Una de las cosas que más disfruto en la vida es mi trabajo. Soy analista en programación y actualmente trabajo para una firma muy reconocida en el medio, que de además de ser una excelente opción para desarrollar mi carrera, me ha proporcionado la oportunidad de conocer gente verdaderamente excepcional, como por ejemplo Samuel.
Samuel es actualmente mi supervisor, y es uno de los hombres mas dedicados y profesionales que conozco, además de ser también muy generoso y amigable cuando llegas a conocerlo. A mí me costó casi un año obtener su confianza, ya que su carácter suele ser bastante serio y casi no dedica tiempo a la vida social, a pesar de ser un hombre prácticamente joven y con pocos años de casado.
En un par de ocasiones nos hemos tomado una copa juntos, generalmente para ultimar cosas del trabajo, y aunque me considero su amigo, en realidad lo conozco muy poco a nivel personal, y en cambio él conoce toda mi vida, pues siempre le ando presentando a mis novias. A su esposa la he visto en muy pocas ocasiones y nunca pasamos de saludarnos formalmente.
Precisamente por ser tan poco dado a la intimidad, fue que me sorprendió sobremanera recibir una invitación de Samuel para cenar en su casa. Acepté encantado, porque ya antes él me había comentado que Malú, su esposa, era una excelente cocinera.
Esa noche compré una botella del mejor vino tinto que encontré y me presenté en casa de Samuel. Había imaginado que me encontraría una bella casa iluminada, con una agradable música de fondo y a la abnegada esposa abriéndome la puerta con una sonrisa y envuelta en el apetitoso aroma de algún platillo casero.
En vez de eso me recibió Samuel, la casa estaba prácticamente en penumbras y la esposa no se veía por ningún lado, mucho menos el suculento aroma. Extrañado, pasé a la sala, donde me senté en el amplio sillón de la sala seguido por Samuel, que visiblemente nervioso me ofreció una copa y tras servirse un trago doble para sí mismo, se recargó en la barra mirándome fijamente.
– Y tu esposa? – pregunté mas por hacer conversación que por otra cosa.
– Ahora viene – dijo Samuel apurando el trago – está en la recámara.
Samuel se sirvió otra copa, cosa que se me hizo bastante inusual. Generalmente Samuel es un tipo muy medido, incluso para beber. En la oficina, jamás pierde la compostura, y mantiene esa imagen de bibliotecario atildado y pulcro gracias al pelo perfectamente engominado que acostumbra usar y las infaltables gafas de carey. Esa noche, estaba desconocido. El cabello despeinado, sin gafas y vestido con un desaliñado pantalón corto que mostraba sus blancos muslos velludos, por no hablar de un revelador bulto en su entrepierna que saltaba a la vista aunque uno no quisiera fijarse. Se notaba visiblemente incómodo, lo que me hizo pensar que tal vez me había presentado en un mal momento, sobre todo porque Malú continuaba sin aparecer.
– Será que mejor lo dejamos para otro día – le digo dejando la copa en la mesita.
– No, por favor – rogó él inmediatamente. Sonaba muy sincero. – No te vayas.
– Estas seguro? – dije, todavía dudando.
– Mira – dijo sentándose a mi lado – quisiera pedirte un favor.
– Claro, Samuel, solo pídemelo – contesté inmediatamente.
– Verás, – titubea – no sé como explicarlo.
– Hombre, pues suéltalo y ya, que para eso somos amigos – le dije cada vez más intrigado.
– Tú tomas muy buenas fotos, no? – dijo tragando saliva.
– Si – acepté – tú sabes que ese es uno de mis pasatiempos favoritos.
Samuel se puso de pie y regresó con una cámara fotográfica. Era una Leica con obturador automático y lente de precisión. Una excelente máquina que tomé en mis manos con evidente deleite.
– Podrías tomarnos unas fotos? – pidió Samuel de pronto en un apretado susurro.
– Claro, Samuel – acepté – no entiendo porque tanto barullo para pedirme algo tan sencillo.
Samuel evadió mi mirada. Se puso de pie y me pidió que lo acompañara, enfilando hacia su recámara. Algo dentro de mí me decía que aquello no era normal, que había algo extraño, pero confiado seguí a mi amigo con torpeza por el
pasillo en penumbras. En cuanto abrió la puerta entendí el porqué de aquel misterio. En la cama, sentada y con los ojos vendados estaba Malú completamente desnuda.
Malú es una mujer sorprendente. Primero porque es extremadamente seria y recatada, seguramente la pareja ideal para alguien como Samuel, y segundo porque es muy hermosa pero parece que no lo supiera. Se arregla muy poco, se viste muy mal y hasta parece querer esconder su cuerpo en vez de lucirlo.
Descubrirla desnuda, con los ojos vendados y sentada en la cama me dejó helado. Samuel me hizo entonces una seña para que guardara silencio. Se acercó a ella y la besó en los labios. Malú hizo el intento de abrazarlo, pero él le mantuvo los brazos alejados. Ella aceptó pasivamente el gesto y bajó sus brazos nuevamente. Con el movimiento, sus pechos brincaron suavemente. No pude evitarlo. Comencé a sentir una erección y al mismo tiempo un vergonzoso sentimiento de culpabilidad frente a mi amigo Samuel. Por el contrario, él tenía ya una erección de campeonato, según pude observar en sus abultados pantalones cortos. Con señas, mi amigo me indicó que tomara la primera foto de Malú y yo disparé la Leica inmediatamente. El sonido pareció inquietar a su mujer, pero él le acarició el pelo tranquilizándola. Me acerqué un poco más buscando una mejor posición. Samuel tomó entonces uno de sus redondos pechos y lo acarició suavemente. Me pidió otra foto, y puse el hermoso seno en la mira. Los dedos de Samuel habían tomado el rosado pezón y lo estrujaban con suavidad. Malú gemía con la caricia. Otra foto con el hinchado pezón llenando el lente en un acercamiento que definitivamente terminó de enderezarme la reata.
Samuel se inclinó para lamer la carne satinada. Los pechos de Malú fueron completamente recorridos por su ansiosa e inquieta lengua, mientras yo sigo disparando fotos. Los labios de mi amigo acaparando un erecto pezón, foto, sus blancos dientes mordisqueándolo, foto, Malú con la cabeza hacia atrás, mostrando el blanco cuello en una clara muestra de placer, foto.
Samuel se enderezó y se abrió la bragueta. Incapaz de detenerme, disparé una foto hacia su entrepierna, capturando la gorda cabeza de su pene asomando por la abertura de sus pantalones. La verga se acercó a los pechos de Malú y disparé en el momento justo en que la punta, coronada con una líquida gota, tocaba el igualmente erecto pezón derecho de Malú, aún húmedo por las lamidas del marido. Samuel comenzó a restregar su gorda verga entre los suculentos pechos, apretándolos entre sus manos para fabricarse un suave túnel dónde deslizar su miembro, de considerable longitud. La escena me encendió y sentí mi propia verga queriendo escapar ya de la prisión de mis pantalones. Traté de acomodarla, y Samuel me hizo señas para que me la sacara. Negué con la cabeza, todavía un poco incómodo de estar en aquella habitación sin el consentimiento de Malú. Mi amigo insistió, siempre en silencio, y al verme reacio todavía se acercó y me bajó él mismo el cierre del pantalón. Tenía la cámara en las manos y me tomó por sorpresa, y sentí su mano, caliente y suave, rebuscando dentro de mi ropa hasta liberar mi tiesa erección que ya era imposible ocultar. Me sonrió brevemente mientras me toqueteaba la verga por unos instantes, inquietantemente turbadores para mí. Después volvió al espectacular cuerpo de su mujer y ambos no tuvimos ojos mas que para ella.
Samuel se acercó, de nuevo de pie, y colocó la punta de su verga en los labios de Malú. Ella, con los ojos vendados dejó que la hinchada cabeza le recorriera los suaves labios, dejando en ellos un rastro brillante de líquido seminal. Finalmente los abrió, dejando que el grueso rabo de su marido entrara en la boca. Sus mejillas se hincharon tratando de darle acomodo, mientras Samuel le acariciaba los pezones erectos y se dejaba mamar. Seguí tomando fotos, con la respiración cada vez más agitada, enfocando desde distintos ángulos la tranca de mi amigo entrando en la sensual boca de su mujer, tomé varias de sus grandes y velludas manos acariciando los blancos pechos, coronados por rosadas areolas que él pellizcaba. Samuel finalmente sacó su pene, mojado y erecto, y fotografié a Malú relamiéndose los labios, ajena completamente a mi prese
ncia.
Samuel se hincó entonces frente a ella, besando su vientre redondo y suave. Malú se estremeció inmediatamente al sentir el contacto de sus labios en el ombligo. Mantenía sus piernas firmemente cerradas, las rodillas juntas y los muslos apretados. El descendió por la curva de su vientre, su lengua aleteando ligeramente hasta llegar a su pubis. Los muslos de Malú temblaron cuando él le colocó sus grandes manos sobre las rodillas. Excitado, me acerqué a la pareja, con la cámara lista y mi pene dolorosamente erguido. Me incliné junto a Samuel, preparado para capturar el momento en que Malú separaría sus piernas. El continuaba besando sus muslos, abriéndolos poco a poco. Malú respiraba agitada, aún con los ojos vendados, mientras él iba separando sus muslos con turbadora lentitud. Tomé varias instantáneas del proceso. Primero un atisbo de su enmarañado pubis castaño. Un poco más adelante, la línea de sus labios vaginales adivinándose entre sus piernas. Poco después, los labios se revelaron, rosados y apretados, mientras Samuel continuaba implacable desvelando los más íntimos secretos de su mujer frente a mi presencia.
Ahora las piernas abiertas, mostrando ya la vulva rosada, como una apetitosa y jugosa almeja. Sentí mi respiración agitada. Samuel deslizó entonces uno de sus dedos entre los pliegues de la vagina, y lo vi desaparecer dentro, para aparecer poco después brillante y mojado. Como en un trancé, Samuel llevó el húmedo dedo hasta mis labios, y sin racionalizarlo, saqué la lengua y lo lamí. El sabor de su mujer me hizo casi enloquecer de deseo. El me sonrió, cómplice y satisfecho. Como un sedicioso fauno travieso, tomó una de mis manos y la acomodó entre las piernas de Malú. Me dejé guiar, soltando la cámara y olvidándome ya de las fotos. Le acaricié el monte suave y velludo, y ella aparentemente no notó la diferencia entre mis dedos y los de su marido. Samuel se desnudaba mientras yo seguía metiendo mis dedos en el jugoso coño de su mujer. Localicé su clítoris, y al manipularlo, Malú comenzó a gemir descontrolada, bajo la aprobadora mirada de su marido.
Samuel, ahora completamente desnudo tomó mi lugar y sus dedos reemplazaron a los míos. Me indicó por señas que me desnudara también y que lo hiciera sin ruido. Mi pene ya goteaba de tan excitado que estaba, y sin pensarlo más me quité toda la ropa. Vi que Samuel me observaba atentamente, sin dejar por eso de continuar picándole el coño a su mujer. Sus ojos recorrían mi cuerpo y eso de algún modo me excitó mas todavía. Me incliné a su lado, observando que ya le había metido tres dedos a Malú y la dilatada vagina los devoraba golosamente. Samuel le separó las piernas un poco más. Ahora la raja era completamente visible y se me hizo agua la boca. Samuel lo notó, y me empujó el rostro entre las piernas abiertas de Malú. Metí la cara entre sus suaves muslos, oliendo inmediatamente el maravilloso aroma de su sexo. Besé los labios abiertos y húmedos de su vagina, lamiendo su centro cálido y vibrante. Samuel estaba junto a mí. Podía sentir sus piernas peludas rozando las mías y poco después su mano buscando en mi regazo. Tomó mi verga y suspiré al sentir la caricia, más pendiente del coño de su mujer que de lo que él me hacía. Con mano experta, acarició mi glande, subiendo y bajando la piel que lo cubre. Lo soltaba de repente para acariciar entonces mis huevos, calientes y velludos entre sus grandes manos. El contacto me hacía estremecer de placer, y separé las piernas sin pensar, buscando solamente entretenerlo para seguir comiéndome el conejito de su mujer. Samuel acarició mis testículos en una mano mientras con la otra comenzó a masturbarme. Malú comenzó a estremecerse, presa de un descontrolado orgasmo bajo la acuciante caricia de mi boca, y su suave vientre vibraba de placer. Me separé un poco para verla gozar. Le apreté los pezones con las manos, mientras su rostro, aun bajo la venda, revelaba la intensidad de su disfrute.
Samuel la empujó sobre la cama mientras ella aun se estremecía y haciéndome a un lado se montó sobre ella. La penetró, aprovechando las sacudidas temblorosas de su cuerpo, de un solo empujón. A escasos centímetros, pude apreciar con absoluto detalle cómo su vagina se ll
enó hasta los topes con el grueso miembro de Samuel. Sus huevos redondos y velludos me taparon entonces la visión y comencé a masturbarme incapaz ya de contener la calentura que me estaba volviendo loco. Samuel le metió la verga unas cuantas veces, sacándola de pronto, dejando el sexo de Malú reluciente de humedad. Yo continuaba de rodillas cuando mi amigo Samuel se aproximó, con la gruesa verga en la mano y me la puso en la boca. Mi primer instinto fue apartarme, pero él tomó mi cabeza entre sus manos e insistente la empujó dentro de mi boca. Reconocí el sabor de la vagina de Malú que apenas minutos antes acababa de probar. El sabor de ella se mezclaba con el de él, en una lujuriosa mezcla que embotaba mis sentidos. Mamé la verga ya sin ningún tipo de prejuicios, alentado por los suspiros de satisfacción de mi amigo y por la siempre excitante visión de su mujer desnuda, despatarrada en la cama a la espera de que alguno de los dos la penetrara.
Samuel se jodió mi boca con lentas embestidas que balanceaban sus huevos golpeando mi barbilla y los pelos de su pubis cosquilleándome la nariz. Puse una mano en su panza peluda para frenar el ímpetu de sus empujones, que ya amenazaban con ahogarme. Con las palmas de mis manos en sus caderas traté de manejar la fuerza de sus empellones, y sentí entonces la carne de sus glúteos, suave y firme a la vez. Comencé a acariciarle las nalgas, velludas y fuertes descubriendo que también me excitaba mucho hacer eso. Sin advertírmelo, Samuel se dio la media vuelta, poniendo su trasero frente a mi rostro, un par de lunas blancas y velludas. Se abrió las nalgas con sus propias manos, dejándome atisbar el agujero de su culo. Se inclinó entonces, acercando a mi boca sus nalgas completamente abiertas. Mi lengua salió casi por voluntad propia, y comencé a lamer su ano, velludo y sensible. No sentí ningún asco, como temí por un momento, si no al contrario, comencé a devorarlo disfrutando como loco al meterle la lengua en su apretado esfínter.
Malú mientras tanto esperaba, estirándose sensual sobre la cama. Samuel y yo nos miramos, ambos sintiendo el deseo de poseerla. El me empujó sobre el desprevenido cuerpo de su esposa, y me situé entre sus piernas abiertas. La punta de mi pene tocó su caliente y receptiva vagina, y loco de deseo la penetré con un solo empellón. La sentí palpitar bajo mi cuerpo, envolviéndome con sus brazos y sus piernas. Tal vez Samuel temió que al tocarme ella percibiera que no eran los brazos de su marido los que la tomaban, ni tampoco el pito de él el que la penetraba, por lo que después de apenas unos segundos, me obligó a salirme y rápidamente tomó mi lugar.
Lleno de envidia le vi montarse sobre ella, y sentí deseos de molerlo a golpes. Mi verga me dolía de deseo, y al muy cabrón parecía no importarle. Las nalgas de Samuel subían y bajaban, mientras se cogía a Malú y yo miraba como un idiota, como si no existiera. La rabia y el deseo me hicieron montarme sobre sus nalgas, y Samuel, lejos de molestarse, me animó con una mirada. Me acomodé entre sus piernas, buscándole el ano como un enajenado. El detuvo por un momento el acelerado vaivén de sus arremetidas, dándome tiempo para atinarle a su peludo agujero. Cuando sentí la resistencia del esfínter empujé con fuerza. Samuel apretó las nalgas y contuvo el aliento. Para mí, la sensación de irrumpir en su cuerpo fue gloriosa. Jamás me había cogido un culo, ni de mujer ni de hombre, y me sentí maravillado por el apretado abrazo que su agujero le daba a mi verga. Jamás había imaginado aquella sensación. Samuel empezó a moverse dentro de Malú y yo dentro de él. Los tres, concentrados en el placer, y mordiendo el cuello y la espalda ancha y fuerte de Samuel me vine, esta vez sin poder contener la ruidosa evidencia de mi orgasmo.
Como logró explicar Samuel aquel escándalo mas tarde, no sé. Me imagino que Malú sabe mucho más de lo que aparenta, pero no puedo asegurarlo, porque no la he vuelto a ver desde entonces. Samuel se ha comportado en el trabajo como si nada hubiera sucedido, y hasta me ha hecho un par de invitaciones para volver a su casa, prometiendo compensarme por la fallida cena. Sinceramente he sentido algo de escrúpulos para mirar a su mujer de frente y le he inventado algunos compromisos para no asistir.
Ayer se acercó hasta mi oficina para reiterar la invitación y de paso
dejó un sobre amarillo sobre mi escritorio. Se despidió rápidamente y dando la vuelta se marchó. No pude evitar mirar sus anchas espaldas y más abajo sus rotundas y bien formadas nalgas bajo la oscura tela del pantalón. Un asomo de erección latió bajo mi ropa.
Decidido a pensar en otra cosa abrí el sobre amarillo. Allí dentro, todas las fotos de Malú, y con ellas, todos los recuerdos de aquella noche que con tanto ahínco había intentado olvidar. Comencé a mirarlas una por una, y mi verga se enderezó furiosa al admirar nuevamente a la hermosa mujer de Samuel.
Después de las fotos, una pequeña nota dentro del sobre amarillo.
– Ojalá puedas acompañarnos esta noche. Esta vez si habrá cena. Con cariño…Malú.
No sé si habrá cena o no, pero lo que sí es seguro es que allí estaré para averiguarlo.
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Autor: Altair7
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