Una tímida novia le da a su nuevo esposo un regalo muy especial, su virginidad anal.
Cuando Diana se levantó el velo, pensé que el corazón me iba a explotar. ¿Podía ser verdad que esta mujer –este ángel- hubiera aceptado ser mi esposa? Tragué saliva y dirigí una mirada hacia atrás, a lo largo del pasillo. Los bancos de la iglesia estaban llenos con nuestros amigos, la familia, toda clase de conocidos y contactos de negocios a quienes uno está obligado a invitar a los eventos mas importantes de nuestra vida.
La suave luz del sol fluía a través de los vitrales, dándole al interior una fosforescencia mágica. Yo era en ese momento el hombre más feliz del mundo, y no niego que aun en este lugar tan sagrado yo tuviera la polla tan prensada pensando en lo que me iba a follar esa noche de bodas.
La ceremonia transcurrió con un día nublado, había niebla, y se tuvo que suspender el banquete, como Diana siempre lo llamaba cuando planificábamos, y hasta lo escribía exageradamente. Era como si la glotonería y los excesos de la celebración fueran las indulgencias que había que pagar por los pecados que íbamos a cometer en la cama esa noche. Ambos comimos poco, no bebimos tanto, porque no deseábamos que nuestros sentidos estuvieran aturdidos, dormidos, y todo se volviera monotonía tediosa cuando llegara el gran evento: la follada de mi nueva esposa.
Todo comenzó cuando discutíamos sobre el vestido que usaría en la noche de boda, y este acontecimiento era apenas un plan de lo que se iba a hacer, cuya lista ella escribió en un papel de dibujo.
Ninguno de los dos era virgen, ni siquiera en la imaginación, pero era el sueño de Diana gozar de su vestido de bodas blanco -un color que ella prefería- el color que tendría el derecho a usar, según su razonamiento, porque iba a dejar su «virginidad» en la noche de boda.
Finalmente, después de lo que parecieron horas, tuvimos nuestras excusas, después de bailar el vals en el centro de la sala cuando nos tocó el turno, para retirarnos a la lujosa suite del hotel que yo había reservado para los dos.
Apenas habíamos pasado por la puerta y ya nos estábamos besando, la urgencia nos quemaba, y caímos en los brazos de cada uno por tanto deseo. De repente, Diana interrumpió el beso y me miró con una codicia insaciable, voraz.
–Desnúdate- me ordenó simplemente.
-¿Y tú también?- le susurré, pero ella movió la cabeza negativamente.
-Quiero que me folles con el vestido puesto- susurró, y sonrió dándome una respuesta, y comenzó a aflojarme el traje inmediatamente. En un momento estuve desnudo, y Diana me vio el cuerpo con deseo, se mordía su sensual labio inferior. Nos besamos de nuevo y nuestras calientes, audaces y atrevidas lenguas se probaban entre si como si fuera la primera vez que nos besáramos. Sus uñas me dejaron unos rasguños blancos sobre la espalda cuando la sostuve apretadamente y exploré su cuerpo por debajo del vestido. Por fin, terminamos de besarnos, y nos quedamos apretándonos entre si. El aire estaba lleno, como cargado por tanta emoción.
-Déjame ver tu culo- gemí, mi aliento tibio contra sus labios. Ella sonrió con malicia, y se dio la vuelta, levantando su vestido para mostrarme la parte trasera de sus panty medias, una suave y cremosa carne mas arriba y, finalmente, su bello y redondeado trasero. Mi corazón comenzó a latirme, me incliné hacia delante y le quité las pantaletas, dejando al descubierto el comienzo, opaco, redondeado, de un enchufe color carne que yo le había metido en el culo temprano por la mañana antes de la boda. El saber que este malvado juguetito ya le había estado estirando, agrandando el ano, su anillo, durante el transcurso de la ceremonia, me tenía torturado divinamente. Había pasado todo el día pensando en esto.
Me arrodillé detrás de ella, coloqué una mano sobre sus caderas para sostenerla fijamente, y no se moviera. Lentamente le saqué el corto enchufe de cuatro pulgadas de grueso, duro, de plástico, se lo retiré suavemente de la abertura, un resbaloso hueco. Ella trataba de respirar, como buscando aire, suavemente, y sus rodillas temblaron cuando finalmente aflojó el cuerpo al terminar yo de sacarle el aparato.
Se podía oler un perfume muy fuerte; era el olor de su cuca debido a su excitación, que llenaba el aire reposado, tranquilo, de la suite.
-Ay, Dios… – susurró. –Mi esposo, querido esposo, mi amor. Quiero que me lo metas. Estoy tan… mi amor, me siento vacía porque no me lo has metido.
Apreté el tubo con la crema para que saliera bastante lubricante y lo coloqué en mi mano, me lo apliqué con un masaje en el duro pene como riel de ferrocarril, mientras restregaba el culo de Diana con unos golpecitos suaves, dándoselos, enérgicamente. Al meterle el dedo esto solo parecía alimentar su deseo, su deseo anal.
-Nunca lo he hecho, nunca por allí. Serás el primero, mi esposo, mi amor, ah!- Murmuró amorosamente cuando la punta húmeda de mi grueso huevo sin circuncisión presionó contra su brillante y bien abierto ano. Intenté mantenerlo allí, juro que yo quería torturarla de la misma forma que ella me había torturado a mi durante todo el día, y no tuve fuerza de voluntad para impedir hacerle esta maldad. Con un suave y fácil movimiento presioné cada resbalosa pulgada de mi gordo huevo dentro de su apretado y caliente hueco del culo, con energía, con ánimo. Aquel era un hueco virgen con gran deseo de ser cogido ya mismo. Ella se movió hacia delante, luego se echó para atrás con fuerza, para apretar o presionar su culo contra mi; mis bolas sonaban suavemente contra la mojada cuca: -slap, slap, slap!! La sensación de ser penetrarla, enterrarle el huevo a mi recién casada novia virgen era un sueño -y cuando ella apretó duro contra mi –al empujar su culo hacia atrás para que se lo terminara de meter- gimió en voz baja, sus ojos se le pusieron blancos y se les voltearon, con mi lengua mojada y suave sobre sus labios: supe que a Diana le estaba gustando igual que a mi.
Fue imposible controlarme. Apreté los dientes y luché por la necesidad que tenía de acabar, pero pude darle media docena de metidas profundas y fuertes, y cada metida hacía que ella temblara y buscara aire, pero yo ya había terminado, porque un chorro de leche cremosa salió disparado de la punta de mi pene, para bombeárselo bien adentro de sus entrañas, llenándola con mi esencia.
-¡Mas, -gemía -dámelo todo!!
Otro grueso chorro de leche la inundó por dentro, y se lo saqué, cayendo mi huevo desde su hueco que ya tenía espasmos, como vibraciones y palpitaciones que se le notaban, cuando ella alcanzó su primer orgasmo de mujer casada. Caí de rodillas detrás de ella, mis dedos buscaban su cuca, y con la mano que me quedaba libre agarré el consolador que le había sacado, y había botado quedando sobre la gruesa alfombra, se lo metí dentro del hueco del culo lleno de leche, y la empecé a bombear adentro y afuera mientras le acariciaba el clítoris y le besaba las inmaculadas, perfectas y suaves carnes de sus nalgas.
Las rodillas le temblaban y su respiración se puso agitada, gemía tratando de respirar. Luego, mi ángel tuvo bellamente su orgasmo, echó su culo hacia atrás con fuerza para sentir mi huevo, y por cada nuevo empuje que daba le salían enormes glóbulos de leche del ano, que caían sobre la costosa alfombra, de las mas finas.
Siguió gimiendo y temblando; buscaba aire y de su boca salían unos sonidos raros; gritó y dijo malas palabras, groserías, hasta finalmente caer cansada, repleta y saciada, sobre la gruesa alfombra. Su vestido era un verdadero desorden, su piel perfecta brillaba por el sudor. Yo me acosté a su lado y la sostuve apretadamente en mis brazos.