Parte 6 de Los Encantos de Papi.
Eran casi las 8 de la mañana. Para Anne era algo difícil contestarle a Estela su segunda llamada conteniendo su molestia. Le extrañó que no estuviera molestándolos más seguido con más llamadas, hasta eso.
“¡Hola sis, buenos días!”, dijo Anne, con cierta reserva en su tono de voz. «¡Ah sí, bien a gusto! Me voy levantando. Ya sabes…papi y sus ruidos me despertaron. Me dijo que habías llamado hace rato”, dijo, quedando en silencio algunos segundos que aprovechó Tomás para levantarla con su pene metido en la vagina, arrancándole un leve suspiro que tuvo que disimular con un bostezo.
“Nosotros tampoco. Nos morimos de hambre. Papi ya está casi listo. Yo en menos de media hora, en lo que me seco el pelo y me arreglo. ¿Nos vemos en el buffet?”, continuó Anne, al tiempo que ponía su dedo índice en la boca de Tomás.
“Si, bajen en unos 15 o 20 minutos. Papi llegará antes que yo. Los alcanzo. ¡chao!”, concluyó, al tiempo que se bajó a besar la boca de Tomás, dejando caer el auricular por un lado de ellos, al tiempo que él empezaba de nueva a levantarla rítmicamente, haciendo más fácil que sus bocas se unieran. Tomás tuvo la precaución de colgar bien el teléfono.
“¿Habrán encontrado misa?”, preguntó Anne. Ambos se rieron del fanatismo de su hermana y su cuñado.
“Amor, me tienes que dar más aprisa. Nos esperan a desayunar”, dijo Anne entre suspiros al estar alcanzando su clímax.
Tomás aseguró a Anne de las caderas, mientras ella se frotaba sobre él, haciendo todo el movimiento, gritando de placer. En segundos, papi eyaculó, estremeciéndola, al coincidir con su orgasmo.
Anne se levantó y quitó el condón saturado del pene. Lo inspeccionó, y al ver que no tenía fugas, lo tiró al suelo y limpió perfectamente el embarrado tronco con la lengua, devorando golosamente los restos de semen.
“Mm-mmh…, necesitaba comer algo, aunque fueran semillas de hermanitos-hijitos-nietecitos”, dijo Anne. Ambos se carcajearon
“Papi, tengo que contarte algo”, dijo Anne. Tomás volteó a verla mientras se vestía.
“Estela me dijo ayer que estaba segura que tú y yo traíamos algo”, comenzó. “No me lo dijo directamente, pero cree que estamos teniendo una relación más que de padre e hija. O sea, que estamos cogiendo”
La expresión de Tomás cambió al escuchar las palabras de su hija.
“Y… ¿Qué pasó?”, preguntó, con tono de preocupación con el rostro, caminando hacia ella.
“Tuvimos una discusión… fuerte, mientras tú y Mark estaban en la recepción del hotel”.
“Ella alega que te ve muy bien y que yo me arreglo demasiado y muy provocativa cuando estoy contigo y que me maquillo de más”, continuó Anne. «Imagínate por donde nos pescó».
“Eres muy elegante y bella y cuidas tu imagen tal como tu madre lo hacía, eso es todo”, dijo Tomás.
“¿Aunque tenga razón Estela?”, preguntó Anne, “¿se nos nota tanto?”
Tomás se sentó junto a ella. Los ojos de Anne se llenaron de lágrimas, mientras él la acariciaba y besaba en el húmedo pelo, esta vez como hija, no como su amante.
“La confronté, pero nos reconciliamos y me pidió perdón”, dijo Anne ya más tranquila. “Es insoportable, intrusa, inquisidora”, continuó.
“Te lo comento para que tomes precauciones cuando estemos con ellos, y en la boda, ¿OK?”, continuó. “No renunciaré a ti. Me encantas como hombre y como amante. Nos complementamos. Nos necesitamos. Te deseo, y estoy segura que tú también”, dijo Anne.
Sus bocas se unieron una vez más. “Te amo”, dijo ella. «Por más anormal y pecaminosa que sea nuestra relación, jamás te dejaría”, reiteró Anne.
“Yo te amo más, Anne hermosa”, contestó su padre.
Tomás terminó de alistarse, mientras Anne permanecía en su diminuta y provocativa ropa interior sentada en la cama, observándolo. Se paró junto a él a revisar su barba.
“Que guapo estás. Si no fuera por el par de mojigatos, te pediría que me cogieras otra vez ahorita mismo”, dijo calmadamente Anne.
Tomás le dio un beso en la boca, y salió. Bajó al desayuno, donde ya estaban su otra hija y su yerno.
Anne llegó 15 minutos después que Tomás, luciendo radiante y fresca. Ya habían comenzado a desayunar. Estela no dejó de sentir su frustración y avivar de nuevo sus sospechas, preguntándose qué habría pasado la noche anterior. El plato de Anne estaba lleno de frutas, mientras que el de Estela de un pesado y grasoso desayuno y mucho pan con mantequilla, no muy distinto al de papi o de Mark.
Tomás miraba cuando podía a su bella hija mayor mientras desayunaba, reviviendo cada momento de su inolvidable primera noche juntos. Estela no perdía detalle de su padre, y se percató de sus miradas hacia su hermana, alimentando aun mas sus sospechas.
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El frío casi los hacía devolverse al hotel cuando salieron casi una hora después. Había restos de nieve en la calle y banqueta, pero el deseo de Anne y Estela de ir a visitar tiendas o simplemente pararse en aparadores, pudo más.
No había muchas abiertas a esa hora aquella helada mañana de enero. A un par de cuadras del hotel, Mark y don Tomás les propusieron que continuaran solas, mientras ellos se irían de regreso al hotel, cosa que gustosas aceptaron.
Por fin, las hermanas encontraron una tienda elegante abierta. No se separaron, se fueron a ver vestidos, aunque ya venían preparadas para el elegante evento de esa noche.
Estela no aguantaba las ganas de comenzar con sus interrogatorios y señalamientos, a pesar de la supuesta reconciliación de la noche anterior.
Anne recordó que papi le debía un negligé al verlos y lo ubicó para volver más tarde con él a que se lo comprara. Comprarlo frente a su hermana sería una declaración de guerra.
“Y… ¿cómo durmieron anoche Anne?”, preguntó finalmente Estela, mientras hurgaba la ropa. “Se quedaron la suite para enamorados. Estaba muy elegante y bonito nuestro cuarto, pero nada que sugiriera que era para lunamieleros”, prosiguió, iniciando de nuevo su ataque. “La vi en los catálogos del hotel. Parece que todo el piso 20 son puras suites de esas”, dijo.
“No te hagas la mártir, Estela. Papi te puso la tarjeta en la mano y tu saliste con la pendejada de que te daba flojera, ¿te acuerdas? Me decepcionaste. A Mark y papi también los sacaste de onda”.
Estela sonrió, como si se tratase de no haber sucumbido a una tentación, con ganas de lanzarle la pregunta si papi se la había cogido.
“Muy, muy a gusto sis”, continuó Anne. “Me la pasé toda la noche pensando en Raúl”, continuó mintiendo. “Tuve que mover a papi algunas veces en el sofá-cama, porque roncaba como camión. Luego, le cambié y me fui yo al sofá, y santo remedio, pude dormir como nunca de a gusto”.
“Ronca como loco”, insistió Anne en algo completamente falso, para desviar su atención del tema.
“Tiene un jacuzzi en forma de corazón y está lleno de detalles propios de los recién casados”, describió Anne. “¿Te gustaría cambiar? Les caería bien a ti y a Mark una noche de locura”, sugirió.
“No sis, disfrútenla ustedes. Métanse al jacuzzi”, contestó Estela, evidenciando su monótona y tediosa relación. “Además que flojera cambiar el tilichero”, agregó.
“Y vaya que han de disfrutarla, zorra”, pensó Estela
“¿Cuál tilichero?”, contestó Anne. “¡dos putas maletas sis!”.
Anne dijo “te estas quemando por hacerme la pregunta. Te conozco”.
“¡Ay Anne, Anne…ay, ay, ay!, exhaló Estela. “¡Ay sis!”.
“No te miento, y discúlpame”, prosiguió Estela, “me pasé buen rato pensando en ustedes dos y no me podía dormir. Me ponía a rezar y rezar porqué nomas fueran cosas mías. Los imaginaba haciendo el amor en todas partes. Nunca debería haberlos dejado ocupar esa suite, es tentar al demonio», prosiguió.
“Deberías de haberte puesto a coger y coger mejor, querida, que desperdicio de tiempo”, contestó Anne en tono despreocupado. Ambas sonrieron. Estela un poco menos. Seguramente se sintió algo molesta anteponer el coito al rezo. “Mark se quedó dormido en la tele. Por allá como a las 4 se fue a la cama”, agregó Estela. “Antes de las 6, ya estábamos con el ojo pelón”
“Y ¿sabes otra cosa Anne?”. Preguntó.
“Ahorita que llegó al desayuno papi venía guapísimo, lleno de vida, erguido y sonriente”, dijo.
“Hermana, tienes problemas y serios”, dijo Anne sonriendo. “¿Te perturba que papi esté así?»
“Lo que me preocupa Anne”, comenzó de nuevo Estela, “lo que me preocupa es que tiene poco tiempo así. En el verano lo veía más amoladón y deprimido, hasta pensaba que se nos iba a morir.
“¿Le estas dando algo? ¡Dime la verdad, sis!”, dijo Estela.
A Anne le hubiera gustado contestarle que el secreto estaba en las cogidas que le daba papi, recordando los ardientes momentos de la madrugada. Le fascinaría que no se escandalizara y poder ser abierta con su santurrona hermana y contarle la clase de garañón que era su padre, estando muy consciente que se trataba de un romance enfermizo y pecaminoso.
Ambas de vieron y se rieron, reflejando algo de picardía en sus sonrisas. “¿Lo hicieron, sis?”, preguntó Estela.
Anne sabía que venía de lo mas profundo a atacarla de nuevo cuando le preguntó eso.
“¡Eres una pendeja, Estela!, pero me encantaría que fueras la misma de antes, como cuando éramos jóvenes y solteras, antes de que te volvieras tan mocha. ¿Cuándo te perdí, cabrona?” dijo Anne, dándole un beso en la mejilla.
“No está feo el tipo, te diré”, dijo Anne, avivando en Estela su morbosidad y empezando a disfrutarlo.
“¿De dónde sacas que papi y yo somos amantes? ¿Solo por estar muy bien físicamente? ¿No crees en una vida sana y ordenada tiene resultados? El sexo no es indispensable para estar bien, sis, tu bien lo sabes. Quizá se masturbe o tenga alguna novia secreta, cosa que no creo porque estoy sobre él todo el día. Lo sabría, créemelo”, dijo Anne.
“Nomás no me quieras ver la cara, sis”, di Estela. “Si son amantes, me lo puedes decir. No tendré ningún problema, y no me digas que se masturba. Es pecado».
“¡Y dale!”, dijo Anne, comenzando a molestarse.
¿Serán pecado las puñetas que yo le hago?, pensó Anne.
“Lo tomé bajo el ala”, continuó Anne. “Le puse unas inyecciones de Bedoyecta y unas vitaminas múltiples muy buenas que me recomendó el doctor Luis, cuando lo revisó. Le recomendó un régimen de dieta y ejercicio. Ha sido un éxito. Si, lo veíamos jodidón. Raúl me comentaba que también se le hacía muy apagado. Nomás velo ahora. Llegó un domingo a la casa y era otro, como por arte de magia”.
Después de haberme dado un cogidón el sábado, desde luego, recordó Anne.
“Ay Anne, pero ¿cómo anda de sus análisis? Siempre ha sido medio descuidadón con eso. ¿Su próstata? Me preocupa. Y luego nunca ha sido muy de la iglesia, nomas cumple con lo básico y a veces” continuó Estela en tono preocupado.
“El doctor ese no me cae bien. Es divorciado”, continuó Estela en tono recatado.
“¡Ay como eres mamona, sis!”, dijo Anne en tono de fastidio. “¡Qué molestas son tus mojigaterías!”
“Será lo que quieras, pero es un excelente médico”, continuó Anne. “Es una eminencia y muy atinado, además se conocen de toda la vida”.
“Veré como le hago para convencerlo que se cheque y que se meta más a la iglesia para que estés tranquila”, dijo Anne, dándole por el lado a su hermana, denotando con su expresión que jamás lo iba a hacer.
Tras varios minutos de silencio y de ver vestidos, Anne por fin habló, rompiendo la inesperada tensión.
“Hice cita en el salón de belleza del hotel para las dos, sis”, dijo Anne. “Es a las 2 de la tarde”.
“¿Estás loca o qué?”, contestó Estela de inmediato. “¡No pienso pagar 300 dólares porque me peinen y me pinten!”.
“Sis, vas a quedar muy bien, papi nos lo dispara. Te vendría bien una arreglada y una pintadita de canas, no seas así. ¡Quiero que te veas guapísima a la noche!”, insistió, pero fue inútil. Estela le aseguró que traía todo lo necesario consigo y que jamás caería en el juego de los carísimos salones de belleza de Nueva York. “Si papi quiere gastar 300 dólares o más, mejor que me los regale”.
“Bueno, pues allá tú”, dijo Anne. “Yo si iré. Quiero lucir bien para la boda y causar una buena impresión. Papi quería que fueras tú también”.
Estela hubiera querido decirle que la impresión de puta de su papi que tenía de ella era lo que debiera cambiar. No soportaba que todo el maquillaje y la ropa le quedara bien y siempre echaba su imaginación a volar.
“Creo que debemos regresar al hotel y comenzarnos a alistar”, dijo Anne, al ver que era casi medio día. No compraron nada al final. “Tenemos tiempo de salir a comer algo rico. ¿Qué tal unos hot-dogs de la calle de Nueva York?”, propuso Anne.
“Me parece perfecto. Vamos por papi y Mark. ¡Les encantará!”, contestó Estela. Se abrazaron y caminaron hacia el hotel a unas cuantas cuadras de distancia, aguantando el intenso frío neoyorquino.
En congruencia con su tamaño, Tomás pidió un hot-dog enorme, con salchicha polaca. Cuando lo abrió para ponerle los aderezos, Anne notó que Estela no quitaba la vista de la gigantesca salchicha y miraba alternadamente la cara de su padre.
“Más grande la tiene sis, y mil veces más sabrosa”, hubiera querido decirle.
Cuando salieron del lugar, Anne le dijo a Estela con voz apenas perceptible, cerca de su oído “¿por qué no dejas de estar pensando chingaderas querida?”. Estela se volteó a mirarla, fingiendo extrañeza. Anne sabía bien que traía puros pensamientos sucios en la cabeza. “La salchicha, no te hagas pendeja”, aclaró Anne.
“Eres una pendeja”, dijo Estela a su hermana, riéndose. “No me imagino como papi puede comer tanto y no tener barriga”.
Las dos parejas se dirigieron a sus respectivos cuartos, y descansaron un rato. Anne le contó a papi que le había propuesto a Estela cambiar de habitación y de que la atacó de nuevo con sus sospechas.
Anne ya tenía listo el vestido. Seguramente Estela también. Se lo midió frente a Tomás, sin ropa interior, desde luego, obteniendo una rotunda aprobación. Se cambió de nuevo.
“Vamos a que me compres el negligé. Ya lo tengo ubicado. Te va a encantar”, dijo Anne, extendiendo su mano a su padre que estaba recostado, pero él tiró de ella, cayendo sobre su gran humanidad para besarse con pasión.
“No empieces, novio”, dijo Anne al ponerse de pie. “Apenas tenemos tiempo”.
Al regreso de la tienda, Anne y Tomás entraron al salón de belleza del hotel. Cuando la sentaron en el sillón, Tomás le dio un beso en la mejilla y regresó al cuarto, no sin antes encargarle al estilista que se la dejara guapísima, quien debe haber supuesto que se trataba de su esposa o su novia.
Casi dos horas después, salió del salón. Decidió hacer escala en el cuarto de Estela y Mark para impresionarla, en primer lugar, y para ver como se estaba arreglando.
Al abrir la puerta, Mark quedó boquiabierto por la despampanante estampa de su cuñada. Pasó y Estela volteó a verla, quedando impresionada por el perfecto maquillaje y su estilo de peinado. Solo le faltaba el atuendo para la boda. Le causó envidia indudablemente.
“¿A poco no valieron la pena los 300 dólares y 50 de propina, sis?”, dijo Anne, sin que Estela pudiera dejar de apreciar la exquisitez del maquillaje y las ondas de su rubia cabellera, pasando una de ellas sensualmente sobre su ojo izquierdo. Se veía provocativa, muy sensual, más que lista para una boda, para hacer que papi explotara de deseo al verla. Al fin y al cabo, era al único que deseaba impresionar.
Anne se quedó un rato, ayudándola a arreglarse, aunque para ésta era difícil disimular su frustración. Le ayudó lo mejor que pudo. Batalló un poco con el vestido, el cuál había comprado haría cosa de tres años y lo había utilizado ya algunas veces. Aunque aún elegante y aún de moda, los kilos de más de Estela dificultaron la labor.
Cuando llegó a su suite, Tomás estaba dormido. Se puso su atuendo. Parecía salida de un cuento de hadas.
Tomás despertó minutos después de su arribo, pero se hizo el dormido, hasta que Anne se paró frente a él: “¿Novio?”, dijo suavemente, “¿Qué tal quedé?”.
Tomás se incorporó, y se dirigió a ella. “¡Epale! ¡Alto! ¡Solo me puedes ver!”.
Mark y don Tomás se quedaron boquiabiertos al ver a la despampanante hija mayor salir del ascensor. Tendrían unos 10 minutos esperándola.
Basándose en lo que Anne le había comentado sobre las sospechas de Estela y la envidiable estampa de su hija mayor, Tomás sintió que habría problemas con Estela.
Estela se encendió por dentro de coraje. No era posible que un hombre con tantos años sin sexo resistiera la monumental presencia, aunque fuera su propia hija. Le fue muy difícil aceptar que Anne estaba simplemente soñada y jamás podría verse como ella.
Cuando llegó su auto a la entrada, Tomás abrió la puerta para que Anne subiera. Estela abrió la suya cuando Mark pasó por alto el acto de cortesía para darle propina al valet. En el interior sintió furia y frustración, siéndole difícil ocultarlo.
Anne hubiera querido recorrerse hacia su padre en el asiento trasero, pero tenía que guardar las apariencias. Le hubiera encantado que metiera su mano debajo del vestido y se diera cuenta que no traía calzón y estaba algo mojada.
CONTINUARÁ.