Mi nombre es Rafa (o al menos me denominaré así en este relato), y lo que os voy a contar me sucedió durante estas vacaciones de verano. He escrito lo sucedido en colaboración a Bullets, amigo mío, que me ha prestado ayuda para escribir el relato de forma más fácil para leer.
Este verano, como casi todos, me fui en el mes de Julio de vacaciones con mis padres a un pueblo de la costa mediterránea a pasar las vacaciones a casa de unos buenos amigos de mis padres de cuando habían emigrado a Suiza allá por los 60 o 70. Decidí acompañarles en vez de quedarme en casa por vacaciones por dos motivos: primero, donde vivo, en Galicia, el verano es como una ruleta, igual hace un tiempo de sol y playa magnífico, que de golpe viene una semana que casi parece de otoño, lloviznando todo el día. Segundo, en esos días, casi todos mis amigos y compañeros estaban ocupados o ausentes entre una cosa u otra. Además, había cortado hace poco con mi novia, y deseaba distraerme un poco de la ruptura.
Tras el viaje, llegar, acomodarnos en la casa y demás, cenamos en un restaurante cercano todos juntos, yo, mi hermano Carlos, mis padres, sus amigos y Jero y Carla, sus hijos. Ese día ya no hicimos nada más, ni salir por el pueblo ni nada, pues estábamos cansados del viaje y queríamos descansar.
Los dos días siguientes fui a la playa con Carlos, Jero y Carla, y salimos juntos de noche por el pueblo, que tiene bastante movida nocturna, si bien yo me aburría un poco, puesto que el ritmo y gustos para salir de Carlos, Jero y Carla son distintos a los míos. De todos modos, no había mucho mejor que hacer. Sin embargo, todo cambió a partir de la tercera noche. Cansado ya de los acompañar a los demás, decidí seguir un poco por mi cuenta, y luego volver a la casa. De este modo, paseé un poco por ahí y entré en un bar a tomar una última copa. Cuando estaba en la barra, a punto de beberla, alguien chocó conmigo y casi me hizo dejar caer la copa.
– ¡Lo siento, perdona, he tropezado con una silla! – No importa, no ha sido nada -respondí mientras observaba a la chica que había tropezado conmigo. Era preciosa, lo que se dice preciosa. Tendría 20 o 21 años, medía algo más de 1:70 m, pelo castaño rubio recogido en una larga trenza, muy esbelta pero también muy bien formada, con unos pechos de tamaño perfecto. Tenía labios delicadamente sensuales y unos maravillosos ojos verdes. Vestía una falda corta que le llegaba a las rodillas (¡qué piernas tenia!) y una camiseta holgada de ancho cuello, que dejaba ver su bronceada piel-. Siempre que no me rompas nada, puedes tropezar conmigo lo que quieras -añadí.
– Gracias -me respondió con una sonrisa-, te tomaré la palabra. Aquí en cualquier momento me tiran al suelo de tanta gente que hay.
– Tienes mi palabra, así me llamo Torcuato Atanasio Bello Espantoso, de que seré tu paracaídas -le respondí levantado la mano como si jurase ante un jurado.
– ¡Hahahaha! ¡Bonito paracaídas que me ha tocado! Venga ya, no te llamarás así en serio, ¿no? -me respondió-. Mi nombre es Leticia.
– Encantado. El mío es Rafa.
Aprovecho ahora para describirme. Mido más o menos 1:83 y peso 76 kilos. Tengo 23 años, pelo castaño oscuro y soy tirando a fuertote, pero sin ser un cachas de gimnasio. Uso gafas (encuentro las lentillas un engorro) y no suelo afeitarme con mucha frecuencia, por lo que suelo llevar barba de quizá cinco o incluso siete días. Ese día, afortunadamente, me había afeitado. Nos besamos. Tras pedir una bebida en el mostrador para ella, me preguntó si quería jugar una partida al futbolín con ella dos amigas, para jugar en equipos de dos. Desde luego, no se me ocurrió decir que no. Tras dos o tres partidas, seguí hablando con ella.
Había venido como yo al pueblo también de vacaciones, pero desde Cantabria, con sus padres y sus hermanos, chico y chica. Había salido ella sola con dos amigas que tenía de anteriores visitas al pueblo, Fanny y Soraya porque sus hermanos habían prefer
ido quedarse a ver una película en la tele que querían ver hace tiempo. Después fuimos por el pueblo de pub en pub, hablando un contándonos cosas cada uno a los demás sobre nuestras vidas, gustos, preferencias… Yo les conté todo sobre mi sin ocultar casi nada, ni siquiera mi relación rota con mi novia. Leticia, por su parte, me contó que ella hacía ya tiempo que había tenido su última relación. Tras romper, se centró exclusivamente en sus estudios de biología. Ahora mismo estaba a la expectativa de cualquier cosa que surgiera.
– ¿»Cualquier» cosa que surja? -bromee-. Hay gente muuuuuy malpensada que podría interpretarlo pero que muy mal.
– No, hombre. Ahora mismo, lo mismo me da iniciar una relación duradera que un simple rollito de dos o tres semanas sin complicaciones, aunque ahora en vacaciones, lo ideal es un rollito corto.
– Siento curiosidad por conocer tu concepto de rollito -le dije mientras jugaba con su pelo. Tras tres horas de marcha por el pueblo, risas, diversión y conversación conmigo, parecía estar a gusto en mi compañía, hasta el punto de que de vez en cuando se abrazaba a mí mientras paseábamos. Yo por supuesto, no protestaba.
– Bueno -dijo mientras me miraba pícaramente a los ojos-. Quizá un desconocido guapetón del norte, noroeste, agradable, simpático, servicial, sin novia…
– Eso me parece la indirecta más directa que la línea recta entre dos puntos. ¿Me estás haciendo una proposición indecente? – Solo hasta donde tu quieras… y yo consienta, por supuesto.
– ¿Y hasta donde me piensas consentir? – Averígualo.
Estábamos a la altura de otro bar. Fanny y Soraya entraron, pero yo retuve a Leticia y la bese en la boca, con cariño. Ella respondió y me devolvió el beso afectuosamente. Animado, empecé a mover más los labios y la lengua, buscando penetrar entre sus labios y buscar su lengua. Ella también. Entusiasmado, empecé a acariciarla por sus hombros desnudos, mientras ella abrazaba mi espalda y retorcía mi camiseta, apretándose contra mí, haciéndome sentir su hermoso cuerpo, sus pechos y sus caderas contra mí cuerpo, y como mi polla crecía por momentos. Incluso me pareció que al notar como me crecía, ella se apretaba más a mi, excitándome más. Finalmente, tras un intenso rato de besarnos y acariciarnos, nos separamos.
– Será mejor que entremos o sino Fanny y Soraya saldrán a buscarnos -dijo Leticia.
Dentro del bar, había poca gente. El bar no estaba muy bien situado respecto a la zona de marcha del pueblo, y además, a esa hora, ya había gente que empezaba a marcharse a acostarse. Dentro del bar, nos sentamos en una mesa y pedimos. Mientras nos servían, empezamos a conversar, pero Leticia notó pronto que yo estaba un tanto apagado, intentado controlar la calentura que me había producido nuestro escarceo a la entrada del bar.
– Pareces estar un poco indispuesto -me comentó con un brillo burlón en su mirada-. A lo mejor tendrías que ir al servicio.
Al principio no comprendí, pero después, cuando sus amigas empezaron a reírse por lo bajo, capté el mensaje.
«¡Vaya una manera de decirme que vaya a hacerme una paja al servicio!» Sin embargo, tras una pausa en la cuál parecía intentar decidir algo, Leticia murmuró algo al oído de Soraya, que se rió aún más mientras me miraba.
– Creo que necesitarás ayuda -me dijo Leticia sonriendo provocativamente-, será mejor que te acompañe al servicio.
«¡La madre que…!» pensé asombrado», ¡Al final esta noche follaré y todo!» Fuimos al servicio de chicos, en una esquina del bar. Era una habitación con un retrete y un aseo, pero muy limpio y amplio. Una vez dentro y cerrados, Leticia se echó sobre mi, empezando a besarme y pasar su lengua por todas partes, excitándome sobremanera, mientras yo apenas podía acariciarla, hasta tal punto que había tomado ella la iniciativa con su lengua. Con su lengua trazó un surco por mi cuello, labios, boca, orejas, parte posterior de las orejas… Ahora ambos nos acariciábamos con más libertad y más descaradamente. Nuevamente sentía como mi polla empezaba a protestar por su confinamiento en mis pantalones, y como a través de la ropa se endurecían sus pezones. Decidido, pasé un mano por debajo de su falda y empecé a acariciar su pierna. Ella, por respuesta, le
vantó la pierna apoyándola en el recipiente para las toallitas desechables y levantó mi camiseta para quitármela. Aproveché el momento de quitármela para contraatacar y poder besarla, mientras ella acariciaba mi espalda.
Ahora mi mano bajó su falda acariciaba su muslo, muy, muy arriba, pasando de vez en cuando por su culito. De repente, ella se arrodilló, y empezó a pasar su cara rozando por donde estaba mi polla, masajeándola con ella. A pesar de que aún tenía los pantalones, creí que me iba a correr.
Hizo una pausa, y levantando la vista me preguntó: – ¿Tienes algún condón? Me quedé sin habla. Ella, al ver mi reacción, no pudo evitar reírse. Obviamente, como bien os figuráis, no tenía.
– Dime por favor que tú tienes uno, Leti.
– No -me respondió. Me pareció decepcionada, sin embargo me sonrió-. Sin embargo, eso no quiere decir que te deje ir así de malito.
Cogiendo mis manos, las introdujo por debajo de su camiseta, directamente hacía sus pechos, que tenían un tacto suavísimo, una vez ahí, empezó dirigir mis manos masajeando sus pechos. Yo, nuevamente animado, me incliné sobre ella y aprovechando el amplio cuello de su camiseta, empecé a besarle los hombros, su cuello, su escote… Ella se sentó sobre mi pierna y empezó a moverse como si estuviera cabalgando, rozando su sexo con ella, mientras introducía una de sus manos dentro de sus braguitas. Con su otra mano libre, acariciaba mi entrepierna. Impaciente, le quite su camiseta para poder contemplar sus hermosos pechos. Sus dos pezones estaban encarnados como fresas y tiesos como estacas. No perdí el tiempo y empecé a besarlos y chuparlos, mientras ella gemía cada vez más y más.
Entonces sentí como Leticia empezaba a desabrochar los botones de mi pantalón. Jubiloso, sentí como mi polla salía libre al aire y como la mano de Leticia empezaba a jugar con ella, midiendo en principio su grosor y longitud. Mi polla no es ningún prodigio de la naturaleza, pero tampoco desentona: 18 cms de largo y 4,5 de grosor. Satisfecha, empezó a pajearme.
Entonces se echó sobre mi pecho y empezó a trazar un nuevo camino con su boca y lengua, erizándome la piel de gusto y placer. Desde mi cuello, fue bajando en línea recta hacía mi polla. A la altura de mis pectorales, se desvió para chupar mis pezones, lo cual me sorprendió: realmente estuvo bien. Pero ahora sus tetas estaban a la altura de polla, y ahí empecé a ver de verdad las estrellas: acomodando mi polla entre sus tetas, empezó a contorsionarse moviéndolas y jugando con mi bolsa con una de sus manos. La otra estaba perdida debajo de su falda, mientras que yo únicamente podía acariciar su cabeza mientras boqueaba a causa del placer.
Al fin su boca llegó hasta mi polla. Primero besó el prepucio delicadamente y en el mismo movimiento empezó a chuparlo, para inmediatamente ir al tronco, chupándolo en toda su longitud, al tiempo que con sus dedos apretaba suavemente la base para que la sangre se acumulara más en mi polla sin ser llegar a resultar doloroso o molesto. A partir de ese momento se dedicó exclusivamente a mi polla como una posesa, mientras yo tenía que esforzarme por no hacer demasiado ruido, no fuera a ser que nos echaran o denunciaran por escándalo público. Afortunadamente, a esa hora no había apenas clientes en el bar y nadie vino al servicio de caballeros.
Finalmente llegó un punto en el que ya no pude contenerme más.
– ¡Me voyyyyy! Leticia no tuvo tiempo de sacar por completo mi polla de su boca: noté como mi semen salía a borbotones de mi polla mientras me estremecía de placer dentro de su boca, para luego caer sobre su cara, algo sobre su pelo y un poco sobre sus pechos. Yo me dejé caer saciado mientras Leticia contemplaba en silencio el semen sobre sus pechos y limpiaba el que tenía en la cara con la mano.
– ¿Qué te pasa? -le pregunté tras un momento de silencio.
– Es curioso. Mi último novio siempre había querido que cuando él se corriera, yo me tragara su leche, pero siempre me negué: me parecía una autentica guarrada sin sentido, algo como beber meos. Una vez… hace años -continuó explicándome- bebí por error una muestra de orina de mi padre y recuerdo que era asquerosa, vomité todo lo que había comido nada más tragarlo.
– ¡Uhffff, vaya palo! – Si, es lo mismo que sigo pensando. Sin embar
go, el semen… -cogió un poco de semen que tenía en su dedo y lo chupó. Pareció saborearlo por un momento-. No es tan asqueroso como creía, una vez que lo tragué, es como sopa.
– ¿Sopa? – Si. ¡No llego a los extremos de Mafalda, pero tampoco me gusta! -los dos nos reímos del comentario-. Si lo hubiera sabido, creo que hubiera accedido, solo por complacerlo.
Los dos nos aseamos y vestimos rápidamente y salimos del cuarto de baño, justo a tiempo, pues un cliente se dirigió a los servicios apenas nos sentamos con Fanny y Soraya. Una vez en la mesa tuve que soportar el escrutinio de las dos amigas, que me miraba de forma morbosa, como un juguete sexual que no sabían si usar o no. Además, no dejaban de hacernos preguntas con doble sentido muy explicitas. Aquello me molestaba bastante, pero de vez en cuando sentía que me calentaba. Finalmente, nos fuimos del bar y decidimos que ya era hora de volver cada uno a su casa.
– ¿Quedamos para mañana? -le pregunté a Leticia antes de separarnos.
– ¿Qué te parece en ese chiringuito de ahí? -dijo señalando una caseta que había junto a la playa-. Mañana, a eso de las cinco de la tarde, para tomar el sol o dar una vuelta por la playa.
– A mi me vale.
– De acuerdo. Pero antes de irte, una cosa -se acercó a mi y me dijo bajo al oído-: solo por si acaso, trae condones.
Yo sonreí.
– Te juro que no se me olvidarán.
– ¿Te gusta que me trague tu semen? – Me pone cachondo -respondí tras una pausa para pensar la respuesta, pues nunca me lo había planteado en serio-. Pero no tienes por que hacerlo si no quieres.
– Rafa, por si no lo sabes, me jacto de ser muy buena amante. No dejaré de serlo solo por un liquido que apenas me sabe a nada. Quizá mañana lo compruebes -me dijo mientras nos separábamos definitivamente cada uno hacía su casa.
De camino a la casa, estaba eufórico: había encontrado una chica estupenda, guapísima, divertida, simpática, que además disfrutaba conmigo de sexo sin complejos y aún disfrutaríamos seguramente más. Lo que yo no sabía es que aquello solo había empezado.
Autor: Morchiba Devilot y Bullets