Aquel desconocido me subió un poco más al vestido y sacó de dentro de mi pequeño tanga, como un mástil entre las gomas del liguero, mi polla, más grande de lo que nunca la había visto. Agarró con una mano mi polla y con la otra el vibrador y se metió toda la de carne de golpe en la boca.
Soy un chico normal, de 28 años, al que le gusta salir con chicas y demás. Alguna vez he acudido al sexo de pago, pero más por morbo que por necesidad. De hecho una de las cosas que más me gusta es pagar por servicios «especiales».
De vez en cuando me gusta pasarme por un pisito que hay por la zona norte de Madrid en el que he estado con diferentes chicas recibiendo servicios de esclavo. Como me gusta probar de todo, unas veces me han puesto un collar de perro, otras me han vestido de chica, etc. Todo esto en un gabinete completamente equipado que sólo recordar me pone los pelos de punta. Aunque todas esas cosas me ponen a cien, la verdad es que me considero hetero a pesar de que lo de estar vestido de mujer frente a una chica es algo que me pone a mil.
En aquella ocasión me dirigí al lugar en concreto para pasar un rato agradable. Después de un día de trabajo me apetecía terminar la tarde haciendo algo morboso. Al llegar, el desfile de costumbre. Hoy están esta, esta y esta otra. Por discreción no voy a decir nombres, pero me costó elegir entre las seis chicas que desfilaron. Una lavadita, me ofrecen algo de beber y al poco tiempo aparece mi ama con una coca cola.
¿Qué es lo que quieres que hagamos? No sé, lo que se te ocurra. Me gusta de todo. ¿Algo de transformismo, sodomización…? Vale, como tú digas mi ama.
Todavía no había empezado la sesión, pero yo ya tenía mi actitud de esclavo para lo que ella quisiera hacerme. En pocos minutos me encontraba vestido de putita. Un vestido corto, negro, que dejaba ver el final de un liguero que sujetaba las medias. Unos pechos postizos, una peluca rubia con flequillo recto y muy maquillado. Parecía enteramente un travesti de los que se ven en Rubén Darío por las noches. La sesión empezó como tantas otras veces. Me ata, me venda los ojos, me da unos azotes… Poco a poco se va calentando la cosa y me empieza a tratar con algo más de violencia aunque sólo verbal. «Menuda putita que estás hecha» «¿Vas a ser mi putita?»
Ante todos mis asentimientos terminó por decirme: «pues ahora vas a ser una putita como todas las demás. Vamos a salir a que te vean las otras chicas.» Aunque casi todas ellas ya me habían visto alguna vez en circunstancias parecidas, la verdad es que el hecho de estar con todas ellas a la vez, así vestido me produjo horror. Un enorme pudor inexplicable me invadió. Sin embargo también me apetecía pasar por ello.
Hola chicas. Mirad. Tenemos una putita nueva. Hola ¿cómo te llamas? dijo una de ellas. Ante mi silencio, mi ama respondió: «Todavía no le he puesto nombre. Creo que la llamaré Rosa».
Todo aquello me agradaba, pero la verdad es que los nervios que me producía el primer momento se me estaban pasando y poco a poco llegué a meterme en una conversación que realmente podría ser la que ellas tuvieran cuando estaban solas. En una pequeña televisión se podía ver un programa de esos de consejos para la salud que veían siempre nuestras abuelas. De pronto, sonó el timbre. «Chicas, al sofá» Todas las chicas fueron pasando detrás de un pequeño biombo a seguir viendo aquel programa de televisión para que el acceso del nuevo cliente tuviera la discreción necesaria. En ese momento mi ama me miró y con una sonrisa cómplice me dijo: «No te preocupes. Que aquí no te va a ver nadie.»
Desde aquel sofá pude comprobar cómo se oyen las pisadas y la conversación de un cliente nuevo. Yo era el único que estaba pendiente de aquello. El resto de las chicas estaba cada una en lo suyo. Unas con la tele, otra leyendo, y mi ama más pendiente de lo que yo hacía que otra cosa. Unos segundos más tarde apareció la Madam. Tantas veces me había atendido que ya sabía más o menos hasta los tiempos que se tardaba y las frases que decía: «Chicas, un ama».
Una por una fue pasando a la habitación, cuando me acordé de que había dejado mi ropa en aquel gabinete. Hice un amago de levantarme y mi ama me paró:
«¿Qué pasa? ¿Tú también quieres pasar? No, que tengo allí toda mi ropa. Te he dicho que no te preocuparas y te lo he dicho por algo. Tu ropa está aquí.
No sé en que momento lo había hecho, pero se había traído la percha en la que estaba toda mi ropa colgada. Aquello me tranquilizó. Sin embargo fue entonces cuando me di cuenta de la pregunta que me había hecho: ¿tú también quieres pasar? Otra vez me inundó ese pánico que tanto me gustaba. Cuando ya habían pasado todas menos la que oficialmente estaba conmigo regresó la Madam y le preguntó: «¿Tú no vas a pasar?» Ella me miró como esperando mi aprobación. Me imaginé que si entraba yo podría quedarme un rato allí esperándola. Entre todas ellas, vestido de putita, la verdad es que no me disgustó la idea.
Con un gesto le hice ver que no me importaba, se levantó y se fue al gabinete. Al entrar vi como la Madam se acercaba a la puerta y le decía al cliente: «Si te interesa esta ama, tiene una esclava travesti. Es nueva y un poco tímida, pero te lo puede hacer pasar bien». Aquellas palabras literalmente me aterrorizaron. Yo estaba allí como cliente. El hecho de estar del otro lado ni me lo había planteado ni me gustaba la idea. Mi ama se me acercó, me cogió de la mano y me dijo: «Ven, ¿no querías ser mi putita? Pues vas a saber de verdad lo que es.»
Estaba completamente paralizado. No sabía que hacer. Mi corazón estaba a punto de estallar. Iba de la mano de una puta hacia una habitación en la que ella había ofrecido mis servicios como esclava. Poco antes de llegar a la puerta me paré. No quería entrar. Ella me miró como con lástima. Como quien mira a una compañera que hace esto por primera vez y me dijo: «espera un momento». Volvimos a la zona del sofá y de debajo de este sacó una caja de plástico en la que tenía multitud de juguetitos sexuales. De entre ellos sacó un antifaz de cuero negro. Me lo puso y me dijo: «para tu primera vez esto te ayudará, y tú tranquila que no te va a pasar nada malo». Parece mentira, pero realmente el hecho de llevar media cara tapada me pareció una protección suficiente para vencer ese miedo y entrar en la habitación.
Como ella se había presentado al cliente me presentó a mí. Ésta es Rosa. Mi esclava. Es muy obediente y sólo habla cuando se lo ordeno. A partir de ahora tú también harás lo mismo. Rosa, ayúdale a desnudarse que yo ahora vuelvo. No quiero oír ni una palabra. Tras estas palabras salió de la habitación. Me quedé más paralizado aún. No sabía que hacer. Me había dado una orden, pero no podía ni moverme. El otro chico aparentaba ser algo más mayor que yo aunque no mucho. Un poco más alto y con algunas canas. Empezó a desnudarse mientras me miraba. Cuando había terminado volvió el ama. Le miró de arriba a abajo y le preguntó: ¿Te ha ayudado Rosa?
Lo siguiente que recuerdo fue la bofetada que recibí al decir él que no. Que ni me había movido. Muy bien putita. Parece que te va a costar obedecer. Intenté replicar, pero inmediatamente me cortó diciendo: «tú no hables si no te lo ordeno». La verdad es que realmente agradecí esa orden. En esa situación no sabía si hablar con mi voz normal o intentar poner voz de chica. Me parecía más ridículo aún. Preferí el silencio. Mientras, el ama estaba inspeccionando el cuerpo del otro cliente. Le preguntó su nombre y él se lo dijo, pero ella le contestó: «yo prefiero llamarte «nena». A partir de ahora sois Nena y Rosa. Si lo habéis entendido asentir con la cabeza». Así lo hicimos.
Entonces el ama sacó de un estrecho armario de esos que se cierran con cremallera una caja como la que contenía el antifaz. En ella, igual que en la otra había multitud de vibradores, bolas, una caja de condones y alguna crema. Cogió un consolador con arnés, un bote de crema y la caja de condones y guardó de nuevo la caja. Se acercó a la cama y nos dijo: «¿A qué esperáis? Venid, ayudarme. Nos acercamos despacio hacia ella y sujetó el arnés como ofreciéndoselo a él para que le ayudara a ponérselo. Una vez puesto le ordenó que se alejara y me dijo a mí: «Ven aquí Rosa. Enséñale a Nena como se chupa una buena polla». No era la primera vez que me daba una orden así y tampoco la primera vez que me lo decía estando yo disfrazado. Sin embargo, el hecho de estar delante de otra persona lo convertía en algo completamente nuevo. Me avergonzaba muchísimo, pero a la vez me parecía sólo un paso más en las cosas que ya había hecho antes.
Muy despacio me arrodillé ante ella y comencé a chupar el vibrador. Al principio lo hacía con cuidado. Como si se fuera a romper. No sabía por qué, pero me avergonzaba de todas aquellas veces que había hecho lo mismo, pero con verdadera pasión. Mi ama lo notó. Me dio otra bofetada y me dijo: «¿de verdad quieres que Nena aprenda si me la chupas así? ¡Chúpala como tú sabes! ¡Que no es tu primera vez! Poco a poco me animé y le di una mamada que ningún tío habría olvidado nunca. Lástima que fuera de goma porque la verdad es que lo hice como una verdadera profesional. Un poco después me apartó la cara y le ordenó a Nena que siguiera ella. Por su expresión noté que también le costaba hacer aquello. No sé si era su primera vez, pero también terminó haciéndolo bastante bien. Entonces me ordenó: «Ven tú aquí. Ahora las dos a la vez. ¡Y con ganas!» Me acerqué y comencé a chupar el enorme dildo por la zona más lejana a donde estaba trabajando Nena. Él estaba por la punta y yo me lancé sobre los huevos. Así perras. No paréis.
Con mucho cuidado comencé a chupar por un lado con la intención de no juntar mi boca con la de Nena. Nunca había besado a un hombre y no quería hacerlo. Lo que no había pensado era que si Nena estaba pagando por hacer aquello con una «travesti» era lógicamente porque a él no le importaba. Efectivamente poco después me sujetó por la nuca y me besó conservando la punta del consolador entre nuestras dos bocas. Intenté echarme hacia atrás, pero su mano y ahora la del ama me sujetaron para evitarlo. Alcé mi mirada y vi como era ella la que había provocado la situación. Me miraba sonriente. En sus ojos pude ver una expresión de placer que parecía decir: «¿Qué se siente en tu primera vez?». No quería hacerlo, pero tampoco estaba en condiciones de parar y decir toda la verdad. Me vi obligado a seguir y terminamos besándonos como dos enamorados.
«Ay mis nenas» dijo el ama, «a ver si al final se me enamoran. Venga, parar que me estáis poniendo a cien. Rosa, ponte de pie.»
Obedecí y cuando Nena iba a hacer lo mismo recibió un grito diciéndole que permaneciera de rodillas. Allí de pie, junto al ama, se podía apreciar claramente, bajo el ceñido vestido negro que durante mi rato de rodillas se había subido un poco, mi abultado paquete. Ella puso la punta del consolador señalando a mi bulto y dijo:»¿Qué tenemos por aquí? ¿Nuestra traviesa saca su parte más dura? ¡Nena chúpasela!».
Como si hubiera estado toda su vida esperando esa orden, aquel desconocido me subió un poco más al vestido y sacó de dentro de mi pequeño tanga, como un mástil entre las gomas del liguero, mi polla, más grande de lo que nunca la había visto. Agarró con una mano mi polla y con la otra el vibrador y se metió toda la de carne de golpe en la boca. No tengo valor para contar lo que sucedió después, pero os puedo decir que aquella tarde aprendí que como la chupa un tío, pocas tías se acercan.
Si algún día me atrevo escribiré el resto.
Autor: aoak
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