La muchacha casi se desmaya al sentir la mano ajena y el tirón que la obligó a volverse. Con los ojos desorbitados veía a la señora que, seria, mantuvo la mirada fija en los ojos de la jovencita, ojos grandes y de un color azul malva inimaginable en una mente racista, pero que para Jazmín – que no se había percatado del color de los ojos de la muchachita – significó no sólo la comprobación de la belleza de la joven sirvienta, sino el crecimiento exponencial de la misma. Entonces, ya sin prejuicios, se deleitó detallando palmo a palmo cada rasgo de perfección de la casi niña – nada en ella tenía desperdicio – y todo sin soltar la mano que temblaba en la suya. «No te asustes», dijo con voz murmurada, temblorosa, «quiero admirarte», con lo que el susto de la muchacha se incrementó por escapar de su comprensión; perpleja, no entendía la actitud ni las palabras de su patrona. «Eres muy hermosa», continúo Jazmín ya desinhibida, aunque no totalmente. Con la otra mano, acarició la que ya estaba en su poder. Sin embargo, su mente le dijo que debía suspender el diálogo y la caricia: Tencha podría entrar en cualquier momento. «No te asustes, ni pienses que estoy enojada. Al contrario, quiero ser tu amiga», le dijo con aplomo sorprendente. La mano fue liberada y la muchacha, saturada de intriga, se dio la vuelta para retirarse. Jazmín permaneció sonriendo, ahora sí tranquila, picando de cuando en cuando en el postre con el deseo y la excitación envolviéndola. Sin terminar el postre, se levantó de la mesa. Alzando la voz, llamó a Lucía. Tuvo el antojo de ser vista por la muchacha, para eso se había esmerado en su arreglo!. Ya no le importaba lo que pudiera pensar o decir Tencha. Lucía se sorprendió cuando la vio parada casi enfrente de la puerta de la cocina. Pero no dejó de admirar a la hermosa Jazmín. Esta se movió como modelando. La otra, con la boca abierta y los pies sembrados en el piso, la veía sin descifrar el desplante ni el modelaje, pero extasiada por la elegancia y belleza del continente y contenido que se exhibía ante ella. «Te gusta mi vestido», preguntó Jazmín. La joven asintió con los ojos expresando la enorme sorpresa por todo, y más por la pregunta inusual. La señora caminó hasta casi chocar con ella y, de regreso, volvía una y otra vez la cabeza para sonreír feliz y para hacer la siguiente pregunta: «¿Te gustan mis piernas?». Lucía tragó saliva y, por primera vez, se fijó en las piernas desnudas de la patrona. Asintió. Su mirada permanecía fija en las hermosas piernas, y también en los trozos de muslos que se veían bajo la falda, sobre todo cuando la señora daba vueltas. Jazmín, acercándose a la jovencita, se contoneaba de una manera exquisita, movimientos – por demás eróticos – de los que estaba muy consciente la señora. En ese momento, Jazmín deseaba desnudarse, o estar ya desnuda, haciendo esa caminata insinuante, perturbadora, lujuriosa. No se detuvo hasta tenerla al alcance de sus manos. Le acarició el rostro, alisó el pelo, la barbilla y el cuello. No pudo continuar porque su mente le dijo que dejara eso para la intimidad y que, era evidente, la muchacha estaba a punto de llorar, así de grande era su sorpresa, su congoja y su azoro. «No pasa nada, preciosa, solo jugamos», le dijo para tranquilizarla, luego, dijo: «te puedes ir». Lucía bajó la cabeza aturdida, anonadada, verdaderamente fuera de quicio por la veleidad de la patrona. En la cocina por poco tira los platos acumulados. Su intriga y su miedo, eran monumentales. Tencha no dejó de observarla y le preguntó qué le pasaba. «No es nada, doña Tencha», ya se me pasará, dijo ruborizada. Al estar lavando los trastes, su inteligencia le decía que algo raro estaba pasando, que su error del día anterior le iba a costar, cuando menos, la salida de esa casa a la que ya consideraba como propia. A pesar del poco tiempo vivido en la mansión, las atenciones recibidas, el escaso trabajo, la buena comida, el magnífico sueldo y el confortable cuarto donde dormía, la hacían considerar que estaba viviendo en la gloria desde el primer momento. Se dispuso a dar todas las disculpas que fueran necesarias para que la hermosa señora – cuando pensó en la belleza de la patrona, enrojeció – olvidara el incidente del baño. Entonces, revivió el momento en que la señora abrió la puerta del cubículo de la regadera y recordó, estremeciéndose, la mirada anonadada y fija sobre su cuerpo. La reminiscencia la aturdía; no le era posible alejar, en su imaginación, aquellos ojos clavados en su desnudez. Sintió que sus pezones se erguían desmesuradamente, y su alarma aumentó. Eso la hizo recordar la ocasión en que Ignacio la vio desnuda bañándose en el río, y también las sensaciones placenteras que sintió a pesar de las palabras iracundas para alejar al mirón. Luego se dijo que no tenía por qué estar pensando así, que la señora sólo se había fijado porque no le quedó otro remedio puesto que ella estaba bajo la regadera, naturalmente sin ropa encima. Se tranquilizó un tanto cuando Tencha la puso a trapear la cocina y el comedor.
En tanto, Jazmín decidía salir para apartar un tanto la urgencia de continuar en la contemplación de la bella morena de ojos azules y cuerpo celestial. «Además, pensó, quiero ver la cara de las pendejas de mis amigas cuando me vean con este arreglo tan especial y que, estoy segura, ninguna se atrevería a salir a la calle como yo lo haré, ¡pues que caramba!».
Lucia, ya tranquila, se recostó en la mullida cama. La falda muy corta del uniforme, subió hasta dejar descubiertos los muslos. Una mano se situó en uno de ellos; sintió agradable el contacto y, para incrementarlo, empezó un suave frotamiento con las dos manos, en los dos muslos, desde las rodillas hasta el borde de la muy humilde pantaleta. Su respiración se agitó. Cerrando los ojos, dio permiso a sus dedos para que separaran los absurdos calzones y poder to
carse los vellos. Sentirlos era una de sus más viejas costumbres, pero nunca había llegado a la masturbación, ni siquiera sabía que eso pudiera hacerse. Una de las manos, tal vez saturada de muslo, se fue hasta uno de los senos, también de una forma desacostumbrada, y tanto que Lucia se sorprendió, pero no hizo nada para el mano regresara o se fuera a un lugar neutral. Apretó casi inconscientemente todo el seno sintiendo la dureza del pezón. Y también el mayor placer en éste que en todo el seno. Entonces sus dedos se dedicaron a apretar y acariciar el erguido pedazo de carne morena. Cuando uno de sus dedos sintió la humedad de la caverna, la figura esbelta, bella y casi desnuda de la patrona danzó en sus recuerdos. Enseguida, rememoró los hermosos senos de Jazmín dejándose ver tras la transparente tela de la fina blusa. Y gritó alarmada, sin saber exactamente por qué. Como por encanto la excitación se fue. Jadeaba, tanto por el placer tenido, aunque suspendido, como por la angustia al tener en la consciencia algo espantoso, pero no identificado.
Las amigas de Jazmín se escandalizaron cuando vieron su atuendo, o mejor, cuando contemplaron, a boca abierta, la casi desnudez de su cuerpo bajo la tenue blusa, la corta y vaporosa minifalda y las piernas sin medias. «Atrevida», dijo Ana. «¿No te da pena?», preguntó Isabel escandalizada. «Estas deslumbrante», dijo Fabiola. Halagada por esta última aseveración, tomó nota mental de la emisora. Los comentarios fueron y vinieron y todas, excepto Fabiola, establecieron que nunca se pondrían algo semejante y menos se atreverían a hacerlo delante de los hombres. Durante la conversación, los pezones de Jazmín se mantuvieron firmemente erguidos causándole dolor y también una extraña sensación de vacío que era necesario llenar… y su excitación se quintuplicó; más, cuando se dio cuenta que Fabiola de alguna manera desnudaba sus muslos subiendo su falda, como en reciprocidad por el espectáculo que ella le había proporcionado, pensó. No pudo continuar allí. El juego de cartas le resultó insulso, casi desagradable. Los reclamos porque se retiraba no se hicieron esperar, sobre todo provenientes de Fabiola que al acercarse para despedirse no sólo depositó un beso húmedo, sino que le dijo: «Diste una fiesta a mis ojos y a mi corazón». Jazmín la miró extrañada, casi rechazándola. Pero la otra sonrió maravillosamente seductora.
Camino de su casa, se arrepentía de haberse presentado ante sus amigas como lo hizo. Pero ya estaba hecho. Además, su excitación continuaba acicateándola con furia. Entonces, decidió que pondría a prueba a la bella Fabiola. Pero, ¿a qué prueba? Y se carcajeó al entender que el examen sería físico y… ¡sexual!. Sus tripas se retorcieron angustiadas, pero su vagina se contrajo feliz. Cuando estuvo en su recámara, respiró aliviada y decidida a experimentar con sus nuevas apetencias que tal vez dieran alivio a su necesidad de caricias, de besos cálidos y de placer sexual por tanto tiempo inexistentes por la impotencia del marido. Fue a su vestidor con la idea de desvestirse. Pero estando allí, pensó en verse metida en un vestido transparente que siempre había usado con un fondo opaco. Se quitó la escasa ropa que cubría su cuerpo, y se puso el vestido deseado. Encendió todas las luces para admirarse mejor. La imagen reflejada por los espejos la hizo sonrojarse, además de excitarse aún más. Decidió bajar, vestida así, a cenar.
Durante toda la tarde, Lucia pensó y pensó, con angustia, en todos los acontecimientos del día, sin llegar a la tranquilidad. Temía el momento en que la patrona la llamara. Pero el llamado nunca se presentó. Tenía instrucciones de Tencha para presentarse a las ocho de la noche en la cocina. Eran las 6.30 Le daba tiempo para bañarse de nuevo. Lo hizo, sintiendo el agua sobre su cuerpo como finas espinas que le producían placer sobre todo al caer sobre los senos y particularmente sobre los pezones. Apenas si tocó sus vellos púbicos. Se secó con suaves toques de la toalla, enervándose por la emoción creciente. Vio el uniforme y después su ropa interior. Esta última casi le causa asco, de tan humilde que la sintió. Cuando se puso el uniforme, sin nada debajo, comprendió que la humildad de la ropa no era sino el pretexto para no vestir las ac
ostumbradas pantaletas, tratando de igualar a la señora. Contempló sus piernas. Las consideró hermosas, incluso más que las de la señora. Contrariada, vio que la falda del uniforme era demasiado larga, bueno, llegaba un poco arriba de la rodilla, pero ella quería que sus muslos también lucieran. Por eso, con el cinturón fijó la falda más alta en la cintura por lo que el vuelo de la falda quedó casi a medio muslo. Enseguida peinó su hermoso pelo negro con todo cuidado, de nuevo tratando de imitar el peinado de Jazmín. No tenía afeites, solo un gastado tuvo de labios que hacía mucho no usaba. Con cuidado y muy tenuemente, dio unas pasadas de carmín a sus labios sensuales. Con eso se dio por satisfecha.
Tuvo una sorpresa enorme al encontrase con Jazmín casi en la puerta de su cuarto. La vio sonriente y… desnuda, porque al principio solo vio el cuerpo, no el vestido transparente de la señora. Sonrió con aprensión y casi vergüenza y, en un murmullo, dijo:
– Buenas tardes, señora.
– Buenas, Lucia. Te ves muy linda. ¿Qué hiciste con el uniforme? – dijo casi inconsciente, motivada por los hermosos muslos desnudos hasta la mitad o más allá.
Lucia casi se desmaya al saberse descubierta. Sin saber lo que hacía, jaló la falda hacia abajo, con lo que el uniforme cubrió los muslos al recobrar su longitud normal.
– ¿Qué haces? – dijo casi angustiada, Jazmín. Lucia no contestó, solo bajó los ojos hasta casi arrastrarlos por el piso. – No, no bajes la falda del uniforme…, al contrario… si pudieras subirla un poco más… me complacería mucho.
Ella misma fue a tratar de subir la falda del uniforme. Lucia casi se desmaya por la congoja. Jazmín suspiró excitada cuando sus manos tocaron el cuerpo de la sirvienta. Lucía, casi suelta las lágrimas. Se retiró para contemplarla, aunque hubiera querido abrazarla, pero no se atrevió. El vestido hacía un feo fruncilete en la cintura que resultó sumamente desagradable. «No me gusta», dijo, y volvió para tratar de acomodar la falda. Lucia, inmóvil, se dejaba hacer. «Sigue sin gustarme. Acomódatelo tú; cómo lo traías se te veía muy bonito. Mañana iremos a comprar ropa; recuérdame que lo hagamos», dijo sonriendo. Lucía se concretó a fijar el cinturón y, todavía con la mirada gacha, quiso caminar. Jazmín la retuvo, sólo para tomarla de la cintura, casi jadeando de excitación, para ir con ella al comedor. Lucia estaba anonadada, tuvo que hacer esfuerzos reales para caminar. Un poco antes de llegar, Jazmín la soltó, y le dijo:
– Tienes una cintura muy esbelta. ¿Me prometes una cosa? – Lucía, suspirando y sin poder dirigir la mirada hacia su patrona, asintió con la cabeza – Vamos a hacer muchas cosas, pero prométeme que haremos lo posible porque Tencha no se dé cuenta. Claro, cuando mi marido esté aquí, seremos muy seriecitas, ¿si?, ¿me lo prometes?
Lucía, completamente aturdida y confusa, sin entender lo que se le pedía, automáticamente dijo un sí casi inaudible. Entonces, las dos llegaron al comedor.
En ese momento, Jazmín hizo consciencia de su atuendo en relación con Tencha. Tenía que ser más discreta. Cuando se sentó, estaba perpleja con su comportamiento de las últimas horas. Estuvo a punto de levantarse para ir a cambiar de vestido, pero se contuvo y, sonriendo, pensó que qué le importaba que la sirvienta la viera casi encuerada, pero sí debería de tener cuidado para que no la sorprendiera haciendo nada «anormal» con la bella Lucía. Porque era bella, ya no tenía nada que objetar respecto de la atracción que la jovencita ejercía sobre ella.
Tencha no se apareció por el comedor. Los platillos los trajo Lucía. Le preguntó, y ésta le dijo que Tencha ordenó que ella fuera la que sirviera todo porque debería aprender el manejo de las cosas que se deberían de servir. Entonces, la mano de Jazmín, casi fuera de su voluntad, se metió bajo la falda, que había vuelto a subir, y toco los muslos desnudos de la muchacha. Ésta, se estremeció y rápidamente se apartó con el rostro enrojecido.
– Esto es algo de lo que haremos. Digo, que yo pueda tocarte… y que tú, si quieres, también me toques. ¿Qué te parece?
– ¡Ay, señora.
..! – Casi con lágrimas en los ojos – pos… no sé… no crea que soy así, digo, rejega, pero, pos no sé si esté bien… digo, que usté me toque, como que, bueno, pos a lo mejor así se acostumbra, pero cómo cree que yo… la verdad, no me animaría a tocarla, para nada…
– Claro que puedes tocarme. Yo te doy el permiso…. es más, si quieres, puedes tocarme en este momento, donde tú quieras.
Lucía se apretaba las manos, ahora con los ojos fijos en los de la patrona y con el alma viajando por el espacio infinito. Estaba totalmente abrumada, además de desconcertada y también excitada, aunque no lo sabía, pero si sentía la humedad inusitada entre sus muslos. En lugar de avanzar y acercarse, intentó alejarse, pero Jazmín, en un movimiento rápido y desconcertante, la detuvo tomándola de una de las manos. Entonces, con la mano libre, acarició la mejilla de la sirvienta que ya estaba en franco llanto. Jazmín se dijo que había ido muy lejos y demasiado rápido, que tendría que ser paciente e ir «amansando» a la hermosa chiquilla.
– Bueno, bueno, no es para tanto. Pero, ¿sentiste que mi mano es… desagradable?
– No señora, para nada… pero es que, bueno, como que, perdóneme, pero no sé, no sé…
– Vamos, vamos, ya tranquilízate. Acuérdate que Tencha no se tiene que dar cuenta de… nuestra amistad. ¿Sigues estando de acuerdo?
Lucía asintió. Un tanto tranquilizada porque Jazmín se había vuelto a sentar, casi sonrió y dijo:
– Es muy buena la señora al decir que quiere que seamos amigas… y pos cómo no estar de acuerdo…. y también yo le prometo que Tencha… pos, yo cuando menos no se lo voy a decir.
– Así me gusta. Ahora vete, que Tencha ya debe estar impaciente.
A pesar de su excitación, la señora se abstuvo de hacer nada más.
Cuando se empezó a desvestir para acostarse, la agitación regresó violenta. Su humedad era en verdad abundante y sus pezones le dolían por tanto tiempo que habían permanecido erectos. Sus manos, cobrando autonomía, empezaron a viajar por el rostro y los labios primero, y después por los senos enhiestos; luego los pezones fueron aprisionados por los dedos y apretados. Se dejó caer en la cama completamente desnuda, levanto los pies al máximo, abrió de par en par los muslos y sus manos iniciaron el frotamiento de los vellos, los labios y el clítoris, clítoris de una desarrollo más allá de la habitual, cosa que en ese momento fue bastante aparente para Jazmín que tenía mucho tiempo sin masturbarse. Frotó y frotó como en sus mejores tiempos de adolescente y tuvo uno, dos, tres… infinidad de orgasmos, tantos que acabó exhausta, débil, con enormes deseos de dormir.
Por la mañana, el marido le habló por teléfono. Le dijo que su regreso se retrasaría por varios días más y que le llevaría un sorpresa como regalo. Se alegró por el retraso anunciado. Pensó que Lucía no tardaba en traer el desayuno. Con premura se acicaló, aunque sin bañarse. Los olores de la masturbada aún le eran perceptibles. No bien se había acostado de nuevo, cuando escuchó que llamaban a la puerta, de seguro es Lucía, se dijo, y con una de sus mejores sonrisas se dispuso a recibirla, aunque con la decisión de no turbarla de nuevo. De todas formas, tal vez desde el inconsciente, dejó que la bata se abriera quedando totalmente expuesta alas miradas de la jovencita que, al llegar y verla exhibiéndose, sonrió complacida segura de que la exhibición era para ella, aunque esto fue una débil manifestación de vanidad, de ninguna manera una forma consciente de valorar la actitud de la patrona. Jazmín se dio cuenta que estaba desnuda al ver que los ojos de la muchacha no se iban de sus pelos, pero sonrió y no hizo nada por cubrirse. Lucia, sin entender totalmente lo que sucedía, caminó despacio para no perder el placer que sentía viendo a la patrona mostrando todos sus encantos de una manera que, sin estar prevista, resultaba hasta artística. La mucama incrementó la excitación que ya sentía por el solo hecho de ir a la recámara de la patrona con la visión celestial de tan deslumbrante belleza el día anterior y que se incrementaba con la actual. Entonces quiso ser recíproca, para eso, con un cierto disimulo, después de dejar la charola en los muslos desnudos de la señora, colocó sus manos en los laterales de sus muslos como frotándolos, pero con la intención de hacer subir la falda para mostrar aunque fuera parcialmente parte de su belleza, y para eso subió la falda hasta dejar al aire todos sus muslos y asomándose algunos vellos bellos del pubis y, además del al aire, a la mirada complacida de la atónita patrona que nunca esperó que la chica hiciera lo que estaba haciendo y, de acuerdo con lo decidido, no hizo nada para impedir que la chica saliera de la habitación, aunque sí se quedó rumiando su febril deseo.
Terminado el aseo de la cocina, Lucía estaba cansada, y también agitada, sorprendida de lo que estaba pasando, a la vez que complacida, sobre todo porque por la actitud y las palabras de la señora, que hacían sentir que su trabajo estaba asegurado… por el momento. Este pensamiento, la excitó, y también la indujo a pensar que tenía que ser menos huraña, tal vez más complaciente con la señora que tan bien la estaba tratando. Hacía ya más de veinticuatro horas que la patrona le mostraba su físico, que ella mencionaba como «sus cosas» Cuando se disponía a desvestirse, en el baño, recordó con mayor fuerza la desnudez de la señora durante toda la tarde, y también la visión turbadora que tuvo de los senos, los pezones y sobre todo los vellos bajo el tenue vestido; la evocación le agradaba y, también, le causaban unas raras sensaciones nunca antes sentidas. Pero se alarmó cuando sintió que sus genitales estaban bastante húmedos y que sus pezones estaban bien parados. Trató de aplacar los pezones con las manos pero solo logró que la excitación y la erección de los mismos fueran más potentes, casi desesperantes. Jadeó. Sus manos fueron a los vellos púbicos y los jaló. Para más conmoción, movía las caderas de manera muy especial. Uno de sus dedos se metió entre los pelos y sintió la viscosidad y también placer. Nunca se había atrevido a tocarse allí, solo algunas veces se había palpado los senos y también los pezones y, se acordaba, que le había producido mucho placer. Empezó a recorrer el dedo a lo largo de la raja mojada, y tuvo que echar la cabeza hacia atrás porque sintió una sensación muy placentera y también muy extraña. Tenía apenas unos cuantos segundos frotándose, cuando escuchó la voz de Tencha que la llamaba. Agitada al máximo, compuso su ropa y salió del baño. Tencha le dijo que por qué se tardaba tanto, que tenía ganas de orinar. Con los ojos bajos, Lucía se quitó el vestido, se metió a la cama, y nada dijo. Cuando Tencha apagó la luz, los dedos de Lucía volvieron al lugar donde por primera vez sentía algo portentoso, y que, además, ofrecía ser aún más placentero. Tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para acallar sus gemidos y los suspiros cuando los dedos, agilizados espontáneamente, le produjeron todo el placer que la masturbación proporciona. Sus dedos no querían retirarse, pero Lucía estaba asustada por todo lo que había sentido, por esta razón, con dificultad se durmió.
Cuando entró a la recámara, por primera vez vio a la señora con otros ojos. Sonriendo, se acercó. La sonrisa de la patrona, le gustó, además de producirle un cierto regocijo y también una contracción en el lugar que tanto acarició la noche anterior. Se bañó con mucho cuidado, planchó el uniforme, no se puso el sostén y la blusa un tanto opaca, quedó sin abrochar en los dos botones superiores. Utilizó bastante tiempo para lograr que la falda quedara muy por arriba de las rodillas sin que se viera feo el fruncilete de la cintura.
– Buenos días, señora, dijo, y su sonrisa se amplió.
– Buenos días, Lucía. Qué guapa vienes. Y qué bien arreglaste la falda. ¡Caramba muchacha!, que bellos muslos tienes. Acércate.
No era necesaria la petición puesto que Lucía ya caminaba para dejar la charola sobre los muslos de la patrona. Entonces la mano de la señora se dirigió a los muslos admirados y los acarició, sin que Lucía se retirara y sin que cambiara su sonrisa. La señora la veía para detenerse en caso de que hubiera alguna manifestación de rechazo. Cómo no la hubo, continuó acariciando
primero uno y luego el otro. Lucía se estremecía por la caricia y no atinaba a hacer o decir nada. La mano se tornó audaz, y con la señora suspirando y jadeando, subió a lo largo de la parte oculta de los monumentales muslos. Sintió el reborde de la pantaleta y paró. No quiso continuar porque estaba segura que si seguía, la muchacha se asustaría una vez más. «Te gusta», preguntó con agitación manifiesta en la voz. Ella misma estaba sorprendida de su audacia y por estar haciendo esto que las familias y amistades tanto condenaban: tanto sentir atracción sexual por una mujer, como estar acariciando muslos femeninos y, todavía más, acariciar así ¡a una sirvienta!. Se mordió los labios y sacó la mano. Después, no sabía que hacer, a pesar de que la charola con los alimentos ya estaban sobre sus propios muslos. Lucía, anonadada y excitada, seguía clavada en el piso, con las manos a los lados del cuerpo y respirando con una frecuencia más allá de lo normal. Y Jazmín recordó a Tencha. No podía seguir deteniendo a la muchacha, aquella podría sospechar. Pero tampoco quería terminar la escena que tanto la estaba excitando y complaciendo. Por eso fue que, al tiempo que sacaba los muslos de debajo de las sábanas, dijo:
– Sube un poco más tu falda para que comparemos nuestras piernas. ¿Verdad que tenemos muy lindas piernas?. ¿Te gustan las mías?, porque a mí me gustan muchísimo… ¡las tuyas!. ¿Quieres tocar mis piernas?
Lucía peló los ojos cuando los muslos de la patrona empezaron a aparecer y más cuando escuchó las palabras de la señora. Entonces vio críticamente los muslos de su señora y, subiendo su falda, vio los propios. Sonreía por lo que creyó un juego excitante, un tanto inocente, a diferencia de las sensaciones que percibió cuando la mano ajena exploró sus piernas. La señora veía arrobada los muslos imponentes y bellos de la muchacha. Hizo a un lado la charola para liberar sus muslos, y entonces los descubrió en su totalidad. No recordaba, o bien lo hizo a sabiendas, que estaba desnuda. Por eso fue que su triángulo piloso quedó descubierto. Lucía se llevó una mano a la boca, con lo que su falda volvió a su sitio. Estaba, además de sorprendida por la exhibición tan hermosa, excitada y con la sensación de humedad creciendo. Jazmín hizo consciencia erótica de la situación y, riéndose, le dijo:
– ¿Te parezco bonita? Anda, quedamos que me ibas a… tocar mis piernas, ¿no?
Lucía, aún con la mano en la boca, vio los ojos de la patrona. Sin identificar, más bien sin tener palabras para nombrar la expresión excitada de la señora, retiró la mano de la boca y volvió los ojos a los pelos castaños que parecían guiñarle. Entonces sintió que la mano de la patrona tomaba la suya y la jalaba para hacer que acariciara sus muslos. Cuando la mano de la jovencita hizo contacto con la piel suave, tersa, excitante de la señora, la vio a los ojos, ahora seria por todo lo que estaba sintiendo, sobre todo la humedad y las contracciones espasmódicas de la vagina. La mano de la patrona fue a sus muslos y se metieron tanto como pudieron bajo la falda. Ambas estaban con la boca contraída por la excitación, serias, las sonrisas habían desaparecido.
– Toca mis… pelos – dijo Jazmín agitada, jadeando, al tiempo que sus dedos trataban de penetrar bajo la pantaleta.
Lucía, como autómata, movió su mano hasta llegar a los pelos del pubis de la mujer. Se sorprendió de lo suave y terso que eran, además de comprobar que estaban tan mojados como lo estaban los propios la noche anterior. Jazmín logró meter dos dedos y sintió los pelos. Quería verlos. Por eso, retirando la mano, dijo:
– ¡Quiero verte!. – Lucía no entendió. Pero la patrona continuó – Súbete la falda para que… me enseñes los pelitos, como yo te estoy enseñando los míos, ¿sí?
Entonces la jovencita, apretó la boca y pensó que la reciprocidad era necesaria ya que la señora, muy generosamente, le estaba mostrando casi todo el cuerpo, además de permitirle… ¡tocarla! Con algunos titubeos, levantó su falda hasta el ombligo, la detuvo con una de las manos y, casi en la inconsciencia, hizo lo necesario para hacer descender la pantaleta. Jazmín estaba super excitada, j
adeando, con suspiros de placer, cuando la pelambre negra quedó al descubierto. Jazmín hizo que se acercara y acarició los vellos suaves, púberes. Se hubiera lanzado a besar esos pelos que la tenían turulata, pero recordó a Tencha. De todas maneras se irguió para alcanzar a besar los pelos de la jovencita, que, sintiendo la caricia de una manera maravillosa, no se retiró, por el contrario, empujó para que el contacto fuera más fuerte y, cuando sintió la lengua de la señora, se asustó, aunque continuó empujando la cadera como al encuentro de la lengua. Jazmín, suspirando, dijo: «vete, Tencha puede… Bueno, es mejor que no sospeche que… bueno, no sería bueno que te preguntara por qué te tardaste tanto».
Cuando Lucía se fue, Jazmín se quedó ensimismada, pensando angustiada en lo que estaba haciendo. A pesar del placer tenido y de las decisiones tomadas, sentía que no debía continuar en el asedio de la jovencita y menos, como lo estaba pensando, ¡llegar hasta el fondo en el juego! Hasta la excitación gigantesca que tenía, se esfumó. Comió un poco del contenido de la charola, y luego llamó para que vinieran a recogerla. Sabía que vendría Lucía. Y eso la abochornaba. No decidía cual sería la mejor forma de… recibirla. Tal vez… debería tener una aclaración con ella y pedirle que se olvidara de lo acontecido, pero… «¡Al carajo!. Lo que tengo que hacer es… tener mucho cuidado para que nadie nos sorprenda… y tengo que saber lo que es el placer…. con esta hermosa niña», entonces se tranquilizó relativamente, se puso correctamente la bata, y se sentó en el sillón peinando su pelo que estaba medio desordenado. Llegó Lucía. Jazmín, con cierta sorpresa vio la sonrisa alegre y la mirada franca, abierta, luminosa de la mucama, y sintió que su vagina se contraía. Sin decir nada, Lucía fue a recoger la charola. Entonces Jazmín expresó:
– ¿Te preguntó algo Tencha?
– Sí… señora. Me dijo que por qué me había tardado tanto. Y yo le dije que usted me preguntó por mi familia… y luego de mi pueblo, y que pos… por eso me había tardado.
– Muy bien… acércate… – dijo Jazmín alargando las manos.
Lucía, sin dejar de sonreír, con pasos cortos, casi contoneándose, se fue acercando hasta estar a unos centímetros de la señora. Esta se levantó y, sin decir nada, la abrazó con fuerza. Lucía no supo cómo responder. Fue a señora la que le dijo que también ella la abrazara. Y lo hizo. Y al hacerlo sintió los senos duros de su patrona que se encajaban en sus costillas casi encima de sus propios pechos. Y sintió el beso húmedo en su cuello, y se estremeció sintiendo que todo su ser quería recibir aquella boca, aquella caricia, aquella humedad. Y es que, después de lo sucedido antes, con la exhibición de la señora y luego de la suya propia, su contento fue mayúsculo. Cuando regresaba pensando en Tencha, sentimientos contradictorios la envolvían. Por un lado el placer tenido era sorpresivo, pero también excitante y placentero. Por otro, de una manera oscura sentía que no era correcto hacer lo que las dos estaban haciendo. Un recuerdo muy tenue de una conversación apenas escuchada, le decía que las cosas entre dos mujeres no era algo que se pudiera hacer. Pero era algo que no definía con claridad. Por otra parte pensó en las recomendaciones de todas las mujeres de su familia en el sentido de prevenirla contra las caricias de los hombres y, desde luego, de las amenazas del embarazo si se «metía» con algún hombre. ¿Por qué relacionaba lo hecho con la patrona con el embarazo y los hombres?, no lo sabía, no entendía, pero de lo que sí estaba segura era que una mujer no podía embarazar a otra, aunque no sabía cómo era que los hombres embarazaban a las mujeres. Entonces, de alguna manera relacionó las caricias de su señora, con las caricias que los hombres podrían hacerle en un momento dado y que, por ser una mujer, el riesgo tan temido no existía. Por eso se tranquilizó y, decidida, pensó que le había gustado muchísimo ver a la patrona desnuda, aunque un tanto frustrada porque no le había visto los senos. Y supo que deseaba enormemente ver a su patrona totalmente desnuda, como cuando la vio con los vestidos transparentes, pero la apenaba este pensa
miento, y las tripas se le fruncían cuando pensaba en que pudiera pedirle a su patrona que le enseñara… como ella le había pedido que le enseñara los pelos. Entonces se sintió orgullosa de que la señora hubiera elogiado sus vellos y, también, de no ser tan ranchera como para asustarse por lo que la patrona le estaba pidiendo. Por eso, cuando la vio sentada y bien cubierta, sintió desencanto, pero cuando le pidió que se acercara, su corazón latió con más fuerza y a mayor velocidad, al tiempo que sus tripas se movían apresuradas, casi dolorosamente. Cuando sintió los brazos de su señora rodeándola, sus estremecimientos fueron en la vagina, lo que le gustó, y su alegría aumentó. Ese abrazo le dijo que, tal vez, podría pedirle a la señora que le enseñara los senos… pero… y luego del beso en su cuello quiso hacer lo mismo, pero no se atrevió. Entonces sintió que el abrazo se aflojaba y el rostro admirado también lo hacía. «Gracias. Es mejor que te vayas. Ya habrá tiempo para… todo lo que queramos. Acuérdate de Tencha», dijo Jazmín. Maldiciendo a Tencha, Lucía se retiró del abrazo y de la recámara, frustrada de nueva cuenta.
Cuando Lucía se fue, Jazmín no daba crédito a lo que estaba haciendo, pero más a la respuesta tan positiva y permisiva de la muchachita. Estaba mojada, deseando a la jovencita, su excitación era tremenda. Se quitó la bata, quedó desnuda. Luego, con cierta parsimonia y recordando el abrazo y los pelos de la muchacha, empezó una lenta, al principio, masturbación; masturbación que sólo terminó, como la noche anterior, cuando no pudo continuar frotándose de tan débil que estaba. Cuando se daba su baño diario, pensó que la seducción estaba consumada, que dependía de ella la culminación de la misma, que la chica estaba, además de complaciente, francamente excitada, tal vez hasta más que ella misma. Pero no encontraba la forma, el momento, el cómo evitar que Tencha se enterara.
Tenía que ir al trabajo. Se arregló con coquetería, una coquetería que había abandonado a los pocos años de haberse casado. Sin pensarlo mucho, repitió el atuendo transparente, aunque sólo de la parte alta del cuerpo. Al bajar la escalera recordó los uniformes de la chica. Llegó a la cocina y dijo:
– Lucía, te vienes conmigo. Te hacen falta uniformes. Ese que traes no te queda bien. – No se atrevió a decir que había sido de la muchacha anterior.
Lucía se sorprendió. Lo mismo le pasó a Tencha, pero se dijo que era habitual en la señora traer bien vestida a la servidumbre. A ella misma la había llevado a comprarle los uniformes. Lucía se secó las manos y, sin decir nada, se dispuso a seguir a la patrona. Ésta se dio la vuelta – para que cualquier sospecha de Tencha fuera eliminada – y se dirigió a la salida.
Abrió la puerta del auto y le ordenó a la sirvienta que subiera del otro lado. Seguía con las precauciones. Arrancó. Lucía no cabía de gozo. Además de ir a comprar uniformes, por primera vez subía a un tan lujoso auto. Jazmín, tan pronto como dio la vuelta a la esquina, detuvo la marcha del carro y, extasiada, al margen de cualquier prevención y solo obedeciendo a sus instintos y a su ardor fogoso, jaló la cabeza de la muchachita para besarla directamente en la boca. Lucía, sorprendida en el primer momento, más se turbó cuando sintió los labios de la señora besándola. Pero la caricia no le disgustó, por el contrario, la sintió muy placentera, muy sabrosa. De todas formas peló los ojos sin saber qué hacer. Jazmín juzgó que era temerario estar besando a la muchacha en plena calle. Suspendió lo que pretendía ser casi permanente, y arrancó de nuevo. Lamiéndose los labios con enorme placer, dijo:
– ¿Te gustó? – Viendo alelada los hermosos ojos azules de la adolescente.
Lucía no supo que contestar. Se concretó a mirarla interrogante, pero sonriendo.
– ¿No me dices nada?
– Pos… ¿qué quiere la señora que le diga?
– Nada más lo que te pregunté. ¿Te gusto… el beso?
Lucía entendía la pregunta y también el por qué. Pero no sabía que decir. La miraba sonriente, alegre, casi feliz. La sensación en
sus labios era extraordinaria y deseaba volver a sentir la boca de la patrona sobre sus labios. Entonces, cuando la señora volteó a verla, asintió con la cabeza, ampliando la sonrisa. Jazmín se sintió enormemente dichosa. Comprobaba que la muchachita no tenía prejuicios y que las respuestas eróticas estaban por venir.
– ¿Ya habías besado… antes?
– ¡Ay, no señora… cómo cree!.
– ¿Me estás diciendo la verdad?
– Pos sí, señora, cómo no…
– ¿Nunca has tenido novio?
– No señora… cómo cree.
– ¿Pues qué en tu pueblo no hay muchachos?
– Pos sí, señora, pero… pos mi papá es muy estricto y no nos deja… usté sabe, andar con los muchachos.
Jazmín, sonriente, quiso saber lo que Lucía pensaba del beso recibido y también lo que opinaba de… que el beso se lo hubiera dado una mujer.
– Aunque no hablaste, me dijiste con tu cabeza que sí te gustó el beso… ¿qué piensas de que… sea yo la que te ha besado?
Lucía peló los ojos sorprendida, casi angustiada. Todo esperaba, menos que la señora le pidiera que le dijera lo que pensaba del beso.
– …
– ¿Te da pena decírmelo?. No te dé pena. ¿No quedamos en que tu y yo vamos a ser muy amigas?, ¿no quedamos en que nadie tiene que saber… lo que nosotras hacemos? No tengas miedo, soy tu amiga. Además… me gustas mucho y también siento muchas ganas de que tú y yo, pues… hagamos muchas cosas bonitas, que las sintamos bien bonito, que nos guste hacernos cariños.
– ¡Ay, señora! Pos qué quiere que le diga. – Se desinhibía por la necesidad de volver a sentir la boca ajena en la propia – La verdá… fíjese que desde que… bueno, primero sentí harta pena, pero después… cuando me acuerdo del día que, pos el día que por mensa me metí en su regadera y que usté me vio… pos luego que me fui sentí bien padre, bueno así dicen las muchachas de mi pueblo cuando algo les gusta. Y luego, pos… pienso que tengo re mucha suerte al haber encontrado una patrona tan buena como usté. No crea, cuando llegué a su casa, tenía el resto de miedo. Pero ora… bueno, pos me ha gustado mucho, mucho… que usté sea tan buena conmigo. Pero la verdá, estoy así como atarugada… digo, porque, bueno, como usté dice, entre nosotras pos hay que decir… bueno, la verdá. ¿Verdá? He sentido harto contento cuando usté… se fijó en mis… bueno, mis piernas… luego, pos… ¡hijole!, que padre cuando la vi… así como sin ropa… ayer. Y ora en la mañana… pos, la verdá, yo quería… bueno, ya estoy desbocada, pos quería que siguiéramos viéndonos y pos… agarrándonos… pos usté me entiende, ¿no?. Y orita… pos… la verdá… sentí bien padre… pero, ¿no le da asco?, digo, yo, pos… ¡soy la sirvienta!.
Jazmín estaba feliz con la declaración de la muchacha. La última aseveración la hizo palidecer. Esa sería la opinión de cualquiera de sus amigas que se enteraran de que ella estaba besando ¡a la sirvienta!. Si fuera cualquiera de esas amigas… pero, «¡al carajo con esta especie de racismo de los poderosos!. Además de ser una mujer como somos todas, es una jovencita… y es demasiado hermosa. Pero más que nada es un ser humano y que, además, me gusta demasiado», pensó en fracciones de segundo y dijo:
– Me hace muy feliz que estés contenta conmigo y que te guste lo que estamos haciendo. ¿Cómo puedes creer que me da asco besarte?, al contrario, siento, como tú dices, bien padre poder besarte… y verás todos los besos que te voy a dar.
Se acercó a la acera y detuvo la marcha. Volteó para percatarse del entorno, previniendo cualquier encuentro fortuito, y luego la jaló de nuevo y la volvió a besar, esta vez a boca abierta, pero solo pudo lamer los labios, la otra boca permaneció cerrada. La vio con intensidad, tremendamente excitada, y dijo:
– Mira, para que sientas más bonito el beso, tienes que abrir la boca y… bueno, ya sentirás lo rico que es…
y volvió a besarla. Lucía, con la mirada brillante, el corazón latiendo con celeridad, las manos sudándole, la humedad en aumento, abrió la boca. Sintió la lengua de su patrona que la penetraba
y, con una sensación extraordinariamente placentera, buscó la lengua ajena con la propia y, de manera totalmente inesperada para las dos, con una de sus manos atrajo la cabeza de su patrona como para que el beso fuera más profundo y más duradero. Y las lenguas se acariciaron por minutos. Jazmín consciente, a pesar del aturdimiento por las sensaciones no sabidas, suspendió el beso para reanudar la marcha, y muy a tiempo porque ya unas mujeres que caminaban por la baqueta estaban fisgoneando. Entonces, sonriendo, dijo:
– Aprendes rápido…. y muy bien, Me besaste bien padre, como tú dices. ¿Te gustó?
– ¡Ay, señora!…, ¡me fui al cielo!, así de padre sentí… gracias, muchas gracias por… bueno, por este beso y por… que no le da asco besarme.
– No tontita, ¿cómo habría de darme asco si me da tanto placer? Ya te dije, nos vamos a dar miles y miles de besos, ya verás.
Se reía feliz. Su mano se posó en el muslo de la muchacha. Y ésta, viéndola con una sonrisa monumental, se levantó la falda como para que la mano tuviera mayor libertad y pudiera acariciarla a sus anchas. Y la mano subió y bajó a todo lo largo de los bellos muslos. Los dedos quisieron llegar a los pelos y empezaron a meterse bajo la pantaleta. Jazmín la vio a los ojos para ver la respuesta, un tanto temerosa de asustarla. Pero Lucía, sonriendo de magnífica forma, hizo los movimientos necesarios para que la pantaleta bajara hasta por debajo de las rodillas. Jazmín estaba sorprendida, además de tremendamente excitada y complacida. Su mano, y su mirada, se posaron sobre los suaves vellos virginales. Los acarició; y Lucía arqueó la cadera tratando de facilitar la maniobra así como para sentir más placer. Entonces Jazmín dijo: «Abre un poco tus piernas… para poder… llegar más adentro. ¿Quieres?» Lucía sin dejar de mirarla y sin entender cabalmente, abrió las piernas y los dedos pudieron llegar a la raja tremendamente mojada; Lucía recordaba la masturbada nocturna que se dio y más propiciaba la caricia. Jazmín suspiró al comprobar la excitación de su mucama, luego metió los dedos tan profundamente como pudo hacerlo. Y acarició el clítoris. Y Lucía cerró los ojos y suspiró, jadeó, respiró agitada y, para sorpresa de ambas, empezó a mover las nalgas de una manera exquisita. Casi chocan, así de fuerte era su excitación. Jazmín quería sentir la caricia que hacía a la otra, pero era muy difícil de lograr porque… manejaba y no se atrevía a parar para que las caricias fueran mutuas. Entonces, Lucía empezó a gritar de placer. Gozaba el primer orgasmo de su vida, fuerte, placentero, inesperado, desconocido hasta ese preciso momento. Jazmín se reía feliz sin dejar de acariciar. Los gritos de Lucía la excitaban todavía más. Era tanto el aspaviento que la sirvienta hacía, que los automovilistas que iban a los lados voltearon a verlas. Algunos sonrieron perspicaces, otros las vieron con dureza. Entonces Jazmín, contra su voluntad, suspendió la caricia, pero empezó a lamerse los dedos que se habían mojado en la raja recién descubierta. Con los ojos entornados, manejaba en forma automática. Lucía duró unos minutos moviendo la cadera como si estuviera cogiendo, para mayor excitación de Jazmín la que, por más que pensaba, no encontraba la forma de obtener el placer del que tan necesitada estaba. Entonces sintió el beso en su cuello, luego en su mejilla, después, volteándola ligeramente, en su boca a boca abierta. Enseguida, sintió la mano de la mucama que se aposentaba en sus muslos, que luego levantaban su faldita, que después trataba de meter los dedos tras la pantaletita – en ese momento se arrepintió de haberse puesto esa ropa – pero como se resistía, Lucía, viéndola fijamente a los ojos, excitada al máximo, jaló la fina tela hasta desgarrarla. Y Jazmín, super cachonda y super excitada por la ruptura de la fina y tenue prenda, abrió las piernas para que los restos de la ropa fueran retirados y, después, para que los dedos de la muchachita pudieran llegar a donde querían llegar. Los sintió primero jalándole los pelos, y después explorando la raja que estilaba de tan mojada. Y los dedos escarbaron pero no atinaban al objetivo, era claro adivinar que no sabía dónde acariciar. Por eso ella misma guió esos dedos inexpertos para situarlos en el lugar preciso y luego para darles el ritmo adecuado para que la caricia fuera más eficaz. Y Lucía, fuera totalmente de sí, la besaba en el cuello, en las mejillas e insistía en besarla en la boca. Tuvo que decirle que no la siguiera besando porque las estaban viendo y que se concentrara en la caricia sobre su clítoris. Lucía no entendía pero obedeció. Sin que su excitación hubiera mermado ni un segundo, jadeaba al mismo ritmo y compás que su patrona. Entonces quiso seguir sintiendo y jaló la mano de su señora para que volviera a meterse entre sus pelos, que la acariciara como antes, que la hiciera gritar de nuevo, y esto lo estaba expresando en voz alta y con sus propias palabras que volvían loca a Jazmín que casi de inmediato tuvo uno, dos, tres orgasmos sensacionales, mucho más potentes que los tenidos la noche anterior, y por la mañana, por ella misma producidos. No tuvo más remedio que acercarse, con premura, a la baqueta para hacer otro alto al tiempo que retiraba la mano, y los dedos de la mano, de la madriguera. Reclinó la cabeza sobre el hombro de su sirvienta y dijo:
– ¡Eres maravillosa!, cuanto placer me has dado… que hermosa, que linda… que padre que estás aprendiendo. Pero… debemos estar quietas… por el momento. No sé donde tengo la cabeza… mira, en la calle… es muy peligroso que hagamos… lo que hicimos, pero…. ¡gracias por haberme hecho caricias tan bonitas…!
– Es que me enseñó bien padre… y, bueno, la verdá, me gustó muchísimo que me… metiera los dedos y que… me dejara meter los míos entre sus pelos tan lindos – en ese momento recordó que Jazmín se había lamido los dedos luego de acariciarla e hizo lo mismo, para mayor turbación y placer de su patrona – ¿lo hice bien?
– Muy bien, chiquilla, muy bien…. me diste mucho placer.
– ¿Placer?
– Bueno… ¿qué sentiste cuando empezaste a gritar y a mover… tus nalgas como las moviste?
– Pos… sentí… bien lindo. Así como que me jalaban todos los pelos, digo, los de la cabeza y los de… pos sí, bien padre, eso sentí y.. pos las nalgas se movieron solitas, ni quién les dijera que se movieran. Y otra cosa… ¡no quería que se acabara!
Jazmín se carcajeó, y Lucía la vio sorprendida, casi enojándose.
– Qué linda, que hermosa… bueno, pues eso que sentiste ¡es el placer! Vas a ver cómo… nos damos mucho placer de aquí en adelante. Pero tenemos que irnos… y ya quietecitas, ¿sí?
– Pos… como usté diga, señora.
– Mira, cuando estemos solas, no me digas señora. Más bien dime… Jazmín, o… querida, o amorcito… o cómo se te ocurra, pero no señora.
Ahora fue Lucía la que se carcajeó. No sabía por qué, pero la petición de la señora le pareció muy graciosa primero, y después sintió ruborizarse. Fue porque recordó que esos calificativos solo los aplicaban los muchachos para las muchachas y a la inversa, pero nunca pensó que pudiera decírsele así a otra mujer. Y lo mismo pensó Jazmín luego de haberlo dicho, y también se ruborizó. Y más cuando la muchacha, muy seria y muy dueña de sí misma, dijo:
– Pos vámonos pues, amorcito.
Por unos segundos regresaron los sentimientos discriminadores al escuchar llamarla amorcito, pero luego soltó la carcajada y, feliz, la besó en la boca, para luego arrancar el carro.
Llegaron a la tienda. La empleada vino para atenderlas. Pidió vestidos y también ropa interior. Luego vio varios vestidos para ella misma, y otros para su «amorcito». Sonriendo feliz, llena de satisfacción y de una rara sensación afectuosa, seleccionó la ropa íntima como si fuera para ella, pero con la intención de que fuera la que vistiera la sirvienta. Después se dirigió a los probadores, siempre seguida por Lucía que nada más pelaba los ojos. Era claro para la empleada de la tienda que eran la patrona y la sirvienta, bastaba con observar el uniforme. Uniforme que luego recordó Jazmín, debería de comprar, además era la coartada para entrar, junto con su amor, al vestidor. Cuando le pidió varios uniformes, la empleada terminó con la suspicacia. Se metieron al probador. En cuanto estuvieron al amparo de la discreción del cubículo, Jazmín casi se abalanzó sobre la doncella y la besó como deseaba desde el día que la vio bañándose. Luego, por encima de la ropa, acarició los senos virginales, y el bulto púbico. Para su sorpresa, toda la timidez de la muchacha había desaparecido por completo y contestaba a las caricias con caricias semejantes. «Quítate la ropa», le dijo Jazmín. Lucía la vio con sorpresa, vio la puerta cerrada, y luego, con una risa que a Jazmín le supo a gloria, se fue quitando la ropa hasta quedar totalmente desnuda. Entonces Jazmín la pudo contemplar a sus anchas. Enseguida, ya excitada al máximo, la empezó a acariciar, primero los senos, los pezones, y después las nalgas que tantos deseos tenía de sentir con sus manos y… con su boca. Por eso la hizo que se volteara y la besó repetidamente en toda la extensión de las nalgas hermosas, duras, tersas, que a Jazmín le parecieron preciosas. Quiso besar los vellos, y los hizo. Su lengua pugnaba por adentrarse en la raja que estaba estilando, pero Jazmín se detuvo pensando en que su amorcito podría sorprenderse y dar con todo al traste. Pero si metió los dedos en la raja y, cuando comenzaba a acariciar el clítoris, sintió el beso a boca abierta y la lengua explorando todo su paladar. Y luego escuchó la voz jadeante que le decía: «Tú también… ¡encuérate!. Te quiero ver toda, encuerada completa, amorcito». Jazmín, feliz, se separó luego de besarla con fuerza y se despojó de toda la ropa sintiendo un enorme placer por hacerlo tanto a petición como en presencia de su sirvienta. Y cuando estuvo encuerada, Lucía la volteó para también besarla en las nalgas con los mismos besos y lamidas que ella había recibido de la otra boca. Luego la volteó y se posesionó de los pezones, para la enorme sorpresa de Jazmín y el enorme placer que sintió cuando la boca la empezó a lamer y a mamar. Nunca se imaginó que pudiera sentir esa caricia… de boca de otra mujer. Y también se arrepintió de no haber hecho lo mismo. Luego la lengua de su sirvienta empezó a bajar con lentitud a todo lo largo del frente de su cuerpo hasta llegar a los hermosos vellos y… con placer inmenso sintió que la lengua, menos tímida que la suya, se metía en la raja y trataba de encontrar el botoncito del amor y el placer. Las manos de Lucía separaron los labios verticales para que la lengua pudiera llegar hasta el objetivo. Jazmín no lo podía creer. No daba crédito a la espontaneidad y el rápido aprendizaje de su sirvienta, incluso ella misma había dudado, con un pretexto baladí, hacer esa caricia, que además deseaba endemoniadamente hacer. Tuvo que morderse los labios para no gritar cuando el primer orgasmo la hizo sacudirse. Y los orgasmos siguieron porque la lengua no paraba de lamerla y de meterse muy adentro de la vagina, para nueva sorpresa de ella. Cuando sintió que sus rodillas flaqueaban y que no podía contener más los gritos, la jaló del cabello para que le lengua saliera de la raja. Tuvo que apoyarse en los soberbios pechos de la mucama para no caer. Cuando estuvo medianamente tranquila, quiso corresponder con la mamada. Pero Lucía la besó en la boca y le dijo:
– Después mi amor, después… yo quería… pos saber a que sabía tu… rajada. Y qué padre que… pos temblabas, yo creo que con mucho placer, ¿no? Estoy pero sin bien mojada y… pos sí, si quisiera sentir tu… lengua, pero… déjame darte… primero yo… digo, pos has sido tan buena conmigo que… déjame sentirte con mucho placer…
Jazmín no replicó. Entendió que la muchacha en realidad estaba agradecida y esa era una forma de demostrárselo, pero estaba terriblemente sorprendida por la sabiduría desplegada por la muchachita que había declarado no hacía mucho que ni siquiera la habían besado. Quiso retribuirla aunque fuera parcialmente, como también dar salida a uno de sus deseos, entonces le mamó largamente los senos y se comió los pezones hasta que Lucía empezó a emitir sonidos que bien podrían terminar en gritos; Jazmín supo que Lucía tenía un orgasmo provocado por las mamadas en los pezones. Luego se separó del cuerpo que tanto admiraba y que continuaba dándole placer el solo verlo. «Bueno, mi amor, acabemos». Y se probaron la ropa con enorme alegría y gozo y no pocas caricias con las manos y las bocas. Por fin salieron del vestidor, luego de relajarse y secarse el sudor en el que estaban bañadas.
La empleada las vio con nueva y reforzada suspicacia, pero nada dijo, solamente sonrió excitada, se imaginó las escenas dentro del vestidor y quiso haber sido ella la protagonista. Por eso, cuando hacía la nota y Jazmín estaba cerca de ella, le dijo:
– Ojalá que pronto regrese, señora. ¡No sabe como me gustaría… ayudarla a probarse la ropa… sobre todo… la lencería!
Jazmín abrió la boca y parpadeó repetidamente. Primero se asustó, luego se enojó, pero al final, complacida, casi con placer dijo:
– Tendré muy en cuenta tu ofrecimiento. Vendré…, ¡pronto!. Ojalá todavía estés aquí. E hizo un rápida caricia en la mejilla de la empleada. Y esta, volteando para cerciorarse de no ser observadas, le tomó la mano y se la besó sobre la palma, lo que hizo regresar la excitación de Jazmín. Lucía, ensimismada en el recuerdo de todo el festín tenido, no vio lo que sucedía.
Durante el trayecto de regreso, las manos de las dos juguetearon con los vellos de la otra y, de vez en cuando, se metían en la raja pero solo para hacerse sentir, pero no intentaron la caricia del botoncito del placer.
Entre caricia y caricia, Jazmín pensaba en cómo hacer para gozar el cuerpo de la muchacha a sus anchas, tal vez para acostarse con ella aunque no precisamente para dormir. Tencha era el gran obstáculo. Pensó que Lucía bien podría esperar a que la Tencha se durmiera para luego salirse de su cuarto e ir a su recámara. Se lo planteó, luego de darle un beso en una luz roja. Lucía, complacida, le dijo que eso harían, pero que le daba miedo que el ama de llaves pudiera darse cuenta de que ella salía; peor si se enteraba que se metía a la recámara de la patrona. Jazmín intentó tranquilizarla diciéndole que para estar segura que estaba dormida, intentara moverla y, si había respuesta, decirle que algo le dolía o que había escuchado algún ruido o cualquier cosa que se le ocurriera.
Llegaron. La señora se fue a su recámara antes de que Tencha la viera. Lucía, feliz, pero sagazmente presumió el uniforme, y se abstuvo de enseñarle las sensuales prendas íntimas que también le habían comprado. Tencha casi ni la escuchó, y sin embargo, no dejó de percibir el peculiar olor del sexo bastante potente en el cuerpo de la muchacha. Y se excitó. Entonces la vio por primera vez desconcertada, intrigada, percibiéndola en toda su belleza. Su excitación creció. Luego, cuando Lucía se dirigía a la puerta que comunicaba con el cuarto de servicio, la vio a contra la luz, lo que la hizo percibir que la muchacha no llevaba más que el vestido y ninguna ropa debajo de él. Su excitación ya desbordante, se incrementó geométricamente. Nunca había deseado a una mujer, aunque en su adolescencia había tenido, en una sola ocasión, una experiencia con su hermana mayor. Lo recordó, porque el detonador fue casi el mismo: vio a su hermana a contra luz sin más que el vestido puesto. Le preguntó, y la hermana le dijo que se vestía así, porque era más cachondo que nada, que si ella quisieras sentir bien padre, se quitara la ropa interior. «No te creo», le dijo Tencha. «Has la prueba», le contestó, pícara, la hermana. Entonces Tencha, en presencia de la hermana, se quitó los calzones que era todo lo que traía debajo del vestido. No vestía sostén a pesar de que sus senos ya eran grandes, duros, muy parados, como cuernos de toro, decía ella misma cuando se los veía en el espejo. Enseguida, la hermana dijo:
– Ay mana, pero si ya estas bien chichona… y tienes el resto de pelitos… bien lindos. ¿Me dejas sentirlos?
Tencha, sonrojándose, afirmó con la cabeza. Ella ya había sentido los senos de una amiguita, cosa que la hizo sentirse gozosa. Entonces la hermana le toco las chichis y le jaló los pezones, aún sonrosados y pequeños. La hermana ya estaba excitada y daba la impresión de haber tenido, antes, alguna experiencia con otras muchachas porque casi de inmediato se desabotonó la blusa y dejó salir dos hermosos pechos coronados con dos enormes pezones. Puso la mano de la hermanita sobre ellos y la movió por toda la extensión de las chichis prodigiosas. Tencha ya sentía raro en su puchita. La hermana, ya muy excitada, y como Tencha aún tenía el vestido arremangado, empezó a jalarle los pelitos. Luego metió sus dedos con agilidad a la raja y fueron a acariciar el clítoris donde la mayor sabía que las sensaciones eran increíbles, que hacían regocijarse a cualquiera. Tencha se encorvó de placer, y al hacerlo las chichis de la hermana quedaron a la altura de su boca… y se puso a mamarlos. La hermana, enardecida, jaló la mano de la hermanita y la enseñó a meterse a la raja y luego a acariciar donde ella sentía más placer. Allí de pie, en la cocina llena de olores y de calor, las dos hermanas tuvieron orgasmos de sueño. Como dormían juntas, en la noche, la mayor se desnudó e hizo que la menor también se encuerara; se dieron besos en la boca con las lenguas metidas en la boca de la otra acariciándose mutuamente. Al mismo tiempo las manos iban y venían de los senos a las puchas y de éstas a los senos. Después, con gran excitación, la mayor se subió sobre la hermana para meter la cabeza entre los muslos del chiquilla y empezó a mamarle la pucha hasta que Tencha, no pudiendo soportar más goce, le pidió que también la dejara mamarla. «Pero si allí tienes mi pucha, ¡mámala!», le dijo la hermana. Entonces Tencha metió su lengua a la raja, buscó cómo meterla más y logró llegar a la vagina, aún virgen, que le supo a gloria. Cuando sintió la mayor que la menor iba a estallar en un nuevo orgasmo, le dijo que se aguantara los gritos, pero que se dejara ir y que gozara a todo lo que diera, ella misma sintió la lengua como un animal enorme que se movía tratando de metérsele hasta el fondo, y tuvo que morderse los labios para no gritar. Total, esa noche, y muchas otras después, gozaron las hermanas de mutuos besos, mutuas caricias con dedos y lengua, hasta que un día, la mayor tremendamente excitada y con la idea de la penetración muy insistente en su deseo, decidió que la hermana la penetrara con algo y por el culo para conservar la virginidad. Y la hermana le metió primero una zanahoria y después una vela y por último un pepino de regulares dimensiones. Este último sólo lo pudieron hacer que entrara al túnel del culo después de que Tencha, con sus dedos, agrandara el agujero del culo, además de que le puso mucha mantequilla con el mismo dedo. Cuando el pepino la penetró por completo, la hermana mayor tuvo un orgasmo que la hizo desmayarse. Pero ese fue el final de la relación incestuosa; la hermana se enamoró del pepino y se dio sus mañas para ser ella misma la que se lo metiera, siempre con enorme placer. Y se burlaba de la menor porque ella nunca se animó a meterse nada, pero si era exigente con las mamadas tanto darlas como recibirlas. Todo este recuero surgió con solo ver los muslos y las nalgas de Lucía a contra luz. Cuando la puerta se cerró tras la muchacha que salía, Tencha recordó insistente la audacia de la hermana cuando se iniciaron en el juego de darse placer mutuo. Y decidió que Lucía era una buena candidata para su placer. Además, tenía varios meses sin ninguna satisfacción sexual; el novio que tenía y que se la cogía, se fue; nunca regresó. Dolida, rechazaba a todos los pretendientes que se le lanzaban cuando salía a cualquier cosa, sobre todo los tenderos, carniceros, y demás fauna similar que incluso le llegaron a pedirle las nalgas con todo cinismo. Se sintió mojada. Se tocó los senos y se jaló los pezones. Su excitación crecía. Luego, se levantó el vestido mirando y escuchando tras la puerta, y metió sus dedos que ágilmente y con rapidez le produjeron un orgasmo más o menos intenso, que solo logró que su deseo por Lucía, creciera.
Durante la cena, Jazmín y Lucía guardaron mucha compostura. Sin embargo no faltaron las caricias en muslos, senos y rostros, cuando estaban seguras que Tencha no iba a verlas. Y en efecto, Tencha estaba totalmente ajena a lo que pasaba entre la patrona y la joven sirvienta. En susurros, Jazmín le recordó a Lucía el acuerdo tenido, «te espero lo más pronto que puedas», le dijo metiendo uno de sus dedos en la raja que continuaba totalmente mojada.
Tencha no encontró la forma de acercarse a Lucía que continuaba con un franco e intenso olor a sexo derramado que ella tan bien conocía. Se concretó a verla que se metía al baño. La imaginó encuerada y tallándose donde ella hubiera querido poner sus manos, sobre todo meter su lengua en la raja bajo los chorros de la regadera. Con toda su imaginación desbordada, se cogió muchas veces a la bella chiquilla mientras se masturbaba violentamente. Para cuando la chica salió escurriéndole agua del pelo, ella estaba exhausta, y casi dormida. Se durmió con la idea fija de cogerse a la hermosa ninfa.
Lucía la vio con aprensión mientras se vestía; solo se puso el vestido. El miedo recorría su piel produciéndole sensaciones espeluznantes porque no quería dejar de asistir a la cita con la patrona. Al mismo tiempo la aterraba que la sirvienta mayor se diera cuenta de su salida, y más que la sintiera regresar después de mucho tiempo de haber salido, porque estaba segura, por el antecedente del vestidor de la tienda, que el encuentro entre las dos iba a ser prolongado además de… placentero. Se acostó sin poner la cabeza en la almohada. Observaba con toda atención los movimientos respiratorios de la morena que yacía casi desnuda, cosa que hasta ese momento se hizo evidente para la jovencita que estaba asustada y con el deseo galopando por todo su cuerpo, pero principalmente en su pucha que a cada segundo, y más con la visión que estaba teniendo de las chichis prodigiosas y los pelos apenas semi ocultos de la doncella mayor, se incrementaba exponencialmente. Estuvo tentada de ir a mamar las chichis morenas en extremo y con pezones maravillosamente prietos y parados, de un color verdaderamente excitante. Los comparó con los de la patrona y no tuvo más remedio de dar crédito casi semejante a las cuatro maravillosas chichis, aunque, tal vez por haberlas probado, le deba calificación más alta a las de su amorcito. Pero lo que no pudo dejar de admitir, fue que las nalgas abultadas de su compañera eran más excitantes que las de la patrona, aunque no más bonitas. Acezaba. Su jadeo tenía que ser reprimido, sus manos por igual. Tenían la tendencia casi irreprimible de irse a los senos y todavía más, a la raja que era desbordada por el escurrimiento de jugos viscosos que aumentaban las sensaciones y la excitación. En el momento que Tencha lazó al aire el primer ronquido, Lucia se estaba jalando uno de los pezones, no había podido contenerse. Suspiró. Sintió que la sangre hervía en sus venas porque con ese ronquido, la espera parecía terminar. Cuando no tuvo duda de que la mujerona dormía, se levantó y, con sigilo, abandonó la habitación.
El susto se mezclaba íntimamente con el deseo desbordante de llegar a la boca, a las chichis, a los pelos, a las nalgas, a la pucha de su amorcito, de su excitante patrona. Pero cuando caminaba por el pasillo que llevaba a la escalera, su confianza disminuía. ¿Cómo respondería la patrona?, bueno, ya tenía el antecedente de lo sucedido en el vestidor de la tienda, así que era probable que la bella mujer estuviera más que dispuesta al placer. No llevaba puesto sino la blusa del uniforme, porque el resto de la ropa la dejó al pasar por la cocina.
La puerta de la recámara estaba entornada, adentro había luz. Con el corazón temblando, entró. Jazmín estaba reclinada en la cama… completamente desnuda.
– Qué bueno que llegaste; estaba casi desesperada. Ven, ven, déjame verte. ¡Qué linda!, que bonita te ves vestida así…
Lucía se contoneaba y regalaba a la anfitriona la mejor de sus sonrisas. Sus manos puestas sobre los muslos a escasos centímetros de los pelos arrogantes y todavía húmedos. Dos pasos adelante, los dedos de ambas manos empezaron a jalar, muy lenta y provocativamente, los pelos. Se lamía los labios y movía de una exquisita manera sus preciosas caderas y las nalgas exuberantes. Jazmín estaba deslumbrada, a más de tremendamente excitada. No pudo esperar a que la lenta jovencita llegara hasta la cama. Se levantó y fue a su encuentro. Lucía, cuando la vio levantarse, se quitó la blusa para quedar en las mismas condiciones de su señora: completamente desnuda. El encuentro fue sellado con un tierno abrazo, como si temieran hacerse daño. Lucía, desinhibida y todavía excitada por la sesión amorosa en el vestidor, tomó la iniciativa. Empezó a lamer el cuello, las orejas, la frente cálida de la señora. Buscó los labios de la bella anfitriona y la besó, primero levemente, lamió los labios, sintió la lengua ajena en sus labios, también levemente, y luego metió la lengua con lentitud en la boca jadeante de la patrona. Mientras sus manos acariciaban con
suavidad las espalda y las nalgas y sentía que las otras manos seguían los mismo caminos que las de ella. La respiración de las dos era anhelante, rápida, jadeante. Lucía sentía que la humedad apenas menguada unos minutos antes, aumentaba considerablemente. Y Jazmín no podía contener los deseos de sentir caricias más contundentes, pero su pareja estaba decidida a que el encuentro fuera bello, tierno, lento, no como el tenido antes que casi fue salvaje, con todo lo placentero que resultó, quería que este nuevo lo fuera más. Poco a poco llegaron al reborde de la cama y Jazmín se dejó caer. Arrastró a la jovencita. Lucía sonrió, besó nuevamente a la señora y le dijo: «¿puedo hablarte de tú?, a lo que la otra respondió: «por supuesto, puedes hacer lo que tú quieras». Entonces Lucía se deslizó para que los dos cuerpo quedaran frente a frente. Y siguió con los besos suaves, lentos, como saboreándolos. Su lengua entraba a la otra boca con parsimonia, con timidez. Y la otra lengua, avasallada ya, respondía en la misma forma, aunque la dueña hubiera preferido una mayor velocidad. Y las manos de ambas acariciaban sin prisa, como queriendo disfrutar más de la piel que recorrían. Y, separándose un tanto, Lucía se deleitó contemplando, arrobada, las preciosas chichis de su patrona, para luego tocarlas tan cariñosamente como los otros sitios ya tocados. Cuando el pezón de uno de los senos estuvo entre sus dedos, aumentó la presión como considerando que la caricia debería de ser más definitiva. Luego, sin poder contenerse, acercó su boca, lamió los confines del pezón haciendo círculos como tratando de seguir la circunferencia marcada por la areola. Jazmín estaba tan excitada. que adoptó una actitud pasiva disfrutando las caricias en sus pechos sensibles como nunca había gozado de tales lamidas. La mano de Lucía se deslizó por el vientre plano y duro de la señora hasta llegar a sentir los pelos tersos, para luego ascender y volver a la chichi libre, porque la otra continuaba prisionera de su boca. Jazmín suspiraba, jadeaba, sentía que su humedad se derramaría, que necesitaba de mayor profundidad de las caricias, pero a renglón seguido se dijo que esas caricias y esa velocidad eran realmente exquisitas, que era preferible esa lentitud porque le permitía percibir al máximo el estímulo y el erotismo. «Nunca pensé que supieras acariciar de tan bella y excitante manera», le dijo entrecortadamente. «No te creas, apenas si estoy aprendiendo. Pero… ¿no sientes que así es bien bonito?, digo… pos no sé de que otra manera hacerle, pero si tú me dices, pos… así mero le hago» Cuando la tuteó sintió que su vagina se contraía por la sensación psicológica de sentirse al mismo nivel de la que estaba acariciando. Pero ya los dedos de Lucía andaban enredados con los vellos y también los dedos de la patrona acariciaban de una manera extraordinaria sus pezones sin dejar de sentir que en repetidas ocasiones la mano entera abarcaba toda una chichi, cosa que le producía un inmenso placer. Recordó la imagen mental que se hizo de la gran pucha de Tencha y metió sus dedos para localizar las parte donde ella presintió que la sirvienta sentía con mayor intensidad. Su mano que mantenía arriba, acarició ambas chichis y ya, para su sorpresa, con cierta fuerza, cosa que satisfizo enormemente a la patrona que casi grita de placer. Y encontró la raja tanto o más mojada que la de la propia. Se adentró en la exploración y la señora abrió las piernas para que la penetración se diera con mayor facilidad. Y sintió la laguna vaginal con una intensidad y placer tales, que la hizo suspirar emocionada y excitada al máximo. La señora de plano se puso de espaldas para que las maniobras de lucía fueran más ágiles y profundas. Después de unos minutos y cuando ya sus sensaciones eran montañas de placer, pensó que ella debería de ser la que acariciara, que no era correcto dejar a la otra toda la iniciativa, pero no propiamente por celos, por el contrario, porque sintió que la relación se estaba dando como si Lucía fuera, o continuara siendo, la sirvienta y no su amante apacible y tierna; era necesario que ella fuera la que acariciara como para invertir los papeles, es decir: hacer desaparecer, en la práctica que estaban teniendo, el concepto de patrona y sirvienta. Entonces, dijo:
– Mi amor, mi amor… permíteme que sea yo… la que te acaricie, ¿si?
Se sorprendió por el calificativo dado a Lucía y ésta desde luego que percibió gratamente el trato cariñoso de su señora, y su excitación creció. Y ya Jazmín se daba la vuelta, de tal forma que casi quedó encimada de la otra. Pero, retirándose un poco, empezó a mamar con deleite las chichis extraordinariamente bellas de la sirvienta, duras, morenas, erguidas, como erguidos estaban los pezones duros y prietos, deliciosos a la lengua y al paladar. Y su manos fue a los pelos, a los que acarició como había sentido antes la caricia de la mano y los dedos ajenos en la propia. Y Lucía separó los muslos para que los dedos pudieran penetrarla. Y sintió la caricia sabia de Jazmín que, con la práctica masturbatoria que desde pequeña había tenido, sabía exactamente donde acariciar y también la presión y los recorridos que los dedos deberían de hacer para que el placer fuera mayor. Y mientras su boca mamaba suave y alternativamente las chichis de Lucía que sentía que su placer era enorme. Y luego con su boca buscó la otra boca y lamió los labios, metió la lengua y se empalmó con la lengua anfitriona. Lucía estaba al borde del primer orgasmo. Y entonces, acercando su boca al oído de la señora, le dijo: «déjame… ahora a mí, amorcito». Jazmín se sintió halagada, a más de que agradeció a Lucía que tomara esa iniciativa puesto que ya le eran indispensables las caricias de la otra. Así que se dejó caer de espaldas como esperando las caricias ofrecidas. Y Lucía se semienderezó para empezar a lamer con lentitud y suavidad la piel del cuello, los hombros, las axilas – depiladas – los brazos, las manos, se metió los dedos a la boca y los chupo – Jazmín gritaba de placer. Nunca se imaginó que pudiera hacerlo sin tener un franco orgasmo, pero sus sensaciones, sin ser orgasmo, eran tan parecidas que se percibió como teniendo un orgasmo continuo producidos por la lengua que no paraba, que iba de un lugar a otro, deteniéndose en aquellos lugares que ella misma no sabía que fueran tan sensibles a ese tipo de caricia – luego se fue al vientre, entró al ombligo, lamió los pelos, lamió los muslos por mucho tiempo – Jazmín se contraía sin dejar de gritar y de sentir un enorme placer – se fue a las piernas y luego a los pies, y allí chupó cada uno de los dedos, deteniéndose eternidades con el dedo gordo de uno y otro pie, para luego ir de regreso a las alturas procurando que su lengua caminara por las partes internas de los muslos, que ya Jazmín tenía abiertos al máximo por lo que los olores de su pucha ascendían y llegaban, avasalladores, hasta el olfato de Lucía que hacía aspiraciones como queriendo que el olor penetrara tan adentro como había sentido que los dedos de la patrona la habían penetrado. Y llegó de nuevo a los pelos, los besó, los llenó de saliva con su lengua, y con esta empezó a separar, con una lentitud exasperante pero tremendamente gozosa, los labios, primero los grandes y después los pequeños como tratando de descubrir la cabecita del clítoris, y lo consiguió. Para su sorpresa, la lengua sintió perfectamente el clítoris, y allí se estacionó. Con lentitud primero y después aumentado el ritmo y la extensión de la caricia, lamió y lamió y en momento dio tenues mordidas y lo chupó con deleite. Y las caderas de la señora empezaron a moverse rítmicamente como yendo al encuentro de la lengua, sabiendo que no era necesario puesto que si algo quería esa lengua descomunal era seguir allí, obteniendo el placer de acariciar esa cabecita que tanto placer producía a una y a otro. Recordó el culo de Tencha entrevisto bajo el la sábana casi hasta la cintura, y entonces buscó el de la patrona. Recordó que en su espera febril, imaginó meter el dedo en el culo de Tencha, sin explicarse el cómo y el por qué, pero que la excitó al grado de estremecerse de placer, aunque reprimió constantemente a sus manos para conservarse para el placer de la señora. Y cuando la patrona sintió que el dedo presionaba su culo, emitió un leve quejido, no de dolor sino de placer. Aflojo el culo y el dedo pudo entrar un poco más allá del reborde, pero el deleite ya era hermoso. Quiso que el dedo entrara más y por eso levantó un poco las nalgas y Lucía entendió y empujo con mayor fuerza pero procurando que el dedo entrara poco a poco para no lastimar a su amada. Y cuando el dedo estuvo por la mitad, el primer orgasmo monumental de Jazmín se presentó enérgico, profundo, convulsionante, como nunca había sentido un orgasmo. Gritó y se contrajo, pero trató de que tanto el dedo como la lengua continuaran en donde estaban, además anhelaba que las caricias de los dos órganos no cesara, que continuara más intensa, con mayo velocidad, quería morir en ese mismo instante, o mejor, deseaba enormemente desfallecer de placer. Lucía levantó la cara sin dejar de meter el dedo, que a estas alturas ya había entrado hasta el nudillo. La vio. Estaba con los ojos cerrados, respiraba agitada, contraía el rostro y todos los músculos que no interferían con las caricias que recibía, sonrió complacida y quiso aumentar el placer de la patrona pensando en obtener también ella algún placer, por eso suspendió la penetración digital y, abriéndole más los muslos a su patrona, metió una chichi a la pucha y empezó a tallarla contra la pucha. Sentía los pelos y la humedad y también el inmenso goce de todas las sensaciones que tal caricia le producía. Y la patrona gozó y gozó. Tuvo muchísimo orgasmo, tantos que perdió la cuenta. Y Lucía sintió que la mano de su patrona le acariciaba las nalgas, y entonces la tomó para guiarla a su culo. Jazmín supo lo que ella quería y buscó el culito y empezó a tratar de penetrarla. Y el dedo encontró el culo muy flexible y pronto estuvo adentro, «así mi amor, así. Mételo más, hasta donde puedas», le dijo a la patrona y ésta ni tarda ni perezosa metió el dedo hasta donde efectivamente no pudo avanzar más. Y entonces quiso retribuir a su amor. La besó con fuerza, su lengua danzó un minuto con la otra y luego, sin decir nada, hizo lo necesario para invertir las posiciones. Y entonces, sin premeditación puso su cabeza entre los muslos de Lucía, que ahora estaba abajo, y sus propios muslo quedaron rodeando la cabeza de su amada. Entonces la mamada fue bilateral. No pasó mucho tiempo para que las dos empezaran a gritar su placer. Lucía sintió los orgasmo mucho más aparatosos y placenteros que los obtenidos por la mañana en el estrecho vestidor y en el incómodo automóvil. Y la patrona no dejaba de gritar con un orgasmo que no cesaba, que en lugar de hacerlo iba en ascenso y tanto que Jazmín pensaba con cierta alarma que tanto placer la iba a matar. Y más gozó cuando los dedos, dos, se le metieron en el culo y dieron vueltas a todo lo ancho del culo, como queriendo agrandarlo y eso era lo que estaba pasando. Y se fue al cielo del placer, cuando la lengua fue sustituida por dedos y los dedos por la lengua, es decir, ésta se metió al culo con lo que la sensación fue grandiosa, tanto por el efecto físico como por el saber que esa lengua estaba metida donde se consideraba lo más sucio del cuerpo. Entonces, no quiso quedarse atrás y metió los dedos en el culo de su amada sin dejar de mamar la pucha e hizo los mismo movimientos que estaba percibiendo en su propio culo y metió dos dedos, y después, con cierta dificultad, un tercero, con lo que Lucía estalló en gritos con lo que su lengua tuvo que abandonar el precioso culo de la patrona. Y más gritó y gozó cuando los dedos de la patrona fueron sustituidos por la lengua, sintiendo que llegaba casi tan adentro como habían estado los dedos y Jazmín por su parte, desde que percibió el olor del culo incrementó su orgasmo y todavía más cuando su lengua sintió la suavidad del culo de Lucía. Y entonces su orgasmo se fue hasta el cielo porque en ese mismo momento la lengua de Lucía regresó a su clítoris. Fue tanto su placer, que desfalleció. Tartamudeando, dijo:
– Ya mi amor, ya… me vas a matar de tanto placer que me estas dando, ya, mi amor, te lo ruego, te lo suplico…
Y Lucía que tenía orgasmo tras orgasmo, sacó su lengua de la pucha de la otra y luego, subiéndose a horcajadas sobre el cuerpo de la patrona, se metió una chichi en la pucha para continuar su orgasmo tallándose rítmicamente con la protuberancia hermosa y dura, con lo que Jazmín continuó el orgasmo, incrementado, continuo, casi perene. Luego de muchos gritos de las dos, Jazmín dijo:
– ¡Cógeme, cógeme!
Lucía no entendió lo que la patrona decía. Pero cuando vio que ésta abría la boca y sacaba la lengua entendió que quería que cabalgara esa lengua que salía tan afuera de la boca, y se recorrió para deslizarse por la lengua, después de abrirse los labios de la pucha para que la lengua llegara a los pliegues de su puchita. Y talló y talló, con lo que sus orgasmos fueron sustituidos por uno largo, permanente, intenso, que la puso al borde de la histeria, se jaló el cabello, los pezones, se arañó las nalgas e intentó meter sus dedos a su culo, pero si levantaba las nalgas la lengua dejaba de tener contacto con su pucha, así que apretó sus dos chichis con sus manos, pero entonces sintió que las manos de la señora iban a donde ella quería que el placer se presentara, y los dedos, que ya habían aprendo la forma de entrar y acariciar, se metieron hasta los nudillos en su culo. Y gozó como hasta ese momento no lo había hecho. Fue tanto su placer, que se dejó caer extenuada, presa de una especie de convulsión que no era sino la prolongación del orgasmo que ya tenía muchos minutos presente. Y Jazmín la besó tenuemente, con inmensa ternura, y le dijo palabras cariñosas, con mucho amor, sintiendo como su sirvienta, que el placer no cesaba, porque, en efecto y a pesar de que los contactos físicos con su órganos más sensibles había cesado, no por eso el orgasmo se había suspendido. Lucía sentía que el mundo se había transformado en un universo de placer continuo. Y Jazmín no daba crédito a todo el placer tenido. «Carajo, ¿cómo es que ignoraba éste placer. Carajo, y yo que pensaba, creía que el placer con otra mujer era imposible, que la penetración de la verga era indispensable, carajo, para nada la he ocupado. Es más, ¡nunca he sentido éste placer con una verga, sin tener en cuenta lo sabia o grande que haya sido», dijo en voz alta, pero Lucía que estaba aún en el Nirvana, no la escuchó. Lucía, cuando regresó, a medias, del cielo enervante de placer, pensó en meterle a la patrona algo más gordo que los dedos, pero luego rechazó la idea al saber que eso no era necesario, cuando menos en ese preciso momento. Pero si volteó y besó con mucha ternura y agradecimiento, a su patrona. Jadeando aún, suspirando repetidamente, las dos se quedaron dormidas, abrazadas, con los labios besándose y las chichis juntas.
Jazmín fue la primera en recuperar la consciencia. Se estremeció recordando todo el placer tenido y, sonriendo, besó a su amada. Y ésta, al sentir la caricia, entreabrió los ojos, sin saber exactamente donde se encontraba. Cuando supo el lugar donde su cuerpo reposaba, se alarmó y casi salta de la cama.
– Perdón… señora…. es que me quedé dormida….
– Qué perdón, ni qué nada… ni qué señora, ni que nada, tú puedes dormir lo que quieras. Eres un amor… ¡mi amor!. ¡Ay, preciosa!, me has dado tanto placer, como nunca supuse que podría sentirse. Creo que jamás imaginé que este placer existiera. Y tú… ¿gozaste? Y no vuelvas a decirme señora y a hablarme de usted, somos amigas y… gozamos juntas…
– ¡Ay… señora!, perdón, ¡Ay, mi amor! pos que no me sentiste que casi me muero de tanto, tanto, bueno de todo lo que sentí… así como, la verdad, como que de a de veras me moría, digo de tanto gusto, de tanto contento que sentí. ¿Eso se llama placer?, ¿gozo?
– Claro, así se llama…. y mira, no me sigas diciendo señora, insisto, porque entonces me voy a enojar. ¿o es que no sientes… que somos iguales…. después de todo lo que las dos nos hicimos?
– Pos sí, pero…
– Nada de peros…. de aquí en adelante, yo soy Jazmín, o como tú quieras decirme, y tú eres Lucía… o mi amor, así es como me gusta decirte, porque aunque no los creas… ya siento que nos tenemos mucho cariño, mucho amor…
– ¿De veras quieres que… nos digamos así?, porque yo, la verdad, dev eras que ya siento que te quiero el chingo, perdón… es que así dicen en mi pueblo.
– Pues que bueno… y yo también siento que te quiero un chingo.
– Oye, amorcito – sintió raro decirlo, aunque recordaba que durante las cogidas que se dieron había repetido el calificativo en varias ocasiones – ¿no crees que ya tengo que irme… a lo mejor la Tencha… pos nadie sabe lo que ella pueda pensar?
– Tienes razón. No quisiera, pero… la bronca es con, ya sabes, mi marido. No quisiera que él se enterara… y no por nada, pero… bueno, ya sabes que los hombres, y más los maridos… son, digo, muy especiales, muy egoístas, muy… bueno, creo que me entiendes. Pero yo veré la forma de que, cuando él no esté aquí, no tengas que retirarte, y menos para ir a trabajar.
Lucía salió apresurada. Cuando llegó a su habitación, Tencha ya estaba vestida y lista para el trabajo. «¿Dónde andabas?», preguntó un tanto molesta, más que nada porque al despertar tuvo la intención de satisfacer su enorme deseo de cogerse a Lucía, deseo que se había incrementado por los sueños eróticos que tuvo donde su hermana le metía un pepino en el culo y le decía que era una pendeja por no cogerse a la bella muchachita que, además, anda pero si bien caliente, ¿pos que no sentiste como apestaba a pura pucha derramada? No la encontró, por eso se tuvo que masturbar violenta y rápidamente porque el tiempo había corrido y la jovencita nada más no regresaba. No salió a buscarla porque pensó que era arriesgado. Percibió más intenso el olor a sexo en la muchacha. Sus pezones protestaron produciendo un intenso deseo de ser mamados. Su vagina se contrajo y su mente le dijo que no podía aguantar… pero decidió que esa noche se cogería a como diera lugar a la bella de ojos azules. Por eso, Lucia no pudo bañarse, solo arregló un tanto su pelo, se colocó bien el uniforme que completó a su paso por la cocina, y siguió a la jefa al interior de la casa sin explicar nada, sin decir de dónde venía .
Durante todo el almuerzo, Tencha sentía el olor de Lucía, y se enervaba. Y tanto que le preguntó:
– ¿Ora, pos que no te bañaste?.
Lucía, extrañada, le pregunto a su vez que por qué. Y Tencha le dijo que porque olía, mucho a, «bueno, tu sabes, a como olemos nosotras las mujeres. Pero no te mortifiques, me gusta ese olor. Es más… quisiera que me dejaras… olerte más de cerquitas», no pudo contenerse, además quería avanzar en el terreno, preparar a la muchacha para que la cogida fuera segura. Lucía se sorprendió, no tanto por que le habían detectado el olor que tanto placer le proporcionaba desde la mañana en que lo percibió y que le recordaba la noche de amor desmedido, de amor y mamadas que casi la matan de placer, sino por las palabras que en el ir y venir para atender a la patrona fue decodificando y, casi al final del desayuno, supo que Tencha quería olerla en la pucha misma. Se excitó, aunque no se decidía a seguir el juego de la sirvienta mayor.
Estaba Lucía terminando de lavar los trastos, cuando sintió la mano de Tencha en sus nalgas. La sorpresa, más que el enojo o siquiera el desagrado, la hizo retraerse. Pero la mano no se fue. Al contrario, trataba de meterse entre las nalgas. Entonces estuvo segura de lo que Tencha quería. Y se alarmó. Sospechó que la madura sirvienta pudiera estar enterada de sus juegos con la patrona. Y decidió agarrar el toro por los cuernos.
– ¿Y ora?. ¿Pos qué trais?
– Nada… preciosa, solo que… pos… ¡tus nalgas me gustan!.
– ¿A sí? ¿Y qué más?
– Pos… nomás. Ora que si no te gusta… pos, olvídate.
Pero la mano continuaba acariciándola. La excitación que prácticamente no se había retirado del cuerpo, sobre todo de las chichis y la pucha de Lucía, la hicieron sonreír, para luego decir:
– Y si me gustara, ¿qué?
– Pos nada… nomás que pos… si te gusta, pos yo quisiera que me dejaras… agarrártelas sin… calzones.
– A carajo, ¿y eso?, ¿de donde sacas eso de quererme agarrar las nalgas? ¿Pos no ves que somos… viejas las dos?
– ¿Y eso qué?. Total, para darnos gusto… nos bastamos las viejas. La verdá, no necesitamos para nada a los viejos. Yo te puedo enseñar, digo, si tú quieres.
– Mira… quita tu mano… y ya veremos. Mira, no quiero… pelear, así qué… – Se contenía sintiendo que si cedía, traicionaba a su amor, a la patrona tan singular y caliente y que tanto goce le había dado.
– No te arrugues.
¿Qué puede pasar? Eso de que seamos viejas las dos, a lo mejor es hasta más padre, ¿no crees?
– Ora, te digo que…
– Bueno, prueba… y luego me dices. Total, si no te gusta, no hay nada, y ay muere. – No la dejaba hablar. Y Lucía, con toda intención, fingía molestia, pero su pucha ya estaba estilando. Ahora el recuerdo de las cogidas con la patrona eran un estímulo que la llevaban a desear las ricas nalgas apenas entrevistas de la morenaza cachonda, y solicitante de caricias.
– Mira, mira… has de ser…
– ¿Ya has tenido novio?, digo, para que me digas si no es bien padre que la acaricien a una… ¿no te han agarrado las chichis, la pucha, las nalgas?, digo, antes que yo… – y se carcajeó, tal vez sintiendo que la excitación de Lucía iba en aumento. Y así era. La patrona continuaba presente en su imaginación, pero ahora como parte de la excitación y el deseo que iban en ascenso.
– Pos no, nunca he tenido novio… ni nadie me ha… agarrado, digo, con segundas intenciones.
Entonces Tencha, con la mano libre, levantó el uniforme y se sorprendió con mucho agrado y placer al sentir que Lucía no tenía puestos los calzones. Lucía ya sin protestar, la dejó hacer. Pero dijo:
– Mira, Tenchita, no creas que… bueno, la verdad, como que sí quisiera sentir, digo, como se siente que le agarren las chichis a una, digo, aunque no sea un macho el que lo haga. Yo solita si me las agarro, y a lo mejor porque ora me calenté y me agarré las chichis y las nalgas y la… bueno, los pelos, a lo mejor por eso ando tan apestosa. Pero… bueno, te lo tengo que decir para que luego no te asustes. Cuando me agarro y le llegó, digo, cuando me frunzo toda, me da por caminar el resto. Y pos me tengo que salir de donde esté, porque sino, pos me siento bien mal, y hasta calentura me da. – Preparaba una salida para tener las entrevistas con su primer amor.
Cuando Lucía empezó a hablar, la excitación de la morena Tencha, la madona, se incrementó hasta lo indecible. Y solo asentía al ir escuchando y más se excitaba.
– Que bueno que me lo dices. Pos… puedes hacer lo que quieras, que al fin… bueno, pero, déjame agarrarte bien a bien, ¿sí?
Y ya tenía los dedos metidos en la raja. Lucía le dijo:
– Bueno, bueno, perate, ya quedamos, ¿no? Pero hasta la noche, no seas desesperada, perate. Ya quedamos, ¿no?
Tencha, feliz, retiró su mano. Se lamió los labios imaginando el disfrute que tendría esa misma noche.
Lucia llevó el desayuno a su amor. Se esmeró en la preparación de la charola. Se puso el uniforme nuevo sin otra ropa debajo luego de bañarse. Jazmín estaba dormida, con todas las nalgas fuera de las sábanas. La jovencita dejó la bandeja en una mesita y se acercó en silencio. Se agachó y empezó a besar las nalgas portentosas de su amor, y luego las lamió. Cuando la lengua andaban por la barranca que lleva primero al culo, y después a la raja, Jazmín despertó. Sonrió al percibir la caricia que estaba segura era de su amada mamadora. Se volteó poco a poco como para no hacer sentir que rechazaba la hermosa caricia. Lucia se irguió con la lengua fuera de la boca y los ojos sonriendo alegremente. La otra la llamó estirando sus brazos y con todo el frente del cuerpo desnudo y aún cubierto por los restos del amor de la víspera. Se besaron tiernamente. Lucia acarició las hermosas chichis de su patrona y ésta amasó las de su amada por encima de la ropa. «Estoy muerta de cansancio, mi amor», dijo Jazmín. Además, y por desgracia, tengo que ir a trabajar. Pero… en la noche…. ¿vendrás para amarnos?» Lucia la besó con ternura, le volvió a acariciar las chichis. Sin abandonar la boca ajena, sus dedos ágiles y exploradores, se fueron a la raja. Luego, sin tener en cuenta las reticencias de su amor, bajó su boca a la pucha, lamió los pelos, los separó de la hendidura del placer con la punta de la lengua y se fue directa al botón inigualable del deleite, de la delectación, del regodeo de las lenguas sabias, del goce portentoso de las mujeres. Y Jazmín, excitada al máximo, se dejó hacer sin intentar ser recíproca, pero moviendo sensualmente las nalgas para que la caricia fuera más efectiva, además que el movimiento mismo le daba más placer. La lengua de Lucia, que a cada nueva mamada se hacía toda una experta, no tardó en hacer gritar con la estridencia del orgasmo a su Jazmín, la bella que la indujo a la más portentosa alegría de vivir con y para el placer. Estaba excitada, pero, desde que inició el acoso, descartó la necesidad de tener las caricias de la otra. Sabía que tenía que salir, bien arreglada, y que Tencha, ahora, estaría más pendiente de sus pasos y sus tiempos. Por eso, besó a Jazmín para sentir el placer de esa boca ya amada y también para que la otra lamiera sus propios jugos. Y le dijo al oído: «no te laves la boca para que todo la mañana me tengas allí, digo, con tus jugos que saben tan sabroso y que mi boca a puesto en la tuya». Jazmín bizqueó ante semejante discurso y la insólita petición. Nunca esperó que la niña pudiera decir las palabras que había escuchado. Por eso su corazón se contrajo con una excitación que no era la del sexo, sino la del afecto. Y le dijo que sí, que no se lavaría la boca, que la recordaría con mucho afecto y mucho deseo, que haría todo lo posible por venir a comer… «y tal vez te coma a ti… en lugar de la comida», se carcajeó, se levantó y abrazó y beso a la muchacha que, feliz, respondió a las caricias; salió en cuanto la patrona se lo indicó.
Tencha, en efecto, estaba pendiente del tiempo. La vio entrar, y le preguntó sarcástica y celosa… sin tener claridad del por qué de los celos:
– ¿Y ora, otra plática del pueblo?
– Para nada, lo que pasa es que la señora me pidió que le preparara el baño y pos… me tardé. – Estaba caliente, excitada, deseosa de besos. Se apretó una chichi, la otra la vio sorprendida. Caminó contoneándose para ir a abrazarla. La Tencha casi desfallece de placer. Luego la besó a boca abierta, casi brutalmente. Tencha se excitó tanto, que en ese mismo momento quiso tumbarla y cogérsela. Pero Lucia, astuta e inteligente, sin rechazarla, le metió la mano bajo el uniforme para tocar su pucha. La sirviente mayor tenía puestos los calzones. Lucia sonrió pícara y le dijo:
– Carajo, corazón, ¿todavía usas esas pendejadas de calzones?. Mira, si quieres que nos… pos eso que dijiste ayer, tienes que dejar de traer calzones… y chichero, para qué chingados los quieres. Lo que yo quiero es agarrarte cuando se me dé la gana, y a cada rato… ¡quítate esas pendejadas!
Tencha, al borde del pasmo por el asombro que le produjo escuchar semejantes cosas de la boca de la niña que ella creía iba a tener que forzar para que admitiera las mamadas y las cogidas, sin decir nada, apretando los dientes de excitación, se levantó la falda, cosa que Lucia aprovecho para besar y lamer las nalgas prietas y excitantes, portentosas además. Tencha se retorció de placer. Enseguida, abriendo el escoté, se retiró con cierta dificultad el sostén con lo que las preciosa chichis morenazas y de pezones tremendos y enhiestos, quedaran expuestas a la mirada lujuriosa de la muchachita que apenas se había iniciado en las lides del amor. Las levantó con ambas manos como ofreciéndolas, aunque no había necesidad, tanto porque las tremendas tetas estaban bien paradas, como porque la boca de la otra ya venía en camino para mamarlas por largos minutos. Pero rechazó las intenciones de la morena para que allí mismo y en ese mismo momento, se encueraran para tener el «contento completo», dijo la sirviente mayor. Lucía insistió, casi exigió que se pusieran a trabajar «que al cabo la noche es larga, no seas desesperada. Además, bien podemos, en ratos, darnos nuestros agarrones, como que así calentamos mejor los tacos, ¿no?. La presunta seductora se había convertido en una obediente oveja, totalmente sometida a los dictados de la que ya era su pastora; por eso, un tanto a regañadientes, se puso a trabajar.
Jazmín dedicó el mismo tiempo que la víspera para su arreglo. También seleccionó la blusa más transparente que encontró y se la puso relamiéndose los labios de excitación. A pesar de tener enormes deseos de estrenar las pantaletitas recién compradas, se puso sólo la falda que dejaba traslucir mucho de su preciosa anatomía, particularmente su vellón castaño que lo semi oculto realzaba y hacía más provocador, más excitante, más para el regodeo y placer de cualquier mirón. Cuando el automóvil se puso en marcha, Jazmí
;n tenía toda la intención de llegar a temprana hora a su trabajo, pero en el primer alto evocó, con excitación creciente, las primeras caricias y los primeros besos con la jovencita maravillosa. Ese recuerdo lo llevó a otro: a Fabiola que se había insinuado, pero recordó con mayor urgencia a la vendedora de la tienda departamental que besó la palma de su mano produciéndole un indescriptible placer por la caricia inédita para ella. Sus pezones se alebrestaron exigiendo caricias y pasión de boca. Su vagina se contrajo y, por primera vez en su vida, las nalgas se le contrajeron como expresión de excitación sexual, a más que sus jugos comenzaron a fluir alegres y excitantes. No lo pensó más, enfiló hacia la tienda con la angustia – sí, verdaderamente angustiada – por la posibilidad de no encontrar a la guapa – que más intuía que fuera guapa – que recordar el físico del muchacha y, con exactitud, los rasgos faciales y las características corporales.
Llegó a la tienda, caminó apresurada hasta llegar al departamento de corsetería, sonrojada y con la respiración agitada más por la emoción que por el esfuerzo físico. Su espíritu se tranquilizó al verla a lo lejos, pero su vagina se contrajo con desesperación, casi se ve obligada a meterse un dedo sin importarle que estuviera a la vista de cualquiera. Redujo el ritmo de sus pasos y empezó a contonear las nalgas de una forma exquisita y excitante. La muchacha la vio, Su sonrisa fue una manifestación deslumbrante de la alegría por ver a la señora hermosa y también tuvo un mucho de coquetería porque estaba segura que la veía y que iba precisamente a buscarla; además, sus pezones se irguieron aceleradamente y sus mejillas se pintaron de rojo. Sin esperar a nada, se fue al encuentro de la magnífica hembra. Jazmín, por su parte, cuando vio la reacción de la muchacha, sintió que su pucha le punzaba y que ansiaba besar aquello labios carnosos, lúbricos. Avanzó con el paso ya puesto en ejecución; sus nalgas eran todo un espectáculo, exhibición que nunca imaginó que podría realizar. Cuando se encontraron, la joven la abrazó con afecto y calidez. Jazmín sintió los pezones de la otra clavados en sus pechos, y las manos en su nunca la hicieron estremecerse. La muchacha le besó la oreja y luego le murmuró: «espérame en al baño… los cubículos del vestidor son muy incómodos. Quiero agasajarte de lo lindo… verás que es mejor allá, porque ya probaste las estrecheces con la… chavita tan linda que trajiste, que quisiera que hubiera venido… para que entre las tres, ¡sería una maravilla!, la verdad». Jazmín se sacudía por la excitación cabalgante que la hacía casi bufar, escasamente alcanzaba a mantener la respiración para no desfallecer. Apenas si hacía unas cuantas horas que había decidido dar rienda suelta a sus apetencias, y ya estaba metida en ese algo, en esa práctica que, en tiempos remotos, hubiera criticado e incluso hubiera denunciado como absolutamente asquerosas. No se atrevió a devolver las caricias, ni siquiera pronunció palabra. En cuanto el abrazo cesó, caminó con lentitud; sus piernas las sentía de plomo y su vagina como venero. Tuvo que preguntar la ubicación de los sanitarios para poder localizarlos. Entró. Adentro, no supo que hacer. Caminó hasta el último rincón del local. Vio la serie de cubículos relucientes de limpios y no encontró diferencia con las dimensiones del vestidor. Se detuvo frente al espejo mural. Vio su rostro transpirando y cubierto por una capa de rubor que lo hacía precioso, resaltaba la belleza de su perfil. Pero apenas si echo un vistazo a esa efigie. Sus ojos se fueron a los pezones que prácticamente estaban desnudos, y también se fijo con una intensidad que correspondía a la intensidad de su excitación sexual. Se lamió los labios, y sus manos abarcaron ambos senos y los amasaron. Los pezones reclamaron una mayor atención misma que los dedos se apresuraron a cumplimentar: los apretaron, los pellizcaron. Las caricias parecían hechas a pezones desnudos, puesto que la tela era apenas un remedo de tela. Un instante después, escuchó que la puerta se abría. Volteó y era la chica que ya se levantaba la minúsculo faldita para mostrar en todo su magnificencia sus pelos color rojizo. La falda, de alguna manera, se quedó fija en la cintura de la preciosa chi
quilla y las manos, ya liberadas, fueron a desabotonar la blusa para dejar escapar a dos preciosas chichis que eran todo un portento de perfección: ni grandes ni chicas, de un tamaño que propiciaban la forma escultural de las mismas con unos pezones sonrosados y unas areolas de la misma coloración solo que más tenue. Hasta ese momento Jazmín se percató del color del pelo de la muchacha, de un color casi rojo, de los ojos de un color verde extraordinariamente bello, del color blanco nacarado de la piel, de los labios sonrosados sin nada de maquillaje, del cuello grácil, pero su vista no podía apartarse de las chichis. Su lengua se relamía, su corazón era un torbellino, y su pucha manaba líquidos como atarjea abierta. La chica se acercó simbrándoce, con las manos acariciando sus pelos, con los ojos relampagueando, con el sudor escurriendo por sus mejillas de pura excitación. No aceptó el abrazo que la otra intentó darle, pero empezó a jalar la blusa para sacarla por arriba. Jazmín se alarmó, y dijo:
– ¡Puede entrar alguien!
– No te preocupes, puse un anunció de que el baño está fuera de servicio. Además, le eché llave a la puerta. Aquí, para nuestra desgracia, se acostumbran las chapas en los baños. Así que… bueno, para esto… mi amor, ¡nos favorece! Sube los brazos cariñito, quiero verte sin ropa aunque esta preciosidad de ropa deja ver todo… es una maravilla… pero más lo son… ¡tus hermosas chichis!
Jazmín jadeaba. La blusa fue retirada. La muchacha no paró allí. Le quitó la falda con un movimiento de experta. Jazmín ansiaba separarse para solazarce con la belleza de aquel cuerpo, y la chica lo entendió porque eso hizo y se puso a modelar después de retirarse totalmente la ropa. Luego, caminando vivamente, fue directa a besar a la otra que abrió la boca e introdujo profundamente su lengua hasta enlazarse con la invasora. Fue un beso tan pasional, que Jazmín estaba sorprendida del fuego que la muchacha ponía en todos sus actos pero principalmente en aquel beso. Las manos de Jazmín fueron a las nalgas prodigiosas de la vendedora, y sintió las de la otra en su pechos cuyos pezones agradecieron la caricia de los dedos y el amasijo de las manos completas. Se restregaban una contra otra los pelos de la pucha, respiraban agitadas, la chica acezaba, las manos apretaban, y los líquidos corrían por los muslos de las dos. La chica empezó a amar las chichis de Jazmín y esta tuvo así su primer orgasmo que la sacudió e hizo gritar. Alarmada, preguntó: «¿podemos… gri…tar?», la muchacha, echa una un furia mamando, asintió con la cabeza, sin dejar de mamar las gloriosas tetas de la señora. Con los gritos ya liberados, Jazmín apretó con fuerza las nalgas que tenía en su poder e intentó meter uno de sus dedos en el culo que se contraía veloz con el solo contacto del pulpejo. La febril muchacha, la tomó de la cintura y la hizo subir las nalgas al mármol del lavabo. Soltó como con pesar las chichis de autentica belleza, y se puso a contemplar la panocha hermosa y castaña. «Te gusta mi pucha», preguntó Jazmín arrebolada por la excitación y el sonrojo. » Es soberbia… como pocas», dijo la chica. Y tomó los muslos gruesos, mórbidos, tersos, alucinantes de la señora, y los empezó a separar con lo que la pucha se abrió dejando ver cómo escurrían los líquidos. Entonces, ávida, se arrodilló para poder mamar la hermosísima pucha que florecía de deseo de esa lengua, de esa caricia que la chica inició como todo una especialista en la mamada. Jazmín sintió que la otra se la cogía con la lengua con una sensación extraordinaria que hasta ese momento percibía en toda su magnitud y, evocando los pasados lances, estableció que Lucia, tal vez por la poca experiencia, nunca llegó a cogérsela tan francamente como esta niña que se veía era toda una cogedora de puchas. No tardo sino minutos para tener un orgasmo fenomenal, como pocos había sentido, apretó la caricia de la vendedora contra su concha como para no perder el estímulos, la caricia que la estaba haciendo gritar frenéticamente, como condenada. Y cuando dos dedos se metieron en su vagina, explotó de manera escandalosa. La muchacha parecía que sólo deseaba hacerla gozar pues sus manos estaban prendidas de las chichis y estrujaban los pezones como bien sabía qu
e la otra necesitaban para hacer más potente y prolongado el orgasmo tremendo que estaba teniendo. Irguió la cabeza a pesar de la resistencia de las manos de la gozosa, pero solo para colocar una chichi en la raja roja y escurriendo, y empezar a tallar el pezón y toda la hermosa masa carnosa de ese portento de seno. Jazmín, ya enajenada y totalmente prendida en el placer, se apoyó en las manos y obligó a la chica a retirarse, luego, con cierta brusquedad, la tiró al piso. La chamaca estaba sorprendida. Estaba acostumbrada a que las señoras que se había cogido allí mismo, nunca tomaban iniciativas, se dejaban hacer como si ella tuviera la obligación de satisfacerlas. Por eso su excitación se fue a las nubes y deseo ser ella, ahora, la pasiva. Jazmín se montó sobre la chichi que tan rico la estaba acariciando y meneó sus nalgas exquisitas para que su pucha sintiera a plenitud el pezón hermoso que se alojaba en la vagina. Bastaron unas cuantas embestidas para que el nuevo orgasmo la hiciera sollozar estruendosamente, casi convulsionó. La chica ya tenía una de sus manos, más bien sus dedos, profundamente encajados en su raja por demás líquida. Chapoteaban esos dedos, como si menearan agua estancada. Jazmín, cuando apenas el orgasmo estaba disminuyendo, se volteó para ir a mamar la pucha que desde que entró en la tienda deseaba ardientemente mamar. Pero, con las experiencias ya tenidas, puso su pucha precisamente en la boca de la otra y así formó el insustituible 69, posición de los sibaritas de la mamada. Fue una serie de orgasmos fabulosos, como los que los relatos pornográficos relatan, y todavía más. La chica fue la que se rajó. No podía dar un lengüetazo más, y su pucha era una antorcha encendida que se negaba a bajar la flama del orgasmo: estaba a punto del derrumbe total. «¡Yaaaaaaa, yaaaaaa, Yaaaaaaa,!, gritó desesperada. Jazmín andaba por la constelación de Andrómeda, volando casi sin retorno por el orgasmo que como cohete sideral la había llevado hasta esa lejanísima constelación. No escuchaba, no sentía otra cosa que los espasmo del clímax de colección que estaba disfrutando con toda la fuerza de su energía sexual. Hasta que la chamaca tiró de los pelos de la concha extraordinaria, Jazmín regresó al mundo de los mortales. «¡Ya, mi vida, ya… ya no puedo más!, ¡ten piedad de esta pobre que se está muriendo… ¡ricamente!, ¡Ah!…. así quisiera morir… cuando me llegue la hora y el… chamuco me quiera coger muerta para continuar cogiendo y gozando más allá de la muerte, pero ya, mi amor, ya… todavía quiero cogerme más puchas… en ésta vida». Jazmín aún tenía cuerda para más, pero estableció que ya tenían bastante tiempo encerradas y que, permanecer más, era propiciar que Satanás, en efecto, llegara y se armara todo un escándalo. Aún así, obligó a la chamaca a que le diera otra mamada para llegar de regreso de Andrómeda. Cuando por fin aterrizó, se levantó, ayudo a la otra a hacer lo mismo, luego las dos se lamieron las mieles de rostros, mamas y muslos, de los múltiples orgasmos tenidos, se abrazaron con ternura y se pellizcaron los pezones para dar concluida la sesión. Se vistieron con desgano, pero con cierta premura, sin dejar de estarse acariciando sus respectivos encantos, y vaya que las dos eran un prodigio de belleza. Al salir, la chica le dijo que regresar pronto, que era deliciosa, que era la primera vez que tenía el disfrute delicioso que había tenido a pesar, dijo, de las muchas puchas que me he mamado en ese baño del señor diablo que tanto me ha servido para coger y ser cogida. Un tanto cuanto enajenada, Jazmín la beso en la boca para la despedida definitiva. La otra sonrió, aunque fue evidente su preocupación por la posibilidad de haber sido vista por alguien. Jazmín ya estaba en la salida, cuando pensó que ni siquiera sabía el nombre de la bella, de la estupenda, de la magnífica mamadora, de la que la había transportado al espacio infinito del placer. Por eso se regreso, aunque su verdadera intención era volver a ver la espectacular belleza que se acababa de coger, y vaya que se la había cogido. Cuando la otra la vio regresar, le hizo señas para señalarle a la supervisora que estaba allí precisamente por la prolongada ausencia de la muchachita. Así que Jazmín, prevenida, llegó hasta donde estaban las ot
ras, y dijo: «Señorita, ¿me puede decir su nombre?, es que quiero dejar asentado la magnífica atención que he recibido de usted… digo, para que sus superiores lo tengan e cuenta. Es más, pediré se le dé un estímulo económico por su espléndido comportamiento». La supervisora, peló los ojos, La otra sonrió complacida, en extremo agradecida… y ardorosa, y dijo: «Le agradezco, señora, mi nombre es, aunque le va a costar creer, Angelical Criatura, desde luego, no me equivoco, en Angelical, y no Angélica. Lo de Criatura es toda un invención de mis santo padre que me quería muchísimo. Mi apellido es Santa, para servir a usted». Jazmín, en efecto, no daba crédito al singular nombre de la preciosa, pero consideró que su padre era todo un dechado de precisión puesto que la bella era en realidad, angelical. Lo de Santa… era mejor haberla llamado Diablesa. Era toda una diabla para mamar, de eso no tenía ninguna duda la señora que, sonriendo, se fue contoneándose para disfrute de la muchachita que no cabía de gozo ante el azoro de la otra empleada que era toda una pendeja.
Un tanto fatigada, Jazmín llegó a la oficina. Sentía los muslos resbalosos, cosa que la excitaba aún después del tremendo goce tenido. La secretaria, turulata por el semi desnudo de su jefa, le dijo que Fabiola la esperaba. Jazmín por poco y se niega a entrar. No tenía ánimo para otro encuentro de bocas y puchas. Pero ya estaba allí. Con cierta aprensión, entró a la oficina. Fabiola estaba sentada en el cómodo sillón de piel. En cuanto la escuchó que entraba, se puso de pie más que nada para presumir su atuendo transparente. La mujer era bella, hermosa, con tetas singulares y pezones prietos claramente visibles bajo la seda de la blusa. Los pelos púbicos negros como ala de cuervo, eran toda una promesa, así lo sintió Jazmín cuando examinó a su amiga. No pudo contenerse, y una carcajada salió de su boca, al tiempo que señalaba con el índice la pucha de Fabiola. Ésta, orgullosa, jaló la falda para que los pelos fueran más visibles. Luego fue a abrazar a Jazmín que permanecía embobada contemplando lo que en otro momento la hubiera extasiado y precipitado a jalar y morder, y lamer, y mamar los pelos hermosos y también las carnosidades que se escondían tras tan espléndidos vellos. Fabiola no se contentó con abrazarla, también la besó en la boca, a boca abierta, con precioso y excitante cinismo. Al hacerlo, percibió los olores de la boca, el rostro y de todo el cuerpo de su amiga. Frunció la nariz, peló los ojos, retiró su rostro y se carcajeó. «¡Carajo! Amiga, ¿pues de dónde vienes?, yo diría que vienes de… ¡cogerrrr….!, y no me digas que no. Tu boca sabe a… sexo… casi estoy segura que el sexo… que impregnó tu boca es… ¡femenino!, ¿me equivocó?, ¡no te atrevas a negarlo…!…. ¡Me encantas! ¡Chingados y más chingados!… y yo que venía con la idea… de, bueno, a cómo están las cosas, te lo puedo decir con toda confianza y cinismo… ¡venía a seducirte!… ¡a cogerte!, ¡mi amor!. Pero, cuenta, cuenta… no me dejes en el limbo… que yo quisiera estar en el cielo de tus… mejor, de tu pucha, al fin que ya entramos en confianza, ¿no?. Jazmín estaba anonadada, asombrada de la percepción de su bella amiga, y también un tanto cohibida porque el olfato de la guapa y atractiva rubia – era rubia pintada, color que contrastaba con el autentico de los pelos de la pucha, contraste, decía Fabiola, que vuelve locos a los pendejos hombres que no saben nada de nada – la había descubierto. Pero también estaba dispuesta a no admitir las fundadas presunciones de su amiga. La deseaba, pero definitivamente sería en los tiempos, circunstancias y lugar donde ella misma decidiera y no la otra. Por esta decisión, y apoyándose en las cínicas palabras de la rubia descomunal, dijo:
– Oye, oye, ¿qué te pasa?, ¿que pinche mosca te picó?, estás verdaderamente loca. ¿Por qué todas esas ondas?… ¿te gustan las viejas?, carajo, es bueno saberlo… ¡para cuidarme!.
Fabiola enrojeció hasta la medula de los huesos. Todo esperaba, menos la reacción enojada de Jazmín. Se le frunció el culo y su vagina que estaba escurriendo, se secó como por encanto. Unos segundos antes estaba totalme
nte segura que su amiga llegaba de haber tenido sexo y muy probablemente con un mujer, pero después de las palabras airadas de la «sospechosa», se sintió como cucaracha apachurrada. Su sensación del momento era, más que todo, por haberse ella mismo descubierto en su tendencia sexual, tendencia que hasta ese momento se había cuidado muchísimo de mantener en el closet.
Jazmín casi se arrepiente de haber sido tan ruda, pero se dijo que era correcto; el que su amiga se hubiera expresado con tanto cinismo, sin tener en cuenta a la otra, sin saber callar lo que sólo a Jazmín pertenecía, el meterse irrespetuosamente en la intimidad de alguien que además se suponía su amiga, era imperdonable, independientemente de que algún día, con un acercamiento afectuoso y delicado, pudiera darse el caso de llegar a las mamadas con la rubia – en verdad morena y de un pelo de hermoso color negro – en realidad deseaba.
Entonces Fabiola dijo:
– ¡Te ruego me perdones!, en realidad… como tú dices, ¡estoy loca!, ¿puedes olvidar mis majaderas palabras?
– Somos amigas desde la prepa, ya sabes lo mucho que te… estimo – iba a decir «que te quiero», pero prefirió la palabra menos connotativa – y que me dolería que se rompiera nuestra hermosa amistad. No quisiera que continuáramos en lo mismo, y… desde luego, ¡aquí no ha pasado nada!; no se han pronunciado palabras que… ya no recuerdo. ¿Qué andas haciendo?… ¡Caramba amiga, hasta que te dignaste visitarme en mi oficina!
Fabiola amó descomunalmente a su amiga por la forma tan maravillosa que dio salida el equívoco, además del sentimiento erótico que se exacerbó, pero ahora con los pies en la tierra. ¡Estaba segura que Jazmín había llegado de algún encuentro sexual… con alguien que, seguramente, era otra mujer; su olfato bien entrenado en esas lides le decía que los olores que impregnaban todo el continente y contenido de su amiga… ¡eran femeninos! Sonrió ya tranquila, pero su vagina no lo estaba, y dijo:
– Tenía ganas de verte. Desde el día de nuestra reunión para jugar cartas, me quedé impresionada por tu extraordinario vestido… que veo conservas esa forma de vestir. Entonces, pensé: mi amiga me tiene que decir cómo fue que se decidió a vestir tan audazmente.
– ¿Te gustó, verdad? Pues… !decidirse!, eso es lo único que hay que hacer. Ese día que me viste, me puse la blusa sin el brasier y… me gustó. Pero me la quité con la idea de ponerme la horrorosa apretadera del sostén… además, me dije, mis senos no necesitan ser sostenidos, por eso me volví a poner la blusa sin nada debajo. Ya desayunando me dije que hasta ese momento había estado pero si bien pendeja con estar haciendo caso a toda la bola de pendejadas que lo único que han hecho y hacen es asesinar despiadadamente todos nuestros instintos y lo peor, matan nuestra libertad de hacer lo se nos dé la chingada gana. Así que, desde ese día… ¡estoy mandando a chingar a su madre todo lo que me sea incómodo, todo lo que me haga sentir atada a no sé que pendejadas. Así que… estoy en el camino de romper con todo lo que no me sea agradable para asumirlo, hacerlo y, claro, disfrutarlo. ¡No pienso privarme de ningún placer!
La última frase la dijo con toda la intención de que su amiga comprendiera su error de abordaje, pero que estaba dispuesta y deseosa de llegar al placer con ella… si era cuidadosa de no ofender la intimidad y la individualidad de cualquiera, de ella misma en primer término.
– Carajo, amiga, que re bonito hablas. Me sorprendes agradablemente… ¡una vez más!
Y subió el vuelo de la faldita para mostrar sus vellos púbicos verdaderamente deseables y esplendorosos.
No bien habían entrado a la habitación de la servidumbre, cuando Tencha se empezó a encuerar. Lo hizo sin gracia y con el enorme deseo casi torturándola. Lucía, al verla tan desesperada, tuvo compasión y le dijo:
– Despacito, despacito, que no llevamos prisa. A ver… venga pa cá.
Y la jaló ya desnuda. La abrazó con ternura, le acarició la espalda y luego las nalgas, pero con suavidad, haciéndola sentir las yemas de sus dedos. Como que la experiencia tenida le daba una cierta intuición para acariciar. Luego metió uno de los dedos entre las nalgas y buscó, para su propia sorpresa, el culito de la mujer. Lo encontró y Tencha hasta
se retorcía de placer, y decía a cada piquete del dedo, «así mi niña, así, mételo si es que puedes». Y Lucía hizo intentos, pero su dedo tenía, en esa posición, poco alcance. Por eso, siguió acariciando las nalgas y con la otra mano volteó el rostro de la mujer y la besó, repitiendo la intensidad de los besos dados y recibidos con la patrona. Tencha estaba fuera de sí. Además de sorprendida. Pensó que la muchacha ya tenía experiencia, y acertaba, pero cuando le preguntó, Lucía lo negó rotundamente:
– Lo que pasa es que… pos como tú dijiste, pa qué queremos a los viejos, y como yo sé que los viejos besan a las viejas, pos…. por eso yo te beso – Y luego empezó a mamarle las chichis sin dejar de acariciarle las nalgas y ya con el enorme deseo de meterle los dedos en el culo. Y Tencha movió sus manos para acariciarla en la pucha, metió los dedos y recordó dónde había que presionar y acariciar. Entonces le quitó casi a la fuerza el vestido. La cargó para depositarla con suavidad en la cama. Sin esperar más, metió su cabeza entre los muslos de Lucía y empezó a mamarle la pucha. Lucía se sorprendió, pero de inmediato sintió el placer, mucho muy superior al que le produjeron durante la mañana, los dedos de la patrona y los suyos propios. No tardó en gritar el orgasmo. Lo hizo sin miedo, sin tener ya ninguna prevención. Tencha, complacida, fue a besarla. Entonces Lucía supo a lo que sabía su puchita a esa hora de la tarde y después de andar escurriendo durante todo el día pues las dos, en cuanto tenían oportunidad, se tocaban las chichis, o las nalgas, e incluso llegaron a meterse los dedos en las puchas respectivas. Y quiso a su vez saber el sabor de la pucha de la matrona. Y se dio la vuelta para quedar entre los muslos de la mayor. Tencha, complacida, siguió mamando, e intensificó sus propias lamidas. Lucía sintió renacer el deseo de meter los dedos en la pucha de la matrona, lo hizo con mucho placer, pero ella lo que realmente quería experimentar era meter los dedos en el culo de la morena esplendorosa. Y buscó el culo. Y lo encontró. Tencha, primero, tal vez sorprendida, puso algo de resistencia, pero después aflojó el culo y los dedos de la muchacha pudieron entrar, primero uno, luego dos y al terminar era casi tres dedos los que estaban metidos casi hasta los nudillos. Y Tencha recordó a la hermana que le había enseñado el placer con las mujeres, particularmente el pepino de la hermana, y tal vez estimulada por los dedos, pensó que esa era la oportunidad de igualar a la hermana mayor. Así que, después de un monumental orgasmo tenido por la mamada, agrandado por las metidas de los dedos, le pidió una tregua a Lucía, «orita vengo, quiero que me hagas… bueno, luego te digo. Espérame». Y así encuerada como estaba, segura de que la patrona ya estaba dormida, fue a la cocina; del refrigerador sacó una zanahoria de regular grosor y un pepino, éste sí bien grueso, también una barra grande de mantequilla. Luego, de una armario, sacó una vela que casi parecía sirio. Con todo eso, regresó.
– Quiero que me… metas esto por… el culo. Si quieres, pos primero por la pucha, al fin que esa ya sabe de palos gruesos.
Lucía se carcajeó, pero, excitada, tomó la mantequilla y se dedicó a embarrar a la matrona por todo el cuerpo, particularmente en las chichis, los pezones y después en el culo. La pucha no ocupó, esta estilando jugos propios y la saliva de Lucía. Y la volteó. Tencha, caliente como plancha, se puso en cuatro patas. Ella misma se abrió las nalgas. Y Lucía se extasió viendo toda la raja, adelante llena de pelos y labios llenos de jugo. Y pensó en que quería ver a su patrona exactamente así, tal vez para también meterle los dedos y, si estaba dispuesta, hasta el pepino. Y metió un dedo, luego dos, el tercero entró con cierta facilidad, luego los remolineó hasta sentir que el culo se aflojaba. Tencha gritaba de placer. Metió la zanahoria hasta que casi se fue toda. Y entonces Tencha le dijo que quería mamar al mismo tiempo que sentía que se le ensanchaba el culo. Y se puso bajo las nalgas y la pucha de Lucía y mamó y mamó, al tiempo que Lucía, con cierta dificultad lograba meter el pepino, primero un poco y después todo entero. E inició un mete y saca que volvió loca a Tencha y gritaba
y gritaba. Lucía comprendió que el placer de la mujer era intenso y quiso comprobarlo. Entonces le dijo que quería cambiar de posición y actividad. Se colocó como se había puesto Tencha y se abrió las nalgas. Tencha le dijo que solo le metería la zanahoria, luego de mamarle mucho el culo, con enorme placer de Lucía que así encontraba otro placer a los ya sentidos, y luego sintió como el dedo empezaba a meterse y también el dolor mezclado con el placer, luego aflojó el culo y el placer aumentó. Y quiso llegar hasta el pepino, pero Tencha se metió entre los muslos de la joven y empezó a mamarla haciendo al mismo tiempo intentos de meter un segundo dedo. Y, con un enorme gozo de Lucía, el segundo dedo entró cuan largo era. Al mismo tiempo la lengua de la morenaza casi la taladraba y luego se presentó un orgasmo tan intenso que la hizo caer a la cama casi desmayada. Era el orgasmo más intenso que había tenido durante el día, y vaya que ya eran demasiados orgasmos, y más que voy a tener, pensaba cuando recordaba el compromiso con la patrona. Jadeando, le pidió a Tencha con voz entrecortada, que la dejara, que ya no podía más. Cuando Lucía dio muestras de recuperación, Tencha la besó con pasión desmedida abrazándola con fuerza. «Gracias, gracias, pequeña, muchas gracias por darme tanto gusto. Quiero que me des un gusto más… me da pena, pero ya entradas,,, quiero que me mies, digo que me eches tus miados en el cuerpo, en la cara, en donde se te antoje. Solo así me aplaco, yo me conozco», le decía enternecida. Lucía, con una nueva y más intensa sorpresa, la vio, y por primera vez desde esa mañana se vio las chichis y las consideró muy hermosas. Luego sus pelos y se admiró de lo lindos que eran, luego vio las chichis de Tencha que solo había mamado y también las encontró hermosas pero no tanto como las de la patrona y mucho menos que las propias. Y sintió deseos de orinar, pero de orinar sobre el cuerpo maduro pero esbelto, firme, bello. Y, se paró sobre aquel cuerpo y aquel rostro anhelante y, carcajeándose de placer, soltó el chorro de orina y lo dirigió con puntería por todo el cuerpo, deteniéndose en la cara y particularmente en la boca que se abrió para recibir los chorros que ya Lucía regulaba para que no se terminara el líquido. Y, su mayor placer fue juntar su pucha a la otra y terminar de orinar sobre ésta. Luego avanzó las nalgas para que la boca llena de orina, la lamiera. Tencha lo hizo con la mejor de sus mamadas hasta que un nuevo orgasmo derrumbó a la jovencita. Casi media hora después, Lucía recobró la movilidad. Estaba exhausta, pero no quería dejar sin complacer a la patrona. Por eso dijo a Tencha.
– Bueno… cumplí, ¿no?
– Carajo, corazón, me hiciste ver estrellitas. Claro que cumpliste… como las buenas. ¿No te arrepientes?
– Pos cómo crees, si estuvo bien padre. Y tienes razón, pa qué queremos a los pinches viejos. Y bueno, me voy a caminar, porque sino, no me aguantas de tan mala que me pongo. Antes, me doy un bañito, ¿no crees que me refresque?
Tencha la besó con ternura cuando ella abría la puerta para salir.
Se estremecía al ir caminando. Su imaginación la llevaba a ver a la señora esperándola desnuda, masturbándose, agitada y muy excitada, recordando las cogidas que se habían dado. Al mismo tiempo se sentía extenuada, sus piernas parecían de trapo. «Y cómo no, con tantas cogidas…», y se sonreía llena de picardía y placer. Subía la escalera cuando se quitó la poca ropa que vestía, y se sintió fuertemente excitada por caminar así por la casa aunque fuera en la semipenumbra y la soledad de escaleras y pasillos. Se jalaba los pezones para disfrutar anticipadamente lo que ya sabía que le esperaba en la recámara de la señora, de su amorcito tan cariñoso. A pesar de la humedad que ya rebasaba los pelos de su raja, le ardía la vagina al caminar. Entonces pensó: «por qué chingados tengo que coger primero con una y luego con la otra… si puedo juntarlas… ¿será?», la última expresión la desconcertó. La primera parte de su razonamiento le resultó acertado y posible, pero también vio la enorme dificultad de siquiera plantear tamaño deseo. Y sin embargo, su boca esbozó una sonrisa indicativa de que la idea era un est&ia
cute;mulo más para su ya enorme lujuria. Lo que no sabía, cuando estaba dando vuelta a la perilla para abrir la puerta de la recámara del placer, era a quién proponer, o sugerir primero, la descabellada idea, pensó. Jazmín estaba, tal como la había imaginado: sentada en una silla, con dos enormes lámparas iluminándola, con las piernas bien abiertas, los ojos entornados, los labios entreabiertos, la lengua entrando y saliendo de la boca y sus dedos metidos profundamente en su concha sobando y sobando, con las dos manos al unísono. Lucía se quedó en el umbral anonadada de placer. La visión excitante, la hizo estremecerse, y su manos fueron a la pucha para imitar a su patrona, a su amorcito tan querido. El ruido de la puerta hizo que Jazmín abriera los ojos, para luego sonreír alegre, estimulada más por la presencia desnuda de la jovencita, y todavía más porque vio el gesto de Lucia al empezar a masturbarse. Eso bastó para que el enésimo orgasmo se le presentara y casi caer de la silla. Se iba a levantar para recibir con besos y caricias a su hermosa compañera de placer, cuando ésta dijo: «no, no te muevas, déjame verte así como estás… tan linda, tan preciosa, tan… ¡caliente!». Jazmín hizo un mohín y sonrió complacida. La pose y la expresión de la beldad desnuda y sentada mostrando toda su pelambre y la pucha entreabierta, era digna de ser inmortalizada en lienzo de algún famoso artista. Lucía, sin dejar de mover sus dedos dentro de su concha, caminó despacio, lamiéndose los labios y, con una de sus manos, apretando los pechos esplendorosos. Cuando estuvo al alcance de su amada, se puso en cuclillas para que Jazmín pudiera mamar sus chichis, las que ofreció, y con su mano seguía moviendo sus dedos dentro de la concha a la bella que hacía resplandecer el espacio, misma que, glotonamente tomó el seno que se le ofrecía y lo lamió a ojos cerrados y con fruición. Lucía embarró el rostro de su querida con la mano que salió apresurada de la grieta inundada. La sirvientita se retorcía de placer al sentir la suave y amorosa mamada que su patrona le daba. Luego, se sentó en el piso y acercó la boca a la pucha de Jazmín y empezó a mamarla a boca llena y lengua exploradora. Jazmín prolongó el orgasmo que estaba teniendo desde la llegada de la jovencita, y Lucía se corrió como atleta en maratón. Cuando los efluvios del placer casi habían cesado, Jazmín dijo: «ahora siéntate tú». Lucía, un poco a regañadientes porque quería continuar comiendo la pucha amada, se levantó y sustituyó a su lindísima señora en la silla. Y ésta se fue a la puerta y, al voltear no pudo contener un grito de arrobo por la fulgurante visión que pudo contemplar. Si antes dijimos que el cuadro que se pudiera pintar de Jazmín sentada sobre el borde de la silla y con toda la pucha expuesta a la mirada era digna de un gran pintor, la escultura que era Lucía en ese momento era digna de ser por siempre inmortalizada en el mejor de los museos para anonadamiento de las generaciones futuras. Y Jazmín repitió los gestos y movimientos de su joven seductora; metió sus dedos en la raja y talló con suavidad su clítoris hambriento, apretó su bello seno con una mano y fue a ofrecerlo a la boca de la niña sentada en la silla. Echó la cabeza hacia atrás para sentir todo el placer que la mamada de chichi le daba. Después se sentó para ir a mamar la grieta hermosa que se le ofrecía. Y mamó y mamó sin importarle que Lucía estaba por desfallecer regodeándose en el enorme placer que la lengua amada le daba. No se pudo sostener y en la silla y cayó al piso, sin que la boca la dejara en paz. «Dame tu pucha, corazón dámela, te lo ruego», pudo articular tartamudeando. Y Jazmín, cual acróbata, dio una especie de maroma para ir a poner la entrada de su caverna a disposición de la boca anhelante que la demandaba. Mientras Lucia mamaba a su amada, amasaba las nalgas portentosas de la patrona, y pensaba, con aumento en su lujuria ya de por sí desenfrenada, en las nalgas de Tencha. Esas nalgas que tanto la habían calentado, quizás no tan bellas como las que tenía en sus manos, pero sí mas exuberantes y mórbidas. No se pudo contener y empezó a nalguear las que tenía allí, con nalgadas rítmicas y frecuentes que aumentaban de intensidad a cada nueva palm
eada que asestaba. Jazmín se sorprendió al primer golpe, pero en los subsecuentes gritaba de placer sin dejar de mover las nalgas, movimiento que hacía que su pucha se restregara sobre la boca que la mamaba. Varias nalgadas después, gritó como mártir en el martirio divino. Nunca había sentido un orgasmo de esa magnitud, ni siquiera en los momentos de mayor euforia en la cogida. Acezaba sin ritmo ni concierto, sin casi poder respirar y los gritos continuaban saliendo de su garganta como los jugos de su rendija y la orina de la vejiga, orina y jugos que materialmente bañaban el rostro de la bella que continuaba mamando sin tregua y sin misericordia. Cuando Lucía estalló en gritos, las nalgadas se suspendieron, las bocas dejaron de mamar y los cuerpos desfallecidos cayeron cada uno por su lado. Tardaron en recomponerse, solo para que los cuerpo volvieran al 69 de órdago y las boca a las puchas respectivas. En verdad que eran insaciables. Pero Jazmín, como buena imitadora de su amor – por esa noche, desde luego – hizo que los cuerpo rodaran para ser ahora ella la que pudiera nalguear a su mamadora. Y lo hizo casi como si fuera venganza, las nalgadas eran potentes, tanto o más que las recibidas. Las nalgadas resonaron en el recinto que ya estaba saturado de los gemidos, de las casi lamentaciones de placer, claro. Lucía desde la primera palmada sintió enorme deleite, y tanto que, entre suspiros y sollozos, dijo. «así mi amor, así, dame fuerte…, fuerte…, fuerte…», y se deshacía en gritos sin separar la boca de la grieta que mamaba, se estaba muriendo por los estremecimientos de gozo que las nalgadas y la lengua en su clítoris le producían. Quería ser recíproca, pero la posición de las nalgas de su amada – en el piso, claro – se lo impedía. Pero entonces, metió un dedo sin miramientos en el culo de la señora como para producirle dolor, dolor que en efecto sintió la bella mamadora y nalgueadora, pero que le supo a gloria y exclamó: «mete toda la mano, corazón, destrózame», pero Lucía clavó su cabeza en la pucha amada y mamada, y su mano libre ordenó a sus dedos que invadieran la caverna del placer. Primero fue un dedo, luego, dos y después tres. Pero al culo sólo pudo meter un segundo no si esfuerzos y gran disfrute. El orgasmo que llegó, fue el acabose. Las dos convulsionaron presas de contracciones espasmódicas que el enorme orgasmo les producía. Todo movimiento amatorio, y mamatorio, fue suspendido. Los ayes de placer, los gemidos de gozo, los sollozos amorosos, sustituyeron todo movimiento. Jazmín fue la primera en dejar de suspirar y de emitir los lastimosos ayes, lastimosos porque se había suspendido la mamada benefactora. Buscó a su amada que aún se debatía en las contracciones espasmódicas y continuaba gritando el placer. Juntó su cuerpo. Besó la boca abierta y seca. Lamió los labios resecos. Luego paseó su lengua por el rostro amado para succionar el sudor que lo cubría. Enseguida pegó su boca al oído de la gimiente, y le murmuró: «goza, mi amor, goza… sigue en el cielo del goce. ¡Te amo, te amo!» y se contorcionó en el retorno de las contracciones vaginales y el nuevo estallido orgásmico. Por largos minutos los dos cuerpos yacieron en el piso, por primera vez separados. Se puede decir que murieron de placer. Cuando pudieron moverse, fue solo para ir a la cama para cubrirse con las sábanas y dormir una en los brazos de la otra.
Cuando despertaron, ya había luz del sol en la habitación. Lucia besó tiernamente a su amada señora casi sin intenciones eróticas, Jazmín, sonriendo feliz, retornó el beso. «Ya es de mañana corazón» dijo Lucia al repetir el beso. «Y eso, qué importa», contestó Jazmín. En ese momento Lucía pensó en plantear la posibilidad de la participación de Tencha, pero en el ultimo segundo se arrepintió: no se atrevió, pensó que era casi como denunciar su infidelidad; se ruborizó. Jazmín se desperezó y dijo: «»Quédate aquí conmigo… hasta que sea hora de comer». Pero Lucía, luciendo su mejor sonrisa y estado de ánimo, tocó con suavidad unos de los regios pezones de la bella y amada patrona, y dijo: «Qué más quisiera, pero a la Tencha la tenemos que…, bueno, como tú dijiste, que no sepa de nuestras cosas, ¿no?». Jazmín, con un mohín de insatisfacción, no tuvo más remedio que admitir que
la jovencita tenía razón. Antes que se fuera Lucía, Jazmín le dijo que bajaría a desayunara pues, «tengo que ir temprano al trabajo y si vienes a traerme el desayuno no es seguro que llegue puntual». Su risa fue fiel reflejo de la enorme felicidad que la envolvía.
Cuando entró a la habitación, Tencha estaba parada en el centro del cuarto con cara de pocas amigas. Lucía no se detuvo y fue a besarla con cierta dureza. Tencha respondió al beso excitadísima, con el alma en vilo pues era tarde y sabía que no podía gozar a la joven doncella en todos sentidos «doncella». Pero Lucía continuó besándola. Lamió su rostro y después las grandes chichis que sacó por el escote del uniforme. Su mano derecha fue a la pucha por debajo de la falda pero se encontró con el estorbo de la ropa, pero no se inmutó ni detuvo, con los dedos metidos en las orillas de la prenda jaló hasta que los calzones quedaron rotos y los dedos pudieron hundirse entre la pelambre hasta alcanzar el clítoris que estaba tan erguido como soldado de plomo. Los dedos cobraron velocidad y la boca sobre las chichis mordió y mordió hasta que la otra boca prorrumpió en gritos estentóreos del tremendo orgasmo. Fue tan potente el goce de la sirvienta mayor, que casi cae al piso; Lucía la detuvo por la cintura sin abandonar la chichi que lamía. Tencha quiso ser recíproca, pero Lucía le dijo: «después, después, al fin que hay más tiempo que vida… ya te gocé un chingo metiéndote los dedos y mamando tus ricas chichitas… luego me pagas… ¿no?. Tenemos que preparar el desayuno, recuerda». Y Tencha aceptó no sin hacerla prometer que en cuanto hubiera una oportunidad le permitiera mamarle la concha. Luego, Lucía se metió al baño.
Al salir del baño, la sirvienta mayor ya no estaba en el cuarto. Cuando Lucía se ponía el uniforme sin ropa abajo, pensó en que la Tencha tenía que entrar a la moda, «es más, tengo que hacer que mi amorcito se dé cuenta de que anda encuerada y así… «, se carcajeó dispuesta a llevar a feliz término el proyecto de cogerse a las dos al mismo tiempo.
Al llegar Lucía a la cocina, la diligente sirvienta mayor trajinaba para tener todo listo para el desayuno de la patrona. La jovencita fue a abrazarla pasando sus brazos por la cintura desde atrás. Le amasó las chichis, pellizcó los pezones por encima de la ropa y le dijo: «Oye amor, quiero que me des un gusto, ¿sí?. ¿te pones esta blusa que te quiero regalar?» la volteó, le enseñó la blusa transparente y se reía alegremente. Tencha abrió la boca al ver la fina blusa que la otra le daba. Y dijo, «Claro, claro que sí cariño, me la pongo, pos que caray», pero cuando Lucía le dijo que se quitara el sostén, la otra volvió a abrir la boca de sorpresa y casi como una negativa. Pero las manos de la jovencita ya manipulaban los broches del sostén y se lo quitó, no sin tener que vencer la resistencia de la otra que, después de un forcejeo que más pareció un juego por las risas de las dos, acabó admitiendo que el sostén fuera metido a uno de los cajones de la cocina. Cuando la blusa estuvo en su lugar, Tencha caminó con los brazos levantados como para que sus tetas lucieran mejor y Lucía aplaudió; en realidad la visión merecía el aplauso. Las chichis magníficas, bien delineadas y aún bastante firmes, eran escandalosamente ostentosas y bellas bajo la tela transparente. Lucía se relamió los labios presintiendo que su proyecto se realizaría. Después subió el borde de la falda del uniforme de su compañera casi hasta que las nalgas se le pudieran ver, ahora con mayores protestas – aparentes – de la grande, que en realidad estaba muy contenta con las atenciones de la muchacha. Sin embargo fue a verse al espejo del comedor. Volvió con la falda en su lugar inicial y con las manos cubriendo sus pechos. «¿Cómo crees que me voy a presentar así frente a la señora, ni loca que estuviera». Pero Lucía, luego de reír un buen rato, le acarició el rostro, lamió su barbilla y tocó con delicadeza tierna los prietos pezones, para decirle: «La señora, por si no te has dado cuenta, se pone el vestido y nada más. Yo, como puedes ver – mostró su cuerpo desnudo bajo la blusa igual de transparente a la otra, y la falda más corta
aún – no me ando con chingaderas y sigo el ejemplo de mi patrona… además, te aseguro que ella… me dijo que así estaba muy bien, que me veía a toda madre con esta ropa que, por si no te acuerdas, ella misma me compró. Así que déjate de pendejadas y vamos acabando que la señora no tarda; anoche dijo que bajaría a desayunar». Y volvió a subir la falda hasta que, con cualquier leve movimiento, la Tencha enseñaba las nalgas.
Jazmín bajó a desayunar luego de arreglarse minuciosamente como ya estaba siendo costumbre y sólo para halagar a la muchachita que tanto placer le daba y que ya amaba sin lugar a dudas. Lucía mandó a Tencha al comedor para que recibiera la demanda de la patrona. Jazmín se sorprendió que no fuera su amada la que estuviera allí delante de ella. Ya había preparado el beso y la caricia en la pucha. Su sorpresa aumentó cuando se dio cuenta que Tencha mostraba los senos por debajo de la blusa y que con subir un poco, muy poquito, pensó, el borde de la falda, los pelos de la sirvienta mayor recibirían la caricia del aire… «y por qué no la caricia de mis dedos», pensó. Pero no hizo ni dijo nada. Sólo se lamió los labios excitada. Tencha sentía que le palpitaba el corazón como nunca, que sus pezones se tensaban al máximo, hasta dolerle y que su vagina se contraía y tanto que deseó, con mayor rubor de sus mejillas, que la lengua que entrevió fuera de la boca de su patrona, la penetrara hasta donde pudiera llegar. Dejó el plato delante de la señora, se dio la vuelta y echó a caminar sintiendo que sus nalgas de movían con un ritmo desacostumbrado, desconocido, pero fácilmente identificable como coqueteo de las nalgas exuberantes y como manifestación de la excitación que ya estaba presente con los jugos escurriendo por sus muslos. Jazmín, por su parte, no pudo reprimir la necesidad de verla atenta y excitada hasta que se metió a la cocina, y también el movimiento de sus dedos sobre los dos pezones acariciándolos con deleite a la vez que su vagina se contraía desesperada, deseosa, queriendo sentir una lengua, cuando menos unos dedos que le dieran consuelo.
Cuando Tencha regresó a la cocina, se echó en brazos de Lucía sin explicación y con su boca directamente sobre las chichis de la joven que, sorprendida, la abrazó como para tratar de tranquilizarla: era evidente la turbación febril de la mucama mayor. «¿Qué pasó?, ¿qué tienes?, le preguntó un tanto preocupada, pensando en un posible altercado con la patrona. «Nada, nada… es que, pos, la señora me vio bien raro… hasta se lamió los labios y yo… pos, pa qué negarlo, me calenté de verla… también encuerada. Me dieron ganas de… pero, ¡chingada madre, es la patrona! Lucía se reía a mandíbula batiente, complacida, además de caliente porque su plan estaba dando resultado. Resuelta a continuar, le dijo a la asustada y acalorada Tencha: «¿Te gustó, digo, la patrona… y también ir al comedor así como estás, como la patrona casi encuerada?» Tencha levantó la cabeza y la vio fijamente. Su cabeza era un torbellino y su vagina se contraía deseando caricias. Al regresar solo percibía vergüenza y turbación, pero no se había percatado de su excitación ni, mucho menos, que efectivamente, al ver a la patrona, se le antojó abrazarla, sentir sus pezones tan ricos como se veían bajo la tenue tela, amasar sus chichis con toda la mano y, también, y a pesar de no haberlos visto, lamer los pelos castaños y lindos que seguramente tendría la patrona entre los muslos. Esbozó una sonrisa y dijo: «No te enojas…, digo, porque es cierto: ¡la patrona me gustó!, digo, siempre la había visto así como quien dice, sin fijarme en ella, digo, como mujer y así… digo, como mujer la vi orita… y casi me cago de la pena… y más de lo caliente que me puse, la verdad. Pero… tú eres la que me gustas, mamacita, a ti es a la que quiero con las piernas abiertas y tu pucha en mi boca, ¡pos que carajos!», dijo y la besó apasionadamente. Lucía la besó con la misma o más pasión, le jaló los pelos de la pucha, metió un dedo para aumentar la fiebre de la mucama mayor, y dijo: «¿A poco no te gustaría mamársela? Y pos… si quieres…» Tencha peló los ojos por la insinuación, aunque la pregunta fue h
echa tan en ambiguo que solo la excitación de la sirvienta antigua le permitió percibirla. No contestó, solo se agarró con todas las manos sus dos fabulosas chichis, se mordió los labios y volvió a los brazos de la joven. Lucía no quiso presionarla, consideró que incluso era mejor que la mayor continuara pensando en la posibilidad para que lo cachondo de la idea la hiciera admitir, cuando menos, esa posibilidad. Luego tomó el guisado y, sin decir ya nada, salió de la cocina feliz por la marcha del plan. Coqueta y cimbrando las caderas, como para presumir los pelos hermosos que se veían bajo el vestido, se fue hasta donde estaba Jazmín aún pensando en la visión de la mucama mayor en cueros, «cueros bien apetitosos», pensaba cada vez más caliente. Así que cuando la boca de Lucía la besó, se sintió aliviada y, además, con el deseo ardiente de tener las caricias de la jovencita por todo su cuerpo pero especialmente en sus chichis que estaban reventando, temblando de antojo. Pero todo eso pensando en que la boca y las manos fueran las de la morena increíble que acababa de descubrir. Apasionada, cachonda hasta no más poder, preguntó a la joven que la veía fijamente y con una sonrisa de sorna en la boca: «Oye, ¿qué le pasa a la Tencha?», Lucía se apresuró a contestar, «Nada mi amor, nada», Jazmín la vio casi con reproche, y dijo: «Cómo que nada, ¿ya la viste como anda vestida, mejor sería decir… desvestida?… ¿No la has visto?», insistió. «Pues sí, sí la vi… ¿y eso, qué?. No hace más que lo que nosotras andamos haciendo, ¿no crees?. ¡padre que entró a la moda!, ¿no crees?», dijo Lucía riendo alegre, feliz por la reacción de la patrona que interpretó como una clara manifestación de la impresión que le dejó el cuerpo semidesnudo de la cocinera. Como para remachar, aún con algún riesgo, preguntó: ¿Te gustó?, digo, la Tencha así, como en cueros pelones», dijo y se carcajeó. Jazmín la vio con ojos casi consternados, porque sintió que había sido descubierta en sus más íntimos pensamientos, sin estar segura del significado de la aseveración de su amante, tampoco de las reales apetencias y pensamientos de la joven pilluela. Sonrió con picardía. Su último pensamiento fue regresarle la pelota a la bella muchachita para estar más segura del terreno en que pisaba. «A ti, ¿te gusta? Lucía tragó saliva, no estaba preparada para contestar a la pregunta porque el plan era que Jazmín fuera la primera en manifestarse. Pero sonrió y dijo:
– Me gustas tú… aunque la Tencha, para decir la verdad… tiene su cosas. ¿No te parece?, digo, no está tan mal… pero nosotras sí que estamos bien buenonas. – Y se carcajeó.
Jazmín, con una de sus manos bien plantada sobre uno de sus hermosos senos, la vio maravillada, tranquilizada, pensando que la jovencita no tendría reparos en que ella dijera que la Tencha la había impresionado agradablemente. Y, enseguida, supo que el que la Tencha anduviera encuerada bajo la tela transparente se debía, casi con toda seguridad, a la inducción de Lucía. Apretó su preciosa chichi, se rió alegre, y dijo:
– ¡Eres un encanto! Yo creo, mi amor… que fuiste tú la que la convenciste para que se… vistiera así, ¿o debo decir «desvistiera»?. Ven corazón, ve para acá… ¡te mereces un besote!. – Se puso de pie, abrazó a la mucama y le dio uno de sus besos más apasionados. Lucía estaba feliz. El plan estaba resultando todo un éxito, y mucho más fácil de lo que ella imaginaba. Metió su lengua hasta las propias amígdalas de la otra, y uno de sus dedos, con una habilidad inusitada, hasta el mismo clítoris de la patrona que se estremeció al sentir la caricia exquisita. – ¿Verdad que fuiste tú la que la convenció de no vestir… o mejor, que se quitara toda la ropa?
– ¿Te gustaría… cogértela?, dijo Lucía ya caliente y totalmente segura de que no habría problema con la otra, dejando la pregunta de la patrona en el aire.
Jazmín peló los ojos. Ahora era ella la que no esperaba semejante planteamiento y menos con la palabra hasta ese momento casi ausente entre ellas. Jazmín tragó saliva, sintió que su corazón se iba a la l
una, que su culo se fruncía y que su vagina expulsaba jugos que un minuto antes no estaban presentes. Pero entonces sintió que lo que había empezado como un experimento se estaba convirtiendo en toda una manera de satisfacer sus apetencias y sus deseos sexuales. Por eso tomó la mano de su bella jovencita y la empujó como queriendo que el dedo que andaba por el clítoris se metiera hasta el fondo de la vagina, y dijo:
– ¿Tú crees que ella… quiera?
– ¡Carajo, mi amor!, ¿quién podría negarse a coger contigo? Pero… yo casi te puedo asegurar que la Tencha… ¡quiere!, y si no, pos yo me encargo, digo, si tú estás de acuerdo y dijeras que te gustaría… digo, cogértela.
Jazmín la vio fijamente. Su sonrisa se fue ampliando, su vagina sufría todo un espasmo de deseo, y dijo:
– ¡Claro que me gustaría!, siempre y cuando tú… no te enojes, porque a la única que quiero, digo, así con amor, es a ti. A ella, para serte totalmente franca, la deseo, ¡quiero cogérmela!, por qué negarlo. Y menos si, como supongo, tú estás de acuerdo.
– ¡Ayyyyyy!, mi amor, no sabes como se me antoja verlas, digo, a ti y a la Tencha… ¡mamándose las puchas!.
Jazmín sintió que su culo se aflojaba, que su corazón regresaba de la luna para ir a meterse a una de las chichis de la increíble mozuela, y su vagina perdía el espasmo pero expulsaba jugos sin parar. Se imaginó besando las nalgas brutales de la morena mucama mayor, y también, mamando las chichis que parecían cuernos de toro embistiendo. Por allá en el inconsciente había una señal que no identificaba. Cuando metió la mano para tocar la abundante pelucera de la pícara jovencita, escuchó que ésta le decía:
– ¿Quieres una prueba, o mejor toda una cogida?
Lucía se separó, hasta la mano salió de donde andaba. La propuesta era otra sorpresa. Ella estaba pensando en que Lucía «trabajaría» a la mucama mayor para prepararla y que, tal vez, esa misma noche tuviera la oportunidad de dar salida a todas las fantasías que ya se estaban forjando en su imaginación. Y también la señal que andaba dentro de su cabeza sin identificar, se aclaró: tenía un compromiso de negocios que era ineludible. Entonces dijo:
– Me inclino por… ¡toda una cogida!, como tú dices. Pero tengo que ir al trabajo y si me pongo… a toda una cogida, carajo, no voy a ninguna parte. Yo creo que… podemos esperar, ¿no crees?, digo, para cuando regrese del trabajo.
– ¡Me encantas, corazón, amorcito!. Claro que podemos esperar… aunque ya estoy hasta la madre de caliente. Me pusiste turulata con… bueno, diciendo que sí te gustaría una cogida con la negra Tencha. Carajo, mi amor, no sabes cuanto quiero que te la cojas, digo… y yo también, ¿verdad que no te enojas sin yo también me la cojo?
– ¡Perfecto!, ¡perfecto!, así debe ser… y… ¡claro!, podemos coger las tres, digo, entre las tres, ¿se puede, no?
– Pos… no sé cómo, pero de que se puede, se puede, pos que chingados. Ora que, pos en pelo no te vas, digo, orita le hablo para que tengas… un adelanto, ¿sí? Nada más piensa en lo que más quisieres hacerle.
Jazmín se petrificó. No había imaginado que eso fuera posible. Persistía en su mente la idea de que la Lucía encantadora – encantadora en su doble significado: como linda, hermosa, y también como hechicera, bruja, que encanta o hechiza – pudiera convencerla para… ¡un adelanto!. No pudo decir nada, solo inclino dos o tres veces la cabeza como afirmando. Entonces Lucía la besó fuerte y rápido, y se fue a la cocina. Y Jazmín pensó que lo que la tenía realmente impresionada eran las nalgas fabulosas de la fámula y que lo que más deseó cuando la vio encuerada fue besar, lamer y morder esas nalgas de fábula. Se apretó los pezones con ambas manos y sus rodillas amenazaban con no sostenerla más.
Lucía llegó radiante a la cocina. Tencha estaba sentada acariciándose levemente los pelos de la pucha con el vestido en la cintura, totalmente fuera de sí por la tardanza de la jovencita, pensando que la patrona estaba disgustada y tal vez su querida amante la estaba defendiendo, «y todo por hace caso de salir en cueros, ni que no fuera una cosa, que, carajo, quién no se va a enojar», pen
saba casi con desesperación. Así que cuando vio entrar a la mucama menor, pegó un salto y corrió a su encuentro. Lucía la besó con uno de sus besos más cálido y cachondo, le agarró las fabulosas nalgas en el semi abrazo que se produjo y le dijo:
– ¡Órale!, nos está esperando… digo, ¡quiere!
– ¿Quiere?… ¿pos qué chingados quiere?, dímelo sin tapujos, si me tengo que ir, merecido me lo tengo.
– Pendeja… ¡Quiere… que la abraces, y que la beses!
Tencha casi se desmaya de la impresión. Su calentura se fue al polo norte y su culo se contrajo tan fuerte que hasta le dolió. No entendía, no cabía dentro de su comprensión que ¡la patrona!, quisiera besos y abrazos de ella. Pero no opuso resistencia cuando Lucía la jaló para entrar al salón comedor donde Jazmín se había sentado, tenía las piernas abiertas y el vestido en la cintura y se acariciaba casi violentamente el clítoris, sentía que el orgasmo estaba por llegar y todo porque se veía en todo momento arrodillada besando las nalgas fabulosas de la negra Tencha. Esta la alcanzó a ve, tal como ella se encontraba a la entrada de Lucía, y su excitación regresó potente, irreprimible, con la idea de besar aquellos labios tan lindo y que ella tanto admiraba. Ofreciendo inconscientemente resistencia para avanzar al encuentro de la otra, sentía que sus jugos eran arroyos que bajaban por sus muslos procedentes de la raja tremendamente inundada. Jazmín, ya sin pensar sino en besar aquellas nalgas de su imaginación, se puso de pie y, sin pensarlo, también estiró los brazos, los abrió y con las manos llamaba a la que venía, de Lucía ni se acordaba. A un paso de ella, Lucía soltó a la negra Tencha y se hizo a un lado. El abrazo fue titubeante, pero pasado el primer instante, las dos se aferraron y las bocas de ambas se encontraron en un tremendo beso que hizo suponer a Lucía que las lenguas chocaron como carros de carreras a toda velocidad. Y las manos de Jazmín no perdieron tiempo, se fueron a las nalgas prominentes y portentosas de la negra. Las quiso amasar, pero estaban demasiado duras, cosa que aumentó su deseo y confirmaron la maravilla de aquellas nalgas de antología. Sintió las manos de Tencha en sus pechos y la boca lamiendo su cuello, pero ella iba a las nalgas. Con movimientos decididos la volteó, le subió el vestido para ver la piel desnuda y luego, tal como lo había pensado, se arrodilló y empezó a lamer las nalgas de sus fantasías. Pequeñas mordidas y besos sonoros, y sus manos apoyadas en los muslos tan apetitosos como las nalgas. Lamí y mordía, y la Tencha se apretaba los pezones con las manos y con los ojos cerrados. Para Lucía ya era demasiado, así que ella también se arrodilló para acercarse a los pelos deslumbrantes, tupidos, negrísimos de la negra Tencha, metió la lengua y empezó a lamer toda la raja, de arriba abajo y remolineándose. La Tencha, sentía que se moría de placer, y su primer orgasmo no tardó en presentarse y se hizo mucho más intenso cuando sintió que las dos lenguas se encontraban en las inmediaciones de su culo y que la de atrás se metía sin consideración en su culo que ya era bastante flojo debido a la práctica del pepino. Y las manos de las dos mamadoras se posesionaron de las chichis de la otra dejando en el centro las nalgas y los muslos mórbidos de la Tencha. Y ésta, una vez que las lenguas se retiraron y que ella pudo mover las pestañas primero y después todos sus músculos, se volteó, se dejó caer de tal forma que su cabeza quedó exactamente en medio de las piernas de Jazmín, piernas que estaban un tanto separadas por lo que la maniobra de la sirvienta mayor fue no solo oportuna sino totalmente eficaz puesto que pudo de inmediato meter su lengua en la raja que escurría como llave abierta. Y Jazmín no pudo reprimir un grito fortísimo de placer, grito que, unos minutos después de lamidas y lamidas, de sabias mamadas, el orgasmo se presentó como uno de los más intensos hasta ese momento sentido. Tencha se sintió feliz, pero feliz por haber llevado a su patrona al estallido y no tanto por el orgasmo propio ya tenido, orgasmo que volvió cuando la no menos sabia lengua de Lucía llegó hasta su panocha y la mamó hasta hacerla ver las estrellas después del estallido del universo. Jazmín, a los gritos de la Tencha, como que
despertó. Recordó el imbécil trabajo y, gruñendo de coraje, se levantó eludiendo la lengua que como serpiente quería volver a la raja de las bendiciones lingüísticas. Se puso de pie. «Ya, ya, ya, muchachas, ya por favor… «, dijo sintiendo mareos cada vez más fuertes. Las otras suspendieron las acciones, no fue difícil puesto que Tencha aun tenía el orgasmo producido por la lengua de la jovencita, y Lucía se contentaba con mamar la pucha negrísima de la negra Tencha. «Tengo que ir al trabajo, ya te lo había dicho mi amor – dirigiéndose a Lucia – pero… ¡claro que esto… apenas empieza!. ¿Me pueden esperar hasta que yo regrese?, bueno, esto no quiere decir que si ustedes quieren… pues pueden seguirle, aunque yo me moriría de envidia». Lucía, sonriendo embelesada por la sorprendente respuesta de la patrona a sus insinuaciones, dijo:
– No mi amor, para nada. Nosotras te esperamos… quietecitas, ¿verdad tú?
Y Tencha, radiante de alegría y aun saboreando el placer que le dio mamar la pucha de la que jamás hubiera pensado que le abriera las piernas para que su lengua arribara a la rendija bellísima, mojada y llena de pelos, asintió con arrobo, totalmente enajenada. Entonces Jazmín dijo:
– Bueno, queridas, se quedan en su casa… muy seriecitas, ¿sí?, y se carcajeó sabiendo que su orden era por demás, de ninguna manera esperaba que fuera cumplimentada. Arregló su pelo, bajó la falda con pereza, se acomodó las chichis que reclamaban por no haber tenido ninguna caricia, y se dirigió a la salida. Al sacar del bolso las llaves del carro, una fantasía más llegó a su cabeza calenturienta. Calculó que ella tardaría alrededor de una hora y media en arreglar el asunto inevitable, y que lo demás le llevaría otro par de horas, así que tenía tiempo para llevar a la práctica su fantasía en toda la extensión de la misma. Se regresó. Llegó al comedor donde las dos sirvientas se reían felices… pero, para su sorpresa, separadas por cuando menos dos metros. Sintió que su corazón estilaba afecto, que sus genitales se tensaban y que su pucha en particular quería más caricias. Reprimiéndose, dijo:
– Lucía… ¿quieres acompañarme?, no por nada… y menos porque quiera impedir que ustedes, ya me entienden… bueno, me encanta mi nuevo lenguaje, digo, que ustedes se siguieran cogiendo, pero no, para nada, no es por eso. Al contrario, si una cosa quiero es verlas a las dos mamándose las puchas. Pero es que recordé que tengo otro asunto que arreglar, asunto en el que Lucía me tiene que ayudar. Así que, ¿quieres venir?, claro, si no, pues no insisto.
– ¡Ay, mi amor!, para mí es una enorme felicidad acompañarte y ayudarte en todo lo que digas y, claro, en todo en lo que yo pueda. ¿Ya nos vamos?, ¿así como ando… está bien?
– Claro, así como estás es inmejorable para el asunto que tenemos que arreglar.
Lucía continuaba cachonda, terriblemente erotizada, rezumando jugos que era un contento. Jazmín lo percibió y un tanto se intranquilizó porque el estado cachondo de su amada mamadora era en cierta forma producto de su casi egoísmo al no tenerla en cuenta para que gozara como habían gozado ella y la Tencha. Pero por el otro lado deseaba que ese estado de su bella amante se mantuviera para dar cumplimiento con mayor facilidad a la primera etapa de su fantasía. Dudó, incluso cuando Lucía metió los dedos – ya con el auto en marcha – a su pucha y gemía de excitación entornando los ojos como queriendo llegar al orgasmo acariciando la pucha querida, amada y mamada. No pudo impedir que un nuevo orgasmo la sacudiera, y tanto se estremeció que estuvo a punto de perder el rumbo. «Ya querida, ya… No sabes cuánto siento no poder… acariciarte tan rico como tú lo has hecho, pero yo te aseguro que… bueno, espera un poco y te vas a llenar de… placer», le dijo. Sin embargo no pudo abstenerse de premiarla con uno de sus mejores besos, para el cual detuvo la marcha del vehículo y la besó con largueza sin importarle que las gentes de la calle les gritaran barbaridad y media.
Lucia se sorprendió cuando Jazmín detuvo el auto frente al almacén donde habían tenido las primeras caricias a fondo y donde ella misma había experimentado los primeros orgasmos de su vida. La vio interrogante, la otra se carcajeó, la bes&
oacute; de nuevo, abrió la puerta y descendió indicándole que ella también bajara. Caminando con cierta premura, llegaron hasta el sitio donde la vendedora cachonda se ubicaba. No estaba visible y eso causó consternación a la patrona. Había llevado a la sirvienta menor «para que se midiera otros vestidos», pero en realidad para «ponerla en manos» de la vendedora. Además, no le era posible esperar, el tiempo se le había terminado desde hacía mucho. Desandaban el camino, cuando la encontraron. La muchacha estaba radiante, bella en realidad. Sus curvas eran un primor y los ojos verdes chispeaban de alegría. En cuanto las vio, abrió los brazos como si pretendiera abrazarlas, y lo hubiera hecho de no ser por la supervisora que marchaba a su lado. Jazmín, sin inmutarse por la presencia de la desconocida, la saludó formalmente y le dijo:
– Ay, señorita, que bueno que la encuentro. Quisiera que auxiliara a mi hermana. Quiero que escoja algunos vestidos.
Verenice – que así se llamaba la vendedora acariciadora y magnífica mamadora – con cinismo espeluznante, le enviaba besos frunciendo la boca. Lucía estaba perpleja. No entendía. Pero cuando vio los gestos de Verenice, empezó a comprender cual era la intención de su amada mamadora. Y súbitamente sintió que su vagina un tanto aplacada, daba de reparos y su corazón empezó a marchar como en batallón militar.
– Lo que usted ordene, señora – dijo Verenice con la mejor de sus sonrisas y dirigiendo miradas escrutadoras a la bella estampa de Lucía. – ¿Tiene en mente algo especial?
– Bueno, pues… que seleccione un vestido de noche… ¡que sea muy sexy!, ¿sí?. Además un poco de lencería, de la que a usted más le guste. Claro, ella tendrá que decidir que sí y que no, ¿estamos?
– Está bien señora. Pero mire usted, que bueno que la señora Hortensia está aquí. Ella me preguntó el otro día por… las compras que usted hizo, ¿recuerda?, bueno, pues en aquella ocasión me dijo que le gustaría mucho atenderla personalmente cuando decida venir nuevamente de compras.
Verenice hizo la presentación tan precisa, porque adivinó en los regaños de la señora supervisora – un tanto joven, tal vez 35 – el deseo por Jazmín y la envidia por no haber sido ella la que «atendió» a la compradora. Jazmín la vio. Con cierta audacia, y cinismo, la revisó de pies a cabeza y encontró que no estaba de todo mal, que bien valía la pena darle una cogida, en los vestidores por supuesto, no en cualquier sitio. Escuchó las palabras de la otra casi sin entender lo que decía, aunque si adivinó que de alguna forma se estaba «insinuando». Lucía se retorcía las manos, no de nervios, sino de los enormes deseos que ya tenía de iniciar las hostilidades con la chamaca que ya le mostraba buena parte de los muslos levantándose la falda con discreción, pero con toda la intención de que la otra la viera. La supervisora se desvivía porque Jazmín la mirara y entendiera sus reclamos, pero la patrona se hizo la desentendida pretendiendo aumentar el deseo de la otra, y el propio, por supuesto. Se fue haciendo cálculos para la nueva refriega.
En cuanto el grupo se separó, la vendedora estrechó con fuerza la mano de Lucía al no poder abrazarla como era su apetencia. Así que, sin dar tiempo para decir nada, caminó rápidamente hasta que estuvieron en el departamento de vestidos para dama. Tomó los primeros vestidos que tuvo a mano, y se encaminó a los vestidores; ardía, su pucha era ya un torrente que se despeñaba por sus muslos desde el momento en que se percató de las formas exquisitas de la sirvienta que se veían claramente bajo el vestido. No quería perder el tiempo; estaba segura que la compradora -, una ricachona hermosa, pensaba – había llevado a la chiquilla precisamente con la intención de que se la cogiera. Y Lucía hacía el mismo razonamiento muy agradecida de que su amor le proporcionara otras «fuentes» para el placer ¡No podía tener un mejor regalo que esa bella pelirroja!.
En cuanto estuvieron dentro del vestidor, Verenice se lanzó sobre la bella muchacha «puesta en sus manos», pero Lucía la rechazó diciéndole «oye, pos que te traes, ¿de qué se trata?», todo con la intención de que la otra se excitara sabiendo que la excitaci&
oacute;n era un hecho más que evidente. Verenice retrocedió sorprendida, casi al borde del pasmo y el terror de pensar que podría ser denunciada por «mal interpretar» las instrucciones que le dieron. Se puso una mano en la boca y con la otra manoteaba como loca sin poder controlar esos movimientos. De todas formas veía a la chica con los ojos llenos de lascivia y lujuria. Lucía la contemplaba y ya ansiaba meter mano en aquellas carnes mórbidas que la breve ropa dejaba ver. Pero continuó amenazando con denunciarla mientras daba pasos cortitos aproximándose a la otra que incluso trató de retroceder huyendo, pero el corto espacio se lo impidió. A pesara que las palabras estaban llenas de amenazas, las manos de la bella sirvienta acariciaron el rostro desencajado, y luego delineó con los dedos los labios carnosos y totalmente apetecibles de la muchacha que, en esos momentos, acezaba, jadeaba, casi gemía. Cuando las manos de Lucía llegaron a los prominentes senos, la otra supo que las palabras eran algo sin importancia que lo que estaba cobrando vida era su pucha que si hubiera podido articular sonidos seguramente jadearía más que la boca de labios horizontales. El abrazo deseado desde la primera vista, se dio estrecho, fuerte, cachondo. Y las bocas se prendieron una de la otra, y las lenguas se trenzaron lamiéndose interminablemente. Y entonces las palabras de Lucía decían lo mucho que la deseaba, lo hermosa que era, lo lindo que tenía las chichis y los pezones, que le iba a dar unas mamadotas que no se las iba a acabar, que luego le metería la lengua en el culo y que después le metería tres dedos en el mismo culo y toda la mano en la vagina. Verenice se derretía, se dejaba hacer e incluso sus manos permanecía inmóviles. En un minuto la Verenice estuvo desnuda; enseguida Lucía, que era ya la mandona, le pidió: «encuérame, cabrona». La otra sintió lo inusitado de la orden, pero más se excitó y con ternura empezó a retirar las pocas prendas que la otra vestía. Y luego fue recibiendo nuevas órdenes: mámame los pezones, lame mis chichis con toda la boca, muerde mis pezones con amor, hija de la chingada, no nada más así, jálame los pelos de la pucha, mete tus dedos puta cabrona, y así sucesivamente hasta que las dos estaban más ardientes que el sol y soltando chorros de líquidos por las respectivas vaginas. Lucía se estremeció cuando la otra tuvo su primer orgasmo, y la sirvienta lo gozó tal vez más que la agraciada muchachita. Y de nuevo cambió las palabras para ahora decir: así amorcito, así, que rico gozas corazón, ahora mámame lindo, come mis pelos, bebe mi jugos que son para ti preciosa, quiero sentir tu lengua en mi pucha, métela hasta donde puedas amorcito de mi alma, así, así amor, así, sigue, sigue, no pares de menear esa lengua divina que tienes, ahora métela al culo corazón, al culo por favor y, si puedes, sácame la mierda… por favor… no tardó en tener su propio orgasmo que la obligó a gritar aún contra la idea que tenía de no escandalizar para que no fueran sorprendidas. Y Verenice no pudo contener el segundo orgasmo, gritó, gritos que aun contenidos fueron intensos y, desfalleciente, se dejó caer al piso. Lucía gozaba con todo su cuerpo y con todos sus sentidos puestos al máximo volumen y se colocó sobre la otra pero con la cabeza entre los muslos hermosísimos de la vendedora que de inmediato abrió totalmente para que la lengua de la sirvienta llegara a lo más profundo de su pucha, y a la vez sacaba la lengua larga, larga, para meterla a la raja inundada que tenía sobre la cara y a la que admiró por lo hermoso de los colores de los labios verticales, la suavidad de sus sonrosadas ninfas y los bellos vellos que adornaban los bordes de la hendidura celestial que empezó a mamar con toda la lujuria y sapiencia de que era capaz. Y así, encimadas en el fabuloso 69 preferido de los y las mamadoras, pasaron los siguientes veinte minutos sin reparar en el inexorable paso del tiempo. Lucía fue la primera en reaccionar. Le dijo:
– Oye, amorcito, ¿no crees que ya… nos tardamos?
Verenice hizo consciencia y de inmediato se puso de pie, tomó su ropa y con rapidez espectacular se las puso, y luego ayudó a la sonriente y satisfecha mucama mamadora para que se vistiera. Mientras se vestían, Lucía no dejaba de decir palabras de halago y admiración por tus nalgas tan bellas que tienes y que algún día tengo que lamer y
morder, pero tus chichis ya las quisieran muchas, digo, para presumirlas. Y Verenice por su parte le decía: cabrona por tantito haces que me muera del susto, pero que a toda madre me calentaste, eres de lo peor, digo, de lo mejor porque mamas a todas madres, y tienes unas chichis, una pucha y un culo mucho mejor que los míos. Antes de salir Verenice le metió los dedos en la pucha y la hizo estremecerse con un nuevo orgasmo.
Nadie a la vista. Salieron tan campantes que nadie hubiera podido adivinar las mamadas que se acababan de dar mutuamente. Entonces Verenice sí empezó a seleccionar vestidos con grandes risas que suspendía en cuanto alguien se acercaba. Juntó muchos vestidos, casi sin consultar con Lucía que continuaba admirando las bellas formas de la chiquilla cachonda. Luego seleccionó piezas de lencería fina, poniendo toda la lascivia de la que estaba llena hasta los topes. Y cuando ya no pudo con más, se dirigió nuevamente a los vestidores. Y Lucía, chupándose los labios, la siguió dócilmente. «Ahora es en serio que te tienes que probar los vestidos», le dijo pícara y cachonda. Pero Lucía le dijo que se quitara de pendejadas y que se encuerara para que se dieran otras buenas mamadas. «Que vestidos, ni que la chingada, si vine es porque quería cogerte de los lindo, y mira que eres a toda madre cogiendo», le dijo riendo alegre. «Es que la señora dijo…, pero Lucía no la dejó continuar. Casi con violencia la desnudó al tiempo que le preguntaba: «Oye, ¿es buena para coger mi hermanita santa?, porque no me vas a decir que no se cogieron bien padre la última vez que vino, ¿no es así?», y Verenice sonrió pícara, se lamió los labios, se acarició los pezones, la veía retadora y sarcástica, y dijo: «Claro, es una mamadora de primera… y tiene unas chichis monumentales, no por grandes, sino por preciosas, además tiene una de las puchas más lindas que he mamado. Sus pelos me hacen estremecer de placer con solo verlos, no digamos cuando los lamo o cuando se los arranqué con los dientes, carajo, como me encanta arrancar pelos con mis dientes, ¿quieres que te arranque unos cuantos?. Entonces Lucía se carcajeó, le apretó con fuerza las chichis con las dos manos y se dejó caer al piso, la jaló para quedar nuevamente en posición 69 pensando en no perder el tiempo ya que así la mamada y el placer es mutuo y simultaneo. Estaban tan calientes que bastaron unos cuantos lengüetazos de las dos para las dos, para que las dos tuvieron que enterrar más la boca en las puchas respectivas para acallar los grandes gritos, los tremendos sollozos que dieron y más Verenice que tenía el culo abarrotado con dos dedos de la otra metidos hasta los nudillos. Las puchas hicieron gorgoritos por efecto de esos gritos y de los suspiros que los siguieron. Lucía continuaba aprensiva por las posibles sorpresas, estaba clara de los riesgos. Se levantó, le dio la mano a la otra y la recibió en sus brazos y la besó con la pasión que le era acostumbrada para con todas sus amantes. Luego le dijo: «oye, ya tenemos que irnos, no sea el pinche diablo y nos cachen», Verenice solo sonrió, pero se vistió más rápido que la vez anterior y, riendo con satisfacción y orgullo, salió del estrecho vestidor cargando los vestidos que yacieron en el piso durante la segunda mamada, y seguida por la aún caliente Lucía que deseaba tener a esa beldad y buena mamadora a su alcance para poder cogérsela con calma y en un lugar donde no hubiera posibilidad de sobresaltos. Cuando Verenice regresaba los vestidos y demás prendas a los percheros, Lucía pensó que debía llevar cuando menos un vestido tanto para justificar la tardanza de la vendedora como para cubrir a su amada patrona. Y seleccionó, ahora sí ella misma, un vestido de noche muy simple, con tirantitos superiores, liso y con una caída estupenda y que se ajustaba bastante apretado a su cuerpo y bastante bien delineaba su cuerpo, sobre todos chichis y nalgas que se veía portentosas, anatomía que ella sentía podría mostrar por la generosa apertura que la falda tenía y que llegaba hasta el reborde mismo de las nalgas exquisitas de la no menos exquisita mucama. Claro, antes de entrar al vestidor le dijo a la caliente vendedora que ahora sí había que probarse el vestido. Verenice la elogió, tanto sus linduras de carnes como lo bien que se le veía el vestido, «eres hermosa con ese feo vestido que traes, y con éste no
hay hembra que se te compare. Estoy segura que muchas babearán al verte con esta tremenda garra que vale más de dos mil pesos. Eso sí, tienes que ponértelo sin nada abajo… que me parece que ya es tu costumbre, ¿no?». Había pasado como hora y media. Aún tenía que esperar media hora para que Jazmín pasara a recogerla. Verenice le dijo que podía esperar en el café, y la acompañó. Mientras caminaban – muy serias las dos – Lucía le preguntó por la supervisora. «Es una mugre… una real cabrona», le dijo Verenice. «Oye, yo creo que esa cabrona… quiere cogerse a mi – iba a decir patrona, pero alcanzó a detener la palabra – hermanita, ¿no crees?». «Pues… no sé. Aquí nunca se le ha sabido nada. Bueno, eso no es garantía. Te puedo asegurar que nadie sabe que a mí… me encanta coger con las clientes. Nada más vieras el montón de chavas y no tan chavas que vienen… ¡conmigo!, claro, a todas me las cojo, pero a esta… ¡carajo!, ya me diste tentación. Ahora tengo que investigar, porque sino mi pucha me reclama que deje ir una presumida que obligaré a mamarme sentada en su boca y que meta su lengua en mi culito hermoso». Lucía pensó en ir cualquier día que fuera posible a esperar a que saliera de la tienda la hembra madurona pero bien buenona, y cogérsela en toda la línea. Verenice se tuvo que despedir enviando un beso con la boca fruncida que Lucía replicó en la misma forma, luego se sentó a esperar.
Jazmín la encontró allí, bebiendo a pequeños sorbos el café que pidió. En cuanto se vieron, las dos se alegraron y reían cuando se abrazaron. «¿Qué tal estuvo?, preguntó sin más Jazmín. «Padrísimo, mi amorcito del alma. Que hermoso regalo me diste. Además…¡eres una cabrona!, no me dijiste nada…, sobre todo que ya te la cogiste, ¡malvada!», pero todo sonriendo, gustosa, alegre, cosa que para Jazmín fue todo un placer, placer saber que su amada no sólo no reclamaba con celos pendejos, sino que la alababa; porque ese era el real sentido de los supuestos reclamos de la sirvienta menor.
– ¿Te la mamó rico, mi amor?
– Es una mamadora consumada, claro, no igual que nosotras, pero, carajo, claro que me hizo ir al cielo con dos que tres mamadotas que me dio. Pero, ahora tú, cabrona, ¿qué tal te la mamó, y que tal se la mamaste?, porque tiene una puchita roja como el fuego que esconde y que, carajo, ya quisieran muchas tener así de lindas.
– Pues… Ayyyyyy, amorcito, eres un amor. Me la mamó riquísimo. Y bueno, para mí fue toda una experiencia mamársela. Te juro que cuando me lancé, no sabía si la chava iba a aceptar. Pero cuando metió su lengua, carajo, me fui a la gloria. Y todavía más porque nos fuimos a los baños para que nadie fuera a chingar, así que cogimos a toda madre. ¿Estás cansada?, digo… ¿de mamar y ser mamada?
– Pues… si se trata de mamártela, nunca estoy cansada. Pero… bueno, para que te miento, si me siento algo aturdida porque fueron unos gustotes de miedo, pero si hay… que seguir mamando… pues no me rajo. ¿Por qué la pregunta?
– Por nada mi amor, por nada. Es que… bueno, aún tengo que visitar a una amiga… y pues… no sé si nos vamos a tardar, por eso la pregunta.
– ¿Quieres que te acompañe?, o me vuelvo sola a la casa. En realidad lo de estar cansada… ¿puede alguien cansarse de gozar?
– ¿Me acompañas?
– Claro, al mismo infierno iría contigo en cualquier momento.
En cuanto estuvieron en el auto, ambas se besaron. «Ya no me podía aguantar, mi amor», dijo Lucía. Y Jazmín mordió los labios de la otra con mucho amor y dijo las mismas palabras. Luego Jazmín dijo:
– Quiero sentir las babas de… la cabrona vendedora que te acaba de coger.
Y sin más metió la mano hasta tocar los vellos que por supuesto estaban bien mojados, luego metió los dedos a la laguna que era la vagina de la chica. Y se carcajeó caliente, excitada, sintiendo que su deseo aumentaba. Luego conminó a la bella sirvienta menor, para «que nos estemos quietas, ya habrá tiempo de vengarme de tus engaños, cabrona tan linda», le dijo, y aumentó la velocidad del auto.
Se detuvo en el estacionamiento de un lujoso edificio. Subieron en el elevador besándose sin tregua y metiend
o los dedos en la pucha de la otra para luego regresarlos a las bocas propias y lamerlos con deleite. Lucía tuvo que hacer esfuerzos para no tender a su patrona dentro del elevador y mamarle la pucha. Y Jazmín pensó lo mismo. Ambas estaban que se caían de calientes. Caminaron por un pasillo cubierto de gruesas alfombras. Jazmín se detuvo ante una puerta bellamente ornamentada. Tocó el timbre y besó la boca semiabierta de su amada, también le dio una nalgada antes de que abrieran. ¡Era Fabiola!. Entraron. Jazmín presentó a Lucía, «es una gran amiga, compañera de escuela que hace mucho no veía y que… quise que me acompañara. ¿no te molesta, verdad?», le dijo. Pero Fabiola estaba encantada de que su deseada la visitara, así no pudiera consumar sus deseos. Pero además vio las transparencias, mejor, las formas bellas, atractivas, verdaderamente deseables de Lucía y se relamió pensando que también a ésta tenía que cogérsela. La visión del cuerpo de Jazmín casi la hace mandar al diablo todas sus prevenciones y todas las normas de urbanidad y buen comportamiento social, para lanzarse y besarla, y besarla, acariciarla y acariciarla hasta que las bocas fueran las dueñas y señoras de las mamadas. Pero se contuvo sintiendo que su vagina se estremecía, que su culo hacía un feo gesto de deseo, y que sus jugos salían a raudales de su rendija. Las invitó a pasar. Se sentaron. Cuando Fabiola lo hizo, dejó que la tenue bata que vestía se abriera por completo dejando desnudo y a la vista todo su mórbido cuerpo. No tenía desperdicio, todo en ella era bello. Las chichis de un tamaño mediano, duras, estaban erguidas, con los pezones relucientes de tan tensos, y los muslos una hermosura artística. Pero lo sobresaliente eran los vellos de la pucha singularmente rasurados como para dejar un triángulo de pelos negros que se iniciaba muy por abajo del vértice de la pucha y ascendía hasta casi llegar al ombligo en un vértice opuesto. Jazmín y Lucía la vieron arrobadas, lamiéndose los labios… ambas. Gesto que no pasó desapercibido para la perspicaz y caliente hembra. Sonrió. Se puso de pie para aumentar el efecto exhibicionista, y preguntó qué deseaban tomar. «Un tequila para mí», dijo Jazmín. Lucía no supo que decir. Pero su amada dijo: «otro para mi amiga. Y tú, ¿qué vas a tomar?» Otro tequila, dijo riendo de buena gana y más caliente todavía. Y se fue a traer la bebida moviendo las nalgas de una manera tan espectacular que la bata revoloteaba y dejaba ver las nalgas preciosas que se antojaba demasiado ir a morderlas. Lucía estaba ardiendo, su calentura no había cesado desde la mañana que convenció a la Tencha para que se encuerara, y mucho más cuando se dio el triángulo de mamadas de antología con la patrona. Interrogó a Jazmín con la mirada y se apretó un pezón. Jazmín que estaba jadeando de tan caliente, le dijo, con un gesto, que esperara, que ya habría oportunidad de enfriar sus hermosos cuerpos, mejor, sus peludas puchas. Vieron venir a la anfitriona con la bata apenas sostenida en los hombros y con el cuerpo en exhibición del portento maravilloso de su belleza. Sobresalía el adorno piloso, allí se estacionaron las miradas de las dos cachondas visitas. Para Fabiola no fue difícil percibir la excitación de las otras, pero aún estaba tensa, temerosa del rechazo de la acción expresa y directa de sus deseos. Jazmín sonrió al percatarse de que su plan estaba resultando tal como lo imaginó. Cuando Fabiola llegó a unos centímetros de ella y se inclinó para ofrecer la copa, Jazmín dijo: «Tienes un hermosísimo cuerpo, querida», y se sonrió, pero no hizo ningún movimiento. Lucía se excitó más al pensar que tal vez su patrona estaba intentando seducir a la que a su vez se exhibía como un intento descarado de seducirlas, a las dos, suponía Lucía, puesto que ella estaba presente y la otra no la excluía, cuando menos con sus miradas la tenía en cuenta. Fabiola se caldeó al máximo con la afirmación cachonda de su amiga tan deseada y, sin pensarlo mucho, dijo: «Es todo tuyo… si lo quieres, cariño», y su sonrisa era más que una promesa o confirmación de lo dicho. Fabiola se estremecía y más al sentir que sus jugos casi podían ser vistos por su anhelada amiga. Tuvo, muy a su pe
sar, que ir a ofrecer la copa a Lucía. Ésta había escuchado las palabras de las dos y se puso a 1000 de caliente. Cuando Fabiola se inclinó, percibió la intensidad de los olores que salías de la pucha tras los vellos bellos. Su concha se contraía espasmódicamente, con violencia inusitada, tanta era la excitación de la jovencita mucama. Lucía, menos inhibida que las otras, cuando la bella Fabiola estuvo más cercana a ella, estiró la mano sin poder contenerse y tocó con dulzura uno de los pezones que, casi, le eran ofrecidos. Las otras dos se sorprendieron. Una, Fabiola, porque de donde menos esperaba que se iniciaran las acciones era de aquella preciosidad de jovencita. Y Jazmín casi por lo mismo, pero más que Fabiola porque supuso que Lucía no tendría la desenvoltura como para lazarse a ninguna acción que no fuera propuesta por ella. Pero las dos encantadas de que el hielo hubiera sido roto. Fabiola estuvo a punto de caer, tanto por la sorpresa, como por las contracciones de todo su cuerpo ante el estímulo inesperado, preciso y erótico, además proveniente de quien consideraba una de las más bellas mujeres que había conocido… y deseado. Lucía ya no razonaba, nada le importaba, ni siquiera la presencia de Jazmín. No tomó la copa, por el contrario, hizo que las copas restantes cayeran a la alfombra al atraer sin más todo el esbelto y precioso cuerpo jalándolo del pezón que tenía entre los dedos. Fabiola, extasiada, se acercó deseosa, anhelante, con la respiración totalmente alterada, también sin pensar que su amiga estaba presente y que, de cierta forma, estaba siendo marginada. Lucía la atrajo hasta tener la chichi que jalaba en su boca. Lamió con la misma dulzura con que jaló del pezón, y con su mano libre empezó a acariciar las nalgas casi con ternura. Al sentir el pezón entre sus dientes y lamido por su lengua, pensó en Jazmín. Ésta, asombrada al infinito, pero más caliente que nunca, las veía sin saber qué hacer. Pero Lucía la llamó con la mano dejando momentáneamente la nalga que acariciaba. Jazmín, lamiéndose los labios, entendió, se puso de pie, entreabrió la boca y dio un paso al tiempo que sus manos iba a sus chichis prodigiosas. Entonces escuchó la voz de su amada que le decía, más bien le ordenaba: «Quítale la bata, mi amor… y muerde sus bellas nalgas». Fabiola se estremeció y no pudo guardar el precario equilibrio que tenía sobre el rostro de la que mamaba con fruición su pecho primoroso, y cayó al piso arrastrando con ella a su mamadora. Entonces Lucía quedó sobre ella y la boca perdió la chichi que mamaba. Lucía se carcajeó, se puso de pie, jaló el vestido por arriba de su cabeza para quedar desnuda como era ya su deseo incontenible. Fabiola aún no salía de su pasmo arrobado, casi en éxtasis esperaba la reanudación de las acciones. Jazmín ya no pensó en nada. Imitó a su amada y mando al aire sus vestidos. Se acercó a la deslumbrante Lucía, la abrazó y besó con pasión que satisfacía toda la contención que había tenido hasta ese momento. Lucía eso deseaba más que nada y se prendió de la boca amada y mamó la lengua dentro de la boca de su patrona. Fabiola sintió que ahora la marginada era ella. No lo pudo soportar. Se puso de pie casi de una salto y fue al asalto de las que se besaban jadeantes al tiempo que sus manos acariciaban casi con rabia las nalgas de la otra. Fabiola llegó hasta donde los otros cuerpo estaban fusionados y no supo qué hacer. Pero al segundo siguiente quiso interponerse entre las dos, pero fuer rechazada. Pero el rechazo fue solo por un segundo porque los apasionados cuerpos se separaron apenas lo suficiente como para admitir el nuevo cuerpo que venía a reunírseles. Y Fabiola fue besada simultáneamente por las dos inesperadas visitantes. Y sintió las cuatro manos sobre su cuerpo, como si las otras se hubieran puesto de acuerdo, cada una se posesionó de la mitad del cuerpo anfitrión que ahora lo era en todos sentidos. Las manos se encontraron en la raja inundada, escurriendo, olorosa, y los dedos de las manos se metieron entre los pliegues de la pucha maravillosa que ya estaba en su poder. Y también coincidieron en el culo y se disputaron el paso los dedos exploradores. Lo penetraron las dos, luego de que una de las manos cedió el paso para que entrara el primero. Y cada una empezó a mamar una chi
chi de la anfitriona que empezó a contorcionarse por el placer totalmente inesperado pero que la hacía sentir las maravillas de las caricias de dos bocas en sus pezones y en todos los pequeños globos. No tardó en emitir sonidos estentóreos de placer. Gritó y gritó mientras los dedos en sus cavidades frotaban y frotaban y las bocas mamaban y mamaban sus chichis fenómenales. Las mamadoras tuvieron que sostenerla porque iba a caer desfallecida de placer. Entonces las dos que habían matado de placer a la tercera, regresaron al beso y a las caricias interrumpidas por la bella intrusa. Pero Jazmín, cuando Lucía tomó la iniciativa comenzó a urdir una fantasía que, cuando Fabiola se cimbró en el orgasmo, decidió poner en práctica. Metiendo varios de sus dedos ala pucha de su amada, metió el resto en la propia y dijo: «Ora, cabrona, te toca mamarnos» Fabiola no daba crédito a lo que escuchaba. Nunca imaginó que Jazmín, su amiga tan querida, la doctora tan educada y pulcra, pudiera pronunciar semejantes palabras, y todavía menos que pudiera dar semejantes órdenes. Pero ardiente como estaba, se dispuso a obedecer dócil y sumisa. Y Jazmín hizo que Lucía se sentara en el diván que antes ocupaba y ella se sentó a su lado. Lucía entendió el juego, se carcajeó de placer y gozó por anticipado la lengua de la anfitriona; presta, abrió totalmente las piernas para dejar bien expuesta su pucha magnífica. Lo mismo hizo Jazmín. Las dos comenzaron a jalarse de los pezones una a otra, esperando la boca que las haría gozar, morirse de placer. Fabiola, casi consternada por no saber cómo proceder, las vio obscenamente expuestas y su excitación aumentó geométricamente. Por instinto se arrodilló; en esa posición avanzó hasta llegar a las rodillas que se unían en el centro, una perteneciente a cada una de las bellas que ofrecían sus puchas exuberantes. Beso esas hermosas rodillas y luego hizo que su lengua lamiera cada uno de los muslos desplegados ante su boca que ya babeaba. Sus manos recorrían la piel que su boca no tocaba; y así fue avanzando con su lengua hasta llegar primero a la pucha de Lucía casi reconociendo con esa preferencia el agradecimiento por ser la bella chiquilla la promotora del placer que ya estaba disfrutando. Y saboreó los pelos largos y prietos, y metió la lengua a la rendija abierta a su boca y lengua; mientras, una mano ajena amasaba cariñosamente sus nalgas y sus propios dedos frotaban velozmente su clítoris que estaba por estallar. Jazmín no pudo soportar estar esperando caricias que estaban entretenidas en otra pucha, por eso se levantó, y luego se tendió de espaldas y, poco a poco, se fue metiendo bajo las nalgas de Fabiola hasta que su boca pudo acceder a la pucha de la que llovía un torrente de jugos. Junto a esos jugos los olores preciosos fluían pretenciosos, lindos y fuertes; los disfrutó como nunca había disfrutado esos olores que bien conocía, pero que no había saboreado en toda la extensión de la palabra y el placer. Y sus manos exprimían sus propios jugos mientras su lengua se solazaba con la pucha que era toda una laguna, todo un manjar. Y Fabiola estalló; su jugos fluyeron como proyectados por una eficaz bomba bañando el rostro de su mamadora, la bella Jazmín y no eran orines los que la pucha enviaba a ese rostro que lo disfrutaba tanto como si fuera un estallido propio. Y eso deseo Jazmín: su propio estallido. Así que salió de debajo de las nalgas esplendorosas, jaló el pelo de Fabiola que casi mordía la pucha de Lucía que estaba a punto de estallar como la anfitriona. Entonces Jazmín atrajo de esa brutal forma, la boca que ansiaba en su pucha, que la lamiera, que la mamara, que su clítoris recibiera la caricia suprema de la lengua anhelada. Lucía entendió la necesidad apremiante de su amada, y por eso, en lugar de reclamar la suspención de la tremenda mamada que recibía, se colocó para mamar las chichis que tanto le gustaban, las prodigiosas chichis de su iniciación en el amor y en el placer sexual. «Mámanos a las dos… al mismo tiem.. po, cabrona, méndiga puta… mama una… luego la otra… hija de tu… puta madre, que lindo mamas cabrona, has de ser… toda una… pinche experta… has de haber mamado miles de… puchas… Ayyyyyy, carajo, me estoy corriendooooo… Lucía mordió los pezones de su patrona, y Fabiola mordió el clítoris de su amiga, y ésta pego tantos gritos que par
ecía que estaba siendo víctima de tortura, de suplicio, y así era puesto que el placer era tan potente que realmente semejaba a un suplicio divino pero que producía placer y no dolor. Y como Fabiola había acatado la orden de mamar alternadamente las dos preciosas pelambres y lo que está detrás de él, ahora mamaba sin contemplación la pucha de Lucía que no suspendió la mamada de las chichis de su patrona como un estímulo agregado a las caricias que recibía de la increíble lengua de la anfitriona. Unos segundos antes de su estallido, dos manos arribaron a su raja, una metió dos dedos hasta donde pudo en la vagina virgen y la otra dos dedos en el culo que ya no era tan virgen, así que cuando vino la corrida de Lemans, – por la velocidad extraordinaria con que avasalló todo el cuerpo y las emociones de la mamada – Lucía convulsionó de tanto placer. Jazmín la sintió desmadejarse, y se enterneció. Entonces, con brusquedad, retiró a la ensimismada Fabiola que continuaba con la cabeza entre los muslos de la muchacha y con toda la boca fusionada a la pucha para que su lengua pudiera tener toda la penetración necesaria para matar de gozo a la casi desmayada chica, sólo para ser ahora ella la que continuara la mamada colosal que la iniciadora del aquelarre disfrutaba al máximo de su capacidad de cogedora incansable. Pero Lucía no quiso permanecer pasiva y, con la misma brusquedad que su patrona, tiró a ésta al piso y se encaramo para encarnar el insustituible 69 de las que en verdad saben y gozan las mamadas. Fabiola las veía sin dar crédito. Nunca supuso que su querida amiga fuera una consumada mamadora de puchas, pues, cuando vio el casi desnudo inicial de Jazmín, la supuso solamente como un desplante esnob y una posible víctima para sus apetencias claramente lésbicas. Pero no le era posible permanecer al margen, por eso se dedicó a meter dedos en los agujeros que se le antojaba yendo de unos a otros con el beneplácito de las que gozaban esas maravillosas intromisiones de dedos dedicados a dar placer. Ella misma se metía dedos en sus agujeros, incluyendo la boca cuando sacaba dedos embarrados de lo que fuera, incluso lamió placas amarillas que en diferentes ocasiones presentaron los dedos al salir de los culos que a cada momento se veían más amplios, como deseando algo más grueso que un simple dedo. El 69 de florilegio quedó roto en el momento en que las oleadas de placer inundaron mentes y cuerpos de las protagonistas de tan bella forma de mamarse. Fabiola fue a besarlas en la boca, y después les mamó las puchas para prolongar su goce, para hacerlas llegar al cielo con esos expertos lengüetazos que daba a los clítoris enhiestos aún. La corrida duró varios minutos, hasta que de plano las agasajadas por la lengua fabiolezca retiraron la cabeza de entre sus muslos para que lengua ávida no continuara mamado. Jazmín fue la que puso fin a la sesión declarándose en bancarrota emocional por tanto sibaritismo desplegado por sapiencia de la lengua de Fabiola. Ésta continuó para ella misma, se metía casi toda la mano en la vagina como tratando de llegar al útero y arrancárselo a jalones. Las otras la veían con una sonrisa satisfecha sin decir ni hacer nada, excepto acariciarse tiernamente los pezones una a la otra. No tardó Fabiola en auto liquidarse. Estando en el estremecimiento supremo, tartamudeando pidió: «¡dénme chingadasos, por favor, dénme en la maaadreee!» Las otras se vieron, se carcajearon e incorporaron y, ambas abofetearon ferozmente el rostro de la bella anfitriona que con esos golpes dados sin misericordia, se desmayó por tanto placer que percibió en y con todas las fibras de su cuerpo y las contracciones violentas de sus entrañas. Las otras se sorprendieron por el evidente desmayo de la lujuriosa hembra y con ternura acariciaron el rostro que antes habían castigado. Poco a poco Fabiola volvió a la realidad. Sonrió. Se tocó los pechos como para verificar que aún estaban en su sitio y luego dijo: ¡puta madre!, nunca había tenido un orgasmo de muerte como… éste que me dieron mi muy amadas… ¡putas hijas de la chingada!, dicho con todo cariño y respeto, ¿sí, mis amorcitos? Las dos amantes aplaudieron la ocurrencia y se besaron con ternura. Fabiola se puso de pie. Con pasos inciertos recorrió el espacio como buscando algo. Por fin, tomó la botella y las copas tiradas sobre la alfombra, sirvió en ellas y luego las ofreció para realizar la libaci
ón interrumpida por la traviesa muchacha que las puso a coger en desmesura. Brindaron por el amor y por la continuación del «triángulo bendito», dijo Fabiola con devoción incomparable. Tomaron una copa más, y Jazmín apremió a su amada fierecilla – por cogedora, desde luego – para que se fueran. Besos apasionados rubricaron la salida de las bellas ninfas y sellaron el compromiso de tener, a la brevedad, un nuevo encuentro que, se prometieron, «no sea tan carrereado ni tan brutal como éste», dijo Jazmín.
Cuando llegaron, Tencha las recibió con cara larga, asustada. Jazmín y su acompañante se extrañaron, pero de inmediato Tencha dijo: «Ay, señora, fíjese que… el señor, el patrón, acaba de regresar». Jazmín se tocó un pezón, y dijo: ¡A que la chingada!, ahora sí que tenemos que suspender los juegos olímpicos que tan bien venía planeando. Pero ni modo… queridas, ya nos daremos las mañas… para poder continuar lo que apenas iniciamos esta mañana.» Entonces se fijó que la hermosa vestimenta transparente de la mucama había sido cambiada por la horrible y opaca del uniforme oficial. Lucía, atónita, no supo que hacer. Se quedó parada al lado de Jazmín y aún con su brazo rodeando la sutil cintura de su amada patrona. Jazmín reflexionó mientras continuaba estrujándose los pezones. Se sonrió, y dijo: «No hay por qué asustarse muchachas, yo me encargo de controlar a este hijo de su pinche madre. De mi cuenta corre. Por lo pronto, nada de hacerle al pendejo. Ustedes siguen encueradas, digo vistiendo como a nosotras nos gusta y nos da placer y que chingue a su madre este puto cabrón si algo reclama». Luego, decidida y enfurruñada, empezó a subir las escaleras.
El marido estaba sentado en bata y leyendo. En cuanto la vio, se levantó y fue a abrazarla y a depositar un beso casto en la mejilla de su radiante y enfurruñada esposa.
– Y ora, ¿no que te ibas a tardar varios días? – Dijo Jazmín con un tono de reclamo y enojo.
– Bueno, el negocio lo pude cerrar más pronto de lo que imaginé… por fortuna, digo, para volver más pronto y verte de cerca… me haces mucha falta.
José era un hombre de unos 55 años de edad, robusto, cano, con barba corta y cana, y 1.75 mts. de altura. Sus facciones agradables, se puede decir que guapo, de una apariencia viril incuestionable. Sin embargo, por oscuras razones, hacía ya tres años que era totalmente impotente. Pero no obstante eso, su carácter amable y educado, tal vez hasta alegre, no cambió a pesar de su problema, tal vez por la elevada comprensión de Jazmín.
La respuesta del marido, la hizo cambiar la decisión de reprocharle, quizás a la manera de regaño, el regreso antes del tiempo anunciado. Casi endulzó su mirada y se estremeció de dicha cuando José le dijo:
– Oye, que buena idea tuviste de ordenar que la Tencha se vistiera así como la encontré a mi llegada… ¡es maravilloso verla como si estuviera encuerada!. ¿La otra chiquilla se viste igual?, digo, por qué si no, yo creo que sería necesario… pues… que las dos tengan el mismo «uniforme», ¿no?
– ¿Te gustó? ¡Caramba!, que bueno, porque, no creas, estaba temerosa de que te enojara… digo, que rechazaras la idea de solazarnos viendo ese cuerpo, bueno, cuerpos, porque la muchacha, que es toda una belleza, ya la verás, también se viste… si se puede decir que «se viste» igual que la Tencha. ¿Verdad que es… un buen espectáculo?
– Inmejorable, mi amor. Cuando menos para mí… bueno, tu sabes, puede ser una forma de… reivindicar, ya sabes, esa larga ausencia de placer… sobre todo, como supuse desde el primer momento, si a ti te da placer… bueno, como no tienes otra oportunidad… pues esta es de maravilla. ¿Te da placer… verlas?
– Claro, mi amor… es todo un placer para mí. No creas, tuve que convencerlas de que no había nada malo con eso… y les puse el ejemplo… ¿no me habías notado el uniforme? – coqueta y ya convencida de que su marido podría ser manejado para sus fines lujuriosos.
– ¡Estás bellísima! La verdad, hermosa a más no poder. Además… ¡me estas dando un enorme placer de poder verte así, casi encuerada sin que lo estés realmente. ¡Eres divina! Se me olvidaba; te traje un regalo… no sé si que guste, o si
lo consideres un regalo solo porque a mí me lo pareció, pero espero que así sea.
– ¿Regalo?, ¿dónde está?
– Es toda una sorpresa, ya verás. Está fuera de la casa… – Jazmín puso cara de asombro, José se reía – Claro, está en el jardín. Creo que después… si tú quieres, lo podemos dejar entrar a la casa… pero no creo que sea necesario.
– Bueno, pero ya dime de qué se trata.
– Acompáñame. Vamos al jardín… y te lo muestro.
Cuando bajaron las escaleras Jazmín llamó a las mucamas. Éstas, que durante todo el tiempo que su patrona estaba en las alturas comentaban, dándose besos intermitentemente, la llegada del patrón y su tristeza porque, decía Lucía, ahora estará difícil que podamos gozar con la patrona, pero sí podemos hacerlo entre nosotras todo el tiempo que nos dé la gana y claro, mientras se pueda. Escucharon el llamado, compusieron sus vestiditos transparentes y se dispusieron a asistir a un pleito conyugal. «Me vale madre, así dijo mi amor, y así le salimos al toro, ¿no crees Tencha?», dijo Lucía. Tencha se asombró por lo de «mi amor», pero tragando saliva, afirmó sintiendo que su cuerpo se mojaba solo que ahora por el temor irreprimible que sentía. Las dos, muy modositas, con los ojos bajos y con las manos por detrás, se presentaron a los patrones. José exclamó en cuanto las vio: «¡Son muy hermosas, queridas!. Que bonitos vestidos… ¿ya agradecieron a mi mujer este fabuloso cambio de uniforme?» Las muchachas se sonrojaron, pero al mismo tiempo se relajaron. Lucía, como siempre, tomó la iniciativa: «Claro, señor, ya le dimos… las gracias, aunque no tanto como nosotras hubiéramos querido».
– Oye, jovencita, dime, ¿no… te da pena, digo, enseñar todo?»
Lucía, aguda, dijo:
– Pues… sí señor, a mí en particular me dio mucha pena… solo al principio, pero cuando vi que la señora también se puso un vestido… bueno, que también me permitía admirarla, digo, así, como al natural, pues me dije: ¿y por qué no?, al fin y al cabo que esto es solo… para la señora… aunque ahora también sea para usted, digo, si a usted le parece bien.
– ¡Me parece estupendo!, es más, desde ahora no tienen permiso para vestir de otra manera… y tal vez… bueno, estaba pensando que hasta esas garritas transparentes salen sobrando… pero ya veremos, por lo pronto, lo dicho, sigan así… me gustan… los vestidos, pero más me gustan sus cuerpos. ¿Tú que opinas, mi amor?
– Pues… ¿qué quieres que opine? Me encanta verlas… y que me vean, y ahora mucho más porque comparto contigo el placer de verlas y… que me veas todo el tiempo en cueros. Lo otro, digo, que desaparezca todo vestido, es muy interesante, yo creo que tienes razón, pero también como tú dices, luego veremos. Bueno, ¿y el regalo? Ustedes muchachas, se pueden retirar. ¿Está lista la cena? Pues estén pendientes.
José estaba embelesado gozando la bella visión de las dos jóvenes. A su mujer poco la veía. Ya estaba pensando en los posibles placeres que podía aspirara a tener a partir de la maravillosa ocurrencia que había tenido su mujer. Hasta que Jazmín lo jaló, regreso a la tierra. Sonrió arrobado aún, y salió presuroso a los amplios jardines de la casa.
Al fondo del jardín, Jazmín vio un perro que incluso empezó a ladrar. Se quedó turulata. Nunca esperó que el famoso regalo fuera algo así. Cuando el marido le dijo que estaba en el jardín, pensó que era algún nuevo auto o cosa parecida, menos que fuera un animal. Pero como José no solo no había reclamado los «cambios de uniforme» sino que incluso estaba tomando iniciativas para prolongar y hacer más potente el placer, se dijo que había que complacerlo para tenerlo más de su parte cuando ella planteara alguna cosa que le permitiera gozar de los cuerpos de las mucamas. Así que le dijo que el perro estaba muy bonito – era un imponente pastor alemán – y se acercó para acariciarlo. El perro los vio venir, movió el rabo y cesó los ladridos. Se veía alegre el animal. Y más cuando la mano de Jazmín le acarició la cabeza. Como Jazmín estaba frente a él, su entrepierna, su pucha a
ún bien mojada y llena de los jugos del placer y la saliva de dos bocas, y con los hermosos y peculiares olores que desprendía en mucho más cantidad que los jugos o las babas, quedó precisamente a pocos centímetros de la nariz del perro. Este inmovilizó la cola, y atendió fijamente con su hocico, aquella parte de la hermosa mujer. Sacó la lengua y se relamió. Jazmín notó con turbación las reacciones del perro, pero al mismo tiempo con un sobresalto de estupor y arrobamiento, sentimientos y sensaciones que, sin poderlo remediar, la erotizaron. Acentuó, sin proponérselo, la caricia en la cabeza del perro, movimiento que produjo el acercamiento total de la nariz del can hasta llegar a la tela que apenas si cubría su desnudez. Entonces, turbada y no queriendo que marido notara su excitación, rotó el cuerpo para que la nariz husmeadora se alejara. Pero ya tenía una escalofriante idea en la cabeza, idea que no podía admitir y que, sin embargo, llena de excitación, con solo pensar se estremecía. El perro gimió entristecido por el alejamiento de la hembra. José, dichoso por el buen recibimiento del regalo, acarició el rostro de la esposa y con levedad depositó un beso en la mejilla. Jazmín estaba fuera de sí. Turbada, temblando, inquieta, aunque no lograba concretar la fantasía que se había forjado en su rica imaginación erótica, inició el regreso marchando a pasos cortos y con gran sensibilidad en los muslos que se frotaban fuera de la voluntad de Jazmín. José, arrobado por la maravillosa vista que las nalgas monumentales producían al moverse cadenciosas y sensuales, marchaba detrás lleno del placer que obtenía visualmente. Al entrar, Jazmín llamó a gritos a Lucía. Ésta, sorprendida, corrió al inicio de la escalera donde ya estaban los patrones. Jazmín caminó en dirección del comedor seguida por la mucama menor. José pelaba los ojos deslumbrado por las bellezas desnudas prolongando el disfrute de los desnudos. Jazmín hizo que Lucía se acercara y, en susurros, le dijo:
– Mi amor… estoy muy inquieta, desconcertada… no sé que pasa con el perro que trajo mi marido… ¿ya lo viste?
– No mi amor, no sabía que trajo un perro. ¿Dónde está? – Igualmente en susurros.
– Está en el jardín… quiero que vayas a verlo… y que…, pero, oye… ¿ya te bañaste?
– Pos cómo, si no he tenido tiempo… ya sabes, la Tencha está pero si bien caliente. Claro que no hemos cogido en serio pero…
– Bueno, bueno, luego me cuentas, pero ahorita lo que quiero es que… te des una vuelta al jardín y veas… de muy cerca, al perro. Pase lo que pase, vienes y me cuentas… vas a mi recámara y me llamas, ¿sale?
Cuando hacía la recomendación, Jazmín sentía enormes deseos de ser acariciada, hasta estuvo tentada de iniciar en ese mismo momento, sin importar que estuviera el marido presente, otra ronda de mamadas hasta morir de placer. Pero se contuvo porque sus dudas eran superiores a esos ya de por sí enormes deseos. Lucía la dejó en la escalera. José se extasió viéndola de frente, queriendo que el cuerpo joven no se moviera, que permaneciera allí por mucho rato, pero solo alcanzó a ver las nalgas que se escondían al salir por la puerta.
Lucía, intrigada, miró al perro en la lejanía. Desde allí no pudo encontrar rarezas en el perro, era un can común y corriente, bonito, pero nada más. Caminó despacio, como midiendo el terreno y con un poco de temor. Cuando se acercaba, el perro movía la cola con alegría y tiraba de la cadena a la que estaba sujeto como queriendo ir al encuentro de la que venía. Lucía acortó los pasos, tratando de percibir el más mínimo detalle que la avisara del peligro, porque a esa conclusión llegó por la orden que cumplía, es decir, que Jazmín había detectado algo peligroso en el perro. Pero el perro no daba muestras de agresión. Saltaba alegre, como los perros que Lucía había tenido en el pueblo que saltaban de gusto cuando los dueños se acercaban. Lentamente estiró la mano ante el perro que, quieto, olfateaba alzando el hocico como para que los olores le llegaran mejor. La mano llegó a la cabeza del perro, pero las nalgas de Lucía se retiraron porque la distancia aún era grande y apenas si podía tocarlo con los dedos, dedos que casi acababan de salir
de la pucha de Tencha. Por eso el perro los olfateó y luego le dio lametones intensos, como disfrutándolo. Lucía más se intrigó. Lo que ya tenía como cierto era que el perro no era ningún peligro. Joven, bonito, con el pelo bien lavado, las orejas elevadas y el hocico húmedo. Entonces Lucía se arrimó un poco más e intensificó la caricia de su mano en la cabeza del animal. El perro respondió con ladridos de contento y movimientos rápidos de la cola. La manos de Lucía pasó al lomo del perro por lo que su cuerpo, sus muslos, se acercaron al hocico. El perro proyecto su nariz a la entrepierna de la mujer y sacó la lengua que Lucía sintió caliente y mojada en sus muslos, casi en sus pelos. «Ah cabrón, ¿y ora?», pensó. El choque del hocico del perro en sus muslos produjo una rara sensación en Lucía, sensación que casi la hace retirarse, pero no le dio importancia y continuó acariciando el lomo del perro con la idea de certificar que el animal era manso, que no ofrecía ningún riesgo. Pero cuando el perro empezó a gemir como desesperado y sus movimientos se hicieron más inquietos, y cuando la lengua continuaba lamiendo los muslos ya casi directamente pues el vestido delgado y transparente estaba ya bastante mojado por la saliva del perro. Entonces la sensación percibida por Lucía se aclaró. Era una emoción parecida a cuando su amada patrona besaba sus pezones sobre el vestido, es decir, estaba sintiendo lo mismo, la misma humedad de la boca de su amada. Se alarmó, pero al mismo tiempo se sonrió comprendiendo que tal vez su amada se había arrimado demasiado al perro y éste había hecho algo similar a lo que ella estaba sintiendo. Además, pensó, estoy hasta la madre de olorosa de todos los litros de los néctares que mis señoras me sacaron… y por eso, ¡pinche perro!, está claro que siente el olor… – ya estaba excitada de nuevo, excitación que había desaparecido cuando Jazmín le pidió que fuera a ver al animal – ¿qué más hará si… lo dejo que le siga…?. Con cierto temor permaneció firme y con las manos en los costados. El perro, quieto, husmeaba y daba lengüetazos sobre la tela. Lucía sentía la lengua cada vez más cachonda, más excitante. Sus manos se fueron con cierta premura a los pezones y los empezaron a estrujar. La mente de la joven era u torbellino de lujuria. «¿Y si levanto la falda…, qué pasará? Su mano, con temor, se fue a donde la lengua del perro lamía incansable y subió un poco dejando al descubierto mucho de los muslos. Entonces el perro gimió, arañó el piso con una de sus patas, y volteó a ver a la muchacha, para enseguida volver para lamer ahora la piel desnuda. Esas lamidas hicieron que Lucía se estremeciera verdaderamente excitada y con un goce extraordinario, y más porque ya estaba imaginando que se sentiría que esa lengua llegara hasta su raja ya por completo inundada. Su mano se poso sobre la cabeza del animal, más para sostenerse que por repetir la caricia al perro. No pudo sostenerse, o fue el pretexto para sentarse en el pasto verde, movimiento que hizo subir su faldita hasta más arriba de sus pelos y que dejaba las rodillas dobladas y los muslo muy abiertos a unos centímetros del hocico husmeador. El perro se mecía inquieto y con la cola daba latigazos en el aire y con el hocico apuntando directamente a la pucha ya desnuda, y los ojos fijos en la pelambre como que lo excitaba la visión de esa raja cubierta de pelos. Entonces los muslos de Lucía se abrieron por completo y su pucha quedó totalmente al aire y rezumando abundantes majares para el perro, que al sentir el olor, al ver la raja abierta y los pelos descubiertos, avanzó lentamente el hocico hasta que la nariz chocó con la pucha. Lucía cerró los ojos ya totalmente entregada al placer inesperado e impensado que estaba disfrutando desde que sus nalgas se mojaron con la humedad del pasto. El perro olfateó con fuerza antes de empezar a lamer los muslos primero, luego los pelos, y después metió la lengua a la raja y lamió y lamió, a cada minuto que pasaba con mayor frecuencia y mayor fuerza. Lucía tuvo que recargarse en sus manos puestas atrás de su cuerpo apoyadas en el zacate y abrió al máximo los muslos. Entonces el perro disminuyó la velocidad de las lamidas, pero profundizó el ingreso de la lengua. Lucía jadeaba, suspiraba, acezaba, los sollozos eran lastimeros, pero signif
icaban enorme placer que estaba regocijada por sentir la lengua y que el perro disfruta con fruición. Y el orgasmo estuvo próximo cuando el perro metió la lengua hasta hurgar en el culo de la muchacha y, después de minutos de lamer allí, se metió de nuevo a la raja y fue a lamer – como si fuera la lengua de Jazmín – directamente el clítoris, como si el supiera que allí era donde había que hacer revolotear la lengua. Por más esfuerzos que Lucía hizo para no gritar, no pudo contener los gritos que anunciaban el enorme goce que estaba teniendo. El perro no cedió a pesar del estremecimiento y la sorpresa que los gritos le provocaron, estaba embelesado mamando la pucha de Lucía. El hocico se retiró, y Lucía abrió los ojos. El perro la veía directamente a sus pupilas como implorando recompensa. Lucía quería que la lengua volviera a donde antes estaba, pero el perro quería otra cosa. Ladró un tanto inquieto y empezó a saltar. En uno de esos saltos, Lucía pudo ver la verga del perro totalmente fuera de su funda. Fue inquietante, a más de tremendamente excitante, la visión del palo rosado que rezumaba líquidos abundante. De inmediato Lucía supo que el perro quería coger, y se estremeció. Se mordía los labios ante la incertidumbre. Su corazón latía violentamente tras las costillas amenazando con romperlas y su pucha se contraía espasmódicamente. Jadeaba, sus ojos fuera de las órbitas, en fin, tenía un rostro de lujuria total, como endemoniada. Pero no sabía cómo proceder. La imagen de los perros cogiendo vino en su ayuda. Se vio en cuatro patas ofreciendo el culo al perro desesperado por meter la verga tremenda que danzaba bajo su panza. Una mano fue a dar alivio pasajero a la pucha insurrecta. El perro mismo vino a dar la solución para la estupefacta – por la tremenda excitación que la pasmaba – Lucía. Es decir, dejó de saltar, medio metió la verga a su funda, y regresó a la visión y al olor de la pucha jugosa, desbordada. Y se puso a lamer como con un segundo aire y un tino mayor, tal vez con la memoria de la primera mamada. La lengua larga y mojada del perro hizo que Lucía se fuera al cielo y unas cuantas lamidas bastaron para que el orgasmo, que casi no había cesado, se repitiera con mayor intensidad que el anterior. Fue tanto el disfrute, que Lucía cayó sobre el césped con lo que su pucha quedó más expuesta a la lengua lamedora. Era la locura. Lucía gritó y grito frenética, histérica, con el placer taladrándola como pequeños dardos por todo el cuerpo y principalmente en la pucha que reventaba de pasión y que expulsaba más y más líquidos olorosos que el perro recogía con su lengua con gran satisfacción. Sentía que iba a morir en el placer. Pero su clítoris empezó a sentir descargas eléctricas casi dolorosas, así de intenso y poderoso era el estímulo de la lengua incansable. Entonces, casi inconsciente, Lucía rodó para alejarse de la lengua que la estaba matando de regocijo y delicias nunca soñadas o imaginadas. El perro se quedó estupefacto, burlado se puede decir. Pero no hizo otra cosa que saltar una y otra vez tratando de romper sus amarras. Lucía permaneció largos minutos jadeando, sollozando, acezando arrítmicamente, casi muerta, con el rostro restregándose en el pasto. Cuando sus estremecimientos cesaron, se puso de espaldas y vio el sol declinante, casi sin verlo. Luego, suspirando y con una gran sonrisa de satisfacción en el rostro, se sentó con los muslos aún muy abiertos y sus pelos bien mojados ahora por la saliva del perro y sus líquidos derramados. Miró al perro casi con ternura y su mente fantasiosa ya estaba prendida de la verga del perro. Pero pudo más la cordura. El tiempo y el espacio volvían a ser reales, presentes, hasta acuciantes, acuciantes porque era claro para le bella chiquilla que su amada patrona estaba esperando las noticias sobre el perro. Se puso de pie. Todo le dio vueltas como mareada, y sus sonrisa se hizo más amplia. «No cabe duda que el placer, como le dice mi amada, es cabrón… mira que hasta con el pinche perro se puede, ¡carajo!», pensó alegre y satisfecha. Quiso ir a agradecer la mamada sublime al perro, pero pensó que era cruel ir a excitar nuevamente al pobre animal que no se imaginaba cómo satisfacerlo; por eso, desde donde estaba, envió un beso al can que saltaba alegre, pero ya sin verga a la vista. Paso a paso regres&oa
cute;, pensando en qué decir a Jazmín. Decidió que le daría la información verídica de lo que había pasado – y disfrutado – con el perro.
Jazmín estaba inquieta. Se bañó en presencia de José que así lo solicitó. Pensaba y pensaba en las sensaciones tenidas con la nariz del perro en su regazo. Y su excitación sexual, que pensaba ya ausente, regresaba potente, avasalladora, como que percibía que con el perro… pero no se decidía a terminar el pensamiento. Se secó con parsimonia y para el placer de José que no le quitaba los ojos de encima. Se puso una bata, que luego se quitó porque José se lo pidió. Se recostó en la cama, y José se puso a los pies de ella viendo, mirando incansable. Rojo de excitación y vergüenza, le rogó que abriera las piernas para poder verle la pucha. Entonces Jazmín se percató de la actitud del marido, actitud que seguramente obedecía a que estaba obteniendo placer con los ojos a falta de… ¡verga!, porque, en efecto, luego que Jazmín escuchó el ruego, fue hasta donde el marido, metió la mano hasta tocar el flácido miembro, y entonces, contrita, triste, pero de ninguna manera apenada o frustrada, se dejó caer de nuevo en la cama y abrió al máximo los muslos con las rodillas dobladas para que su marido gozara. Todavía más: supo que su marido obtendría mayor placer si ella hacía algo erótico para que él la viera. Entonces se tocó los pezones viéndolo fijamente. José se estremeció de gozo y agradecimiento, pero nada dijo. Luego las manos de la bella se posaron en la pucha, acariciaron y peinaron los húmedos pelos castaños, y abrió la rendija para que la visión de sus sonrosados labios fueran admirados por el mirón. Y Así estuvo largo rato pensando por momentos en la tardanza de Lucía, sin sentir mayor emoción de la masturbada ficticia que se daba. Pero José babeaba y se apretaba el miembro y, ocasionalmente, sus dedos se corrían hasta llegar al culo y lo apretaban. Así estuvieron hasta que sucedieron dos cosas: una, que José quedó saturado de emociones y se derrumbó sobre los muslos mórbidos de la esposa, y Lucía llamó quedamente en la puerta. Jazmín se levanto con premura y casi corriendo se fue a la puerta. Salió, y cerró la puerta. «Dime, dime, ¿qué pasó? Lucía sonrió ampliamente y la besó con dulzura. «¿Sabes qué?, pos ese perro es un primor… ¡da unas lamidas de poca madre!, lamidas que casi me matan de tanto placer, como tú le dices al gozo de la pucha. La verdad… esa lengua hasta te lleva a las estrellas, la verdad». Jazmín estaba estupefacta, aunque esperaba algo así cuando la envió a investigar. Entonces quiso que le contara. Y Lucía le dio todos los detalles, detalles casi espeluznantes que sobre excitaron a las dos que interrumpían el diálogo para comerse a besos y menearse los dedos dentro de las puchas de nuevo anegadas. La imaginación erótica de las dos estaba desatada y más se calentaban, eran géisers rebosantes, hirvientes. Embelesadas y tórridas se besaban con desesperación totalmente fundidas y percibiendo solo el sabor de la boca y la saliva de la otra, casi ni las puchas eran tomadas en cuenta. Por eso fue que José, inquieto por la tardanza de la esposa, se levantó y abrió la puerta para ir a investigar y cual no sería su sorpresa al ver a las dos bellas muchachas prendidas en un beso inacabable y una de ellas, su esposa, totalmente desnuda. Hasta su verga muerta se estremeció, aunque no llegó a mayores. Apenas contuvo el volumen del grito que salió de su garganta. Las jóvenes sintieron el quedo grito como un cañonazo. Se separaron hasta con brusquedad, pero ya habían sido sorprendidas en su cálido abrazo. Jazmín, azorada, volteó a ver al marido temerosa de la reacción del mismo. De la cara sorprendida que vio en cuanto lo tuvo al frente, pasó al relajamiento y después a la franca risa, risa alegre, casi entusiasta. Jazmín estaba anonadada, bastante confusa. Lucía, después del primer momento de estupor, supo que el marido comería de su mano… tal vez también de la mano de la patrona. «Carajo, mi amor… otra sorpresa más… linda sorpresa además. ¿Disfrutas… así?, digo, para mí… es fantástico que puedas dar salida a tus necesidades, t&uacu
te; sabes, de goce sexual… ¡cómo sea!», dijo José gozando las palabras y ya deseando que la escena suspendida se reanudara. Y así lo dijo: «Por mí… y si quieren, pueden seguir con sus… arrebatos», y se carcajeó. Jazmín estaba gratamente sorprendida, y con su excitación en ascenso. Pero juzgó que no era oportuno, ni había tranquilidad, para continuar. Así que dijo:
– ¡Ay, mi amor!, es estupendo que digas eso. No sabes cuanta angustia tenía de que… te fueras a enterar de que…bueno, ya viste lo rico que… bueno, tienes razón. De una manera totalmente inesperada inicié el disfrute de estas… exóticas caricias… no sabes lo increíble que es gozar con… un cuerpo similar al mío. ¿No te defraudo?
– Pero mi amor… ¿cómo puedes decir eso después de que… bueno, no me hagas decirlo, tú sabes cual es mi… pero bueno, para mí es, cómo tú dices, rico que goces así, de esta manera que tanto escandaliza a… lo brutos, a los pendejos… ¡si yo pudiera…!, digo, hacer lo mismo… ¿por qué no continúan? – con cierta desesperación porque quería tener el placer de mirar el amor entre las bellas mujeres.
– Estamos cansadas… pero no te impacientes, para todo hay tiempo. Por lo pronto, tanto Lucía como yo… necesitamos un poco de descanso. ¿Verdad mi amor? – dirigiéndose a Lucía que se estremeció por el calificativo cariñoso, calificativo que tuvo la virtud de producir un estremecimiento placentero en el impotente José.
– Es verdad – dijo la mucama viendo a la señora con arrobo amoroso, y al marido con insinuante mirada.
– Bueno, pues vete a descansar. Yo haré lo mismo. Que Tencha, que está fresca, haga la cena… que nos llame a las nueve de la noche por favor… otra cosa; todas estaremos sin más vestido que nuestro cuero… Dícelo a Tencha para que se quite esa fea garra que vestía cuando regresamos. Recuerda que es un gusto que mi marido quiere que le demos. ¿Lo complacemos, mi amor?
– Claro… ¡con mucho gusto y… placer! – dijo Lucía ya totalmente desinhibida.
José estaba feliz. Nunca imaginó que podía recuperar el placer de la manera que lo estaba haciendo, sobre todo sintiendo. Jazmín no podía contener el gozo y la alegría que la impotencia del marido y su nueva apetencia le producía. Jamás pensó que podría dar rienda suelta a los recién descubiertos disfrutes con las nalgas y las puchas y las chichis de sus queridas chamacas. Sin esconder su alegría y en un sincero arrebato, abrazó y besó apasionadamente al bueno de su marido que no solo aceptaba las modalidades que ellas estaba disfrutando, sino que él también estaba en el la delicia del gusto exquisito puesto en marcha y en práctica por su hermosa mujer. Respondió al beso con mucho amor, disfrutando el nuevo entendimiento entre los dos. Luego se encueró para acostarse con su mujer ya no para verla, sino para gozar el calor del cuerpo escultural, y los olores que a pesar del baño, los nuevos besos habían hecho aflorar potentes.
Lucía estaba radiante de felicidad. El cansancio que trajo del encuentro con Fabiola era nada comparado con el cansancio producido por la «entrevista» cachonda con el perro, pero ambos estaban descartados por la ilusión que ya se hacía de un nuevo encuentro placentero que no sabía cómo se iba a dar, pero estaba segura que algo pasaría tan solo terminara la cena.
Encontró a Tencha sentada en una actitud de pasmo. Se extrañó. Luego le preguntó. Tencha dijo: «Es que… te tardaste y pensé que… bueno, que había bronca con los señores. No creas, tengo mucho pendiente de que nos vayan a… correr; bueno, el señor, porque la señora está visto que nos quiere… bueno, por todo por lo que ya pasó, digo, hoy en la mañana, ya sabes, gocé de poca madre… y orita, la verdad, estoy bien asustada». Lucía se carcajeó y le dijo:
– No pos sí, era como para pensar eso… pero si serás pendeja, ¿pos qué no te diste cuenta de lo que dijo el viejo cuando nos llamaron y que ellos estaban en la escalera? – Tencha no recordaba, su rostro estaba todavía más estupefacto – ¿No te acuerdas que dijo que estábamos a toda madre así encueradas?, ¿no entendiste que dijo que a lo mejor hasta los vestidos estaban de más?, bueno, pues eso es
lo que quiere que hagamos… digo, que nos quitemos toda la ropa… ¿pasas a creer tamaña dicha? Tencha por fin se dio cuenta que no corría ningún peligro y que, a lo mejor, hasta podían darse a la impúdica tarea de mamar chichis y hasta la verga del señor, pensó fantaseando. Eso hizo que la calentura apenas disimulada saliera relampagueante; y brincó de donde estaba para besar a la preciosa muchachita dueña de su pucha y sus nalgas y sus tetas y todo su cuerpo. Lucía también la besó con pasión, pero estaba fatigada. No había dejado de tener orgasmos durante todo el día, además de la noche anterior; y luego con la lengua del perro; realmente no podía más. Por eso le dio unas sonoras nalgadas a la mucama mayor, se carcajeó y le dijo:
– Espérate querida… hay más tiempo que vida… estoy pero si muerta de cansancio. No sabes todo el ejercicio que hicimos la señora y yo… en casa de una amiga de ella… estuvo padrísimo, pero bien cansado. Pero en la noche… seguro nos desquitamos y a lo mejor…. ¡hasta con los patrones!
Tencha se separó porque lo expresado por su querida la asombró. No podía pensar que semejante cosa pudiera ser realidad, y se lo dijo.
– Pues sí, sí tienes razón, pero… todo puede suceder. Tú, por lo pronto, tranquila; a ver que pasa. De momento prepara una buena cena, digo, tú eres pero si bien buena para hacer algo rico, digo, de comer, porque de mamar, pos mamas riquísimo, a todas madres.
Y sin esperar más se fue a su cuarto a darse un baño y a reposar.
Jazmín se dio un largo baño de tina con burbujas perfumadas. Con cuidado estuvo «lavando» su vagina con sus dedos de las dos manos intentando, sin éxito, evitar la excitación. Luego, con el propósito de estimular a José, le pidió que fuera él el que la secara. José, gustoso y con placer emocional evidente, la arropó con una gruesa y felpuda toalla, para después y con lentitud, tallar dulcemente todo el cuerpo de la esposa poniendo especial atención en los senos espléndidos y en la pucha otrora funda preciosa de su instrumento en receso – cuando menos – que a pesar del fuerte estímulo que significaba recorrer el cuerpo estupendo, no dio muestras de reanimarse. Esto apenaba a Jazmín no tanto porque él fuera su marido, sino que lo consideraba como un humano en desgracia. Y, definitivamente, y menos desde que en los días anteriores había probado las mieles del amor con sus mucamas y amigas, lo consideraba como una desgracia para ella. «En fin, esto no es el fin del mundo. Además, mi santo José está gozando por otros mecanismos y eso, es lo importante. Tal vez mi obligación como esposa y ser humano es proporcionar a mi sexualmente inútil maridito, todo el espectáculo que sea necesario para que goce aunque sea de manera diferente a cómo yo goce, pero que goce, que caray», se dijo, y empezó a elaborar toda una fantasía realizable en los salones caseros. Se vistió con uno de sus más leves y transparentes vestidos y llegó a la recámara donde ya estaba José vestido muy formal, con un traje digno de una recepción diplomática. No pudo contener la risa. Luego le dijo a su marido:
– Pero José de mi alma, ¿cómo te vistes así cuando has dado la instrucción de que nosotras vistamos en transparente? Hasta dijiste que tal vez los vestidos serían artículos superfluos. Yo creo que hay que estar a tono y… pues quédate en ropas menores o, incluso… ¿por qué no?, en cueros viles. Bueno, tus cueros no son viles, son muy atractivos y lúbricos.
José peló los ojos. La vio sin poder comprender el alcance de la propuesta de su mujer, pero pasados unos segundo y pensando en todo lo que vería en el salón comedor, soltó una carcajada y sin más y con premura se despojó de todo el vestido y quedó totalmente encuerado. Jazmín, feliz, sentía que sus sabrosas excreciones vaginales estaban puestas; ya las sentía hasta por las rodillas.
Tencha se resistía a quitarse el vestido que, para cubrir el cuerpo no servía, lo pensaba como una protección al «desnudo total». Pero luego de dos o tres besos de lengua parada y acosadora de la garganta, y dos que tres metidas de dedos en la pucha y culo, accedió y, con cierta coquetería, se quitó el pequeño y translúcido vestido. Luego, como para ser rec
ompensada, exigió el permiso para meter su lengua en la raja ya aguadísima de la mucama menor. Atisbando por la rendija de la puerta, Lucía, que lucía esplendorosa en su desnudo, estaba inquieta, impaciente, con la excitación en ascenso. Cuando los vio entrar, pero sobre todo cuando se percató de la desnudez total de los patrones, empezó a reír llena de alegría, felicidad y emoción. Los miró sentarse muy erguidos y Jazmín muy roja, rubor que denunciaba su fiebre erótica. Lucía más se calentó al verla así de hermosa en ese desnudo colosal. Al santo varón, casi no lo vio. Fue a Tencha y la besó con la pasión que la desbordaba. Se sentía en la gloria. La presencia de los patrones, desnudos y sonrojados de excitación, así como su propio cuerpo sin ropa, la hicieron sentirse al mismo nivel de los otros, además de considerarse copartícipe de una ceremonia de lascivia explosiva. Trémula, tomó la bandeja que contenía la entrada, y se fue, contoneando las caderas, las nalgas vista desde atrás, de una manera provocadora, cínica, pícara, coqueta, y de una alegría sensacional. Jazmín la vio venir y, sin poder contener su admiración excitada, aplaudió. José, que se relamía ante la divina aparición, no se quedó atrás, sus aplausos acallaron a los de la esposa. El bello triángulo piloso se destacaba sobre los muslos en todo el esplendor de aquél cuerpo digno de la real divinidad. Lucía, excitada la máximo, – no era para menos. La chica, venida de un pueblo sumamente atrasado, había considerado la desnudez de los cuerpos como un atentado a la moral y a la buenas costumbres, que significaban la vergüenza para cualquiera que contemplara algo así y no lo denunciara o intentara cubrir lo desnudo, hasta que la patrona casi la obligó a vestir primero una minúscula falda, y después uniformes translúcidos – estaba orgullosa de tener ese cuerpo y mostrarlo desnudo ante los dueños de la casa, y más porque los hizo aplaudir. No tenía el concepto de «Reina», pues, si lo hubiera tenido, es seguro que obligaría a los patrones a rendirle pleitesía. Sonriendo como estrella cinematográfica, saludó:
– Buenas noches… tengan los patrones. – Y puso la charola de los alimentos frente al señor de la casa.
Jazmín, riéndose alegremente, dijo:
– ¡Que patrones ni que ojo de hacha!. De ahora en adelante somos José, Jazmín, Tencha y… ¡la hermosa Lucía!, déjate de formalidades, mi amor. Además, ¿por qué no me dices «mi amorcito» como lo venías haciendo?, el que esté aquí José, no tiene porque impedirte que me… des ese título que tanto me enloquece.
Entonces Lucía, ya totalmente dueña de la situación, dio un paso, luego se inclinó y besó, ardiente, la boca de «su amorcito» José, sin poder contenerse y totalmente metido en el erotismo de la escena, aplaudió tan rabiosamente como antes, y dijo:
– Pude ser que yo… todavía – subrayó – no sea «tu amorcito», pero aspiro a serlo… desde esta misma noche. Y… ¿a mí no me besas?
Bueno, fue el éxtasis para Lucía. No daba crédito a lo que le pasaba. Su vagina se contraía sin recato y sus jugos ya eran visibles sobre sus bellos muslos. Volvió a besar a su amada y, con pasos mas sinuosos y provocadores, se acercó a José; hizo los movimientos precisos para que, al besarlo con pasión desmedida, sus monumentales pechos tocaran el tórax del hombre de la casa. Ahora fue Jazmín la que aplaudió. Estaba radiante de felicidad. La situación, y la desenvoltura de su querida mucama, rebasaron todas sus expectativas. Tan fue así que, sin poder contenerse, acarició las nalgas de la bella y luego hizo evidente esa caricia asestando una sonora nalgada en las hermosas prominencia traseras de la muchacha. En tanto Tencha se derretía en la incertidumbre. Era tanta su angustia, que se jalaba fuertemente los pelos de la pucha. Cuando escuchó los primeros aplausos, medio se tranquilizó, con los que siguieron casi se alegró, pero su timidez, el sentirse totalmente desnuda, continuaban teniéndola en tensión angustiada. En el comedor, el beso inaugural de José, fue seguido de otros de Jazmín y también de Lucía. Luego la señora dijo:
– ¿Y la Tencha?, ¿qué h
ace en la cocina si el rejuego está aquí?
Y se levantó para ir hasta la puerta de comunicación con la cocina. La abrió. Al ver el estado de la Tencha, se carcajeó. Luego entró. Caminó despacio ante los ojos casi escandalizados de la cocinera, estiró los brazos como invitándola a acercarse, y la abrazó. Luego besó la boca de labios carnosos de la mucama mayor que casi se fue a la gloria y al desmayo. Despertó, cuando unas cariñosas nalgadas dadas por la señora la hicieron sentir con más fuerza la tremenda excitación. «No tienes que estar aquí», dijo Jazmín, y la tomó con una mano de un pezón, y con la otra de los pelos de la pucha e inició el regreso al comedor.
En tanto, Lucía ya sin ningún prejuicio, se sentó en las rodillas de José con el pretexto de servirle las carnes frías de la entrada. Actitud que para el impotente fue maravillosa. Sentía las nalgas duras y tersas en sus muslos y deseaba tener una erección para hacer sentir a la bella más de lo que tenía la seguridad que estaba sintiendo. Cuando vieron que venían las otras dos mujeres, una jalando a la otra de la manera tan peculiar descrita, aplaudieron; Lucía se relamió los labios deseando ser ella la que estuviera recibiendo las caricias de la patrona. Al estar a la mesa, Jazmín besó apasionadamente a Tencha. Ésta, al recibir el beso, como que perdió parte de su timidez y también de su angustia. Pero cuando las manos de José se posaron en sus tremendas nalgas, su excitación la hizo eliminar cualquier otra sensación o pensamiento y puso a su lengua a danzar alegre y cachondamente con la de la patrona apretando el abrazo que ya existía. Enseguida Jazmín la hizo llegar hasta donde José y Lucía, – que aún estaba sentada en los muslos de él – e hizo que se besaran, primero Tencha a José, y después a Lucía, y finalmente indicó que el beso fuera a tres bocas. El comedor ardía. Los cuatro actores se derretían. La cena se olvidaba. Lucía reaccionó tratando de prolongar el placer, y dijo:
– Oigan, mis amores, ¿no les parece que la noche es larga y que bien podemos… digo, si están de acuerdo, dejar para más adelantito lo de… bueno, los besos y esas otras… cosas que tanto me, yo creo que… NOS hacen gozar? ¿Qué les parece que primero les sirvamos los alimentos y después les servimos… los besos y las… bueno, lo que ustedes deseen?.
Jazmín, ardiendo como condenada, lo pensó. Estaba metiendo ya los dedos en la raja olorosa y mojada de la mucama mayor y en la propia que escurría a raudales. Pero luego entendió la intención de la diosa, se carcajeó, sacó los dedos de donde andaban, y dijo:
– ¡Claro, amorcito!, claro, tienes toda la razón. Propongo entonces, que las Dulces Dulcineas vayan a la cocina para traer los manjares que seguramente preparó la cachonda Tencha. ¡Vamos niñas!…, !al ataque a los fiambres, que ya habrá tiempo para el amor!.
Las risas denotaron toda la felicidad de los comensales y las servidoras. Las tres se reunieron dejando a Jazmín al centro, se tomaron por las cinturas y se fueron a la cocina. Las nalgas de las tres beldades tenían arrobado y feliz al sorprendido y excitado José que no atinaba a decir ni hacer nada, solo su vista funcionaba a mil por hora… y no tenía desperdicio.
En la cocina las tres se trenzaron en tremendos besos, pero de nueva cuenta Lucía hizo lo necesario para que suspendieran los besos y las caricias que tendían a profundizarse, y las hizo regresar llevando cada una recipientes con los potajes. José se relamió al ver, ahora de frente y en todo su esplendor, los cuerpos bellos de las muchachas. Pelos lindos en todas, y todas con diferente color y largo de los pelos más hermosos de las mujeres. Gozaba enormidades, así lo sentía. Incluso poco recordaba su impotencia. Dejaron los manjares. Tencha y Lucía se aprestaron a retirarse, pero Jazmín, jalándolas de las chichis, les dijo que «nada de que ustedes sirven y nosotros comemos, nada. Ustedes se sientan también. Yo voy por los dos servicios que faltan, ¡faltaba más!», y se fue casi corriendo a la cocina. Las dos mucamas se vieron casi con consternación, pero un minuto después se carcajearon alegres, excitadas como nunca y con el anonadamiento de ir a sentarse «junto con los patrones» Esto era un motivo más para increm
entar su excitación que ya era del tamaño del Everest. Pero permanecieron de pie, no supieron donde sentarse. La mesa era larga y de una ancho más allá de lo convencional. Las sillas, lujosamente tapizadas, con respaldos altos, estaban simétricamente distribuidas a lo largo de la mesa, dos en las cabeceras. Vino Jazmín cargada con platos y cubiertos. Los puso en la mesa y titubeó. Su desconcierto obedecía a que no supo donde colocar cada uno de los servicios. Los habituales ya estaban en los sitios de rigor, pero los de las invitadas… ella no podía admitir la separación «formal» de los espléndidos cuerpos, además de que la lejanía de unos y otros dificultaría las caricias que, le parecía, eran indispensables como para digerir adecuadamente los abundantes alimentos que había que ingerir. Entonces decidió colocar los lugares a lo largo de la mesa. José sería el centro de la fila; ella se situaría a la derecha de José, y Lucía a su lado, Tencha ocuparía el lugar al lado de José. Antes de sentarse, beso y acarició a José, para dedicar mayor tiempo a las mucamas a las que acarició y besó nalgas, chichis, pezones y alisó el pelo craneano de las dos, pelo que era precioso, aunque no tanto como los pelos guardianes de las rajas deseadas. Las risas acompañaron los ruidos de los cubiertos sirviéndose cada uno lo que más apetecía. Entre cucharada y cuchara, se besaban los que estaban próximos, para mayores logros de José y Jazmín que podían besarse entre sí y a sus respectivas beldades adjuntas. Los pellizcos de todos era para todos, las manos podían llegar hasta los personajes situados al centro. Bebieron el fino vino espumoso que desde antes del arribo de los comensales estaba dispuesto y enfriándose. La alegría estaba generalizada, las timideces y otras actitudes ridículas fuero eliminadas sin que nadie se diera cuenta. Hasta el desnudo inusitado fue relativamente olvidado, es decir: nadie le daba importancia moral; por el contrario, todos sentían que era una bendición puesto que la ropa dificulta enormemente las caricias en los cuerpos deseosos de ellas. La conversación generalizada consistía en trivialidades y picardías cargadas de sensualidad y contenido sexual explícito. Si acaso alguna pregunta sobre los pueblos de las mucamas, o referencias al viaje de negocios de José. Lucía recordó al perro de lengua voraz, y se carcajeó. La única que la secundó fue Jazmín que estaba al tanto de las osadías perrunas. Tal vez este recuerdo hizo que Lucía tomara la decisión de dar por terminada la cena en su aspecto gastronómico, e iniciar las actividades más placenteras que ya afloraban encendidas en las mentes de todos. Sin decir nada, se levantó. Irguió el cuerpo de extraordinaria belleza, retiró los platos sin considerar si los comensales habían terminado o no. El resto de los contertulios la vieron con asombro, excepto Jazmín que de inmediato imaginó que su amorcito algo tramaba, seguramente el comienzo de las hostilidades eróticas. Y así era. Cuando la vajilla dejó de ser un estorbo en el espacio, Lucía saltó para caer con las nalgas sobre la cubierta de la mesa, los muslos bien abiertos y de cara a José que se carcajeó lleno de felicidad y disfrutando al máximo el bello panorama de la pucha y la pilosidad negra de la jovencita tan expuesta a su mirada. «Besa mi pucha!», casi ordenó la bella, y se dejó caer de espaldas en la mesa recorriendo aún más las nalgas para que el acceso de la boca del invitado fuera más fácil. José, sorprendido y confuso, sintió que mamar esa pucha en «público», era… cuando menos en extremo desconcertante. Pero las muchachas lo animaron, Jazmín hasta empujó la cabeza del varón para que su boca fuera a estrellarse en los pelos hermosos. El olor lo fascinó. La tersura de los pelos era algo que apenas recordaba de cuando aún apetecía mamar la concha de su esposa. El sabor que su lengua y su paladar degustaron, lo transportó al placer casi olvidado de mamar puchas. Jazmín empezó a acariciar los pezones de la tendida y mamada por el hombre, y Tencha puso su manos sobre la flacidez que era la verga de José. Pensó en que no descansaría hasta hacer que esa verga – que ofrecía amplias posibilidades de ser una verga estupenda, grande y gorda – se desperezara y tomara parte de los juegos que se estaban iniciando. Pero su mano sobrante no permaneció inmóvil, se fue a las chichis de su amada, porque intentó acariciar cuando menos los pelos, pero la boca, y la mano, del mamador, se lo impidieron, por eso se satisfizo con el radiante y ardiente pezón de su compañera. Jazmín sentía que su pucha reclamaba, que sus dedos se negaban a ser los satisfactores para esos deseos. Por esto fue que se subió a la mesa, caminó sobre ella hasta quedar encima del rostro radiante, rojo como sandía, sudoroso de su amada, abrió las piernas viendo a José mamar, y poco a poco fue descendiendo hasta poner su pelucera en la boca anhelada. Lucía gritó de alegría al reconocer los olores y los sabores de la pucha tan querida y su lengua sin pérdida de tiempo se metió al océano que era la rendija abierta por completo por la lengua habilidosa. Tencha dejó de frotar la verga muerta, y también se subió a la mesa con la intención de ofrecer sus soberbios pechos a la que era mamada por la yacente y a su vez mamada; además sus manos agarraron las chichis de la otra y las acariciaron con cariño, con ardor, como si fuera una necesidad de vida o muerte. Las nalgas de Jazmín iban adelante a atrás, rítmicamente y, de alguna manera, las nalgas de Lucía seguían esa misma cadencia para frotarse con la lengua y los labios carnosos de José que babeaba incluso del pito que, aunque no se parara, sí emitía las lágrimas del ojo único del cíclope inerte. Tencha, desaforada por la extrema calentura, se sentó sobre una de las chichis de Lucía y se empezó a frotar moviendo las nalgas al parejo de las otras dos. Así se estableció el movimiento generalizado de las nalgas bellas de las bellas dedicadas al placer de la carne, claro, no de la carne que ya habían comido. Esos movimientos eran de una belleza descomunal, lo mismo que los jadeos, los gemidos, los sollozos de todas que por igual emitían, casi como si fueran ecos de los movimientos de las nalgas. Y los gritos comenzaron. La primera en estallar fue la Tencha, quizá por ser la novata en las mamadas colectivas. La siguió Jazmín porque la lengua de Lucía era todo un prodigio. Finalmente Lucía que pudo acomodar el ritmo de sus nalgas a la desesperación de la lengua de José que quería así, suplir el placer que no podía obtener con la verga. Entonces Jazmín quiso mamar, pero mamar la pucha de la Tencha que aún no había probado. Por eso la jaló hasta que la hizo tenderse a lo largo de la mesa, luego metió la cabeza entre los robustos y lindos muslos de la mucama mayor, admiró los pelos que ahora tenía tan cerca, y después disfrutó los olores concentrados de la hembra madura, finalmente su lengua se atosigó de placer al meterse en la inundación que era la pucha prieta de pelos suaves y largos. Tencha gritó de placer al sentir la lengua, y quiso la pucha de la señora en su propia boca. Con sus manos hizo que uno de los muslos pasara sobre su cabeza, y luego la enterró hasta que su lengua estuvo metida hasta dentro de la pucha digna de cualquier mamada de mamadora o mamador expertos. Y las nalgas de las dos se mecieron al compás de las lenguas que marcaban la velocidad y la intensidad de los movimientos de las bellas nalgas. Era el fabuloso 69 que tan pronto se dio a las mamadas la señora había aprendido que era la mejor forma de mamar y ser mamada. Lucía, al sentir la ausencia de la concha amada, concentró su sensualidad en la lengua que lamía de exquisita manera su clítoris que ardía tanto de ardor como de calor, del fuego que le lengua avivada a cada nueva lamida. Queriendo tener algo que hacer además de sentir esa lengua volteó para localizar a las otras y se extasió en la contemplación de la mamada simultanea que se daban. Vio la raja de su amada penetrada por la lengua certera de la Tencha y envidió a la mucama mayor, pero también quiso sentir la lengua de la amada señora. El orgasmo que se le presentó retrasó la decisión de dejar solitaria la lengua del varón. Pero una vez que las lenguas de placer orgásmico dejaron de recorrer su cuerpo, se levantó y, a gatas, se acercó a las otras. Los sonidos que producían las lenguas fueron como cántico enervante para la demasiado caliente muchachita. Acarició los muslos tersos de la señora, metió la mano entre los cuerpos para sentir los pezones duros como punzones y los apretó. Acezante, metió los dedos entre las lengua que mamaban, los pelos de la pucha y las ninfas enhiestas de su amorcito, y penetró la vagina con lo que la señora dio inicio a una nuevo y potente orgasmo. La Tencha no dejaba de mamar produciendo una sensación muy especial en los dedos de lucía que eran lamidos simultáneamente con las ninfas, las jetas mayores, los pelos y el clítoris de la yacente. Y esa sensación la llevó a desearla en su propia pucha. Estudió el panorama. Y, sonriendo, se paró sobre la cabeza que tenía a la cadera de la señora aprisionada, y puso sus pies a cada lado, luego descendió y con la mano jaló el largo pelo suave de la cabeza mamadora, para deslizar sus nalgas hasta sentir los pelos de su amorcito. Entonces las dos puchas quedaron viéndose una a la otra, pero la que en realidad las veía, llena de sorpresa y excitación, era la Tencha que no atinaba sino a sentir como la lengua que tenía en la pucha se metía insolente hasta muy adentro de su vagina. Pero cuando la mano de Lucía hizo regresas la cabeza al lugar de donde había sido retirada, sonrió con placer anticipado: ¡mamaría las dos puchas simultáneamente!. Y su lengua larga y ágil pudo con la tarea, iba de una raja a la concha vecina, y de ésta a la raja que había dejado solo unos segundos antes. Y las cuatro nalgas se movían de tal forma que, además de restregarse mutuamente, permitían que la lengua lamiera mejor. Lucía estaba sintiendo los pelos del chocho de la amada y eso la enardecía, y tanto que con rapidez inusitada tuvo un nuevo orgasmo que casi la hace abandonar el campo, pero, caliente como estaba, resistió y a cada pasada de la lengua lisa se incrementaba el orgasmo de escándalo que no se suspendía. José había pasado a la situación que realmente lo hacía gozar: mirar, ver como el trío de jóvenes se acariciaban con manos, lenguas y caderas en el caso de Lucía y Jazmín. Jadeaba, acezaba, suspiraba de cuando en cuando, y los sollozos eran la manifestación más acabada del enorme placer que estaba teniendo. Jazmín no sabía que era lo que pasaba. Sentía unos pelos y una lengua que le frotaban, acariciándola, sus propios pelos y las ninfas largas que sobresalían demasiado porque la lengua invasora hacía que estas estuvieran fuera, además de inmensamente paradas y duras. Levantó las nalgas de la que estaba arriba de su boca y entonces vio la pucha de su amada Lucía que se movía horizontalmente sobre sus propia concha. Y quiso tener el placer que estaba teniendo Tencha al mamar dos puchas al mismo tiempo. Retiró las nalgas de la matrona y toda la figura circense se descompuso. Todas, perplejas, vieron como se derrumbaba el castillo de cuerpos. Pero Jazmín, sonriente y con el deseo corroyendo sus entrañas, hizo que Lucía se tendiera de espaldas, luego acomodó las caderas y las nalgas, y la pucha de la Tencha para que quedara de la mejor manera para mamarlas a las dos. Entonces ella tomó la posición indicada y dio principio a una extraordinaria mamada a dos puchas que escurrían de tan calientes, al tiempo que la lengua no olvidada y si muy amada de su Lucía del alma, en su pucha candente y próxima al estallido de la tonelada de nitro que ya tenía estimulada por la lengua ágil y sonora de la Tencha. Estallido que se presentó luego que la lengua siempre deseada de Lucía lamió con amor exquisito las ninfas, las jetas y el clítoris de su amada. Gritaban, acezaban, gemían, pellizcaban, emitían grititos de placer casi de continuo, que se revolvían con los mismos sonidos que la garganta de José expulsaba como la manifestación del placer incomparable que sentía, placer que hacía bastante tiempo no tenía. Y los dedos de Lucía penetraron en la vagina unos, y otros en el culo y Jazmín se retorció de placer e hizo movimiento para que la penetración en su culo y vagina se hiciera más profunda, más contundente, más placentera y fue tanto su placer que hasta un sonoro pedo soltó por entre los dedos que se metían en su culo. Ese viento fue un estímulo inesperado para la fantasiosa mente de Lucía. En ese mismo momento quiso ser penetrada, pero no por los dedos que ya tenía en el culo y un tanto adentro de su vagina, sino por una verga hecha y derecha, ¡faltaba más!, pero no había verga disponible. Esa carencia casi la hace frustrarse. Pero de inmediato recordó al ya casi amado perro. La evocación de la lamida de órdago que la lengua del perro le dio, fue como un chispazo de furor erótico. ¡EL PERRO!, gritó. El grito estentóreo y plagado de pasión sensual, paralizó gemidos, sollozos, jadeos y chillidos. Las cabezas salieron de sus escondites, y las lenguas regresaron a las oscuras cavernas de las bocas. Hasta José paralizó su garganta y las manos que amasaban continuamente su muerta virilidad. Esa parálisis facilitó el salto de Lucía para bajar de la mesa. Sin detenerse, corriendo, salió de la casa, pisó el pasto con sus pies desnudos, sus pezones florecieron acariciados por el aire, y sus manos dieron un jalón a sus pelos mojados de saliva y exquisiteces vaginales. El perro la vio venir, la olfateó, percibió los perfumes maravillosos que el cuerpo traía consigo y, jalándose de la cadena que lo retenía, se paró en sus patas traseras y empezó a ladrar de júbilo. Lucía no paró hasta tenerlo en sus brazos . literalmente – puesto que el can continuaba apoyado solo en sus patas traseras y con las delanteras manoteando en el aire. Lamió los jugos que llenaban el rostro de la jovencita, y su verga se asomó como para dar fe de lo que estaba pasando. Quiso lamer el cuerpo, pero a Lucía le urgía llevarlo a la sala de la orgía, por eso le quitó el collar y con eso la cadena cayó al pasto y el perro, liberado, dio de saltos en torno al bello y oloroso cuerpo de la mucama menor. Liberado el perro, Lucía emprendió el regreso corriendo como desesperada, y así era: estaba desesperada por sentir la lengua del perro y, si todo salía como ella había fantaseado, sentiría la verga del perro metiéndose en su vagina y rompiendo su virginidad. El perro echó a correr tras la bella ladrando alegremente, sacando la lengua quizá como preámbulo a meterla donde se le solicitara. Lucía entró como huracán al salón comedor donde se comía de todo, hasta puchas y culos. «¡Miren, miren… lo traje, lo traje!, gritaba frenética. Las otras que no habían reanudado el amor, la vieron entre sorprendidas, cautas y excitadas. José estaba turulato, era el que menos comprendía de que se trataba el arranque de la magnífica hembra. Las dos mujeres que la veían de alguna manera presentían lo que a continuación iba a suceder. Lucía saltó sobre la mesa, el perro la siguió moviendo con fuerza y a velocidad creciente su cola, sacando la lengua y hasta se podía pensar que el perro reía. Lucía estaba histérica de deseo. Tiró al piso lo que le impedía tenderse la lado de las paralizadas mamadoras. Se tumbó de espalda, abrió bruscamente los muslos a rodillas dobladas y expuso en toda su magnificencia su pucha de pelos mojadas y aplastados, sus labios verticales rojos, casi morados por la excitación… y el perro, con cautela pero con seguridad, sin tener en cuenta nada de lo que allí existía excepto la concha que atisbaba, se fue acercando hasta que los ruidos que hacía para olfatear se hicieron ruidosos así como los jadeos que ya no eran por la carrera sino por el deseo de lamer la pucha espléndida y ya probada. Las otras veían rojas como la grana, calientes como planchas, con los ojos desorbitados, con las manos en las chichis de la otra, jadeando al parejo del perro. Y cuando la lengua empezó a lamer, las dos quisieron sentirla en sus respectivas conchas y se estremecieron de placer anticipado y el presente por ver la sensacional lamida del perro en la conchita de la muchachita ducha en el coger. Y ya Lucía gritaba por la sensación extraordinaria que la lengua le producía, sacudía las nalgas para hacer que la lamida fuer más a fondo, más frondosa, más salivosa. Cuando sintió que su orgasmo estaba próximo, se dio la vuelta para que sus pechos colosales tocaran la mesa, y sus nalgas danzaran en el aire a la altura de la nariz del perro. Éste, sin tardanza, metió la nariz hasta tocar el culo y luego hizo que resbalara para continuar en la raja inundada y olorosa a perfumes deliciosos para el perro… y para las perras mamadoras que observaban con ardor creciente el amor de Lucía y el perro. Pero no entendían porque estando tan accesible la pucha de la jovencita a la lengua del perro, aquella había cambiado de posición. Entendieron cuando vieron que la verga formidable del perro asomó de su funda primero y luego se extendió hasta pelarse toda, hasta que adquirió un diámetro espeluznante y se relamieron deseando tener ese bello y sorprendente instrumento dentro de sus vaginas y sus culos. Y el perro brincó y puso las patas delanteras en la espalda de Lucía que suspiró, y luego dio un grito que indicaba, además de la excitación, el triunfo que obtuvo al tener el perro sobre ella. Luego volvió a gritar cuando la verga gruesísima y larga del can picaba en sus nalgas, «Serás pendejo», grito desesperada. Pero, intuitiva, alargó la mano, localizó el trozo ardiente del can y, cariñosamente, apuntó con la cabeza de esa roja cabeza, a la entrada de su vagina. El perro, al sentir la humedad y los pelos que la rodeaban, acezó más de la habitual y movió las caderas empujando para meter su hierro dentro del orificio que se le ofrecía. Y empujó y empujo ante el estupor del mirón y las mironas hasta que, en un atrancón supremo, se metió por completo en el túnel del amor hasta ese día no penetrado por nada, ni siquiera los dedos propios y ajenos habían logrado ir más allá que a la entrada de la cueva sagrada. Entonces las mironas vieron de cerca los rápidos movimientos del perro en el clásico ir y venir lo que ver que la verga iba y venía dentro de la pucha violada y casi mueren de pasión por esa visión divina. Y las nalgas de Lucía se movían tratando de seguir los movimientos del perro, lo que configuraba un cuadro digno de Rembrandt y el movimiento, filmado, sería un orgullo para cualquier cineasta. José se derrumbó sollozando su placer supremo. Lucía dio un grito espeluznante de placer, placer que no tenía comparación con todo lo gozado porque ahora lo sentía como producto de una verga en verdad llenona, gruesa, caliente, larga, tan larga que sentía que le empujaba las tripas Las muchachas aullaron sintiendo el placer que estaba sintiendo su amada ensartada por el perro. Y el perro aulló de placer y se paralizó. Lucía sintió por primera vez los chorros de leche caliente, abundantes, muy abundantes, que luego de unos segundos escaparon de la vagina por entre los labios y la verga invasora. Las otras casi convulsionan por la impresión y la inmensa cachondez que tenían y sentían. El perro se estremeció en dos o tres ocasiones y descendió dejando ver la bellas nalgas de la jovencita desflorada y la vagina abierta, llena de leche y sangre. La dos mironas no querían seguir siendo sólo mironas. Por eso Jazmín tomó al perro de la cabeza con sus dos manos, enfrentó la mirada alegre, casi cariñosa, del perro, y lo besó a boca abierta para la estupefacción de la Tencha que miraba arrobada. Inmediatamente después, Jazmín se tendió en la mesa como lo hizo inicialmente su amada Lucía. Y el perro, aún con parte de la verga de fuera, percibió los olores penetrantes de ésta nueva pucha y acercó su nariz al centro de los olores y los placeres. Cuando la lengua del perro tocó los tiernos labios verticales de la concha de Jazmín, ésta sollozó de alborozo disfrutando plenamente la caricia lingual. Y Tencha, venciendo a medias su prejuicio, pero ardiendo de deseo y decidida a no permanecer pasiva en la juerga del placer, se arrodilló, metió la mano bajo la panza del animal y entrecerró los ojos al sentir la placentera sensación de tener la verga descomunal del perro en sus manos. La acarició lentamente, haciendo ir y venir sus mano, cosa que el perro agradecía y con eso aumentaba el fervor de las lamidas que daba en la pucha de Jazmín. Fue tanto el deleite que sentía Tencha que sintió la imperiosa necesidad de tener el tronco perruno en su boca. Ya no veía, no escuchaba, no sentía nada que no fuera la verga en sus manos y su boca anhelante por la verga. Se metió bajo la panza del animal y, alzando la cabeza, pudo por fin meterse casi entera la colosal verga del can. Y mamó y mamó como recordaba que se mamaban las vergas, muchas vergas que ya había tenido en su boca. Y continuó mamando hasta que la urgencia de Jazmín por ser penetrada le impidió continuar. Jazmín, imitando en todo a su amada mucama menor, se puso en cuatro patas y acercó las nalgas al olfato del perro. Éste, con la experiencia que se acumulaba en su memoria, lamió con lentitud exasperante el culo de la bella que se lo ofrecía, incluso Jazmín sintió halagada cómo la lengua intentaba abrir su culo para penetrarla. Y entonces sintió que la lengua se fue, pero de inmediato sintió las patas que llegaban a su espalda. Fue Tencha la que orientó la verga del perro para que siguiera el camino correcto para meterse, integra, a la pucha tan mamada por ella. Y sus dedos, sin querer estar ociosos, empezaron a acariciar el clítoris de la ya amada y mamada patrona. Lucía, en tanto, y metida bajo el vientre de su amada, mamaba cariñosa y con ardor las chichis de la señora que se sentía plena, bien llena de verga. Cuando los movimientos rápidos del perro anunciaban la proximidad de la eyaculación, Tencha se metió bajo el perro como dando oportunidad a su deseo de ser bañada por la leche del can. Así la señora concentró todas las caricias, pues el propio José, cuando vio que el perro ensartaba a su esposa, se levantó y fue a acaricias las nalgas portentosas que tanto placer le daba ver y oler… y antaño nalguear, acariciar y picar con su verga y que ahora era una delicia placentera ver como esas nalgas eran picadas por la verga descomunal del perro. Un estrujón de las manos de José hizo que la verga del perro se fugara de su sabrosa prisión, fuga que se dio en el preciso instante en que el perro expulsaba con violencia gruesos chorros de semen, chorros que no se desperdiciaron puesto que Tencha, con una agilidad impresionante, alzó la cabeza, abrió la boca y recibió casi entera la potente y abundante eyaculación perruna. Lucía recibió algunas gotas en su rostro, gotas que presurosa recogió con sus dedos y luego los lamió experimentando un intenso placer como preámbulo al renovado orgasmo que se le presentó con toda la intensidad de casi todos los que disfrutaba. El perro mismo no cabía de gozo, gemía, lamía la piel que podía alcanzar, así lamió el rostro de la negra Tencha y ésta se extasió por la inmensa lujuria de sentir la lengua en su cara y muchas veces en su boca. Y Tencha salió de debajo de la señora. Y acarició la cabeza del perro como había visto que hicieron las otras, y besó la nariz, y todo el hocico del perro lamiéndolo con fruición. El perro se sacudía de placer, alzaba una mano como queriendo acariciar las chichis que tan cerca tenía, y lo logró, cosa que Tencha sintió con un calofrío de placer pues su pezón fue arañado por las potentes uñas de la pata del perro. Y continuó con lo que ya se estaba convirtiendo en una rutina para el perro y las dama excitadas; se tiró en la mesa, abrió descomunalmente las piernas y su hermosa pucha prieta quedó a un centímetro del hocico del perro. Éste, cogelón como todos los perros, azuzó con su hocico la pucha de la negra Tencha, luego repitió el rito de lamer con mucho gusto y cada vez mayor eficacia la pucha prieta y llena de pelos. Y la Tencha pegó de gritos sacudida por un orgasmo de potencia 1000 que no cesaba para nada renovado continuamente por la grandiosa lengua del perro. Casi decide no intentar ser penetrada por la verga que entre grito y grito veía cómo estaba ya encuerada y cómo Jazmín la masturbaba. Pero no quiso dejar pasar la oportunidad de ser igual a las otras además del enorme deseo que sentía de ser penetrada por esa verga que ya consideraba inigualable. Y, considerando que su orgasmo regresaría por las estimulaciones de la verga, se puso en cuatro patas, alzó las nalgas y con sus manos despejó el camino para la verga del perro. Cuando sintió los piquetes iniciales gritó: «Por favor, mi amor, Lucía de mis mamadas, que se meta al culo, al culo, al culo…», gritaba como orate en pleno ataque maníaco. Y las jóvenes que se relamían los labios de envidia y compartían la caricia de la verga con sus manos, se carcajearon, serás cabrona, dijeron y se encargaron de que la verga fuera al culo, claro, Lucía se encargó de lamerlo después del perro para ampliarlo con la punta de su lengua y antes de que la verga iniciara la penetración. Y la verga, venciendo lo estrecho y apretado del culito, empujada febrilmente por el cuerpo entero del perro, poco a poco se fue metiendo hasta que los cojones del perro chocaron con las nalgas hermosas y prietas. Con los movimientos del perro, se cumplió la profecía de Tencha: el orgasmo apenas suspendido regresó violento, potente, desquiciante. Y éste orgasmo fue exponencial al sentir los gruesos chorros de leche que el perro depositaba en el canal del culo. Y Tencha no pudo sostenerse más sobre sus cuatro patas y se derrumbó sobre la mesa. Las chamacas, excitadas al máximo, acariciaron las prietas nalgas de la Negra llenas de mecos del perro y luego se tallaron el cuerpo con esas manos llenas del líquido eyaculado. Y después se desentendieron del perro, de la Tencha desfallecida y del mirón José para dedicarse a una de las mamadas más apasionadas que habían tenido hasta ese momento. Pero el perro continuaba alerta a pesar de la frecuencia con que lo habían utilizado y se dedicó a lamer las nalgas y los culos que pudo alcanzar incluyendo todo lo de Tencha que a cada paso de la lengua se estremecía y sollozaba de deleite inacabable. A poco de estar ellas mamando y el perro lamiendo, José vio con estupor excitado la nueva aparición de la verga del perro fuera de su guante. Y, relamiéndose por el placer anticipado, fue y agarró con las dos manos la potente y ya totalmente erecta verga. La sintió suave, caliente a más no poder, lisa y le pareció hermosa… además deseable. Casi sin consciencia, se subió a la mesa, besó al perro como había visto que hacían las hembras magníficas y luego lamió el pito perruno con deleite inusitado. Pero no quiso parar. Entonces, emulando a las mujeres, se puso en cuatro patas poniendo sus nalgas en la nariz del perro. A pesar de estar casi enajenadas en su mutua mamada, Lucía y Jazmín percibieron los movimientos de José y, separándose sorprendidas, voltearon a ver que era lo que pasaba. Y, asombradas, asistieron a la colocación de la verga del perro en la entrada del culo del hombre orientada por las propias manos de José. Y el perro que había hecho un «extraño» con el diferente olor que salía del culo del hombre, jadeó, casi tosió, y con una expresión comparable a una sonrisa, brincó para poner sus patas en la espalda musculosa y varonil. Y empujó y empujó hasta que la verga empezó a penetrar el estrecho orificio. Y José sintió placer y dolor agudos, intensos. Pero subió más las nalgas para que el perro lo penetrara mejor. Y así fue, una vez vencido el umbral del culo, la verga restante se metió totalmente, y cuando decimos totalmente es eso, totalmente hasta dejar fuera solo los huevos del perro. Y los rápidos movimientos del can hicieron el placer inexperimentado de José que gemía a cada nueva embestida de la bestia. No tuvo la precaución de regular la cantidad de verga dentro de su culo, porque no sabía, y por eso, cuando el perro se vino en una potente eyaculación que lo hizo sollozar – los dos actuantes lo hicieron – pero el «nudo» del perro quedo enterrado en el culo del hombre. Y entonces quedaron pegados. Primero José consideró que era muy doloroso, pero después disfrutó cada segundo que permaneció unido por su culo con la verga del perro. Las mujeres fueron a verlo… y en cierta medida lo envidiaron. Lucía sentía que su boca se hacía agua por tener esa verga clavada continuamente como la tenía José. (Días después y en secreto, pudo satisfacer su deseo: el perro se la cogió en muchas ocasiones, y cuando Lucía sintió que le faltaban fuerzas para seguir moviendo las nalgas con la verga clavada en su pucha, hizo lo necesario para que la verga del perro quedara anudada a ella en la última cogida. Comprobó que el grueso nudo producía nuevos orgasmos a cada leve movimiento y que esos orgasmos eran más poderosos, más intensos cuando era arrastrada por el perro y jalada por la verga pegada a su pucha). Al cabo de una media hora, perro y hombre se separaron. Y, de manera sorprendente, como si el perro fuera humano, fue a besar a José que aún estaba con el culo en alto y gozando. Entonces todas, y José por supuesto, festejaron con alegría las grandes cogidas y mamadas que el perro les había dado y también porque se prometieron que continuarían amándose – sin dejar al perro fuera del circulo – cuantas veces fuera posible en la apacible finca que era casi un palacio, y que era en realidad el palacio de las orgías de la feliz familia que se constituyó en medio de las extraordinarias cogidas que, todos contra todos – incluido el perro – se prodigaron esa noche de fábula.
POR SU AMIGA
LINDA
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