Cuando hicimos planes para visitar a la familia en las vacaciones, pensé que iban a ser lo aburridas que son siempre, cual sería mi sorpresa, iba a descubrir lo equivocada que estaba!
Cuando hicimos planes para visitar a la familia en las vacaciones, pensé que iban a ser lo aburridas que son siempre, ya sabes cómo son los suegros; y no es que yo me quiera dar aires de grandeza, pero no estoy acostumbrada a la vida que allá llevan, eso de que no haya aire acondicionado y otras cosas para mí indispensables; me pone de malas. Además eso de viajar tanto tiempo, pues sabes que no. ¡Cuál sería mi sorpresa, muy pronto iba a descubrir lo equivocada que estaba! Recién terminé de empacar y subí al auto, de mala gana, y todavía con mi malhumor al tonto de mi marido se le ocurre acariciarme el culo. Siempre le ha gustado darme una manoseada cada vez que me subo al auto, así que esta vez no desaprovechó, aunque yo respondí de mala gana. Sé que a mis 47 años tengo que tomar de buena manera que lleve alguien agrado por mi culo, pero sé que me lo he ganado a pulso. No dejo de hacer ejercicio y aunque sé que no tengo el cuerpo de una quinceañera, pues me mantengo en excelente forma, claro que también ayudó el hecho de la cirugía de senos, idea de mi marido, ya que siempre deseo tener en sus manos unos melones, y como el pagó la cirugía, no me costaba complacerlo.
Llegamos al dichoso pueblo, estábamos bajando las maletas del auto cuando salieron a recibirnos tus abuelos, junto con tus papás. Me dio gusto saber que al menos mi cuñadito y su esposa nos harían menos pesada la estadía. Preguntaron por los hijos, y esos como siempre, en la escuela, la universidad y los amigos no les dejan tiempo para estar con nosotros los «viejos». Pregunté por ti:
-¿Y el Pitufo?- como te habíamos dicho siempre por tu baja estatura.
-Jajajaja; cómo se nota que no lo has visto cuñada, mi Edy ya es todo un hombre, ha crecido bastante, ahora salió al centro a desenfadarse un poco y a buscar amiguitos de su edad- respondió tu padre.
Entramos a la casa, nos acomodaron en nuestra recámara, y me desvestí para ducharme, el calor estaba bastante pesadito y no me aguantaba. Tu tío siempre calenturiento empezó a besarme y a manosearme, la verdad siempre hemos llevado una muy buena vida sexual, pero últimamente sentía que estábamos cayendo en la rutina. Me alejé de él y me metí al baño. Tomé una ducha larga, con el agua fría, mis pezones se endurecieron por lo frío del agua rebotando en ellos, y mi concha respondió de inmediato a la sensación. Empecé a tallarla con la palma de la mano, y terminé acostada en el piso de la ducha con el agua cayendo helada a chorros sobre mi clítoris. Introduje uno de mis dedos, y moví mis caderas al unísono con la entrada y salida de mi dedo en mi cueva. Derramé mis jugos en el piso del baño y tu tío escuchó mis gemidos, sabes que siempre he sido algo, expresiva por decirlo así. Abrió de golpe la puerta y desabrochó su bragueta y sacó su verga para que se la mamara. Apenas pude enderezarme para empezar a besarla y succionarla. Me dio la vuelta bruscamente y me enculó. Dio varios bombazos y vació su semen dentro de mis intestinos. Así como llegó, tomó una toalla del baño, secó lo que le había mojado la ducha y mis manos y salió del baño. Nada del otro mundo, rutinario, no era malo, su verga era gorda, no muy grande pero me llenaba y me había hecho feliz muchas ocasiones.
Lavé mis nalgas y culo, volví a enjuagarme completa y salí del baño envuelta en la toalla. Saqué el vestido blanco de gasa que consideré que estaba apropiado para la noche calurosa, además de que resaltaba mi color de piel apiñonada. Me puse las bragas blancas y me quedé sin sostén. Mis pezones marrones se transparentaban un poco, pero sólo iba a estar rodeada de familia. Bajamos las escaleras tomados de la mano como la pareja perfecta que siempre hemos aparentado ser y escuché tu voz en el comedor. La verdad desde el principio me desconcertó un poco, porque creí que sólo iba a estar la familia a la mesa esa noche, y ese timbre de voz no lo había escuchado en la tarde. Era la voz de alguien joven, se adivinaba, pero gruesa y rasposa, se adivinaba algu
ien tímido por los comentarios entrecortados. Entramos a la mesa y estabas de espaldas a la entrada del comedor, saludamos de nuevo a todos hasta que tu papá se puso de pie y te presentó.
-Es el Pitufo, cuñada, míralo que grande que está, ya nada de Pitufo ¿verdad?- dijo, pasando un brazo alrededor de tus hombros. Inmediatamente te pusiste de pie para saludarme, y tu beso fue tímido y cálido. Yo te observé detenidamente, larguirucho, muy delgado, moreno y de manos gruesas y toscas. Te abracé sorprendida de que fueras hijo de mi marido, eras un niño, tu carita reflejaba la inocencia, pero tu boca era una boca grande, de hombre, eras una contradicción con tus pocos vellos faciales queriendo asomar y tus hoyuelos en las mejillas.
-¿Pues cuántos años tienes sobrinito?- Pregunté
-De aquí a 3 meses cumplo los 17- Contestaste tímidamente y posando tu mirada en mis pezones, involuntariamente y provocándome un coqueteo al sentirme admirada por un hombre.
Nos sentamos a la mesa, e inmediatamente tomé el asiento junto al tuyo atraída por tu ensimismamiento. Pasé la cena intentando entablar conversación contigo, y tú apenas contestabas con un sí o no. Cuando terminamos de cenar, las primeras en marcharse fueron tu mamá y tu abuela. Seguí sentada escuchando la conversación de tu abuelo, hasta que también el se marchó a dormir. Tu padre y tu tío lo siguieron y cuando tu tío me preguntó
-¿Nos vamos a descansar? No sé porqué de inmediato mi respuesta fue negativa.
-Quisiera dar una vuelta, para que se me baje la comida y agarrar sueño. No tengo nada de tanto que dormí en el camino.
Me despedí cariñosamente de ti, de tu papá y de tu tío, y salí del comedor justo después de que ustedes se retiraron a sus habitaciones. No sé que pasaba por mi mente, pero me asomé para ver cuál habitación te habían asignado y cuando vi que te habían acomodado en el cuarto de TV que estaba junto a la sala, mi corazón empezó a palpitar fuertemente. No sabía porqué un niño me había despertado esas emociones, pero no quería dejar de averiguar que era lo que sabías detrás de esa cara inocente. Salí a la terraza hasta que vi que todos apagaron las luces de sus cuartos. Entré de nuevo a la casa y me dirigí a tu cuarto. La puerta estaba cerrada y la abrí suavemente, intentando hacer el menor ruido posible, y ahí estabas acostado en la cama que te habían hecho provisionalmente con unas colchonetas en el piso. Me quité las bragas y me recosté a tu lado. Dormías placidamente, y delicadamente tomé una de tus manos y la puse sobre mis senos. Mi concha se humedeció al sentir tu mano caliente en mi seno. Mi pezón se erizó y mi respiración se estaba tornando agitada. Tú apenas si te diste cuenta y no despertaste. Acerqué mi cara a la tuya y metí la mano debajo de la sábana que te cubría, la puse sobre tu verga y despertaste sobresaltado. Callé tu boca con un beso, que no respondiste, y empecé a sobar tu verga sobre el pantalón del pijama y empecé a sentir como crecía. Tus ojos parecían salir de sus órbitas mientras intentabas detener mi mano con la tuya. Te alejaste de mí y te pregunté que si te molestaba. Tartamudeando me decías:
-Pero Tía, cómo va a ser, por favor salga del cuarto- y yo tomé de nuevo tu mano y la puse en mi concha húmeda y te pregunté:
-¿Has tocado una de estas antes?- negaste con la cabeza, -¿eres virgen?- asentiste -¿Ves?; sólo nos vamos a hacer el favor, yo te enseño lo que sé y tu me das algo de esa energía que tienes atrapada aquí- dije mientras apretaba tu verga ya bastante crecida. No era muy grande, no creo que llegara a los 15 cm, pero me excitaba de sobremanera la forma en la que estaba estirada como rompiendo la piel que la detenía. Volví a besarte y esta vez para mi sorpresa respondiste, tembloroso, junté más mi cuerpo con el tuyo y llevé tus manos a mis pechos, girándolas, para que aprendieras a masajearlas, pegué mi vientre con el tuyo para sentirte cerca y pellizqué tus pezones diciéndote que hicieras igual con los míos. Eras algo torpe, pero eso me excitaba aun más, metí mi cabeza bajo la sábana y dejé salir tu verga de la prisión en la que se había c
onvertido tu calzón. Tu no dejabas de frotar mis pechos como hipnotizado y empecé a lamer tu verga empezando de los huevos hacia arriba, deslizando mi lengua por ella hasta llegar a la punta y de regreso. Gemías y apretabas mis pechos desesperado, empecé a meterme la cabeza de tu verga suavemente a la boca, a succionarla y sin más ni más te corriste dentro. Tragué todo y me di cuenta de que tu erección no disminuía en lo absoluto.
Saqué mi cabeza de debajo de la sábana y te dije que tenías que tratar de controlarte, de disfrutar y de tratar de retener lo más posible tu leche dentro tuyo para que gozáramos más rato. Te preocupaste y me suplicabas perdón, acaricié tu cabello y puse tu mano sobre mi concha. Te señalé mi clítoris y te enseñé a frotarlo, en segundos eras ya un experto conmigo dirigiéndote paso por paso. Jalé tu cabeza hacia él e hice que me lo chuparas, succionaras, y penetraras mi concha con tu lengua hasta que llegué al orgasmo entre jadeos, y gritos que trataba de acallar con una almohada. Te jalé sobre mí y te acosté con ternura. Hice la sábana a un lado y dejé tu mástil expuesto. Me arrodillé junto a ti y saqué mi vestido quedando completamente desnuda. Mi piel brillaba con el reflejo de la luna que pasaba por una ventana y te enderezaste a besarme, te monté suavemente y tomé tu verga con firmeza, empecé a introducirla lentamente y tú ya estabas sacudiéndote queriendo empujarla toda. Te detuve, te besé y posé tus manos en mis caderas. Dejé que sintieras como mi concha se iba adaptando a tu mástil hasta que quedé con toda tu verga dentro, tú me abrazabas fuertemente y besabas mis pechos. Empecé a moverme lento, suave, para retardar lo más posible tu orgasmo y mis movimientos, la manera en la que estábamos sentados, y lo que me hacía sentir el saber que te estaba estrenando hicieron que tuviera otro orgasmo, bañando tu verga de mis jugos, mientras yo gemía, gritaba, aullaba de placer, de sentirte dentro, tú solo mirabas mi rostro asombrado y excitado, emocionado, aprisionando mis pechos contra tu cara. Me recosté a un lado tuyo y te pedí que te subieras, te dije que tenías que moverte calmadamente, y tomaste tu verga roja de lo caliente que estabas, parecía que ibas a explotar, rodee tu cintura con tus piernas y fui deteniéndote en tu avance por mi empapada vagina. Cuando sentí que estabas a punto de penetrarme por completo, te empujé para que volvieras a empezar y lograr que esa ansiedad de poseerme fuera mayor. Jalé entonces y de golpe con mis piernas tu cintura a que me penetraras lo más profundo posible y empezaste a moverte, de una manera tan suave, tan delicada, pero a la vez con pasión, con fuerza, profundamente, como si quisieras entrar todo tú. Después de unos momentos contigo encima te hice a un lado y te di la espalda, me puse en cuatro y te pedí que me encularas. No sabías que quería yo decir con eso, sólo te arrodillaste y tomé tu verga y la puse en la entrada de mi ano. Estabas sorprendido:
-¿pero Tía, -me decías- es que ahí es el culo, cómo le voy a meter la verga ahí? Y yo retrocedí haciendo que tu verga se metiera poco a poco en mi ano, al sentir tú lo apretado y sabroso que era encularme, empujaste hasta entrar completo, rodeaste mi cintura con tus manos y dirigí una a mis senos y la otra a mi clítoris, me estabas cogiendo como a una perra y yo lo estaba disfrutando como hacía años que no lo hacía. Hiciste que llegara de nuevo con la manera en la que movías tus dedos en mi clítoris, me dijiste:
-Tía, ya no aguanto, siento que me riego de nuevo- Te pedí que te detuvieras y te pusieras de pie, me hinqué para mamarte la verga y me decías que ya casi, apreté mi boca lo más que pude y empezaste a regarte de nuevo en ella. Saqué tu verga y empecé a sacudirla para hacer que te vaciaras en mi boca, en mi cara, en mi pecho, toda sobre mí y cuando acabaste empecé a juntar toda tu leche para bebérmela como si nunca la hubiera probado. Me puse de pie, me puse el vestido y las sandalias y me acerqué a darte un beso. Buscaste mis labios y me puse de puntas para besarte la frente.
-Hasta mañana Pitufito, que descanses.
-Tía, podemos seguir, yo ahorita la levanto de nuevo, no se vaya.
-No Edy, no podemos… quizá otro día.
Y dejé tu habitac
ión tan lenta y calladamente como llegué. Subí las escaleras despacito procurando no hacer ruido y entré a mi cuarto, tu tío estaba recostado, dormido, así que me metí a la ducha para enjuagarme el sudor y el olor a niño que invadía mi cuerpo. Salí desnuda del baño, sin secarme, para ver si así apagaba un poco el calor y me recosté en la cama. Me quedé con los ojos abiertos mirando hacia fuera por la ventana.
-Supongo que así si te convence venir a visitar a mis padres, ¿verdad?, al parecer te divertiste con el sobrino.
Cerré los ojos fingiendo estar dormida. Al día siguiente trataste de buscarme pero yo evitaba todo contacto contigo. Me preguntabas a cada oportunidad si habías hecho algo mal, que si era porque tenías tu verga pequeña y yo no te contestaba más que lo indispensable. Han pasado 5 años de eso, y aún tengo el sabor en la boca de tu leche, el olor a niño que despediste la vez que te estrené, y la mirada que me diste el día que te pedí que no trataras de buscarme de esa forma de nuevo. Escribí esto para que sepas que no tuviste nada mal, que no hiciste nada mal, y que tu verga así como la tienes es perfecta. Que no pude volver a buscarte por que lo de nosotros fue solo juego de niños, de una noche y que no era prudente llevarlo a más. Pero que no pasa día que no tenga que meterme a la ducha a masturbarme para recordar los orgasmos que me hiciste sentir y las caricias que anhelo desde ese día. Eres de los mejores amantes que he tenido y sólo quería que lo supieras.
Te quiero sobrino…
Autor: irmitags_mx
irmitags_mx ( arroba ) yahoo.com
Woow ya lo había leído pero de su sobrino
Wow.