Había pasado aproximadamente una hora desde que me había cogido a la señora de la casa dentro de la bañera. No dejaba de pensar con preocupación en la que me metería si quedaba embarazada de mí. ¡Carajo! Yo, siendo un joven de 20 años, ¿cómo podría mantener a esa rubia tan excitante con lo que ganaba? Todavía me costaba trabajo darme a la idea de que su vagina ya la había explorado, algo que en principio me hubiera parecido imposible. Mujeres como ella por lo regular siempre buscan a hombres con dinero que las pueden complacer en cuanto a lujos…, pero en la pasión son peores que aprendices. Yo no me considero un maestro en la materia, pero mi imaginación vuela tanto que a veces me da miedo pensar en cosas tan enfermizas y sucias. También se lo debo gracias a mi querida compañera de preparatoria; mi querida Frida, aquella que me hizo explorar los límites más asquerosos y enfermizos del sexo. Ella me hizo conocer esos territorios que muchos (o por lo menos que estén sanos) no se atreven a explorar por lo repugnantes que son… Pero bueno, esa ya será otra historia que contaré en un futuro. Como iba diciendo, la señora andaba por toda la casa completamente desnuda y tarareando canciones que nunca logré reconocer. A pesar de sus 40 años su cuerpo no tenía arrugas ni sus piernas se veían con celulitis, sin mencionar de que eran muy largas y carnosas. Su piel blanca y bronceada se le veía en condiciones perfectas e incluso aparentaba menos edad. Era muy alta; estimo que medía como 1.79. Yo mido 1.83 y la verdad es que no se notaba mucho la diferencia. Mientras seguía exhibiéndose, sólo trataba de seguir con lo mío pero cada vez era más difícil al verle su enorme culo y sus pechos rebotando al dar simples pasos. A lo lejos se lograba ver muy bien el pequeño triángulo de vello púbico que le hice en el pubis, ¡y vaya que le gustaba!
No dejaba de verse el triángulo ni de frotarlo con sus dedos, incluso abría las piernas y simulaba estar siendo penetrada. «¿Dónde aprendiste a depilar así?», me preguntó. Yo con toda la calma del mundo le conté la historia de Lilith Lust (actriz porno) y sólo así pudo entenderme. Nunca había hecho una revelación como esa, por lo que también aproveché para decirle que me recordaba un poco a Puma Swede (actriz porno) y era algo cierto. Le daba un parecido por el cabello rubio y por los pechos. Ella al escuchar eso soltó una risa y se sintió halagada. También me dijo algo muy interesante: me dijo que cuando me vio por primera vez supo que por fin iba a poder librar ese placer que su esposo se había encargado de contener gracias a golpes y peleas que constantemente tenían. Su esposo era dueño de una empresa muy importante de viajes sólo en el país y que debido a su trabajo siempre llegaba cansado y jamás tenía ganas de estar con ella. Debido a eso recurrió al plan más confiable de las mujeres: la masturbación, pero ni un pene de plástico podía tenerla tranquila aunque su vagina babeara de excitación. Además su esposo era todo un idiota en la cama lleno de tabúes. Al tipo de daba asco el sexo anal; decía que el ano sólo era una parte del cuerpo hecha para expulsar desechos desagradables del cuerpo, por lo que nunca cumplía la fantasía de Anabelia; también masturbar con su lengua la vagina era algo que odiaba y le repugnaba, ya que según él, por la vagina se orinaba y la boca no tenía nada que hacer ahí abajo. La señora Anabelia también me reveló que el miembro de su esposo era pequeño y sin casi virilidad. Dice que las pocas veces que habían tenido sexo él jamás le lamía el cuerpo o dejaba que lo sujetara con las piernas. Era muy explosivo cuando ella empezaba a gemir. Cada vez que empezaba a gemir la callaba diciéndole que sólo las putas lo hacían. Después me contó la vez que la golpeó sólo por haberle querido hacer sexo oral mientras dormía. La abofeteó e hizo que su nariz sangrara y le dijo que jamás lo volviera siquiera a pensar. La siguiente vez que la golpeó fue cuando ella intentó tener sexo con él en la cocina; de igual manera la cacheteó y le dijo que la mesa era sagrada y no se le tenía que faltar al respeto de esa manera tan cínica.
Sí que su vida era muy dura estando con un hombre muy conservador, después de todo, ella era una adicta al sexo. Con el paso de los años fue perdiendo esa sensibilidad e iba desconociendo lo que era ser cogida con fuerza. Incluso pensaba en contratar prostitutos pero jamás lo hizo por miedo a alguna enfermedad. Hasta ya había pensado en el divorcio, pero teniendo todo tipo de lujos junto a él, no lo haría. Me lo contó con lágrimas en los ojos y yo desde luego que la entendí. «¿Me crees una puta sólo por querer tener sexo desenfrenado? ¿Soy puta por haber desquitado toda mi pasión reprimida contigo, sabiendo que podrías ser mi hijo? Lo siento en verdad. Lamento haberme comportado así. Tú mereces a una chica que sea de tu edad, no una aprovechada abusiva como yo. Lo siento«. Estaba por irse a su cuarto; no paraba de llorar. «Iré a vestirme. Me siento ridícula, desnuda frente a ti» . La detuve por sus caderas bien acentuadas, me acerqué a ella y le dije algo que siempre había querido decir: «La complaceré en todo lo que deseé». De sus ojos desaparecieron las lágrimas y una sonrisa tan repentina iluminó su hermoso rostro. Ahora por fin había entendido por qué en el primer encuentro prefirió que la masturbara, por fin había entendido por qué me había envuelto con sus piernas y por qué en vez de gemir gritaba como una loca… porque llevaba años sin hacerlo.
Me abrazó y empezó a besarme lentamente, con sus manos empezaba a desabrocharme el pantalón. Yo no despegaba mis palmas de sus nalgas. Me quitó los calzones y con su lengua retiró el semen que me escurría, se puso nuevamente de pie y con todo cuidado, le metí mi verga. Su vagina ardía tanto como en la bañera. En eso le tomé su pierna derecha y la subí tanto como mi fuerza me lo permitió; lo hice con el único fin de que sólo quedara apoyada en una pierna y así mi pene pudiera entrar y salir con más rapidez. Su vagina era carnosa y bastante flexible ante mis penetradas y algo que me agradaba era que no tardaba mucho en mojarse. Su pierna era algo pesada al sólo tenerla sujetada con una mano, sin embargo el placer que sus expresiones reflejaban al igual que sus constantes «Ahh, ahh», me hacían olvidar todo tipo de cansancio. Luego de medio minuto de estar cogiendo parados, la señora me ordenó que me acostara en la alfombra de la sala y así lo hice. Con la verga erecta y palpitante me acosté en la alfombra y ella lentamente fue caminando hasta mí. Luego de tenerme tirado tal y como quería se fue agachando lentamente hasta mi pene. «Esta vez va a ser diferente por lo que cumplirás con una de las fantasías que he tenido desde que era adolescente. No va a ser mi vagina, sino que ahora disfrutarás de mi culo ¿Te gusta mi culo?¿No te da asco saber que por este hoyito expulso todo lo que consumo?«, me preguntó. Yo desde luego que le dije que no había ningún problema con eso. Fue así como agarró mi pene, le escupió varias veces y lentamente lo colocó en su ano, todo con tal de que al momento que se fuera sentando, más se fuera metiendo hasta el fondo. Su ano era muy estrecho, tanto que me lastimó un poco cuando iba entrando más y más. A Anabelia también parecía dolerle mucho más que a mí, pero su dolor lo contuvo para poder empezar a brincar. Teniendo mi pene dentro de su culo, mis manos se encontraban ocupadas con sus tetas y a ratos con su vagina. Estando dentro, sentía cómo sus nalgas se contraían por el dolor que le generaba, pero que trataba de evitar con tal de que su fantasía pudiera hacerse realidad. Si hay algo que me encantaba mucho de ella era la forma en que movía sus caderas cuando brincaba. Lo hacía con gracia, como su estuviera bailando y sus nalgas rebotaban como gelatinas. Su culo se fue sintiendo más y más caliente; quiero pensar que era por alguna que otra flatulencia sofocada. No dejaba de sonreírme y verme con aire de agradecimiento. Seguimos y seguimos hasta que el tiempo se convirtió en algo desconocido para ambos. Su ano ardía y abrasaba mi pene en cada sentón que me daba. Llegó un momento en que lo estrecho de su cavidad anal desapareció y se volvió más flexible para mi pene; ya no sentía dolor por lo estrecho que estaba; era como si sus nalgas hubieran dejado de contraerse después de acostumbrarse de varias fuertes penetradas… De sólo recordar su cara lujuriosa y de cómo sacaba la lengua para babearme el pecho, hacía que me pusiera más rudo…
Cuando estuve seguro que su excitación ya no tenía un límite y que estaba entregada a sus orgasmos, le apliqué una clásica que mi gran amiga Frida me enseñó en la preparatoria. Una técnica que volvería loca a mi señora. Gracias, Frida
Sus sentones en mi verga no paraban. Cuando lo creí conveniente, detuve sus movimientos sujetándola de las caderas. Ella me miró como si le hubiera hecho algo malo. Ya no la dejé brincar más, sólo la mantuve con mi verga hasta el fondo. Me resultó tierno su cara de dolor que aún sentía. «¿Qué haces?», me preguntó. «Sólo voy a divertirme un poco con su ano», le respondí sin liberarla. Y fui yo quien ahora empezó a mover sus caderas como un loco imparable. Los ojos de Anabelia se abrieron tanto como pudieron y sus labios dibujaron una «O». Comenzó a gemir como bien sabía, mientras, yo le daba fuertes penetradas con tal de que mi verga entrara lo más que pudiera. «¡Para! Así no puedo», me suplicaba… pero por supuesto que la ignoré. Mientras le desgarraba el ano, mis dedos se extendían por su hermosa y madura panocha. Trataba de masturbarla, ¡pero no picándola como teclas de teléfono!, sino de una manera suave y delicada. Le sobaba el clítoris con mi pulgar y con el resto de amasaba los labios vaginales. Ahora ella estaba perdida de placer; hasta podría volverse loca. Sus tetas subían y bajaban, subían y bajaban; mis ojos seguían su rebote sin perder detalle. «¡No pares!», me gritó. Había logrado el máximo orgasmo. Después de habérmelo dicho, unió su mano con las mías y también se comenzó a masturbar. No paré ni bajé la fuerza con la que mi pene entraba… «¡No!», gritó y en eso, al ya no contenerse más, se corrió. Un fuerte chorro incoloro y sin sabor (al menos no le encontré) salió expulsado de su vagina y se regó por mi pecho y salpicó un poco mi cara. Mi señora temblaba como si la hubiera mojado con agua helada. Estaba colorada y no despegaba la mano de su vagina.
Y tal vez se estén preguntando: ¿Esa era la técnica enseñada por Frida? La verdad no. La técnica apenas la iba a ejecutar.
Me puse de pie; Anabelia lo hizo con un poco de trabajo. Una vez parado, me recargué en el filo del respaldo del sofá, tomé por las caderas a mi rubia señora y nuevamente metí (sin tanto esfuerzo) mi verga en su ano. Ella estaba dispuesta a cualquier cosa, así que empecé con movimientos suaves. Luego le pedí que, teniendo mi pene dentro, abriera las piernas. Lo hizo. Al ella abrir sus piernas, yo detuve mis penetradas y sólo se la dejé metida… para así empezarla a masturbar de la forma más violenta y despiadada posible. Le metía mis dedos fuertemente, éstos salían empapados; le frotaba el clítoris, haciendo que expulsara leves chorros; teniendo mis dedos adentro, le recorría su vagina en círculos, y así hasta que todo lo repetía… El chiste de la técnica era que Anabelia se sintiera penetrada por todos lados sin parar. Mi señora estaba roja como la cabeza de mi pene y gritaba como sólo ella sabía. Empezó a eyacular nuevamente con fuerza. Su excitación era tanto por mi pene en su ano como mi dedos en su panocha. Mis manos empezaron a mojarse de su fuerte chorro… ¡Y fue ahí donde tuvo el orgasmo más fuerte de su vida!
Después de aquella corrida, ella prefirió volver al suelo y obedecí. Sorprendentemente aún tuvo ganas de hacerme eyacular.
Cuando sus brincos empezaron a hacerse más frenéticos fue entonces que me preparé para eyacular, más aún porque ella, al ya sentirse muy excitada y con múltiples orgasmos, no dejaba de decirme: «Eso es. Métemela por el culo. Eso es. Desgárrame las tripas y eyacula tan fuerte hasta que me hagas vomitar tu semen por la boca«. No me contuve más y rocié todo mi esperma en su ano. Cuando ella sintió mi ardiente semen en su culo, tembló de placer y movió las caderas sin sacarse mi miembro con tal de que escupiera hasta la última gota. Luego de estar sentada un rato en mi verga, se puso de pie y fue tan hermoso ver cómo mi esperma se le salía de entre sus nalgas y le escurría por los muslos y goteaba. Anabelia también contempló ese acto y no tardó en meterse el dedo medio en el culo y luego chuparlo con un poco de semen fresco. Al darse la vuelta me quedé sin palabras: su ano estaba tan abierto que parecía un abismo del cual aún se desbordaban pequeñas cascadas de semen (de su culo escurría mi semen pero no de una forma tan exagerada). La alfombra quedó manchada y más tarde fui yo quien se encargó de limpiarla mientras que ella reposaba en el sofá completamente desnuda con las piernas cruzadas y jugando con sus pezones. «Gracias», me dijo y de nuevo le respondí: «por nada». Era interesante escuchar cómo me agradecía.