Relato de Master Jack
Mireia es una mujer real, aunque éste no sea su verdadero nombre. Mireia vive en un pueblecito de la costa mallorquina en el que trabaja como peluquera. Casualmente, el mismo pueblo en el que mi esposa y yo decidimos pasar las vacaciones de verano. En realidad era yo quien lo había decidido, pues mi matrimonio no es más que una relación Amo/esclava encubierta. Ya sé que para una gran mayoría esto suena perverso, pero en nuestro caso funciona perfectamente y además lo elegimos de mutuo acuerdo. Cuando la conocí era una pijita de las de snoopy que se dedicaba a calentar braguetas en la noche madrileña. Aún recuerdo la prepotencia con la que aceptó bailar conmigo, como diciendo sin decir «acepto porque eres mono pero te vas a ir con el calentón». Y lo que realmente me llevé fue una buena esclava, que ha estado fielmente a mi lado desde entonces y a la que he convertido en un verdadero símbolo erótico, en una mujer de rompe y rasga, de las que quitan el hipo. Generalmente no buscamos experiencias fuera de la pareja, pero en algunas ocasiones en las que me encuentro más salvaje de lo habitual le ordeno a Diana «misiones» que debe cumplir. Mi favorita es seducir a otra mujer, que es cuando Diana tiene que poner a funcionar todas sus neuronas, pues con los hombres todo es demasiado fácil. A Diana le encantan estos juegos y a veces pienso que los disfruta más que yo.
La primera vez que vi a Mireia fue en una terraza costera y a decir verdad, la oi antes de verla. Yo leía el periódico en la mesa adjacente a la que ella y una amiga ocupaban, aunque un pequeño arbusto nos ocultaba mutuamente. Ellas, a juzgar por su conversación, probablemente ni sabían que yo estaba allí. Al principio hablaban de niños, al parecer Mireia tenía uno de algo más de un año. Después la otra joven comentó que había estado en el bar nuevo que habían abierto y que estaba muy bien. Entonces, me sorprendió el comentario despectivo de Mireia:
– ¿El de esas lesbianorras?
– Tu siempre con tu homofobia, pero qué tienes contra ellas –rió la otra joven- tu eres peluquera, Mireia. Estás dentro del mundo de la estética. Tienes que reconocer que el cuerpo femenino es sensual, erótico…
– Judith, eso es antinatural, dos tías juntas…
– Para ti todo es antinatural Mireia, la homosexualidad, el sexo oral, el sexo anal… No hay nada que te parezca natural mas allá de la postura del misionero. Voy a empezar a creer que sólo lo has hecho con tu marido con fines reproductivos.
– Pues no creas que vas tan desencaminada
– Eres incorregible. No he conocido una tía más estrecha que tu. Pero a mi no me la das Mireia, hemos salido mucho juntas y a veces te he visto mirando a mujeres…
– ¡Qué insinúas, Judith! Pues claro que miro a las mujeres, pero de forma natural, estudio su peinado, su ropa, si es más gorda o más flaca, como cualquier otra mujer hace…
– No me refiero a esas, me refiero a cómo miras a algunas mujeres…
– ¿Qué mujeres? Tu deliras Judith
– Mujeres con carácter, dominantes, sexys y elegantes. No estoy ciega, Mireia. Hubo un silencio embarazoso tras el cual Mireia sentenció:
– Mira Judith, no me enfado porque nos conocemos desde hace mucho tiempo, pero no vuelvas a salirme con eso de que me atraen las mujeres. Ya sabes lo antinatural que eso me parece. Anda, vamonos que ya se me ha hecho un poco tarde. Hay cosas que a un Amo no se le escapan, y la falta de convicción en las palabras de Mireia era una de ellas. Era evidente que las palabras de Judith habían inquietado a su amiga. No me cabía duda de que Judith había removido sentimientos muy ocultos, quizá reprimidos por Mireia, y ésta se había asustado. Sería verdad que la homofobia de Mireia ocultaba en verdad su atracción hacía las mujeres dominantes. Todo cuadraba con su falta de motivación por el sexo… No pude dejar de mirar su pelo rubio, su cuerpo delgado y su apetecible culito, mientras ambas amigas se alejaban. No debía ser difícil dar con su peluquería en un lugar tan pequeño. Una idea se iba formando en mi cabeza. Una idea muy, muy excitante.
Relato de Diana
Mi Amo había dispuesto que realizase una «misión». Como la mayoría de las veces que esto ocurría, se trataba de seducir a otra hembra. Le encanta que seduzca a otras mujeres, dice que co
n los hombres es demasiado fácil. La perra en cuestión era una peluquera del pueblo. Por lo visto era rubia y con los ojos azules. Mi Amo me había dicho que la zorrilla era una estrecha y además, homófoba y que podría presentarme bastantes problemas. Eso me excitó. Me encantan las pruebas difíciles. Tenía la dirección de la peluquería y una pista «Viste de forma elegante y sexy y comportate con autoridad». Aún resonaban en mis oidos las palabras de mi Amo, «no me defraudes», mientras me vestía.
Cuando entré en la peluquería, se hizo el silencio. Yo había elegido un conjunto elegante pero sexy, y parecía mas bien una mujer de negocios dispuesta a cerrar un trato que alguien que va a arreglarse el pelo. Una chica joven, casi adolescente estaba sentada esperando su turno mientras la tal Mireia, cortaba el pelo a otra joven. No cabía duda de que era ella: pelo rubio, ojos azules, delgadita, tetas pequeñas…todo cuadraba. Insegura, suponiendo que me había equivocado de lugar, me pregunto:
– Buenas tardes, ¿viene a cortarse el pelo?
– No, sólo a arreglarmelo. Mañana temprano tengo una importante cita de negocios y mi peluquera particular ha tenido que ausentarse. Espero que tu estés a la altura de las circustancias.
– Lo haré lo mejor que pueda, señora – contestó Mireia, un poco inquieta. Me encantó su turbación y el hecho de que siendo poco más joven que yo se hubiese dirigido a mi como «señora». Rauda, cogí su mirada con mis ojos en una expresión que parecía decirle «más te vale zorra, o si no te voy a dejar el culo que no te vas a poder sentar en una semana». Noté su extremecimiento. Entonces con mi sonrisa más amigable le contesté:
– Estoy seguro de que lo vas a hacer muy bien.
Mireia me devolvió una tímida sonrisa de agradecimiento y volvió a su faena. Yo mientras, me senté en una de las sillas vacías y comencé un pequeño ritual de seducción. Deje que mi falda se deslizase hasta más arriba de la mitad de mis muslos, lo suficiente para mostrar el encaje de mis medias de seda negras y el comienzo de mi liguero, del mismo color. Me mantuve así durante unos minutos, para ver el efecto. Mireia miraba de vez en cuando, pero la que no me quitaba ojo era la jovencita que estaba sentada a mi lado. Esto iba a ser divertido. Lentamente me quité mis zapatos negros de aguja y comencé a masajearme las piernas desde los pies hasta los muslos. La muchachita no me quitaba ojo. Llevaba únicamente un pantaloncito corto y la parte superior del bikini y pude observar como sus pezones se habían puesto duros y se marcaban claramente sobre la fina tela del bikini. Sin prisa, disfrutando de cada segundo, solté el liguero y deslicé sensualmente las medias por mis perfectas piernas hasta que ambas quedaron desnudas. La jovencita no me quitaba ojo y disimuladamente frotaba sus muslos entre sí.
– Estos zapatos de aguja le dejan a una los pies doloridos – dije y entonces mirando a la joven a los ojos le pregunté – ¿Te importaría darmelos un masaje?.
Mireia y la otra joven se giraron hacia nosotras con cara de sorpresa por lo inesperado y descarado de la propuesta, pero la chica ya estaba en mis redes.
– No, no, por supuesto que no, señora.
Le hice poner su silla frente a la mía y doblando mi pierna izquierda puse mi pie apoyando el talón sobre su muslo derecho. Ella comenzó a masajear la planta siguiendo en todo momento mis indicaciones. Así la tuve unos minutos, pasando de un pie a otro, sin que ella protestase por nada ni reusase seguir mis órdenes. En ese momento, elevé el pie que tenía libre, el derecho y lo puse entre sus muslos, apoyándolo en el pequeño espacio de silla que quedaba entre ellos. La joven me miró a los ojos y yo, con una sonrisa en los labios comencé a avanzar mi pie hacia su entrepierna. Ella bajó la mirada, y mientras seguía con el masaje separó más las piernas dándome total acceso a su coño. Mi amo me ha entrenado exhaustivamente en el arte de dar placer con los pies y la mancha de humedad que pronto apareció en el pantaloncito de felpa de la joven daba prueba de mi buen hacer. La chica ya no me masajeaba, se agarraba a mi pie izquierdo y se mordía los labios mientras dejaba que mi pie derecho jugase con su chumino. Entonces, separando mi pie de su raja comencé a introducirlo por la holgada pierna de su pantaloncito. Debajo llevaba un bikini pero no me fue difícil colar mis deditos dentro y hundirlos en la encharcada conchita
de la joven, que se mordía los labios con fuerza para no gritar. Después de acariciar su rajita y su clítoris con mis dedos, comencé a follarmela lentamente con el pie, insertandolo cada vez más y más dentro de su hambriento coño. A estas alturas ella estaba loca de placer y tras un intenso mete-saca, cuando mi pie se hundió hasta la mitad en su húmeda concha, la chica se corrió. Yo disfruté su orgasmo como un triunfo, viendo como con sus ojos cerrados se mordía los labios con fuerza luchando por ahogar sus gritos de placer. Su cuerpo se extremeció sobre la silla y sus manos se asieron con fuerza a mi pierna mientras yo sentía los musculos de su coño contrayéndose alrededor de mi pie. A pesar de los esfuerzos de la joven por ocultar su orgasmo, Mireia se había dado cuenta de todo tal y como yo esperaba y echaba miradas furtivas de forma disimulada. Yo retiré lentamente mi pie del coño de la muchacha y alcé mi pierna hasta situarlo a la altura de su boca. Estaba empapado en sus jugos. La chica me miró incrédula pero yo me mantuve impasible, mi pie junto a sus labios. Entonces ella comenzo a lamerlo y a tragarse sus propios jugos. Entonces Mireia miró hacia nosotros y yo que estaba espiando sus movimientos, giré mi cabeza para quedármela mirando a los ojos. Inmediatamente su cara enrojeció y sus ojos volaron de los mios a mi pie y de nuevo a mis ojos. Noté su extremecimiento antes de que apartase su mirada y sonreí. Retiré mi pie de la boca de la joven y lo seque en la parte superior de su bikini, sobre sus pechos. Ella se dejó hacer hasta que yo decidí volver a calzarme.
– Gracias por el masaje, lo has hecho muy bien –dije con una sonrisa maliciosa
– Ha sido un placer –respondió la muchacha, sonrojándose. Después se levantó y se fue al aseo, supongo que a limpiarse la corrida aunque por lo que tardó no me extrañaría que se hubiese masturbado de nuevo. Cuando regresó me pasó un trozo de papel que desdoblé disimuladamente y leí. Decía simplemente «Gracias» y después su nombre, «Silvia» y un número de teléfono. Lo guardé en mi bolso para no desilusionarla, aunque por supuesto ella sólo había sido un medio para conseguir mi fin, seducir a Mireia. Tuve que esperar un rato mientras la peluquera, que ya había terminado con la otra joven cortaba el pelo a Silvia. Finalmente, ésta se despidió con un guiño y Mireia y yo nos quedamos solas. Se había hecho tarde y era poco probable que viniese ya nadie más. Noté que Mireia estaba nerviosa, mientras me decía:
– Por favor, tome asiento.
– Un momento –dije yo. Y dirigiendome hacia la puerta colgué el letrero de cerrado y comencé a bajar todas las persianas ante la mirada atónita de Mireia.
– ¡Qué hace usted! –exclamó la peluquera entre sorprendida, nerviosa y asustada.
– Bueno, es casi hora de cerrar ¿no?. Así estaremos más tranquilas.
– Pero…
– ¿Cómo te llamas?
– Mireia
– ¿Te gustan las mujeres, verdad?
– No, no, usted se equivoca. Eso me parece antinatural.
– No, no me equivoco. He visto como nos mirabas a Silvia y a mi. ¿Te has excitado? Apuesto a que tus braguitas están bien mojadas.
Mireia se puso roja como un tomate.
– Señora, por favor…Silvia tiene novio, eso que ha hecho usted con ella…
– No he hecho nada que ella no quisiera. Lo mismo que lo quieres tu, a pesar de ese anillo de casada.
– Yo, yo….yo no quiero nada –dijo balbuceante Mireia, mientras me acercaba a ella.
– Dejate llevar. Nadie tiene por que enterarse de esto –dije mientras acercaba mi boca a la suya.
Ella no protestó cuando mis labios se pegaron a los suyos, ni hizo por separarse, aunque sus labios permanecieron juntos, sellados. Pude sentir su lucha interna mientras yo los besaba y mordisqueaba tiernamente. Mireia estaba cachondísima, podía sentirlo, pero aún no había vencido sus inhibiciones. Lentamente pasé una de mis manos por su cintura y con la otra capturé uno de sus pechos. Mireia gimió levemente y yo aproveché para colar mi ávida lengua en su boca. La joven suspiró y finalmente entregó su lengua a la mía, mientras mi mano se metía bajo su camiseta y desenganchaba su sostén. Sin darle tregua, comencé a acariciar sus pequeñas tetas. Tenía los pezones tiesos como rocas y a juzgar por sus gemidos tremendamente sensibles. Se los amasé suavemente entre mi pulgar e índice, dá
;ndole tironcitos de vez en cuando. Mireia estaba entregada, devorando mi boca como una loba, entre gemido y gemido. Estaba prácticamente segura de que podría llevarla al orgasmo unicamente estimulando sus tetas, pero tenía otros planes.
– Mireia, eres una zorrita caliente. Has hecho alguna vez strip-tease.
– No…No, señora.
– Pues ahora quiero que lo hagas para mi. Quitate la ropa mientras bailas.
– Me da vergüenza, señora.
– Precisamente, eso es lo que más me excita. Voy a ponerte música para que te relajes.
Me acerqué al CD player e introduje un CD que traía conmigo. Por supuesto la canción no era otra que «You can leave your hat on». Mireia se quedó parada, indecisa, sin saber que hacer. A pesar de su excitación, aquello era demasiado y aún necesitaba un empujoncito.
– ¡A qué esperas! No tenemos todo el día. ¡Baila! Mireia comenzó a moverse, poco a poco.
– Venga nena, sexy, muy sexy. Quieres excitarme, quieres ponerme cachonda, dame algo que no haya visto.
Mireia se estaba animando, tenía buen ritmo y ya se movía al ritmo de la musica mientras se quitaba la camiseta.
– Así, así. Enseñame esas ricas tetitas.
La joven se acercó a mi y descubrió sus tetas para volverlas a cubrir inmediatamente. Así jugó varias veces hasta que finalmente se quitó el sostén y quedó desnuda de cintura para arriba.
– Me estas poniendo a cien, nena. Mira mi coño – dije subiendo mi falda hasta la cintura y mostrando mi depilado coño a través de mis transparentes bragas rosas – está chorreando. Qué hay bajo esos pantalones.
Mireia se puso de espaldas, se quitó los zuecos blancos que llevaba, se desabrochó los vaqueros y se los comenzó a bajar al ritmo de la música. Sus bragas eran fucsia, de sport y una mancha de humedad recorría la raja de su culo para ensancharse en la entrepierna.
– ¡Date la vuelta! – le pedí mientras ella terminaba de quitarse los jeans.
Timidamente obedeció. La parte anterior de sus bragas estaba totalmente empapada y su cara roja de vergüenza. Yo intruduje mis pulgares a ambos lados de sus bragas y las bajé lentamente. Mireia cerró sus ojos al tiempo que su coño quedaba expuesto ante los mios. No lo llevaba arreglado aunque su pelambrera rubia no ocultaba sus labios engrosados y abiertos por la excitación. Abundante flujo se acumulaba en toda su raja y entre los pelos. Sin decir nada, me incorporé y comencé a lamer sus pezones. Mireia, aún con los ojos cerrados, dejó escapar un gemido de placer. Me entretuve lamiendo y succionando sus pezones hasta que la joven suspiraba y gemía constantemente, echando su cabeza hacia atrás y moviendo su cuello de un lado a otro. Entonces comencé a besar y lamer mi camino hacia su coño, pero cuando estaba a la altura de su ombligo sus manos cubrieron su conchita.
– Por favor, eso no señora, nunca me he dejado. Me parece sucio.
Yo me incorporé y cogiendo sus manos las junté por detrás de su espalda. Ella no opuso resistencia.
– Me parece cariño que tienes demasiados tabues –dije mientras ataba sus manos con mis medias negras- Pero está bien, si no quieres que te coma el coño empieza a comermelo tu a mi.
Los ojos de Mireia se abrieron al máximo y comenzó a luchar por desatarse las manos, pero yo sabía que no lo conseguiría. Mi Amo me había enseñado bien.
– De rodillas, zorra –grité mientras lanzaba una buena cachetada a sus nalgas
– ¡Ahiiiiiiii! –gritó Mireia, mientras se arrodillaba ante mi.
Yo le agarré del pelo y le hice gatear sobre sus rodillas hasta llegar a uno de los sillones de la peluquería. Allí, me quité la falda y me senté dejando mis piernas sobre los brazos del sillón, mostrando mis bragas rosas y mi coño a través de ellas.
– Comeme, putilla –le dije mientras tiraba de su pelo hacia mi entrepierna Mireia parecía resignada a su suerte. Yo creo que en realidad, a pesar de sus trabas morales lo estaba deseando.
– Besame los muslos. Eso es, despacio, despacio. Lameme las ingles. Uhmmm, me gusta tu lengua. Venga, ahora lameme el coño a través de las bragas. Uhmmmmm que gustito. Eres una buena perra. Sigue asi.
Mientras Mireia degustaba mi chumino alcancé mi teléfono movil y llamé a mi Amo. Vi como Mireia se agitaba al oirme marcar y hacía ademan de parar, pero yo separé la parte central de mis bragas hacia un lado y hundí su cara en mi co&
ntilde;o, al tiempo que le decía:
– Tu sigue chupando.
Mi Amo contestó enseguida
– Hola Cariño, ¿dónde estás? Si, yo estoy en la pelu. ¿Sabes? Resulta que la peluquera es un buen zorrón. Sí, sí, en estos momentos me esta comiendo el conejo.
Yo notaba que Mireia se estaba excitando con mi conversación pues comenzó a comerme de forma salvaje. Decidí humillarla un poco.
– Si, si, la puta esta muy rica sabes. Rubita, con ojos azules. Las tetitas son pequeñas pero con unos buenos pezones y bien sensibles. Ah, y el coño no lo lleva depilado, si, tiene una buena pelambrera rubia. Se está comiendo todo mi flujo la muy guarra y decía que nunca lo había hecho.
Mireia me chupaba como una loca. Todo esto la estaba poniendo a cien y a mi también. Podía sentir mi orgasmo aproximandose.
– ¡Chupa puta, chupa! ¡Aaaaaaahhrggggg, me corroooooo! ¡Me coooooorrrrrooooo! ¡Comete todo cerdaaaaa! –grité en medio de mi climax, mientras hundía la cara de Mireia en mi coño. Fue un orgasmo muy rico y líquido y la cara de la peluquera quedó bañada en mi flujo. La putona no disimulaba la excitación que mi corrida le había producido y se lamia los labios probando mi néctar. Yo volví a hablar con mi Amo.
– No veas lo viciosa que es esta marrana, cariño. Decía que el sexo oral le daba asco y se está lamiendo los labios cubiertos con mi flujo. Me voy a comer el coño de esta zorra. Tiene que tenerlo encharcado la muy guarra. Dejando el teléfono sobre una silla, me levanté, agarré a Mireia por el pelo y la tiré sobre el sillón. Sus manos seguían atadas a la espalda así que yo misma le coloqué sus piernas sobre los brazos del sillón dejándola espatarrada. Sus labios estaban hinchados y abiertos y dejaban ver un clítoris bien erecto. Su abundante flujo mojaba ya sus muslos y se acumulaba en su raja y pelos. Su respiración era agitada.
– Te voy a comer el coño zorra…o quizá prefieres que no lo haga. Creo recordar que te da asco, que te parece algo sucio…
– Sí, sí, por favor
– Sí, ¿qué? Cerda
– Comame el coño, por favor. Ya no puedo más.
Cogí el celular y lo puse frente a su boca.
– Dile a mi marido qué es lo que quieres que te haga Mireia enrojeció, pero no dijo nada.
– ¡Dilo, zorra! – grité
– Quiero que su mujer me coma el coño, señor.
En ese momento, la puerta de la peluquería se abrió y entró mi Amo. Yo sabía que el vendría.
Relato de Master Jack
Mi esclava había bajado todas las persianas y corrido las cortinas de la peluquería, pero la puerta no estaba cerrada con llave. Entré. Mireia yacía completamente desnuda sobre una butaca, sus brazos parecían atados a su espalda y sus piernas descansaban sobre los brazos del sillón dejando su peludo coño rubio totalmente expuesto. Diana estaba arrodillada entre sus piernas, parcialmente vestida aún. Camine hasta su lado. Mireia parecía excitada y agitada, probablemente asustada también por mi repentina aparición.
– Así que quieres que mi esposa te coma el coño, ¿eh? Mireia se pusó roja como un tomate.
– Puede que le de permiso para hacerlo, pero antes tienes que probar que te lo mereces Dicho esto comencé a desnudarme mirando a Mireia y vi como sus ojos se abrieron con sorpresa cuando mi polla erecta se descubrió ante ellos.
– ¿Te gusta? –le pregunté
– Es, es muy larga.
– Pues te la vas a tragar enterita, cacho zorra.
Mireia me miró con horror.
– No, no, por favor, no puedo, me ahogaría, nunca he practicado el sexo oral.
– Pues ya es hora de empezar. Una putilla como tu tiene que aprender a dar una buena mamada. – dije poniendo mis piernas a ambos lados de su cuerpo y colocándo la punta de mi rabo junto a su boca.
– No, por favor – fue su débil protesta.
– Venga, no seas estupida – dije presionando mi polla contra sus labios.
Resignada, Mireia abrió sus labios y comenzó a mamar mi glande, al principio, con timidez pero animándose poco a poco. Yo le acariciaba el pelo y la cara, dandolé suaves cachetes en los pómulos que parecían excitarla pues me chupaba con más vigor. Aún así sólo se metía una parte de mi rabo, sin llegar a su garganta. Se lo saqué de la boca.
– Ahora quiero que me chupes los huevos. Succioname uno en la boca y luego el otro.
Mireia obedeció. Su cara ya no tenía una expresión de resignación y miedo sino una de vicio y lujuria. Miré a Diana, que seguía arrodillada entre las piernas de la peluquera y le hice un gesto que ella conocia bien. Enseguida se levantó y se acercó a mi mochila de la cual sacó mi cámara de fotos digital. Mireia recibió el primer disparo del flash con sorpresa y deteniendo su succión protestó:
– Por favor, eso no, no me hagan fotos.
– ¡Calla puta! Y sigue lamiendo – dije dándole una cachetada en la cara y forzando de nuevo mi polla entre sus labios.
Diana siguió haciendo fotos a Mireia mientras ésta engullía mi cipote. A pesar de sus protestas, el hecho de ser fotografíada estaba excitándola a juzgar por sus gemidos y la forma en que me mamaba. Yo sujeté su cabeza y comencé a forzar mi polla hasta su garganta. Mireia comenzó a dar harcadas y abrió los ojos al máximo, haciendome ver que se ahogaba.
– Tranquila zorra, que no te va a pasar nada. Relajate y dejame hacer a mi.
Le costó un poco, pero finalmente conseguí que se tragase toda mi verga hasta los cojones. Entonces comencé a follarme su boca. El solo pensar que estaba clavando mis 20 cm de polla en la garganta de una mujer que nunca había tenido un rabo en su boca me puso a mil y comencé a follarme su cara con vigor mientras sentía mis huevos a punto de explotar. Mireia aguantaba mis embestidas como podía temiendose lo peor, que llegó cuando con un último impulso comencé a soltar mi leche en su garganta. Ella comenzó a retorcerse tragando como podía todo lo que le llegaba, para no ahogarse. Cuando por fin acabé de eyacular, saqué mi miembro de su boca y ella tosió varias veces, terminando de tragarse mi semen.
– Muy bien, puta, te has portado muy bien. Ahora sí que vas a recibir una buena comida de coño.
Mireia no dijo nada, pero cuando Diana se arrodilló ante su coño y besó sus ingles, la joven gimió excitada. Desde luego Diana era una experta en el cunnilingus y pronto tenía a Mireia gimiendo como una loca y moviendo sus caderas completamente entregada. Entonces yo me agaché junto a mi esclava y le entregué unas bolas chinas, susurrandole al oido:
– Meteselas por el culo. Ya sabes lo que quiero.
Diana me sonrió y humedeciendo la primera bola, la más pequeña con los flujos de Mireia, la apretó contra su cerrado ojete.
– ¡Qué haces! – gritó Mireia asustada por la presión en su ano. ¡Pop! La primera bola entró y el esfinter de la peluquera se cerró sobre ella.
– ¡Ahiiii! – gimió, por favor sácame eso del culo, me duele.
– Pues más vale que te relajes porque te quedan seis más – le dije tranquilo
– Noooo, Nooooo, por favor, eso no, lo que quieras menos eso, me vais a destrozar el culo – las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos.
Pero Diana tenía experiencia y siguió comiendose su coño, excitándola y dejando que su culo se acostumbrase a una bola antes de incrustar la siguiente. Mireia siguió quejándose con las siguientes bolas, pero era evidente que estaba empezando a disfrutar de aquello. Su cuerpo se extremecía con cada inserción y su coño chorreaba líquido. Las dos últimas bolas eran, sin embargo bastante grandes para su virginal ojete y me permití decirle que se portase como una niña buena y aguantase el dolor. Ella, con los ojos cerrados y ahogándose en sus gemidos mezcla de placer y dolor, ni siquiera pudo responder pero obediente se tragó las dos bolas sin demasiados gritos. Era increible observar a aquella mujer estrecha y remilgada retorciéndose en la butaca con el culo bien lleno y el coño bien comido. Mi polla estaba de nuevo dura como una roca, lista para presenciar el orgasmo de Mireia. Diana, tiró de la cadena de bolas al tiempo que intensificaba su succión sobre el clítoris de la peluquera. Tan pronto como la bola salió de su culo, su orgasmo explotó.
– ¡Ahhhaaaaaaaaaa! ¡Ahhhhaaaaaaa! ¡Siiiiiiiiiii! ¡Ooooh Dios, Oooooh Dios! ¡Me coooooooorroooooooooo! ¡Ahaaaaaaaaa! Su coño escupió una abundante cantidad de líquido sobre la cara de Diana que succionaba el clítoris de Mireia al tiempo que seguía tirando de la cadena que unía las bolas chinas entre sí. Cada vez que una bola abandonaba su ano, Mireía explotaba en un nuevo orgasmo, cada vez más potente que el anterior. Su cuerpo temblaba y botaba, los dedos de sus
pies se retorcían. Y yo no paraba de tirar fotos. La cadena de orgasmos que estaba teniendo la perra no la olvidaría en toda su vida. Cuando la última bola abandonó su culo, el climax fue tan intenso que Diana tuvo que taparle la boca para amortiguar sus gritos de placer. El ojete de su culo quedó bien dilatado y mi rabo estaba pidiendo guerra así que antes de que sus esfínteres recuperasen el tono muscular le clavé mi verga en el recto. Mireia estaba aún bajando de su orgasmo y aceptó mi polla sin quejas. Yo comencé a encularla salvajemente, mientras ella gritaba de placer con cada embestida y me pedía que no parase. Diana también me animaba.
– Dale bien por el culo mi amor. Jodete bien a esta puta – me gritaba.
– Diana, ponte la polla de 25 cm – le ordené Mi mujer se colocó un arnés con una verga de latex larga y gruesa. Yo mientras, cogí a Mireia en brazos y la senté en mi regazo con mi rabo incrustado en su culo y sus piernas bien abiertas.
– Preciosa, te vamos a follar el coño y el culo a la vez. Mira que falo se va a tragar tu conchita – susurré a Mireia.
– Si, si, folladme los dos a la vez – pidio la peluquera fritísima.
Diana no se hizo de rogar y le incrustó lentamente el dildo en su concha. El encharcado coño de Mireia aceptó el gran falo sin grandes problemas. Entonces yo me incorporé y formando un sandwich, comenzamos a follarnos acompasadamente a Mireia, mientras yo agarraba sus tetas y Diana mordía sus pezones. La peluquera no podía creerse el placer que estaba recibiendo con esta doble penetración y estaba tan sobre-excitada que el potente orgasmo que le vino le dejó medio inconsciente. Diana y yo seguimos, sin embargo, follándonosla hasta que yo me vine en su culo y cuando le sacamos los falos cayó exhausta sobre el suelo. Tras un breve descanso, mi esclava y yo nos vestimos y limpiamos y recogimos todas nuestras cosas. Mireia aún seguia agotada en el suelo, respirando agitadamente.
– Te has portado como una buena guarra, niña. Ahora tenemos que irnos, pero antes tengo una última orden para ti. No sé si conoces el nuevo bar que han abierto, si, el de las lesbianorras – dije irónicamente, repitiendo sus propias palabras – Bien, hoy he hablado con ellas y he quedado que mañana por la noche eres suya. Están ansiosas por usarte como su toy-girl. ¡Ah! Y no olvides acudir, te recuerdo que tengo unas hermosas fotos tuyas que no dudo serán del agrado de tu marido, familia y amigos.
Mireia no protestó y me consta que la siguiente noche cumplió mis órdenes. No he vuelto a saber más de ella pero este verano volvemos a la costa mallorquina y creo que para entonces mi pelo necesitará un corte.
Autor: Master Jack
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