Un buen sitio para disfrutar del sol…
Hace un par de años estuve trabajando en una empresa de servicios muy potente, pero me largué porque estaba harto de ser como una hormiga en un hormiguero, sin poder ni inciativa. Desde entonces, no he mantenido mucho contacto con mis antiguos compañeros de trabajo, excepto un chaval de mi departamento que colaboró conmigo en muchos proyectos, codo con codo, y también con una de las chicas del departamento de Administración, que era muy simpática y coincidía a menudo conmigo en el metro. Pues bien, últimamente he ido notando que los e-mails de Beatriz (que así se llama ella) tenían un tono algo enigmático y preocupante. Yo le comenté este detalle y ella me dijo que no me preocupase, que no era nada malo lo que le ocurría, y que quizás algún día me contraría de qué se trataba. Ese día fue la semana pasada, cuando quedamos para tomar un café para pedirme ayuda:
-Me han despedido. Otra vez tengo que ponerme a buscar trabajo.
-Vaya, miraré qué puedo hacer. No sé si en mi empresa necesitan una nueva persona en Administración, pero preguntaré.
-Muchas gracias.
-Y dime, ¿por qué te han echado? ¿Reducción de plantilla?
-No.
-¿Metiste la pata haciendo algo?
-No, no.
-¿Te peleaste con tu jefa?
-No… bueno, no exactamente. Es una historia muy rara. No te la creerías si te la contase, y todo es por culpa de vivir en un ático.
Yo me quedé algo confundido y le pregunté detalles. Ella se resistía, pero era tanta mi curiosidad que al final accedió, y se atrevió por fin a explicarme una de las historias más excitantes y curiosas que he oído en mi vida. Yo al principio no la creí, y todavía dudo de que lo que me contase fuese real o lo hiciese tan solo para ver qué efecto causaba en mí su narración, pero sea como sea, he creído que vale la pena reproducirla aquí, para que todo el mundo pueda disfrutar del mismo placer que yo tuve al escucharlo.
Todo comenzó a finales de Mayo -comenzó a decirme-. Ya sabes que vivo en un ático, y que dispongo del pequeño lujo de una terraza, que me compensa en parte de las desventajas de un piso pequeño y algo viejo. En cuanto el calor comenzó a apretar, decidí tumbarme en mi terraza para broncearme un poco, y tan bien me sentó que al cabo de pocos días era la envidia de todas las mujeres de la empresa.
-Caray, qué morenita te has puesto, Beatriz -me comentó Mercedes-. ¿Es que te has pasado todo el día en la playa?
-No, simplemente he tomado el sol en mi terraza.
-¿Ah, sí? -dijo entonces Paula- Pues buena terraza debes tener, porque yo en la mía casi no tendría ni sitio para estirarme, y no hay muchas horas del día en las que caiga bien el Sol.
Antes de continuar con el relato de Beatriz, debo aclararle al lector quiénes son esta Mercedes y esta Paula. Mercedes es compañera de trabajo de Beatriz; de hecho, se sientan una al lado de la otra. Tiene treinta años, morenita con el pelo rizado y los ojos negros. Es bastante mona, y tiene una figura muy esbelta. Paula es la jefa de su departamento. Es una mujer de cuarenta y nueve años, rubia, de ojos negros y algo rolliza, aunque muy apetitosa por lo sugerente de sus curvas. En la empresa todo el mundo miraba de reojo su delantera cuando ella pasaba cerca. Era bastante guapa, aún siendo ya algo madura. Si hubiese tenido veinte años menos, todos los hombres de la compañía le habrían saltado encima como tigres. En cuanto a la propia Beatriz, debo decir que es realmente mona. Tiene un pelo castaño tirando a rubio, largo y liso, y unos grandes ojos marrones. Su figura alargada y bien proporcionada la hace muy hermosa, y tiene un rostro muy bello. Creo que lo más atractivo de ella es su boca, pues tiene unos labios tan sensuales, siempre húmedos y rojizos, que uno no puede mirarlos sin pensar en besarlos. Hace poco cumplió veintinueve años. Aclarado esto, sigo con la contestación de Beatriz:
-En realidad es cuestión de suerte. No tengo un piso privilegiado, pero como es un ático, dispongo de una terraza en la que siempre da el Sol y donde puedo tumbarme tranquila sin que me mire nadie.
-¿No hay edificios cerca desde donde te puedan observar? -preguntó Mercedes.
-Afortunadamente no. Hay algunos edificios altos que se divisan a lo lejos, pero no podrían verme desde allí
a menos que tuviesen un telescopio. Me siento bastante segura, y hasta podría tomar el sol en pelotas sin miedo.
-¿De verdad? -dijo entonces Paula con una sonrisa- ¿Y lo has hecho alguna vez?
Yo me quedé cortada durante unos segundos, pero luego confesé:
-Pues sí, de hecho normalmente lo hago, porque me molestan mucho las marcas del bañador, y ya que tengo la suerte de poder hacerlo, tengo que aprovechar la ocasión.
-Vaya, vaya -dijo entonces Paula sonriendo, mientras Mercedes también se echaba a reir-, no me puedo creer que una chica tan tímida como tú sea capaz de despelotarse en la terraza de su piso.
-¿Por qué, si nadie puede verme? Es cierto. Mirad, os lo demostraré.
Y entonces tiré un poco para abajo de la falda que llevaba, de modo que pudiera verse el trozo de mi cadera sobre el que se supone que habría ido el cordón del bikini, y las dos pudieron ver claramente que el moreno era uniforme, y que era verdad lo que decía. Dejaron de reir y adoptaron una expresión muy extraña. Luego Mercedes dijo:
-Vaya, pues qué suerte tienes. Yo, en cambio, aquí estoy, más blanca que la leche, esperando que llegue Agosto.
-¿Y por qué no te vas a la Barceloneta? -le pregunté.
-Bah, está llena de gente y no es muy buena playa. Además, prefiero bañarme donde veraneo. Si yo tuviese una terraza como la tuya… Oye, ¿no me dejarías ir algún día a tomar el sol?
-Bueno, si quieres…
-Sólo si no te importa, ¿eh?, que no quiero molestarte.
-No, mujer, qué va, vente este Sábado mismo si quieres, por la mañana. Tengo cosas que hacer, así que te puedes quedar tranquila tomando el sol mientras yo hago mis recados.
-Vaya, eso sí que es un buen favor -dijo Paula-. A mí también me invitarás algún día, ¿eh?, así me ahorraré los rayos UVA.
Todas nos reímos del comentario, y yo le dije, básicamente por quedar bien:
-Bueno, si quieres, ¿por qué no vienes tú también?
-No, no me va bien por la mañana. ¿Podría ser por la tarde?
-Claro, es cuando yo suelo tumbarme.
-Entonces de acuerdo.
Así quedó la cosa, de momento. Llegó el Sábado por la mañana y Mercedes se presentó, a eso de las once, vestida con camiseta de tirantes y pantalones cortos, como si fuese a la playa.
-Vaya, qué piso más mono tienes -me dijo.
-Anda, no digas mentiras.
-Bueno, sí, es algo pequeñajo… no es que sea un lujo, pero tampoco está mal para una sola persona. Ah, esta es la terraza, ¿no?
-En efecto -dije mientras le abría la puerta de cristal que da acceso a ella-. No es muy grande, pero como puedes ver, está alejada de las miradas de la gente, y el Sol cae de lo lindo.
-Uf, sí, que es verdad. Ya me estoy muriendo de calor.
-Pues tú misma, ya puedes ponerte cómoda si quieres. Yo voy a buscar el pan y a echar unas cartas. Ahora vengo.
-Muy bien.
Ella comenzó a quitarse los pantaloncitos y la camiseta. Se quedó en bikini y destapó el bote de crema protectora. Yo salí a hacer los recados y volví al cabo de media hora. Pero a mi vuelta, cuando miré por el cristal de la puerta de la terraza, vi que Mercedes se encontraba en un estado distinto. Se había tumbado boca abajo y ya no llevaba nada de ropa; estaba como su madre la trajo al mundo. Su piel brillaba por efecto del aceite bronceador y sus ojos estaban cerrados. Parecía que estuviese dormida, disfrutando del calor del Sol. Yo me quedé algo turbada. A pesar de que me podía haber imaginado perfectmente que me la iba a encontrar así, no dejó de ser un shock emocional. Estuve paralizada durante unos segundos, mirándola sin pestañear. Luego me fui a la cocina, a dejar unas cosas que había comprado. Mientras ponía todo en su sitio, miré sin querer por la ventana de la cocina, desde la que se puede llegar a ver una parte de la terraza, y vi que Mercedes se había puesto boca arriba y que sus manos… oh Dios mío, sus manos parecían pasearse por todo su cuerpo, como si quisiera darse placer a sí misma, pero no era una masturbación, sino un ligero masaje. Fuese como fuese, aquella imagen me impresionó tanto que se me cayo al suelo la bolsa de manzanas que había comprado, y una de ellas quedó para tirarla. Después de recoger todo, volví a mirar y vi que se había puesto otra vez boca abajo, como dormida. Su
culito, que mostraba una ondulación hermosísima y brillaba gracias al aceite que le había untado, parecía estar hecho para darle un mordisco. Yo estaba muy confundida. ¿Qué hacía allí parada mirando a una mujer, que además era compañera de trabajo? Tanto que me he burlado siempre de los hombres llamándolos babosos por quedarse embobados mirándonos y ahora yo parecía actuar igual. Nunca he sido lesbiana ni me lo considero, pero en aquel momento fui consciente por primera vez del poder de la belleza femenina y comprendí a los hombres. Juré no burlarme de ellos nunca más al tiempo que intentaba tranquilizarme, pues me parecía ridícula mi propia turbación. No me atrevía a ir a verla, aunque no tenía sentido quedarse allí, teniendo una invitada en casa. Por fin me decidí a coger el toro por los cuernos y me presenté en la terraza. Entonces ella abrió los ojos y sonrió. Yo me debí poner muy colorada, pero intenté disimular y forcé una sonrisa. Me acerqué intentando conservar la mayor calma posible, como si todo aquello fuese muy natural para mí, y le pregunté:
-¿Qué? ¿Ya te has animado a broncearte de arriba a abajo, eh?
-Pues sí, la verdad es que se está muy tranquila en este sitio, y vale la pena aprovechar la ocasión.
Para decir esto, se giró hacia mí, apoyándose en su costado izquierdo y mostrando, por tanto, su parte delantera. Pude ver perfectamente sus pechos desnudos y los pelos de su entrepierna. Parecía una de esas imágener de Venus que pintaban los antiguos artistas. Yo quería disimular, pero no pude: se me cortó la respiración y me quedé con la boca abierta. Ella debió notarlo, porque sonrió otra vez. La verdad es que nunca me han gustado especialmente las mujeres, aunque sé reconocer su atractivo, pero en ese momento mi cuerpo sintió la necesidad de unirse a aquel otro que veía ante sí.
-¿Por qué no te tumbas tú también y tomamos el sol al mismo tiempo? Es un rollo estar aquí sola tanto rato.
-Bueno, yo… tendría que ir preparando la comida.
-Vamos, mujer, sólo una hora, que luego me voy.
-De acuerdo, a mí también me resultaba un rollo estar aquí sola tumbada, pero solo una hora, ¿eh?
Me comencé a quitar la ropa, pero ella no volvió a tumbarse boca abajo. Seguí allí, recostada como una Venus y mirándome atentamente, mientras sonreía. Yo me puse algo nerviosa; parecía que la estuviese obsequiando con un striptease y yo soy muy tímida para eso. Por fin me quedé sin ropa, y me recosté a su lado, en una postura parecida a la suya, de modo que cada una podía admirar el cuerpo de la otra.
-Vaya -me dijo-, estás muy bien. No me extraña que la mitad de los chicos de la empresa vayan detraś tuyo.
Me debí poner como un tomate en ese momento. Instintivamente, me tumbé boca abajo, como para ocultar mi cuerpo de su mirada, aunque quise ser cortés y respondí:
-Qué va, tú no tienes nada que envidiarme. Y no digas que no te persiguen. Eduardo, por ejemplo, se pasa todo el día lanzándote miraditas.
-Es verdad. ¡Pobrecillo! Lo siento por él, pero no me va. De todas formas no me importa que se fije en mí. Me gusta que me miren. ¿Me has mirado tú también antes de salir de la sala?
-Yo… bueno… -dije con una voz casi inaudible- Sí, te he visto un momento mientras guardaba las cosas.
Me ahogaba de vergüenza. Bajé la mirada y pensé que se burlaría de mí o se enfadaría. Ella, sin embargo, soltó una carcajada y acercó su rostro al mío para decirme:
-No te preocupes, mujer. Parece que te haya molestado verme.
-No, no, pero es que he visto cómo te tocabas y… no sé, me ha resultado muy… raro.
-Es culpa mía, lo siento. No tendría que tomarme estas libertades estando en tu casa, pero es que el sudor me molestaba, y mi cuerpo estaba ardiendo. Espero que no te haya molestado.
-No, no, al contrario.
Este «al contrario» me traicionó. No lo dije yo, lo dijo mi subconsciente, pero ella, al oirlo, volvió a sonreir y se acercó más a mí. Yo quería que me tragase la tierra, estaba muerta de vergüenza y al mismo tiempo de excitación. Entonces ella dijo:
-Vaya, o sea que te gusta mirarme , ¿eh? Te confesaré una cosa: a mí también me gust
a mirarte. No me había fijado nunca en ti, pero ahora mismo me pareces deliciosa.
Y tras decir esto me besó dulcemente en mi hombro izquierdo. Yo cerré los ojos y comencé a respirar más rápido. Noté entonces cómo su boca seguía dándome besos por diversos lugares de la espalda y cómo su mano comenzaba a tocar mi culito. Me abandoné a las sensaciones que Mercedes me provocaba y dejé que sus manos fuesen recorriendo poco a poco mi piel. Ella no perdía el tiempo, me llenaba de besos por todas partes y me metía mano por donde podía, al principio muy suavemente y luego con más descaro. Mis piernas se abrieron instintivamente como para dejarle el paso libre y ella deslizó un par de dedos sobre mi raja, que ya comenzaba a mojarse. Ya no pude más: quería devolverle lo que me hacía y me di media vuelta. Mientras ella aprovechava mi nueva posición para besarme las tetas, yo acaricié sus piernas y sobre todo su trasero, que me parecía encantador. No podía creerme que estuviese haciendo aquello y dejándomelo hacer, pero en aquel momento no razonaba: todos mis actos estaban dirigidos por la necesidad de disfrutar el momento.
Sus besos fueron ascendiendo por mi cuerpo hasta que llegó a la altura de mi cara y nos besamos en la boca. Mientras lo hacíamos, su mano derecha se perdía en mi entrepierna y me ponía a cien. Yo ya no sabía dónde estaba. Mis manos se deslizaron instintivamente hacia sus tetas para tocárselas. Oh, qué delicadas y tiernas estaban. Estuvimos así un rato hasta que ella decidió tumbarse sobre mí, de modo que nuestros cuerpos se tocaban en su máxima extensión, boca con boca, pecho con pecho, bariga con barriga, y nuestras piernas entrelazadas jugaban a ver cuál de nuestros muslos acariciaba mejor la vulva de la otra. Notaba como su aceite bronceador la hacía deslizarse sobre mí mientras se movía. Rodamos un par de veces, de manera que en ocasiones era yo al que estaba sobre ella y en ocasiones ella la que estaba sobre mí. Yo ya estaba excitadísima y ella también, pero necesitábamos más. Entonces ella se puso de rodillas y me hizo abrir las piernas para que ella pudiera entrelazar las suyas, de modo que el coño de una tocase al de la otra. Entonces, con un movimiento algo difícil pero muy efectivo, comenzó a agitarse como si me estuviera follando, por así decirlo. Yo, tumbada boca arriba, recibía sus ataques con gran placer. No parábamos de gemir escandalosamente y esto me hizo temer más tarde que, aunque nadie nos hubiese visto, quizá alguien podría habernos oído.
Al final, Mercedes llegó a un orgasmo violentísimo, y se desplomó sobre mí tras agitarse como una loca y lanzar unos alaridos espantosos. Yo la giré para ponerla boca arriba y, como también estaba a punto de acabar, froté un poco más mi cuerpo contra el suyo,hasta que me invadió el placer. Nos quedamos un buen rato allí tumbadas, confesándonos lo bien que había estado todo aquello, mientras nos acariciábamos a la luz del sol. Estábamos sudorosas, y yo le propuse ducharnos. No hace falta decir que nos duchamos las dos juntas y que una limpió a la otra, cosa que nos divirtió bastante. Desgraciadamente, se había hecho tarde y ella tenía que irse. Me preguntó si otro día volveríamos a repetirlo.
-No sé -le respondí temerosa-. Todo esto es muy extraño. Nunca había sentido lo que he sentido hoy. Tendré que replantearme muchas cosas a partir de ahora. No sé qué pasará, pero de todos modos puedes venir cuando quieras a tomar el sol.
Nos despedimos con un beso en la boca (cómo no) y me dejó sola, y algo confundida. Lentamente, me puse a preparar la comida mientras pensaba en lo que había sucedido esa mañana, y en que por la tarde vendría Paula, y quién sabía qué podía ocurrir…
Disfruta aquí de la segunda parte de «La Terraza»
Autor: Donatien
donatien ( arroba ) tagoror.net
Excelente, muy excelente, quizá algún día pueda contarles historias de mi hermana, que aunque no es lesbiana, si fue descubierta haciendo sexo lesbico