Su olor se me había quedado clavado, y sin darme cuenta empecé a fantasear con su cuerpo desnudo bajo la bata blanca de rigor. Aquel cuello moreno que dibujaba su desnudez daba pie a la fantasía y me alegré de llevar vaqueros aquel día, teniendo en cuenta la erección que llevaba por la calle.
Hace unos dos meses conocí a Marisa. Era morena, bajita, una mujer normal en todos los sentidos. Tenía 42 años bien conservados y su colonia podía volverme realmente loco. Claro que no lo sabía cuando me dijo que pasara.
Me había lesionado en el gimnasio, y el médico me recetó unas inyecciones en extremo dolorosas. Y allí estaba yo con todo mi orgullo herido dispuesto a mostrar el pompis a una desconocida.
Me recibió con una sonrisa, mirándome a los ojos y mientras preparaba la inyección, me daba instrucciones, así que viendo la aguja ni lo pensé. Doblé la pierna que me dijo y sentí el algodón húmedo tras bajarme los pantalones. A continuación sentí el dolor agudo del líquido entrando, y me quejé algo, como un crío. El caso es que me había bajado tanto los pantalones, que entre el pinchazo y el dolor de espalda no podía agacharme lo suficiente. Marisa emitió una pequeña carcajada y me ayudó exclamando, – no se los tenía que haber bajado tanto, estamos acostumbradas -, y volvió a emitir una leve sonrisa. – No me llames de usted por dios, me llamo Francisco, total, voy a venir todos los días durante la próxima semana – y mientras me subía el pantalón hasta donde pude tomar el relevo, en tanto lo cogía entre mis dedos, sentí el breve tacto de los suyos en mis manos, en un suspiro. Era de estas veces en que rozas la piel a otra persona sin querer y se mezclan la vergüenza y la sensación de agrado.
– Bueno, pues hasta mañana entonces – me dijo. – Hasta mañana, si aguanto – bromee, y me despedí mientras llamaba a otro paciente.
Mientras paseaba hacia mi casa no podía borrar la extraña sonrisa que llevaba dibujada en la cara. Su olor se me había quedado clavado, y sin darme cuenta empecé a fantasear con su cuerpo desnudo bajo la bata blanca de rigor. Aquel cuello moreno que dibujaba su desnudez daba pie a la fantasía y me alegré de llevar vaqueros aquel día, teniendo en cuenta la erección que llevaba por la calle.
Durante los días siguientes no podía quitármela de la cabeza, y cada vez que tenía que acudir me arreglaba con esmero para causar sensación. El tercer día fui el último, y cuando me tocó el turno ya estaban las luces del consultorio semi apagadas. Volvimos a repetir la mecánica, pero ella era en verdad muy profesional, así que me desesperaba en cierta forma no saber por donde entrar. – Como va la lesión – me preguntó mientras se quitaba la bata y comenzaba a recogerlo todo. – Ya voy mejor, no era para tantas inyecciones, pero los médicos sabrán – le contesté mientras me abrochaba el pantalón. – ¿No tendrás queja, verdad? – me preguntó – para nada, lo mejor de ponerme las inyecciones, es la practicante – bromee, lo cual pareció agradarla – mira, eso no me lo ha dicho nadie – sonrió.
Para entonces había copiado en mi mente aquellas piernas que se dibujaban finas hasta su cintura y que mi vista perdía en las rodillas. Llevaba una camisa blanca que dejaba entrever la divisoria de su ropa interior en determinados momentos con el descuido del paso de las horas. Era una persona de corte conservador, no había duda, pero tenía su encanto, y mientras cerraba me hice un poco el tonto dándole conversación. Cerró el consultorio y salimos en la misma dirección, – ¿Vives por aquí? -Le dije, – no, cojo el autobús en aquella parada – y señaló a lo lejos. Estaba de suerte, estaba debajo de mi casa y así se lo hice saber -, pues nada te acompaño, yo vivo en el portal del lado -, muy bien., así llevo escolta bromeó.
De este modo me las arreglé para acudir siempre el último al consultorio, y así pude enterarme de que se había divorciado hacía dos años, tenía dos hijos, y en efecto era una mujer de corte conservador. A medida que pasaron esos días me sentía más deseoso de llegar a desnudarla en la misma consulta, pero ella se mostraba muy profesional. El último día
sentí una erección tremenda mientras me acariciaba con el algodón y sentía el tacto de su mano, la imaginaba alargando sus manos por detrás hasta mi aparatillo, masajeando, dándome la vuelta y abriendo la blusa ante mis ojos, pero nada pasó. No podía más, y dada mi recuperación y que era el último día en que volvería a verla, de camino hacia la parada, se me ocurrió invitarla a cenar – Ya que has contribuido a mi curación, me encantaría invitarte a un café, que te parece – le dije. No vamos a ser tontos, no sabía disimular con una mujer, y ella me notó el deseo en los ojos. Me relajé cuando me aceptó la invitación, y subimos a mi apartamento.
Mientras le enseñaba la casa, se detuvo en mi colección de música, al parecer le gustaba mucho, y enseguida pasamos a la cocina para picar algo. Su presencia en aquella cocina la hacía más poderosa y no pude aguantar, – me has gustado desde que te vi, el primer día – la miré a los ojos. Dejó el cuchillo con el que me estaba ayudando, encima de la mesa y se me quedó mirando escrutadora. Al menos había soltado el cuchillo, pensé. – Hasta donde estas dispuesto a llegar – me contestó sonriendo – , dímelo tú – y me acerqué hasta su boca, bajando lentamente mi cuello, hacia ella. Tenía unos labios finos, que cobraron grosor al abrirse entre los míos. Me abrazó por encima de los hombros mientras pasaba mi lengua tímidamente por su labio inferior, hasta que sentí la humedad de su lengua, buscando. Al roce el fragor aumentaba y disminuía temporalmente, y su olor me invadía a medida que dejaba caer mis manos por su espalda. Alzó su cuello, mientras me perdía poco a poco por su garganta sintiendo traguitos de nerviosismo y deseo, y por primera vez noté el candor de sus pechos. Había bajado poco a poco y mientras mi mano izquierda le acariciaba el pecho, la derecha había bajado el top rojo que dejó su pezón derecho completamente erecto ante mi. Recorrí su aureola ejerciendo la suficiente presión antes de comenzar a succionar, y de inmediato pasé al izquierdo. Se había desprendido del top con rapidez y ahora era ella la que cerraba sus manos sobre mi espalda, intentando despojarme de la camisa. Así lo hizo y me devolvió las caricias sobre los míos, deseosa, bajando con su lengua hasta el ombligo, trazando círculos. Estaba totalmente mojado, se me quedó mirando hacia arriba y liberó mi miembro, bajando los pantalones que tanto había visto bajar. Me acarició el culo con sus manos, apretando, y comenzó a pasar su lengua por mis muslos hasta llegar al aparatillo que por aquel entonces se enardecía con cada pasada de lengua cercana. Abrió la boca y comenzó a acercarla hasta que cerró los labios sobre la punta, comenzando a moverse con deseo. Era conservadora pero sabía lo que hacía. La metía casi hasta la garganta y la dejaba salir despacio, saboreándola, y la notaba crecer a cada oleada.
Las piernas me flojeaban y justo cuando se la introducía de nuevo me fui en su boca sin poder evitarlo. No notó mucha diferencia, el líquido pre seminal había sido abundante, pero me sorprendió cuando se levantó y me besó, introduciéndome la viscosa lengua en la boca y probando, como en pocas ocasiones mi propia semilla. La tomé por los glúteos y los cerró sobre mi cintura. Era pequeña, así que pude llevarla con facilidad y lentamente hasta mi cuarto. Caímos juntos, sobre la cama y comencé a lamerle los pezones, besándola suavemente por la parte interior de los brazos hasta llegar a ellos, bajando por su vientre. Le desprendí su falda y sus braguitas blancas transparentaban una mata de pelo cuidado y mojado. Llevaba tiempo sin sexo, se notaba, y comencé a mezclar mi saliva con el sabor de sus braguitas, hundiendo la línea que había formado con ellas entre su rajita hermosa. Gemía de satisfacción y la abandoné para bajar hasta sus pies, introduciéndome sus dedos en la boca, acariciándolos con la lengua hasta estremecerla mientras acariciaba la parte interna de sus muslos. Me arrojé sobre ella con delicadeza tras quitarle las braguitas y comencé a chuparla en su zona juguetona, arqueó el cuerpo y me agarró del pelo, restregándose contra mi lengua mientras gemía, unas pequeñas sacudidas comenzaron a decirme que todo iba bien – ven aquí – me dijo, y me levantó
; la cara con cierta presión, llevándome hasta sus labios para besarla mientras mi pene se rozaba por primera vez con la humedad de su conejito, entré fácilmente, con un gemido compartido, sintiendo sus manos en mis glúteos, empujando, veinte o veinticinco sacudidas, dejando escapar gemidos entrecortados con pequeños muerdos y lametones, y finalmente arrojándome sobre ella, oprimiéndome contra su pecho, respirando juntos.
Nos relajamos, besándonos, sintiendo nuestras pieles, buscando nuestros puntos, conociéndonos toda la noche. En dos ocasiones, busqué su agujerito trasero con los dedos, pero huía, y pareció molestarse incluso. Al fin y al cabo, me pareció que le costaba dar el paso. Hablamos de las relaciones de fututo, no quería prisas pero quería algo estable, no entendía mis planteamientos algo más liberales. De cualquier forma seguimos viéndonos cada noche, y decidí pasar un fin de semana con ella en Almería. Y la invité.
Mientras, Carolina seguía escribiéndose conmigo, nos seguíamos calentando juntos por el chat, y no había olvidado mi affair con ella y su amiga Elena. Se me ocurrió un nuevo encuentro. A Carolina le parecía atractiva la idea de volver a quedar pero mucho más si yo iba acompañado. Le comenté que Marisa era conservadora y que no creía que funcionara, pero en fin, quedamos en una urbanización de apartamentos alquilados junto al mar. Cada cual iría por su cuenta.
Allí estábamos Marisa y yo, disfrutando de nuestra todavía tórrida relación, tomando un Helado en la piscina en este veranillo de San Miguel, cuando vi aparecer a Elena y Carolina en bikini y bañador, dirigiéndose hacia nosotros con disimulo. Se sentaron en unas hamacas cercanas, y al rato se acercó una muchacha de unos 18 años y también se sentó a su lado. Parecía conocerlas, pero aquello no me lo habían comentado. La muchacha era rubita, tenía una piel blanca, con unos lunares muy sensuales en un costado, y tenía unos pechos pequeños pero muy firmes. Elena y Carolina comenzaron a darse crema mutuamente, y al rato entablaron conversación con nosotros, preguntando que de donde éramos y las cosas típicas. A Carolina se le hacía la boca agua con Marisa, y Elena no le iba a la zaga, pero yo no podía apartar la vista de Cecilia, la chica de 18 años que así se llamaba.
Como subía la temperatura cuando Elena y Cecilia se despojaron del bikini, preferí darme un chapuzón, y Marisa me siguió enseguida. Ella no hacía top less, pero le había molestado en parte mis miradas, por lo que a la menor ocasión se me acercó nadando, se me agarró al cuello con una mano y con la otra me acarició el bañador comprobando mi erección. – Ya decía yo – profirió – menudo elemento estas hecho. – Vamos a casa, que esto no puede ir a más – – No te dejo con estas ni loca – sonrió, – que boba eres, y la besé con pasión ante la mirada de las demás, apretando su culito respingón. – Tengo un regalo para ti – vámonos.
Nos despedimos, y di de señas a Carolina. Elena me guiñó un ojo, y así llegamos al apartamento, eran las doce y media de la mañana, hacía calor, y nada más entrar me situé detrás de Marisa, y comencé a besarla el cuello, acariciándole las tetitas como a ella le gustaba. Restregaba su culito contra mi, y yo me apartaba – cierra los ojos – le susurré. Le vendé los ojos con un pañuelo azul oscuro y pareció gustarle el juego. La desnudaba despacio, recorriendo todos sus puntos, demorando la espera sobre los importantes, y estando completamente desnuda la llevé a la cama. La até suavemente las muñecas con la misma sábana, y mientras acariciaba con mi lengua sus muslos internos, hice lo propio con los pies. Estaba muy mojada cuando soltaba mi respiración ante su vulva. Llamaron a la puerta, era la mecánica de Elena. Me disculpé y le dije que volvía en un minuto. Allí estaban Elena, Cecilia, Carolina, y un joven de unos 20 años que debía tener algo que ver con Cecilia. La presencia del muchacho me incomodó, pero no dije nada cuando Carolina se acercó a mi, y me acarició el aparato totalmente aprisionado en los vaqueros diciendo en voz baja – a ver como te portas hoy, campeón – Empezaba a ser una frase típica.
Elena se deslizó la primera hacia la
habitación en presencia de todos, y acercó su cara sigilosa hasta el coñito húmedo de María. – Ya estoy aquí – le dije, y Elena comenzó a chupar como solo ella sabía. Marisa comenzó a temblar, sus piernas se movían como gelatina entre suspiros, y cuando llegaba al clímax, Elena paró. – No pares, no pares – decía, y me acerqué a ella y le metí la lengua en la boca, susurrando – tengo una sorpresa, al tiempo que Elena comenzó a lamer otra vez, introduciendo dos dedos en la vagina de Marisa. Gemía y Gemía y no parecía importarle quien le estaba lamiendo mientras yo la besaba y como no se quejaba, Carolina y Cecilia, empezaron a lamerle un pezón cada una, mientras el pobre muchacho, -Javier se llamaba-, empezaba a hacerse la paja de su vida.
Marisa gritaba ahora de gusto al sentirse prisionera y lamida en todos sus puntos erógenos, y se fue en múltiples ocasiones, mientras me agarraba el miembro frotando con tanta fuerza que a veces me hacía murmurar de dolor.
Cuando acabó todo me pidió que le retirase la venda y cuando vio aquellas mujeres allí se quedó muda, me miró y me dijo,- no me ha gustado lo que has hecho, pero gracias -, todos sonreímos, y me acerqué para besarla. ¿Quieres seguir ? – le dije, – sí, respondió – pues de momento no te desato eh – y me bajé los pantalones dejando mi cuerpo totalmente desnudo. Carolina y Elena se fueron a por Javier, que aún en su juventud pedía guerra, y comenzaron a frotarse y restregarse ante la mirada ansiosa de Marisa. Se movía pero no podía liberarse, y mientras yo me acerqué a Cecilia que se masturbaba suavemente en un sillón. Me arrodillé ante ella y comencé a lamerle su juventud, hasta oírla gemir, la acariciaba sus pechos duros, unos pezones elevados hacia arriba, apuntando a Elena que de enseguida nos dio cobertura. La tumbamos en el suelo, y Carolina se instaló sobre ella de modo que Cecilia le lamiera su conejito, mientras Elena repetía la operación con el de Cecilia. Me instale tras el culo de Elena y se la introduje por detrás, Marisa se retorcía de placer esperando su turno, no se percató de que Javier había quedado libre y se instaló entre sus piernas con rapidez, empujando. Marisa gritó cuando se la introdujo, Javier gemía y todos lo pasábamos en grande. – Más, Más, pedía Marisa, con tanta efusividad que llegué a sentirme incómodo, por lo que empujaba más y más el culito de Elena. Todos nos fuimos, uno detrás de otro, mis manos acariciaban desde atrás los pezoncitos morenos de Elena, y Cecilia y Elena se esforzaban con los lametones. Javier se fue encima de Marisa que tenía los ojos en blanco y movía la cabeza a cada gemido. Era un gran miembro, no lo discuto.
Nos adecentamos todos un poco, pero Marisa me sorprendía, se había soltado totalmente, y pidió que la liberásemos. Así fue. Se dirigió hacia Carolina y para mi sorpresa comenzó a besarla mientras le acariciaba sus enormes pechos, Elena se acercó por detrás, y metió su mano en la entrepierna de Marisa y Cecilia se incorporó magreandola sin pudor. Javier y yo aún estábamos exhaustos pero aquello no tardó en ponernos a tono, era cuestión de esperar. Marisa se dirigió entonces hacia Cecilia, podía ser su hija pero comenzó a comerle los pezones con esmero, y en un segundo Elena le introdujo su dedo corazón por el ano. Aquello pensé que no gustaría a Marisa, por mis experiencias con ella, pero estaba lanzada y se dejó hacer, mientras Carolina le tocaba los pechos. Ella se restregaba y gemía, cuando Elena sacó un consolador y sin apenas interrupción, aprovechando la humedad, se lo introdujo lentamente en su pequeño orificio, lo que hizo apretar sus labios contra los pequeños pechos de Cecilia.
Nosotros estábamos a punto, y con un gesto a Carolina, tumbaron a Marisa en la cama sobre Elena. Pechos con pechos se frotaban sin pudor alguno. Cuando levanté la cintura de Marisa, Elena se colocó un cinturón con un pene, y Marisa se dejó caer sobre él, comenzando a moverse. No lo dudé, introduje mi miembro por detrás, apretándome contra ella, y comenzó a gritar de nuevo, entrecortadamente. Javier se acercó a ella, y al girar su boca, encontró el miembro chorreando del chico, y se lo llevó a la boca. Podía sentir el tacto del consolador por las parede
s de Marisa. Y de nuevo nos fuimos enseguida, corriéndome en su culito. Marisa se echó en la cama desmadejada. Había superado sus complejos de golpe. Carolina jugaba con Cecilia, y acudieron a limpiarnos los miembros, mientras Elena que no dejaba una, se había instalado sobre Marisa sin dejar de acariciarla y besarla. Mientras Carolina masajeaba con sus pechos el pene de Javier, yo disfrutaba de los labios de Cecilia sobre el mío, y enseguida recuperé la fuerza. Me tumbé en la cama y entre las caricias de Elena y Marisa, Cecilia me rompió literalmente moviendo su juventud ante mi mirada atónita. Acariciaba su piel blanca sus lunares, pellizcando sus pezoncitos rosados, introduciendo mis dedos en su boca esquiva. Ella se movía y notaba la caída de sus glúteos sobre mis piernas a cada sacudida. Nos besábamos y empezaba de nuevo el ritual, así veinte o treinta veces, hasta que le introduje mi dedo corazón por detrás y gimiendo, dejándose llevar, cayó con sus pechos sobre el mío con sonrisa entrecortada de sonrojo.
Aquel fin de semana lo pasamos juntos y seguro que todos deseamos volver a hacerlo. Marisa, ha dejado de ser tan conservadora, y desde luego yo estoy encantado.
Saludos lectores, espero vuestra visita y comentarios. Saludos a Pilar que pidió continuación. Hasta pronto.
Autor: Ingenuodoble
ingenuodoble ( arroba ) yahoo.es