Lo dejó adentro de mí y me miró, yo estaba muy alterada, el corazón a mil y me dijo, tranquila, no te voy a hacer daño, me besó muy baboso y empezó a meterlo y sacarlo lentamente, sentí que me metía uno de sus dedos en el culo mientras me metía el pico cada vez más rápido y yo lo ayudaba con mis piernas abrazadas a su cuerpo, ahí tuve otro orgasmo mientras él seguía metiéndolo y sacándolo.
Mis primeras visitas al ginecólogo fueron a una de esas doctoras que tratan a las adolescentes hijas de gente con mucha plata, pero ahora a mis 25 años mis viejos ya no me pagan las consultas, por lo que tuve que buscarme un doctor más barato en uno de estos centros médicos de Mall, en los que las horas se piden por internet. Así que la primera vez que fui al nuevo doctor, busqué el que se acomodara a mi horario y sin saber con quién me iba a encontrar llegué a mi cita. Al entrar me encontré con alguien muy particular.
Era un hombre gordo, en sus cuarenta, un poco torpe, con mal vocabulario, tenía la cara y el pelo grasosos. Esto me puso nerviosa, era bastante repulsivo él como persona y la idea de que me tocara me incomodó. Le conté que quería hacerme un chequeo general de rutina y después de algunas preguntas sobre mi vida sexual me dijo que pasara al baño, me sacara la ropa y me pusiera la bata. Al salir del baño me hizo pasar a la famosa silla, esa donde se ponen las piernas abiertas para que te revisen toda. Me preguntó si estaba lista y al acercarse noté la expresión que trató de disimular.
Esa expresión de un hombre frustrado que mira a una mujer que nunca podría mirar en persona si no fuera por su profesión, una mujer que nunca se fijaría en él. Le dije que estaba muy nerviosa y él con una vos tiritona me dijo que no me preocupara. Me abrió la bata para revisar mis pechos, el roce de su mano gorda y caliente me erizó la piel, mientras me palpaba miraba hacia otro lado y en un momento vi que cerró los ojos y me puso su dedo pulgar sobre el pezón y lo acarició lentamente durante diez segundos, no más que eso.
Esto me pareció extraño. Me cerró la bata y vi cómo se dirigía al final de la silla, para revisarme abajo. Me dijo, tranquila, relájate, tomó mis piernas y las abrió, inmediatamente me abrió los labios y yo salté. Perdón, le dije, y me dijo nuevamente, tranquila, no pasa nada mientras introducía uno de sus dedos en mi vagina. Al sacarlo lo olió, y me dijo, pareciera estar todo bien y se puso un guante. ¿Me había metido su dedo sin guante? Esto me dio miedo, pero no quise darle más importancia, me hizo los exámenes y por primera vez no me dolió el “procedimiento”. Después de esto me vestí y me fui. Esa fue mi primera visita con este doctor.
Por alguna razón me acordaba cada cierto tiempo de la cara con que me miró, esa cara de viejo caliente y resignado, que da más pena que otra cosa, hasta que un día, harta de meterme con hombres en fiestas, que no tienen idea de nada, y de masturbarme en las noches sola, decidí volver a la consulta pero con otras intenciones.
Me vestí muy casual, nada muy producido, una blusa suelta abotonada, una falda ni muy corta ni muy larga y medias. Pero me puse una venda en el brazo derecho, para tenerlo lo más inmovilizado posible. Llegué a la hora indicada y entré. El doctor se acordaba perfecto de mí, o eso me hizo creer. Me preguntó por mi brazo y le dije que tenía una fractura de muñeca y tres dedos, que me lo había hecho en un choque en auto. Le dije que venía a un chequeo y me hizo pasar al baño a ponerme la bata. Entré, me miré al espejo, me arreglé un poco pelo y decidí llevar a cabo mi plan. Lo llamé al baño y le dije que si me podía ayudar a desvestirme, que el brazo me dolía mucho y prefería moverme lo menos posible, y en ese momento volví a ver la cara que no podía sacar de mi cabeza. Sí, me dijo, ni un problema. Con una risa nerviosa respiró hondo y empezó a desabotonarme la blusa, yo lo miraba fijamente. Muy suavemente me la sacó.
Me senté y me sacó las botas, después las medias, esto me tenía excitadísima, nuevamente me paré y me desabrochó la falda, sentía su aliento cerca, un aliento viciado y tibio. Me bajó la falda y de rodillas me bajó el calzón, lentamente y tocando toda mi pierna mientras lo bajaba. Se paró, me puso de espaldas hacia él y me desabrochó el sostén, muy cuidadosamente me lo sacó, sin tocarme casi. Me puso la bata y me dijo pasa a la silla. Sentí de nuevo cómo trataba de calmar su respiración y apenas empezó a palpar mis pechos le dije: Doctor me da mucha vergüenza decirle esto, pero creo que tengo un problema, creo que soy anorgásmica. Creo que nunca he tenido un orgasmo, me gustaría que usted me ayudara con esto. Obviamente esto era una gran mentira. Pero era la única manera de permitirle tocarme sin parecer una puta.
El doctor en silencio, dejó su mano inmóvil sobre una de mis pechugas, sentí cómo esa mano gorda empezaba a transpirar, fue hacia la puerta y la cerró con llave. Vino de nuevo hacia mi, directo al final de la silla y me dijo, tranquila. Tomó mis piernas, las abrió y se sentó. Yo alcanzaba a ver sólo su cara y no dejé de mirarlo en ningún momento. Me calentaba demasiado ver su nerviosismo, su ansiedad contenida, sus ojos que se cerraban y se abrían como no creyendo lo que le estaba pasando. Me abrió los labios muy suavemente y acercó su cara, podía sentir su respiración en mi vagina, mirándola muy de cerca comenzó a tocarme el clítoris en el punto preciso y yo salté, me empezaron a tiritar las piernas y me empecé a mojar entera. Tranquila me decía, mientras me metía el dedo de al medio lo más adentro posible, con el pulgar me acariciaba el clítoris y yo más caliente que nunca comencé a mover lentamente las caderas hacia delante y hacia atrás, él con la otra mano me tomó del poto y me ayudaba con este movimiento hasta que no me pude contener y empecé a jadear como ahogadamente, para que nadie me escuchara.
Ahí este viejo aprovechó de meterme el meñique en el culo, haciendo pequeños círculos, estaba a punto de correrme cuando él paró. Yo lo miré, roja de excitación y vi que me puso una mano con fuerza sobre la guata bien abajo, donde está el útero presionó, con la otra me abrazaba una pierna y me empezó a chupar, me comió de forma muy apretada, yo veía todo, abrió su boca lo más que pudo y me chupó con una bestialidad con la que nunca nadie me había tratado, con su lengua presionaba mi clítoris, y a ratos lo succionaba, me metía la lengua bien adentro, la sacaba y bajaba para chuparme el culo, me metió de nuevo un dedo en el ano, presionó con su lengua mi clítoris y yo aguantándome gritar me corrí.
Fue un orgasmo impresionante, toda mojada, tiritaba de caliente, de miedo un poco, de vergüenza, de todo, quedé postrada en esa silla sin poder moverme un centímetro. Y ahí la cosa se me fue de las manos. El doctor se acercó a mi cara y con mi olor y mi lubricación en su boca empezó a besarme y a subirse arriba mío, yo le corría la cara y él insistía con más fuerza, me chupó el cuello, las orejas por dentro, empezó a jadear como un viejo asqueroso, pero yo no tenía cara para negarme. Me chupó las tetas, me las mordía mientras me metía sus dedos en mi boca, con la otra mano se bajó el pantalón y me lo metió con violencia, yo tiritaba, lo dejó adentro de mí y me miró, yo estaba muy alterada, el corazón a mil y me dijo, tranquila, no te voy a hacer daño, me besó muy baboso y empezó a meterlo y sacarlo lentamente, con una mano me tenía agarrada del pelo y con la otra del poto, cuando sentí que me metía uno de sus dedos en el culo de nuevo mientras me metía el pico cada vez más rápido y yo lo ayudaba con mis piernas abrazadas a su cuerpo gordo y fofo. Ahí tuve otro orgasmo mientras él seguía metiéndolo y sacándolo. Jadeaba como un animal y yo le miraba la cara fijamente.
En ese momento me lo sacó de adentro, me dio vuelta muy rápido y me volvió a decir tranquila, no te va a pasar nada. Me dejó de guata en la silla, la puso completamente horizontal y me abrió las piernas, tomó uno de sus instrumentos, le puso un líquido lubricante y me lo empezó a pasar por fuera del ano, se sentía muy helado, era un aparato de estos de acero, muy suave, de a poco me lo empezó a meter, no era tan ancho, pero lo movía en círculos muy lento, hasta que lo sacó y sentí que se acostó encima de mi espalda y me metió el pico de a poco, era mucho más ancho que el aparato ese así que me dolía y con una mano traté de sacármelo de encima pero él rápidamente me agarró el brazo y me lo sostuvo con fuerza sobre mi cabeza, me lo metió hasta el fondo y empezó a empujar con todo, estuvo metiéndolo y sacándolo como por diez minutos…
Yo me sentía partida en dos, me hablaba al oído, me preguntaba repetidamente si me gustaba, pero sin esperar respuesta, hasta que se corrió. Me sacó el pico de adentro y se vistió. Yo pasé al baño a limpiarme, me vestí y cuando salí el doctor muy serio me dijo, bueno, espero que esté bien, la veo en seis meses.
Me dio la mano y me fui. Nunca más volví.
Autora: Lucy