Por la tarde había quedado con mi jefa, Paula. Me inquietaba lo que pudiese ocurrir como consecuencia de lo que había vivido aquella mañana. Mi jefa, aunque algo madura, tiene un cuerpo muy apetitoso, y verla desnuda podría llevarme a otra escenita parecida a la de Mercedes.
Por la tarde había quedado con mi jefa, Paula. Me inquietaba lo que pudiese ocurrir como consecuencia de lo que había vivido aquella mañana. Mi jefa, aunque algo madura, tiene un cuerpo muy apetitoso, y verla desnuda podría llevarme a otra escenita parecida a la de Mercedes.
Casi no pude comer, a pesar del apetito que me había despertado la actividad de la mañana. Cuando por fin sonó el timbre, me dio un vuelco el corazón. Fui a abrir y allí estaba ella, tan elegante y vistosa como siempre. La invité a pasar y le pregunté si quería tomar algo. Aceptó una limonada y se la llevó a la terraza, para tomársela mientras se bronceaba.
-Vaya, no está mal -me dijo-. No es un sitio paradisíaco, pero al menos no está muy a la vista.
-No, la verdad es que se puede estar muy tranquila aquí.
-¿Bien, pues qué te parece si nos tumbamos ya?
Y mientras decía esto comenzaba ya a quitarse la ropa. Yo, que aún tenía en mente lo de la mañana, comencé a ponerme nerviosa a medida que los tiernos pedazos de carne de Paula iban quedando al descubierto.
-¿Tú no vas a tomar el sol? -me preguntó extrañada cuando ya sólo le quedaba por quitarse el bikini.
-Sí, si claro, pero espera, que voy a buscar otro refresco para mí.
Y desaparecí en dirección a al cocina, como para huir de aquel cuerpo tan sabroso y tierno. Saqué una limonada para mí de la nevera y, mientras lo hacía, no pude evitar la tentación de mirar por la ventana de la cocina, como había hecho esta mañana con Mercedes. Allí estaba ella, quitándose el sujetador y mostrando al mundo unos senos que habrían hecho caerse de espaldas a cualquiera de los hombres de la oficina, y a no pocas mujeres también. ¡Qué hermosos! ¡Qué grandes y al mismo tiempo que redondos y firmes! Estaban para devorarlos. Luego se quitó la parte de abajo, mostrando un culo imponente y apetitoso, aunque no tan firme y bien torneado como el de Mercedes. Tampoco su vientre era tan liso como el de mi compañera, pero aún así… ¡qué buena estaba toda ella, por Dios!
Yo ya no sabía si salir o qué diablos hacer, pero como no tenía muchas opciones, acabé por coger mi refresco y reunirme con ella. Paula sonrió al verme llegar. Estaba tumbada boca arriba, como provocando al mismo Sol con su imponente delantera. Yo me desnudé por completo y me tumbé a su lado, pero boca abajo. Ella se giró hacia mí y sorbió un poco de la limonada a través de la pajita, de un modo muy sensual.
-Hace un calor horrible -dijo.
-Sí, es insoportable, pero qué se le va a hacer. Por lo menos puede una broncearse.
-Es verdad. Pero a mí me cuesta mucho ponerme morena, y tengo que protegerme mucho. ¿Tú no te pones crema?
-Bueno, los primeros días me ponía, pero como ya estoy un poco morena no la necesito tanto. De todas formas tendría que ponerme, pero se me ha acabado. Ya me compraré.
-Oh, ¿quieres que te ponga de la mía? Es muy buena, ya verás.
-Bueno, yo…
Pero antes de que pudiese reaccionar, ella ya había destapado su bote de bronceador y se había acercado a mí.
-¿Quieres que te lo ponga por la espalda? -me dijo.
-Sí, gracias -respondí con un hilillo de voz.
Ella entonces me puso la crema por la espalda, dándome un masaje de lo más relajante para mi cuerpo, pero de lo más turbador para mi espíritu. A medida que sus manos hacían progresos sobre mi piel, volvían a mí los recuerdos de lo que había ocurrido aquella misma mañana con Mercedes. Recordaba el tacto de su piel aceitosa, me excitaba reconstruyendo aquellos momentos en mi memoria y mientras tanto, Paula seguía su imparable avance, que no se limitaba a la espalda, sino que continuaba por mis piernas e incluso por mi trasero. Me pone cachondísima que me toquen los muslos, sobre todo por la parte de atrás, y ella lo hacía tan bien… uf, me costaba horrores no contonearme de gusto al sentir sus manos sobr mis pìernas. Mi respiración estaba cada vez m&
aacute;s acelerada, y mi coño comenzaba a destilar líquido. Cuando noté sus manos sobre mi culito me estremecí. Ahora ya sí que me estaba poniendo a tono de verdad. Entonces escuché la frase fatídica:
-Vamos, date la vuelta, que por delante también has de ponerte.
Me costó decidirme,pero al final me giré. Allí estaba yo, tumbada boca arriba sobre mi terraza, enseñando las partes más íntimas de mi cuerpo a mi jefa, y allí estaba ella, con sus enormes tetorras colgando, ofreciéndome el bronceador:
-Bueno, lo que queda no me atrevo a ponértelo; -me dijo con una sonrisa- quizás mejor que lo hagas tú.
-No, no -le supliqué-, hazlo tú, que lo haces de maravilla.
Le sorprendió un poco mi petición, y no supo cómo reaccionar, pero al final accedió. Sus manos comenzaron a pasearse por toda mi piel, dándome un placer indescriptible. Le dio un poco de corte tocarme las tetas, pero al final se atrevió. Yo estaba en el cielo, y cada vez se me notaba más. Mis ojos entreabiertos, mi respiración agitada, un suave movimiento de mi cuerpo, que acompañaba al de las manos que lo acariciaban… todos estos síntomas acabaron demostrándole a Paula que me estaba excitando y pronto perdería la cabeza. Al final ya no pude más y comencé a gemir, con lo que quedó bie claro en qué estdo me encotnraba. Ella también comenzó a excitarse. Sus manos ya no se movían tan firmes como antes, sino que le temblaban. Su mirada era algo más brillante y tenía la boca entreabierta. Estaba claro que las dos estábamos a punto de perder la compostura. Yo fui la primera en reaccionar. Mi mano derecha acarició el muslo de mi jefa con evidente intención de excitarla, y ella correspondió dirigiendo su mano derecha a mi vulva, que ya hacía rato que había empezado a mojarse. Nos miramos como si estuviésemos borrachas: la calentura nos estaba anulando la razón. Entonces ella se puso de rodillas por encima mío y me tocó las tetas. Mis manos se abalanzaron igualmente sobre las suyas, estrujándolas con placer. No podía abarcarlas del todo, de tan grandes que eran. Ella se agachó y nos besamos ardientemente. No sé ni cuánto rato estuvieron jugando nuestras lenguas. Fue enorme la cantidad de saliva que nos intercambiamos. Luego, ella se fue deslizando hacia abajo hasta colocar su boca sobre mi vulva y comenzó a lamer. ¡Ah, qué pasada! Aquí ya no me supe controlar y comencé a gritar y a gemir como una posesa. Con mis manos agarraba su cabellera apretándola hacia mí, como si quisiera evitar que su lengua y sus labios se separasen de mi entrepierna. Fue genial, y lo hizo tan bien que al poco rato llegué al éxtasis. Ella se dio cuenta, y en cuanto vio que ya estaba calmada, volvió a ponerse a mi altura y me beso.
-Ahora me toca a mí -le dije-, déjame devolverte lo que me has hecho.
Y ella sonrió y se tumbó boca arriba. Yo me deslicé entonces entre sus piernas y comencé a lamer. ¡Dios mío, cómo se agitaba la condenada! Estaba claro que le gustaba lo que le hacía y a mí también me parecía deliciosa y sabrosísima su carnosa entrepierna. Mis manos también se entretenían acariciando sus rollizos muslos, que brillaban por efecto del sudor y de la crema bronceadora. Casi ma ahoga aprisionándome con sus fuertes piernas. Amí aquello me divertía muchísimo, y ya no sabía ni qué hacer para excitarla más. La frotaba de mil maneras, y la lamía también de diversos modos, para no cansarla. Ella me decía cosas como "¡Sigue chupando cabrona, que lo haces de maravilla!" o "¡Muévelo más deprisa, ah, esto es mil veces mejor que con un hombre!". ¡Y pensar que estaba casada y con dos hijos!
Finalmente, mi jefa elevó las caderas hacia arriba, dio un grito y se desplomó, después de sufrir algunos espasmos. Había acabado. Yo me acerqué a besarla en la boca, pero ella simplemente se dejó hacer. Estaba casi desmayada. Aún me entretuve un rato chupando y tocando sus hermosas tetas, y ella poco a poco se fue reanimando y me manoseó un poco, pero ya eran simplemente jueguecitos lo que llevábamos a cabo. Por fin, ya más calmadas, nos dedicamos a tomar un poco el sol, sin más, no fuese a ocurrir que nos presentásemos el Lunes sin el moreno esperado y la gente preguntase en qué habíamos empl
eado el rato. Al cabo de un par de horas, Paula se marchó a su casa y yo, agotada tras un día de dura actividad sexual, me quedé viendo la tele.
Fue terrible volver a trabajar el Lunes por la mañana. Me preguntaba qué actitud adoptarían ahora mis dos compañeras, pues era inevitable que lo sucedido aquel sábado afectase a nuestra manera de compotarnos. Me alivió comprobar que ambas disimulaban de maravilla, y que nuestros compañeros no pudieron ver nada diferente en nuestros actos, excepto que al saludarnos al entrar, ambas me lanzaron una sonrisa algo más pícara que la de costumbre.
El tema se comentó entre las compañeras de trabajo (lógicamente sin entrar en los detalles, que sólo conocíamos Mercedes, Paula y yo), y más chicas quisieron que las invitase. Paula y Mercedes sonrieron al escuchar estas peticiones y todas bromeamos con que al final tendría que alquilar la terraza, pero en realidad sólo dos chicas se atrevieron a pedírmelo en serio. Una era Marta, una informática del departamento de Sistemas, y la otra se llamaba Eva, y era la secretaria del Director General. Quedé con una para el Sábado y con la otra para el Domingo, y aunque Mercedes y Paula se sonreían, yo les dije que no tenía intención de hacer lo que había hecho durante aquel Sabado. En realidad, yo quería que todo aquello quedase más o menos aparcado, como un desliz puntual que tuve, pero ellas no se lo tomaron del mismo modo. Mercedes, por ejemplo, aprovechaba cuando no miraba nadie para acercar su silla a la mía, como si quisiera preguntarme algo sobre unas facturas, y me metía mano por debajo de la mesa.
-¡Pero qué haces! ¿Estás loca? -le decía yo.
-Pues sí, me tienes loca, Beatriz. Anda, no te cortes y tócame tú también, que nadie lo va a notar.
-Que no, mujer, que en el trabajo no. ¿Y si nos viese Paula?
-¿Paula? Venga, no te hagas la tonta. Me juego la cabeza a que por la tarde intentaste repetir con ella. ¿A que sí?
-Eso a ti no te importa.
-Ja, ja, ja… ¿lo ves? Seguro que te la follaste. No te avergüences, mujer, que no soy nada celosa. Al contrario, me muero de ganas de hacer lo mismo con las dos.
-Venga, tía, no te pases, que a mí no me gustan esos numeritos, y además, lo del otro día fue un capricho pasajero. Vale, me calenté al verte desnuda y me gustó lo que hicimos, pero no te engañes: yo no soy ninguna bollera, ¿de acuerdo? Me gustan los tíos y paso de liarme en serio contigo, con Paula o con quien sea.
-Está bien, tú te lo pierdes.
Y se retiró enfurruñada. A mí no me gustaba tener que tratarla así, pero su actitud me ponía nerviosa. Pero aún fue, sin embargo, la de Paula. No sólo no me quitaba el ojo de encima, sino que a menudo me citaba en su despacho para hacerme proposiciones no muy decentes, e incluso bajaba las persianas e intentaba besarme. ¡La muy puta, delante de las fotos de sus hijos! Yo no me resistía con mucha fuerza porque a fin de cuentas la encontraba atractiva, pero le dejé claro que no quería seguir con aquello.
-No lo entiendo. -me decía- ¿Qué pasa, que un día te gusta algo y al día siguiente no?
-Verás, Paula, yo no soy como tú piensas. Puedo perder la cabeza en un momento dado, pero no quiero ser tu amante ni nada parecido. Además, tú estás casada y…
-Y eso le da a un más gracia. No sabes cómo me pone engañar a mi marido contigo.
Y dicho esto me pegó un morreo impresionante, pero al fin conseguí despegarme de ella y decirle:
-Bueno, ya está bien. Déjame tranquila. No tienes derecho a hacer conmigo lo que quieras.
-Idiota… Eres una traidora: primero me seduces en tu casa y ahora me dejas con las ganas. Vale, haz lo que quieras, pero cuando tengas ganas no cuentes conmigo.
Así quedó la cosa, aunque ya nada fue igual. Se notaba la crispación en las relaciones personales entre nosotras tres. Lógicamente, Mercedes y Paula hablaron del tema entre ellas y, como era de suponer, estrecharon su amistad, al tiempo que incrementaban su enemistad hacia mí. Más de una vez las sorprendí metiéndose mano y besándose en el despacho de Paula. Entonces me miraban sonrientes y decían:
-¿Qué Beatriz? ¿No quieres participar en la reunión?
Yo me iba de allí enfadada, pero no celosa, porque paso de las desvergonzadas como ellas. El caso es que la situación me
parecía algo preocupante, porque no es nada agradable llevar una relación tan tirante con dos compañeras, sobre todo si una es tu jefa.
Así transcurrió la semana en una especie de estira y afloja entre ellas y yo por ver si les seguía el juego. Por fin salí de trabajar el Viernes, aliviada por librarme de sus miradas lascivas y sus reproches, pensando únicamente en no buscarme más problemas durante el fin de semana, cuando viniesen Marta y Eva a mi piso a… a tomar el sol.
Autor: Donatien
donatien ( arroba ) tagoror.net
Hola. Me gustaría leer «La Terraza 3 y 4» Jajajajaja…