Gay, Dominación. Las consecuencias de pillarte con las manos en la polla…
Colgó las llaves donde siempre.
Me miraba. Su cara entre asco y odio.
– ¿Crees que me tienes que recibir así? – Dijo, casi susurrando.
Eran las 8. Nunca llegaba antes de las 10. Lo había hecho a propósito.
– Ni me mires. ¡Me das asco! – Exclamó él, mirando hacia la ventana.
Me levanté de la mesa del ordenador. Cerré las tres ventanas de porno así como pude con las manos llenas de lubricante.
– ¿A dónde coño crees que vas? – Me berreó, empujándome para que cayera de nuevo en la silla.
El cockring de acero impedía que se me bajara del todo. El cuero de la silla aún no se había enfriado y lo sentía contra mis nalgas y mis huevos.
– Si me tienes a mi ¿para qué coño haces esta mierda? – Gritó.
Vino hacia mi, acercándose hasta estar a pocos milímetros de mi cara. Me sujetó las manos con las suyas.
– Ponte de rodillas. – Dijo, feroz, mirándome fijamente a los ojos. Era todo odio. Años de rabia contenida.
Se quitó el cinturón y me lo puso al cuello, haciéndome toser.
– No te muevas. – Dijo mientras salía del despacho.
Volvió con los grilletes. Me los colocó hábilmente, dejándome las manos inmóviles detrás
de la espalda.
Se colocó delante mía y estiró del cinturón. Me incliné hacia delante para que no me ahogara mucho.
– Te he dado permiso para respirar, ¿puta?. – Escupió.
Abrió el bote de poppers que tenía en la mesa. Me lo enchufó en la nariz.
– Respira, putilla. – Dijo.
Inhalé un poco.
– Más. – Susurró, con voz gélida.
Moví la cabeza que no.
– O te colocas de esto ahora mismo o te arreo a hostias, te pongo una mascarilla empapada y te colocas por mis cojones. – Dijo con voz plana y calmada.
Inhalé profundamente & exhalé, pero el bote seguía ahí. Me dijo que respirara profundo tres veces más.
Lo hice sin rechistar, él cambió la botellita de lado tras la segunda inspiración.
Mi corazón empezó a acelerarse. Comenzaba a sentir la necesidad urgente de moverme, de tener un rabo en la boca, de meterme algo enorme por detrás, de devorarle la polla y no
parar de chupar hasta que me atragantara y me ahogara de placer, de dolor y de morbo.
Le miraba angustiado. Me moría de ganas de comer su rabo. Me moví hacia adelante, pegando mi cara a su paquete. Inhalando fuerte para oler su entrepierna, su sudor y el olor
de su rabo atrapado.
Me dio una bofetada.
– ¿Y a ti quién coño te ha dado permiso para tocarme? – Dijo cabreado.
Yo sollozaba… Necesitaba polla. Todo me daba vueltas. Mi corazón iba a mil. Quería polla.
Dame polla. Necesito tu polla. No puedo entender que no me la dé. Solo quiero darte placer.
Me derrumbé, lágrimas chorreando por mis mejillas. Lloraba. Gemía del dolor de no poder tener su polla en la boca y del bajón del Poppers.
Apretó el cinturón, estirando hacia él y hacia arriba. Me levanté. Mi polla rígida. Me llevó a la sala. Me tiró al suelo. Sacó su polla, aún flácida, y me meó encima.
Yo intentaba acercarme, de rodillas, a su polla, para metérmela en la boca. El parquet resbalaba, todo mojado. Me caí de lado.
– Será gilipollas el puto perro. – Me dijo, escupiéndome en la cara.
– Levanta y vete a la ducha. – Ordenó.
Me metí en la ducha. Conseguí abrir el grifo y colocarlo en «caliente», de espaldas, con movimientos incómodos. El agua caía. Seguía empalmado. Me puse de cara a la pared,
intentando frotarme contra las baldosas de falsa pizarra. Estaban frías. Movía las caderas. El líquido pre-seminal de mi erección sirviendo de lubricante.
– ¿Serás pervertido? ¡Deja de manchar las paredes! ¡Puto cerdo! – Gritó mientras me azotaba el culo.
Escocía, pero con cada azote, mi polla pegaba un brinco.
Me llevó a su habitación. Abrió los grilletes, volviéndomelos a poner, con los brazos en alto, fijándome a la vez a la cadena que cuelga del techo. Me volvió a escupir.
Salió de la habitación. Al volver llevaba un limón, un vibrador, cinta americana, un pañuelo y tapones para los oídos.
Ácido. No veía ni oía nada. Los brazos me ardían. Parecía que llevaba horas y horas ahí de pié.
Mi erección hacía ya tiempo que había desaparecido. ¿Estaba solo? ¿Me había dejado ahí para siempre? Me escocía el ojete, el dildo vibrante de 22cm estaba puesto a máxima
potencia.
Frío. Miedo. Ganas de orinar.
Me meé encima, o mejor dicho debajo, dejando un charco en el suelo de su habitación. Frío en un pezón. dientes, lengua, labios en el otro. El hielo del pezón izquierdo se
fundía, un hilo de agua bajando por mi abdomen y uniéndose al charco de mi orina. Y de nuevo nada. A oscuras. Oyendo nieve.
Arrancó el dildo con un rápido movimiento, haciéndome gritar de dolor.
Me derrumbé, quedando colgado de la cadena del techo. Lloraba de impotencia, mis sollozos haciendo que temblara todo mi cuerpo.
Me despertó el repentino sufrimiento de tener una polla entrándome por detrás. Un dolor que rápidamente se convirtió en placer. Estaba boca arriba en la cama. Seguía sin ver ni oír
nada.
¿Me había desmayado? Estaba fijado a la cama con algo que retenía mis brazos.
Me estaban follando con buen ritmo… Ni muy rápido ni muy lento. Algo caliente y húmedo rozaba mis labios. Descubrí que era una polla. ¿Ahora somos tres? Estaba salada, dura, circuncisa. No era la suya.
¿Quién debe ser? ¿Quién está usando mi boca?