Después de lo ocurrido con mi hermana y María estaba deseoso de que llegase la noche para que volviese a suceder. Mi novia se había puesto como una gata en celo y quería convertirme en un semental para que tuviéramos orgías con más chicas. Me extrañó que ella no hablara de hombres pero supongo que me conoce lo suficiente como para saber que soy capaz de darle más que cualquiera o al menos de que si me lo pide le doy hasta un nivel considerable.
Marta me preparó un buen bistec de ternera con verdura para comer y gazpacho que yo devoré con avidez. Estaba hambriento. – El postre será especial – me dijo
Cuando terminé de comer recogió la mesa y regresó con un bote de nata montada de esos de spray y un recipiente de chocolate líquida. Se tumbó sobre la mesa y se untó cada uno de sus pechos con cada uno de los botes.
– Excelente – sonreí.
Devoré el chocolate y la nata con avidez, no por que me gustasen ambos postres sino por el lugar en el que se encontraban. Mientras tanto la masturbaba con los dedos tanto por la vagina como por el ano. Había descubierto una forma que hasta entonces la habíamos descuidado y ahora parecía que disfrutaba muchísimo por allí.
– Me estoy convirtiendo en tu zorrita preferida, seguro – me dijo.
– No eres mi zorrita, pero sí mi preferida. – Entonces quiero que me vuelvas a follar hoy pero con furia. Hoy vamos a probarlo todo. A ver hasta donde aguanta mi semental.
Me ayudó a llegar a la cama mientras yo maldecía la escayola que me impedía actuar con total libertad. Fue al lavabo a quitarse los escasos restos de nata y chocolate y regreso con un rostro que evidenciaba su total deseo de que aquello fuera como nunca.
Primero me cabalgó como una amazona salvaje, sin contemplaciones de ningún tipo, pensando únicamente en suministrarse placer a sí misma, lo que volvía aquello en más placentero. Primero encorvada sobre mí, apoyando sus manos en mi pecho, luego erguida agarrándose de mis muslos, finalmente se dio la vuelta y yo la sujetaba por las caderas guiándola mientras se movía acelerada. Me corrí, y fue abundante. Marta me la chupó larga y pacientemente, sin prisa, sabedora de que si me daba tiempo para reponer fuerzas la siguiente sería tan buena como la anterior. – Recupérate, que ahora vengo – me dijo. Fue a enviarle un mensaje por el móvil a mi hermana.
Regresó en cinco minutos ávida de más y yo estaba deseosa de dárselo. Estaba de pie, sosteniéndome como podía dispuesto a perforarle el ano sin contemplaciones. Se colocó a cuatro patas y me ofreció su culito para que la penetrase.
– Ahora, dame como mejor sepas, mamón – me dijo viciosa.
– Prepárate para gozar – le advertí.
Mi miembro fue introduciéndose lentamente por aquél agujero recién explorado y paulatinamente fue adquiriendo un mayor ritmo de bombeo. Ella gemía sordamente, casi inaudible, mordiéndose el labio inferior. Le dolía y le gustaba al mismo tiempo. Cada vez embestía con más fuerza, pues a mí me excitaba muchísimo. Los dos estábamos disfrutando más que la primera vez hacía unas escasas horas. – ¡Sigue! ¡Sigue! – me pedía cada vez que le bombeaba por detrás – ¡Cómo me gusta que me des por el culo, cabrón!
A pesar de ser ambos novatos en estas lides los dos gozamos con aquello. Podía ver la espalda arqueada de Marta recibiendo mis acometidas colocada a gatas. Decidió cambiar la postura para que pudiera entrar más fácilmente. Se situó en uno de los lados de la cama y con un pie en el suelo y el otro sobre la cama sujetándose con la derecha el tobillo. Yo seguía enculándola con frenesí acelerando todavía más el ritmo de bombeo y ella seguía gimiendo y balbuciendo palabras para que prosiguiese en mi labor.
– ¡Córrete en mi boca! – me ordenó separándose y dándose la vuelta para empezar a chupármela y tragarse todo mi semen sin dejar una sola gota.
Nos quedamos sobr
e la cama, agotados, y empecé a chupar sus pezones, mordisqueándolos con suavidad, recorriendo sus pechos con mi lengua relajándola. Se quedó dormida con una sonrisa y yo no me moví de su lado. Y también me quedé dormido junto a ella. Me despertó la llegada de mi hermana, y estaba tan trastocado que pensé que lo había soñado. Pero cuando la vi aparecer ya desnuda me di cuenta de lo que había ocurrido. – Quiero ser vuestra esclava – nos dijo.
Marta ya estaba despierta y la miraba con avidez. Aquellas palabras habían hecho trabajar su cerebro a toda velocidad. – Cómeme el coño, Silvia.
Silvia obedeció instantáneamente hundiendo su cara entre las piernas de Marta, y obedeció con presteza. – Tienes un coñito delicioso, Marta. Y he probado muchos. A partir de ahora estoy a tu entera disposición para lo que quieras. Follar con vosotros es una droga. – Esta tarde tienes que acompañarme con Patrick al médico. Han de comprobar su escayola.
El médico no quitó ojo de los vestidos veraniegos de Marta y Silvia. Tenía más de cuarenta años y estaba muy salido. No apartaba su vista de los escotes de ambas mientras me quitaba la escayola y, sabedoras de ello, Silvia y Marta le daban conversación para que las mirase. Marta llevaba un top ajustado y unos pantalones de pirata dos tallas menor que había hecho las delicias de todos los varones de la consulta, y Silvia llevaba un fino vestido veraniego escotado y muy corto que insinuaba mucho y mostraba lo suficiente para empalmar a más de uno. – Debes llevar esta venda una semana y procura no hacer ejercicio con el tobillo. Algo de pesas para mantener los brazos fuertes pero nada de ejercicio. Si no, tendrás que volver a llevar escayola pero esta vez tres o cuatro meses.
– De acuerdo.
Marta conducía su Opel Astra 1.6.i. con Silvia a su lado. Yo iba sentado detrás con la pierna estirada escuchando la conversación que mantenían en silencio.
– ¿Quieres montar orgías? – le preguntó Silvia.
– Pero bisexuales. Quiero mujeres dispuestas a montárselo con nosotros dos que no sean prostitutas profesionales.
– Pat tiene muy buena fama entre las chicas y conozco muchas que me han confesado que se masturban pensando en él. Para que aquí, el cojo (refiriéndose a mi), se la folle más de una se convierte en bisexual. Y tú gozas de buena reputación entre las lesbianas de la universidad.
– ¿Hay muchas? – Más de las que imaginas. Algunas están muy buenas. Sonia, por ejemplo. – ¿Sonia? – se sorprendió Marta – ¿la rubia de primero? No me lo imaginaba.
– Sí. Y lesbiana calenturienta. Yo me lo he montado con ella alguna vez, aunque sola, nada de orgías. Aunque creo que no se la ha follado ningún tío y por eso se lo monta con chicas. Esta tiene la misma tendencia que yo. Y como tiene dinero incluso te pagaría por que os lo montaseis con ella.
En casa enseguida nos quedamos desnudos y Silvia decidió que prepararía la cena mientras Marta y yo veíamos la televisión. Silvia propuso llamar a Sonia y hacerla venir para montárnoslo con ella.
– ¿Sonia? ¿Qué te parece si nos lo hacemos esta noche tu y yo? – …
– ¿Ahora? Dentro de dos horas en mi casa. … ¿Una orgía de chicas? … ¿María?… Está camino de Méjico. Se apunta Marta, mi cuñada. … Sí, la novia de Patrick. …Incluso Patrick, si quieres.
Estuvo hablando un poco con ella aunque no me enteré de nada más.
– Dice que nos paga quinientos euros si nos lo montamos delante de ella con Patrick. Que nos compra toda la noche, el dinero que sea. Estaba tan ansiosa por venir que estará aquí en una hora.
– ¿Es lo que quieres Marta? – pregunté dudando que no quisiera hacerlo por mí.
– ¿Qué si quiero? Estoy húmeda de sólo pensarlo. Esa pija rubia hoy va a saber lo que es bueno. Quiero que hoy folles sin darnos cuartel. Sobre todo a ella. – La dejarás satisfecha enseguida – me comentó Silvia – es una calenturienta salida. Cuando se la metas tendrá un orgasmo triple.
– ¡Pero si está muy buena! Podría tener chicos, o chicas a patadas – apuntó Marta.
– Es muy tímida. Le cuesta relacionarse. Luego, en la cama, se convierte en una auténtica ninfómana.
Sonia apareció minutos antes de lo esperado, como Silvia había predicho. Vestía un polo verde de marca y unos vaqueros azules. Rubia, ojos azules, pechos bastante más pequeños que los
que últimamente habían pisado aquella casa, alta y delgada, a rasgos generales, guapa. Salió a recibirla Silvia, cubierta por un albornoz del que se deshizo en cuanto cerró la puerta ante la estupefacción de la invitada.
– Es para que sepas que no te queremos tomar el pelo – la tranquilizó.
Marta y yo la esperábamos, también desnudos, en el salón. Ella extrajo del bolso diez billetes amarillos, de cincuenta. Los dejó sobre la mesa y sus ojos bailaban de Marta a mí y de mí a Marta. Más concretamente las tetas de mi novia y mi pene, todavía relajado, dividían su mirada.
– Tu dirás – dijo Marta.
– Esto, bien, sí – no se atrevía a decir nada – podrías,… que le comas el… ya sabes, a Silvia.
– Sonia, hoy mandas tú – dijo mi hermana – no pidas, ordena. Somos tus esclavos. ¿No quieres desnudarte? – No – contestó seca – aún no. Mejor, vayamos a un lugar más cómodo.
Tal y como nos había explicado Silvia, poco a poco iba tomando las riendas de aquello. Sus ansias podían más que su timidez.
– Desnúdame, Marta. Silvia quiero que te abras de piernas. A ver si es cierto que os va el incesto.
Mientras mi novia la desnudaba, Silvia separó sus piernas, deseosa de volver a recibirme dentro de ella. Su acento de niña rica me daba mucho morbo y mi erección fue inmediata. Iba a chuparle el coño a Silvia antes de penetrarla cuando Sonia, desnuda de cintura para arriba con Marta devorándole sus pechos que eran de tamaño mediano me lo impidió.
– Esa guarra de tu hermana no lo necesita.
Se la metí lentamente hasta dentro mientras mi hermana esbozaba una amplia sonrisa de felicidad. Marta ya le había desabrochado los vaqueros y mientras se los bajaba hasta los tobillos daba buena cuenta del coñito de Sonia. Depilado. Quizá con láser. Las ricas podían permitírselo. Descubrí un tatuaje de un delfín en su cadera. Silvia no sabía de su existencia. Yo ya bombeaba mi cadera contra Silvia cargando la mayor parte de mi peso sobre mi pierna buena y ella jadeaba evidenciando que estaba disfrutando de lo lindo.
– ¡Alto! – ordenó Sonia sabedora que Silvia estaba alcanzando el máximo placer, y yo con ella -. Ahora fóllate las tetas de esta putita de tu novia mientras ella termina lo que has dejado a medias en el coñito de Silvia.
Tenía mal genio. Había dejado a Silvia a medias para fastidiarla. Y le prohibió que utilizase los dedos para terminar. Me arrodillé sobre Marta y coloqué mi miembro entre sus tetas y me las follé más excitado que nunca. Saber que mientras lo haces tu hermana le está comiendo el coño es algo que excita. Más aún si te observa una tercera mujer masturbándose. Me corrí, y en abundancia sobre la cara y las tetas de Marta, como había hecho más veces, y utilizando mi polla restregué el semen por sus pechos y se lo pasé por la boca. Cuando pasaba por sus labios ella lanzaba su lengua como un camaleón ávida de mi líquido, como si fuera vital para ella.
– No te masturbes más – dije – porque ahora te vamos a violar entre los tres. Te vamos a hacer todo lo que no nos has dejado desde un principio por las buenas, y si es necesario, por la fuerza. – Aquí pago yo – dijo ella sin dejar claro si la estaba intimidando o excitando.
La agarré por un brazo y la tumbé en la cama de un tirón. Ella suplicaba que no tímidamente pero no encontré resistencia física. Lo estaba deseando. Cuando Marta le puso su coño encima ella la asió por las nalgas y se olvidó de todo lo demás. Se notaba que sentía atracción por Marta. Silvia empezó a morrearse con mi novia mientras acariciaba su conejito en los pezones duros de Sonia. Ella abrió las piernas para recibirme bien y lo hice sin contemplaciones. Me daba igual que fuese virgen. De hecho eso me excitaba más. Luego me enteré que, si bien la mía fue la primera polla humana que penetraba su sexo, los consoladores ya habían hecho los trabajos preliminares sobradamente. De hecho ella los utilizaba manuales y eléctricos y de buen tamaño por lo que recibir mi miembro fue algo que no le causó ninguna extrañez por el tamaño, aunque si por la más que evidente evidencia que se daba entre los sustitutos de plástico y yo. Mis acometidas eran arrítmicas y más agresivas que los consoladores lo que generaba en ella unos jadeos y gemidos ahogados
de placer inusitado. – ¡Así… así, muy bien cabrón! ¡Más, más, más
! ¡Ooh! – repetía una y otra vez.
Sentí que me iba a correr, por enésima vez en las últimas cuarenta y ocho horas en las que sólo había follado y dormido, y tenía muchas ganas de hacerlo en cara de aquella niña de papá, malcriada y calenturienta. La escena me resultaba extraña y por eso excitante. Me sentía como el protagonista de una película porno. Me estaba follando a una chica que hasta el momento había sido lesbiana que había venido a mi casa a que le diese por dinero mientras mi hermana, a la que ya me había follado me había descubierto ser una nifómana bisexual y mi novia, que demostraba estar muy cachonda, le devoraban las tetas. Eso era un perfecto guión para una película porno. Me había convertido en un juguete sexual, en algo así como un consolador viviente y en los últimos dos días mi pene había estado dentro de cuatro mujeres diferentes, algo al alcance de muy pocos.
A eso le añadí el hecho de que mi novia en lugar de estar celosa era la que me utilizaba para montar tales orgías con la ayuda de mi hermana y si eso no me excitaba hasta un límite desconocido no lo haría nada. En mis conversaciones más machistas con mis compañeros de equipo todos habíamos hecho referencia al hecho de correrse en la cara de una mujer. Eso era una demostración de control sobre ellas, por mucho que las excitara. Lo que hasta hacía unos días no era más que un motivo de alarde se había convertido en algo común para mí. Verlas con la cara salpicada de semen, con aquella expresión de placer que ponían, hacía que fuera capaz de aguantar bastante más. Y volví hacerlo. Me corrí sobre Sonia, sobre su cara, su cuello y sus tetas. Salpiqué bastante más de lo que creía posible y en lugar de mala cara, encontré en Sonia una sonrisa de placer.
– Te pagaré lo que quieras si cada vez que te corras lo haces en mi cara, tío – me dijo todavía recubierta relamiéndose para tragar cuanto estaba al alcance de su lengua.
Estaba tumbada sobre la cama, boca arriba, sudorosa y con una auténtica expresión de placer en el rostro. Yo estaba agotado. Me sentía incapaz de hacerlo más rato. Tenía la polla enrojecida por el uso extremo en los últimos días y necesitaba un descanso. Dejé a Marta que me la limpiara y me dejé caer en la cama mientras lo hacía con auténtica devoción. – Coño, hermanito, lo que has aguantado. Eres un auténtico semental. Pero necesitas un descanso. Duerme esta noche tranquilo porque mañana tendrás que volver a darnos otra vez. – Quiero que me joda cuando esté recuperado. Pagaré lo que sea. Me quedaré aquí con vosotras si es necesario los días que haga falta – suplicó Sonia.
Debía haber disfrutado mucho cuando estaba dispuesta a seguir pagando por que me la volviera a follar cuando me hubiese recuperado.
– De eso hablaremos más tarde. Ahora vamos a dejarte totalmente agotada, nosotras dos – le dijo Silvia. – ¿Las dos? – preguntó excitada. Aquello no lo esperaba. Aún le quedaban más cosas por hacer.
Por lo que me contaron al día siguiente, Marta y Silvia dieron buena cuenta de todos los puntos de placer del cuerpo de Sonia. Lo hicieron durante un buen rato las tres hasta que se quedaron rendidas en la cama y durmieron juntas embadurnadas de sudor, mi semen y sus flujos vaginales.
Yo desperté tarde, recuperado y sintiéndome fresco y fuerte. Miré el reloj. Había dormido catorce horas seguidas. Me levanté y no había nadie en casa por lo que fui a darme una ducha fría que me despejara completamente. Me afeité la cara y utilicé la depiladora para el cuerpo. Mi tobillo recuperaba sus fuerzas y podía andar con normalidad aunque todavía lo notaba algo débil. Me vestí con unas bermudas y una camiseta blanca holgada. Aunque estoy en forma no me gusta utilizar prendas ajustadas para destacar, prefiero la ropa holgada, es más cómoda. Además, en casa y sólo nadie me iba a mirar así que tampoco me preocupaba, como se suele decir, "no ir marcando". Me tuve que hacer yo sólo la comida, y como soy un pésimo cocinero me contenté con un par de sandwiches y un refresco. Luego estuve viendo un rato la televisión hasta las cuatro de la tarde.
La pel
ícula era muy mala por lo que armé mi banco de pesas para ejercitar mis brazos tal y como me había recomendado el médico. Sólo pesas por lo que en media hora ya estaba rojo y empapado en sudor. Volví a ducharme y a refrescarme otra vez y salí del baño, esta vez, desnudo. Había escuchado que Marta y Silvia estaban en casa. Y también Sonia. Habían salido a comprar comida para varios días. ¿Acaso pensaban quedarse encerradas sólo follando? – ¿Cómo te encuentras? – me preguntó Marta.
– Como nuevo.
Ya se habían desnudado, afortunadamente vivimos en un ático único y no había posibilidad de que nos vieran los vecinos. Los vecinos del piso de abajo no estaban por lo que nuestras orgías no eran oídas por nadie. – Creo que se ha recuperado – dijo Silvia a ver que se me empalmaba nada más verlas.
– Hemos ido a comer por ahí y de compras – me dijo Marta – te he comprado algunas cosas, cariño. Luego te las enseño.
Sonia quería más. Estaba impaciente por volver ha gozar de aquella nueva experiencia y percibí que estaba muy húmeda. Sin duda tenía ganas de volver a la cama, aunque ni Marta ni Silvia parecían dispuestas a ello todavía.
– Hoy vamos ha hacer algo nuevo – le dijo Silvia a Sonia – le vas ha hacer una paja a Patrick. – Y cuando esté a punto de correrse lo hará otra vez sobre tu cara. – ¿Pajearle? – preguntó sorprendida – tengo el coño ardiendo. – Sí, pajéale. Después te follará – añadió Marta.
No entendía muy bien porqué tenía que hacerme una paja. Eso me lo podía hacer solito. Ardía en deseos de follarme a Sonia, a Marta y a Silvia y ellas pretendían que la niñita de papá me masturbase. – Mientras tú se la haces yo me ocuparé de tu coñito ardiente – le susurró Silvia – y de tu culito, que seguro que nadie se ha ocupado de él nunca. – Eeh… no – respondió Sonia.
– Pues después nos ocuparemos de él – añadió Marta.
Mi hermana y mi novia formaban un dúo compenetradísimo. Sabían excitar a cualquiera y Sonia lo estaba. A pesar de que nos estábamos prostituyendo (follábamos a cambio de dinero) aquella pija estaba a su merced. Y también yo. Sólo obedecíamos sus deseos más firmes. Marta era el cerebro. Estaba descubriendo que su perversión iba más allá de lo que creía. No imaginaba que podía estar tan salida. Y eso me gustaba. Me había enamorado de ella como un loco, pero ahora sentía que nuestra relación había dado un giro de ciento ochenta grados, hacía un estadio diferente. – ¡Claro que le haré una paja! Y cien si fueran necesarias – sentenció Sonia. Sin duda estaba tan caliente que no podía contenerse y que Silvia se ocupara de su coñito era más que suficiente para excitarla.
Me tumbé en la cama y Sonia a mi lado. Si no fuera porque tenía la cabeza de mi hermana entre sus piernas hubiéramos podido hacer un sesenta y nueve. Empezó a masturbarme mientras Silvia devoraba con avidez su conejito mientras que Marta ponía el suyo a disposición de mi boca. Lo atraje para mí. Utilicé mi lengua lo mejor que sabía y repasé todo su sexo sin detenerme casi ni para respirar. Me encantaba aquél sabor a húmedo, a caliente, a excitación por aquello. Flanqueado por sus piernas no podía detenerme, ni quería, y mi lengua la excitaba con avidez. La introduje en varias ocasiones tan dentro como me fue posible saboreando las paredes que en tantas ocasiones habían acogido mi miembro y la propia lengua sintiendo su calor y su excitación. Ni siquiera sentía la paja.
Estaba concentrado en la raja de Marta que devoraba con avidez. Se hubiera dicho que estaba hambriento.
– ¡Ooh! ¡Sigue así Pat, que lo estás haciendo muy bien!
Sonia seguía masturbándome cada vez más deprisa intentando que me corriera lo antes posible. Ansiaba sentirse humillada con la cara salpicada de semen. Pero todavía nada. Estaba tan concentrado en Marta que ni siquiera me acordaba de ella. Pero me corrí. Y me erguí para correrme con Sonia arrodillada frente a mí, con aquella cara feliz mientras mis jugos iban salpicándole toda la cara.
– ¡Cómo me gusta! – decía Sonia cuyo rostro evidenciaba la verdad de sus palabras. Me la chupó para dejarla limpia de semen mientras Marta y Silvia se ocupaban del
resto de salpicaduras a las que ella no podía alcanzar. Incluso había en su pelo, tan cuidadosamente peinado y cortado en la peluquería y ante la sorpresa después de la mamada exclamó – ¡Sigue erecta! – Todavía queda mucho Patrtick – fanfarroneé – Sonia, hoy vas a gemir como una perra en celo.
– Sí, por favor – suplicó sumisa.
Se tumbó en la cama dispuesta a recibirme y separó las piernas ofreciéndome su rajita para que la penetrase. No me lo pensé dos veces y me dejé caer sobre ella e introduje mi miembro lentamente por la rajita que encontré muy húmeda y empecé a bombear mis caderas introduciéndola y sacándola con frenesí. Marta y Silvia nos flanqueaban masturbándose mientras observaban el polvo que estaba echando. La introduje hasta dentro y Sonia emitió un largo gemido de placer y dolor mezclado. Arqueó su espalda y yo seguí penetrándola con ímpetu y garra. Yo me había erguido y mientras continuaba acometiéndola, Marta y Silvia mordisqueaban sus pezones. Sonia utilizaba sus brazos para introducir sus dedos en los conejitos de mi hermana y de mi novia para masturbarlas a ambas.
– ¡Ooh! – gemía Sonia muy excitada.
– ¡Ahora te voy a dar por culo, zorra! – le dije.
– Sí, claro. Hazme lo que quieras, Patrick.
Su cuerpo se estremecía mientras se colocaba a cuatro patas ofreciéndome su culito, que ya había recibido suficientes consoladores como para considerarlo virgen. Silvia lo lamió primero antes que yo iniciara mi labor pero ella estaba ansiosa por ser penetrada por lo que me suplicó que la enculase.
– ¡Dame por el culo de una vez, cabrón! ¡Por favor!
La introduje lentamente mientras ella suspiraba al sentirla como entraba. Una vez la metí hasta el final empecé a moverla despacio, sin prisas. Marta introdujo tres de sus dedos por la rajita de Sonia para que se sintiese totalmente llena. Yo empecé a acelerar mi movimiento y Marta sincronizó su mano para realizar un movimiento inverso. Cuando yo metía ella retrocedía y al revés. Silvia quiso complicarlo todo un poco más añadiéndose al acto. Se colocó debajo de Sonia ofreciéndole sus tetas para que estuviese completamente ocupada toda vez que ella se ocupaba de las de Sonia. Excitada como estaba en lugar de hacerlo con suavidad mordisqueaba con fuerza los pezones duros de mi hermana lo que, pese a que le dolía, le excitó mucho. Mientras tanto Silvia succionaba los pechos de nuestra cliente que se corrió empapando los dedos de Marta. Mi novia se los chupó para saborear los flujos de Sonia y utilizó la otra para seguir con su tarea.
– ¡Córrete dentro, Pat! – me dijo mi novia.
Me corrí dentro y lamento decir que mi miembro perdió su dureza y su tamaño por lo que tuve que terminar allí. Realmente estaba agotado, incapaz de seguir más. Marta le limpió el culo que chorreaba mi semen dejándose algo en la lengua que le ofreció a Silvia y lo compartieron con un morreo.
– Me has dejado nueva, Patrick – me dijo Sonia – Estoy a tu completo servicio, para cuando lo necesites.
Pero no le hice demasiado caso. Estaba agotado. Marta me levantó y me llevó al cuarto de baño. Habían llenado la bañera y me dejaron que me bañase tranquilamente. El otro cuarto de baño, más pequeño sirvió para que entre Marta y Silvia ducharan a Sonia muy apretadas dentro.
Pasé un buen rato en remojo, en agua tibia, recuperándome y de paso recuperaba mi tobillo tal y como me había dicho el médico. – Sonia ya se ha marchado – me comentó Marta que entró en el baño – la has dejado muy satisfecha. ¿Cómo te encuentras? – Cansado. Muy cansado – dije – pero enseguida me pondré contigo, cariño.
– Yo he disfrutado mucho con la orgía, pero resérvate porque esta noche te quiero sólo para mí.
Ahora Sonia, a raíz de aquella tarde, se ha convertido en una auténtica ninfómana. Un día, meses después, se presentó en el vestuario con una amiga y se nos ofrecieron desnudas a los ocho que estábamos en el vestuario. Sonia me ofreció su culo pero mis compañeros decidieron que mejor de uno en uno lo hiciéramos de varios en varios. Sonia y su amiga tuvieron en todo momento una polla en el culo, otra en el coño y una tercera, o dos, en la boca.
Autor: Patrick