Puedes leer la séptima parte de esta serie de relatos: Los Encantos de Papi (Parte 7)
Al llegar a la boda, el grupo fue recibido por un encargado de valet, un joven negro, que no pudo quitar su vista de Anne, cuando le abrió la puerta trasera. Estela se dio cuenta, viendo por sobre el techo del auto y bajando antes que Mark le abriera. Cuando Anne pasó junto a ella, le dijo al oído “hasta el negro te quiere coger, sis. Pareces puta elegante”.
Anne la miró con una sonrisa de triunfo. «Me encantaría coger con un negro, sis», le dijo al pasar a su lado, dejando a Estela con una expresión de odio. La guerra estaba declarada.
Pasaron al elegante salón de eventos, donde fueron recibidos por las parejas anfitrionas, resaltando lo hermosa que se veía Anne, cuanto extrañaban a doña Emilia, lo bien que estaba don Tomás, y lamentaron que Raúl no los hubiera podido acompañar. Los 4 fueron objeto de un trato extremadamente amable por parte de los agradecidos anfitriones de que los hubieran acompañado de tan lejos, aunque se notaba cierta distinción hacia Anne y su padre.
Los halagos estaban por doquier. Estela sentía furia cada vez que alguien le comentaba sobre la apuesta pareja de padre e hija. Anne sabía bien como se veía…y lo gozaba.
Estela, en su mesa con Mark, observaba notoriamente molesta ver lo galán que papi se comportaba con su hermana, como si la estuviera cortejando ni más ni menos. Anne no soltaba el brazo de su padre mientras caminaban entre la gente.
La música, muy diferente a las estridentes bodas mexicanas, hizo que bailaran repetidamente y por largos períodos.
“Qué guapa se ve tu hermana y que bien se ve tu papá bailando con ella”, dijo Mark a Estela, haciéndola endurecer su expresión. Le dio un trago a su vino y se volteó hacia su esposo: “¿Se te hace, querido? Se me hace un poco pasadita de kilos”, agregó. “Como que se le nota la pancita y las llantitas con ese vestido que trae puesto”. Por mas que se esforzaba, Mark no notaba imperfección alguna en el cuerpo de su cuñada.
“¿Por qué no bailas tú también con él, amorcito?”, propuso Mark. “Hazte notar”.
“Mark, amorcito, yo creo que papi y Anne son amantes”, dijo Estela inclinándose hacia él y diciéndoselo muy cerca del oído, ignorando la propuesta de su esposo. “Tenemos que hacer algo al respecto, es nuestra obligación salvarlos, al menos a él”. El coraje reprimido la hizo hablar abiertamente con Mark sobre algo que él se olía de meses atrás, pero que no se atrevía a comentar.
Mark quedó en silencio, asintiendo con su cabeza. Por lo que su mujer comentaba, Mark pensaba que la relación entre Anne y Tomás era especial, demasiado especial, pero jamás se lo pensaba comentar a Estela. Sintió alivio que fuera ella quién sacó el tema.
Estela y Mark no perdieron detalle de papi y Anne mientras bailaban. “¡Ve nomas como se le restriega esta zorra!”, dijo ella, “¡no les importa que haya gente alrededor!”.
“Nos están observando mucho aquellos”, susurró Anne al oído de Tomás mientras bailaban, “y han estado cuchicheando entre ellos. Te puedo apostar que hablan de nosotros papi”.
“Si, me he dado cuenta”, contestó Tomás. “Deberían de ponerse a bailar, mejor. Procura no pegarme tanto tu cuerpo, amor. Como que se me pone dura cada vez que lo haces”, agregó.
“Para que veas lo que se siente”, dijo Anne sonriéndole, con deseos de besarlo, relamiendo discretamente sus labios.
Cuando se dirigían a la mesa, Estela y Mark pasaron a bailar, evadiéndolos, mientras comenzaban a servir la cena.
Fue inevitable que al fin se sentaran las dos parejas juntas a pesar de la incomodidad creada por Estela. Duraron aproximadamente diez minutos bailando. Anne y Tomás estaban cenando cuando regresaron a la mesa.
La situación se alivió un poco cuando la pareja anfitriona llegó a sentarse con ellos después de cenar y platicar largo y tendido, convenciendo al final a Estela que bailara con su padre.
La diferencia era palpable. Estela era más adecuada a la estatura de su padre, pero más difícil de maniobrarla, y con una expresión en su cara que denotaba disgusto por verse obligada a bailar con él. No hablaron mucho, pero veían como Mark y Anne conversaban en la mesa. Tomás notaba en la cara de su yerno el gusto por la exquisitez de Anne, aunque en realidad, él la veía desde otra perspectiva por lo que le dijo Estela: la amante de su suegro.
Viejo cabrón, que suertudo de estarse cogiendo a esta belleza, No importa que sea su hija. ¡Que hermosa está!, pensaba Mark al observarla mientras le hablaba. Por ella, yo también pecaba.
“Solo falta que esta zorra seduzca a mi marido”, pensaba Estela al verlos conversar.
Ya para despedirse, los entrañables amigos recalcaron que Tomás estaba en su mejor momento y confesaron que esperaban verlo muy avejancado y se habían llevado la sorpresa de su vida, cosa que les había dado un gusto enorme. “Anne, bueno, ya sabemos que es una hermosura de niña que cuida muy bien de su padre y, además, ¡son unos excelentes bailarines!”, dijo Leah, la madre de Linda, la novia. Fue esto lo que detonó el coraje de Estela, al sentirse ignorada, aun habiendo bailado con él.
Se apartó del grupo y le pidió al valet que trajera el automóvil. Mark la alcanzó de inmediato. “Amor, comprendo tu frustración y preocupación, pero no puedes ser tan descortés”, le dijo, pero Estela lo ignoró.
Cuando llegaron Anne y Tomás, el mismo joven negro le abrió la puerta a Anne, sin quitarle la vista de las nalgas. Estela lo supuso con solo ver la cara del joven. Él sonrió y ella se enfureció aún más.
El trayecto de regreso al hotel pasó prácticamente en un incómodo silencio. Anne y su padre estaban exhaustos. Estela y Mark, serios y callados. Notó que su padre, quien según ella casi no tomaba alcohol, y Anne, habían bebido mucho, aunque nunca perdieron la compostura. Anne se mantuvo garbosa y elegante toda la noche, mientras su padre, al menos para Estela, se portó como si se tratara a veces de un novio caliente deseoso de cogérsela.
Llegaron al majestuoso hotel, entregaron el automóvil al valet, y se dirigieron a los elevadores. Anne y su papi los despidieron con un simple y frío “good night”. No hubo besito de buenas noches.
“No traigo calzón novio, y estoy que me chorreo”, dijo Anne a Tomás al cerrarse el elevador y comenzar a ascender.
“Mmhhh”, expresó Tomás, poniéndose inmediatamente detrás de ella y abrazándola, para a levantar el vestido por enfrente, hasta llegar a la empapada vagina de su hija, comenzando a frotarle el clítoris vigorosamente.
“¡Aaaah, ooohhh, ay novio! ¡me matas!”, susurró Anne. “Faltan algunos pisos, amor. Si sigues así, me tendrás que coger aquí mismo”, agregó sonriente.
No le importó mucho si alguien más pedía parada en algún piso próximo. Las nalgas de Anne, tibias y tersas, ya expuestas, lo aguardaban. Rápidamente sacó su erecto pene, dobló sus rodillas para bajar un poco y quedar a nivel, y se lo dejó ir por el culo, sin preámbulo ni delicadeza algunos.
“¡Ooohhh!, ¡amoooor!”, gimió ella tras el inesperado embate y al de sentirlo casi por completo dentro. “¡Nos van a pescar, novio, detente!”, dijo, pero sin hacer absolutamente nada, rodeando con ambas manos la porción del pene de su padre que tenía fuera del ano, “aparte vamos a dejar oloroso el elevador”, agregó, pero su caliente amante no contestó.
Llegó el ascensor a su piso. Anne se quiso separar, pero Tomás tiró de ella, ensartándola por completo de nuevo al abrirse la puerta. Sus corazones comenzaron a latir aceleradamente. No había nadie esperando, para su fortuna.
Era imposible caminar cuando salieron del elevador con el pene completamente insertado en el ano de su novia por la diferencia de estaturas. Se lo sacó y lo reemplazó con su gigantesco dedo medio de inmediato, al tiempo que ella agarró el grueso y húmedo tronco con su mano, tirando de él.
“Novio, ¡me llevas ensartada al cuarto!”, dijo Anne jadeando, caminando con algo de dificultad, al tratar de curvear su trasero hacia él. Tomás continuó caminando tras ella, una mano en su hombro y la otra abajo, sin decir palabra alguna. Su vestido estaba detenido sobre el brazo de Tomás, dejándolo ver sus íntimos encantos al caminar.
“Mmhhh”, suspiró Anne, al aproximarse a la suite, “esta boquita se muere por envolver esta cosota”, dijo al acariciarle el pene cuando abrieron la puerta.
“Quiero ser tuya toda la noche… quien sabe cuándo volveremos a vivirla con tanto cuento de la amarga de Estela. Es capaz de muchas cosas”.
“¡Ups!” dijo Anne al entrar y ver la suite impecable. “¡Olvidé por completo tirar tu condón usado! . ¡Ahora ya lo saben todo, novio!”, dijo, al tiempo que ambos soltaron la carcajada. “¡Qué asco! ¡Y luego las sábanas todas manchadas con tus mecos que se me salieron!”
“Ahora imagínate a los que recogieron el mantel en la junta”, le recordó Tomás. “Para eso son estos cuartos, preciosa. Quien sabe que tantas cosas más encuentren las mucamas. Los manteles ni las salas de juntas no, aclaro, ¿eh?”.
Tomás comenzó a llenar el jacuzzi mientras Anne lo observaba. “¿O sea que mi garañón peludo trae planes?”, preguntó melosamente Anne, mientras se abrazaban y comenzaba a despojarla de su elegante vestido, constatando que tampoco portaba sostén.
“¡Que hermosa estás Anne!”, dijo Tomás. “Nunca te había visto tan hermosa como esta noche”.
“Mm mm”, gimió Anne, cuando su padre comenzó a besar sus oídos y dejarla completamente desnuda. “¿Me pongo el negligé que me compraste, novio?”, pregunto sensualmente.
“¡Que lindas tetas tienes novia, idénticas a las de tu madre!”, alabó Tomás a su hija, al tiempo que se sentaba en la cama, quitándose la corbata. Anne acercó sus nalgas a la cara de su padre que comenzó a besarlas y acariciarlas apasionadamente.
“No. Estrénalo el próximo jueves, ¿sí? No aguanto las ganas de cogerte ahorita, princesa”, contestó.
Anne puso sus manos en sus muslos y arqueó su trasero hacia la cara de papi. Tomás abrió con ambas manos sus nalgas, exponiendo su rosado y brillante ano. Acercó su boca y lo besó, relamiendo su contorno e introduciéndole la lengua, haciendola gritar de placer.
“¡Ooohhh… novio!, ¡me encantó que me trajeras al cuarto ensartada y la culeada sorpresa que me diste en el elevador!”, dijo ella entre suspiros al sentir el aliento de su padre en el ano mientras lo penetraba.
Se retiró un poco e introdujo el grueso dedo medio de su mano derecha, haciendo que Anne se doblara aún más hacia él, metiéndolo y sacándolo con suavidad, luego dos, y luego tres, luego solo uno, mientras que con sus otros dedos jugaba entre sus labios vaginales, apoyando su mejilla en una de las nalgas de su bella hija, sintiendo en ella su tersura.
Unos minutos después, reemplazó el dedo medio por el pulgar dentro y le comenzó a frotar con los otros cuatro la chorreante vulva. Quería verla de cerca tener un orgasmo, que escasos minutos después logró, en medio de gritos y jadeos de su prohibida novia.
Tomás cargó a Anne al jacuzzi, ya rebosante de caliente espuma. Ambos quedaron de pie, desnudos, besándose en medio de la tina en forma de corazón. El agua llegaba hasta la cintura de Anne. Tomás se sentó dentro, y Anne sumergió su cabeza, arruinando el carísimo peinado y maquillaje, dándole a su padre la prometida mamada subacuática. Tras varios segundos, emergía y tomaba aire, volviendo a su erótica labor una y otra vez.
“¡Tu peinado, amor! ¡Tu maquillaje!”, dijo Tomás.
Tomás, con la cabeza hacia atrás, disfrutaba al máximo lo que su bella hija le hacía. Tardó un poco más en lo que sería la última noche. Salió del agua, agarro aire y se lanzó a la boca de Tomás, para besarlo con la familiar pasión.
Anne se puso de pie y giro su cuerpo. Replegó sus nalgas contra la cara de su padre y comenzó a bajar lentamente para quedar sentada en sus muslos.
“Por el culo amor, dámela solo por el culo. Sigue lo que comenzaste en el elevador, papacito!”.
“Lo del elevador fue parte de mi venganza por lo que aventaste en la junta, preciosa”, aclaró Tomás.
“Ya tuviste algunas venganzas, cabroncito, ¿te acuerdas? En mi casa, en el avión, en el carro… ¿Cuántas más, novio?, ¿cuántas más, pillín?”
Tomás batalló un poco para metérsela, pero lo logró tras unos segundos. El agua caliente había eliminado todo rastro de sus lubricantes naturales, aún recién penetrada. La empaló lenta y suavemente, mientras acariciaba sus labios vaginales, haciéndola estremecerse de placer y venirse de nuevo en escasos minutos.
Anne comenzó a subir y bajar sobre el tronco de su padre, haciendo chasquear el agua, hasta que pronto don Tomás anunció que no podía más.
“¡Hazlo papi! ¡Termina! ¡Lléname de ti! ¡Quiero sentir tu corazón palpitar dentro de mí!”, gritó Anne, al jalarla su padre por las caderas, abrazándola del estómago como bien sabía, penetrándola hasta lo más profundo que pudo, liberando por enésima vez su carga dentro, abundante, como si no hubiera eyaculado esa misma mañana, haciéndola vibrar con increíble placer.
Paró el temporizador y se quedaron quietos un buen rato, pegados. Anne se levantó, y sin inhibición alguna se dobló sobre la superficie del agua frente a Tomás, expulsando sobre ella el semen recién depositado, en medio de sonoros pedos, quien por primera vez pudo presenciar el acto.
Drenaron el agua, pero se sentados un rato más, ella sobre él. Tomás la abrazó por el estómago de nuevo y se levantaron, pero esta vez no la cargó en los brazos. Anne lo llevó a la cama tirando de su semi-erecto miembro, luego fue por toallas y se secó primero ella, luego a su padre. Se desplomaron, quedando profundamente dormidos, no sin que antes Anne le dijera a su padre “saqué todo para que podamos hacerlo de nuevo a media noche o cuando te despiertes, novio… o cuando quieras”.
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“Hay misa a las 8 en San Patricio”, fue el saludo de Estela cuando Tomás levantó el auricular a eso de las 6:30 de la mañana.
“Buenos días hija”, contestó don Tomás, contemplando la desnuda belleza de Anne a su lado.
“¿Qué?”, escuchó Anne decir a su padre después de un par de minutos. “¡Estás loca, hija! ¡Bien loca. ¡Nos vemos al rato!”, y colgó.
“¿Qué pasó?” preguntó intrigada Anne, pensando que Estela había tenido el atrevimiento de comentarle lo mismo que a ella. Se despabiló al instante.
Tomás se incorporó y se sentó sobre el colchón.
“¿Qué pasa papi?”, pregunto de nuevo Anne. “¡Te dijo de sus sospechas esta cabrona!”, supuso.
“No, nada por el estilo. Quiere que vayamos a misa a las 8 y lo mejor, que me vaya a Houston con ellos a pasar unos días y que me cheque su médico”, contestó Tomás notablemente alterado. “Que no puede ser que me vea tan bien y tonterías por el estilo”, agregó con tono de fastidio.
“¡Sabía que, de una manera u otra, esta cabrona trataría de arrancarte de mí!”, dijo Anne
“¿Vamos a desayunar con ellos?” preguntó Anne. “¡Me gustaría decirle unas cuantas verdades!”.
“No”, contestó Tomás. “Dice que no les da tiempo para comulgar, que después de misa vayamos a desayunar algo”, conteniendo su malestar.
“¿Cómo que comulgar? ¿Después de todo lo que me ha hecho y dicho va a comulgar? ¡Qué poca madre de esta hipócrita santurrona!”, dijo Anne. “¡No vamos a misa, y punto!”, agregó. ¡Es hora de mandarla a la verga!”.
“¡Anne!”, dijo Tomás, como cuando la regañaba de chica. “¡Tranquila, hija!”.
La cara de Anne se puso roja de coraje. Respiró hondo. “¡Tomaré el toro por los cuernos!”, dijo enfurecida, a pesar de los intentos de su padre de calmarla.
“¡Y tú te callas, Tomás!”, gritó Anne. Jamás lo había llamado por su nombre. Tomó el teléfono y marcó a la habitación de Estela.
Estela contestó. Anne la dejo que hablara primero, y luego lanzó su misil: ¡no cabrona, no vamos a ir a misa de 8! ¡Estamos de vacaciones! Iremos más tarde, dijo después de escucharla. “¡Cuando nos dé la gana, si es que vamos!”, fue lo último que escuchó Tomas a su hija decir antes de azotar el auricular.
Pasaron varios minutos. La respiración de Anne volvió a su ritmo normal. Tomás se sentó junto a ella y se besaron. Su pene comenzaba a pararse. “¡Esa es mi novia! ¡Tuviste más huevos que yo, corazón!”, dijo, aplaudiéndole.
Anne giró y se montó sobre los muslos de Tomás, de cara a él, sintiendo de inmediato su total erección rozarle las nalgas. Anne se levantó un poco, y con una mano la llevó a su vulva, dejándose caer en ella, apretándola lo más que podía.
“¡Nadie te arrebatará de mí, ¿entiendes? ¿eh? ¿Te queda claro… Tomás?”, dijo Anne el momento que separaron sus bocas.
“¡Cógeme, cógeme como nunca de duro…! ¡Estoy dispuesta a todo por ti amor!”, decía Anne entre gemidos de placer. Tomás solo respondía con sus besos y el fuerte abrazo, sabedor que estaba alterada por la amenaza de Estela de llevárselo con ella.
“¿Te gustaría verme con una pancita cargando a tu bebé? ¿eh?”, le decía al aumentar su ritmo y frotar más su cadera con la de él, sintiéndolo muy dentro de su vagina, conscientes que Tomás no tenía condón, pero debería.
Tomás seguía sin poder articular palabra ante el impetuoso ataque de Anne. No se detuvo al sentir a su hija alcanzar el orgasmo, liberando también su carga, con singular energía, donde nunca debiera hacerlo tras las advertencias de su bella novia desde la primera noche.
Cuando se tranquilizaron tras el formidable coito, Tomás no podía ocultar su cara de preocupación. Fue una enfermiza locura. Anne continuaba apretando el pene de Tomás, contrayendo su vagina.
“¿Deveras estás fértil novia? ¿No me estas vacilando?”, preguntó Tomás.
“¡Muy fértil!, En la pura mitad de mi ciclo”, contestó ella. “De seguro me haz embarazado. Te amo. ¡Pudiera tener un bebé tuyo, mi amor! ¿Te imaginas? Se llamará Tomás si es niño o Emilia si es niña”, dijo, planeando calmadamente.
“¡Corre a echar todo novia y lávate!”, pidió Tomás. “¡No sé cómo fuimos tan tontos!”, agregó, pero la expresión de Anne lo calmó.
“Si me embarazaste, lo hiciste antenoche, novio”, dijo. «Sueño con tener un bebé tuyo, Tomás».
«Lo que tanto platicamos, ¿te acuerdas? Seré madre de un hermano y tu tendrás un hijo que también será tu nieto. Cerraré con broche de oro.
“¡Me encantaría tener un bebé tuyo, novio! ¡Lo he estado pensando mucho!”, dijo emocionada.
“De cualquier forma no te hagas el loco, novio”, dijo Anne. “Antenoche sentí algunos brinquitos de tu verga en el jacuzzi y cuando me cargaste a la cama. Se te salieron algunos chorritos. Si no ocurrió ahí, será ahorita. Tú te diste cuenta y yo también, y no dijiste nada. No tiene que haber eyaculación completa, ¿sabes?”.
A Tomás no le quedó más remedio que aceptar la situación. Anne así lo quería y ya era parte de su plan. La primera noche tocó mucho el tema. “Tienes razón hermosa. Pero fue un accidente”, confesó Tomás, aceptando. “Si me brincó un par de veces”.
“Mm mm…, como unas cinco o seis, mas bien. Con eso basta”, precisó ella, “y por la flojera de no ponerte condón, cabrón”.
Se recostaron de nuevo, quedándose profundamente dormidos.
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El teléfono sonó de nuevo pasadas las 10 de la mañana. Tomás contestó. Estela los invitó al desayuno del hotel y aceptaron, muy a su pesar, bajar con ellos. Anne y Tomás estaban muy seguros que, con haber mandado por un tubo a Estela con la misa, le quedaba muy claro que eran amantes. Pero el mejor mensaje era que no haría todo lo que le viniera en gana.
“Anne, invité a papi a que se fuera a pasar unos días con nosotros”, dijo Estela cuando les sirvieron el delicioso brunch.
“Papi me comentó”, contestó Anne. “¿Le preguntaste o nomas le dijiste?”, agregó.
“No, nomas le dije. Ya hicimos Mark y yo los arreglos con los vuelos. Tú te vas sola a México y papi con nosotros a Houston. Queremos que lo vea el Dr. Harris, nuestro doctor, y que le haga un chequeo a fondo ya que por lo visto tu nunca lo vas a hacer hermanita”, dijo en tono de reclamación. “Queremos también que platique con el padre Stephen”.
Don Tomás arrojó la servilleta al plato en señal de protesta. “¡Hijita, me siento muy bien! Si me buscan es claro que me van a hallar algo. Ya sabes cómo son de pillos los doctores. Con el pretexto que tengo la edad que tengo, verás todo lo que van a inventarme. Solo le tengo confianza a Luis. Es de mi edad, y sabe bien que nos pasa a los hombres, aparte es mi amigo personal”.
“No le cae bien a Estela el doctor Luis porque es divorciado”, intervino Anne.
Tomás hubiera querido decirle unas cuantas cosas a su hija menor ante tan patética excusa, pero se contuvo. Estela miró a Anne, quien solamente escogió sus hombros, gozando haberla desenmascarado.
“Dame el gusto papi, ¿sí?”, dijo Estela. “Además, verás a tus nietos y la pasaremos a todo dar, vas a ver. Sin peros, ¿eh?”.
La rutina en casa de Estela y Mark, en Texas, era sumamente monótona. Casi toda su vida giraba en torno a la religión y a los eventos de las iglesias.
“Además, cree que somos amantes tú y yo, papi”, dijo, interviniendo de nuevo.
Estela la miró con ojos de furia inaudita, al estarla desenmascarando. Anne simplemente la miró con una irónica sonrisa. “¿O no?”, le preguntó.
Mark intervino. “Estela, quizá no es momento. Tu padre no tiene ganas de ir”. Estela lo volteó a ver con ojos que echaban lumbre para que se callara. La situación era muy tensa.
“Hasta te podemos presentar a unas viuditas o solteras de la parroquia”, dijo en fingido tono picarón. “Hay dos o tres damas de buen verse, como para ti que de seguro les vas a encantar cuando te conozcan”, dijo, mirando a Anne.
“Así, Anne podrá descansar un tiempo de… cuidarte”, dijo Estela, pausando a propósito.
Pero en realidad, Estela se regocijaba en sus pensamientos: “Quiero quitarte de encima a esta piruja y volverte al camino de la salvación. Sufre cabrona. Sé que te estoy partiendo con eso”.
Anne volteó a ver a su padre. “Tiene razón papi. Desde julio o agosto no ves a tus demás nietos y a lo mejor hasta novia te consigue”, dijo, al apretar su muslo y correr su mano sobre la verga por debajo de la mesa, sorprendiendo a Estela al escuchar el inesperado apoyo de su hermana. Pero Anne en realidad estaba enfurecida con ella y su invasiva actitud.
“Lo que en realidad quiere Estela, papi, es separarnos porque estamos cometiendo adulterio e incesto. No es que le importe mucho tu salud. Se le metió en la cabeza que somos amantes y no me cree absolutamente nada”, intervino de nuevo Anne.
Si se lo iba a llevar, al menos que supiera cual era la causa real, de su boca, frente a ella. Ya era tiempo de detenerla y no seguirle sus astutas jugadas. Esa mañana fue la primera vez que Anne se le impuso al no ir a la iglesia con ellos. Sabía que podía quitarle a su padre la preocupación de acompañarlos a Houston también.
Cuando terminaron de almorzar, les quedaban algunas horas para estar en el aeropuerto.
El posible embarazo de Anne pasó también por sus mentes muchas veces.
“Váyanse adelantando papi”, dijo inesperadamente Anne. “Estela y yo nos quedaremos a platicar un momentito sobre tus cosas”.
Estela no pudo disimular su asombro. Esperaba que Anne asimilara el cambio sin chistar y su reacción de último momento la puso algo nerviosa, sobre todo al pedir quedarse a solas con ella. No estaba preparada para lo que seguramente sería un fuerte encontronazo.
Cuando Mark y don Tomás se fueron, Anne pidió un par de cafés cuando la mesera terminó de limpiar.
“Bueno”, comenzó Anne cuando sus parejas se habían retirado, “¿qué chingados te estás creyendo Estela?”
Anne estaba dispuesta a atacar con todo a su hermana por su atrevimiento. “Papi se molestó mucho por tu osadía… ¿Qué te pasa?”, preguntó.
Estela tomo un sorbo a su café, miró hacia abajo, y luego fijamente a su hermana. Su furia confirmaba sus sospechas.
“Estas haciendo algo más que cuidar a papi Anne, bien lo sabes. Es un sacrilegio y la ley tiene un nombre para eso: se llama incesto. Y no me salgas con que soy una grosera. Eres una impura, zorra, pecadora. Nada que digas o hagas me hará cambiar de parecer. Nos pasamos toda la noche orando por ustedes Mark y yo. El como hombre me dio sus puntos de vista, y yo como mujer saqué mis conclusiones. Tú y papi son amantes. Eso está terriblemente mal. ¿No piensas en Raúl y tus hijos? ¿En mami?”, concluyó señalando con asombrosa certeza.
“¿Cómo te consta, querida?”, preguntó Anne. “¿Acaso nos viste hacer algo? ¿Te contó alguien? ¿Papi?”. Su nerviosismo era notorio.
“Al menos papi ya sabe cuáles son tus verdaderas intenciones”, continuó. “Ya te expuse ante él”.
Estela sonrió, y volteó hacia un lado. “¡Te tengo, desgraciada!”, pensó deleitada.
“Anoche que llegamos, y no quiero que te enojes hermana”, comenzó a relatar Estela, “Mark y yo tuvimos una pequeña discusión porque me reclamó mi actitud en la boda, y le tuve que comentar porqué andaba así”.
“Concluimos que tú y papi están teniendo una relación incestuosa. No te queda más remedio que aceptarlo Anne. No sé cómo pudo haber pasado, en que estaban pensando, pero tienes un grave problema. Además del pecado de infidelidad es un gravísimo problema social y hasta legal”, recalcó Estela.
“Y es por eso que lo salvaré de ti. Se irá un tiempo con nosotros, lo volveremos al camino de la salvación y Dios se apiadará de su alma y sus pecados. Es mi obligación como hija rescatarlo de las garras del deseo enfermizo que sientes por él. Papi jamás hubiera sido el primero. Estoy segura que tú lo sedujiste. Siempre fuiste así. Recuerdo cómo te manoseaban tus novios, incluso frente a mí”, dijo Estela con absoluta seguridad en sus palabras.
“Tenías fama de caliente y de que te gustaba que te metieran mano, y de seguro otra cosa también, sis. Yo trataba siempre de defenderte, hasta que lo vi con mis propios ojos. Parece que no se te quitó la maña, ¿verdad?”, abundó Estela.
Anne miró hacia un lado, sin mover su cabeza, y respiró hondo. “Cuéntame”, dijo Estela. “Te servirá de ensayo para tu confesión y arrepentimiento”.
“¡Que morbosa eres! Te ha de calentar el solo pensarlo, ¿verdad? Dime Estela, ¿te masturbas mucho? Estás enferma”, contestó Anne con la mirada en su taza de café. “Ahora hasta confesora me saliste. ¡Qué pendeja estás!”
Anne volvió a mirarla a los ojos. “No hermana, no te daré detalles de algo ficticio, algo que te tiene obsesionada solo porque papi está quizá en su mejor momento y se siente súper bien conmigo, con nosotros. Deberías de agradecérmelo en lugar de andar elucubrando tonterías”.
“Papi está unido a mí”, dijo Anne. “Tu hiciste tu vida aparte hace muchos años. ¿Crees que con llevártelo un tiempo va a olvidarse de nosotros?”.
“Unido a tu cola será, querida”, dijo Estela en tono sarcástico. Anne ignoró su comentario y prosiguió.
“Papi ya sabe que planeas hacer. Se lo dije frente a ti y tu marido. Ojalá te mande a la chingada con tus doctores y sacerdotes y viuditas”, continuó. “Ya se lo había comentado desde antenoche, y nomas nos reímos”.
“Seguramente no fueron a misa para coger, ¿verdad?”, dijo Estela, ignorando sus palabras. “¿No tienes miedo que te embarace, Anne? papi todavía puede y tú también, querida”.
Anne pensó si su hermana habría puesto una cámara o algún micrófono oculto. Era asombrosa la forma en que intuía todo. Lo último que dijo le dio escalofríos.
Estela apartó el café e hizo el movimiento para levantarse. Anne la detuvo y la jaló del brazo, claramente fastidiada por las palabras de Anne.
“Nomás quiero que sepas que lo has descarrilado y has dado a la chingada con lo bien que estaba. Búscale una doña santurrona como tú, pero te aclaro que papi no es así ni es lo que quiere”.
Estela se puso de pie para retirarse y quitó la mano de Anne. Sus últimas palabras la hicieron sentirse aún más segura. Hasta quizá celosa.
“Y de mí, piensa lo que quieras, no me importa. Pero ¡ay de ti si lo echas a perder con tus idioteces!”, alcanzó a decirle.
“¡Sé bien lo que eres y lo que has sido siempre!”, repitió Estela.
Anne hubiera querido gritarle o tirarle con algo, pero había mucha gente. Se quedó sentada, furiosa. Terminó su café y se dirigió a la habitación.
Sonó el teléfono casi una hora después, cuando Anne y Tomás descansaban tras empacar sus cosas, tirados en la cama y abrazados, aguardando el momento de partir, en completo silencio. Anne tomó el auricular.
“¡Listo chicos! Vámonos pa’l rancho!”, escucho a Estela decir con un repugnante tono de alegría, como si nada hubiera pasado hacía unos momentos. Anne no dijo ni media palabra. Simplemente colgó.
“Estate preparado papi. Estela va con todo. Ten uno de tus discursos listo para neutralizarla. Le queda muy claro que tú y yo somos amantes”, advirtió Anne a su padre al ponerse de pie. “Yo me haré cargo de tus compromisos allá, no te preocupes. Te tendré al tanto de todo”, le aseguró.
“No te preocupes hija”, contestó Tomás. “Sabré cómo manejar la situación, si algo se presenta. Además, eso que me dijiste frente a ellos estuvo maravilloso”.
“Puedo detener esto, si me lo permites”, dijo calmadamente Anne, “tal y como lo hice hace un rato”.
“No hija”, dijo Tomás. “Ya sería demasiado”.
“¿Quieres que te la mame por última vez, novio?”, dijo Anne.
“No creo que se me pare”, contestó Tomás.
Anne guardó unos segundos de silencio, no muy segura de decir lo que tenía pensado.
“¿Qué tal si te la coges, novio? Por mí no habría problema alguno. Le urge que la destapen. Así sería yo la primera en igualdad de circunstancias”, propuso. “Es en serio”, continuó Anne.
“Ella jura que tú y yo somos amantes, pero no lo puede probar. Mark también piensa igual, ya lo habló con él”.
Tomás pensó unos instantes la propuesta de su hija mayor.
“Estas bien loca hija. Eso sería imposible”, contestó, sin pensarlo. “Además estás embarazada de mí, ¿qué no? Eso sería infidelidad”. Ambos se rieron y salieron de la suite.
“Cuando regreses, sabré si estoy embarazada”, dijo Anne, mientras caminaban hacia el elevador.
“¿Cómo lo sabrás si es mío? Dices que cogerás como loca con tu marido para evitar sospechas”, dijo Tomás, cuando bajaban al lobby.
“Me tiene que bajar en unos 10 días más. Si no me baja, me haré la prueba para confirmarlo y entonces comenzaré a coger con Raúl como loca, todos los días. Ya lo tengo planeado”, precisó Anne.
“¡Que culeadón me diste aquí anoche, novio!”, continuó, antes de abrirse las puertas del elevador y unir sus bocas por última vez en quien sabe cuanto tiempo.. Estela y Mark los esperaban en el lobby. Tomás pagó la cuenta y se dirigieron al aeropuerto. Regresaron el automóvil y se dirigieron a salidas internacionales.
Anne abordó el avión primero. Se despidió del resto del grupo con un beso en la mejilla a cada quien, y un abrazo a papi, con un nudo en la garganta. Fue difícil. El vuelo a Houston salía una hora más tarde. La seriedad de Tomás era notoria, casi depresiva. El hombrón alegre y movido de ayer se esfumó.
“Sé que estas muy hecho a Anne y su familia papi, pero nosotros cuidaremos tan bien de ti, que no querrás devolverte con ellos, vas a ver”, le dijo Estela con alegre tono de voz a modo de competencia, mientras caminaban a su sala de espera.
“Vaya que estoy hecho a ella, por ella”, pensaba Tomás al oír las huecas palabras de Estela.
“Te compraremos todo lo que necesites y tendrás un cuarto para ti solo, con tu baño. No dejaremos que los chicos te molesten”, le aseguró Estela, mientras Mark asentía con su cabeza.
Tomás se sintió acorralado, sin escapatoria. Ya no estaba Anne para salvarlo y aunque estuviera, no había mucho que pudiera hacer.
El viaje a Nueva York fue el parte aguas de su ardiente relación. La semilla estaba sembrada. No sabían con precisión cuando se volverían a ver para continuar lo suyo, pero con seguridad lo harían.
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Anne no menstruó. Estaba embarazada de su propio padre. Según lo planeó, comenzó a tener relaciones con su esposo tras comunicarle su deseo de tener otro bebé. Nacería a principios de noviembre y se llamaría Tomás si fuese hombrecito, o Emilia si fuese mujercita. Ya tendría ella 40 años, Anne lo gozaba en su corazón. Cuando regresara su padre le daría la sorpresa.
FIN
Ha sido una historia muy interesante y sí, ha sido un relato largo, pero muy ameno.
megusta esta serie de relatos continua